Sala común

No hago caso a sus comentario sobre ir a los jardines y me limito a permanecer en silencio, luego escucho lo de que la anciana habrá muerto de vieja y frunzo el ceño, algo cansado de esta chica.

—¿No lees los anuncios? Este palacio no es seguro, esté o no esté tu tío —Vuelvo a obviar su comentario sobre cómo debería comportarme y me aproximo un par de pasos para ver como juega con el dragón mientras me da la chapa de nuevo.

—Sí, será que quiere reproducirse... —Replico en tono cansino, más para mí que apra ella. Entonces pregunta por qué he venido a Brontë y me replica que no me siente con ella y no deja de balancearse. Doy un fuerte suspiro con los ojos cerrados y el ceño fruncido, me acerco a la mesa y agarro al dragón por el costado con mi mano derecha para luego irme.

—Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer y da igual todo lo demás —Respondo a su pregunta al mismo tiempo que doy lógica a mi comportamiento. —Adios —Digo para luego irme de la sala común y huir de esa charlatana pesada.


FdR: Tan amigable 8D

No me da ninguna explicación sobre los motivos por los que ha venido a palacio y anteriormente me ha respondido de una forma borde, por lo que me molesto un poco, pero mi expresion de enfado se cambia por uan de pena al ver como recoge a su dragón Noru y se lo guarda, para luego, huir de mi compañía, dejándome a mi sola, con la palabra en la boca y una cara de pena increíble.

Me quedo asi unos segundos, para luego, ponerme de pie de un salto con el puño a la altura de mi cabeza.- PUES YO QUIERO UN DRAGÓN! TITO NAGGY QUIERO UN DRAGÓN, O SEA, QUIERO UN DRAGÓN - repito de muy alto, para entonces, salir corriendo de la sala comun a toda pastilla para los dormitorios.

*se va*

Llegué a la sala común con un libro en las manos. Lo había cogido el día siguiente al que había conocido al claritas Corbin. A diferencia del que había devuelto aquel día, este recogía leyendas populares de Ventus y no (y esto era importante) se le caían las páginas cuando lo abría.

Me adentré en la estancia y me acerqué al sofá. Me senté y abrí el libro por el punto donde había concluído mi lectura el día anterior. Luego, tras echarle un rapido a la sala, comencé a leer.

*se queda*

Fdr. Estoy dando clase, pero termino en un ratito xD

Asomé la cabeza dentro de la habitación y miré a los lados. Tardé un momento en distinguir e identificar aquella cabeza pelirroja, pero cuando lo hice, no pude evitar un chillido de emoción. Retrocedí hasta salir de la habitación y cerré la puerta dando un portazo, para luego volver a abrir apenas la puerta y echar un vistazo por la rendija abierta. Ocultando a duras penas una sonrisa, abrí la puerta del todo de nuevo (quizás con algo más de fuerza de la necesaria) y entré el la sala, para acercarme corriendo a la figura que leía en el sofá. Cuando llegué hasta ella, me paré en seco y dejé ver mi sonrisa más amplia.

- Hola -dije, sin más.

Apenas había leído un par de páginas cuando un chillido resonó en mis oídos e hizo que me sobresaltase. Confusa, giré el cuello y clavé mi vista en la puerta (lugar de procedencia del ruido). Pude ver la espalda de una chica, pero antes de que pudiese decirle nada, la parvus (era demasiado bajita para ser de otra raza) salió de la puerta y dio un portazo que hizo que frunciese el ceño y entrecerrase los ojos. Contemplé la madera durante unos segundos y, cuando la chica abrió un poco la puerta, clavé mi vista en la rendija que había creado. Alcé ambas cejas, confusa, y esperé a que hiciese algo (si es que iba a hacer algo). Pasados unos segundos, la chica abrió de nuevo la puerta y se acercó hasta el sofá.

Al tenerla tan cerca, pude reconocerla: se trataba de la parvus a la que había visto un día en el comedor. No recordaba muy bien su nombre, pero creía que empezaba por una vocal y que era corto. Le devolví la sonrisa y cerré el libro. Lo apoyé en mis rodillas y saludé.

—Hola...

Cuando la chica apoyó el libro que leía en las rodillas, me puse de puntillas para ver el título. Después, me eché un poco para atrás y me senté en el suelo con las piernas cruzadas. Miré a la chica con expresión seria.

- Tú eres la chica del pelo rojo que quería comer -dije, asintiendo con convencimiento-. El chocolate te salvará, puedes estar tranquila -sonreí.

Me tumbé en el suelo boca abajo, con un suspiro aburrido, y bostecé. Rodé hasta darme la vuelta para mirar al techo.

- Qué día más empedrado hace -murmuré con expresión sombría.

Ladeé la cabeza al ver que la chica se sentaba en el suelo.

—¿No prefieres sentarte en el sofá? — inquirí, echándome a un lado —. O... O sea, no digo que el suelo esté mal, pero... A lo mejor el sofá es más cómodo... Y menos frío, o algo así...

Me llevé una mano a la nuca y la miré. Al parecer, ella también se acordaba de mí o, al menos, de nuestro encuentro. Me pregunté si le pasaría lo mismo que a mí y no recordaría mi nombre. Hacia bastante (de hecho, hacia un montón) que no la veía, así que supuse que eso sería lo más lógico y normal. Además, mi nombre tampoco era tan estrafalario como para que se le quedase grabado habiéndolo escuchado una sola vez.

—Sí, esa soy yo... — murmuré. Esbocé una tímida sonrisa y me pasé una mano por la nuca. No entendía lo del chocolate —. Y... Eh... Bueno, supongo que el chocolate... eeeh... Me salvará del... Hambre... — Ensanché la sonrisa y me mordí el labio inferior —. ¿No...? — A lo mejor no se refería a eso, pero no le encontraba otro sentido al comentario. Si no era del hambre, ¿de qué podría salvarme?

La chica se tumbó boca abajo y bostezó. Luego se dio la vuelta. Me pregunté si estaría cansada y posé mis pupilas en una ventana para ver el exterior.

—Sí, hace un día... Raro... O sea, hace mal día... — respondí. Volví mi vista a ella y sonreí —. Pero a lo mejor mejora después...

Fdr. se me borró un post cuando lo tenía terminado E__E

Volví a rodar hacia ella y la miré sonriendo. Rebusqué en mis bolsillos hasta encontrar lo que buscaba: un corcho de botella.

- Tú puedes ayudarme -le dije, con ojos brillantes, abalanzándome sobre sus piernas y abrazándolas. Le mostré el corcho con expresión triunfante y se lo puse en las manos. Luego le dediqué una sonrisa cómplice-. Quémalo.

Con un impulso, me subí al sofá, a su lado, y la miré a los ojos, como escrutándolos. A continuación desvié la vista a sus manos y me quedé completamente inmóvil, expectante.

FdR.: Eso duele xDU

La chica sacó un corcho de botella de uno de sus bolsillos y yo alcé las cejas. ¿De dónde lo había sacado y por qué lo llevaba encima? Un corcho de botella no era el típico objeto que uno guardaba. O al menos no era el típico objeto que yo guardaría. ¿Qué podías hacer con él?

La parvus dijo que yo podía ayudarla y me abrazó las piernas. Esbocé una sonrisa entre tímida y nerviosa y la miré. Ella me mostró el corcho y me pidió que lo quemase antes de subirse al sofá. Tragué saliva. Yo no podía quemar el corcho. O al menos no podía quemarlo sin una chimenea o una hoguera o algo de fuego cerca. Es decir, yo no podía generar fuego, que parecía que era lo que ella quería que hiciese. Observé el objeto y me mordí el labio inferior, sin saber muy bien qué hacer. Pese a tener el pelo rojo, yo no era una flamma. Mis orejas puntiagudas apenas sobresalían, pero yo no era una flamma por mucho que la gente se confundiese. Y si no era una flamma, no podía conjurar un flagare ni nada que pudiese quemar el corcho. Suspiré y miré a la chica. Le tendí el corcho y me pasé una mano por la nuca. Posé las pupilas en un cojín.

—Lo... Lo siento, pero no puedo quemarlo... — Me aparté unos mechones y le mostré mi oreja derecha —. No soy una flamma y... Eh... No puedo.

Fdr. voy a comer -3-

Ladeé la cabeza ante su negativa, y me encogí de hombros. Tomé el corcho de sus manos rápidamente y lo guardé con un suspiro. Luego dirigí la vista al frente y comencé a tararear, moviendo las piernas al ritmo de la música.

- Entonces sí eres oscura -comenté, con una sonrisa nostálgica. Reí con fuerza y me levanté de un salto-. Pues quédatelo. De regalo -dije, volviendo a ponerle el corcho en las manos.

Di un par de vueltas alrededor del sofá, antes de acuclillarme de nuevo frente a ella y comenzar a pasarme un dedo por los labios. Qué era... Qué era... Eso. Volví a sentarme en el suelo y me quedé mirando su pelo con atención. "Ven, ven", me repetí mentalmente, con el ceño fruncido por el esfuerzo.

Vi cómo cogía el corcho y volví a llevarme una mano a la nuca.

—Lo siento — murmuré.

La observé en silencio, mientras pensaba en qué podía decirle. A lo mejor era buena idea preguntarle por su nombre. Si le explicaba que no tenía una memoria excelente, a lo mejor no se molestaba o se lo tomaba a mal. Antes de que decidiese qué hacer, sin embargo, ella habló y me volvió a poner el corcho, que anteriormente había guardado, en las manos. Volví a esbozar una sonrisa tímida y guardé el regalo en uno de mis bolsillos. No sabía qué haría con él, pero tampoco sabía cómo se lo tomaría si lo rechazase.

—Gracias... — murmuré. Luego pensé que a lo mejor debería regalarle yo algo y rebusqué en mis bolsillos. No encontré nada, pero sabía que sí que había traído cosas pequeñas de casa (pulseras, por ejemplo). A lo mejor quería una —. ¿Quieres una pulsera...? — pregunté, con una pequeña sonrisa dibujada en los labios. Me llevé una mano al cuello —. O... O sea... A cambio del corcho... Te doy una pulsera... Así puedes iniciar un... eh... Una cadena de... objetos... O de favores o cómo se llame...

La miré. Ella dio un par de vueltas alrededor del sofá y luego volvió a bajar al suelo. Posé mis pupilas en las suyas y ladeé la cabeza. Me pregunté qué estaría mirando con tanta atención.

—¿Pasa algo...?

La chica de pelo rojo seguía hablando mientras yo intentaba concentrarme, y así, lógicamente, era imposible. Sin embargo, como parecía una buena chica, decidí pasarlo por alto. Me acerqué a ella otra vez, sin apartar la vista de su pelo.

- ¿Quieres decir... darme algo a cambio de un regalo? -como pagar. Mi amigo Aren ya había mencionado algo similar una vez, así que supuse que era costumbre entre la gente oscura. Bajé la vista del pelo a sus ojos-. Una pulsera -miré de nuevo el pelo-. ¿Y de qué color es?

Me senté otra vez en el sofá a su lado y, con timidez y algo de miedo, toqué un mechón de su pelo con el dedo índice. Tras un momento de duda lo tomé entre mis manos con cuidado, y luego rebusqué en mis bolsillos hasta dar con uno de mis tesoros. El pelo que yo poseía, de color anaranjado, era algo más apagado que el de la chica. ¿En serio no le servía para quemar cosas? Tenía toda la pinta de quemar un montón si lo tocabas...

Asentí.

—Exacto... — Esbocé una tímida sonrisa —. Así es como un trueque y... No sé, a lo mejor puedes ir consiguiendo cosas más interesantes a medidas que vayas cambiando cosas... — Reí con suavidad —. Había un cuento que iba de eso... Pero a la protagonista se le rompía su primer objeto antes de poder hacer ningún cambio... — Me encogí de hombros —. Pero supongo que a ti no te pasará... porque... eh... porque no sería algo de cristal y... Entonces sería más difícil de romper... — Me llevé una mano a la nuca. Había leído aquel cuento hacia mucho, así que no me acordaba muy bien, pero recordaba que iba de cambiar cosas —. La pulsera puede ser del color que quieras... O... O sea, tengo muchas de diferentes colores. No están todos los colores, pero hay muchos diferentes, así que puedes escoger. — Sonreí con timidez —. Puedes coger la que más te guste, aunque las tengo en el baúl del dormitorio y tendríamos que ir a buscarla.

Me llevé de nuevo una mano a la nuca y la miré. Había vuelto a sentarse en el sofá. Al ver que acercaba su mano a mi cabeza, me eché un poco hacia atrás, pero cuando comprobé que no iba a hacerme nada malo, volví a mi posición original y dejé que su dedo índice tocase un mechón. Dejé que lo tomase en sus manos y observé cómo sacaba algo de sus bolsillos. Fruncí ligeramente el ceño.

—Eh... Eh... ¿Qué... Qué haces...?

Fdr. tengo que ordenar la habitación, así que igual tardo en responder >_<

Me eché hacia atrás un momento, soltando el mechón de pelo, ante su pregunta. Alargué mi brazo hacia ella, mostrando el pelo que yo tenía en la mano, con una pequeña sonrisa.

- El tuyo es más bonito -dije.

Entonces, sin poder evitarlo, bostecé. Miré el libro que aún tenía sobre las rodillas y lo señalé, sin acercarme demasiado.

- ¿Qué es? ¿Es de chicos de plumas? Aún no tengo ninguna pluma, aunque quería una...

Rebusqué en mis bolsillos, pero lo más parecido a una pluma de aether que tenía era la pluma que Aren me había dado. La apreté con fuerza en mi mano, sonriendo para mí.

- ¿Te gustan los chicos de plumas? -pregunté.

Observé el pelo que sujetaba con su mano y fruncí ligeramente el ceño, pensativa. Por el tono, debía de ser del flamma Runek o de alguien que no conocía, porque ni Rick ni yo (los dos únicos pelirrojos que había visto) teníamos un color tan claro.

Esbocé una tímida sonrisa al escuchar su elogio.

—Gracias — murmuré, con un ligero rubor pintado en las mejillas.

La chica bostezó y señaló el libro que tenía sobre las rodillas. Preguntó de qué iba y, al descubrir que iba sobre aethers (o chicos con plumas, como los llamaba ella), sacó una pluma del bolsillo. Ladeé la cabeza. ¿De dónde había sacado eso?

—Los aethers... Bueno, no conozco mucho, pero el que conozco me cae muy bien. — Esbocé una amplia sonrisa —. Se llama Heylel... Y es muy simpático... — Me llevé una mano a la nuca —. Seguro que a ti también te cae bien — aseguré —. Aunque dudo que te dé alguna pluma... O a lo mejor sí... Quién sabe...

Fruncí ligeramente el ceño, pensando si Heylel le daría una pluma o no. No encontré respuesta, pese a estar pensándolo durante un buen rato. Me encogí de hombros y me puse en pie. Había estado hablando con la parvus durante un buen rato y se me había olvidado de ir a comer, así que ahora tenía bastante hambre. La miré y esbocé una tímida sonrisa.

—Eh... Yo voy a ir al comedor a comer... — Me llevé una mano a la nuca —. Ha sido un placer... Eh... Hablar contigo y, ¡bueno!, si quieres venir, ven... Pero, bueno, el caso es que... Yo me voy ahora, así que... Ya nos veremos, en unos minutos o en unos días... O en unas horas o así... Eh... — Esbocé una tímida sonrisa —. Hasta otra...

Tras despedirme, y al ver que no parecía moverse, me fui de la sala común.

*se va*

Fdr. me voy uwuU

Después de que la chica se marchara, me tumbé en el sofá y comencé a repasarme un dedo por los labios, pensativa. Al cabo de un rato me giré hacia la hoguera, que estaba apagada. Me toqué el brazo, con un suspiro exasperado. ¿Dónde habría un poco de carbón? Tuve el impulso de ir a buscarlo, pero no llegué a moverme. Volví a bostezar.

*Al cabo de un rato, se queda dormida*

Desperté jadeando y abriendo los ojos como platos, al tiempo que me incorporaba, confusa. Algo no iba bien. Tras mirar a mi alrededor, me di cuenta de que me encontraba en la sala común del Palacio de Brontë... Como era lógico. Apreté los puños y sacudí la cabeza, con un mohín de disgusto. No. Algo no iba bien.

*Se va corriendo*

Entró en la sala común buscando algo de calor y un lugar en el que relajarse. Cualquiera podría decir, al ver el día a día de aquel muchacho, que Zacharyas estaba aburrido y, seguramente, buscaba algo de emoción en su vida, pero qué equivocado estaría. Desde siempre, el caeruleus había sido de lo más tranquilo. Incluso le contaban que de pequeño no lloraba ni cuando se hacía daño, aunque eso para él tenía ya una explicación.

Se hundió en un sillón y entrecerró los ojos. No solía estar despierto a esas horas, pero el mal ya estaba hecho.

Bostezó y vio entonces, frente a sí, un ajedrez envejecido. Como no tenía nada mejor que hacer, puso cada pieza en su lugar de origen y se puso a jugar consigo mismo.

*se queda jugando*

Abrí la puerta de golpe, como era mi costumbre, y eché un vistazo general a la estancia. Pronto mis ojos se detuvieron en una figura encorvada sobre un tablero de ajedrez. Sentí que el corazón iba a salírseme del pecho. ¿Cuándo lo había visto por última vez?

Arrastré el pie derecho por el suelo, como un Karnikarsh que se prepara para embestir, y eché a correr hacia el chiquillo, golpeando un par de muebles a mi paso.

- ¡¡¡HOLAAA!!! -grité, abrazándome a la pata de su silla con fuerza, como si de mi más preciado amigo se tratase. Me puse en pie y apoyé las manos en su pierna, mirándolo con mi mejor sonrisa-. ¡Cuánto tiempo! Ya te daba por muerto. Aunque veo que el que está matando eres tú... -Añadí, asomándome a mirar la disposición del tablero-. En esa batalla falta un poco de sangre... Así es poco realista -comenté, asintiendo con solemne convicción.

Zacharyas abrió los ojos con sorpresa al ver a la pequeña parvus.

-Hola... -dijo con su voz gastada, pero todo sonido fue eclipsado por los gritos de ella.

La miró risueño. Estaba bien toparse con alguien de vez en cuando.

-Tienes toda la razón -dijo ante su comentario de la sangre-. Pero supongo que jugar con personas de verdad sería cruel.

Hurgó en su capa, sacando un trozo de su dura tarta de cumpleaños. Le pareció algo grosero ofrecer algo así a alguien, pero creyó que ella aceptaría el gesto.

-Oye, Stalon... No creo que siga siendo comestible, pero ¿quieres un trozo de tarta? Puedes dárselo a los patos -. Sonrió como pudo, algo tímido.

Tomé aquello que el chiquillo me ofrecía con expresión seria y el ceño fruncido.

- ¿Tarta de pato? -pregunté, sorprendida-. ¿Está buena? No la conozco...

Arranqué un trocito y me lo metí en la boca. Aunque algo seca, tenía un sabor agradable y peculiar, aunque no tenía el menor regusto a pato. No tardé mucho en comerme el trozo entero, completamente encantada. A pesar de que llevaba en pie desde primera hora, no había bajado a desayunar.

- ¡Qué rica! -elogié, con una sonrisa-. ¿De dónde la has sacado? ¿La has hecho tú? ¿Es típica de Caligo?

Mientras hablaba, apoyé a Amatista en una silla frente a mi amigo y me senté en ella de un salto. Analicé el tablero en busca de fichas mal situadas. Encontré un peón, probablemente un señuelo, que fácilmente podía ser comido por un caballo, y sin dudarlo me lancé a por él. Cogí mi ficha con la mano derecha, mientras pasaba el dedo índice de la izquierda por el filo de Amatista, sin vacilar. A continuación, cogí con la izquierda el peón, manchando la cabeza redonda de la ficha, y la dejé fuera del tablero. Marqué con el dedo sangrante la casilla en la que, al momento, coloqué el caballo.

- Mucho mejor, ahora ya parece una batalla -asentí con una sonrisa, satisfecha-. Te toca.

-¡No te la comas...!- exclamó Zacharyas con un hilo de voz mientras palidecía, si acaso ello era posible.

Observó como la chica se terminaba la tarta y deseó con todas sus fuerzas que no tuviese dolor de estómago después de aquello. Trató de calmarse pensando que aquello no podía ser tan malo para la salud de nadie...

-Me la mandó mi madre por mi cumpleaños -comentó, todavía algo nervioso, y también tímido-. Se cree que sigo teniendo ocho años...

Negó para sí. Las madres no cambiaban jamás.

Observó entonces la jugada de la chica, y un escalofrío lo recorrió al ver la sangre.

Apretó la mandíbula. Deseaba probarla.

El caballo estaba ahora en una casilla blanca (o roja). Zacharyas lo comió con su alfil, como había planeado en su mente antes de la intervención de la chica.

- ¿Tu cumpleaños? ¡Feliz cumpleaños! -exclamé, encantada-. ¿Cuántos tienes ya? Mi madre por mi cumpleaños me mandaría al infierno -bromeé-. Pero mejor, porque es allí donde acaba todo lo que me mandan...

Miré el fuego que chisporroteaba en la chimenea. ¿Qué mejor regalo que alimentar las llamas con cartas?

Zacharyas comió al caballito con su alfil.

- ¡Vaya! Esa casilla es un imán de la muerte... -comenté, tocando con el dedo el caballo, ya fuera del tablero, para marcar su muerte. Para mi decepción, no había más fichas que pudiera comer, así que cogí una torre con la mano limpia y avancé con ella tres casillas.

No parecía llevarse bien con su madre, por lo que dijo. O quizás simplemente estaban enfadadas, o era cínica... O a lo mejor, pensó Zacharyas, lo había interpretado mal.

-Veinticinco. Fue hace dos semanas ya, así que no necesitas felicitarme.

Nuevamente, Stalon marcó una pieza con sangre. Mientras movía, Zacharyas mantuvo sus oscuros ojos puestos en la cabeza de aquel caballo de color marfil. Dirigió, entonces, su mirada a la chica. Tenía ganas de tomar su mano y observar de cerca el corte.

La miró fijamente, abstraído, sin pestañear, sacando de algún lugar la razón suficiente para hacer avanzar un peón de forma algo aleatoria.

Como en la vida real, los peones eran mandados sin ton ni son a una más que segura muerte.

- Da igual, no te he visto desde entonces -repuse, algo distraída, mirando el tablero-. Veinticinco son muchos. No eres tan chiquillo ya. Te has hecho mayor.

Si lo hubiera tenido más cerca, le habría dado un par de palmaditas en la cabeza.

Observé que movía un peón directamente hacia mi torre, y abrí mucho los ojos. Tomé la torre y observé mi dedo. El corte era superficial y ya dejaba de sangrar, asi que di un golpe al peón con la mano derecha, haciéndolo caer sobre el tablero, mientras con el pulgar y corazón de la izquierda me apretaba el índice para hacer salir más sangre. Marqué la casilla y dejé encima la torre. A continuación, marqué el peón y lo dejé junto a los otros fallecidos.

- Esto está siendo un auténtico baño de sangre... -comenté.

Cuando parecía que la sangre dejaba de brotar, Stalon apretó de nuevo, haciendo que volviera a fluir, reabriendo la herida. Zacharyas notó cómo los finos pelos de su nuca se erizaban y en un acto reflejo tomó la mano de la muchacha, con los ojos muy abiertos, casi desorbitados. Pronto se dio cuenta de su error y la soltó, soltando a la vez todo el aire de sus pulmones por la nariz, notando que se deshinchaba.

-Lo siento -murmuró. Acto seguido mintió-. Creí que tenías algo en la mano. Falsa alarma.

Notaba el sudor bajo su ropa. La zona que rodeaba sus axilas estaba húmeda, aunque por suerte nada de esto se veía, puesto que llevaba tres capas de capas.

Se centró en el tablero. Avanzó con otro peón de forma que quedase en la casilla anterior en diagonal a la torre, de forma que podría comerla en el turno siguiente.