Sala común

Observé cómo se iba. Y luego arqueé una ceja, con ironía. Aquel chico parecía estar pidiendo a gritos una semana en las mazmorras. O dos. Ya lo pensaría.

Tras comprobar que se había ido, volví al interior de la sala y cerré la puerta. Evidentemente, no fui a coger la bestia. Ya vendría alguien del servicio a subirla. Y evidentemente también, yo no iba a darle el recado a Svend. Ya se lo devolvería él cuando quisiese. Tras odedicarle un rapido vistazo a la ventana, me dirigí a mi dormitorio.

*se va*

Llegué a la sala común, pero no a la zona reservada para jefes, sino a la zona pública. Recorrí toda la habitación palpando y acariciando cada cosa curiosa que me encontraba en el cuarto.
Había algunos libros que no deberían de estar por allí, probablemente traídos por algunos de los miembros. Cogí cada uno de ellos y los fui apilando poco a poco, hasta formar un montón de seis libros, algunos de ellos que brindan información sobre el cuerpo humano.

- Ya veo que algunos se lo toman en serio - comenté con una sonrisa, buscando otra cosa que recoger.

Saqué de mi bolsillo una pequeña libreta, en la que estaban escritos los nombres de personas que evaluar en esos momentos: "Aren Darvenwish's (dos veces -una de elllas tachada) y Silvanus Kettleburn".
Lo cerré.

- Tal vez más tarde - susurré centrando mis pensamientos hacia Aren.

El líder Darvenwish tocó a la puerta con los nudillos y se introdujo en la sala común con su habitual sonrisa. Sabía que Jillian frecuentaba el lugar por la zona inferior, al contrario que otros jefes, y desde ayer buscaba un encuentro con la dueña del Palacio.

-Supongo que se puede -. Comentó, caminando con sus elegantes movimientos hacia la muchacha. -Os buscaba, joven Jillian, tenía que comentaros algo muy interesante -.Indicón con su tono habitual mientras se situaba a poca distancia de la líder chrysos. La miró de arriba a abajo y alzó la ceja derecha. -Espero no interrumpiros -. Poco le importaba si interrumpía o no, pero era más notoria la indiferencia si hacía el comentario.

Una voz sonó en la sala, una voz fría, una voz horrorosa; era Aren, había venido a fastidiarme lo que quedaba de noche.
Le sonreí tratando de no mostrar mi descontento.

- Contigo quería yo hablar - dije tratando de parecer lo más profesional y fría al mismo tiempo.

Me acerqué a él y lo miré fijamente a los ojos.

- No interrumpes nada - comenté como respuesta añadida a su último comentario.

El líder caeruleus torció la sonrisa al encontrarse con una Jillian calmada. si quería hablar con él entonces seguramente habría estado mentalizándose de no perder la paciencia. Un ricura...(!)
El líder suspiró y se miró las uñas al tiempo que se apoyaba sobre uno de los sillones.

-Me alegra que esta vez estemos de acuerdo. Las damas primero entonces -. Indicó con un gesto y volviendo a mirar a la chica.

Mi mirada se tornó rápidamente en la más severa que podía mostrar en esos momentos. Su actitud me desquiciaba, ¿pretendía parecer lo más cruel y despiadado bajo ese disfraz de "amigable" y "simpático" jefe de raza?

- Verás... Me ha llegado cierta información a los oídos - comenté señalándolo con la mirada, como si hubiera más presentes y pudiera indicarles quien era el culpable de todo.

Di varios pasos tratando de asimilar las palabras que tendrían que salir por mi boca para que no sonaran "ofensivas" del todo.

- Si quieres te hago una enumeración, aunque quizás fuese mejor con una lista, para que no se nos olvide nada - añadí con voz ligeramente más amargada, me asqueaba tener que hablar de todas las medidas que había tomado ante ridículos incumplimientos.

El líder, que se dedicaba a mirar y no mirar a la chiquilla según le apeteciese, se centró en nada en unos segundos y, en cuanto escuchó las palabras de Jillian, sonrió con m´s amplitud solo de imaginar la cara que, posteriormente, se giró para ver.

- En ese caso... -. Comentó con tono cortés y relajado. Tomó asiento en el orejero en el que se apoyaba, sentándose con sutileza y procurando que su chaqueta no quedase demasiado arrugada en el proceso. Cruzó la pierna derecha sobre la izquierda y colocó sus manos entrelazadas sobre esta última.

- Procede, Jillian. Tengo toda la noche para escuchar esa lista -. Indicó con la diversión pintada en la cara, como se pintaba en los niños que esperaban la recompensa de una madre.

Al comprobar que su compostura no había cambiado ni un ápice, no pude evitar tensar la mandíbula de la rabia que me producía. Tener que estar trabajando todo el día para que jefes de pacotilla se diviertan realizando "hazañas" inhumanas.

- ¡¿Qué clase de jefe eres?! - Pregunté con un gritó mientras lo señalaba, quizás me hubiese excedido un poco, pero había servido para desahogarme ligeramente.

No entendía cómo alguien así estaba al mando de un continente entero, sin nadie que pudiese pararle los pies en los peores momentos. Eso me llevo a plantearme la verdadera identidad de Caligo, ¿realmente era un continente cualquiera? ¿O detrás del todo se moverían los hilos por un verdadero y único jefe?

- ¡Ya te lo advertí! - Exclamé furiosa -. ¡Ya te lo advertí! - repetí, esta vez casi lanzando mi dedo acusador para que atravesase su moralidad y poca ética que le quedaba.

- ¡No basta con que flageles a uno de nuestros miembros! ¡Sino que aparte de acosar a varios de ellos los maltratas con tu magia y tus habilidades oscuras! - Grité ansiosa por ver arrepentimiento en su cara por algo que hizo mal, y no por algo que le saque de quicio.

- ¿Y ahora querrás salir impugne de ésto? - Pregunté mirándolo fríamente, creo que la respuesta ya era evidente teniendo en cuenta el comportamiento exhibido durante toda su estancia.

El líder suspiró de puro encanto. Jillian volvía a sus cabales. Siempre tan malhumorada y gritona con ese hilillo de voz sullo que taladraba paredes y rompía el cristal.

No se movió un ápice -solo para apoyar la cara en su mano izquierda con gran delicadeza- ni tampoco varió su sonrisa. En cuanto la chiquilla culminó sus palabras, el líder esperó unos segundos.

- Jillian, por favor, necesitas desahogarte, ¿quieres acostarte conmigo? -Le soltó con un tono de lo más natural, dejando un vacío en el que entró el más tenso de los silencios. Para ella, por supuesto, el líder caeruleus estaba en su apogeo cada vez que hablaba con aquella niña.

Bajé la cabeza al escuchar su pregunta, no quería que me viera ruborizada. Pero no estaba muy seguro del por qué, si por sus últimas palabras, o por la rabia acumulada -mucho mayor que la expulsada-.

Sonreí, no podía hacer otra cosa en aquel momento. Ya me di cuenta de cual era la diversión de todo eso, y era hora de que yo también disfrutara del juego.

- Si no eres capaz de entenderlo mediante palabras - comenté con frialdad y quitándole importancia a todo lo dicho y hecho por aquel monstruo -. quizás tendré que pasar a la acción, ¿verdad?

Si es que, la mala hierba no basta con cortarla, hay que arrancarla.

- El castigo que te voy a imponer no refleja para nada daño que has causado, pero como es tu primera vez, no seré muy severa - comenté sonriente, esperando que mi castigo le doliese -. Tranquilo, cualquier preso desearía ése y no el de pasar varios años encerrados en medio de la soledad.

Me acerqué un poco más a él, cada vez más sonriente, y alcé el dedo índice de mi mano derecha.

- Una semana - dije con mirada fija en sus gélidos ojos -. Trabajarás una semana en el servicio.

No podría regocijarme hasta observar su respuesta, y debía acabar despejando cualquier duda que pudiese surgir.

- Y no te preocupes por Barthemius, yo misma me encargaré de que reciba el sueldo correspondiente - añadí jocosa.

Ciertamente la reacción de la chiquilla extrañó al hombre, pues parecía demasiado segura, demasiado preparada. El divertirse al cargo de sus discusiones le había hecho olvidar por un momento que ella también lo había estado buscando y eso lo hizo ponerse alerta.

Escuchó con calma y relajación, ¿qué podía hacerle aquella cría? entonces escuchó sus palabras y sintió un aguijonazo interior que simplemente reflejó reduciendo levemente la sonrisa y torciéndola hacia el lado derecho. ¿Qué tenía pensado aquella niña? ¿Él? ¿En el servicio? Antes se colgaría de los pulgares durante diez años al merced del craken presente en el palacio, y también a merced del craken del lago. (véase la sutileza)

Tomó aire, se tomó su tiempo y se levantó con calma. Aquella zorra era zorra y líder y eso dificultaba un poco la situación. Pero la dificultad era su entretenimiento, ¿cierto? Aren Darvenwish no iba a rebajarse ni ante la más horripilante tormenta.

- Querida Jillian... -Se tomó la libertad de acomodar un mechón de su rubia cabellera antes de mirarla-. Sabed que mi sentido del humor es más refinado -. Comentó parpadeando lentamente. Si había creído por un solo segundo que iba a realizar aquel castigo, era más descerebrada que un karshnikrst retrasado.

La respuesta del jefe caeruleus no me sorprendió en absoluto.

- Aren... Te recuerdo que ya te lo advertí, quizás si te hubieras moderado un poquito más, si hubieras tomado en serio mis palabras no lo hubieras hecho pero ya es demasiado tarde para lamentaciones - dije sonriente al ver que por primera vez en toda su estancia no se había tomado tan bien mis procedimientos.

- De todos modos, no te aconsejo que incumplas mi veredicto, al fin y al cabo, yo soy la encargada de todo esto y, por lo tanto, estoy al mando - comenté aún más jocosa, dándome cuenta de que jugar a ser la mala no era tan horrible como esperaba.

Me acerqué más a él, casi llegando a rozarle. Con eso trataba de que se sintiese impotente a no poder pegarme, a pesar de tenerme a su lado.

Decidí entonces ser concisa y no dar más rodeos.

- Si no acatas tu castigo, perderás tu categoría de jefe dentro de los territorios de Fulmen - dije con la sonrisa bien marcada -. No creo que éso de una una buena imagen en Mithos: "El jefe caeruleus desafía a Fulmen tras haber agredido y torturado a varios miembros del Ejército que busca la paz en el mundo" - anuncié como si estuviese leyendo los carteles en todos los tablones del planeta.

Le rechinaron lo dicnetes. ¿Cómo decía? ¿Quitarle el qué? Seguramente aquella zorra en miniatura no se habría dado cuenta, pero en aquel corto periodo en Fulmen él ya era diez veces más respetado por los guerreros que ella. Atreverse a tratarlo como a a alguien inferior, una mocosa a la que había que cantar nanas para que se durmiese. No iba a consentirlo y, si pretendía creerse la "Reina del palacio" entonces Caligo se retiraría de Brontë y Humus se enmistaría con Fulmen y, por supuesto, ahora tanvién tendría a Ignis para amparar su descisión. Y Lumen... Lumen a saber, porque el principito era un ignorante.

El problema principal era que se armaría un buen escándalo como aquello continuase por aquel caudal. Eso sin mencionar los nervios del líder caeruleus, que ahora casi habían conseguido borrar su sonrisa.

La veía de cerca, con desdén de renacuaja. Que risa le daba mirarla, y pensar que ella se acercaba haciendo de "jefa mala" para intimidarle. Menuda estúpida.

Agarró la mandíbula de la chica en un rápido movimiento.

-Jill... -La besó bruscamente y remató la frase. - déjame en paz -. Sentenció antes de desapacercerse con una sonrisa desagradable. No estaba para rabietas de niña. Ya hablaría del tema de su "castigo". Opinión general de los líderes le había dicho, pero claro, aquella niña poco podía pensar.

*Desaparece*

Pensé que todo iba a salir a pedir de boca cuando sentí sus asquerosos labios contra los míos y, poco después, abandonando la sala, sin poder hacer nada.

Sin poder evitarlo, noté como descendían por mis mejillas el húmedo y frío tacto de mis lágrimas. No tenía muy claro por qué, pero no aguantaba más; sólo podía agradecer que Aren no estuviera para verme llorar.

- No pienses que te vas a librar - susurré rabiosa mientras con el brazo derecho me frotaba la cara, haciendo desaparecer cualquier señal de llanto.

Abandoné la sala rápidamente, no sin antes tirando con un brusco golpe los libros que había apilado a mi llegada.

*Se va*

Entré en la sala comun cargando con el pez, Tristán, mi mochila y un par de libros... se me estaba resbalando todo...
Entonces se me cayeron los libros, porque tropecé con un montón que estaban tirados por el suelo...
-Jope... la gente es una guarra... y una desordenada tambien... que asco...

dejo al pez encima de una mesita


*me pngo a recoger la sala comun un poco*

Entré en la sala común como otras muchas veces, con la sorpresa de haberme encontrado al joven piscis Silvanus.

- Vaya, vaya... - comenté con una sonrisa relajada -. ¿A quién tenemos aquí?

Resultaría muy interesante mantener una conversación con el pobre ilusionado de una sola oreja. ¿Qué tal le habría ido desde que casi intentó suicidarse?

- ¿Cómo te encuentras? - Pregunté acercándome a él acariciando y enrollando un mechón de mi pelo con uno de los dedos de mi mano izquierda.

La jefa Flamma entró en la sala, y por sus gestos, parecía contenta por haberme encontrado... a lo mejor quería restregarme que Aren era suyo... era una mala zorra... lo que no sabía es que Aren ya era mio... JA!

-Perfectamente, dije con un todo airado, sin dejar de colocar los libros y sin verla a la cara, haciendo como que no estaba- de hecho, estoy mejor que nunca. ¿y la señorita? ¿que tal se encuentra? dije sin dejar de hacer ni trabajo.

Tristán se posó en mi cabeza, por si tenía que defenderme de algo...

La reacción de Silvanus me desconcertó, ¿habría ya asumido y asimilado la verdad? Porque si fuese así, sería un gran progreso.

Estaba tan contento que hasta se permitió el lujo de tratarme con gran confianza.

- Verás... No entra en mi carácter estar de mal humor - respondí tapándome la boca con el tessen, tras haberlo sacado del gancho escondida en mi liga izquierda.

Me acerqué un poco más a él, tras haber cerrado el abanico que utilizaba como arma y manteniéndolo en mi mano izquierda lo puse tras mi espalda.

- Ya veo que has mejorado... mucho - comenté con tono sinuoso.

En cuanto me dice que he mejorado mucho, en ese tonito tan desconcertante, me paro y dejo caer mis hombros, abatido... la verdad es que hy estaba cansado.
-Cyanra... mi estado de salud te importa un comino, así que haz el favor de no incordiarme mientras intento ordenar un poco esto... o mejor aún... ¿por qué no me ayudas? dije poniéndole un par de pesados libros delante de sus narices.

Tristán miraba con los ojos muy abiertos la sitauación. Intrigado.

El piscis resultaba muy rudo, ¿sabía con quién estaba hablando? Poco después, colocó un montón de libros delante mía; pretendía que yo los recogiese, cuando no los había desordenado.

- Disculpa, ni tú ni yo tenemos por qué recoger este estropicio - comenté sonriéndole y tratando de resultar lo más simpática y relajada posible.

Recorrí el filo de mi tessen por su cuello, evitando producirle heridas o rasguños.

- Dejemos que lo haga el servicio - susurré agarrando con mi otra mano la suya que estaba agarrando los libros, acercándome un poco más a él.

-Bueno, por un lado tienes razon...-musité mientras bajaba un poco los libros.

Entonces ocurrió una cosa muy extraña, la jefa pasó su afiladísimo tessen por mi joven cuello y su mano libre agarró la mia, a lo que y dejé caer ls libros.
Entaba muy nervioso.
-¿Q-que demonios? ¿que pretendes?- dije con la voz temblorosa. Cynara... ¿que te pasa? sentía que mi respiración se había acelerado, a la par que podía oír los latidos de mi corazón recorrer todo mi cuerpo, en medio del silencio sepulcral de la sala.

Entonces saqué fuerzas de donde no las tenia y clavé mis esmeraldinos ojos en ella.
-Sueltame. Le ordené, mas yo no me mví para liberrme de su atadura.

Tras escuchar las preguntas del indefenso y tembloroso piscis aparté rápidamente el tessen y la mano que agarraba la suya, que había dejado caer los libros.

- No pretendo nada, sólo quiero tratar contigo - respondí con una gran sonrisa.

Me agaché ante él y recogí los libros, dejándolos después sobre la mesa que estaba a su lado; acercándome aún más a él.

Abrí el abanico y me aireé con cuidado generando una brisa agradable. Dirigí mi mano hacia el lugar donde debería estar su oreja y lo acaricié suavemente.

- ¿Por qué lo hiciste? - Pregunté con tono de interesada, ya que realmente me intrigaba la respuesta.

-Espero que solo quieras hablar, digo mas alividado. ¿y de qué si puede saberse?- pregunto con los ojos puestos en ella.

Entonces se acercó más que antes, no sin antes recoger los libros que se ma habian caido y entonces pronunció aquellas terribles palabras. Lo sabía. Mierda, lo sabía... pero yo no debía decir nada: Aren me lo había pedido.
Se me heló la sangre y mi cara palideció considetablemente, haciendo que el negro de mis moratones del cuello se notasen más. entonces pasó su mano por mi pelo, pasando por donde tendría que estar mi oreja.

-¿por qué hice qué?¿lo que?- pregunté nervioso, moviendo la vista para muchos sitios, buscando un foco de distracción... que no encotraba...

Tristán bufó malhumorado al sentir a la Flamma tan cerca de su amigo.

Su reacción resultó muy extraña, pensaba que había sido él quien se había cortado la oreja; ¿por qué entonces temblaba asustado? ¿Qué estaba ocultado?

Acaricié la cicatriz de lo que quedaba de su "oreja", quizás se daría cuenta de lo que estaba hablando. Bajé ligeramente la vista y observé varios moratones en su cuello.

- No creo que tenga que explicártelo, fuiste tú quien lo hizo - añadí con una sonrisa, aún jugueteando con la mano.

Acerqué mi cara un poco más hacia la suya y dirigí mi mirada hacia la suya, para que se viera acorralado y así presionarlo, y quizás soltaría de su boca aquéllo que parecía esconder, y que le ponía tan nervioso.

La lider continuaba juqueteando con mi pelo, en el espacio en el que faltaba mi oreja... entonces bajó la vista y ví que se fijó en los moratones... joder... estaba perdido...

Entonces asestó esas mortíferas palabras que entrarn como fuego hasta mi cerebro, haciéndolo trabajar al máximo... ¿que sabe? ¿po que quiere que se lo diga? ¿por que leches no para de tocarme el pelo? ¿quien le dijo lo de Aren y yo? Las preguntas volaban a través de mi mente, sin dejarme responder nada claro... debía ser cauteloso... yo no sabía hasta que punto ella sabía algo, por lo que no podía dar ningún tipo de pista que la hiciera atar cabos...

Entonces ocurrió lo peor que podía ocurrir... Cynara acercó más su cara a la mía, obligandome a observarla a los ojos... esos ojos... cálidos, rojos... como si millones de brasas ardientes se consumiesen en ellos... era insoportable...

No podía hacer tra cosa, por lo que hice lo que mejor se me daba hacer: llorar.

De mis verdes ojos rodaron gruesas lágrimas, que rodaron por mi cara y mi cuello.
No hacía ningún sonido, pero mis lágrimas caían sin control ante aquella inquisitoria mirada.

-¿hacer que?- pregunté entre sollozos... quería marear la perdiz lo máximo, para no tener que soltar prenda yo...

Tristán también se asustó y su valentía y bravuconería desaparecieron enseguida, por lo que voló para refujiarse detrás de la pecera del pez-