Sala común

Nagore sale de la sala, dejándome solo y feliz. ¡Tengo una cita! Vale, no una cita en el sentido tradicional de la palabra, pero ¡una cita para entrenar y combatir es más mejor que una cita normal!

Me tiro al sofá frente al fuego, sonriendo como un gato satisfecho. La vida en Brontë es realmente dulce. Me acurruco tanto como puedo en el sofá y me dispongo a dormir, mirando los bailes de las llamas frente a mí.

*Se duerme*

El chrysos caminaba por los pasillos con un libro entre las manos y la cabeza gacha. Se había pasado buena parte de la tarde fuera, dando vueltas sin rumbo fijo, y ahora, ya aburrido de pasear, se dirigía hacia a la sala común para leer. Lyam suspiró. No recordaba ningún otro momento de su vida en el que hubiese leído tanto en tan poco tiempo, y esa especie de hábito empezaba a cansarle. Aunque sabía que él mismo se lo había buscado, pues no había puesto nada de su parte para relacionarse con nadie, estaba harto de pasarse los días leyendo o paseando solo por los exteriores del palacio; quería encontrarse con alguien, hablar con alguien y que la conversación no fuese un monólogo en el que él hablaba y la otra persona se limitaba a observar lo hermoso que es el cielo por la noche. Chasqueó la lengua. Evidentemente, aquello también se lo había buscado, pero aún así era muy frustrante no poder tener una conversación normal con la chrysos.

Lyam se pasó una mano por el pelo y entró en la sala común. Al alzar la vista del suelo, vio que Fier también estaba ahí: la aether estaba sentada en el suelo, frente a una de las mesas de la sala común, escribiendo. Lyam pensó que parecía muy concentrada en aquello que escribía. Se preguntó qué sería.

—Buenas noches... —murmuró.

fdr. cof cof cof cof

Lyam esbozó una corta sonrisa y se adentró en la sala común después de que la aether le saludase. Al pasar por delante de la mesa, no pudo evitar mirar con curiosidad los papeles que había encima de ella, preguntándose, de nuevo, qué sería aquello que Fier había estado escribiendo.

—Pues... Bien. Normal —respondió encogiéndose de hombros. Luego se sentó en el sofá y sonrió—. Leyendo un montón, pero bien. ¿Tú cómo estás?

Apoyó el libro en uno de los almohadones y observó a la aether, sonriente.

Lyam rió al escuchar las palabras de la aether. Recordaba haber vivido bastantes situaciones en las que se enfrascaba tanto en una cosa que se olvidaba de todo lo demás, así que entendía perfectamente lo que le había pasado a Fier.

—Ya somos dos —dijo, sonriente, mientras se giraba para poder mirar a la chica de frente. Ensanchó la sonrisa—. Y es algo horrible, sin duda. Cuando desvías tu atención un momento y te das cuenta de que llevas tanto tiempo enfrascado en algo que te has olvidado de, yo qué sé, comer sientes como que has perdido toda la tarde y es una sensación difícil de explicar... —Frunció el ceño y agravó la voz—, Pero horrible.

Volvió a reír, esta vez con más suavidad, y luego suspiró. De reojo, observó de nuevo los papeles de la mesa, volviendo a preguntarse qué sería lo que había capturado la atención de la aether durante tanto tiempo.

—Si no es mucha molestia —comenzó a hablar, volviendo la vista hacia Fier—, ¿qué es lo que escribías? —Sonrió—. No hace falta que respondas, por supuesto, pero siento una ligera curiosidad.

Lyam esbozó una sonrisa socarrona.

—Sorpréndeme pues —murmuró como respuesta al comentario de las expectativas que la aether había hecho. No dudaba que pudiese romperlas, pero que hubiese confesado tan abiertamente que lo haría le había hecho gracia.

Cuando Fier comenzó su explicación, el chrysos la miró con interés, alzando ligeramente las cejas, y escuchó lo que decía sin hacer ningún comentario. Por lo que decía, la aether parecía estar bastante interesada en la medicina a un nivel superior, por decirlo de alguna forma. El chrysos se preguntó cuáles serían las dos razas en las que se había centrado. Imaginaba que una de ellas sería la aether, por el mero hecho de que Fier lo era, pero no se le ocurría cuál podría ser la otra.

—Interesante —murmuró. Luego sonrió y miró los papeles de reojo—. Admito que no me lo esperaba, aunque ahora me pregunto cuáles serán esas dos razas en las que eres una experta.

Ensanchó la sonrisa y volvió a mirar a la aether. Después cogió el libro que descansaba a su lado y se lo tendió.

—Es un libro de fantasía, nada demasiado interesante ni enriquecedor. —Se encogió de hombros—. Simple que es uno.

Lyam asintió un par de veces. Como había supuesto, una de las razas del estudio de Fier era la aether. Estiró los dedos. Se preguntaba por qué había escogido a los flamma para realizar un estudio en profundidad, pero decidió no comentarlo. En su lugar, se limitó a escuchar lo que Fier decía de los libros.

Sonrió. La aether no estaba sólo interesada en libros de no ficción, sino que también leía obras de caballerías. Parecía una ávida lectora, así que el chrysos supuso que leía prácticamente de todo.

—¿Caballerías, huh? Reconozco que he leído pocos libros de caballerías. —Ensanchó la sonrisa y recogió el libro. Lo volvió a apoyar en el cojín—. Aunque, bueno, tampoco es que sea un gran lector. De hecho, creo que sólo leo cuando me aburro demasiado y no encuentro a nadie con quien hablar.

Sonrió. Él también se alegraba de haber encontrado a alguien con quien hablar: tal y como había dicho, conversar con alguien le gustaba mucho más que leer. Estiró los dedos y volvió a mirar a la aether cuando esta retomó la conversación. Arqueó las cejas, sorprendido. Recordaba que el otro día había mencionado algo parecido a lo ahora mismo decía. Se preguntó cómo se comportaría con el resto de los guerreros, si era cierto que no era muy habladora. Lo cierto era que le costaba imaginárselo, aunque también recordaba que la primera impresión que había tenido de ella fue que se trataba de una chica de pocas palabras.

—Qué comentario más halagador —murmuró, jocoso. Luego esbozó una amplia sonrisa—. Lo cierto es que no sé qué decirte. —Se pasó una mano por la nuca—. Juraría que el resto de los guerreros son simpáticos, así que... yo tampoco lo entiendo. —Rió—. Aunque supongo que es algo que deberías entender tú, no yo.

Se encogió de hombros.

fdr. qué quieres que te diga, mujé xD

Sonrió.

—Claro, mujer, si hay un montón de cosas que no tienen sentido —murmuró. Luego estiró los brazos y se acomodó en el sofá, apoyando la cabeza en el respaldo—. Aunque que algunas cosas no tengan sentido es algo realmente exasperante.

Ensanchó la sonrisa y miró a la chica de reojo. Luego observó a su alrededor. Detuvo la mirada durante un par de segundos en la ventana, intentando calcular la hora que sería. Por lo que se podía ver a través el cristal, parecía que era ya bastante tarde.

Apartó la vista y, al hacerlo, vio una especie de tentáculo que no tardó en esconderse bajo el sofá. Frunció el ceño, confuso.

—¿Eso era un boro? —inquirió, señalando con el índice el lugar donde había visto el tentáculo.

El chrysos miró de reojo a Fier mientras esta hablaba. El tentáculo sí que pertenecía a un boro, a uno al que la chica había bautizado como Sombra. Lyam frunció levemente el ceño. No entendía muy bien por qué le había puesto nombre al boro si no era suyo, aunque no descartaba que aquello le extrañase por el poco interés que le despertaban los animales (nunca le habían gustado demasiado).

—Entiendo... —murmuró. Torció una sonrisa—. Creía que los boros se alimentaban sólo de lo que limpiaban... Qué... Curioso. Lo de que se coma tus plumas, digo. Aunque —Frunció el ceño— a lo mejor las limpia, yo qué sé.

Realmente lo único que sabía de los boros era que eran unos bichos con muchos ojos y muchos tentáculos que se dedicaban a limpiar. No tenía ni idea de su alimentación ni nada que fuese más allá de lo relacionado con su apariencia.

El chrysos alzó las cejas al ver cómo la chica le ofrecía la mano al boro. No entendía por qué lo hacía, ni qué quería demostrar (si es que quería demostrar algo). Lyam frunció el ceño cuando el bicho salió del debajo del sofá y comenzó a explorar la mano de Fier. Cuando la chica lo giró para que él apreciase su ojo morado, Lyam torció una sonrisa, creando una extraña mueca en su rostro.

—Ho-hoola, Sombra... —murmuró, moviendo la mano derecha a los lados a modo de saludo. Definitivamente, los boros no le gustaban. El resto de los animales tampoco, pero ¿un boro? Un boro era todo tentáculos y ojos, ¿cómo iba a gustarle? No eran como los dragones que, bueno, tenían un pase, sino que eran feos, muy feos. Además, ¿cómo acariciabas a un boro? ¿De verdad no se sentía rara la chica al estar tocándole los párpados al bicho ese? Suspiró. Definitivamente no entendía qué le veía.

El chrysos volvió a sonreír cuando la chica se puso en pie, haciendo crujir su espalda.

—Definitivamente, eso sólo puede significar que tienes que acostarte —dijo, utilizando el mismo tono que la aether había usado. Ensanchó la sonrisa—. Buenas noches. Ha sido un placer hablar contigo.

Volvió a mover la mano a los lados para despedirse, pero no tardó en pararla cuando la aether se acercó para rozar su mejilla con la de él, alzándole la barbilla con la punta de los dedos. Lyam frunció el ceño. No se esperaba que la aether se tomase tantas libertades, a pesar de que la última vez también le había sorprendido al acariciarle la mano.

Cuando la chica se despidió, él movió los dedos de la mano derecha a modo de despedida, todavía con el ceño ligeramente fruncido. No acababa de entender por qué se despedía de aquella forma tan... peculiar (o, al menos, peculiar para él).

Tras permanecer un rato más en la sala común, el chysos también abandonó el lugar.

*se va*

Corbin entró con todos sus bártulos en la sala común. Había llegado a la conclusión de que la biblioteca no era tan buen lugar para trabajar como parecía, porque siempre acababa distraído. Así pues, dejó sus libros de consulta sobre una mesa y dejó en un rincón el material de escritura.

No se sentía preparado para seguir escribiendo, pues temía precipitarse. Así pues, tomó uno de los libros, un cancionero popular, y comenzó a hojear las páginas del índice, buscando algo que le llamara la atención.

*Se queda*

Lyam recorría los pasillos dando largas zancadas, claramente malhumorado. El encuentro que había tenido con el líder caeruleus había aumentado mucho su mal humor. Casi había olvidado lo mucho que lo odiaba. Al igual que Alexander, Darvenwish representaba todo aquello que aborrecía. No lo había pensado antes, pero ambos caeruleus tenían un algo en común, aunque el líder era, evidentemente, muchísimo más inteligente.

Bufó y torció a la derecha al llegar al final del pasillo que recorría. Aun por encima, acababa de recibir una maldita carta en la que, cómo no, le pedían que le contase cómo iban las cosas en Brontë. ¿Había descubierto algo? No; sabía lo mismo que antes. ¿Había pasado algo interesante? No; todo seguía igual que antes. ¿Se alegraba de recibir aquella carta? No, y no recordaba la última vez en la que una de las cartas de la flamma le habían molestado tanto. Aunque, siendo sinceros, tampoco recordaba haber dudado tanto de un trabajo. Tal vez fuese aquello lo que le enfadaba; no lo sabía.

Entró en la sala común dispuesto a quemar la carta, pero, nada más poner un pie dentro, tuvo que esconder el pergamino en uno de los bolsillos. Frunció el ceño. En mitad de la sala había un claritas al que no recordaba haber visto nunca. Estaba leyendo o algo por el estilo. El chrysos echó un rápido vistazo a la mesa, donde había un montón de libros, y luego volvió a mirar al desconocido. ¿Para qué necesitaba tantos libros?

—Buenos días —saludó, todavía desde el marco de la puerta.

Oyó a alguien llegar, pero tardó un momento más de lo normal en prestarle atención; lo había pillado a mitad de un verso. Continuó leyendo hasta llegar a un punto, un poco molesto por la interrupción, y alzó la vista hacia el hombre que me había hablado. Cerró el libro, introduciendo un dedo entre las hojas para no perder la página.

El hombre que lo miraba desde la puerta era un chrysos, más bajo que Corbin, delgado y de pelo negro y revuelto y aspecto a la vez jovial y huraño. Corbin no supo calcular su edad, pero supuso que no sería mayor que él. Se quedó un momento mirándolo en silencio, como analizando cada fonema en su saludo, antes de abrir la boca, tomar aire, y responder.

-Buenos días.

Tuvo el impulso de volver a la lectura sin más, pero se contuvo. El hecho de que el chrysos se hubiera quedado de pie junto a la puerta le intrigaba, y se preguntó si estaría esperando algo. Frunció ligeramente el ceño.

-Puedes... entrar, si quieres -dijo, sin estar muy seguro de si era lo que el otro estaba esperando.

Lyam observó al desconocido, esperando una respuesta. Realmente no tenía muchas ganas de hablar con nadie, pero se suponía que tenía que saber quiénes eran sus compañeros, y no sabía quién era el claritas. No obstante, parecía que el tío tampoco tenía muchas ganas de hablar, pues continuaba leyendo. Cuando finalmente apartó la vista de las páginas, Lyam esbozó una falsa sonrisa, y cuando lo saludó, asintió levemente con la cabeza.

Lo contempló unos segundos más, preguntándose si sería alguien que había llegado durante su ausencia, si era alguien que acababa de llegar, o si era algún veterano con el no había coincidido nunca.

—Gracias —murmuró, como respuesta a la invitación del claritas. Ensanchó la sonrisa y se adentró en la sala. Luego tomó asiento en el sofá y observó al desconocido. Frunció levemente el ceño.

—¿Eres nuevo... o algo? No recuerdo haberte visto antes.

Parecía que Corbin había acertado, porque el chrysos aceptó su invitación y fue a sentarse en un sofá, no muy lejos del claritas. Sonreía, pero Corbin no correspondió a su sonrisa. No era que tuviera nada contra él, ni que quisiera resultar hostil, pero aquella sonrisa le había resultado un tanto extraña, y no veía motivos para corresponderla. Se limitó a volverse hacia él.

Negó con la cabeza ante su pregunta.

-No. Llevo aquí algún tiempo ya. No creo que pueda decirse que soy "nuevo" exactamente -respondió. En realidad, no estaba seguro de lo que significaba "nuevo" para aquel chico, pero decidió interpretarlo como "recién llegado"-. Supongo que paso bastante desapercibido.

Dejó el libro sobre la mesa y puso un trozo de pergamino entre las hojas, para no tener que estar sosteniéndolo.

-Tampoco yo recuerdo haberte visto, pero entiendo por tu pregunta que tampoco eres "nuevo" -comentó.

Lyam frunció el ceño. Por lo que decía, el claritas no era nuevo, sino que llevaba un tiempo ahí. El chrysos volvió a preguntarse cuándo había llegado el desconocido. ¿Llevaría ahí el mismo tiempo que él o había llegado en esos seis meses? Alzó las cejas. Mentalmente, repasó los nombres de toda la gente que no conocía de Brontë, preguntándose si el claritas sería uno de ellos o no.

—No, no soy nuevo. Llevo un año y pico por aquí —murmuró, observando el libro que el claritas había colocado en la mesa. Desde su posición, intentó leer el título. Luego miró de reojo al desconocido. Sonrió de nuevo y extendió su mano derecha—. Me llamo Lyam. ¿Tú?