Sala de entrenamiento

Resoplo, entretenida.

-Así debe ser la vida de un guerrero -comento.

Asiento a sus palabras. Yo también veo un puñal más conveniente y más discreto. Pero esto es más letal.
He ahí mi interés en un arma como esta.

-Eso es más puntual. También es un arma de alcance mayor. Para que un puñal recorra la misma, tendrías que tener una fuerza descomunal.

Cuando ya lo he dispuesto todo y he regresado con los dardos, recupero la ballesta. Entre lo uno y lo otro, no me siento muy ágil.

-¿Sigue siendo hierro? ¿A qué te refieres? -inquiero, alzando las cejas. Entre idas y venidas estaba algo despistada. Asiento, no obstante, a su siguiente pregunta. Luego balanceo la cabeza a un lado y al otro, cavilante, quitando algo de veracidad a mi afimarción inicial-. Sé la teoría. Nunca lo he hecho. Pero no es un mecanismo complicado, dentro de lo que cabe.

Asintió, coincidiendo. No había duda de que los daños de una ballesta no eran comparables a los de un puñal, al menos si este se usaba como proyectil. Seguía, no obstante, viéndola poco práctica, aunque si hubiese un arma con un mecanismo semejante y menos pesada que la ballesta, el chrysos tenía claro que sentiría interés por probarla.

—Estoy trabajando en la fuerza descomunal —comentó, claramente jocoso—. Dame unos meses, y ya verás.

La miró, sonriendo un poco.
Cuando la chrysos volvió, frunció un poco el ceño, confuso, antes de comprender que la chica quería que le devolviese la ballesta. Por algún motivo, había pensado que se la había dado para que él la probase, no para que simplemente la sujetase.
Se la dio, no obstante, sin que ella tuviese que llegar a pedírsela.

—A que tiene que ser muy fuerte para romper armaduras. —Se encogió de hombros—. No sé, digo yo, tampoco es que sepa demasiado... —Negó suavemente. Luego, después de que Alehyss respondiese a su pregunta, preguntó, entretenido—: ¿La probamos? O, bueno. Tú ya... —La miró—. Prueba.

De nuevo, dejo ir una risa discreta. Seguro que sí.

-Prueba a comerte a Dehnel. O a levantarlo. Lo que mejor funcione.

Mientras habla asiento. Evidentemente, es fuerte. Los dardos de metal no son como las flechas de madera: son más duros. Además, el hecho de que cargar una ballesta sea tan complicado hace que sea eficaz. Nadie busca mecanismos complicados porque sí.

Coloco la ballesta con el arco hacia abajo, colocando un pie a cada lado para sujetarla. Tiro entonces del cable hacia mí. Con las manos desnudas llega a resultar algo molesto en las palmas de las manos. No obstante, con cierto esfuerzo termino por lograrlo, y coloco el seguro.
Entonces, tras haberla preparado, puedo cargarla. Eso es sencillo. Solo hay que colocar el dardo en su sitio.

-Esto es lo malo -explico, mirándolo-. Como tengas que disparar dos veces seguidas...

Me posiciono, entonces, frente a la diana. Apuntar es sencillo. Pero cuando disparo el retroceso me hace tener que dar un paso atrás y el extremo se me clava en el vientre, haciéndome resoplar.
Eso sí. Cuando compruebo la diana, no obstante, me satisface ver que la profundidad a la que se ha hundido el proyectil es considerable.
Si eso te da en el cuello, saldrá por detrás, sin duda.

Le paso el arma a Lyam, mirándolo de reojo, alzando las cejas.

-Ten.

Es difícil no sentir curiosidad por un arma así, aunque no sea ágil.

Rió con suavidad.

—Comerlo, sin duda. No quiero romperme la espalda, y es más cómodo para ambos.

La miró, torciendo la sonrisa, cruzándose de brazos. Atento, observó a la chrysos mientras esta preparaba el arma, prestando especial atención a sus movimientos, tratando de memorizarlos para repetirlos en cuanto pudiese.

—Supongo que por eso no se usan tanto en un combate a campo abierto. —Ladeó la cabeza—. Aunque su potencia es interesante.

Si hubiese una forma menos engorrosa de utilizar un mecanismo como el de la ballesta.

Se apartó un poco, dejándole espacio a la muchacha, cuando esta se preparó para su lanzamiento, sin dejar de mirarla. Atento, observó el lanzamiento de la chica, y los efectos secundarios de ese tiro: el retroceso, el golpe. Aquello también parecía engorroso. Después, miró el muñeco, alzando las cejas, sorprendido, al descubrir hasta qué punto se había hundido el dardo.
Sonrió.

—Buen tiro —murmuró.

Cuando Alehyss le tendió el arma, involuntariamente su sonrisa se ensanchó.

—Gracias.

Comenzó, entonces, a intentar repetir los pasos que Alehyss había hecho antes, sin demasiado éxito. Frunció el ceño, soltó una maldición. Repitió el proceso, con el mismo resultado, un par de veces más, hasta que, finalmente, logró su objetivo. Colocó el seguro, tal y como había hecho Alehyss, y luego un dardo. Después, apuntó a la diana, y esperó unos segundos antes de disparar.

El disparo le hizo retroceder, y al notar el impacto del arma contra vientre soltó un quejido, pero el dardo se había hundido bastante, y aquello era suficiente como para que él se sintiese satisfecho. Miró a la chrysos, tendiéndole el arma.

—Te... toca.

Comérselo, claro.
Cuidado con lo que dices. Estoy segura de que puede malinterpretarse. Aunque hoy no tengo días para juegos de palabras encadenados.

-Es para larga distancia -explico-. Para proteger de una invasión, por ejemplo. Como un arco, aunque más incómodo. Cuando los enemigos se acercan tienes que buscar una alternativa, claro.

Ese es mi problema. Es lo que quiero arreglar en mi idea. Pero de momento no encuentro el modo. Por eso probar una ballesta normal y corriente me parece una buena idea.

Compruebo de nuevo el tiro y asiento a sus palabras. Aunque la potencia lo desvía si no tienes demasiada fuerza. Otro problema más.
Me entretengo viéndolo repitiendo mis pasos. Una vez ha pasado y me la devuelve no puedo reprimir una carcajada suave, cogiéndola.

-Esto me recuerda a algo que llevo muchos años sin hacer... -comento, conservando la sonrisa todavía, comenzando a cargar de nuevo el arma para tirar una vez más.

Esta vez logro arreglármelas para que el retroceso no sea tan incómodo, apartando el cuerpo un poco más, pero sigue siendo demasiado complicado para alguien de mi fuerza.

Se la ofrezco.

Asintió.
Tenía sentido.

—Es una pena que sea tan poco práctico. Tiene un mecanismo interesante, y supongo que por eso querías probarla.

La miró, encogiéndose de hombros.
El siguiente comentario de la chica le hizo alzar las cejas, curioso; los labios, que se habían curvado un poco al escuchar la carcajada de la muchacha, formaron entonces una amplia sonrisa entonces, amable.

—¿Ah sí? ¿A qué? —Observó el lanzamiento de Alehyss—. ¿Jugabas con tirachinas o así?

Cogió el arma, y de nuevo, probó a lanzar. Esta vez tardó menos en lograr cargar el arma, pero volvió a notar el fuerte impacto del arma contra su cuerpo. Frunció el ceño.

—Tsk...

Y le tendió el arma de nuevo, sonriendo.

Asiento con simpleza. Es un buen motivo para probarla. La curiosidad me lleva a hacer cosas así. Además, el conocimiento sobre armas es algo que resulta muy importante para alguien que se dedica a luchar.

¿Tirachinas? Eso sí me hace reír, admito. Ha resultado hasta tierno, de alguna forma.

-Oh, para nada. Era una niña buena. Hablaba de sustancias alucinógenas y semejante. Una juventud no tan sana como mi madurez -comento, sin darle importancia.

Supongo que todo el mundo ha...
Bueno. He pasado mucho tiempo en malas compañías. Supongo que yo fui una también. O lo soy. No lo tengo claro.

Recibo el arma y me pongo a preparar un nuevo tiro, concentrándome. Desde luego, no es la mejor forma de practicar la puntería. Aunque si aprendiese a evitar ese desvío...

Al escuchar la risa de Alehyss, el chrysos, todavía con una sonrisa, la miró algo confundido, sin entender muy bien qué le había hecho gracia. Sin embargo, cuando la chica se explicó, él mismo no pudo evitar reírse de su... Inocencia.

—Oh, oh, oh. Vale. —La miró, con restos de la risa. Negó suavemente—. Joder, qué imbécil. —Volvió a negar, y desvió la mirada hacia la diana, sonriendo ampliamente—. Bueno. En eso también me recuerda a mi juventud, aunque admito que era más del alcohol que de otras cosas.

Se encogió de hombros.

—Y también jugaba con tirachinas. —Torció una sonrisa, mirándola de reojo—. Un niño encantador.

Negó de nuevo.
Entretenido, observó cómo Alehyss se preparaba para un nuevo lanzamiento.

Asiento un momento, mirando la diana un par de segundos, algo abstraída. Hace mucho de eso. No tanto, realmente, pero, si lo pienso bien, llevo ya bastante en Brontë. Restando esos años, tampoco puedo decir que haya sido hace poco.

Dejo ir el dardo y le paso la ballesta, esbozando una sonrisa.

-De tirachinas a ballesta. Demasiado ascenso-. Me estiro un momento cuando la coge-. La última, si no te importa.

Estoy algo cansada, y me duelen las manos de tirar del cable. Esto me ha aclarado un poco las ideas. Tengo un par de cosas que comentarle al chico, a Jun, que quizás sirvan de algo. Aunque no creo que sea yo, tampoco, la que deba ver eso. Sino el que vaya a construir el mecanismo.

Torció una sonrisa.

—También sé lanzar puñales; practicaba de pequeño. —Cogió la ballesta—. El ascenso no es tanto si lo miras así.

La miró un segundo más, antes de poner su atención en el arma. Definitivamente, por mucho que el mecanismo fuese interesante, todo el proceso de carga resultaba engorroso. Cuando finalmente terminó de cargar el arma, intentó un nuevo lanzamiento, probando, esta vez, a apartar el cuerpo un poco, tal y como había hecho la chrysos previamente. El nuevo lanzamiento no le hizo retroceder tanto como antes, y aunque el arma sí volvió a golpearle, no lo hizo con la intensidad de los anteriores lanzamientos.

La miró, sonriendo.

—Ha sido interesante. Aunque supongo que te hubiese venido mejor que yo no estuviese dando la tabarra... —Se encogió de hombros—. ¿La guardo?

Asiento a eso. No hay réplica, aunque no sean armas del mismo tipo. Aunque, estrictamente, el tirachinas sigue pareciéndose más a la ballesta en forma. Y en peligrosidad no lo tengo claro, porque usado bien supongo que...

Interesante. Sí. Estoy de acuerdo con él.

-Me ha ayudado un poco, imagino. Y no te preocupes. No estaba muy concentrada, hoy. Sé evitar la compañía si me es un engorro-. A su propuesta, tomo el arma, llevándola yo misma a su sitio, y me dirijo a la diana a por los proyectiles-. Supongo que tendré que buscar un modo de practicar más convencional.

Comienzo, al acabar, a arrastrar la diana hacia su sitio.

-¿Me puedes ayudar con el muñeco? -pido a medio camino.

Sé que lo hará, pero no es por aprovecharme. Es por acabar antes.

-A ver si para la nieve. No me gusta el frío y estoy harta de estar todo el día dentro -murmuro, como una queja que me regalo a mí misma.

Aunque aún no hace tanto, por algún motivo, decidí ir a nadar.

Cuando he colocado la diana en su sitio sacudo levemente las manos y suspiro. Ahora querría una ducha o algo así.
Pero sí. Ha sido interesante.

El chrysos quiso impedir que la muchacha cogiese la ballesta, dispuesto a guardarla él mismo, pero al final terminó dándosela. Que no se iban a poner a discutir por quien guardaba un arma, menuda estupidez.

—¿Con la ballesta, dices? —Alzó un poco las cejas—. Supongo que siempre puedes probar con flechas y muñecos. —Se encogió de hombros—. Depende de lo que quieras aprender, supongo.

Se acercó para ayudarla a mover la diana, pero al escuchar la petición de Alehyss, el chrysos se acercó al muñeco y empezó a cargar con él, llevándolo a su sitio. Al final Alehyss no lo había usado para nada.

—A mí tampoco me gusta demasiado la nieve —respondió, ya con el muñeco recogido. Se acercó a Alehyss—. Así que últimamente también he estado bastante encerrado, leyendo y entrenando. —Se encogió de hombros—. Aunque también he salido un par de veces; cuando te acostumbras, no se está tan mal, aunque no dejará nunca de ser un engorro.

Suspiró.

—La prefiero a la lluvia, eso sí —añadió, sonriendo un poco.

Flechas y muñecos. Sería una buena idea, pero tampoco son flechas lo que busco. Supongo que una ballesta más pequeña servirá, pero hoy no puedo hacer mucho más al respecto. Investigaré, simplemente.

-Está bien. De momento está bien -murmuro, tranquilizadora, de alguna forma.

Pronto hemos acabado de arreglar todo esto. Me siento satisfecha por no haber acabado pasando el día completo ociosa, aunque no he hecho tanto como de costumbre. Y haberlo visto entrenando tan en serio cuando llegué me hace plantearme que debería hacer lo mismo.

-La lluvia es lo peor que existe -coincido, estirándome un poco-. Si la otra opción es lluvia, que nieve para siempre, por favor.

Pero mejor que haga sol. No demasiado. El suficiente como para no ser insoportable. El calor resulta muy agobiante.

-¿Vamos? ¿Has cenado? Aunque yo antes quiero ducharme...

Alzo las cejas, curiosa. Ya que estoy, compañía en la mesa no me matará. Ha sido un día extraño, pero no me siento incómoda. Estoy sociable.

De nuevo, el chrysos se sintió un poco confundido por la respuesta de Alehyss, pero no hizo ninguna pregunta al respecto. El tono de la chica no dejaba de ser tranquilizador, y él no tenía por qué saber todo lo que quisiese saber.

Lyam ya conocía de antes la aversión de Alehyss hacia la lluvia, pero aun así, soltó una suave risa al escuchar su comentario. Lo peor que existe. Sin duda, él también consideraba a la lluvia como lo peor que existía en términos climáticos. La nieve y hasta el calor excesivo, que le resultaba más desagradable que la nieve y el frío, resultaban mejores que la lluvia.

—Conociendo Brontë, seguro que cuando la nieve termine empieza a llover. —Suspiró—. El tiempo de este sitio es horrible.

Se estiró con bastante descaro.
A la pregunta de Alehyss, respondió negando, curvando un poco los labios.

—Pues no. Pero yo también quería ducharme. ¿Te parece que quedemos después?

Alzó ambas cejas, ensanchó la sonrisa.
Tras escuchar la respuesta de la muchacha, ambos abandonaron la sala de entrenamiento.

*se van*

La observa desde un punto en que ella no puede verla. Silenciosa y sutil, se preocupa de no dejar escapar una sola gota de su poder, de no delatarse. Es algo que nunca se le ha dado bien, y es probable que igualmente haya delatado su presencia sin quererlo. Pero, de momento, la chica puede pensar que son solo imaginaciones suyas.

Al cabo de un tiempo de observación, emerge finalmente de la nada, situándose directamente detrás de la guerrera. Sin darle oportunidad a evitarla, toma una de sus manos, la que en ese momento carga un châxio. Resulta inexplicable cómo un agarre tan delicado puede ser a la vez tan firme.

Tras dedicarle una suave sonrisa y una mirada tierna, de esas que arropan y hacen estremecer hasta el alma, sitúa su mano libre, la derecha, sobre la palma de la chica y absorbe su hechizo con toda tranquilidad, arrebatándoselo. El châxio parece pasar a formar parte de ella y desaparece ante los ojos de su creadora.

-Me alegra mucho verte aquí, amor -la arrulla con su voz suave, ladeando ligeramente la sonrisa-. Temía que nunca llegaras a planteártelo en serio. Habría sido una lástima que nunca llegaras a trabajar tu potencial, ¿no crees, preciosa? -Su voz, una caricia, suena tan cerca de su oído que le hace cosquillas en el lóbulo. Pero entonces la suelta y se separa, grácil y amable-. Tienes una magia magnífica, cielo. Muy por encima de la de algunos de tus compañeros. Y muy por encima de la de todos tus compañeros chrysos. ¿La habías entrenado antes?

En su mirada felina hay un rastro de curiosidad.

Su risa es música, y se cuela en todas partes, acariciándolo todo, juguetona, haciendo cosquillas allá donde pasa. Su expresión cariñosa contrasta con la tensión que genera su poder en el ambiente, pero sus desplazamientos son suaves y elegantes, sin el menor rastro de brusquedad o violencia.

Se aleja unos pasos, felina, rodeándola por el lateral derecho, con suavidad. De su mano izquierda emerge un châxio, uno que podría ser, que quizás sea, el mismo que le ha quitado a Anna de la mano. Lo envía con un gesto sutil y precisión envidiable al centro mismo de la diana. Después, se vuelve hacia la chica y le acaricia la mejilla con infinita delicadeza.

-¿Sabes, querida? No puedo evitar tener un especial interés en lo que hacen los chrysos en este ejército. Supongo que es el hecho de que se me haya puesto a cargo de vosotros, pero creo que tiendo a vigilaros con más atención -Sus dedos se han detenido en un mechón rubio de ella, y la lenta caricia que los recorre parece alargarse eternamente-. Me alegra que hayas decidido probar antes de irte. Creo que puedes aportar mucho aquí. En mi familia se tiene muy en cuenta el nivel mágico, ¿sabes, amor? Se nos enseña desde pequeños a sacarle el máximo partido. La magia chrysos es compleja, y dominarla requiere de mucha habilidad -. Los ojos de hielo se clavan en los de ella, con la aparente disposición de ir a derretirla por dentro. Desde su posición, la guerrera puede sentir claramente el olor que ella emana-. Tú tienes esa habilidad, preciosa, pero no el trabajo. Si sigues como ahora has empezado, yo te facilitaré el camino. He cuidado la salud de tus compañeros. Les he ofrecido armas. También puedo darles magia, pero la mayoría prefieren otros favores. Tú tienes a tu alcance los mismos que ellos pueden obtener.

Después de lo que parecen lustros, la mano termina su caricia, dejando tras de sí el cosquilleo de un chispazo que la hace estremecer. Los ojos, en cambio, no dan tregua.

-Entrena tu magia. Entrena tu cuerpo. Has encontrado el ritmo, tesoro. No lo sueltes -. Una vez más, la sonrisa cobra protagonismo, reclamando la atención hacia los labios-. Y pide lo ayuda cuando la quieras. Pide todo lo que necesites. Y todo lo que desees.

Fera asiente. Parece satisfecha. Sus ojos no dejan de estudiarla en ningún momento, pero ya no vuelve a iniciar ningún roce. Se aleja hacia las dianas con sus pasos de gata, y sin siquiera tocarlas, cambia sus posiciones y repara las marcas que hay en ellas.

Por último, se vuelve hacia la chica, y cuando sus ojos de hielo la encuentran, una vibración parece extenderse por el aire. De nuevo, la sonrisa, dejando esta vez a la vista un colmillo afilado, una lengua juguetona.

-Eres una chica seria. Responsable. Confío en ti, amor. No me decepciones.

Y, sin decir más, se desvanece.

*Se va*

Corbin se presentó en la sala de entrenamiento con la actitud resuelta de cada día. Tenía trabajo por delante, así que no se detuvo en contemplaciones. En seguida estaba ya calentando por la sala, en un trote ligero que daba más sensación de juego que de verdadero entrenamiento, a pesar de la seriedad del chico. Su trote pronto fue voviéndose más profesional, a medida que él añadía ejercicios al mismo. Como solía, alternó acelerones y paradas, hizo cambios bruscos de rumbo, saltó en el sitio, hacia adelante y hacia atrás y corrió tanto en lateral como de espaldas. Incluso añadió movimientos de ataque a su carrera, como si lanzara puñetazos, patadas e incluso algún hechizos a enemigos a medida que corría.

Cuando se detuvo cambió a un ejercicio de calentamiento de articulaciones, acompañado de ejercicios de respiración para evitar jadeos innecesarios y mantener las pulsaciones a un ritmo adecuado. Como siempre hacía, rotó las articulaciones empezando desde arriba, desde el cuello, y hasta los tobillos. Después comenzó con unos pocos estiramientos, asegurándose de tener el cuerpo bien preparado y flexible para el combate.

Para cuando se dirigió al arsenal, ya estaba perfectamente preparado para el combate. Acomodó los puños de acero y ajustó su daga al puño izquierdo. Del arsenal escogió una espada bastarda, que debería utilizar con una única mano. No era un arma especialmente ligera, pero contaba con fuerza suficiente en el brazo derecho para manejarla.

Una vez armado, se dirigió a la caja del duende y la abrió. Pronto lo tuvo ante sí, y no perdió con él ni un momento de conversación. Por más que el duende parloteara, Corbin siempre decía lo justo.

-Rick Dehnel -pidió, ya en posición de combate.

El duende tampoco se entretuvo, y pronto tenía al flamma ante él, con su imponente mandoble y su fuerza descomunal. No eran atributos que Corbin pasara por alto, pero tampoco los que buscaba en aquel momento. Sus nociones de esgrima y su propia fuerza, tampoco desdeñable, debían servirle junto con sus armas en aquel enfrentamiento.

De la misma forma que Rick lo superaba en fuerza, Corbin descubrió con satisfacción que su compañero era más lento que él. Se dedicó a utilizar aquello a su favor tanto como pudo. El flamma tendía a atacar de frente, así que Corbin lo esperaba, esquivaba y contraatacaba.

Esa era su forma de combate aquel día. Corbin empezó haciendo sus movimientos muy calculados, asegurándolos, pero eso le hacía perder un tiempo del que no quería prescindir. Poco a poco, fue tratando de hacer sus movimientos fluidos, hasta conseguir que fueran uno solo. Esperar, esquivar, contraatacar. Sus contraataques eran su prioridad, ya que debía aprovechar los impulsos del flamma a su favor. Corbin no era demasiado rápido, pero trabajaba en aquello cada día, y aquel centraba todas sus capacidades en el contraataque. Cuando no podía esquivar, trataba de bloquear los golpes con espada, daga o puño, y entonces dejaba resbalar su acero cuanto podía por el filo enemigo, buscando acercarse antes de que él pudiera evitarlo y llegar a su cuerpo. Los brazos se le presentaban como un objetivo tentador, pero trataba de buscar puntos débiles en el cuerpo, puntos que pudieran resultar fatales. Después de todo, Rick podría cortarlo en dos si lo alcanzaba uno solo de sus golpes, así que él debía ser igual de letal.

No fue sencillo. Aunque el flamma fuera más lento, Corbin encontraba sus ataques poderosos, y llegó a llevarse algún que otro golpe peligroso. Además, su contrincante demostró gran aguante y resistencia, con lo que uno solo de los golpes no fue suficiente para tumbarlo. Pese a todo, Corbin no cejó en su empeño, y siguió utilizando sus esfuerzos en recibir y contraatacar antes de que su enemigo pudiera defenderse.

Al cabo de un encarnizado combate, consiguió dejar a Rick en el suelo. Jadeante, se obligó a sí mismo a ir reduciendo su adrenalina, hasta que fue capaz de recuperar la cabeza fría y salir con tranquilidad de la sala. No le iría mal una visita a la enfermería.

*Se va*

Entra en la sala casi a hurtadillas, sintiéndose pequeño y algo fuera de lugar. Se lo ha pensado mucho, pero visto que nadie va a decirle que lo haga, ha decidido que es su responsabilidad presentarse en la sala. Carraspea, y al momento se encoge, oyendo cómo reverbera el sonido en la sala.

Al final, claro, acaba por entrar. Aprovechando que ha encontrado el lugar vacío, curiosea un poco, interesado. La zona del arsenal está bien surtida, y por toda la sala hay toda clase de artilugios de ejercicios y combate. Se para un tiempo más en la que parece la zona de las dianas, donde encuentra tanto círculos convencionales como muñecos con forma humana. Eso le provoca un pequeño escalofrío, pero se obliga a centrarse en ellos. Después de todo, Kyoti nunca ha "cazado" personas.

Prepara bien el cuerpo. Sabe de sobra que lo necesitará, pues el arco cansa mucho los brazos y la espalda. Rota bien las articulaciones, ejercita el cuerpo y se estira, asegurándose de encontrarse cómodo. Saca entonces el arco y lo tensa. Kyoti es de la opinión de que la mejor forma de asegurar que un arma está en buen estado es ponerla a punto cada vez que va a utilizarla. Una vez ha terminado, se sitúa a buena distancia y coloca los pies en posición.

Cuando está listo, apoya una mano en el carcaj, acariciando el cuero endurecido. Acaricia las plumas de las flechas, con la vista fija en su diana de aspecto humano y, cuando sus dedos lo deciden, tira de una para arrancarla del carcaj. La carga, busca el objetivo... y dispara.

A la primera flecha la siguen otras tantas. Kyoti no está acostumbrado a apuntar a formas humanas, pero poco a poco va haciéndose a los puntos vulnerables, aquellos a los que debe dirigir sus flechas en batalla. Resulta agradable oír el zumbido de las flechas contra el oído, así como el golpe contra la madera. Llega a ser relajante. Kyoti está relajado, y eso le permite apuntar mejor.

Por supuesto, acaba sintiendo el habitual peso en los brazos. Satisfecho, termona la última tanda de flechas y recoge la sala.

No ha estado mal. No tardará en acostumbrarse.

*Se va*

No podía decirse que Ben fuera mucho por allí, pero aquella tarde se metió de buena gana en la sala de entrenamiento, dispuesta a moverse un poco. Tampoco podía decirse que Ben se moviera poco habitualmente, pero tenía la sensación de que hacer lo mismo en aquella sala le daba algo más de prestigio al ejercicio. Y, pese a todo, no recurría mucho a aquello. Quizás debiera replanteárselo.

Para ponerle más emoción, decidió echarse el alfanje a los dientes, en un uso más decorativo que pragmático, y comenzó su pequeño entrenamiento. No tardaba en correr por la sala, aprovechando las carrerillas para, de vez en cuando, subirse a las paredes y correr por ellas, dando toda clase de saltos y piruetas. En seguida tomó predilección por la escalada. En una de sus carreras, siguió corriendo una vez hubo llegado a la pared, consiguiendo subir un tramo por la misma antes de colgarse con los brazos de las espalderas, por las que siguió saltando, subiendo, caminando.

Ben no era fuerte, pero sí ágil, y no le importaba poner el mundo un rato del revés si eso le ofrecía un mínimo de diversión. Así pues, se colgó boca abajo y se dedicó a intentar subir las espalderas colgada de los pies, manteniendo las manos a la nuca en la medida de lo posible, a medias para agarrar la gorra, a medias para evitar llevar las manos a la madera. Era, desde luego, un proceso más lento que subir con las manos y del derecho, pero no menos divertido. Lo que empezaba a molestarle de manera evidente era el arma en la boca, pero decidió ignorar la molestia por un tiempo.

*Se queda*