Sala de entrenamiento

No muestra ningún tipo de miedo en cuando la ciego. De hecho, se lanza a la carrera, aunque no pueda ver, y la sigo con la mirada y el cuerpo, apuntando, enviando el clair ëm yäk al cabo de un momento mientras me preparo para retroceder, respondiendo así a su avance.
No sé cómo hace, pero esa firmeza con la que se mueve aún sin ver resulta un tanto disuasoria… La verdad es que tiene esa aura que a veces le vi a Massen, también. Como de que va más en serio de lo que tú puedas estar yendo.

¿Será eso la llamada? Porque yo entreno más que antes, pero parece que siga sin estar a la altura de gente como ellos. Aunque no todos los guerreros parecen igual de fuertes y de seguros.

Estuve con Kyoti hace un par de días, tirando un poco con arco. Él no parece como los demás, aunque también sea bueno, como no lo parecía Lluvia o…
Sea como sea. Yo no pertenezco a este lugar. Una sensación extraña me envuelve, recordándomelo constantemente.

Cuando al fin veo, al principio solo es como una sombra, un rastro de luz, el hechizo está casi sobre mí. Como es evidente, el chico sabe disparar a un rival en movimiento. Es una buena habilidad, pero no suficiente. Si hubiese aprovechado su silencio a la hora de invocar hechizos para bombardearme le hubiese resultado más útil, pero por algún momento sigue teniendo miedo.

Me aparto en el último instante, girando un poco el cuerpo sin detener la carrera, sintiendo el roce de la magia contra la ropa. Me impulso con algo más de fuerza, y finalmente lanzo la cadena, dando un efecto especial con la muñeca para que no sea un tiro directo. Al mismo tiempo, mientras que la cadena entra por la derecha, el cuerpo lo hace por la izquierda, obligándolo a prestar atención a dos puntos a la vez.
Eso dividirá su atención.

Logra evitar el golpe por poco, y el haberla rozado no resulta un alivio. Pronto la tengo encima, y por más que quiera creo que mi cerebro tarda más en reconocer los estímulos de lo que debiera. Porque veo la cadena que me amenaza y flexiono las rodillas retrocediendo un poco, agachándome, para que pase por encima, pero es entonces cuando me planteo que, realmente, eso vuelve peligrosa mi situación. Y trato de retroceder un poco más, aún en cuclillas, agobiado, enviando un nuevo hechizo a su vientre, esperando que la distancia que nos separa sea suficientemente corta como para que no le quede otra que apartarse, cubrirse o lo que sea. Dejar de asediarme.

No sé por qué me he metido en esto. Supongo que creí que sería divertido entrenar un poco, pero Alehyss se lo toma muy en serio. Y más aún teniendo en cuenta que la acompañaré en otro viaje. Supongo que quiere cubrirse bien las espaldas, pero ella misma dijo que la última vez no lo hice mal…

Su respuesta no es perfecta, aunque lo libra de ser enredado en la cadena. Pero pronto resulta evidente su desprotección. Y, pese a todo, aún consigue obligarme a cambiar de rumbo para evitar el hechizo que me lanza, que me roza el costado dejándome una sensación bastante desagradable. Pero pese a eso no se libra del golpe que lanzo a las costillas con la pierna, girando el cuerpo en mitad de la acción para aportar más fuerza desde la cadera y hacerlo más contundente.

En un combate real hubiese usado mi arma, pero esto es un entrenamiento. Tampoco busco humillarlo o acercarlo a la muerte. Todavía no. Aunque no le vendría nada mal empezar a mentalizarse de lo que puede pasar.
No parece comprender lo que significa estar aquí. Hace las cosas sin convencimiento.

Massen me explicó un poco el origen de Jun, pero no sé si le compensa haberse ido de aquella torre si la conclusión es estar aquí luchando y arriesgando su vida sin necesidad ni convencimiento.

La alegría me dura poco. El golpe es más doloroso de lo esperado, y, dada mi inestable posición, termino cayendo al suelo sentado con las costillas doloridas. Le hago un gesto para que pare mientras llevo una mano a la zona.

Que te golpeen duele. La gente aquí lucha como si fuese bonito, pero la verdad es que cada vez que recibo alguno de esos golpes contra el hueso que duelen tanto, o alguna mala caída, no puedo evitar pensar de dónde saca uno la fuerza para seguir adelante.

Hago un gesto a Alehyss para que pare, poniéndome de pie mientras tanto. Levanto un poco la camiseta para encontrarme con la piel oscura enrojecida. Mañana me va a doler más…

Me seco el sudor con el brazo y la miro, inseguro.

Entorno los ojos al ver su gesto. Es un blando. Y eso me exaspera. Me exaspera la gente que no quiere seguir. Si les ofreces coger sus cosas e irse a sus casas te dirán que no, que este es su sitio, pero luego hacen el esfuerzo mínimo por quedarse.
Me detengo, de todos modos. No es cuestión de enseñárselo a base de golpes. O quizás sí lo sea, pero no es algo que me apetezca. No soy la madre de nadie, ni la profesora. Al final el problema será suyo, con esas tasas de supervivencia reducidas.

-No tienes nada –le digo, al ver cómo trata de buscar algo donde solo hay contusión-. Tienes que volverte más duro. Venga, estira un poco y vamos a ducharnos. Y si vuelves a querer luchar tómatelo más en serio –termino, a modo de advertencia. Yo no pierdo mi tiempo.

No nos quedamos mucho más. Aún puedo aprovechar el día por mi cuenta.

*Se van*

Hacía mucho que Zacharyas no pasaba por aquel lugar. La sala de entrenamiento se le hizo más grande de lo que la recordaba, nada más verla, aunque lo que se decía era que al regresar a un lugar uno solía ver las cosas más pequeñas. Quizás, pensó, en Caligo había sido todo tan pequeño que haber regresado a Brontë había cambiado aquello.

No dudó sobre qué hacer. Se habían mantenido activos fuera del palacio, pero no era lo mismo. Por aquel motivo estaba allí. Allí había un duende, y le concedería un deseo.
Zacharyas se preguntó a quién quería matar.

-Quiero un combate contra-. Carraspeó- Adain -pidió.

Lo había visto antes de irse, frágil y blando, pero a su regreso parecía más seguro. Se preguntó hasta qué punto se habría endurecido.

El combate comenzó, y enseguida tuvo a su adversario frente a él. Podía, incluso, pensar en él como en "su víctima". Era rápido, se dio cuenta enseguida, al verlo moverse, y también ágil, porque esquivó varios de sus âchnam sin demasiada dificultad. Pero a Zacharyas no le importaba, y se dedicó a hostigarlo mientras pudo.

-Uld -invocó, con voz fría, y cinco elementales persiguieron a la copia de Adain, que se veía asediado por ellos-. Menâo -llamó luego, volviéndose siempre hacia él, para mirarlo, y una columna de oscuridad bajó sobre él, golpeándolo al fin.

A él no le importaban los golpes que recibía. Cuando Adain se acercó tanto como para poder clavarle un puñal en el brazo, Zacharyas respondió abriendo la boca frente a su cara, invocando un eeh que le dio de lleno. Cuando el aether intentó una finta, Zacharyas lo cegó con un garves, y dejó que cortase en su hombro para, a cambio, romper su ala derecha con un nuevo menâo. El siguiente ataque lo paró con un baadha.

Era divertido. Luchar era divertido. El dolor de su cuerpo lo avivaba, y la visión cada vez más demacrada del rival le daba ánimos.

Adain desapareció tras morir, y Zacharyas curó sus propias heridas con fuuchis, o fuuruchis cuando fue necesario. Estaba cansado y contento. Decidió, entonces, que iría a ducharse.

*se va*

Me he metido en la sala de entrenamiento para… Bueno, para entrenar. He estado avanzando bastante con el plenïao, y puedo dar las gracias, en parte, al amuleto, que me ha ayudado a enfocarlo desde el principio. Se me hace raro esto, aprender este tipo de cosas, porque son las que el Abuelo nunca me hubiese permitido practicar.

Disparo un rato a las paredes. Desestresa, lanzar hechizos, aunque sea solo claïr ëm yak, y sin ningún objetivo concreto. Intento elegir puntos, como si fuesen la parte concreta de un enemigo, o algo así, pero, aunque me parece que apunto bien, lo cierto es que es imposible saberlo a la perfección, porque no hay más puntos de referencia que los que yo creo en mi cabeza.
De todas maneras, tampoco es algo que importe ahora, ¿no? Otro día practicaré puntería, que tengo el arco lleno de polvo; ahora estoy con la magia.

Una vez me siento concentrado para empezar, me pongo a ello. Siempre intento recapitular primero, comenzar por repetir lo de las últimas sesiones para asegurarme de que mi cuerpo lo ha asimilado. O mi cabeza. Ambos, supongo. El proceso de asimilación mágico es algo que el Abuelo me intentó explicar muchas veces, pero que no resulta nada fácil. Y, por lo que sé, incluso varía de una persona a otra.



Inspiro profundamente y me concentro. Yo tengo que hacerlo así, o no me sale. Tengo que pensar en algo hasta que siento le poder en la piel, literalmente. Tengo que volver física la sensación mental. De verdad noto el calor, el cosquilleo de la magia que se acumula, preparándose, y entonces una palabra que ni siquiera tengo que pronunciar, que solo pienso, lo desencadena.
Plenïao.
El mango mágico recubre mi piel, como en una segunda capa. Es suave y ligero. Tengo los ojos cerrados, pero soy capaz de darme cuenta igual. Es como si llevase una tela adherida a mi piel, tan fina y tan pegada que parece que formen una, pero está ahí. Asciende por mi mano, invadiéndola; primero por los dedos, desde las yemas, recubriendo hasta las uñas, los nudillos y todo lo demás. Y se adapta a lo que yo quiera.
Para eso tengo que jugar con la luz. Es un juego, nada más. La imagino como quiero, y puedo ver con nitidez los reflejos que genera sobre las cosas, su trayectoria. La luz incide en esa capa y le da la apariencia que yo desee, la que yo le haga darle.

Al abrir los ojos me encuentro con un brazo de metal, brillante y complejo, de aspecto tan sólido que parece imposible que se doble. Lo toco y no está frío, tampoco, como es evidente. Lo hago cambiar, entonces, y de acero pasa a madera, marrón y rugosa, pero igual de suave al tacto que mi propia piel. Eso me anima.
Me gusta sentir la magia recorrerme desde dentro. Cuando lo hago demasiado el collar me detiene, pero cada vez parece menos eficaz, y he llegado a olvidarme de que lo llevo.

Hago que el manto suba por mi brazo. Al internarse en la camisa dejo de verlo, pero no de sentirlo. Es así como debe de ser: no hay que ver para que exista, no debes fiarte de los ojos. Y menos aún si practicas un hechizo como este, en el que lo que quieres es engañarlos.
La magia de la luz es la magia del engaño. Puedo hacer lo que quiera, o ser lo que quiera. O casi, al menos.

Tiño mi piel de azul o de verde, como si fuese de piscis. Tiño mi pelo de rojo, de negro, de amarillo. Tiño mis ojos, pero no puedo verlos. Convierto mi cuerpo en piedra, hasta las rodillas; en agua, con la dificultad de crear las oscilaciones y los reflejos cambiantes.
Soy de hielo, y el sudor, que ha empezado a aparecer, parece el agua que sale al derretirme.

Jadeo, pero no me detengo. Es difícil controlar todo el cuerpo, poprque al centrarme en un punto dejo de sentir otros. Pero poco a poco me sale. Hasta que llego a sentirme totalmente envuelto en esa tela mágica, cálida, que va cubriéndome.
Ahora ya noto la presión del cuello.
¿Qué quiero ser?

Me pego a la pared e intento camuflarme con ella, aunque solo la zona sin ropa es eficaz. Cierro los ojos, y pienso.
Debería trabajar algo más. Debería trabajar mi carácter.
Sigo siendo el mismo cobarde asustado, por mucho que cambie por fuera.

*fin de escena*

Corbin podría haber soportado perfectamente la lluvia, y lo normal había sido que hubiese salido del palacio específicamente para ello. Pero, de hecho, en aquel momento se encontró bajo techo, revisando el arsenal en busca de objetos de interés.

En principio, lo que Corbin buscaba era armas que le pudieran resultar interesantes. Armas pequeñas, manejables y ligeras, que coincidiesen bien con su estilo de lucha. Pero, en lugar de fijarse en las que consideraba apropiadas, sus ojos se pararon ante una maza de tamaño considerable. El claritas meditó un momento, y acabó por tomarla en las manos.

Era un arma robusta e imponente, evidentemente peligrosa. A Corbin se le ocurrió que sería adecuada al estilo de Rick, que no solía andarse con sutilezas. La examinó. Tenía un cierto parecido con el kanabo que había donado al palacio hacía apenas unos días, pero aquella maza era más grande y larga, pensada, probablemente, para alguien bastante más grande que un parvus. Y pesaba, desde luego; requería fuerza.

Corbin se había deshecho del kanabo, que no consideró en ningún momento útil para sí, pero de hecho, decidió probar aquella maza, que, al menos, se ajustaba más a su talla. Salió con ella a la sala de entrenamiento y colocó unos cuantos muñecos de madera contra los que enarbolarla.

No tardó en descubrir que era un arma difícil de manejar. Corbin tenía que utilizar una gran cantidad de fuerza y energía en golpear con ella. Descubrió, sin embargo, que no era energía gastada en vano; los muñecos quedaron destrozados al primer golpe. Era, desde luego, un arma potente.

Se dirigió a la caja del duende y pidió un contrincante. Uno resistente pero no muy rápido. Precisamente, Rick apareció ante él, armado con aquella espada suya, y Corbin no tardó en descubrir que estaba en desventaja contra su compañero. La espada también era grande y robusta, capaz de parar sus golpes, y aquel Rick contaba, además, con la destreza de quien conoce bien el arma que tiene en las manos..

Corbin trató de resistir los embistes, pero se sentía lento y torpe con aquel arma en las manos. Pese a ello, puso empeño, y poco a poco notó cómo sus manos se hacían a la empuñadura de la maza, cómo empezaba a entender la manera en que debía manejarla, cómo podía desenvolverse con ella.

Rick, de todas formas, tenía una técnica muy superior a la suya, completamente improvisada, y no consiguió remontar el combate. Entre dientes, tuvo que pedir al duende que se detuviera cuando se vio rodeado sin remedio. Dio entonces un par de golpes con la maza en el suelo, sin miedo a causar destrozos, y llamó de nuevo al duende. Que no estuviera acostumbrado a aquel arma no significaba que no pudiera usarla si ponía empeño, y pensaba demostrárselo a sí mismo.

*Fin de escena*

De nuevo lluvia, y de nuevo Corbin podía aprovecharla para repasar el arsenal de Brontë. Era amplio, y las armas no eran de mala calidad. Corbin tenía mucho donde elegir, tanto como para que la decisión lo obligase a tomarse su tiempo. Quería probar cosas nuevas, cosas a las que no estuviera acostumbrado. Una alabarda llamó su atención, pero después de su práctica con la maza, prefería algo más ligero. Un arco llamó su atención, y estuvo a punto de cogerlo, pero entonces vio algo más allá que hizo que le brillaran los ojos.

Era una colección de tres, tres hachas pequeñas. Hachas de mano, por supuesto. Corbin nunca había luchado así, pero le pareció que, por fuerza, tenía que ser algo interesante que aprender. Así que se hizo con ellas y echó a andar hacia la sala de entrenamiento, pensando ya en cómo distribuir el espacio para su práctica.

Se encontró, entonces, con que no estaba solo. Ya había visto a aquel chico otras veces, pero nunca le había quedado claro a qué se dedicaba. En aquel momento, parecía que practicaba el salto, pero lo hacía de forma un tanto extraña. Se preguntó si no estaría haciendo algo parecido a Alehyss. Por lo visto, aquel estilo de entrenamiento era más común de lo que Corbin esperaba. Dirigió al chico una breve inclinación de cabeza, sin detenerse mucho, y siguió con sus ideas.

Se situó a cierta distancia, rodeándose de dianas a las que disparar. Algunas de las dianas que escogió eran convencionales. Otras, sin embargo, eran muñecos de práctica. Después de un calentamiento en condiciones, siguiendo sus costumbres, comenzó con las armas que había cogido.

Corbin quería ver hasta qué punto podía manejarse de forma eficiente con un arma que no había usado nunca antes. No se molestó en ir calculando cada detalle, sino que empezó, directamente, por lanzar las tres hachas contra una misma diana. Su puntería no era perfecta, ni mucho menos, y todavía empezaba a amoldarse a la forma de las hachas, pero no se dejó amilanar por ello. Las tres, una tras otra, fueron descolgadas de su cinturón y salieron despedidas contra la diana. Aunque no acertó ni mucho menos al centro, las tres se clavaron con firmeza.

Corbin echó a correr hacia ellas. Una vez alcanzó la diana, tomó una de las hachas y la lanzó en dirección contraria, a otra de las dianas. Las otras dos no tardaron en seguir a la primera, y Corbin echó a correr de nuevo en dirección a ellas para recuperarlas. La siguiente vez que las alcanzó, lanzó la primera otra vez de frente, y la segunda y la tercera a su derecha, a otra de las dianas. En aquella ocasión, las dos segundas estaban más cerca, así que Corbin corrió hacia ellas primero, las desclavó y las lanzó contra otras dos dianas. Poco a poco, los lanzamientos se volvían más aleatorios, y Corbin trataba de imaginar cómo sería la misma situación en un combate real mientras corría de un lado a otro, recuperaba las hachas y las lanzaba de nuevo.

Ben entró en la sala sin fijarse demasiado en ella, pero un golpe seco llamó su atención al momento y se giró. Alguien lanzaba hachas contra dianas de distintos tipos. Ladeó la cabeza con curiosidad. Solo conocía a aquel guerrero de vista, y no parecía que fuera el momento de profundizar en su relación, así que se limitó a hacer un vago gesto de estilo militar. Qué agresivo. Interesante.

Un movimiento le hizo volver la cabeza hacia otro lado, y allí encontró algo aún más interesante. Ben se sonrió. Allí estaba, otro del grupo de las piruetas. O eso parecía, al menos. Al verlo, Ben supo lo que intentaba, y aunque no sabía quién era, ya que llevaba la cara tapada, decidió acercarse. Había ido allí sin una idea muy clara de qué hacer, y aquello parecía entretenido.

Ben se acercó dando una voltereta lateral, suave y ligera, ya que se trataba de un movimiento muy sencillo. Pero, cuando sus pies volvieron a tocar el suelo, se impulsó y liberó el cuerpo para encadenar la simple voltereta con un mortal, que la llevó hasta la colchoneta sobre la que el chico anónimo saltaba. Lo observó un momento mientras trataba de encadenar uno de aquellos saltos que Ben había estado practicando hacía tan poco.

-¿Sale o no sale? -preguntó, risueña.

Ben lo miró con curiosidad. Desde luego, rarito era un rato. Empezaba a tener sospechas sobre su identidad, y pronto las vio confirmadas. Su Fif conocía a mucha gente, aquel chico incluido. Sonrió.

-Si no molesto, claro -puntualizó, aunque sin hacer ningún gesto que indicase su disposición a retirarse-. Yo soy Ben.

Dio un salto en la colchoneta, y se encontró a mayor altura de la que podía conseguir por sí sola. Se le ocurrió que deberían inventar colchonetas para suelas, para poder saltar así sin necesidad de semejante armatoste. Sería útil.

Con su segundo salto, dio un nuevo mortal, pero se dejó caer sobre la espalda en lugar de sobre los pies. Se incorporó sobre las manos y probó a saltar con ellas, pero se tambaleó un momento, a punto de perder el equilibrio. A las manos les iban mejor las superficies sólidas. Aunque todo era práctica, seguro.

-No te he visto por los tejados. ¿No has probado a practicar allí?

Todos los acróbatas que había conocido hasta el momento eran grandes amantes de los tejados.

Ben asintió, pensativa. Quizás, sencillamente, no habían coincidido. Brontë era grande, y sus tejados eran extensos. Bastaba con no frecuentar las mismas zonas para no coincidir. Pero, a sabiendas de que podía encontrarlo por allí, y teniendo en cuenta su curiosidad, Ben decidió que lo buscaría en el futuro.

Ben observó los intentos del chico. Ella misma estaba perfeccionando aquello, y ver cómo otro se movía podía ayudarla a mejorar sus propios movimientos. Imitó el salto del chico, aunque con mejor suerte. Ben ya llevaba un tiempo ensayando aquello, y ya sabía cómo debía colocar el cuerpo exactamente.

Aterrizó fuera de la colchoneta, flexionando las rodillas, y se acercó a trepar a las espalderas, Se colgó en ellas boca abajo, sujetándose con los pies. Quería estudiar los movimientos del chico.

Ben se cruzó de brazos, permaneciendo donde estaba para observar. De vez en cuando echaba un ojo también al otro, al claritas, que seguía con sus hachas a vueltas. Ben se preguntó si ella podría lanzar así. Debería preocuparse un poco de sus hechizos, bien pensado...

Follow, mientras tanto, seguía intentando mejorar sus saltos. Cuando Ben lo vio subir algo más que la otra vez, soltó una risita y aplaudió.

-Eh, pues va saliendo -comentó, entretenida.

Lo malo era que se limitase a eso. Habría estado bien ver cómo hacía otras cosas. Porque sabría hacer algo más que saltar así, ¿no?

Ben se dedicó a observar y tomar nota. Por supuesto, no se movía exactamente como ella, ni tenía que compensar las mismas cosas. Nadie lo hacía igual, al final, ni tenía las mismas tendencias.

Cuando él informó de que había terminado, Ben se sintió un tanto decepcionada. Esperaba que practicase algo más que eso. Con soltura, se deshizo del agarre de las espalderas y se dejó caer al suelo de pie. En seguida se incorporó.

-¿Y qué más sabes hacer? -preguntó, curiosa.

Antes de que se fuera o algo así.

El sonido de las hachas contra las dianas le resultaba a Corbin agradablemente violento, y eso fue lo que alargó tanto su entrenamiento. Cuando lo detuvo, tuvo que concentrarse en no ensañarse con las dianas cuando se convenció a sí mismo de que era hora de detenerse. Otro pensamiento que le cruzó por la cabeza, más grave, fue el de volverse contra sus compañeros. Aquello lo turbó más, ya que suponía enfrentarse a enemigos vivos, y que por tanto responderían a las agresiones.

Por suerte, Corbin consiguió controlarse. Al final, desclavó la última hacha y consiguió la entereza suficiente para volver a colgársela al cinto. Era hora de dejarlo. Había sido interesante, pero no tenía sentido alargarlo más. Cuando recogió las dianas lo hizo con desgana, igual que sucedió cuando dejó las hachas donde las había cogido. De hecho, iba tan enfrascado en su mal humor que ni siquiera recordó hacer un gesto de despedida a sus compañeros cuando salió de la sala.

*Se va huraño*

Fdr- e.e Que si no me olvido y se queda aquí a vivir XD

Ben ni siquiera se dio cuenta de que el claritas se hubiera ido. Lamentó que Follow fuera tan escueto, ya que lo que decía sonaba interesante. Se llevo las manos a la nuca, cerró un momento los ojos e inspiró hondo.

-Hmm... Escalar... -canturreó-. Suena bien. Yo hago acrobacias. Y música, bueno, pero eso no le interesa mucho a Brontë, creo. ¿Hay alguna buena zona para escalar por aquí? A lo mejor lo pruebo.

No estaría mal. No le vendría mal a ella, desde luego. Escalar y hacer acrobacias no eran tan diferentes, en cierto modo. Y a Ben le gustaban las alturas.