Sala de entrenamiento

Seguí a Corbin con la mirada. Cuando habló estuve a punto de responder, peor entonces una voz que no le pertenecía a él (y a mí tampoco, aquello podía jurarlo) sonó a mi espalda. Me di la vuelta rápidamente, aunque ya había reconocido a la dueña antes de haber encontrado sus ojos, siquiera.
Se mostraba altiva, como siempre. Como las escasas veces que la había visto, bueno...

-Señora -me apresuré a saludar, haciendo una pronunciada reverencia-. Buenas tardes.

Ella se dirigía a Corbin, sin embargo. Y yo tenía, de pronto, la sensación de que no hacía nada útil en aquel lugar. De que solo estorbaba.
Caminé discretamente hacia la zona de pesas, buscando dar un poco de intimidad sin huir de mi entrenamiento.

Corbin se volvió al instante al oír una nueva voz, de nuevo alerta, de nuevo dispuesto a atacar. Alzó las cejas, sin embargo, al ver de quién se trataba. No era aquella su forma habitual de aparecer. Corbin inclinó ligeramente la cabeza, a medio camino entre un saludo y un asentimiento.

-Por supuesto -declaró, todavía con un deje de violencia en la voz-. Ha sido una experiencia muy gratificante. Lo guardo todo en la habitación. Podemos ir ahora, no es mal momento en absoluto.

Mantenía la vista fija en ella, con la mandíbula apretada y gesto de desconfianza.

Corbin asintió. No se sorprendió en lo más mínimo al verla desaparecer. Al parecer, tenía nuevas tareas. Inspiró hondo un momento, sintiendo que poco a poco la presión de su cuerpo se reducía, dándole una mayor sensación de relajación.

Miró a Rick un momento.

-Quizás podamos hablar otro día -dijo, ya sin un tono desagradable, aunque su voz seguía sonando algo ronca.

Después, tras una ligera inclinación de cabeza, avanzó hacia la puerta, camino de las habitaciones.

*Se va*

La mujer no parecía tener nada que hacer conmigo en aquel momento. ¡Bueno! Ni nunca. Yo solo la servía como a una gran dama que era, pero no tenía nada que hacer con ella más que servirla como... debía.

Los despedí a los dos cuando se fueron. Las palabras de ella me acariciaron. Y me recordaron, por desgracia, a Fera. Anhelaba volver a oír un "buen trabajo" de labios de la chrysos. Pero debía esforzarme más por obtenerlo. Y por aquello fue por lo que me esforcé durante buena parte de la tarde, aunque estuviese yo solo.

Pedí al duende enfrentarme a mí mismo. Por haber visto a Corbin me habían entrado ganas. Y hubo por una vez dos Värdjas en la sala, chocando guerreras la una contra la otra, fieras y poderosas. Y al ver mi imagen, y no a Lea, era capaz de golpear con fuerza.

No obstante, no me quedé demasiado. Ya había pasado buena parte de la mañana entrenando, y no tenía ganas de pasar el resto del día allí.
¡Todavía me sentía intrépido!

*se va*

He conseguido algo que ansiaba desde los orígenes: plenitud personal.
Mi hogar, mis paredes. Vivo ya en ellas y las cuido como si sus escrituras descansaran bajo mi almohada. Últimamente una sonrisa se ha instalado en mi boca y parece no tener mucha prisa en irse.
Sigo entrenando. Entrenar se ha convertido en una especie de adicción (en este caso sana) a la cual le dedico gran parte de mi tiempo. Gozo de gran bienestar.
Se puede decir que soy feliz. No sé. Le sonrío a todo el mundo y el mundo me la devuelve. He aprendido a vivir sin tanta dependencia de Aren, aunque sigue ocupando todas mis noches y fantasías.

Me pregunto qué aspecto tendrá la luna esta noche Luego la observaré.- ¡Duende!- Alzo la mano extendida hacia el techo, conjurando un Aquaerum. Denso, potente. Perfecto. Cargado con toda mi energía.

Rick Dehnel cae del techo, con un rugido y su mandoble cargando contra mi cabeza.- ¡Uooo!- Ruedo por el suelo hacia la derecha guardando el Aquaerum cerca de mi pecho y me levanto apoyado en una de mis rodillas para lanzárselo, el cual golpea la espada de la copia con fuerza.

Me arrugo la cara con las manos y me aplasto las mejillas mientras le echo la lengua.- Blandengueeee mwuajajaja.- Corro en dirección opuesta.

Denhel corre detrás de mi. Demasiado lento.

En un abrir y cerrar de ojos, un majestuoso aether de grisáceos cabellos y buen corazón brota del cuepo de Dehnel, realizando un hechizo que me tira al suelo con fuerza.

En el suelo, ruedo para ponerme boca arriba y rápidamente ponerme en pie, sacando mi cimitarra. Sin mediar palabra, corro hacia él y me enfrasco en una batalla cuerpo a cuerpo contra sus tonfas que, cargadas de magia, resisten mis cortes.


*entrena, pero entrenamiento que no cuenta porque Silvio es especial ya bosotroh sabéih*

Le observo desde la zona alta de la Sala de Entrenamiento en silencio. No me ha visto y dudo que lo haga: demasiada concentración.
Mi mirada serena está posada en su cuerpo. Siempre ha sido así. Siempre le he visto desde las cumbres de mi poder, siempre ha sido menos que yo. Siempre ha sido un criado. Un... un mero montón de carne que jamás coneguiría nada.
En el pasado estaba sumamente seguro de aquellos pensamientos. Sin embargo... ¿Siguen siendo correctos? ¿En algún momento lo fueron?

Admiro su determinación pues a pesar de no contar con grandes dotes dentro de esa cocorota enrome y vacía, siempre demostró tener sus ideas realmente claras. En ese aspecto me saca ventaja.

Le veo luchar.
Desde luego ahí también me saca ventaja. Demasiada como para sentirme cómodo observándole si quiera.
Mi sueño siempre ha sido ser el pupilo del líder Oscuro y... desde luego ahí sí que me gana. Lo ha logrado y con creces y yo, en vez de seguir sus pasos, he corrido en dirección contraria.

¿En qué se ha convertido ese niñ... hombre? Acaso es la viva imagen de lo que yo siempre he querido ser? Poderoso, admirado, tenaz y con claras convicciones?

¿Acaso el ha conseguido todas mis metas? ¿El destino me sigue castigando?

Le envidio. La envidia en cualquier ser no tiene buen fondo. Sin embargo y, en esta ocasión, le envidio con una sonrisa amarga, no rabiosa.

Sin duda se ha ganado mi respeto. El que siempre se mereció y el que nunca obtuvo de mi parte. Quizá vaya siendo hora de que le devuelva todo lo que le debo.
Quizá.
No lo sé. Bien hecho, perdedor.


*se va en silencio*

Una de sus tonfas me golpea la cara y retrocedo un instante. Aprieto el puño para no utilizar ningún hechizo que aún estoy aprendiendo o no controlo a la perfección.
Lanzo mi arma al aire como si fuera un simple palo. Heylel alza la vista durante unos segundos por inercia, momento que aprovecho para darle un puñetazo en la cara sin muchos miramientos.
El Duende se lleva las manos a la cara, dolorido. Lanzo un Aquaerum que lo tira al suelo.

Me cubro de uno de sus tornados aunque sufro algunos cortes en el brazo con el que me he cubierto. Escuce más de lo que recordaba. Es como cortarse con una navaja. Por suerte, la sala está enbuída del archiconodico hechizo sanador que tanto nos ha ayudado a todos a entrenar.

Invoco dos Aquaerum y el Duende desaparece agotado, antes de recibir cualquier golpe a mayores.
-Ejejé.- Río contento. Entonces extiendo mi mano, como esperando a que mi cimitarra caiga gracilmente del cielo y poder posar heroicamente.

Espero.
Espero un poco más.

Tsk... demasiado tarde. Parece que esto sóo ocurre en los cuentos de los bardos. Nadie es capaz de coger un arma al vuelo por mucho que lo intente sin perder la dignidad como quien intenta atrapar una mosca al vuelo.

Tengo que practicar más para fardar de pose final.

Sonriente, me voy.


*se va*


FDR: soy esa clase de persona que hace post de entrenamientos completamente innnecesarios con persoanjes que no necesitan entrenamientos.

Últimamente te aburres con una facilidad pasmosa. Desde luego, este palacio te pareció mucho más entretenido desde fuera que desde dentro.
No has conseguido hacer amigos, aunque crees que, si toda la gente es como la niña de pelo rosa, prefieres seguir siendo un parvus solitario.

Caminas con tu enorme mochila.
Si tú no atráes a nadie con tu pequeño tamaño, quizá Kurage lo haga.

La sacas lentamente de su caja y te metes dentro. Esperando a que alguien aparezca. En silencio, cabeceando.


*se queda*

Dado: 1


Por lo visto nadie aparece y te empieza a entrar algo de hambre. Decides pues, abandonar la sala con Kurage. Algo triste.

*se va*

El chrysos entró en la sala de entrenamiento, serio, dispuesto a practicar una vez más con la caja del duende de Ignis. Las últimas veces que se había enfrentado a las replicas lo había hecho contra una de sí mismo, pero esta vez tenía pensado enfrentarse a una diferente. Así, cuando después de calentar se plantó frente al artefacto, lo que pidió no fue un combate contra sí mismo, sino:

—Alehyss Lester.

Y al momento retrocedió, armado con la espada, preparándose para el inminente combate. Se había enfrentado a Alehyss una vez, durante la misión en Aqua, pero había peleado a su lado las veces suficientes como para saber lo ágil y veloz, escurridiza, que podía ser, y también sabía cómo funcionaba la kusarigama y la importancia de mantenerse alejado de la maldita cadena.

El chrysos curvó los labios, al tiempo que se desplazaba a un lado, veloz, esquivando un ataque de la réplica. Por algún motivo, nunca se había enfrentado a la replica de la chica, a pesar de que siempre intuyó que aquel sería un entrenamiento interesante, y ahora mismo, mientras se defendía y esquivaba, buscando mientras el momento para atacar, para ensartar la espada en la carne de la replica, no podía evitar sonreír.

Los intentos por atacar a la replica le hicieron ganarse bastantes cortes, algunos profundos y desagradables, otros meros roces, pero finalmente logró ensartar el golpe, manchándose al momento de la sangre de la replica, que se mezcló con la suya propia. El chrysos retrocedió entonces, resollando, notando el desagradable olor a hierro. Como pudo, se dirigió a la caja, anunciando el final del combate, y luego se sentó, cansado; notaba las heridas palpitar y la sangre caer, pero aun así, sonreía, satisfecho. Dirigió una nueva mirada a la caja; luego se levantó.

*se va*

Cuando me cede el paso entro delante, sin hacer ningún comentario al respecto. Contemplo la habitación como si fuese la primera vez que entro en ella, aunque de hecho me la sepa prácticamente de memoria, y al haber llegado al centro me vuelvo hacia él, contemplándolo con una curiosidad divertida en los ojos. Parece que va a buscar una espada con la que enfrentarme y, callada, contemplo su elección sin hacer comentarios.

Doy algunos saltos en el sitio cuando se vuelve hacia mí, soltando el cuerpo. Ni siquiera ha entrado un poco en calor. Le costará más moverse así.
Y, pese a todo, saco mi propia arma. En un combate real no se haría de este modo, pero supongo que eso mostraría una desconfianza por mi parte, le daría desventaja el no conocerla, y mi objetivo no es abusar.

-Yo siempre estoy lista -respondo, sencilla. No es arrogancia, es lo de esperar en un guerrero.

Ciertamente, hay algo de arrogancia en el tono.

-¿Has luchado antes? Luchado "en serio" -matizo, rotando los hombros, sin embargo, calentando las articulaciones.

Parece que responde a mis escuetos calentamientos con los propios. Al menos se fija. Es agradable ver que uno es atento. Aunque, por supuesto, en un combate real es muy posible que uno no tenga tiempo a calentar. Es una concesión que hacemos aquí, para evitar lesiones cuando lo que se busca es una práctica, ya sea más o menos seria.

-La seriedad es importante. La importancia de lo de ser "a muerte"... -. Me encojo de hombros-. Eso se va ganando, seguramente cuando menos quieras aprenderlo. Pero aunque te lo tomases a broma dejarías de hacerlo ahora mismo -comento, con una sonrisa mordaz.

Acto seguido, me he impulsado hacia él, cambiando la sonrisa por el gesto serio, concentrado, que lo evalúa en todo momento. Hay tres puntos que me llaman la atención: su rostro, reflejo de sus intenciones; sus hombros, reflejo de los movimientos de alas y de espada y, cómo no, el filo. Si evito el tercero, debería ser fácil.

Mi ofensiva es directa esta vez. Estoy tanteando, girando la bola en la mano izquierda, amenazándolo con ella mientras avanzo, con golpearlo en la cara si no responde a mi movimiento con el suyo. No es un golpe que mate, pero resulta contundente: el metal es macizo.

Sé que yo misma he dicho que es algo serio, pero por el momento estoy examinando. Quiero conocer la magnitud de sus respuestas antes de revelar mis capacidades.

Su respuesta es agresiva. Eso es extraño. La gente inexperta tiende a optar primero por la evasión, aunque no diría que es el ataque más seguro de sí mismo que he visto.
Cuando golpea la cadena, cortando así la inercia del giro, lo único que hago es cambiar el giro de la muñeca, adaptándolo a la nueva trayectoria, para no recibir en el brazo el impacto del golpe, acomodando el giro a uno diferente, siguiendo simplemente el movimiento normal de la articulación.

Aprovecho su ataque, entonces, para clavar la pierna izquierda en el suelo, alzando de esta forma la derecha en un movimiento ágil, lanzando enseguida una patada firme hacia la hoja de su espada, aprovechando su propio ataque para golpear en la misma dirección, con intención de desestabilizarlo. Si lo logro, podré, finalmente, lanzar un corte con la hoz, con el brazo derecho, en dirección a su costado, que quedaría a la vista con el giro de su cuerpo. Si no lo consigo buscaré alejarme para evitar su contraataque, simplemente, para reposicionarme.

Al menos no puede negársele que sea rápido. Es en lo que dijo que destacaba la primera vez que hablamos, según recuerdo, y aunque parecía referirse más al vuelo sus gestos han sido, por lo menos, tan veloces como para poder evitarme.
No es algo a desprestigiar.

Aprovecho, no obstante, el movimiento en el que baja la guardia para armarme yo misma. Espero a su ataque, con frialdad, sin miedo a salir herida: en esta habitación tampoco llegaría a ser demasiado peligroso. Pero no debo basarme en el hechizo protector para emitir mis juicios, por lo que lo que hago realmente no es dejarme dar, sino esperar a ver a dónde dirige el ataque para evitarlo cuando ya casi me ha alcanzado: cuánto más eres capaz de esperar, más complicado resulta a tu rival el cambiar la trayectoria del mismo.

Me echo, pues, a un lado en el último momento, pivotando sobre una pierna y girando el cuerpo, notando el filo pasar a mi lado. No me lo hubiese permitido de ser él más experimentado, pero se nota que la espada no es su arma habitual y me siento más confiada. Luego, de un rápido gesto de muñeca recupero la inercia de la bola, y tras un par de giros con la cadena muy corta, para ganar rápido la potencia y que la cadena tarde poco en darlos, y enseguida la lanzo, buscando, esta vez, rodear con ella su garganta para, con un tirón, poder comenzar un estrangulamiento, dominando así su respiración.

Por lo que parece, logra evitar la cadena, agachándose. Puedo admitir que tiene reflejos rápidos. Es algo importante con lo que contar para no morir al primer ataque. Supongo que otros lo alabarían, pero yo no soy de las que echan flores sin un motivo feaciente. Será ágil, pero no me impresiona. Aquí viene, al fin y al cabo, gente poderosa, o eso se supone.

Ahora viene el momento que más me gusta. Ya siento el cuerpo ágil y flexible, aunque podría estarlo más. Y al primer movimiento veo a dónde va.
Atacar al punto de apoyo, a las piernas, es una idea inteligente. Si se rompe el equilibrio del rival no es difícil derrotarlo. Un enemigo tumbado, muchas veces, es un enemigo muerto.

Mi reacción es rápida. Es algo que he hecho ya otras tantas veces y mi cuerpo está acostumbrado. No en vano es mi especialidad.
En apenas un instante me he impulsado en un gesto rápido, echando el torso hacia atrás. La flexibilidad y la agilidad son una buena forma de evadirse. Y en mitad de la voltereta apoyo las palmas en el suelo para terminar de darla completa, aterrizando lo suficientemente lejos de él.

Procuro que el movimiento sea lo más rápido posible para no perder un segundo y poder, nada más volver a tener los pies en el suelo, abalanzarme contra él, que, supongo, estará más desprotegido tras haberse lanzado contra mis piernas.

Mi objetivo sería una patada en la cara. Un gesto que asusta más de lo que llega a hacer, por lo delicado de la misma, pero que de todos modos podría causar una rotura de nariz, problemas en los ojos o un golpe en los oídos, que ocasionaría mareo.
Yo, sin embargo, soy más benevolente, comprendo que esto es un entrenamiento, y no llegaré a alcanzarlo incluso si llega a no evitar el golpe.

Lo más importante para las personas de cierta condición física, no caracterizada por la resistencia, lo más importante es no ser heridos. Especialmente si se trata de atacantes ágiles, que dependen de su cuerpo para huir. Y, en mi opinión, incluso las personas de fuerza y resistencia física notable, deberían procurar esto. Porque un solo golpe que seccione un tendón importante hará que no puedas moverte, por fuerte que seas.
En eso, diría, baso mi estilo de combate: en evitar todo daño posible, en no sacrificar mi físico por un golpe y, por otra parte...
Yo siempre procuro atacar a los lugares más peligrosos. De nada me sirve una patada en la espalda si pude haberla dado en la rótula.

Pero esto, no hay que olvidarlo, es un entrenamiento.

No llego a alcanzar su cabeza, pero la sensación de haber pasado tan cerca es estimulante. Y el golpe en el hombro me desahoga un poco, aunque resulta poco relevante. No creo que vaya a impedirlo, por lo que sigue siendo potencialmente peligroso.
Potencialmente.

Ataca fiero, como un animal, sin centrarse en la precisión. Ese tipo de técnicas funcionan a veces, pero al no pensar lo que se hace puede uno meterse en problemas.
Esta vez solo me impulso hacia atrás para salir de su alcance, notando cómo llega a rozar la tela, rasgándola, comenzando a girar de nuevo la bola de mi kusarigama mientras él se incorpora.

Me he confiado demasiado, supongo. Incluso a mí me pasa a veces.
Cuánta arrogancia.

Lo miro muy seria. No puedo evitar ese deje incisivo de frialdad en los ojos cuando combato, aunque sea como ahora. Ya he absorbido, de alguna forma, esa sensación de que mi rival debe morir, aunque de hecho procure evitar que esto pase la mayor parte de las veces.

Con varios giros rápidos, lanzo la cadena a por su espada. Si el arma se interpone entre nosotros, lo ideal es engancharla e inutilizarla, en ese caso.
Ese es mi objetivo ahora, mientras lo mantengo siempre en mi campo visual. Cualquier movimiento que delate un ataque me hará reaccionar. Hace mucho que lucho y él, aunque no lo quiera, exuda inexperiencia.

He de admitir que me sorprende su reacción. Y podría llegar incluso a calificarlo de estúpido, pero no me atrevo a hacerlo, porque una parte de mí despierta en el mismo momento en el que me ofrece su cuerpo, perspicaz.
¿Acaso tendrá una idea, un posible plan que se me ha pasado por alto y que puede contrarrestar el mío? Quizás cuente con una fuerza descomunal que no aparenta.
Y, de todos modos, sea como sea, no puedo hacer nada, porque el ataque ya está lanzado, ya lo ha alcanzado y, en vez de desarmarlo como planeaba solo tengo su brazo izquierdo atrapado.
Bueno, nada de "solo". Resulta sumamente útil.

-Crhysantae -recito entonces, dejando que la electricidad circule por la cadena hacia él.

Quizás no pueda atacar a distancia, pero si la cadena lo toca solo tengo que valerme de las capacidades conductoras del metal para llegar hasta él.
Y al mismo tiempo tiro de ella hacia mí, con violencia, buscando que se acerque con el brazo extendido, aprovechando el agarre, y me lanzo yo misma hacia delante, impulsándome veloz, para lanzar un barrido a sus piernas.

Creo que lo he mencionado antes. Si consigues derribar a tu enemigo, es muy probable que esté muerto.
Aunque, sinceramente, sigo prefiriendo atacar por detrás antes de que me haya visto.

FdR- El dado ha salido 4, por lo que el hechizo de Alehyss tiene magia 1.