Sala común

Una vez, cuando era pequeño, había azuzado a un criado para que trajese un médico que me amputase las alas. Por supuesto, me cercioné de repetirle varias veces, mi madre no debía saber nada. No sirvió de mucho. Siempre había dado miedo a los criados, pero mi madre me superaba con creces. Todo lo que recibí fueron gritos.

Una sonrisa aviesa floreció en mi rostro. Me habría gustado arrancarle cada pluma de sus alas, individualmente, romper cada pequeño huesecillo de aquella espalda, para que aquella furcia supiera lo que se sentía. Lo más triste era pensar que, probablemente, a ella no le hubiera importado todo aquello mientras yo mantuviera mis alas en su sitio.

Maldecía cada conexión de su cerebro que le hacía llegar a aquella conclusión. Maldecía cada gota de sangre aether que corría por mis venas, y también cada gota de sangre flamma que corría por las venas de mis hermanos. Inspiré profundamente, tratando de calmarme. Pronto, muy pronto, todo aquello acabaría. Cualquier excusa podría valer. Una batalla, una bestia descontrolada. En cualquier momento, algo amputaría aquel burdo peso, aquel esqueleto sobre mi espalda. Mi madre no podría decir nada al respecto. Un accidente, cualquier cosa serviría. Pensaba encargarme personalmente de conseguir deshacerme de...

Una presencia a mi espalda interrumpió el hilo de mis pensamientos. No habló, no hizo apenas ruido, pero podía sentir que había alguien. De forma instintiva, me eché hacia delante en mi asiento y cubrí mis alas con la capa. Después, me volví hacia la presencia... y me sentí como si acabaran de clavarme una espada de parte a parte.

Era joven, de aspecto saludable, incluso podría decirse que hermosa. Tuve que reprimirme para no expresar en un gesto la enorme repugnancia que me provocaba. Era el sueño de mi madre; la hija que siempre hubiera querido tener. Probablemente, si la viera, se la comería con los ojos. "Una mujer así falta en mi estirpe", diría.

Volví a la realidad carraspeando levemente, y fijé mis ojos ambarinos en ella.

-Buenas tardes, señorita -saludé, inducido por aquel estúpido protocolo que tanto odiaba.

Se pasó un mechón de aquella angelical cabellera tras la oreja, dejando ver que no era del todo aether. Enarqué una ceja, apenas un instante. Vaya, vaya. Así que tenía ante mí nada menos que una versión bien hecha de mí mismo. Qué conmovedor. Al menos, su otra mitad no era flamma, porque habría resultado hasta irónico. Sonreí interiormente al imaginar la envidia de mi madre frente a la madre de aquella criatura tan perfecta. No era dificil pensar que estaría dispuesta a cederle a aquella mujer toda la fortuna familiar solo por su aspecto. Solo faltaba descubrir sus orígenes. Si resultaba formar parte de la nobleza, bien podía despachar todas las posesiones familiares en ella, que nadie me lo reprocharía jamás. Mejor una desconocida perfecta que una pandilla de niños cubiertos de escamas. Casi podía ver a mi madre en mi cabeza, adorándola y engalanándola, volviéndose hacia mí a cada momento para sugerirme "sutilmente" que sería una fantástica esposa. Casi me daban ganas de echarme a reír.

-En absoluto, válgame Mithos -repuse, hablando sin darme cuenta a través de fórmulas de educación-. De hecho, deberíais tomar un asiento más adecuado. La piedra es muy fría en invierno, a pesar de que el fuego permanezca encendido casi la totalidad del día.

Traté de mostrar una sonrisa amable. Con su comportamiento, la mujer me hacía sentir como una especie de anfitrión, y aunque estaba acostumbrado a comportarme como tal, no estaba seguro de que aquella situación lo requiriera.

Rápidamente recolocó los muebles a su gusto y se sentó junto al fuego. Con esfuerzo y movimientos algo aparatosos, volví a mi primera posición. La joven no parecía interesada en entablar conversación. Discreta pero firme, habría dicho mi madre, asintiendo con orgullo. Desde luego, me había encontrado con una auténtica muñequita de porcelana que ella habría añadido encantada a la decoración del palacio principal. A lo mejor podía disecarla y mandársela por correo. Aunque, ¿qué es una muñeca sin marca ni nombre de fábrica? Así pues, decidí conocer el suyo.

-¿Sería inoportuno preguntaros vuestro nombre? -formulé sin mirarla, fijando la vista en el fuego.

Cuando volvió la vista hacia mí clavé mis ojos en los suyos. Sarcasmos aparte, empezaba hasta a resultarme curiosa. Parecía diseñada con sumo cuidado para encajar a la perfección colgada del cielo. Incluso sus ojos harían juego con el color del fondo. Era la clase de figura representada en cuadros, de rasgos exageradamente delicados a la par que sensuales y tonos luminosos. La única diferencia era que ella no era una exageración de nada, sino una persona real.

Fier Galatea. Incluso su nombre era suave. Todo en ella parecía hecho para ser suave. ¿De dónde había salido semejante cisne? Parecía casi artificial.

-Cierzo Cogo -respondí secamente, con una leve inclinación de cabeza.

Cierzo. Un nombre horrible. Pensado para un estrell y aplicado a una alicorta.

No pude evitar soltar una risita jocosa, con un leve deje de amargura, cuando expresó su opinión. Fuerza. Vigor. Rebeldía. ¿Cuántas veces habría oído toda aquella patraña? Yo sabía el por qué de mi nombre. Mi madre había decidido que yo llegaría a volar, y que entonces haría honor a mi nombre. La recordaba, cuando era pequeño, preguntando una y otra vez por mis progresos. Sin embargo, mis alas jamás se han movido un ápice por sí mismas. Jamás. Tampoco me había hecho nunca ilusiones al respecto. Casi prefería que no se movieran. Probablemente, si se movieran, me harían mucho más daño.

No respondí a la joven. Tampoco parecía estar muy interesada en entablar una conversación, y yo ya estaba cansado de formalidades. Me limité a apoyar los codos en los brazos del sillón y los labios en las manos, mirando fijamente al fuego. Fuera, seguía nevando, pero el dolor de mis alas había remitido.

No me moví ni un ápice cuando ella cerró el libro, ni siquiera cuando comenzó a examinarme. No me importaba demasiado que me mirara. Desde pequeño, me había acostumbrado a que la gente me dirigiera miradas de extrañeza de vez en cuando, puesto que mi aspecto no era demasiado convencional. Muchos llegaban a examinarme sin el menor tapujo. Cualquier clase de examen me resultaba indiferente, especialmente si no incluía mis alas. En ese aspecto sí solía ser más meticuloso, especialmente porque no solía transmitir aspectos positivos, sobre todo entre los aether. Algunos las miraban con lástima, otros se estremecían al imaginarse esas alas como propias; la mayoría apartaba la vista con repugnancia. Otra de las ventajas de estar en Brontë era esa, la ausencia (en teoría) de seres alados. Resultaba cuanto menos irónico que la primera persona que había encontrado nada más llegar fuera de esa raza.

La miré un momento de reojo. Seguía mirándome, pero no parecía verme ya. Probablemente estaría pensando en cualquier otra cosa. Parecía una persona de lo más reflexiva. Volví la vista al fuego.

FdR: u.u aún no sé expresar muy bien que dejo la oportunidad abierta de que sea detenida, pero en fín, ahí está.

De pronto me puse en tensión. Lentamente, se levantó, se acercó y extendió sus alas, rodeándonos. Las contemplé en toda su majestuosidad, maravillado y celoso a un tiempo por la facilidad y gracia de sus movimientos y el aspecto suave y brillante de sus plumas. Mientras me hablaba, me rozó la mejilla con un dedo, y yo alcé y junté las cejas, extrañado. No entendía su forma de actuar ni sus palabras. Sentí el roce de su cálido y suave dedo bajar por mi escamosa mejilla hasta la barbilla, donde se detuvo. Mientras hablaba, clavé mis ojos en los suyos, y comprobé que me miraba también. Parecía de pronto poderosa y temible como una Gayatri. Entonces, terminó su parlamento y se dirigió a la salida.

Me levanté y avancé un par de pasos detrás de ella, con expresión de extrañeza.

-Lo lamento si he dado esa impresión -comencé. No entendía muy bien lo que pasaba-. No era mi intención. Lo último que siento es aversión hacia vuestra persona, eso puedo asegurarlo. Veo inútil, pues, cualquier referencia a un desafío, a no ser amistoso. Al menos, por mi parte.

No mentía. Si bien era cierto que me parecía demasiado inaccesible como para inspirarme confianza, no sentía la menor aversión hacia ella. Tal vez envidia, celos, la angustia de no poder igualar jamás un porte y gracilidad como los suyos. La aparente ausencia de dolor que inspiraba, aquella suavidad y luminosidad que la rodeaban me hacían sentir un gusano frente a una mariposa. Más allá de eso, no guardaba ningún sentimiento negativo hacia ella, y me preguntaba qué aspecto de mi comportamiento podía haberle inspirado algo así.

Se detuvo, y tras un momento se volvió hacia mí. Al parecer, aceptaba mis palabras, con lo que relajé mi expresión. No tardé en volver a tensarme, sin embargo, cuando se acercó a mí y agarró el borde de mi capa. No hice ningún gesto ni movimiento para apartarla, pues temía comenzar otro conflicto, pero me mantuve en guardia, como un animal que vigila a su oponente.

Cuando soltó mi capa me relajé un poco, aunque su mano seguía sobre mi pecho, con lo que parte de la tensión seguía ahí. Aseguró que tenía que marcharse, y yo me limité a asentir, tragando saliva. Acabó por apartar la mano y disculparse por sus palabras, con lo que volví a asentir, ahora casi como una despedida. Aunque su sonrisa parecía flaquear al final, la mantuvo todo el tiempo. Era una sonrisa curiosa, casi como un trazo de pincel sobre sus labios, tan suave como cualquier otro elemento de su ser.

Me mantuve quieto, viéndola marchar. Luego me volví hacia el fuego, pensando si volver a sentarme. Sin embargo, me encontraba bastante mejor y me apetecía moverme un poco, con lo que yo mismo abandoné también la sala.

*Se va*

Hoy es día de sala común y lo es porque me apetece recostarme un poco en el sofá frente a la chimenea con un buen libro entre las manos. Pero antes, acabar la carta a Gabrielle. No hay mucho que contar, ciertamente. No me gustan demasiado los días en los que no puedo contarle nada interesante aunque tampoco me gusta darle malas noticias. Pero igualmente escribo continuamente, porque me gusta recibir sus cartas. Cuando las leo, casi parece que puedo ver su cara sonriente frente a mí mientras su voz me tranquiliza.

Saco el retrato de mi bolsillo y lo miro fijamente. Si no fuera por este recuerdo casi habría olvidado la cara de Gabrielle después de tanto tiempo sin verla. La distancia y el paso de los meses han hecho que me acostumbre un poco a estar sin ella, sin embargo sigo sintiendo que la necesito a mi lado. Me llevo la imagen al pecho con la cara algo compungida, como si con ello le enviase un abrazo.

—No sé cuántas veces te habré dicho ya lo mucho que quiero verte... —Susurro y una sonrisa se presenta ante mí solo de pensar en lo que ella diría. Me pongo a escribir los últimos renglones y cierro la carta, sin perder de vista el retrato que dejo sobre la mesa, al lado del papel y la pluma. Una vez sellada la dejo de nuevo sobre la mesa y me recuesto en el sofá. Me siento muy tranquilo.

*se queda*

Camino hasta la sala común sin saber muy bien por qué. Solo quiero recostarme en algún sitio, sentarme, y quitarme la desagradable sensación que me ha causado el recuerdo del cadáver de la chrysos. Cuando entro, para mi sorpresa, veo a Heylel, y no puedo evitar que una sutil sonrisa acuda a mis labios.

-Hola -saludo reservada, pero me alegro de ver al aether-. Hace ya tiempo, eh...

Me acerco a él y lo miro, preguntándome cómo habrá estado, si habrá ido a ver a su mujer, si... Cualquier cosa.

- ¿Molesto si me quedo?

Abro los ojos -ya que me había tomado el lujo de cerrarlos- al escuchar un "Hola" familiar y sonrío ampliamente al ver de quién se trata. La chica de oro, Alehyss Lester. Hace tiempo que no sé de ella.

—¡Alehyss! Como me alegro de verte, mujer. Casi te había perdido la pista —Me pongo en pie para tenderle la mano y abrazarla por el entusiasmo, pero no durante mucho rato, por eso de que la chica es un poco seca.

—¿Cómo vas a molestar? Eres más silenciosa que una mariposa en primavera —Bromeo. —Ven, anda, siéntate. ¿Has estado fuera? ¿Has visitado el pueblo? Sabes que hay un pueblo cerca, ¿no? Parece entretenido. ¿Qué tal estás? Bueno, creo que todos estamos mejor ahora que las cosas se han relajado un poco, ¿no? —Estoy bastante animado por verla con lo que hablo atropelladamente de todo un poco. Pero me doy cuenta y acabo tomando aire riéndome un poco de mí. —Bueno, perdona. Me alegro mucho de verte, siento atropellarte a preguntas... —Indico sentándome y ofreciéndole asiento. Lo cierto es que Alehyss es casi como media familia en Brontë ya que es una de las personas que, a poco que conozca, es de las que más conozco.

Parece que Heylel se alegra de verme. De hecho, al ver su reacción me siento un poco culpable por haber sido tan escueta. No duda en levantarse y venir a abrazarme, y no puedo evitar corresponderle con cierta timidez. Hacía mucho que nadie me abrazaba.

-No he estado mucho por aquí últimamente... -admito.

Me siento a su lado, como me pide, y escucho una tras otra las preguntas que dispara, planeando en mi cabeza la forma de responderlas organizadamente. Espero a que se disculpe y sonrío, quitándole importancia con un gesto.

- Efectivamente, he estado fuera un tiempo -explico-. Estuve enferma y aproveché para hacer alguna visita familiar. También estuve en el pueblo antes de venir, aunque no visité demasiado.

Realmente solo paré ahí una noche con Jager, pero eso entra dentro de "haber visto el pueblo".

- Regresé ayer. De hecho, no sé cómo están las cosas por aquí, así que si me puedes poner un poco al día...

Esbozo una sonrisa, algo seca, pero sincera.

- ¿Y cómo estás tú, Heylel? ¿No te has ido de aquí en todo este tiempo?

De alguna forma, hablar con Heylel es maravilloso. Es entretenido, pero aporta mucha información interesante.

FdR- Es un marujo

Escucho a Alehyss con mucha emoción, así que ha estado fuera y ha pasado por el pueblo, que chica tan espabilada. Y yo aquí sin hacer mucho más.

—Yo no me he movido de aquí. De vez en cuando alguna visita al pueblo, claro, pero poco más. No quise irme, quizá por miedo de no tener fuerzas para volver —Sonrío un poco amargamente, pero pronto recupero la alegría inicial.

—Y bueno, pues no tengo muy claro qué es lo que te has perdido. Me encargo de que todos estén bien, pero lo cierto es que estoy un poco descolgado —Comento, divertido. —Creo recordar que Rick estaba un poco decaído porque Inger había conocido a un chico nuevo, ¿cómo se llamaba...? No lo recuerdo, bueno, un chico que conoció en la biblioteca al parecer. Y Massen está muy mayor, esa chiquilla nos sorprenderá... Ahora se junta con una parvus que se llama Nagore, un poco infantil, supongo. Y hace poco he conocido a Fier, una nueva guerrera, bastante despampanante. Ten cuidado o te hará competencia —Bromeo dándole un ligero codazo. Luego recuerdo al chrysos que parecía llevarse bien con Alehyss. —Hum... Y de tu amigo Lyam no sé nada, la verdad, ¿tú sabes algo? Os llevabais bien, ¿no? —Pregunto con curiosidad. Ese chico era un poco extraño... Pero él y Alehyss tenían roce. Igual la había acompañado a la "visita familiar".


FdR: cejas, cejas, guiño, guiño, codo, codo...

Me entristece que Heylel no pueda regresar a casa. Incluso aunque ello no me afecte en absoluto. Un buen hombre como él se merece un respiro. Me pregunto si no podrá venir su mujer a verlo aquí. Yo no concibo una existencia sin sexo durante tanto tiempo.

Escuchar hablar de Rick Dehnel se me hace extraño. ¿Acaso ha roto con su novia? No me preocupa, así que no hago preguntas, pero el tema de Massen me arranca una sonrisa. Hace mucho que no veo a la piscis y supongo que habrá crecido mucho. Sin embargo, cuando habla de Fier, frunzo el ceño de nuevo y olvido lo demás.

- ¿Es esa tal fier una mujer de largo cabello rubio? -pregunto, recordando a la desconocida que vi en la sala de entrenamiento esta mañana-. Vi a una chica así esta mañana. ¿Cómo es?

Entonces pregunta por Lyam. No lo he visto desde mi llegada, pero no sabía que no anduviese por aquí.

-No he visto al chrysos desde que me fui -le digo-. De hecho, no sabía que no estuviese.

Pregunta por Fier ya que, al parecer, la ha visto por aquí y asiento a su descripción.

—Sí, es una mujer de larga cabellera rubia y muy dulce. No he hablado mucho con ella así que no puedo decir mucho más al respecto, pero te habrás dado cuenta de que desentona —Comento con una sonrisa algo pícara. No sé por qué creo que la chrysos sabe fijarse en ese tipo de cosas.

Retoma a Lyam y yo aprovecho para entornar los ojos, de nuevo con pillería.

—¿Eso es preocupación? Hum, a ver, Alehyss, que me tienes un poco mosca tú a mí. Dime la verdad, ¿Lyam y tú...? Bueno, no hablo de parejas felices como Rick e Inger pero... Se os ve que os buscáis las cosquillas —Comento con una risita. No puede decirme que no, eso me defraudaría mucho o defraudaría nuestra buena relación (para mí lo es) ya que yo sé -y no importa como- que algo ahí hay o hubo.


FdR: Oh dios... Es una vieja de verdad LOLU

"Dulce". Ese es el único adjetivo nuevo sobre la tal Fier que puede darme Heylel, pero no sé si fiarme, pues puede que lo haya embaucado y realmente sea una de esas víboras que se esconden. De todas formas, eso no lo juzgaré hasta que la vea y hable con ella.

- Sí, lo cierto es que parece muy delicada para estar aquí, pero por cómo entrenaba no tengo dudas de que si bajas la guardia por su frágil apariencia te noqueará en dos segundos.

Pasa de Fier a Lyam y no puedo evitar ruborizarme ligeramente. ¿Esa es la imagen de mí que se tiene por aquí? Es mejor que lo de puta, pero no quiero que la gente vaya por ahí imaginándome de la mano con Lyam siendo felices y cantando canciones. Qué hastío...

- Lyam y yo somos lo que somos. Cuando una mujer pasa mucho tiempo sola, a veces necesita un respiro, pero eso no convierte a Lyam en nada más que, quizás, un amigo -digo, preguntándome por qué le cuento esto.