Sala de entrenamiento

Aquel juego empezaba a ser divertido. Una cosa era querer herirla, algo que creía que nunca se daría, pero poco y poco iba poniéndome más serio. La espada, que ya no pesaba, era aún más liviana en la mano. Podía hacer las cosas mucho mejor.
Iba demasiado de frente. Con Värdjas era posible hacerlo, era necesario, para aprovechar la fuerza y la longitud por completo. Pero con aquella espada, tan fácil de portar a una mano, no era necesario. Y sus ataques eran más rápidos que yo, por lo que necesitaba una mayor cobertición.
De nuevo, me puse de costado, con la espada apuntándole, en la derecha, en guardia, y el cuerpo ladeado, detrás del brazo. De aquella forma me bastaba un giro de muñeca para seguir sus movimientos, sus amagos, preparado para lanzarme a defender a un lado o al otro sin tener que desplazar demasiado el brazo.

Uno, dos, tres...
La seguía con los ojos, tenso, con la vista fija en ella, esperando al último de ellos, pero caí en el tercero, quizás estaba demasiado tenso, y tuve que saltar al lado contrario cuando llegó el golpe real, en diagonal hacia adelante, lanzando un golpe hacia adelante con la hoja, y no con el filo, que buscaba encajar mi arma donde se juntaban el agarre y la hoja de la suya. Iba a por el lado retrasado, para evitar que convirtiese mi fuerza en impulso para un nuevo golpe. Mi objetivo era bloquear su arma, enganchando su empuñadura con la guardia de la mía para evitar que la moviese y pegarme a ella, impidiendo sus cortes.

Me sentía extrañamente concentrado. No era exactamente noble, y una parte de mi cabeza me recordaba lo cuidadoso que debía ser.
Pero era una guerrera, ¿no? Debía respetarla como tal.

Que se ponga de lado es una buena estrategia de defensa, en su situación. Con la espada cubriéndolo, me resulta más difícil alcanzarlo, aunque mis amagos pueden llegar a hacerlo perder la posición. Y de hecho, así es. Lo veo claramente cuando el tercer movimiento llama más su atención que los otros, y lanzo entonces el cuarto, decidida. Lo salvan sus reflejos, y el hecho de que salte hacia adelante no me gusta, pues me quita distancia.

Retrocedo un par de pasos para ganarla de nuevo, pero no parece suficiente. Mantengo mi continuo de amagos, mi principal defensa, que hace mis movimientos impredecibles. Pero mi próximo movimiento no llega a tiempo, porque bloquea el arma, apoyando la hoja tan cerca de mi mano que por un momento he creído que iba a cortarme los dedos. Pero se limita al arma, bloqueándola. Ya no podía moverla.

Continúo, pues, retrocediendo, tratando de ganar ese espacio que me daba ventaja, aunque a sabiendas de las dificultades que supone tenerlo encima. Y, al final, viendo que no tengo otro modo de apartarlo de mí, le lanzo un flagrare a quemarropa. Como mínimo, tendrá que apartarse. Con suerte, aflojará la atención sobre el arma y me dará la posibilidad de recuperar el control sobre la misma.

Parecía que mis acciones habían dado su resultado. La evité por los pelos, pero fue suficiente para poder bloquearla, y desde allí la situación se me hacía algo más sencilla. Presionando hacia abajo, hacia adelante, con seguridad y firmeza, puedo impedir que alce el arma sin más, o que la separe, y la guardia de mi espada sirve también como una especie de tope que impide que ella se libre tirando sin más; hacía como de ancla.

Avanzaba, ella retrocedía. La seguía, no le iba dejar tregua llegado aquel punto. La pared se acercaba, y si lograba alcanzarla no tendría por dónde maniobrar. La guiaba, tampoco de forma muy evidente, haciendo la presión hacia allí. Evitaba, sin embargo, empujones o excesos de fuerza que la ayudasen a impulsarse y alejarse.

Reaccionó. Noté el cambio de presión en su arma,y afiancé un poco mi posición. Cuando sus labios se despegaron comprendí lo que iba a hacer. Aproveché aquel instante para avanzar con más fuerza, de costado, como un muro, empujándola con el cuerpo, persiguiéndola, con intención de alcanzar finalmente la pared. Quería aprovechar que había perdido parcialmente el agarre. En aquel momento no podría cortar sin más, y una quemadura me preocupaba menos que perder un brazo.
Apreté la mandíbula, ahogando un quejido, que apenas se escuchó, cuando el fuego me alcanzó, mordiéndome, atravesando la tela de la camiseta, alcanzando directamente la piel. Esperaba que aquello sirviese para, al menos, llegar a la pared e inmovilizarla contra ella, todavía inmovilizando la espada y usando mi cuerpo como barrera para impedirle escapar sin más.

No puedo evitar abrir mucho los ojos cuando veo que ni siquiera se molesta en esquivarlo. ¿Pero qué hace? Es posible que no sea una maga experta, pero tampoco se me da tan mal como para ignorarlo así. En cualquier caso, el daño está hecho, y me veo arrastrada contra la pared, con tan solo mi arma y la suya entre nosotros. Siento cómo se me escapa algo de aire al dar con ella, y mantengo la espada como barrera entre ambos. Parece que estoy acorralada.

Me planteo repetir mi ataque. Puede ignorarlo una vez, pero si insisto, tendrá que ceder y abrirme paso. Aunque parece lo suficientemente terco como para resistirse a hacerlo, incluso si eso supone dolor. Mantengo, pues, el arma bien cogida. Tiene más fuerza que yo, pero él mismo ha enganchado su arma en la mía, así que el resultado es que ambas están bloqueadas. Y aunque yo tenga una pared a mi espalda, no voy a amilanarme por su fuerza ni su tamaño.

Con una ceja alzada, lo miro, seria y concentrada. Me alzo de puntillas, aprovechando que la pared me da apoyo para mantenerme firme aunque no esté tan en contacto con el suelo. Tengo el arma bloqueada, con lo que ni la suya ni la mía tienen movilidad. Y, sin dudarlo un instante, busco su boca, ardiente, reclamándolo sin contención.

La miraba fijamente, serio, concentrado, manteniendo el tipo. Cuando su espalda alcanzó la pared me sentí algo más aliviado. El dolor de su ataque persimistía, pero era soportable, y no era algo que me asustase. A veces un buen guerrero debía soportar un daño para poder derrotar a su rival. Había que saber cuándo merecía la pena. Ya había perdido la cabeza cuando no había evitado el tajo al cuello, pero el fuego de un flagrare era algo que me veía capaz de resistir.

Me mantuve inmóvil un momento, haciendo algo más de presión, como para asegurarle que no la dejaría ir sin más. Incluso hubiese movido un poco el arma para apuntar a su cuello con ella, pero lo veía innecesario. Ella no era un malhechor.

Cuando hizo su primer movimiento se me tensó el gesto, mientras me preparaba para reaccionar a un ataque, sin miedo a lo que pudiese hacer. En aquella situación no podía tener demasiadas opciones. Quizás tuviese un as en la manga, un arma escondida, o algún hechizo desconocido, por supuesto, pero estaba preparado para enfrentarme a...

Se acercó un poco más y sentí un cosquilleo extraño, una leve desconcentración, y la inseguridad sobre lo que iba a hacer. Pero aflojé un poco, permitiendo inconscientemente su acercamiento, recibiéndola con un leve resoplido por la nariz. Enseguida reaccioné, buscándola yo mismo, consciente de pronto de las ganas que tenía de su contacto. Seguía con la espada agarrada, pero apenas la sentía, y ya no presionaba. No con las manos. 
La boca, sin embargo, la devoraba. 

FdR- e__e

El efecto es exactamente el esperado. Da igual su fuerza. Da igual su habilidad. Tengo todo el control y el poder. Absolutamente todo. Y, consciente de ello, continúo con el gesto, permitiendo su furia, dejándome pegar aún más contra la pared, controlando cada gesto para descontrolarlo a él. Sé qué hace falta. Sé cómo distraerlo. Tan solo me queda un pequeño cálculo más. Es pura cuestión de manipulación.

Cuando noto que afloja el arma espero un poco más. Mientras tanto, me dejo devorar y lo devoro, atrayéndolo, mordiéndole el labio y tirando de él, profundizando sin tapujos en su boca, buscando acelerar su respiración, acelerarlo a él. Mi posición no me permite demasiados gestos, pero sí los suficientes. Y poco a poco, él mismo va cayendo.

Cuando la presión ha disminuido lo suficiente para liberar mi arma, la avanzo lentamente hacia su cuello, colocándola prácticamente con mimo sobre su piel, al mismo tiempo que los besos se van ralentizando hasta detenerse. Rechazo entonces su boca, apartándome ligeramente (tampoco es que pueda apartarme mucho), y continúo un recorrido con los labios hasta su oído, dibujando una pequeña sonrisa que él ya no puede ver. Sé que le parecerá rastrero. Es lo más innoble que se me ocurre, sinceramente. Pero, por ser yo, espero que me lo perdone.

-Estás muerto -susurro a su oído con suavidad, casi en un suspiro, acariciando con los labios su lóbulo.

La cabeza empezaba a nublárseme. De alguna forma, era como si hubiese olvidado qué hacía allí. Era la primera vez que ella me buscaba de aquella.forma, sin que yo lo intentase antes, y aquello ayudaba a que mi rigidez apareciese incluso antes de lo habitual, mientras notaba la respiración algo acelerada por el sobresalto.

Recorría su boca, atrapaba su lengua con la mía, sin abandonar sus labios más de lo justo para cambiar un poco el ángulo o tomar algo de aire.
Era como si me hubiesen prendido fuego, y me sentía arder tan rápido que abrasaba.

La sensación fría en la garganta casi parecía irreal, un accidente. Ella fue bajando la velocidad, la intensidad del contacto, que yo traté de prolongar por un momento, espirando por la nariz con una especie de suspiro, medio camino entre una leve frustración y la excitación. No obstante, sentirla subir lentamente a ras de piel también era sumamente agradable.

Su aliento junto a mi oído me hizo estremecerme.
Y luego entendí lo que había dicho y mi respiración se detuvo de golpe, con sequedad.

Una trampa. Desde luego, era un acto bastante deleznable... No lo veía mal del todo, si lo pensaba bien, porque era un entrenamiento. No lo hubiese visto mal...
Pero había sido la primera vez que me buscaba de aquella forma. Había imaginado que lo hacía muchas veces, que de pronto ella se encargaba de deshacer la distancia, que no solo era yo el que buscaba algo y ella la que simplemente aceptaba lo dado. Y lo que había parecido serlo, al final había sido una trampa.
Muy hábil, por otra parte. Aunque algo decepcionante.

Me separé un poco, para mirarla, ignorando aquello que me gritaba que la devorase de nuevo, con una sonrisa algo apagada, asintiendo con suavidad. De pronto el calor se me hacía extraño. Era como si mi cabeza hubiese salido del frenesí, pero mi cuerpo siguiese dentro.

-Eso me ha dolido un poco -murmuré, sin borrar la suave sonrisa-. Creo que puedes apuntarte otra victoria...

Y sin embargo, aunque realmente me sentía algo dolido, avancé hacia ella para buscar un último roce, suave, porque el cuerpo me lo pedía...

Llego a soltar una suave risa. Sinceramente, me daba algo de reparo la posibilidad de que se ofendiera. Él mismo había impuesto que todo era válido, y aquello no dejaba de ser una carta que jugar en la partida, pero tengo que admitir que su enfado me habría parecido perfectamente comprensible. Aparto lentamente el arma de su cuello, haciéndola a un lado, con una pequeña sonrisa divertida.

-Suele pasar con las derrotas -respondo, picajosa, aunque sin mucho ánimo de hurgar más de la cuenta en la herida. No me gusta ser tan rastrera, pero de verdad me lo ha dejado muy fácil.

Acabo por apoyar el arma en la pared, a mi lado, recuperando mi altura, satisfecha y relajada. Sigo sin haber cumplido exactamente en condiciones, pero aceptemos esto como cumplir, por el momento.

Por otra parte, y dentro de lo esperable, creo que he desatado algo. Lo dejo buscarme de nuevo, correspondiendo, e incluso llego a apremiarlo ligeramente. No está bien ensañarse con los vencidos, supongo.

Al menos la situación no se había hecho incómoda, aunque yo sí me sentía un tanto raro. Tenía una sensación que no... Era como...
Utilizado. Ni siquiera podría decir aquello, porque yo la buscaba una y otra vez. Ella no tenía la culpa. Pero quizás me estaba empezando a costar llevar aquello.

-Hay que saber perder -me limité a decir, encogiéndome de hombros. 

Desde luego, aquello era una verdad muy noble.

Quizás lo que me frustraba era pensar que de haber sido al revés no hubiese funcionado. Aunque ella era muy orgullosa...
Me costaba imaginarla haciendo aquello con cualquiera. Lo cierto era que, aunque hubiese sido así, por aquello...
Ella me había besado igual, de todas formas.

Aceleré un poco el ritmo con ella, empujándola contra la pared mucho más suavemente que antes. Terminé por apartarme un poco, sin embargo. Sentía su sabor en los labios, y aquello me causaba un leve cosquilleo en el vientre.

-Eres buena -mencioné, escueto, con una sonrisa más animada.

Quitando aquel final, había sido más duro de lo esperado. Tenía ganas de probar con Värdjas.
Y de desnudarla.

Me limito a asentir, recuperando la seriedad. Me dejo acorralar de nuevo, ahora sin trampas ni planes ocultos. Puedo oír a Vilo bostezar y gemir, y siento cómo los labios se me curvan ligeramente. Los hay que no saben cuándo dejar de pedir atención.

Me mantengo apoyada en la pared cuando se separa, mirándolo con tranquilidad. Alzando una ceja, ladeo ligeramente la cabeza. Se me ocurren un par de comentarios al respecto, pero decido guardármelos.

-Sigo necesitando tu ayuda -apunto, segura-. Pero gracias.

El problema no es mi habilidad. Es algo que sé desde siempre. Lo que me falta es arrojo. En una situación como esta, en la que sé que no hay ningún peligro real, puedo desenvolverme sin problemas, e incluso llegar a lucirme relativamente. En cuanto salgo a la realidad, sin embargo, me quedo absolutamente bloqueada e indefensa. Y él lo ha visto y debería tenerlo en cuenta.

Atrapé un momento mi propio labio inferior con el colmillo, como buscando hallar en él algún rastro final de su sabor. Bajé la vista un instante, pensativo, y volví a alzarla cuando habló, asintiendo con una sonrisa.

-Claro. Como has visto, no eres la única que debe mejorar en algunas cosas. Me esforzaré por no sobre... infravalorar... -. Negué un par de veces-. Me esforzaré por luchar en serio. Temo hacer daño, pero tienes razón... Solo podré ayudarte si voy en serio por completo.

Me moví un poco en el sitio, mirando un momento a los lados, repentinamente incómodo. Durante un par de segundos solo miré a Vilo, callado. Me froté un momento la cara, pensativo, ligeramente nervioso, y luego la miré, serio, escrutinador... Sentía cierto miedo innoble...

-¿Por qué nunca me buscas? -murmuré, algo más bajo de lo normal, dirigiendo la mirada hacia ella hacia el final de la frase.

No quería oírlo... Pero no podía evitar pensarlo. Y aquella vez había parecido diferente, pero entonces... ¿simplemente había sido una trampa para vencer?

Niego con suavidad.

-Esta vez ha estado bien -replico, segura-. Desde luego, eres mejor que yo. No tengo la menor duda. Aunque supongo que es mejor si yo también puedo serte útil. Así no parece que estés perdiendo el tiempo conmigo.

Cuando vuelve a abrir la boca, sin embargo, me siento entrar en tensión. Con suavidad, cruzo los brazos ante el pecho, apoyando un pie en la pared, y entrecierro ligeramente los ojos, mirándolo con cierta desconfianza. Alzo ligeramente el mentón cuando voy a hablar, seria.

-¿Por qué debería buscarte? -contraataco, alerta.

La sonrisa, el asentimiento incluso, provocados por su frase, por el día, por el entrenamiento, por el rastro de su sabor en los labios, se congeló de pronto, desapareciendo. Para cuando me percaté la recompuse, aunque un poco más abatida.

Quizás había pensado que reaccionaba a lo que yo hacía porque le apetecía, y que por aquello la lógica decía que alguna vez ella también tendría ganas de tocarme, y no como extensión de mi contacto, o como forma de acabar una lucha.
Quizás solo se dejaba porque venía dado. ¿Era aquello? ¿Bienvenido el polvo que fuese?

Suspiré. La verdad era que había dolido más de lo esperado. Tenía un nudo denso en la garganta.

-Porque aceptas si te busco yo -murmuré, pese a todo, notando mi voz algo tomada, debido al nudo.

Costaba mantener aquella sonrisa extraña. Hubiese sido más sencillo besarla y dejarlo... Disfrutar cuanto pudiese de ella.

No me pasa por alto su expresión. Ladeo ligeramente la cabeza, con el ceño ligeramente fruncido y la mirada incisiva. Por lo demás, me mantengo donde estoy, firme.

Me encojo de hombros.

-No veo motivos para rechazarlo si es agradable. También podría buscarte si sintiera la necesidad de hacerlo. No encuentro motivos para evitar el contacto -replico, con voz calma, ligeramente contenida-. Pero eso no me obliga en ningún punto a nada, ¿o sí? ¿Aceptarte implica que te debo algo?

Porque, si es así, será tan simple como no volver a hacerlo. Por eso no tiene que preocuparse; sé manejar mis instintos perfectamente. No voy a morirme por contención.

Dentro de lo esperado, no fue la peor respuesta posible. Una parte de mí sintió incluso cierto alivio.
Noté que el nudo se aflojaba un poco, aunque la sonrisa, cansada, acabó cayendo también, al límite de borrarse por completo.
Asentí, echándome el flequillo hacia atrás con la izquierda, moviéndome en el sitio.

-No me debes nada -corroboricé asintiendo, mirándola-. Y por supuesto que eres libre de hacer lo que quieras. Por adelantado.

Dolía. Al principio sentía poco más que contento al tenerla cerca. Pero poco a poco aquello se entremezclaba con confusión, con frustración, con decepción...
Dolía mucho. Pero, de todas formas, no quería renunciar a lo que bueno que ganaba, que sentía.

No iba a rendirme sin más habiendo llegado tan lejos, pero se hacía difícil. En aquello me sentía un poco solo.

No deja de ser una cuestión un tanto familiar, pero eso no la hace menos incómoda. También es ciertamente predecible la respuesta. Asiento lentamente, aún seria, escrutándolo, y acabo por relajar un tanto el gesto. No deja de ser lo que quería oír, después de todo.

Desvío la vista, pensativa. Me vienen a la mente algunos recuerdos, y no todos agradables. Niego lentamente, para mí, algo ensimismada.

-Tampoco soy muy dada al contacto, en general -remarco, en un murmullo que parece indicar que hablo conmigo misma. Acabo por negar, y llego a esbozar una mueca, un amago de sonrisa, aunque un gesto no del todo agradable-. Si es lo que te preocupa, no es que tenga ninguna clase de reparo hacia ti.

De pronto el ambiente me pesa. Estaba perfectamente activa hace un momento, pero parece haber cambiado por completo.

Se le veía aquello. No parecía buscar nada de nadie. Quizás buscaba algo en otros, cualquier cosa, pero no daba aquella impresión. Parecía cerrada a todo, en general
Y algo así había dicho... No era ninguna sorpresa.

-Simplemente me cuesta limitar la barrera... -murmuré, clavando los ojos en los de ella-. Ahora mismo siento una especie de caos desagradable y me muero por besarte, pero no tenemos esa relación en la que se hacen esas cosas. Me bloqueo-. Negué un par de veces, acabando con un breve resoplido y una sonrisa algo tensa-. No te quiero agobiar. Lo siento -murmuré, mirándola, recomponiendo un poco la expresión.

Estaba montando una escena. De nuevo. Debía evitarlo o ella terminaría harta.

Llego a fruncir el ceño, volviendo de nuevo la vista a él.

-¿Qué barrera? -pregunto, sin llegar a seguir del todo el hilo de sus pensamientos. Acabo por negar-. Mira, Rick, en el momento en que me agobies o molestes te lo haré saber. En serio. Puede que no de la forma más sensible y delicada, pero sí rápida. Y créeme que te lo dejaré bien claro. Así que no sé por qué te disculpas, más allá de por ser imposible de entender.

Empieza a molestarme un tanto ese aire afligido que le entra de vez en cuando. Es incómodo y desagradable. Y si tantos problemas tiene conmigo, que me lo diga. Mientras tanto, no voy a aceptar lloriqueos ni tonterías, principalmente porque no tengo por qué hacerlo.

¿Por qué respondía de aquel modo? Daba la sensación de que no había problema alguno, de que yo veía cosas innobles donde no las había. Me sentía agobiado y algo cobarde.
Me animó un poco saber que, por lo menos, sería avisado cuando llegase a su tope. Aunque sonase casi a amenaza, a predicción, dicho de aquella forma. Pero las cosas dichas por Lea sonaban así a veces.

Inspiré profundamente, cubriéndome el rostro con la mano, agobiado. ¿Era yo?
Rossel... Con ella no me importaban tanto las cosas... Con ella era diferente. Con ella no dudaba... Pero ella me había buscado al principio. Aquello daba seguridad. Porque pensabas que permitía, que quería, que formases parte de aquello. Y luego había desaparecido...
¿Y de aquello tanto miedo? Miedo a ilusiones rotas... Vaya un héroe decepcionante. Había sobrevivido a Rossel. Había vuelto a sentir cosas buenas. Estaba bien, ¿no? Lo había estado.
Con Lea era igual. No era la única mujer del mundo, ni la más hermosa, ni la del carácter más amable... Y podría superar las heridas que me causase. Ya lo había conseguido antes. No era la primera vez.

No pasaba nada. Sería posible seguir adelante sin ella. Perfectamente. El tiempo se encargaría de curarlo.

Fruncí el ceño. Sentía algo de energía viniendo desde dentro.
La miré. No era mejor que yo. Había decidido protegerla. Se suponía que éramos iguales, ¿no? Para la lucha. Para todo, ¿no?
Ella no era más que yo. No estaba tan arriba.

-Me asusta el estarme dejando llevar demasiado deprisa. Le doy vueltas a cómo pedirte algo serio mientras tú subrayas tu libertad. Me siento un poco tonto, un poco torpe, un poco asustado, y tengo un miedo terrible a lo que hagas o digas -. Pero ya daba igual. Me sentía algo más fuerte-. Estoy harto de temblar como un innoble bastardo.

Si tenía que doler, que doliese. Acabaría pasando.
Solo así podría buscarla, ¿no?

Ya tardaba. Aprieto los dientes. Bastante ha aguantado, supongo. Siendo él, podía haberse esperado antes. Bajo la vista mientras habla, sombría y taciturna. Por algún motivo, me molesta. No le echo la culpa, pero es así. Ni siquiera yo lo entiendo. Supongo que es una cierta sensación de opresión. O quizás un mal recuerdo. Mithos. No debería ser tan difícil, pero lo es. No va a entenderlo.

Me paso una mano por la cara, frotándome un momento los ojos. Suspiro. En fin, buscaremos la forma de hacer las cosas de forma clara. Alzo la vista de nuevo, aún apoyada en la pared en la misma postura. Tremendamente seria. Hasta tengo el ceño algo fruncido, me doy cuenta. Lo relajo y busco por dónde empezar.

-No quiero ser dependiente ni quiero reproches -declaro en primer lugar-. No quiero. Me da miedo el dolor. Me da miedo hacerte daño y me da miedo hacerme daño. Hace ya mucho que no estoy con nadie más, pero creo que la seriedad con la que cada uno se lo tome es asunto de cada uno -. Hago una pausa-. Aunque creo que no estás de acuerdo. No sé decirte cuánta seriedad le doy a... esto. Sea lo que sea. Simplemente estoy cómoda, así que no tengo motivos para darle más vueltas. Aunque cada vez es más evidente que no es tu caso. No creo que pueda seguir estando cómoda si es así -. Bajo la vista-. No sé qué quiero.

Su expresión no era esperanzadora. Nunca lo parecía en las situaciones como aquella. Y luego, bueno... Sus palabras barrieron un poco más aquella esperanza extraña que había brotado.
Era como una pequeña planta. Y entonces le habían pasado por encima, levantando una polvareda intensa, destrozando la tierra. Pero entonces, como por suerte (o quizás desgracia) al despejarse el polvo aquel frágil brote seguía allí.
Era algo como aquello...

La miraba muy serio, en silencio, incluso después de que hubiese acabado. Inspiré profundamente, y la espiración fue una especie de suspiro, y luego sonreía.

-Pues entonces hagamos un trato -propuse-. Yo me desentiendo, dejo los agobios y las preocupaciones a un lado. Dejaré de buscar nada especial, no lo esperaré-. La sonrisa no era forzada. Me sentía más relajado-. A cambio, el día que tengas algo que decir al respecto lo harás tú. Soy inseguro, pero si entiendo el silencio como que no existe una respuesta no daré tantas vueltas a las cosas. Mientras tanto puede dejarse estar así. ¿O es un no definitivo?

Ya no asustaba tanto. Ya estaba. Y ni siquiera me sentía desgarrado, como había esperado.
Aquella respuesta que tanto me había costado pedir estaba dada.

Lo miro de reojo mientras habla, sin llegar a alzar la cabeza. Aún sigue sin inspirarme confianza. Y sin embargo, cuando habla parece bastante razonable. Bajo la vista de nuevo, pensativa.

-No -murmuro-. No es un no definitivo -. Alzo la vista entonces-. Supongo que eso está bien, si para ti es válido. Te informaré si tomo alguna decisión, del tipo que sea. Ya pensaba hacerlo, de todas formas.

Descruzo los brazos, con un suspiro cansado. Espero que esto sea de verdad el fin de tantas vueltas. Aunque sigo dudándolo. Me resultaría extraño que lo hubiese entendido, cuando nunca ha parecido capaz de entenderlo.

Por fin, me separo de la pared, avanzando un par de pasos. Al llegar a su altura, me alzo de puntillas y busco sus labios un instante, en un rápido roce. Luego lo miro, seria, con una ceja alzada, incluso con cierto enfado.

-Busca tú mismo lo que quieras -exijo-. No me pidas que lo busque por ti.

La losa que me quitó de encima aquel primer "no" fue inmensa, y no pude evitar un suave resoplido, aliviado. No tenía clara la expresión que se me hubiese quedado de haber sido un "lo siento, pero nunca", pero no había sido así.
Y ya estaba... Ya estaba todo. Me sentía tan aliviado de repente. De hecho, tanto que hasta podía parecer que había escuchado mal su respuesta.

¿En qué momento aquello había pasado a ser una victoria? Seguía sin certezas, seguía teniendo que esperar, seguía... todo, pero por mi parte estaba satisfecho.

Entrecerré los ojos al recibir el roce, sintiendo algo de alivio aunque fuese un roce tan breve. Asentí a sus palabras, con una sonrisa suave.
Ella siempre lo hacía de aquella forma, hacía lo que quería. Aquello estaba bien. A mi no me molestaba.

Debía buscarlo yo mismo.
Me acerqué a ella, entonces, buscando un beso lento, pero profundo, para terminar de deshacerme del resto de aquella sensación del agobio que había tenido.

Lo dejo acercarse, algo incómoda. Creo que me han superado las emociones. Necesito un descanso. De todas formas, correspondo con suavidad, despacio, y tras un momento que me ayuda a relajarme me aparto de nuevo, recuperando una pequeña distancia. Aunque sigo seria, ya no mantengo el aire indignado de antes.

-Quiero darme un baño -declaro, sin dejar lugar a reproches-. ¿Qué te parece si cenamos algo luego?

Vilo ya no puede más, y con razón. Acabo por llamarlo con un gesto, y viene con aire entre entusiasta y desesperado. Mi pobre niño. Mañana le compensaré esto. Me agacho para recibirlo y lo abrazo y mimo, mientras el muy listo gimotea y se hace querer.

Ella siempre acababa agobiada por mí. Iba a acabar con aquello. Iba a acabar también con mi sensación de malestar, cumpliendo con el trato que yo mismo había interpuesto. Ya estaba todo dicho, y le debía tiempo, entonces. Quizás alguna vez recibiese una respuesta, buena o mala, pero ya no debía asustarme pedirla porque no había nada que hacerle.

Cuando se apartó sentí el breve cosquilleo en la piel de cuando los labios comienzan a separarse, pero la piel se mantiene pegada un instante más. Aunque quise haberla seguido, me mantuve inmóvil. Una paz extraña me envolvía.
Asentí con suavidad a su propuesta.

-Por supuesto. También yo debo asearme. Será lo mejor.

Mientras ella llamaba a Vilo, entonces, fui a dejar la espada prestada en su sitio. Volví luego junto a ellos, y me acuclillé un momento junto al cachorro. Hundí las manos en su pelo, acariciándolo con una sonrisa, y luego me puse en pie de nuevo.

-¿Vamos? -inquiricé, con una sonrisa.

De camino a la puerta recogí a Värdjas, mi fiel compañera. Pronto sería su turno, también. Hacía mucho que no luchaba.

*se van*