Sala común

Alcé la vista para mirarla, sin dejar de amontonar las plumas.

-¡Es que son tesoros! -repliqué, casi ofendida.

Entonces rebusqué en mis bolsillos, apartando a un lado unas cuantas piedras de otros objetos que iba sacando. Coloqué un mechón de pelo negro junto a las plumas, a su lado un plumón de boa de color violeta, y al lado un único pelo que, visto a contraluz, tenía brillos naranjas. Señalé este último.

-Este es de una bestia que encontré en el cementerio -pasé al siguiente-. Este me lo dio Aren. Aren es mi amigo y me llama An -señalé el mechón de pelo negro-. Este es del chiquillo. Al chiquillo lo quiero mucho, pero no me dio nada hasta hace muy poco -por último, señalé las plumas-. Y este es el regalo que me diste tú.

La miré de nuevo, sonriente y orgullosa.

Volví a recoger cada tesoro de mi colección individualmente pero con rapidez, como temiendo que fueran a desvanecerse ante mis ojos. No podía evitar cierto gesto de satisfacción ante su admiración. Asentí sin mirarla a su primera pregunta, pero ante la segunda me limité a soltar una risita emocionada, aún sin mirarla. Esperé a terminar de recoger absolutamente todo lo que había esparcido por el suelo y luego me incorporé con la cabeza gacha. Cuando la levanté, asomaba en ella mi mejor sonrisa, y tenía los ojos brillantes de ilusión. Me acerqué de nuevo a abrazarla.

-¡Claro que sí! -exclamé con dulce entusiasmo-. También tengo regalos tuyos, y son bonitos y suaves. Si yo tuviera alas, querría que fueran como las tuyas.

Observé todo el proceso con atención religiosa, fascinada. Ahogué un grito cuando cortó el mechó, y no pude evitar reír cuando lo contempló cuan largo era. Seguí sus dedos mientras trenzaba con gran detalle, y una idea empezó a germinar en mi mente, poco a poco, despacito.

Cuando puso el resultado final sobre mi cabeza me quedé muy tiesa, como si tuviera miedo de que fuera a caerse. Al verla reír, reí yo también. Tenía una risa bonita.

-Cuando sea primavera, te haré una corona con las flores más bonitas del bosque -exclamé, con entusiasmo, atreviéndome a tocar, con cierta vacilación, la corona de pelo que ella me había dado. Si tenía un mechó, podría buscarle la piedra perfecta.

Me abalancé sobre ella para darle un nuevo abrazo, pero pronto me separé y empecé a corretear de un lado para otro, inquieta. Una vez hube comenzado, ya no podía parar. Correteé por la sala un rato, y luego me acerqué a la puerta.

-¡Con las más bonitas! -exclamé, antes de echar a correr y desaparecer por el pasillo.

*Se va*

El chrysos avanzaba por los pasillos en dirección a la sala común, con el pelo húmedo y un libro en las manos. Llevaba un par de días leyendo el mismo libro, el del título asquerosamente largo, y esperaba poder poner punto y final a su lectura esa misma tarde, aprovechando que la lluvia seguía cayendo. Suspiró. Estaba harto del mal tiempo y de estar encerrado dentro de Palacio.

Al entrar en la estancia, se encontró con que allí ya había alguien a quien no había visto nunca. Lyam parpadeó un par de veces, sin adentrarse en la sala, y observó a la chica durante unos segundos, preguntándose cuánto tiempo llevaría en Brontë. Imaginaba que no demasiado, porque no recordaba que alguien le hubiese hablado de otra aether que no era Thamerlein (y, sinceramente, llamaba lo suficiente la atención como para que, al menos, hubiese escuchando un comentario referido a ella).

—Buenas tardes —murmuró mientras se adentraba en la sala común.

Lyam se acercó al sofá y se dejó caer en él, sonriente. La chica, pese a que le había saludado, no parecía muy habladora (al menos a primera vista). Teniendo en cuenta que no se habían visto nunca, había esperado que le preguntase su nombre o algo por el estilo, pero no lo había hecho (aunque sí que le pareció ver que le sonreía).

Apoyó la cabeza en el respaldo y se apartó un mechón de la frente. Se preguntaba, mientras observaba el techo, qué podía preguntarle. Quería saber (y, además, tenía que saber) quién era, de dónde venía, por qué venía y descubrir si había algo interesante en ella o no. Hacía mucho que no se encontraba con alguien nuevo, pero no había olvidado esa parte del procedimiento.

—Lamento si suena cotilla, pero eres nueva, ¿no? —inquirió, con una amplia sonrisa, mientras volvía a posar sus ojos en la aether —. O al menos yo no recuerdo haberte visto. —Rió—. ¿Puedo saber tu nombre? Yo, por si te interesa, me llamo Lyam.

Tal y como había supuesto, la aether, de nombre Fier, era nueva. Por lo que decía, supuso que habría llegado cuando él todavía estaba fuera de Brontë. Reprimió un suspiro. ¿Cuántas cosas más se había perdido en aquellos seis meses? No lo sabía y, sin duda, ese desconocimiento era un incordio.

—Encantado igualmente, Fier. —Volvió a sonreír. Luego estiró los dedos y alzó la vista al techo—. Un mes y medio es bastante tiempo, aunque supongo que, si no te importan las fechas, te resultará algo indiferente. —Ensanchó la sonrisa—. Yo llevo... —Frunció ligeramente el ceño, pensativo—. Un año y algo, más o menos. —Rió—. Tampoco lo recuerdo con exactitud.

Se encogió de hombros y bajó la vista para mirarla, todavía sonriendo. Lo malo de la gente que no se iba de la lengua era que había que pensar qué hacer para que hablasen más.

Rió con suavidad.

—Venga ya, ¡ni que fuese tan raro!

La reacción de la chica (su comentario, su aparente sorpresa, el tiempo que tardó en juntar los labios) le había hecho, de alguna forma, gracia. Parecía que no se había encontrado con alguien que llevase tanto tiempo. Cuando la chica se explicó, Lyam asintió un par de veces. Por lo que decía, no era tanto como que no se hubiese topado con uno de los veteranos, sino que nunca le habían dicho el tiempo que llevaban ahí. Se preguntó a cuánta gente conocería.

—Imagino que te habrás encontrado con gente que lleva tanto o más tiempo que yo por aquí. —Le sonrió—. Cuando yo llegué, ya había un número considerable de guerreros. —Ensanchó la sonrisa—. Sólo por curiosidad, ¿a quién conoces?

Escuchó con atención las palabras de la aether, tratando de memorizar todos los nombres que iba diciendo. De los guerreros a los que mencionaba, sólo conocía a dos: a Heylel y a Massen Dew. Ambos, pese a que no había hablado demasiado con ellos, le caían bastante bien y, por lo que tenía entendido, llevaban más tiempo que él en Palacio. En cuanto al resto de los nombres, la mayoría de ellos no los había escuchado nunca. Quitando al aether y a la piscis, había oído hablar de Zacharyas, pero todo lo que sabía de él era lo que le había dicho Rick Dehnel, así que sólo Mithos sabía si era cierto o no.

Mientras estiraba los dedos, se preguntó cómo serían los demás guerreros que había mencionado y si llevarían mucho tiempo en Palacio o si, por el contrario, acababan de llegar como Fier. Papardeó un par de veces. Debería encontrarse con ellos.

—Vaya. —Sonrió ampliamente—. De todos los que has mencionado, sólo conozco a Massen y a Heylel. —Ensanchó la sonrisa y ladeó la cabeza hacia la derecha—. Es curioso: la mayoría ni me suenan. —Se pasó una mano por el flequillo, echándoselo hacia atrás, y luego clavó sus ojos en la aether, sonriente—. Espero poder encontrarmelos algún día... ¡Parece mentira que lleve un año aquí y casi no conozca a nadie de esa lista de nombres!

Volvió a reír.

Reprimió una carcajada. El último comentario de la aether le había resultado divertido. ¿Llevarse él bien con la mayoría? Lo dudaba mucho. Para empezar, porque había un montón de gente a la que no conocía, y para seguir, porque había mucho con los que era incapaz de llevarse bien (como Rick Dehnel o Alexander Price).

—Vaya, gracias por el cumplido —comentó con un deje jocoso en la voz, al tiempo que torcía una sonrisa y miraba a la chica. Luego rió suavemente y volvió a apartarse el flequillo—. Imagino que el resto de los guerreros son simpáticos, aunque para saberlo tendría que encontrarlos. —Ladeó la cabeza—. Y, bueno... —Esbozó una sonrisa sesgada—. Estoy seguro de que a ti sí que no te costará llevarte bien con todo el mundo.

Alzó las cejas, ligeramente sorprendido por la respuesta de la aether. Pese a que al principio sí que le había sorprendido que hubiese hablado tan poco, no se imaginaba que realmente le costase tanto relacionarse. Se esperaba que le costase iniciar conversaciones, sí, pero no que, una vez iniciadas, le costase mucho hablar. A fin de cuentas, ahora no parecía tener demasiados problemas en conversar con él.

Lyam apoyó la cabeza en el respaldo y volvió a contemplar el techo. Esbozó una nueva sonrisa antes de hablar.

—Eso ha roto todos mi esquemas... —Rió. Luego negó con la cabeza y la miró—. Pero bueno, imagino que eso también dependerá un poco de la persona. Hay gente muy seca en este mundo. —Torció una sonrisa—. Y... Bueno, siendo este un palacio donde hay tanta gente, espero que al final nosotros (los guerreros en general) entremos dentro de ese selecto grupo de gente y seamos más que unos tipos de los que sabes sus nombres.

Estiró los dedos.

Volvió a sonreír.

—De nada —murmuró, como respuesta al comentario de la aether. Volvió a apoyar la cabeza en el respaldo y observó, de reojo, a la chica, pensando cómo podía preguntarle los motivos que la había arrastrado a Brontë. Contempló su recorrido, notando cómo se acercaba hasta dónde él estaba, y frunció ligeramente el ceño. Cuando le dijo que solía romperle los esquemas a la gente, torció una sonrisa y entreabrió los labios para soltar un comentario jocoso, pero se detuvo antes de pronunciar palabra.

Con el ceño más fruncido que antes, miró los dos dedos de la chica que acababan de posarse en uno de los suyos. Pensó en apartar la mano, pero luego, a pesar de que no le hacía gracia que Fier estuviese acariciándole la palma, descartó la idea y relajó un poco la expresión. Alzó la vista, clavó sus ojos en los de la chica y esbozó una sonrisa sesgada. Se preguntaba a qué había venido eso.

—Yo también espero que nos volvamos a ver —susurró. Luego, cuando la aether se alejó un par de pasos, ensanchó la sonrisa y añadió—. Buenas noches.

Después de que se fuese, permaneció un rato más en la sala común, pensando tanto en la chica como en los nombres que había mencionado. Tenía que encontrarse con ellos, tanto como con los desconocidos como con Fier.

Con ese apunte en la cabeza y con el libro entre las manos, el chrysos abandonó la sala común.

*se va*

Avanzaba con pasos vacilantes, muy despacio, como si me hubiera olvidado de cómo caminar. Y no porque fuera así, sino porque me resultaba complicado concentrarme a la vez en la lectura y los pasos. Mi mente viajaba de una actividad a otra sin descanso, pero sin ser capaz de coordinar ambas actividades.

Finalmente, cuando terminé un párrafo, decidí dejar la lectura para recorrer los últimos metros hasta el sofá y sentarme. De nuevo, abrí el libro. Por primera vez, no era una lectura por el simple hecho de ejercitar. Había encontrado una historia, y parecía interesante. Aunque seguía costándome leer, estaba muy contenta de mis progresos, cada vez más rápidos.

*Se queda*