Sala de entrenamiento

Pese a todo, viene hacia mí. Se lanza. Un ataque desesperado, por lo que enseguida puedo ver. Se arroja al peligro, asumiendo que ya no tiene mucho que perder. Esa clase de ataques pueden acabar con aquellos que tienen poca sangre fría, porque no se ven capaces de atacar a alguien que les viene a bocajarro, pero yo no me asusto con facilidad,
Sí me impresiona, admito, sin embargo, que lance la espada, desarmándose con tanta facilidad, con una puntería nada reprochable.

El ataque es lo suficientemente agresivo como para que me concentre especialmente esta vez en bloquearlo, enganchando el arma en la hoz y, con un movimiento circular, apartándola, echándola al suelo, a bastante distancia de nosotros. El desagradable sonido metálico que hace al caer resulta una evidencia del éxito de mi defensa. Y él, que viene hacia mí detrás de la espada, no me preocupa. Sé que puedo deshacerme fácilmente de un enemigo desarmado con sus capacidades.

No.
He de admitir que de pronto me siento un poco estúpida. Y no sin razón. Lo he tomado por un inepto, por un novato, hasta tal punto que no he visto la evidencia en el primer momento.

He menospreciado a un rival. He cometido un error.
Y eso me enfada mucho.

Mi reacción es inmediata. De pronto, reacciono como un resorte, repentinamente violenta, pasando de entrenamiento a combate real en una fracción de segundo. El gesto se me contrae, agresivo, y mi cuerpo se mueve solo, prácticamente, guiado por la experiencia.
Una mano sujeta su muñeca con fuerza, clavando en esta los eslabones de la cadena, que no he soltado, y la otra, la diestra, se posiciona bajo el codo, empujando la articulación hacia arriba, bloqueando el brazo, que enseguida retuerzo, buscando que suelte el arma.

Me noto tensa. Tardo un instante, incluso, en darme cuenta de lo que estoy haciendo. Simplemente he identificado el peligro y he reaccionado, pero ahora que me doy cuenta...
Es un entrenamiento. Debería admitir que me ha sorprendido, no romperle la muñeca en un exceso de luxación.

Termino por soltarlo, aunque no relajo la expresión.

-Debiste haberlo lanzado -le comento, aún algo seca-. Tienes buena puntería, pero en el cuerpo a cuerpo fallas más.

Supongo que aquí termina el combate. No querría que se convirtiese en algo personal ahora.

-Ha estado bien -confieso, no obstante, seria.

Al final se rinde él mismo, de todos modos. Admito que me he excedido un poco. Aunque, siendo sincera, nunca es excederse si se trata de vivir o morir. Quizás algún día me agradezca lo que he hecho hoy aquí.

-No me has aburrido. Me has sorprendido, en cierto modo. Esperaba menos, admito. Espero que sigas practicando y poder comprobar lo que has mejorado en un tiempo.

Le estrecho la mano cuando me loa ofrece. No tengo ningún motivo para no hacerlo, aunque no soy de este tipo de formalidades.
También, como él, relajo el cuerpo, estirando un poco. No ha sido el esfuerzo físico más grande de mi vida, pero mientras pueda hacerlo lo haré. Es importante preservar la flexibilidad.

Charlamos un poco más. Me siento algo escueta, pero acabo relajándome. Luego nos vamos juntos hacia los baños, separándonos cuando cada uno se dirige al que le corresponde.

*se van*

Lo primero que hice nada más entrar en la sala fue ponerme a trotar para calentar un poco. Tenía ganas de moverme aquel día. De combatir, más concretamente. Pero también tenía ganas de usar el arco, al que había prestado poca atención en los últimos tiempos, así que quería buscar alguna forma de hacerlo todo.

Estuve calentando un rato, con ejercicios que había aprendido de Alehyss, principalmente, y poniendo a prueba mi flexibilidad, antes de comenzar a entrenar. Primero me dediqué a mi cuerpo, y practiqué mi agilidad a base de movimientos como agacharme o saltar de pronto, mientras estaba corriendo, o utilizar las manos como punto de apoyo para desplazarme. Cuando decidí que estaba preparada, me dirigí a la armería.

Estuve un momento dudando, pero al final escogí solo cinco flechas y un arco no demasiado pesado, que me eché a la espalda junto con el carcaj. Después, me dirigí hacia la caja y convoqué al duende. Dudé un momento en quién sería mejor opción, pero acabé por decidirme.

-Quiero enfrentarme a Nagore -declaré-. Combate a distancia. Que me ataque con terra der.

La “Nagore” que se presentó ante mí me dejó tan patidifusa que mi primera reacción fue de queja. Abrí la boca para decirle al duende que debía haberse equivocado de persona, que yo le estaba pidiendo un enfrentamiento con Nagore, no con aquel parvus, fuera quien fuera. Pero, al cabo de mirarla un momento, comprendí que por distinto que pareciera el aspecto, sí era la propia Nagore. Los rasgos eran los mismos, aunque en conjunto parecía otra persona. Parpadeé. Ojalá que ella nunca lo viera, porque la forma en que el duende se disfrazaba de ella era de todo menos femenina. Aunque había visto otras tantas copias de guerreros, y en general la sensación de que aquel hombrecillo no tenía precisamente muy buen gusto.

No tardé más de un momento en ponerme a una distancia prudencial, y entonces comenzó el combate. Nagore lanzaba un hechizo tras otro, dejando patente su velocidad, y yo me dedicaba a esquivarlos, sin preocuparme de atacarla. Me movía de un lado para otro, agachándome, saltando, girando sobre mí misma, obligándome a moverme dentro de un espacio pequeño, sin salir de cierta distancia, para hacerlo más difícil.

Entonces, entre movimientos, traté de sacar el arco, y lo conseguí sin mayor dificultad. En seguida le siguió una flecha. Aquella era la parte fácil. Lo difícil era apuntar y dar en el blanco en aquellas condiciones. Me propuse hacerlo. Cargué la flecha y busqué un momento, y tras apuntar un instante la lancé contra ella.

No solo le fue sencillo a Nagore evitar mi ataque, sino que además me llevé a cambio un buen golpe en el tobillo que me desestabilizó un momento, facilitándole a ella el golpear. Viendo que no podía evitar el siguiente golpe que se me venía encima, inspiré hondo y apreté los dientes, recibiéndolo como mejor pude y obligándome después a continuar con normalidad, ignorando el dolor.

Escenas como aquella se repitieron a lo largo de la sesión, y a medida que el número de magulladuras y el cansancio aumentaban, yo me veía más y más obligada a aceptar los golpes y encajarlos como mejor podía. Inspiraba hondo, apretaba los dientes, tensaba los músculos y trataba de buscar una posición con la que el recibimiento no fuera tan doloroso. Después, continuaba saltando y agachándome, girando y revolviéndome sin salir de donde estaba, esquivando hechizos una y otra vez, sin descanso.

También trataba de intercalar mis flechas, de apuntar y disparar, pero en medio de tantos movimientos era muy difícil dar en un blanco en movimiento y desde el frente. La segunda se desvió, y ella ni siquiera necesitó moverse para esquivarla. A la tercera flecha me quedó claro que la única forma de atacar era hacerlo mientras ella me atacaba a mí, aunque eso supusiera encajar un nuevo golpe. Esa flecha le rozó la mejilla. La cuarta conseguí clavarla en el brazo, a cambio de un terra der especialmente doloroso en la canilla. La quinta, lanzada justo después de recibir un golpe en el estómago, se desvió por encima del hombro, abriendo una pequeña herida en su cuello.

Cuando me vi sin flechas, y ya evidentemente magullada y cansada, di la señal de parar. Devolví el duende a su caja y me dirigí directamente al baño, dispuesta a relajarme un poco y comprobar el estado de los golpes con tranquilidad.

Ahora ya me quedaba definitivamente claro que la idea de Nagore de hacer citas con las copias no era buena en absoluto. Me preguntaba si ella sería capaz de entenderlo. No quería oírla poner el grito en el cielo porque un viejo no era capaz de parecerse siquiera a ella.

*Se va*

Nada más llegar a la sala de entrenamiento, el chrysos comenzó a trotar alrededor de esta para calentar; después de un rato considerable, comenzó a rotar las diferentes articulaciones, preparándose para el inminente entrenamiento, y cuando estuvo satisfecho, se plantó delante de la caja de duende. Llevaba ya en la mano la espada, que pensaba utilizar, pero también cargaba con el puñal, todavía en su funda, amarrada al cinturón.

—Quiero un enfrentamiento contra Alehyss Lester —pidió, serio, al tiempo que retrocedía un poco y adoptaba una posición para el combate.

Alehyss era rápida y veloz, y ahora mismo el chrysos buscaba mejorar su propia velocidad y agilidad, así como sus reflejos, por lo que una replica de la chrysos le parecía de las mejores opciones para esa clase de entrenamientos. Además, la kusarigama de Alehyss era un arma interesante, particular, y aunque sabía más o menos cómo funcionaba, nunca estaba de más verla en acción. Resultaba interesante, y le ponía en una pequeña desventaja al utilizar él como arma una espada, lo que también servía para ayudarle de alguna forma a manejar su nueva arma.

El chrysos retrocedió, esquivando un ataque de la replica, y al momento se lanzó contra ella, tanteando, dando por iniciado el entrenamiento.

*se queda*

El chrysos oyó cómo la puerta se abría, pero no le prestó en un primer momento atención y siguió en el combate, ignorando a quien fuera que estuviese ahí parado. Esquivó un golpe, amagó él una ofensiva, que la replica cortó y que lo obligó a retroceder y cubrirse, notando de pronto cómo le sangraba el brazo. Tampoco le dio demasiada importancia a la herida, pese a todo, y al momento volvió a buscar un hueco en las defensas de la replica, logrando, tras varios intentos, cortar él a la replica, que retrocedió. Él la imitó, y entonces, de reojo, miró hacia la puerta, descubriendo a una chrysos a la que no recordaba haber visto antes.

Fue apenas un vistazo, sin embargo, porque al momento volvió a centrarse en la falsa Alehyss, defendiéndose de un ataque.

El chrysos esquivó el ataque de Alehyss y asió con la mano libre la cadena de la kusarigama, conjurando al momento un chrysantae no demasiado poderoso al tiempo que tiraba de ella, y lanzándose posteriormente contra la replica, soltando la cadena y logrando cortar él la carne de la chrysos, ensartando la espada en el vientre. Aprovechando la distancia que había recortado, con la mano libre le golpeó el rostro, buscando aturdirla, y después hundió la espada en la carne de la falsa Alehyss, finalizando el combate.

El chrysos sangraba bastante a causa de los diferentes cortes que ahora mismo poblaban su piel, y notaba la respiración agitada. Sin embargo, se giró para saludar a la chrysos, que no se había movido en todo ese tiempo.

—Hola.

fdr. odio pensar combates puaj

El chrysos observó a la chica en silencio, memorizando algunos rasgos. La muchacha parecía tensa, por algún motivo, así que el chrysos optó por no decir nada hasta que ella dijese algo, o se calmase. Cualquiera le valdría.
Hacía bastante que no hablaba con alguien nuevo, también hacía bastante que no tenía largas conversaciones con la gente de Palacio, pero eso no impidió que su gesto se mantuviese serio, ni hizo que se acercase a la muchacha.

—No has estorbado —respondió, cuando finalmente ella habló, mirándola de nuevo. Curvó un poco los labios—. Y estoy bien, gracias.

El chrysos frunció el ceño, notando cómo la muchacha le miraba las heridas; resultaba un poco incómodo. Cuando la chrysos lo miró a los ojos, él alzó un poco las cejas, sin añadir nada más, en un gesto interrogante, y esperó, de nuevo, a que ella dijese algo. Él no tenía especial interés en hablar, en parte porque estaba cansado, en parte porque no conocía a la chrysos y no quería comenzar con la retahíla de preguntas que se hacían normalmente en aquellas ocasiones: cómo te llamas, cuándo tiempo llevas aquí, qué opinas de.
De todas formas, al verla avanzar, él no retrocedió, y se mantuvo, serio y quieto en el sitio, sin apartar la mirada de ella, atento a sus pasos. Tampoco cuando finalmente se plantó ante él, a una distancia relativamente corta, se apartó o se movió; entonces simplemente ladeó la cabeza, frunciendo un poco más el ceño, confuso no por el acercamiento, sino por el silencio que envolvía a la muchacha.
Tal vez por eso la petición le sorprendió tanto. Al escuchar la pregunta de la muchacha, el chrysos alzó ambas cejas, relajando un poco la expresión de seriedad que había tenido hasta entonces, y curvó un poco los labios, en una torpe sonrisa que reflejaba desconcierto que sentía entonces.

—Eh... Claro... —terminó por decir.

No sabía qué interés tenía la chica en curarle, pero no iba a negarse. Sería más rápido que ir a la enfermería, suponía: la chrysos no llevaba nada consigo, así que probablemente conociese algún hechizo, como Dena; Dena sabía muchos hechizos curativos, y siempre le había curado las heridas con ellos. Resultaba complicado no pensar en ella en ese momento.

—Gracias —respondió, dejando que la muchacha se acercase y le curase—. Puedes tutearme también, si quieres. Me llamo... Lyam.

Había dudado un segundo, solo un segundo.
Hacía tiempo que no se presentaba así, tampoco.

El chrysos notaba cómo las manos de la muchacha temblaban, pero no dijo nada, y se limitó a observarla, con cierto interés. Cuando finalmente las manos de la muchacha lo tocaron, sintió fluir la magia, notando cómo la herida comenzaba a sanar lentamente.

La muchacha se presentó como Anna, y por lo que decía, no debía de haber estado en demasiados combates, ni tampoco presenciado tantos. Lyam estaba seguro de que nunca antes le habían hablado de la chica.

—No siempre —respondió. Frunció un poco el ceño. No desde siempre hubiese sido una mejor respuesta. Lo cierto es que había empezado a combatir de aquella forma hacía relativamente poco, desde que tenía la espada, más o menos, y aún de aquella sus entrenamientos no eran exactamente como el que ella había visto. No. Llevaba entrenando así desde que la líder piscis se había puesto en contacto con él, pero eso no iba a decirlo.

Lyam sonrió un poco.

—Depende del día. De todas formas, imagino que todos lo hacen, ahora que puedes combatir contra las replicas.

Mientras la muchacha lo curaba, el chrysos la observaba, atento. Sin duda, conocer un hechizo como aquel debía de resultarle una gran ventaja. Si él tuviese el nivel mágico suficiente, no dudaría en aprenderlo.

Apartó la mirada de los dedos de la chrysos cuando esta habló, y entonces él la miró a los ojos. Había notado cómo a la muchacha le había flaqueado la voz, así que Lyam se esforzó por componer un gesto agradable. Se encogió, también, de hombros, e iba a responder entonces, pero de pronto se encontró sin palabras, sin saber qué decir exactamente, con los labios entreabiertos y las cejas algo alzadas, un poco aturdido.

—Bueno —comenzó, no muy convencido—. Es una buena forma de entrenar, no sé. Si no vas a por todas en los entrenamientos, pues, bueno, luego en un combate, pues. Ya sabes. —Frunció un poco el ceño—. De todas formas, no le haría daño a un compañero...

La miró, curvando un poco los labios, ligeramente incómodo de pronto. Cuando lo miró con aquella angustia, el chrysos repitió su último comentario.

—De verdad que no le haría daño a ningún compañero, ni a nadie si puedo evitarlo. En serio. En serio. —Se sentía hasta nervioso, nervioso por parecer incapaz de explicarse, preocupado por dar una mala impresión que, seguro, estaba dando ahora mismo—. Es solo un entrenamiento, en serio.

De todas formas, pese a todo lo que sentía ahora mismo, esa mezcla de nerviosismo, preocupación y fuerte interés por explicarse, cuando la chica se despidió, el chrysos no puso pegas, y compuso una torpe sonrisa como pudo, despidiéndose después de ella con un buenas noches que intentó sonar lo más agradable y simpático posible.

Cuando se vio solo en la sala, se llevó la mano libre a la frente, y reprimió un grito, sintiéndose frustrado de pronto. Si hubiese tenido algo que arrojar a algún sitio, lo hubiese arrojado, pero ahora mismo lo único que tenía consigo eran las armas, y eso no iba a lanzarlo. Y tampoco se iba a quitar un zapato ni buscar una pelota o algo que lanzar; eso sería aún más patético.
De todas formas, esa frustración estaba ahí, porque, de verdad, por qué no podía hacer algo bien a al primera.

*se va*

fdr. "goddammit"

A aquellas alturas, ya empezaba a plantearme que bien podría calificar aquel invierno como el más frío de los que había pasado en Brontë. Y eso que sabía de sobra que, con la estación aún a medias, no debía decir gran cosa al respecto. Pero, de hecho, la nieve había decidido asentarse en los exteriores, dándole a todo un aspecto blanco muy entrañable. Disfrutaba de aquel tiempo, a pesar del frío.

Por supuesto, aquello no me alejaba de mis quehaceres habituales. Tenía que mantenerme en forma, ya que tenía planeado salir de misión en cuanto tuviese oportunidad. Desde mi vuelta de Ignis había estado inactiva, pero era algo que no podía seguir así. Y, después de rechazar la idea de acompañar a Alehyss a Ventus, me sentía incluso más culpable al respecto.

Así pues, me dedicaba a practicar mis hechizos frente a las dianas. Tenía mucho que combinar, y empleaba una constante mezcla de formas explosivas y contundentes. Los aquaerums estaban bien, pero no resultaban demasiado cansados, así que no eran una buena opción para entrenar mi resistencia. Por otra parte, era de la opinión de que un ataque combinado de hechizos podría intimidar mucho más al enemigo, creándole una presión que lo cansara antes.

A ratos, invocaba hedris, y probaba los efectos de mandarlos de golpe o distribuirlos en distintos objetivos, reservándolos según me pareciera. Otras veces, eran pisflivires los que invocaba. Los punzones de hielo me gustaban especialmente, ya que tenía la sensación de que causaban un daño mayor en mi objetivo. Y aunque muchas veces los lanzaba de cualquier manera, también practicaba a calcular ángulos concretos, buscando rozar los bordes de las dianas; en un enemigo real, la equivalencia sería hacerle cortes en la piel, que podían ser más o menos superficiales. Tenía un efecto interesante, en mi opinión. Y, por supuesto, invocaba a menudo vlinos, de los que intentaba controlar el momento exacto en que estallaban. Probaba cuáles eran los distintos efectos de lanzarlos directamente contra mi objetivo o de dejarlos estallar cerca.

Todo ello lo realizaba poniendo en marcha mi velocidad y agilidad, tratando de no perder un ritmo tan marcado como para que un enemigo no pudiera rompérmelo, pero que tampoco por ello resultara predecible. Y, por supuesto, prestaba muchísima atención a la puntería; de nada servían mis ofensivas si no podía contar con una precisión satisfactoria. Por ello, no renunciaba al prendedor que yo misma había fabricado, y del que veía los efectos en mis propias habilidades.

*Entrena*

Los dedos se me crisparon en el último hechizo, que se desvió un poco de la trayectoria, ya que me vi distraída por una voz a mis espaldas. El primer pensamiento que me vino a la mente fue que no podía permitir que aquello sucediera en un combate, o estaría muerta antes siquiera de darme cuenta.

Sin embargo, mi reacción no tuvo nada que ver con mi pequeña frustración interior. Sonreí a mi compañera, me detuve un momento a saludarla e incluso me permití el observar el escudo que traía con curiosidad. Parecía un accesorio útil, aunque un poco engorroso. Evidentemente, un baadha parecía mejor opción, aunque me preguntaba si aquel metal sería más resistente. Mi cabeza intentó trazar un par de estrategias de batalla con escudo, pero en seguida rechacé la idea. Demasiado novedosa como para poder sacarle partido en aquel momento. Además, tenía que seguir.

Desplazándome ligerísimamente para dejar un poco más de espacio a mi compañera, retomé mis ataques. Quizás debería sustituir las dianas, que estaban ya bastante perjudicadas.

Al ver que ella se dedicaba a su propio ejercicio, me concentré de nuevo en el mío. De todas formas, después de la distracción inicial, había decidido no perderla del todo de vista. Me mantuve centrada en mis disparos, pero atenta a por dónde se movía.

Por eso, la segunda vez que se dirigió a mí ya estaba preparada. La había visto rondar, y me preguntaba si simplemente estaría curioseando. Su pregunta, sin embargo, directa, dejó claro que no era eso lo que hacía. Deshice el último hechizo y me volví a ella con una sonrisa.

-Ah, sí, claro, por supuesto -accedí, sacudiéndome las manos, dejando ir restos de agua. Me las froté un momento-. ¿Qué te apetece hacer?

Era raro que alguien con quien no tenía mucha relación me propusiera algo así, pero sabía que no debía desperdiciar la oportunidad. Me centraba mucho en algunos de mis compañeros, y desconocía por completo las habilidades de otros. Su arrojo, de hecho, llegó a crearme un cierto entusiasmo. Pero, precisamente porque no la conocía demasiado, no tenía muy claro cómo proceder.

La escuché en silencio, borrando la sonrisa al ver la seriedad con que se tomaba lo que decía. No quería que pareciese que yo me lo tomaba a risa, porque para ella sí parecía importante. Traté de remontarme a mi llegada a Brontë para ver si me había sentido igual, pero solo encontré en mis recuerdos la sensación constante de que tenía que mejorar, y rápido, si quería encajar y mantenerme al nivel de mis compañeros.

-Bueno, supongo que no todos nacemos con la espada debajo del brazo -traté de tranquilizarla-. Para ser guerrera hay que ser principiante. Podemos probar. Aunque no es que me entusiasme la idea de hacerte daño... -De todas formas, en aquella sala podía contar con que mi compañera no correría grave peligro incluso si resultaba ser débil. Desvié la vista al escudo-. ¿Quieres probarlo? Tengo curiosidad por ver cómo lo usas...

A continuación, invoqué un aquaerum. Mi intención inicial era simplemente mostrarlo, como una suerte de amenaza, pero en un impulso, le di fuerza y lo lancé ante sus pies. No iba dirigido a ella, en realidad, sino al suelo que tenía delante. Pero si quería que le pegase, por lo menos debía concienciarse un poco de lo que estaba haciendo, ponerse en guardia y defenderse. En eso consistía luchar.