Sala de entrenamiento

Kyoti asiente despacio. Sigue sin estar muy convencido. Parece tan real que... Pero, de todas formas, tiene que enfrentarse a eso. Alehyss se lo dijo. Tiene que mentalizarse de que no es ningún juego, de que pueden pasar cosas desagradables. Tiene que saber enfrentarlas.

Sonríe a Lyam, tranquilo. Lo hará, lo sabe. Ha hecho otras cosas, que aunque pudieran considerarse menos desagradables, a él se lo parecieron. Y las enfrentó y siguió adelante. Como entonces, lo hará ahora.

-Probaré -anuncia-. Gracias. Por... ayudarme a escogerla -. Dicho así, parece que hablen del mantel de una mesa. Carraspea-. Pero... no será ahora. Ahora voy a... recoger, y eso. Eso es ir a descansar. Y... bueno.

Tras dudar un momento, echa a andar hacia las dianas para recogerlo todo.

Negó suavemente.

—De nada.

Él también se puso a recoger los muñecos y las armas que había utilizado anteriormente, sin molestarse en hablar mucho más con el flamma. No tenía muchas ganas de hablar con nadie. Cuando terminó de recoger, observó al chico un segundo más. Si no había terminado ya, poco le faltaría, así que el chrysos decidió esperar a que estuviese listo para salir con él. No perdía nada por hacerlo, a fin de cuentas.

*se van*

Después de la misión, Corbin había cambiado de idea respecto a su entrenamiento de velocidad. Hasta entonces, había estado preparándose para un encuentro con la copia de Alehyss, llamativa por su velocidad. Pero, a aquellas alturas, Corbin conocía bien la forma de combate de la chica, y sabía que acostumbrarse a un enemigo no le convenía. Por otra parte, había descubierto que Alehyss no era la más rápida.

Comenzó su calentamiento ya armado. Como siempre, trotó por la sala, aprovechando que estaba vacía para recorrerla bien. Calentó los músculos, puso en marcha las articulaciones, y estiró para estar bien preparado. Procedió entonces a practicar su técnica, repitiendo una y otra vez los movimientos más básicos, combinándolos después, antes de comenzar con el combate que tenía en mente. Después, por fin, se acercó a la caja y la abrió.

-Quiero un combate contra Massen Dew.

Había pensado en pedir reglas más específicas, pero decidió no hacerlo. Prefería enfrentarse a ella plenamente. Pronto la tuvo ante sí, y tuvo que echarse a un lado para esquivar su primer hechizo. A partir de ese momento, Corbin dedicó la primera parte del combate a medir las fuerzas de la copia y estudiar su forma de combate, sin atacar. Y, por fin, se lanzó contra ella.

Massen Dew era, efectivamente, muy rápida, y lo dejaba atrás con facilidad. También era ágil, tanto como para que Corbin se encontrara con el aire prácticamente siempre que intentaba golpearla. Otras veces se encontraba con barreras que, aunque podía romper, absorbían el grueso de sus golpes. Pero, de todas formas, Corbin aguantó y continuó cercándola, intentando cortarle la retirada. Cuando ella lanzaba alguno de sus hechizos, Corbin acabó por no retroceder, sino que esquivaba o aguantaba el golpe y contraatacaba al instante, antes de que ella pudiera hacer ningún nuevo movimiento.

No era sencillo. Massen Dew se resistía a recibir sus golpes, pero Corbin no quería dar tregua. Insistía en sus golpes, insistía en resistir los de ella. La esperaba cada vez, preparado, y lanzaba su contraataque tan rápido como le era posible. No habría sabido decir si la copia empezaba a mostrar su fatiga o si se trataba de él, que había encontrado el ritmo con el que someterla, pero poco a poco encontró sus contraataques más eficaces, así como los huecos por los que atacar. Acabó por acorralarla hasta que pudo enfrentarla con los puños, y entonces acabó con ella.

La chica no tardó en desaparecer en el interior de la caja del duende. Corbin sabía que, de no ser por el hechizo de la sala de entrenamiento, probablemente no habría conseguido matarla. Pero, por el momento, estaba satisfecho. Sentía que había conseguido una clara mejora.

Tras hacerse con una toalla, abandonó la sala. Le vendría bien una ducha.

*Se va*

Entré en la sala de entrenamiento ya a la carrera, y di unas cuantas vueltas por la sala. Tenía la espada envainada a la cintura, pero no acababa de acostumbrarme a su peso, ni a los leves golpecitos que me daba contra la pierna al correr. Me resultaba un tanto incómoda, pero sabía que me convenía acostumbrarme, o jamás le daría buen uso. Después de mi carrera, calenté las articulaciones, estiré y comencé.

Mi primer enemigo fue el aire. No tenía una técnica fantástica, pero había estado estudiando movimientos, y algunos movimientos me resultaban instintivos. Probablemente, sería la vergüenza de cualquier maestro de armas, pero no había mucho que pudiera hacer al respecto si no tenía a nadie para enseñarme. Tenía que aprender sola.

Trataba de colocar los pies de manera adecuada, manteniéndome de lado tras la espada, utilizándola para cubrirme el cuerpo y buscando el alcance con ella. No sabía muy bien qué hacer con la otra mano. Probé a dejarla muerta, a ponerla en la cintura, a esconderla tras la espalda. Quizá me viniera bien un escudo, aunque no sabía de dónde sacarlo. Tampoco tenía muy claro si estaba dispuesta a renunciar tanto a mi movilidad. Por el momento, me limitaba a lanzar estocadas, cortar y pinchar el aire, imaginando enemigos. De vez en cuando, añadía posiciones de defensa, situando la espada ante mi cabeza, ante mi costado, ante mi torso, evitando así ataques imaginarios.

Cuando consideré que había sido suficiente tenía la mano cansada, pero traté de ignorarlo. Me dirigí entonces ante un gran cilindro de metal, sujeto con cadenas al suelo y al techo, que se mantenía en el aire. Sabía cuál era su uso. Las marcas que tenía revelaban dónde consideraba la mayoría que era adecuado golpear.

Me coloqué en posición y procedí. La primera estocada lo hizo bambolearse, ofreciendo resistencia al golpe de mi espada y transmitiéndomelo a través del brazo. Si continuaba con aquello, era posible que ganara fuerzas para mis golpes. Ataqué a un lado y a otro, alternando ataques tan variados como se me ocurrían, arriba y abajo, rodeando el cilindro, pinchándolo, moviéndome de un lado para otro tratando de mantener una posición del cuerpo y los pies que, en mi opinión, parecía adecuada para la espada.

Cuando por fin me detuve, tenía el brazo entumecido y estaba jadeante. Me miré las manos. ¿Y si eso hacía que solo supiera manejar un brazo? ¿Y si afectaba a mi fuerza en el otro? Cambié la espada de mano y sentí un tacto extraño, desacostumbrado. Y eso que no entrenaba con la espada tan a menudo. Parecía pesar mucho en aquella mano, que se movía más torpe a la hora de manejarla. Golpeé mi objetivo y la espada rebotó, obligándome a hacer retroceder el brazo y casi lanzando mi arma por los aires. Fruncí el ceño y repetí el golpe, y luego otra vez, y otra.

Tardé bastante menos en cansarme de aquel brazo, en parte porque estaba ya cansada de antes y en parte porque tenía aquel brazo más débil. Aquel detalle me dio miedo. Recordé a Flastio, aquel hombre desmembrado. ¿Habría podido matarme si manejara mejor aquel único brazo que tenía entonces, o Rick lo habría cortado de todas formas? Era difícil saberlo, pero era mejor estar preparada para todo.

Finalmente, decidí dejarlo. Había sido una sesión de provecho, pero me convenía darme una buena ducha antes de que todo el palacio supiera que había estado entrenando. Me dirigí, pues, a los baños.

*Se va*

El chrysos entró trotando en la sala de entrenamiento y continuó dando vueltas por ella, manteniendo al principio el mismo ritmo y luego aumentándolo lentamente hasta convertirlo en un trote rápido que mantuvo estable hasta que consideró que había sido suficiente. Comenzó, después, a calentar las articulaciones y a estirar, y cuando finalmente sintió que ya bastaba de calentamientos, se volvió hacia la caja del duende y pidió:

—Quiero un enfrentamiento contra Alehyss Lester.

Dando comienzo al entrenamiento. De nuevo, solo llevaba consigo la daga, que mantenía en la funda que le colgaba del cinturón y que no desenvainó aún cuando ya llevaba un buen rato esquivando los golpes de la replica. Esta vez no quería practicar lanzamientos, ni tampoco probar su manejo con alguna arma, sino que quería practicar sus habilidades cuerpo a cuerpo. Así, durante el combate se concentró en esquivar y defenderse de los golpes de la kusarigama, que varias veces intentó agarrar y arrancarle de las manos a la replica sin resultado, y en buscar puntos para golpear a la replica. Normalmente centraba sus combates en el uso de los puños, pero esta vez intentó aumentar la frecuencia con la que utilizaba patadas, bajas en su mayoría, con las que buscaba golpear las piernas de la chrysos o hacerle perder estabilidad, dejando las ofensivas al rostro y vientre a los puños.

Al cabo de un tiempo, dijo:

—Fin del combate.

Pero no salió de la sala de entrenamiento entonces, sino que se dirigió al armario de armas, en el que buscó una ballesta semejante a las que la propia chrysos le había descrito en su día. A pesar de que no tenía pensado hacerse con una, no podía negar que le llamaban la atención.

Rebuscó entre los estantes, notando la respiración aún algo agitada por el combate, y cuando finalmente encontró una pequeña, mucho más pequeña que la que había probado con la chrysos, la cogió y examinó con curiosidad. Cogió después las flechas y durante un tiempo estuvo practicando contra una diana, buscando más que mejorar su puntería, comprender cómo funcionaba el arma. Cuando finalmente consideró que era suficiente, volvió a dirigirse al duende:

—Quiero otro enfrentamiento contra Alehyss Lester.

Y al momento retrocedió.
Suponía que sería más interesante probar la ballesta de aquella forma, contra un enemigo veloz, ágil y hábil.
El resultado del enfrentamiento fue el que esperaba: apenas sabía cómo manejar la ballesta, y pasó más tiempo esquivando y defendiéndose que probando a lanzar. Aún así, en varias ocasiones sí llegó a intentar ofensivas contra la chrysos, apuntándole con la ballesta mientras ella avanzaba hacia él, buscando que la flecha se clavase en su cuello, y alguna vez sí llegaron a impactar sus flechas en el cuerpo de la replica, aunque nunca con la suficiente puntería como para lograr vencerla de un golpe. El chrysos, que ya se había enfrentado a la replica hacia un momento, notó cómo el cansancio comenzaba a adueñarse de su cuerpo, y a pesar de que aun así se mantuvo un buen rato dentro del combate, probando así de alguna forma su resistencia, terminó pidiendo el final del mismo antes de llegar a derrotar al clon. Entonces, jadeante, apoyó las manos en las rodillas, recuperando el aliento, y permaneció así varios minutos hasta que, finalmente, se acercó al armario de armas y guardó la ballesta, seguro de que volvería a probarla en otra ocasión. Luego, tras realizar una serie de estiramientos con el fin de no provocarse ninguna lesión, abandonó la sala, cansado.

*se va*

Entré en la sala de entrenamiento, como solía, ya con un trote ligero que me aclimatara para lo que me tocaría hacer. Di unas cuantas vueltas a la sala, practicando distintos ejercicios para calentar el cuerpo, cambiando el sentido de mi carrera, saltando agachándome, e incluso corriendo hacia atrás y en lateral. Llevaba la espada a la cintura, metida en su vaina de cuero, y el puñal de Prosper al otro lado. Ambos me golpeaban al moverme en los muslos, pero no hacía caso. Tenía que acostumbrarme.

Calenté articulaciones y estiré, y entonces comencé el entrenamiento real. Lo hice de golpe, de forma repentina, lanzando el puñal de Prosper contra uno de los maniquíes puestos junto a una pared de la sala. Le acerté en el estómago, pero no era eso lo que más me importaba.

Eché a correr hacia él, tan rápida como podía serlo, y extraje el puñal de un tirón, para luego dirigirme a la carrera a mi auténtico objetivo. Afiancé el agarre del puñal en mi mano y procedí mis ataques contra el mismo cilindro metálico al que me había enfrentado la última vez. La diferencia era que entonces lo había hostigado con la espada, mientras que en aquella ocasión, mi arma era bastante más pequeña.

Me mantenía agachada, en posición de combate, con el puñal ante mí, un poco por encima de los ojos. Lanzaba ataques a un lado y a otro, moviéndome a su alrededor con tiento, pinchando como una avispa. Desde mi posición de defensa, avanzaba para lanzar un ataque y al momento retrocedía de un salto, para luego avanzar de nuevo, y otra vez retroceder, antes de volver a lanzarme. Me mantenía todo el tiempo en movimiento, variando mi posición, utilizando a veces benris para atacarlo desde puntos que habrían sido inesperados.

Continué mi pelea hasta que estuve tan jadeante que no tenía más remedio que detenerme. Entonces enfundé y volví a mis trotes por la sala, en aquella ocasión para relajar el cuerpo. Cuando terminé, estiré de nuevo, y luego salí de la sala en dirección a los baños, para darme una buena ducha.

*Se va*

El chrysos entró corriendo en la sala de entrenamiento y continuó con la carrera alrededor de la misma durante unos minutos más, aumentando un poco el ritmo a medida que daba vueltas. Cuando terminó, continuó los calentamientos con estiramientos y articulaciones de músculos, y después, tras unos minutos de duda, se acercó al armario de armas; al igual que los últimos días, solo llevaba consigo la daga, que mantenía enfundada y que solo portaba en caso de que hubiese algún tipo de ataque a Brontë.

En el armario buscó la misma ballesta que había utilizado la última vez, pero hoy, en vez de dirigirse al duende para pedir su habitual duelo, una vez armado se dirigió a la zona donde descansaban las dianas, que examinó durante unos segundos hasta que decidió que con una, de momento, llegaría. Después cogió dardos, y una vez tuvo todo dispuesto, comenzó a lanzar, apuntando al centro de la diana.

No estaba seguro de considerar aquello un entrenamiento; no era aquello lo que en principio había ido a hacer a la sala. No tenía un verdadero interés en las ballestas, en hacerse con una. Pero de alguna forma, aquello le relajaba. No había mucho que pensar.

*se queda*

Iba más que dispuesto a dedicar la tarde a entrenar con fuerza. Ya me había repuesto tras mi duelo, pero el problema de las damas seguía siendo el mismo. Al menos en teoría. Necesitaba encargarme de aquel punto.

Cuando entré en la sala vi que Lyam ya se encontraba dentro. Lo saludé con un gesto, pero como estaba ocupado enseguida me puse a lo que había ido: entrenar. Comencé con un calentamiento suave, ya tendría tiempo de esforzarme al máximo al comenzar con Värdjas, trotando a un ritmo estable con el espadón a la espalda. Al fin y al cabo, en una batalla la cargaría conmigo. Entrenar siempre sin el peso extra no me vendría bien para el momento en el que tuviese que enfrentarme a una amenaza real.

Ya estaba penando, mientras tanto, lo que haría a continuación.

FdR- Holiii

El chrysos se volvió hacia la puerta cuando escuchó que se abría, todavía apuntando con la ballesta a la diana, pero sin llegar a disparar. Era Rick quien había entrado. El chrysos lo saludó con un leve asentimiento, y luego se volvió hacia la diana, disparando esta vez. El dardo se clavó cerca de la diana, unos centímetros a la derecha. El chrysos frunció el ceño.

Rick calentaba alrededor de la sala. El chrysos, a pesar de que seguía con la ballesta, lo miraba, a veces, de reojo, sin llegar, pese a todo, a decir nada.

Mientras trotaba me mantenía concentrado en el frente, aunque lo que Lyam hacía terminó por llamar mi atención, y volví la vista hacia él algunas de las veces al escuchar el impacto, alzando las cejas con cierta curiosidad.
No hablé, de todas formas, hasta que hube acabado el calentamiento. Entonces me permití dirigirle una sonrisa.

-¿Has conseguido una ballesta? Te da un aspecto imponente -comenté, asintiendo.

Me acerqué entonces a la caja del duende, rondándola un par de veces. No estaba muy seguro de quién, aunque sí de lo que quería.

-Quiero un enfrentamiento con...-. Miré a Lyam de reojo, pensativo, como esperando que él me diese la respuesta.

Cuando Rick habló, el chrysos se volvió hacia él, torciendo una sonrisa y apuntándole con la ballesta, cargada.

—¿Verdad? —Alzó ambas cejas. Luego negó suavemente, y apuntó de nuevo a la diana, disparando esta vez. El dardo se clavó, de nuevo, cerca de la diana, esta vez un poco a la izquierda. Frunció el ceño—. Pero no es mía. La he cogido del armario.

Miró de reojo al flamma, apenas un segundo, y luego cargó la ballesta. Escuchaba a Rick hablar con la caja del duende. Cuando el flamma dejó la frase a medias, torció una nueva sonrisa y lo miró, curioso.

—¿Contra mí?

Al verlo apuntarme no pude evitar erguirme un poco, impresionado por el efecto. En la sala habría todos los hechizos de protección que quisiesen, pero toparse con algo como aquello frente a uno sí que imponía. Quizás no muriese, pero me quedaría una buena cicatriz, eso seguro.
Asentí, más relajado cuando la apartó de mí, comprobando su resultado.

-Lo cierto es que por aquí tienen buenas armas, pero yo apenas he probado más que espadas... -admití, preguntándome si sería acaso una mala estrategia, aquello-. ¿Qué tal con la tuya, por cierto?

Cuando estaba frente a la caja y él dijo aquello resoplé, divertido, negando un par de veces. Le dirigí una sonrisa, explicándome enseguida. Había una condición.

-Quiero enfrentarme a una mujer -le dije-. No encajas en eso, lo siento -añadí, entretenido.

El chrysos se encogió de hombros. ¿Cómo le iba con la espada? Pues bien, creía. Quizá no fuese Rick, o Inger o cualquier otro espadachín que hubiese en Brontë, pero al menos ya sabía manejarla con soltura.

—Bien, supongo. —Miró al flamma. Curvó un poco los labios—. Aunque últimamente la he usado menos, la verdad.

Bueno, más que últimamente, lo adecuado hubiese sido "la última semana" o algo así, pero en fin.
Continuó practicando con la ballesta. Cuando el flamma respondió a su insinuación, el chrysos suspiró, y lo miró con fingida desilusión.

—Me das esperanzas y luego me las quitas, Dehnel —murmuró. Luego negó—. Supongo que depende de lo que quieras practicar. ¿Qué buscas mejorar?

Asentí. Desde luego, se veía que tenía otro tipo de armas entre manos. Comprendía que la gente variase para dominar muchas disciplinas. A mí, por otro lado, si me quitaban de los famosos filos no sabía a qué agarrarme.
Bueno, a los puños. Pero de verme en la necesidad de disparar con un arco para tumbar a un malvado... No quería ponerme en aquella situación.

Me giré, dando la espada definitivamente a la caja, volviéndome hacia Lyam, pensativo. ¿Estaba bien que se lo dijera? Bueno, sí. Él me había contado sus problemas en algunas ocasiones. Quizás pudiese ayudarme con aquello, entonces.

-No se trata de "qué" quiero mejorar exactamente -le confesé, con una sonrisa divertida por su broma-. Esa más bien... Me cuesta mucho enfrentarme a ellas. No dejo de pensar que no está bien que les haga daño, y llego a bloquearme.

El chrysos escuchó con atención las palabras del flamma, olvidándose momentáneamente de la ballesta y la diana. Sin duda, Rick tenía un problema. Si se bloqueaba en combate contra una enemiga fuerte, a saber qué haría.

—¿Y te pasa con todas las mujeres? —Alzó ambas cejas—. ¿Hasta con una que es más alta y fuerte que tú? Como Vatra, vamos.

Porque Vatra... Mithos. Vatra era enorme. Y fuerte. ¿Se sentiría tan cohibido Rick contra una mujer que no fuese exactamente el prototipo de dama descrita en los libros?

Lo miré, frunciendo un poco el ceño. Pensé y pensé, incluso acabé por ladear algo la cabeza buscando una respuesta. Al final no di con ella.

-¿Quién es Vatra? -pregunté en primer lugar-. Me suena, pero...-. Terminé por cruzarme de brazos y negar, sacándome aquello de la cabeza. No tenía que ver, por supuesto-. La altura no debería ser un problema. Es decir... A mis ojos, toda dama debe ser protegida. Incluso aquellas que podrían prestarme la ropa en una emergencia. Pero si mañana una mujer atacase Brontë mi responsabilidad sería enfrentarla. No puedo echarme atrás simplemente porque pertenezca al sexo más bello que existe -le expliqué, muy seguro de lo que estaba expositando.

Desde luego, un problema como aquel llegaba a ser incluso innoble, por noble que fuese el motivo principal que lo había causado.

Lyam respondió con simpleza:

—Vatra es una de las chicas de la líder flamma. Una tía así como muy... Grande y fuerte. Especialmente fuerte.

De todas formas, parecía que Rick tendría el mismo problema ya fuese enfrentándose con Massen que con Vatra. El chrysos frunció el ceño.

—Si te pasa con todas, entonces yo me enfrentaría a la que más "frágil" te parezca —murmuró, volviéndose de nuevo hacia la diana—. O a la que más te cueste pegar. ¿Massen, por ejemplo?

Vatra, una de las discípulas de Flavia, la líder de mi raza, por supuesto. ¿Cómo se me olvidaba algo como aquello? Si eran nuestros superiores, Mithos...

Cuando Lyam me dio su propuesta no pude evitar pensar en la razón que tiene, por una parte, pero también en lo complicado que sería algo como eso. Aunque no iba a ganar la experiencia que buscaba por quedarme sentado en una esquina quejándome de que era incapaz de hacer algo.

-¿Massen? No... En todo caso sería...-. Pensé un momento. Quizás aquella chrysos, Anna. Parecía delicada... Lea o Inger eran complicadas por motivos especiales, claro. Y luego estaba...-. Hay una chica llamada Lluvia... Una joven aether. Si me imagino que la golpeo ya me odio. Uno tendría ganas de arrancarle la cara a un tipo que haga algo como eso -le expliqué, frotándome la mejilla con el dorso de la mano, incómodo.

¿Y si aquella persona ocultase la maldad del mundo y dependiese de mí erradicarla? Necesitaba superar la dificultad, sin duda.

Lyam ladeó la cabeza. No conocía a la chica de la que Rick hablaba, pero si se odia solo con imaginarse a sí mismo golpeándola, entonces debería pedir un enfrentamiento contra ella, acabar con la replica y superarlo de una vez.

—Entonces enfréntate a ella. —Lo miró de reojo—. Si tanta cosa te da.

Disparó de nuevo con la ballesta.

Lo que decía parecía un poco duro, pero decidí hacerle caso de todas formas. Inspiré profundamente y me giré una vez más hacia la caja, pronunciando aquellas palabras que daban algo de reparo solo de ser dichas.

-Quiero un enfrentamiento con Lluvia-. No recordaba el apellido. Esperaba que aquello bastase.

Al verla aparecer desenvainé, pero enseguida noté cómo se me encogía un poco el estómago. ¿Y se suponía que tenía que golpearla? ¿Tenía que pegarle a su menudo cuerpo hasta que sangrase? No podía ver más que a una joven frágil que debía ser protegida.
Cuando quise darme cuenta, por otra parte, ella enviaba una flecha hacia mí, y tuve que cubrirme con la hoja del mandoble para no ser herido, sin perderla de vista.

Yo ni siquiera había sido capaz de matar a las réplicas de otros. Ni siquiera a la de Browen, al que despreciaba.
Si no podía matar a una copia, ¿cómo iba a hacerlo con aquella?

Atacó de nuevo, aquella vez con un hechizo, y una vez más me cubrí.
Era demasiada presión, desde luego. Ya notaba el bloqueo.

Al escuchar cómo el flamma pedía un enfrentamiento contra la chica, el chrysos volvió a centrarse completamente en la diana y la ballesta. Disparó de nuevo, y esta vez el dardo sí se clavó en el centro. Cargó de nuevo la ballesta, pero en vez de disparar al momento, miró de reojo hacia el combate, donde Rick no hacía absolutamente nada más que defenderse.

El chrysos frunció el ceño. Era cierto que la aether no parecía demasiado fuerte; tenía un aspecto extremadamente pequeño y le faltaba un ala. Pero aun así.

—Rick, solo defendiéndote no conseguirás nada —dijo, mirando un segundo al flamma. Al momento, apuntó a la diana y disparó.

Mientras hacía lo posible para parar los golpes escuché la voz de Lyam diciéndome aquello. Era un consejo correcto, por supuesto. Una petición lógica. A fin de cuentas, aquella no era más que una copia de Lluvia. No se trataba siquiera de la persona real. No era ella.
De todos modos no me sentía capaz de hacerlo. Ir junto a ella e inmovilizarla no parecía difícil, pero...

-¿Acaso te ves capaz de hacerlo? -le pregunté, apartando un momento la vista hacia él.

Fue un gran descuido. La pluma de una flecha me rozó la cara, peligrosa.

El chrysos continuaba disparando con la ballesta cuando oyó la pregunta del flamma. Entonces, con el arma sin cargar, se volvió hacia él y lo miró unos segundos. Cargó el arma. Después se acercó al combate del flamma y de la replica, cuidándose de defenderse las flechas y hechizos que la aether lanzaba, bien fuese esquivándolos a un lado o conjurando algun baddha, y cuando creyó que tenía una oportunidad para disparar, lo hizo, y el dardo salió hacia el clon.

Lo observé hacer. Se movía con una frialdad que me resultaba incluso desagradable, como si no sintiese ninguna clase de sentimiento al hacer aquello. Y así tenía que ser. No era más que una copia. Como Corbin, Lyam entendía la diferencia.

Al seguir la trayectoria de la flecha me encontré con el cuerpo herido de la pequeña. Me quedé mirándola, inmóvil, un momento. Ni siquiera parecía dolerle, pero sangraba de todas formas.

-Fin del combate -murmuré con poca energía, sin apartar la vista de la falsa Lluvia hasta que esta desapareció.

Dirigí a Lyam entonces una sonrisa cansada mientras envainaba de nuevo a Värdjas.

-Supongo que tendré que probar de otra forma -le dije, finalmente-. Pero gracias.

Me dirigí hacia la puerta y lo despedí con un saludo.
Lo viese como lo viese, hacer algo como aquello parecía tremendamente imposible.

*se va*

La flecha se clavó en el cuerpo de la pequeña replica, y el chrysos no pudo evitar una leve sonrisa satisfecha. Era una replica, no tenía importancia. En una situación real, dudaba que la pequeña fuese a atacarle, y en el improbable caso de que lo hiciese, sabía que él mismo no sería capaz de actuar con tanta frialdad.

La replica desapareció cuando Rick pidió el fin del combate. El chrysos se volvió hacia él, serio. Parpadeó.

—De nada.

Y no dijo mucho más. Cuando el flamma se fue, él lo despidió con un breve gesto de cabeza. Luego, cargando la ballesta, se volvió hacia la diana y permaneció unos segundos observándola, antes de disparar.

Permaneció en la sala durante un tiempo más. Luego, tras recoger todo, se fue.

*se va*