Sala común

Corbin se quedó un momento tan quieto que ni siquiera parecía respirar. Miró de soslayo al chrysos, con cierta desconfianza, y luego bajó la vista a su mano, que tardó un momento en estrechar y muy poco en soltar. En su cabeza giraban distintas ideas, que combinaban una sensación de mal agüero con una cierta diversión. Parecía que estaba destinado a conocer de golpe a todos aquellos de los que había oído hablar. Recordó a Alehyss, y se preguntó si los chrysos tenían especial mala fama en aquel lugar. Parecía una idea un poco absurda, teniendo en cuenta que estaban precisamente en Fulmen.

-Soy Corbin -murmuró finalmente, hablando despacio, como si no estuviera del todo seguro de si era buena idea presentarse. Tardó un momento más en hablar, pero finalmente se decidió a hacerlo-. ¿Sabes? Creo que he oído hablar de ti. Alguien me dijo que me vendría bien hablar contigo.

Tenía los ojos clavados en los del chrysos, esperando su reacción.

Lyam frunció el ceño al ver la reacción del claritas. ¿Le pasaba algo? No entendía por qué lo miraba de aquella forma ni por qué tardaba tanto en decirle su nombre (ni, ya que estaba, por qué había apartado tan rápido la mano, pero eso le daba bastante igual). El chrysos no tenía muy claro qué había hecho. Aceptaba que, tal vez, no estaba siendo demasiado agradable, pero tampoco creía que se hubiese merecido esa especie de desconfianza.

Cuando el desconocido finalmente se presentó, Lyam alzó las cejas. Corbin. Recordaba ese nombre; Fier lo conocía.

—Encantado —murmuró. Luego lo observó de soslayo. Tampoco entendía por qué había dicho su nombre tan despacio. ¿Le tenía miedo? Si era así, no entendía el motivo.

Frunció de nuevo el ceño cuando Corbin volvió a hablar. Había oído hablar de él y, por su forma de actuar, Lyam dedujo que lo que le habían dicho no debía ser demasiado alentador. Se preguntó si había sido Rick el que había hablado de él con Corbin, pero no tardó en rechazar la idea. Dudaba que el flamma le dijese a alguien que le vendría bien hablar con él. A fin de cuentas, se suponía que era un ser monstruosamente horrible. Luego pensó que a lo mejor había sido Alehyss. Recordaba a Rais, el mago, que también le había dicho algo parecido a lo que el claritas le comentaba ahora.

—Ah, ¿sí? —Miró al claritas y esbozó una sonrisa sesgada. Alzó las cejas—. Vaya. Admito que esto me pilla un poco por sorpresa. —Suspiró—. No sabía que la gente iba por ahí hablando de mí. —Sonrió de nuevo—. ¿Puedo saber quién ha sido? La verdad, no entiendo por qué te vendría bien hablar conmigo.

Corbin había esperado algo. Un reconocimiento, una pista. Sin embargo, cuando Lyam confesó que le extrañaba todo aquello, el claritas no se sintió sorprendido. Al fin y al cabo, recordó, aquel caeruleus no tenía pinta de estar del todo cuerdo. Esbozó una escueta sonrisa, negando con la cabeza, casi como un gesto de disculpa.

-Yo tampoco lo entiendo -respondió, sin tapujos-. Pero aquel hombre parecía muy interesado. Te daría su nombre, pero ni siquiera se presentó. Tenía pinta de estar un poco mal de la cabeza, la verdad. Aunque no parecía precisamente inofensivo. -Hizo un gesto con la mano, quitándole importancia-. Tampoco creo que sea importante, de todas formas.

Se preguntaba dónde narices había ido a parar. Aquel palacio parecía un territorio en el que era más fácil hacer enemigos que amigos. Un lugar que Falace habría encontrado maravilloso, pero que a él no le causaba la más mínima buena impresión. No había ido allí a matar, por más que la caeruleus así lo quisiera.

Lyam frunció aún más el ceño, confuso. Aunque el claritas le decía que no debía ser importante, el chrysos opinaba justo lo contrario. No sabía quién era, ni el motivo por el que le había dicho a Corbin que le vendría bien hablar con él. Mentalmente, Lyam volvió a repasar las personas de Palacio que podrían haber dicho eso. Alehyss, evidentemente, no había sido; Rick, tampoco. Heylel no parecía la clase de persona que iba por ahí diciendo esas cosas, y no recordaba que tuviese tanta confianza con el mago Rais como para que fuese hablando de él. ¿Alexander? Frunció el ceño. Alexander era un imbécil prepotente, pero no era amenazador ni poderoso.

De pronto, alzó las cejas, como si se le hubiese ocurrido quién podría haber sido. ¿El líder caeruleus? El líder caeruleus podía resultar amenazador. También era poderoso y era bastante peculiar. Podía haber sido Darvenwish, aunque Lyam tampoco entendía muy bien por qué le había recomendado al claritas que lo viese.

—¿El hombre tenía el pelo oscuro y largo? —Miró de reojo a Corbin—. ¿Era un caeruleus alto y, de alguna forma, imponente?

Un brillo de reconocimiento se encendió en los ojos de Corbin. Bueno, era un alivio saber que el chrysos no estaba tan perdido como parecía. Asintió lentamente, sin hablar. La descripción coincidía. Y, aunque eso implicaba que obtendría algo de información, no estaba muy seguro de que fuera buena señal que Lyam tuviera unas sospechas tan claras.

-Me dio mala espina -comentó-. Parecía pretender que le contara mi vida con pelos y señales a base de preguntas. Parecía un interrogatorio, y en ningún momento dio la menor explicación sobre su comportamiento. Como digo, parecía un loco. Antes de irse, te mencionó. Dijo que tú podrías enseñarme lo malo que era mentirle, o alguna tontería por el estilo. ¿Lo conoces, entonces?

Por la expresión de Lyam, Corbin dedujo que aquello sí tenía importancia. Y no de una forma positiva, precisamente.

Asintió. Definitivamente, el que había hablado con Corbin era el líder caeruleus. Lyam suspiró y, después, esbozó una corta sonrisa. Le parecía curioso que Aren Darvenwish le hubiese mencionado. Se preguntó qué clase de conversación habían tenido el líder y el claritas. ¿Corbin había intentado mentirle al caeruleus? ¿Por qué? ¿Ocultaba algo? Lyam lo miró de reojo, con curiosidad. Frunció el ceño. A primera vista, parecía un tipo hasta agradable, pero algo debía de haber hecho.

Chasqueó la lengua y apartó la mirada.

—Se llama Aren Darvenwish, es el líder de raza de los caeruleus. —Torció una sonrisa—. Es básicamente como una víbora, si me permites la comparación. Es, sin duda alguna, uno de los tipos más despreciables de todo Brontë, y creo que es algo en lo que la mayoría de los guerreros coincidimos. —Apoyó la cabeza en el respaldo del sofá—. Se interesa por los alumnos, pero yo no diría que su interés es algo bueno; más bien, todo lo contrario: creo que su interés por conocer la vida de los alumnos viene por motivado porque le divierte joder al personal. —Miró a Corbin de soslayo—. Si quieres un consejo, intenta no molestarle y obedécele. Si puedes, claro.

Corbin no necesitaba la aclaración de Lyam. En el mismo momento en que el chrysos mencionó aquel nombre, todo su cuerpo se puso en tensión. Tal vez Falace lo hubiera mantenido recluido en las montañas, pero él era curioso por naturaleza, y se había informado de lo que había podido (especialmente desde la muerte de la mujer). Se frotó la sien, preocupado. No esperaba encontrar a aquel hombre allí, y pese a que había oído mucho sobre él, no esperaba un comportamiento tan extraño por su parte.

Escuchó lo que Lyam le decía con atención. Su consejo le pareció bastante sensato, aunque le resultaba extraño todo aquello. Suspiró pesadamente, esbozando media sonrisa.

-¿Y por qué me manda el líder de Caligo a hablar contigo? -preguntó, con cierta sorna-. ¿Para que me advierta alguien con experiencia?

Parecía evidente, tanto por sus palabras como por su actitud que, a pesar de estar aconsejándole con cierta razón, el chrysos no se molestaba mucho en seguir su propio consejo.

Lyam miró a Corbin de reojo y se encogió de hombros.

—¿Cómo voy a saberlo? —inquirió, mirando al claritas de reojo. Luego sonrió. Imaginaba que el líder caeruleus le había aconsejado que se encontrasen porque, de alguna forma, había visto un parecido entre ellos. Suponía que el claritas había molestado al líder, pero ¿qué iba a saber él? Ni había estado presente ni sabía de qué habían hablado. Tampoco conocía al chico, así que no podía saber cómo podía haberse desenvuelto la conversación.

Se pasó una mano por la frente, echándose el flequillo hacia atrás al hacerlo, y luego suspiró.

—El caeruleus tendrá sus motivos, aunque imagino que nos habrá visto algún parecido. —Se encogió de hombros. Luego añadió—: Aunque no te imagino respondiéndole...

Lyam no respondió a su pregunta. O, más bien, la rodeó para evitarla. Según él, no tenía ni idea de por qué Aren los había relacionado. Aunque, finalmente, admitió que tal vez era porque se parecía. Corbin arqueó las cejas, escéptico. ¿Parecerse? ¿Qué sentido tenía afirmar aquello cuando ni siquiera se conocían? ¿Qué sabía aquel chrysos si se parecían o no?

Según el chrysos, tal vez se parecían en la actitud. Corbin no estaba del todo seguro. Aquel chico daba una mayor impresión de rebeldía que él, que había crecido con una disciplina impuesta de forma demasiado fuerte como para revolverse contra ella. Se encogió de hombros, pensando que la vida del chrysos tampoco era que le interesara demasiado.

-No soy muy dado a sacarle los dientes a nadie -reconoció-. Claro que, si un desconocido viene a urgar sin más en mi vida privada, me defenderé de la invasión. No me parece que eso sea responder a nadie -declaró. Entonces volvió a sonreír, divertido-. ¿Debo entender que tú sí te dedicas a responderle?

Tenía aspecto de que sí, pero le parecía extraño. Aquello era un ejército, según lo que él sabía. Y un ejército implicaba una disciplina. ¿Tenía algún sentido rebelarse? Para eso, no te unas a un ejército...

Lyam escuchó la respuesta del claritas con atención, mirándole de reojo y en silencio. Por lo que decía, la hipótesis sobre el por qué el caeruleus le había dicho que hablase con él no era acertada; por cómo se describía el claritas, no parecía que tuviesen algo en común. El chrysos frunció el ceño. Si no había sido por eso, entonces no entendía el consejo del líder. Intentó imaginarse la situación. A lo mejor, simplemente, le había aconsejado que se viesen porque Corbin había intentado esquivar las preguntas del caeruleus. Pero tampoco acababa de verle el sentido a aquello. Por lo general, él no evitaba las preguntas del líder, sino que, simplemente, mentía. Alzó ambas cejas. Aquel asunto había terminado por interesarle.

—Puedes pensar que sí. —Miró al claritas de soslayo—. Pero tampoco creas que lo hago con todos. Digamos que es mi forma de defenderme de la invasión.

No era importante que el claritas supiese aquello; no dejaba de ser un dato sin demasiada importancia. Además, si el caeruleus iba hablando de él por ahí, ¿qué más daba?

Corbin pensó un momento en lo que el chrysos decía. Finalmente, asintió, concediendo. Era una forma perfectamente válidad, desde luego. Aunque implicaba dos cosas: o un ego y orgullo tan grandes que no le cabían en el cuerpo, o una enorme inseguridad que debía cubrir demostrando su fiereza. Por algún motivo, aquello le hizo pensar en Alehyss. ¿Todos los chrysos se comportaban de aquella forma? En el caso de la chica, tal vez su actitud seca se debiera al cansancio, pero no lo tenía tan claro.

Volvió la vista hacia sus libros. Desde luego, si quería incluir algún chrysos en las aventuras de Rick el mendigo, tenía un precioso patrón que seguir. Se preguntó si también compartirían la aversión por el flamma.

-¿Conoces a Rick Dehnel? -preguntó, por pura curiosidad, casi sin darse cuenta del brusco cambio de tema.

Lyam alzó las cejas, ligeramente sorprendido tanto por la pregunta como por el brusco cambio de tema. ¿A qué venía aquella pregunta? Frunció el ceño. ¿Acaso el claritas tenía interés en el flamma? Y en ese caso, ¿por qué? Se preguntó qué clase de relación tendrían.

Asintió.

—Sí, lo conozco. —Lo miró de reojo—. ¿Por qué preguntas?

Ahora mismo se preguntaba a cuánta gente conocería el claritas. Si llevaba ahí mucho tiempo, debía de conocer a bastantes guerreros.

Corbin negó con la cabeza, dándose cuenta de golpe de lo repentino de su pregunta. Sonrió levemente. El chrysos parecía un poco a la defensiva, pero no dijo nada en favor ni en contra del flamma. Pese a que sentía curiosidad, Corbin no pensaba insistir tanto. Tampoco era algo importante.

-Mera curiosidad -repuso, encogiéndose de hombros-. A veces hilo pensamientos más rápido de lo que hablo. No es nada.

Estudió al chrysos un momento, pensativo. Si Alehyss no podía ser un modelo de antagonismo, tal vez Lyam... Rechazó la idea sin dudarlo. Lyam no tenía ni el aspecto ni el carácter de un personaje épico, y menos aún del antagonista de una historia como aquella.

Lyam frunció ligeramente el ceño. El claritas no parecía dispuesto a dar ningún dato más acerca de su repentino interés por el flamma. No obstante, él tampoco pensaba insistir. Tampoco era que el flamma le interesase demasiado; la relación que tuviese o dejase de tener con Corbin le era bastante indiferente.

Suspiró. Luego esbozó una sonrisa.

—¿Conoces a muchos guerreros? —Miró al claritas de reojo y ensanchó la sonrisa—. Es mera curiosidad. No respondas si no quieres.

Corbin se encogió de hombros.

-Más bien, no -respondió-. Como he dicho, creo que paso bastante desapercibido. No he hablado mucho con la gente. Quizá la persona con la que más he estado sea Inger, una caeruleus, no sé si la conoces. Luego me he encontrado con más gente por ahí, pero solo una o dos veces. A Fier, a Alehyss, a Heylel, a Bocanegra... Oh, y a Rick, claro.

Para Corbin, aquella lista era gigantesca, pero era consciente de lo subjetivo de su punto de vista. Sabía que lo normal era conocer a mucha más gente, y no solo de vista. Para él, que había pasado toda su vida sin apenas relacionarse, aquello era, sin embargo, un enorme progreso. Se preguntó cuál sería el caso de Lyam.

-¿Qué hay de ti? Supongo que, si llevas mucho aquí, conocerás a más gente...

FdR.: Corbin- ¡Mirad cuántos amigos tengo!

Lyam alzó las cejas al escuchar su respuesta. Se había imaginado que conocería a más gente, pero el claritas conocía a muy pocos guerreros. Lo observó durante unos segundos, y luego miró los libros que había en la mesa. Sería cierto que pasaba desapercibido, o a lo mejor simplemente estaba demasiado ocupado leyendo como para socializar. Quién sabía.

—Salvo a Inger, conozco a todos los que has nombrado. —Sonrió—. Y, bueno, sí que conozco a más gente. Aparte de a los ya mencionados, conozco a Hewina, a Massen Dew, a Thamerlein, a Silvanus, a Summer, a Alexander... He hablado una vez con un tal Cierzo, así que supongo que también puedo incluirlo. —Alzó las cejas—. También conozco al líder parvus y a un par de guerreros más con los que hace bastante que no hablo.

Se encogió de hombros.

Tal y como Corbin había imaginado, la lista de conocidos de Lyam era bastante más larga que la suya. Dio tantos nombres seguidos que Corbin decidió que no valía la pena que intentara retenerlos. Ni uno solo le sonaba. Sí le llamó la atención la mención del líder parvus. Estaba al tanto de que todas las razas estaban invitadas a ir a Brontë, pero hasta el momento no había visto ni un solo parvus. Se preguntó si habría alguno en aquella retahíla de nombres de Lyam o si, sencillamente, el líder era el único. Aquella última opción le parecía un tanto absurda.

-Son unos cuantos -reconoció, intentando ocultar su sorpresa.

Se estaban alejando del tema que a Corbin le interesaba, pero decidió que no era tan importante. Al fin y al cabo, había descartado de plano la idea de incluir al chrysos en su obra. Lo más que podía obtener de él era información subjetiva de personalidades que sí pudiera incluir.

Se encogió de hombros.

—Tampoco tantos...

Teniendo en cuenta la mayoría de nombres que le sonaban sólo de oídas, el chrysos pensaba que le faltaba mucha gente por conocer. Aunque, bueno, en comparación con la gente que conocía el claritas, tenía que admitir que sí que eran bastantes.

Suspiró y volvió a observar la mesa repleta de libros. Desde que había entrado, se había preguntado para qué quería tantos libros el claritas y, más importante, qué clase de libros eran. ¿Estaba haciendo un estudio o eran obras de ficción? Fuese como fuese, parecía evidente que el claritas era un lector adepto.

—Si no es mucha molestia, ¿para qué son tantos... libros? —Lo miró de reojo—. Es curiosidad. Desde que he entrado me lo he estado preguntando, pero, como dije antes, no respondas si no quieres.

La respuesta del chrysos le pareció curiosa a Corbin. No sabía muy bien si de verdad era poca gente o era una especie de comentario de modestia, y tampoco tenía forma de saberlo. Para él, ambas opciones eran válidas, así que decidió que lo descubriría con el tiempo.

Se giró hacia sus libros y pergaminos cuando Lyam preguntó por ellos. El hecho de que no conociera a Inger sumada a aquella pregunta que se le antojó como extraña le hizo deducir que no era muy amigo de andar entre libros. Como mínimo, no debía pasar a menudo por la biblioteca...

Sonrió.

-Estoy informándome -explicó-. Tengo un proyecto en mente, pero no acaba de cuajar. No me siento muy inspirado. He pensado que, tomando alguna obra como base, tal vez salga adelante -se volvió hacia el chico-. No te preocupes por preguntar. No es nada personal ni íntimo, y desde luego no es ningún secreto que no deba salir a la luz.

Lyam asintió un par de veces. Ahora se preguntaba qué clase de proyecto tenía entre manos el claritas. Por la cantidad de libros que había ahí, debía de ser algo relativamente importante para Corbin.

Se acomodó en el sofá.

—¿Y sobre qué va la cosa? —inquirió, curioso, mirando al claritas. Si no era ningún secreto, no veía motivos para no preguntar.

Corbin se encogió de hombros, pensando en cómo presentar su idea sin que sonara descabellada.

-Es un poema épico -decidió por fin-. Todavía no tengo muchos detalles. Estoy planteando la historia, que está basada en hechos reales, al parecer. Pero tengo que buscar la información más específica por mi cuenta.

Se volvió hacia la mesa y revisó los libros, hasta dar con la antología de poemas ignitas. Buscó la página 238, y el libro no le puso trabas en encontrarla, demostrando que ya lo había hojeado mucho. Le tendió el libro abierto a Lyam.

-Esa es quizá mi principal inspiración -explicó-. No conocía la historia hasta que empecé a documentarme, pero pienso seguir un poco ese estilo. La métrica del poema también parece bastante buena. Aunque, claro, yo no soy más que un aficionado, así que veremos qué pasa.

Lyam alzó las cejas y asintió. No se esperaba que el proyecto de Corbin fuese un poema épico. Es más: ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Y, por supuesto, tampoco se había imaginado que su proyecto estuviese basado en hechos reales. Se preguntaba en quién y en qué se había basado.

—¿Basado en hechos reales? ¿En serio? —Miró al claritas, esperando que le respondiese. Luego observó cómo buscaba entre los libros y, cuando le tendió uno, frunció el ceño. El interés del claritas era palpable. Lyam casi podía afirmar que aquel proyecto le emocionaba.

Tomó el libro y leyó la página mientras Corbin hablaba. Cuando terminó, asintió un par de veces y le devolvió el ejemplar. No sabía muy bien qué decirle. Si el claritas esperaba que él le diese una opinión sobre la métrica, sería mejor que esperase sentado. Él no tenía ni idea de métrica, ni de poemas, ni de nada relacionado con cómo escribir ficción.

Alzó las cejas y volvió a asentir.

—Pues... Supongo que le iría bien... —Asintió un par de veces más y frunció el ceño—. Si tú crees que pega, adelante.

Corbin asintió a cada pregunta, confirmando lo que el chrysos preguntaba.

-Espero que salga bien -comentó-. Me gusta leer, pero es lo primero que me animo a escribir. Quiero estar seguro de estar bien informado. He escogido esa métrica por la similitud entre el caballero Rhial y mi protagonista, pero todavía no me he acostumbrado a ella. -Se encogió de hombros-. No soy muy ducho en materia ignita, la verdad.

Repasó sus papeles mientras hablaba, asegurándose de mantenerlos fuera del alcance de Lyam. Entonces recordó algo.

-También tengo que escribir una carta -añadió-. Pero ese tema es más complicado.

Lyam asintió un par de veces, todavía observando a Corbin. Pese a que esperaba que el claritas le hablase más de la historia que de la forma de esta, Corbin decidió centrar sus palabras en cómo escribiría su gran obra. A Lyam aquello le interesaba muy poco, pero lo escuchó con relativa atención.

—¿Y cómo es tu protagonista? —Sonrió—. Quiero decir, si está basada en hechos reales, tiene que ser alguien de verdad, ¿no?

Esperaba que, ahora que había sido más directo, le respondiese, porque lo que realmente le llamaba la atención del poema la parte de "basado en hechos reales". Se preguntaba si se estaría basando en la vida de alguno de los guerreros de Brontë o si, por el contrario, se basaba en alguien ajeno a Palacio.

Cuando el claritas mencionó que tenía que escribir una carta, Lyam lo miró con curiosidad. ¿A quién tenía que escribirle? ¿Por qué era complicado?

—¿Tienes que escribir una carta? ¿A quién? —Sonrió—. ¿Por qué es tan complicado? No pretendo ofenderte, pero no sé cómo puede resultarte eso más complicado que escribir el poema.

Corbin asintió, con una sonrisa divertida.

-Le propuse que la escribiera él mismo, pero no acabé de convencerlo -relató-. Así que seré yo quien narre cómo Rick el mendigo recuperó su honra perdida.

Sonaba más heroico cuando no le ponía una cara tan específica al protagonista, comprendió de pronto. Se planteó de golpe si debía buscarle un sobrenombre. Al fin y al cabo, si no volvía a ver al flamma, tendría que inventar tantas cosas que dejaría de ser su vida. Pero pensaba encontrarlo, pensó con determinación.

Negó con la cabeza con respecto a la carta.

-Esa no es una tarea de mi propia voluntad, sino un encargo -explicó-. Así que no puedo darte detalles al respecto. Quizá más adelante, cuando las cosas hayan avanzado, si es que te vuelvo a encontrar.

Se levantó y comenzó a recoger sus cosas. Se le había pasado el tiempo en hablar, y al final no había hecho nada.

-Es tarde, Lyam. Ya volveremos a vernos.

Y, sin más, abandonó la sala.

*Se va*