Sala común

Zacharyas me tomó la mano de repente, y yo parpadeé, extrañada. En seguida la volvió a soltar, diciendo que le había parecido ver algo en ella. Yo la estudié en lo que él hacía su movimiento, buscando irregularidades. Conocía mis manos a la perfección. La derecha tenía un lunar casi a la altura de la muñeca, y la izquierda tenía pequeñas marcas (la mayoría apenas visibles) de mis pocas oportunidades de jugar con alguien en serio al ajedrez.

Me bajé de la silla y fui hasta la de mi amigo, con Amatista en la mano. Apoyé la guadaña en su silla, tal y como la había apoyado en la mía, y "escalé" hasta sentarme en su muslo. Le cogí la mano, áspera y con alguna pequeña marca de quemaduras, y la puse con la palma hacia arriba sobre la mesa.

- Solo tengo marcas de ajedrez -expliqué, repasando con mi dedo sangrante las líneas de su mano y una quemadura-. Pero tengo muy pocas, porque nadie quiere jugar nunca conmigo. A la gente no le gustan las cosas realistas.

Hice una pausa y observé su mano, ahora manchada, intentando leer algo en ella, pero sin éxito. Nadie me había enseñado nunca a mirar la fortuna, después de todo. Puse mi mano, también con la palma hacia arriba, sobre la suya, y me reí un poquito al descubrir que apenas podía cubrirla. Sus larguiruchos y huesudos dedos sobresalían bajo mi mano como cipreses en un jardín.

- Tú tampoco pareces haber jugado mucho, ¿verdad? De hecho, diría que nunca -comenté, sonriente. Manché, por último, apretando un poco más el dedo, la yema índice de su mano, antes de llevarme, por último, mi propio índice a la boca y chupar los últimos restos de sangre.

Ella dejó el juego y caminó a Zacharyas, sentándose sobre sus piernas y poniéndose a juguetear con sus manos. Zacharyas la observó hacer sin decir nada, pero en cuanto puso su sangrante dedo sobre su mano, se estremeció.

Era extraña aquella chica, Zacharyas lo pensaba desde la primera vez que la había visto, pero la forma en la que pensaba no dejaba de extrañarle.

Se llevó la palma de la mano, ligeramente manchada de sangre, a los labios. La probó con la punta de la lengua y dejó salir el aire de sus pulmones.

-No está mal -dijo a Stalon, esperando que se lo tomase como un cumplido.

Él me imitó, llevándose la sangre a la boca, y tras "catarla" dio su aprobación. Me reí, divertida.

- Cuando era pequeña, no me gustaba el sabor de la sangre -dije tras sacar el dedo de la boca, observando la línea enrojecida de la herida con interés-. Me parecía un sabor demasiado fuerte y extraño, como chupar metal -apreté de nuevo el dedo, con la esperanza de que saliera algo más. Esta vez fueron apenas unas gotitas, que se mezclaron con la saliva, extendiéndose su color rojizo por la yema. Lamí el líquido y lo saboreé como quien prueba un helado-. Ahora, en cambio, sí que me gusta el sabor. Aunque nunca he probado la sangre de otra persona. ¿Sabe diferente?
Desvié la mirada hacia Amatista, preguntándome si sería un abuso utilizarla de nuevo.

El corazón de Zacharyas comenzaba a acelerarse. Aquella era una de esas ocasiones en las que el joven se sentía incómodamente cómodo, lo cual no era agradable. Estaba acostumbrado a que se le censurase o que todo lo que comenzaba así acabara mal.

-Se podría decir que sí -dijo mientras notaba un sudor frío comenzar a asomar a sus axilas-. Aunque no lo suficiente como que la mayoría lo diferencie... Es bastante sutil.

Así lo pensaba él, al menos, aunque no se considetaba un experto en la materia. Deseó cambiar de tema, pues aquel le gustaba demasiado como para sentirse cómodo con él.

Lo miré con un profundo brillo de admiración en los ojos. ¡Cuánto sabía! ¿Habría vivido muchas experiencias al respecto? Tomé su mano de nuevo y la estudié. No había marcas visibles, aunque cualquiera podía haber probado su propia sangre sin necesidad de marcas. Yo misma no recordaba la primera vez que había probado mi sangre. Sin embargo, hablando como hablaba del tema, podía esperarse de él que tuviera bastante experiencia en ese campo.

- Entonces... ¿te gusta más la tuya? -pregunté, interesadísima, girando el cuerpo levemente sobre su regazo para mirarlo mejor-. ¿Has probado muchas diferentes? -añadí, con los ojos muy abiertos y enorme curiosidad. Pensé de nuevo en Amatista, tan cerca de nosotros. Tal vez...

Desvié la mirada con un amplio círculo y me pasé la mano por los labios, pensativa. Tal vez...

- Déjame probar la tuya -sugerí finalmente, mirándolo de nuevo fijamente a los ojos. Aunque mi voz lo sugería, había algo en mi mirada que no daba opción a réplica. Al fin y al cabo, aún no tenía ningún regalo del chiquillo. Conocía sus inclinaciones, así que un poco de sangre sería un buen recuerdo...

Zacharyas tragó saliva, haciendo que su nuez bailase arriba y abajo. Notaba un tenue cosquilleo aflorar en su entrepierna, pero trató de no pensar en ello. No estaba seguro de qué era mejor, si negarse o dejarse llevar por aquello.

Contuvo su respiración, que se aceleraba. Para él, aquello era como que le pidiesen algo de semen: entre incómodo y, dada la situación, extrañamente excitante. ¿Quizás pretendía Stalon ser la mujer dominante que bebiese de su sangre metálica?

-Claro... -murmuró con su voz seca, mientras extendía su mano conteniendo el temblor-. Elige el sitio...

FdR- Monstruo excitazachs

Me agaché a tomar la guadaña y la sujeté con fuerza. Me reacomodé sobre él, apoyándome en su espalda para tener más equilibrio, y examiné la mano que me tendía una vez más. Finalmente, tras un momento de indecisión, propiciado por el hecho de que me estaba ofreciendo a mí la posibilidad de cortar la piel, decidí escoger el dedo índice, tal y como había hecho en mi caso.

Inmovilicé la guadaña entre mis piernas y cerré su mano en un puño, a excepción del dedo íncide, que dejé extendido. Dudé al escoger cómo cortarlo, pues tenía miedo de hacer un corte demasiado profundo. Finalmente, sin embargo, me decidí a apoyar el dedo del chiquillo en la hoja e, ignorando la tensión nerviosa de su cuerpo (no era más que un pequeño corte) deslicé su yema por el filo.

FdR.: Cejas cejas.

El dolor fue afilado, fino, frío. Los ojos de Zacharyas se abrieron de forma desorbitada, sus pupilas se contrajeron, dejó escapar el aire por la boca, en forma de un único jadeo. Antes de que su mano alcanzase el final de la hoja, se liberó de la mano de la pequeña parvus y cerró la mano sobre el último tramo de la hoja, como si empuñase una espada. El efecto fue inmediato, y sintió de nuevo como su piel era atravesada por aquel filo ansioso de sangre, esta vez a mayor escala. Una diabólica sonrisa se dibujó en sus labios mientras apartaba la mano. La sangre brotaba cálidamente y resbalaba por su muñeca, perdiéndose bajo su manga y empapando la capa inferior de su ropa. Podía percibir el olor dulzón desde donde estaba.

Al ver a Stalon, recordó repentinamente el lugar en el que se encontraba. La herida no era peligrosa, pero no dejaba de sangrar. Crispó su mano, y al mismo tiempo se crispó su rostro, percatándose del descontrol que había sufrido. Su descontrolado corazón le pedía más de aquello, pero él tenía el deber de soportar aquella llamada y calmarse, como le había enseñado su padre.

Hacía demasiado que no sentía aquello y era mucho más difícil de controlar que de costumbre.

El rostro se le desencajaba, fruto de la mezcla del sufrimiento y el placer. Todo su cuerpo se tensaba, preparado para cualquier reacción, mientras la sangre no dejaba de salir.

FdR- :'D

Aquella reacción me pilló completamente por sorpresa, y tardé un momento en reaccionar. Finalmente, lancé a Amatista al suelo sin miramientos y eché a correr por toda la habitación, en busca de algo, no sabía bien de qué. Pronto encontré lo que buscaba: En una de las mesitas distribuidas por la habitación había un mantelito de color cielo, no muy grueso, que cubría la superficie de la mesa.

Lo agarré sin miramientos, tirando al suelo un libro que allí había, y corrí de nuevo junto a Zacharyas, para envolver su mano en la improvisada venda, que pronto tomó un color rojizo. En todo este proceso no emití el menor sonido. Envolví su mano con algo de furia y mucha torpeza, y como no sabía cómo sujetar los pliegues del mantelito, me limité a sujetarlo con mis manos.

Me quedé observando la mano envuelta, y casi como jugando, fui manchando con su sangre las partes de la tela que habían quedado intactas. Me apoyé en su espalda, en la misma posición en la que estaba cuando se había cortado. Observé mis manos, manchadas de sangre, y luego dirigí la vista a la cara de mi amigo, algo intimidada, como un niño que, jugando, acaba de romper un jarrón.

-Yo solo quería un poquito...

Zacharyas logró contenerse mientras Stalon efectuaba la cura. Seguía teniendo los ojos muy abiertos, y respiraba fuerte, agitado, como si acabase de correr una enorme distancia, pero estaba más calmado, aunque solo fuera un poco.

La miró tratando de decir algo, pero no lograba más que boqueos y jadeos. Estaba demasiado alterado.
Apretó la mano sana y los ojos. Tragó saliva y, al fin, logró hablar, aunque lo hizo de forma entrecortada debido a la falta de aire.

-Yo...-jadeó con voz áspera.

No dijo más. Tenía los ojos húmedos a causa del esfuerzo, pero, poco a poco, lograba encauzarlo todo hacia la tranquilidad, como su padre le había enseñado. Notaba su cuerpo temblar, como si fuera un niño asustado.

De un par de patadas me deshice de mis zapatos a toda velocidad, y a continuación me puse en pie, apoyándome en el borde de la silla y en la pierna de Zacharyas. Tomé su cabeza entre mis brazos y la abracé, acariciando su pelo espeso con las manos, ignorando las manchas de sangre que iba dejando allá donde tocaba.

-Ea, ea -le dije, como quien acuna a un niño-. Es solo un corte. Un poquito de sangre. No hay por qué asustarse.
Bajé de nuevo a sentarme en su regazo, tomando otra vez su mano herida entre las mías. La apreté donde estaban los cortes y abrí un poco la "venda" para comprobar si la hemorragia había cesado. El corte más pequeño, el que yo le había hecho, casi había dejado de sangrar. Lo limpié como pude con el mantelito, que a aquellas alturas manchaba más que limpiaba, y me lo acerqué lentamente a la boca, con cierta cautela.

Me atreví finalmente a meter el extremo del dedo en mi boca y repasé la línea del corte con la lengua. Con tanta tranquilidad como lo había metido, lo saqué y envolví de nuevo, intentando secarlo.

-Ya está, ¿ves? -intenté animarlo-. ¿Te acuerdas de cuando me curaste? Ahora me toca a mí -me acurruqué más contra él, acariciándole la mano envuelta-. Tienes razón, no está mal.

Tenía un nudo en la garganta; un nudo de placer y miedo. La miró, de pronto como si fuera un animal asustado, mientras ella se metía su dedo en la boca. Sintió cosquillas en la yema del dedo cuando ella lo lamió, y luego el clásico escozor provocado por la saliva al penetrar en la herida.

-Soy un monstruo-dijo sin más, con voz seca y contundente-. Y no lo digo yo. Lo decían todos, desde que era niño y cogía piedras para matar pájaros y diseccionarlos...

Estaba cansado, pero más tranquilo.

-Mis vecinos tenían un perro que me encantaba. Era pequeño, un cachorro, y tenía el pelo largo y ondulado. Me gustaba tanto que una vez me colé en su casa por la noche. El perro no ladró porque me conocía. Vino a saludarme y yo lo apuñalé con un cuchillo... lo desollé y lo desmembré para verlo al completo... Tenía ocho años... Todos supieron que había sido yo y me llamaron monstruo.

A pesar de que hablaba muy bajito, al estar tan cerca de su pecho pude escuchar perfectamente lo que decía. Cerré los ojos y me dejé arropar por su voz suave un tiempo, hasta que calló. Entonces los abrí de nuevo y lo miré con expresión poco convencida.

-Desde que aprendí a andar, mis padres se han ido mudando de casa cada cierto tiempo para evitar la furia de los vecinos. Rompía ventanas, hacía hogueras en las puertas, me lanzaba sobre la gente con gritos de guerra y hacía mucho escándalo. Mi padre siempre intentaba tenerme vigilada para que no hiciera daño a nadie, mi madre me tenía miedo y mi hermana me odiaba. Todos me echaban las culpas si había alguna desgracia. Así que íbamos siempre de un sitio para otro. Incluso a Daën, cuando enfermó del hígado, le dijeron que era por estar tanto conmigo. ¡Y yo casi no le había hecho nada! -hice una pausa y me puse de nuevo en pie sobre la silla para jugar con su pelo-. Pero también de allí nos fuimos. Y Daën se puso muy triste, pero también él pensaba que podía ser mi culpa, que a lo mejor lo había envenenado. Y eran todo tonterías, claro, pero me mandaron aquí para que no causara problemas, porque mi madre no me quería ver más.

Le cogí la cara entre las manos y lo obligué a mirarme fijamente a los ojos, con expresión dramáticamente seria.

-Y vine aquí y conocí gente. Y un chico rubio me lanzó un hechizo, y una señora se enfadó conmigo. Pero, ¿y qué? Aren me dio un regalo y la chica flamma que no sabe hacer fuego me sonríe, y hay mucha gente muy graciosa y tú eres bueno conmigo. Una vez me atacaste, pero no pasa nada. Y ya no soy un monstruo, ni soy rara, ni nadie dice nada malo. Y a ti te pasa igual -asentí frenéticamente, con convicción.

FdR.: Noooo... Yo no soy rara... >.>

La escuchó en silencio, aprendiendo un poco de ella y descansando, notando como deceleraban los latidos en su pecho. Luego se aclaró la garganta, dejando ver una sonrisa triste, pero afiliada, cuando ella acabó de hablar.

-Mi padre quería que fuese herrero, como él, y que luchase con sus espadas. Yo vine aquí para ser mago, pero era una excusa... Lo único que quería era saciar mi sed de sangre y dolor participando en una guerra. Tarde o temprano me herirán, o yo heriré a alguien... Quizás hasta lo mate. Pero no me sentiré culpable porque las personas no me verán como un monstruo... Creerán que era lo correcto... ¿No me hace eso un monstruo?

Hacía mucho que no hablaba tanto, y deseó callar en ese preciso momento para que nadie más escuchase los horrores que lo atormentaban.

-No.

Pronuncié la palabra con tal rotundidad que no daba opción a réplica. Sonreí entonces y tomé su mano. La sangre había cesado de brotar y empezaba a secarse, dejando el mantelito rígido y pegándose a las heridas. Lo despegué con cuidado y miré la mano. Los cortes, como la sangre, empezaban a secarse.

-¿Quieres ser herido? ¿Quieres herir? -le puse una mano en el pecho, buscando su corazón para notar bombear su sangre, pero sus capas de ropa me impidieron notar los latidos, así que tomé su muñeca y le busqué el pulso-. Estás vivo y puedes sentir cosas. También dolor. Las personas sienten eso. Y el que diga que otro es un monstruo, que debe desaparecer o dejar de existir, ése es el monstruo -se me estaba formando un nudo en la garganta. Empezaba a acordarme de Sodeth, y eso no era bueno. Sentía que se me iba la cabeza, que me mareaba, así que la sacudí con fuerza y, busqué la distracción más cercana. Me abalancé sobre Zacharyas y lo besé en los labios con fuerza, casi con rabia, hasta quedarme sin respiración. A continuación me dejé caer en su regazo, con un sonoro y profundo suspiro, algo más tranquila.

-Mucho mejor -murmuré en tono casi inaudible.

Abrió mucho los ojos, tanto por inesperado como por... Inesperado. Cuando ella se separó de él pestañeó con fuerza y notó sudor frío en ambas manos. Ello hizo que el corte le escociese aún más.

Por primera vez desde su llegada a Brönte, y quizás por primera vez en mucho más tiempo, Zacharyas Blacksmith se notó enrojecer.

-Me alegro... -dijo con un hilo de voz.

Primero se ruborizó, pero luego comenzó a palidecer. ¿Cómo debía de sentirse en ese momento? Había sido su primer contacto con el mundo "sexual normal", por lo que tenía que analizar bien sus sensaciones, pero todo había sido tan rápido y confuso que no había analizado nada.

Miró a Stalon con dos grandes interrogaciones en los ojos, pero la buena educación y la timidez evitaban cualquier pregunta.

FdR- Zacharyas Blacksmith. 25 años. Primer beso XDDDDDD

Me acurruqué y apoyé la cabeza en su pecho, acolchado por las capas de ropa, y tomé una vez más entre mis manos la suya vendada. Una vez más, como si no lo hubiera hecho aún, quité la tela para examinar las heridas. Lógicamente, estaban exactamente igual que la vez anterior.

- Y nada de monstruos -solté de pronto, con voz autoritaria, tensando por un instante todos los músculos.

Me relajé de nuevo y, con los ojos semicerrados, comencé a repasar sus manos, siguiendo las líneas de las heridas por el tacto.

-De... de acuerdo... -balbuceó el caeruleus con su voz seca.

La miró. No sabía si verla como niña o como mujer, y la ausencia de relación con cualquiera de estas en su pasado hacía que no entendiera muy bien qué pasaba. No había tenido muchos amigos, ni muchos menos una novia, por lo que esa situación extraña era nueva para él. Lo que sí que tenía claro era que, tratándose de Stalon, probablemente tendría el más absurdo sentido, aunque la chica había demostrado saber razonar perfectamente.

Carraspeó y calló. No se atrevía a preguntar.

Permanecimos en silencio un rato más. Yo, en mí cabeza, había empezado a componer (o recordar, no estaba segura) una cancioncilla alegre y repetitiva, y me centré en ella hasta el punto de no saber si estaba solo en mi cabeza o si también sonaba en el aire.

El carraspeo de Zacharyas, que rompió el silencio en mil pedazos, me hizo darme cuenta de que no había ruido más allá de mi mente. De hecho, además de romper el silencio del aire, Zacharyas rompió también la música en mi cabeza, que paró y ya no volvió a sonar. Permanecí inmóvil un momento (había dejado incluso de acariciar sus heridas), hasta que me decidí a actuar.

Pensé en levantarme una vez más, pero estaba demasiado cómoda, así que me limité a estirar el brazo hasta su nuca, para obligarlo a bajar la cabeza y mirarme. Estudié su rostro, y tuve que contenerme para no echarme a reír con su extraña expresión.

- ¿Te encuentras bien? -pregunté con toda la naturalidad del mundo, incluso con cierta extrañeza por su actitud, como si acabara de encontrármelo-. Puedes hablar. ¿O te ha comido la lengua el mecña?

Zacharyas estuvo a punto de agitar la cabeza como un perro. Tuvo que recordarse a sí mismo que ya no era un zagal, forzar una sonrisa algo macabra, como todas, y negar.

-Ya estoy mejor... Siento el espectáculo que he montado.

Abrió y cerró la mano varias veces, notando el agradablemente desagradable dolor y notando como la costra se rompía con el movimiento. Algo más de sangre comenzó a fluír, pero mucha menos que antes, y cesó pronto.

-Ahora me avergüenzo -confesó.

Cuando sus heridas se reabrieron y la sangre volvió a brotar, la recogí con el dedo y me la llevé a la boca. Luego me encogí de hombros, sin entender muy bien sus reparos y vergüenzas. Abracé su mano con fuerza, esbozando una pequeña sonrisa.

-No es nada -le dije-. No pasa nada.

Mi voz iba sonando cada vez más débil, y en un momento dado me estiré y recoloqué sobre él.

-No debería darte vergüenza. Es una tontería -me tapé la boca con su enorme mano y posé los labios sobre la mayor de las heridas, cerrando los ojos, completamente relajada.

Zacharyas pensó que aquella chica era, sin duda, la persona que lo había tratado con más ternura desde su infancia, antes de que todos lo mirasen mal por lo que era.
Al notar sus labios sobre la herida pensó que podría, fácilmente, agarrarla y taparle las vías del aire, o estrangularla, o aturdirla lanzándole un hechizo en plena boca. Imaginó su dulce muerte, o su posterior deformidad. Comenzó a hacer cierta presión sobre el rostro de ella.

Pero no hizo nada.

Sus instintos eran una cosa, pero su padre le había enseñado que él podía ser otra clase de persona si se esforzaba, así que no importaba que todo lo que lo rodease pudiera morir. Lo que importaba era que aquella parvus se había ganado el aprecio de Zacharyas, y si bien su muerte le causaría un enorme placer, el tenerla viva a su lado era más importante.

FdR- amigos antes que paja

Poco a poco, mi respiración se fue haciendo más profunda. Noté la presión de Zacharyas sobre mi cara por un momento, que pronto se relajó. El tener algo tan cerca hacía que mi propia respiración me calentase la cara, lo que contribuía al sopor que me estaba entrando. Medio dormida ya, me revolví en su regazo por última vez, con un suspiro, abrazándome a su ropa y acomodando mi cuerpo al suyo.

Apenas me di cuenta de en qué momento comencé a dormirme o de lo que pasaba a mi alrededor. Sin ser consciente de ello, fui sucumbiendo hasta quedarme dormida, arropada por el calor de su ropa y su cuerpo.

Zacharyas, atrapado bajo mi cuerpo, permaneció inmóvil. Aquella situación, que ya había vivido anteriormente, no le pareció esta vez menos extraña. Al poco tiempo, él mismo acabó sucumbiendo al sueño.

*Se duermen*

Me desperté de forma gradual, con lo que nada me resultó extraño ni me sobresalté o hice movimientos bruscos. Me incorporé en la silla (esta vez cuidando bien de no molestar a Zacharyas, que aún dormía), le acaricié un poco el pelo y le di un beso en la mejilla. Bajé la vista a su mano, que resultó no tener mal aspecto.

De un salto bajé al suelo, me eché a Amatista a la espalda y, de puntillas pero con velocidad, salí en silencio de la habitación.

Un tiempo después despertó Zacharyas. Con su habitual silencio y tranquilidad, abandonó también la sala.

*Se van*

FdR.: Hola, voy a vomitar arco iris, ahora vuelvo.

Entré en aquella sala, animado por la idea de arrimarme a un buen fuego. Había nevado, y el frío entumecía aún más de lo habitual los agarrotados huesos de mis alas, haciendo el dolor prácticamente insoportable. Con el rostro inexpresivo, busqué la mejor forma de acomodarme en un sillón frente al fuego, y me quedé contemplándolo. Me resultaba agradable observar el chisporroteo de las llamas encerradas en la chimenea, y sentir el calor que emanaba de ellas y me envolvía. Al poco rato, empecé a sentirme capaz de relajar un poco la espalda.

Habría dado cualquier cosa por que alguien me arrancara aquellas estúpidas alas de cuajo.

*Se queda*