Sala de entrenamiento

Corbin la miró un momento, sin entender del todo la pregunta. Supuso, finalmente, que no era la clase de persona a la que uno se imaginaba viajando en grupo. De hecho, no lo era. La propia chrysos había tenido oportunidad de viajar con él, y había visto que, incluso dentro de un papel mucho más sociable que el suyo real, no era demasiado dado a interactuar con extraños. Salvo, por supuesto, que fuera indispensable. Aquella vez, en realidad, había empezado como algo similar.

-Viajé con una troupe parte del camino -explicó-. Me ofrecieron una forma más rápida de viajar y algún truco a cambio de protección. Creo que llegué a acostumbrarme a la compañía en algún momento.

El claritas ladeó la cabeza, mirándola como si eso fuera a darle la respuesta. Aunque, por supuesto, no era así. No veía más que una expresión divertida, una que no era del todo capaz de descifrar.

-¿Qué? -preguntó finalmente.

Una troupe… Eso lo hace todo más extraño, si cabe. No lo imagino rodeado de bufones y trapecistas, la verdad. Lo veo un hombre más serio que eso. E incluso si intento pensar que todo tiene su explicación me sigue chocando un poco la imagen que he creado en mi cabeza.

-La verdad es que me estás despertando curiosidad –confieso-. Voy a pedirte que en algún momento me relates todo lo que pueda saber, si es posible.

Me siento algo sucia, a veces.
Será que estoy de buen humor. O, simplemente, que me siento un poco inactiva. Yo solía ser más atenta conmigo misma.
¿Será la falta de estrés?
Me parece injusto funcionar así, si ese es el caso. No me gusta el estrés, pero tampoco la pereza.

Me resulta tan cándido que es gracioso. Supongo que es eso lo que me hace sentirme un tanto pérfida. Pero es lo que hay, supongo.
No es necesariamente algo malo, quiero decir. La gente demasiado buena, limpia y correcta me pone muy nerviosa.

-Que me dejes explicarte una cosa –comento, tranquila.

No se puede jugar con él. Es imposible. No va a participar. Así que, para jugar sola, prefiero no hacerlo.

Me acerco a él, con un movimiento lo bastante lento como para que no sea violento, pero al mismo tiempo ágil, desenvuelto, y busco sus labios con calma, solo probándolo.

Admito que lo que me gustaría encontrar en él es esa agresividad que emana cuando lucha, esa aura bestial que hace que parezca que va a matarte si te descuidas. Pero supongo que lo mejor es empezar por el principio, para ver qué retiene.
Si le digo que actúe como en un combate puede que acabe muerta de verdad. Y eso es lo peor, claro.
Y lo mejor.

Corbin asintió, pensativo. Había sido una experiencia suficientemente interesante como para pasar el tiempo contándola. A él podría servirle para asentarla mejor en su cabeza, además.

-De acuerdo -aceptó, pues.

No respondió a las palabras de ella. Y, cuando la vio acercarse con aquel aire cauteloso, supo que no tenía motivos para sentirse atacado. De hecho, supo exactamente lo que vendría a continuación. Escenas como aquella empezaban a acumularse en su mente. Recordó a Violeta, pero también a la propia Alehyss en anteriores ocasiones. Y esperó a que lo alcanzara.

Aunque tuviera algunas experiencias al respecto recogidas en los últimos tiempos, Corbin no dejaba de considerar aquello una novedad. Aceptó el contacto con calma, buscando entender los movimientos y seguirlos, como había tomado la costumbre de hacer. Era lento, dudaba, pero sentía curiosidad. Y aunque permitir a alguien dentro de su espacio personal no era algo que lo dejara tranquilo, aquella clase de acciones tampoco le inspiraban rechazo.

Fdr- Pausa por dolores de cabeza

El primer contacto es lento, un tanteo. Me inclino, mientras tanto, un poco hacia él, reduciendo la distancia para tener un mayor control. Al fin y al cabo esto no es más que un desahogo.
Finalizado el tanteo, entonces, me pongo en marcha. Este paso ya se lo sabe, por lo que puedo ver. Uno menos, entonces.

Una mano asciende a la parte trasera de su cuello, justo junto al hombro, y desde ahí la deslizo hacia arriba, abierta, hasta palpar el nacimiento del pelo, que aferro con firmeza en un solo gesto, asiéndolo, aprovechando ese preciso instante para entrar definitivamente en su boca, aumentando la intensidad en un momento, dejando ir el aire contra él justo antes de sellar su boca con la propia, de atraparlo.

Mi pecho prácticamente roza el suyo, algo por encima. Me he encargado de obtener esta posición privilegiada por que es más cómoda para guiar. Estar por encima es más cómodo para guiar.
Pese a todo, no tengo claro si me habré excedido. Solo me gusta el riesgo si el resultado me favorece.

Corbin la dejaba hacer. Hasta cierto punto, con cautela, haciendo pruebas, llegaba a seguirle el juego. Pero, por supuesto, seguía en guardia. El hecho de que ella no hiciera gestos violentos no era necesariamente motivo de calma. Alguien podía cambiar un ritmo de un momento a otro. No significaba nada.

Sintió su mano ascender por la nuca y la dejó hacer. Sintió su boca buscando el interior de la suya y cedió al gesto. La dejó explorar, investigando con ella, adaptándose a los gestos que proponía, respondiendo con más o menos fuerza, con más o menos rapidez, según lo que ella indicara. A Corbin no le resultaba desagradable. Llegaba a sentir una cierta liberación en aquellos gestos tan simples.

Pero no se permitía relajarse. Si algo no le gustaba de aquello era la forma en que ella se alzaba sobre él, mostrando todo su poder por encima del del claritas. Corbin decidió que, aunque no tenía los medios (o, más bien, los conocimientos) para invertir aquella situación, era necesario que impusiera un mínimo de resistencia, una señal de que tenía una voluntad y fuerza propias. Lo demostraba, en parte, con la respuesta a los gestos de ella, pero era evidente que aquello no era suficiente.

Buscando imponerse más, o quizá advertir de que podía hacerlo, bloqueó una muñeca, apoyada en el suelo, impidiéndole a ella echarlo hacia atrás. De aquella forma, no podía alzarse por completo sobre él. Alzó una rodilla también, un gesto sencillo que indicaba que, en el momento en que lo quisiera, estaba preparado para levantarse o para girar sobre ella, imponiéndose él. Por último, situó la otra mano en el costado de ella, apoyándola suavemente en su cintura. No era más que un contacto nimio, pero en caso de necesidad, serviría para un agarre rápido que la mantuviera controlada. Eran movimientos muy pequeños, pero Corbin quería dejar claro el mensaje.

No tengo en cuenta su torpeza porque estoy enseñando. Por supuesto si la situación fuese diferente, si esto fuese una taberna y él un tipo interesado en pasar una noche interesante, jamás le hubiese permitido continuar si hubiese demostrado esta capacidad. Pero en caso de Corbin, es un punto a favor.
Es lo que busco, de alguna forma. No diría que resulta tierno. No quiero ternura. Pero, estrictamente, podría decirse que en parte llega a serlo.
No voy a tirar por ahí.

Opone resistencia, pero no la suficiente. No pasa nada. No sabe. Es normal.

Tiro un poco de los mechones que tengo agarrados, instándolo a alzar la barbilla, apartando la boca de la suya, finalmente, con una sonrisa depredadora.
No has demostrado nada.
Necesitas más fuerza.

-Ahora no te muevas –siseo, mirándolo un momento a los ojos, para advertir pero al mismo tiempo asegurar que no pretendo nada.

Nada malo.
Supongo.

Primero recorro la distancia que va de los labios a la mandíbula, rápida, Busco el nacimiento del cuello, apoyando ahí los labios para iniciar un descenso a ras de piel para recorrerlo, acariciándolo con los dientes, amagando, no mordiendo, atrapando la piel entre los labios, con suavidad.
Estoy atenta a sus reacciones. Sé que resulta peligroso acercarme a una zona tan vulnerable, pero es eso lo que lo hace interesante, en mi opinión. Aflojo un poco, sin embargo, sus mechones, dejándole claro que no pretendo dominar hasta ese punto la posición de su cabeza.

Es todo un pequeño experimento. Solo quiero comprobar...

La primera reacción de Corbin al leve tirón de pelo fue clavar ligeramente los dedos en el costado de la chica. Una nueva advertencia, en aquella ocasión más acentuada. Con la boca levemente entreabierta, sintiendo todavía el contacto cuando ella se había separado (una sensación que no dejaba de resultarle perturbadora), mantenía los ojos fijos en ella, vigilante.

Sus palabras no le inspiraban confianza, por más que ella pretendiera dársela. Cada vez tenía las manos más afianzadas, el cuerpo un poco más tenso, los sentidos alerta. Y, como consecuencia, también sentía con mayor detalle el contacto de ella, que se desplazaba hacia abajo por su cuello. Una zona que a Corbin no le gustaba dejar tan al descubierto.

Tiró ligeramente con la cabeza al sentirse liberado, aunque no llegó a apartarla. Como un animal al acecho, tanteaba las acciones de ella. Por el momento, aquello no era del todo nuevo. Sí lo era en parte, por supuesto, pero entraba dentro de lo que podía imaginar, que en su mayoría estaba basado en la teoría.

El avance de Alehyss suponía tomar medidas. Era necesario. Al final, decidió subir la mano por el costado. Sin apartarla del cuerpo de ella, que quería mantener controlado, avanzó hasta la nuca, imitando el agarre que ella acababa de aflojar. Aquella sujeción la hacía más controlable en caso de necesidad.

Si bien muestra ciertos gestos escépticos, no llega a oponerse. Llega a permitirme acceder a su cuello, aunque sea un lugar “delicado” para un guerrero acérrimo como él. A cambio, yo misma soy sujetada por él. Diría que los papeles se invierten, pero no es así exactamente.

Aprovechando que yo sí tengo la mano libre la desciendo a su pecho, por encima de la ropa, y desde ahí voy bajando hacia el vientre, al borde de los pantalones. No sé hasta qué punto identificas un gesto como este si no estás familiarizado con él, pero es buen momento para comprobarlo.

Antes de apartarme de su cuello me permito un pequeño mordisco, atraparlo, una leve succión. Luego lo suelto, me aparto, lo miro.

-Estás muy tenso –indico, con una sonrisa entretenida.

Corbin mantenía el cuerpo firme, dispuesto a interceptar cualquier gesto que no considerara adecuado. Sin embargo, no encontró tal gesto en ningún momento. Y, pese a ello, no dejaba de sentir el cuerpo extraño, igualmente tenso pero de una forma ligeramente distinta. Mantenía la boca entreabierta, con la mirada fija en un punto de la pared.

Recordó entonces algo. Echó un vistazo alrededor. Quizás podía permitírselo. Aseguró su postura e inspiró hondo. Entonces cerró los ojos, manteniendo los demás sentidos alerta. La perspectiva, por supuesto, era distinta de aquella forma. Enredó los dedos en el pelo de ella un poco más, afianzando el gesto. Dio mayor fuerza al apoyo que lo mantenía en equilibrio. Y sintió, entonces, la mano que bajaba por su torso, aumentado la tensión. De nuevo, una tensión distinta.

Fue el momento en que ella se apartó apenas en que abrió los ojos de golpe, fijándolos inmediatamente en la chrysos. Conteniendo el ritmo de la respiración, que buscaba acelerarse ligeramente, cerró la boca y la miró con gesto serio, en silencio.

Negó entonces con la cabeza, soltando el aire y carraspeó. Luego la miró de nuevo, relajando el ceño, que tenía ligeramente fruncido.

-Cualquiera estaría tenso en una situación así -se defendió.

O eso creía. De una forma u otra, por lo que sabía, aquellas actividades creaban tensión. La recorrió con la mirada de arriba a abajo, y luego subió la vista otra vez a su cara.

-¿Tú no sientes ninguna tensión? -preguntó, con curiosidad casi científica.

Verlo con los ojos cerrados, aunque sea solo un instante antes de que los abra, me trae a la vez recuerdos y una sonrisa, divertida.
En general es bastante divertido. De alguna forma. Aunque no me estoy burlando.

De todas formas lo que dice me hace reír. Dejo que la mano pase sobre el pantalón, entonces, enmarcando la entrepierna, deslizándose hacia el muslo, casi como si no fuese deliberado.

-¿Acaso me ves tensa? –inquiero, con suavidad. Hoy casi me lo tomo como una especie de juego. No es mi intención tensarme cuando estoy tranquila, si puedo evitarlo-. De hecho, mi intención es enseñarte lo que es dejar de sentir tensión por un instante –le explico, con un tono relajado que roza lo impúdico-. Ahora, dime, ¿quieres que siga?

Hoy, que me siento didáctica, quizás sea un buen momento. Por si tiene alguna pregunta, supongo.
Al fin y al cabo a mí de momento esto me reporta un beneficio menor, en comparación con otro tipo de prácticas.

Corbin la observó serio, pensativo. No, lo cierto era que no parecía tensa. Quizá era por aquel dominio evidente que tenía de la situación. Un dominio que, en cambio, participaba en la tensión que él generaba. Aunque, por supuesto, no era el motivo principal de sus sensaciones. Cada poco, una imagen de un recuerdo enterrado surgía en su mente, recordándole lo que estaba pasando.

Tardó un momento en contestar, y finalmente, asintió.

-Siento curiosidad -admitió, de nuevo centrado en ella. Apartó la vista para mirar a su alrededor-. Pero también siento las posibles amenazas. Demasiadas armas cerca en un lugar demasiado concurrido como para poder permitirme quedar a merced de nadie. Cualquier mínima bajada de guardia parece una locura aquí.

Corbin sentía la amenaza que suponía la propia Alehyss, por supuesto. Era una mujer capaz y, de proponérselo, podría ponerlo en un tremendo aprieto. Pero, pese a todo, había llegado a convencerse de que, de base, no era una amenaza real. Alehyss lo quería de aliado. A Corbin le costaba entender aquel concepto todavía, pero no tanto como para no poder ver la realidad.

Sin embargo, Corbin no podía convencerse, sin más, de que no hubiera otras amenazas. Amenazas ajenas a ellos. Y, como él mismo había dicho, la sala de entrenamiento no era el mejor lugar para olvidarse del entorno. Un ataque podía llegar en cualquier momento. Tan solo con que se abriera la puerta ya implicaría que alguien había entrado allí con intención de entrar en combate, de fortalecerse. Y Corbin no podía, sencillamente, ignorar ese hecho.

Tengo el permiso. No creo que haya mucho más que decir a ese respecto. No hubiese hecho ni falta pedirlo, por otra parte. No es más que parte de un juego, supongo.

Me acomodo un mechón, tranquila, y me aparto un poco de él, apoyando la diestra en el suelo para alzarme. Ladeo entonces la cabeza, mirándolo.
Es tan prudente que donde otros sentirían timidez por verse sorprendidos él ve peligro.

-Ven conmigo –le indico, con firmeza, pero tranquila, acercándome a por mi kusarigama de camino a la puerta, recogiéndola, guardándola.

Personalmente, no me gustan los espectáculos. Y menos aún si yo soy la que exhibe.

*se van*

Aquella tarde apenas me había apartado de la sala de entrenamiento. La había compartido con otros guerreros, pero no mis ejercicios, que había preferido seguir en solitario. La última en irse había sido aquella chica caeruleus, Frikka, y tras ella había quedado yo de nuevo, empapado en sudor y con las manos doloridas, tanto de empuñar a Värdjas como de enfrentarme a puños a los muñecos repartidos por la sala.

Debía entrenar por muchos motivos. En primer lugar porque necesitaba mostrar mis respetos a Fera de nuevo, enseñarle mi entrega, porque sabía que ella veía aunque no mirase. Ya había podido comprobarlo el día anterior, en los baños.
Por otra parte, me sentía inquieto, frustrado, y aquella marca visible en mi cuerpo no hacía sino recordarme mis fallos, tanto a Fera como a mí mismo, al haber caído en las artimañas del maldito Browen, en sus provocaciones. La debilidad no era aceptable. Había bajado mucho la guardia, y aquello no estaba bien.
Por otro lado, tampoco había hablado con Lea al respecto, y era inevitable que preguntase por aquello si lo veía. Y aunque debía hacerlo, y no quería ser más cobarde todavía, mi frustración no me hacía sentirme capaz del todo, de alguna forma.

Golpeé de nuevo a mi rival de madera, aquella vez con los puños y no con acero: dos veces en la cara, un rodillazo al vientre y un gancho de derecha que lo tumbase. Luego contemplé el muñeco tendido en el suelo y lo levanté para encadenar otra serie de golpes y agarres, imitando siempre un combate real.
A veces de un puñetazo en la nariz derribaba a mi rival. Otras sujetaba su torso agachándome un poco, encajando mi hombro en su pecho, y entonces lo lanzaba contra una pared, acorralándolo. Otras simplemente amagaba que esquivaba ataques e intentaba hacer fintas para encajar golpes mejores.

Hubo un momento en el que sentí que la pierna me fallaba al avanzar, al impulsarme, y comprendí que me había forzado demasiado. Y aquello tampoco era algo positivo.
Llevaba allí tantas horas que ya notaba la vista algo nublada y el cuerpo pesado, incapaz.
Jadeante me eché el pelo hacia atrás, y se quedó peinado de aquella forma debido al sudor. Me sentía sucio, también, pero no lo arreglé inmediatamente. Primero me apoyé contra una pared, jadeando un momento, recobrándome. Luego, sí, me sequé con una toalla. Finalmente recogí los artilugios que había utilizado, serio.

Iría a tomar un baño, en primer lugar. Tras asearme, aunque no tenía hambre, a por algo de fruta. Era necesario recobrar la energía gastada o al día siguiente no sería capaz de levantarme.

Tomé a Värdjas, que parecía pesar especialmente aquella vez, y dejé atrás la sala.

*se va*

En un día como hoy en el que la lluvia sigue asediando no hay excusa para no utilizar la sala de entrenamiento. Contar con unas instalaciones tan preparadas facilita mucho la práctica de las habilidades en la lucha, aunque quizás los más vagos deberían sentirse algo agobiados al respecto, ya que no tienen excusa para no hacerlo.

Hoy he dispuesto varias dianas y muñecos por la sala y, además de mi propio puñal, me he hecho con algunos otros de la propia sala, a fin de utilizarlos como proyectiles. No es que quiera especializarme en ese tipo de combate, pero nunca está de más tener una forma de defenderse a distancia, y lo primero para ello es potenciar la puntería.
Lo segundo será hablar con el amigo de Massen. Lo haré pronto.

De momento solo practico los tiros, centrándome en la diana que tengo enfrente, tratando de acertar lo más cerca del centro cada vez. No me importa perder algo de tiempo porque esto es algo a lo que estoy desacostumbrada, pero ya que cuento con un puñal ahora mismo no me sobra el saber lanzarlo con la mayor exactitud que me sea posible. Luego ya haré otros ejercicios más complejos.

Me paso un buen tiempo tirando, repitiendo pese a lo monótono del ejercicio, fijando la vista en el punto que quiero alcanzar y lanzando uno tras otro los puñales. Al principio no me veo muy inspirada, y no estoy acostumbrada a los pesos, pero al cabo de una media hora son tiros más precisos.
Es cuando empiezo a ver que acierto un poco más cuando paso al siguiente punto. No espero hacerlo todo en un día, pero quiero probar más cosas que una sola. Y esto no es como lanzar el peso de mi arma. No estoy acostumbrada a apuntar de esta forma.

Me sitúo en medio de todos los elementos que he distribuido por la sala. Esta vez me dedico a lanzar uno de los puñales a cada uno de los muñecos o de las dianas, sin pararme tanto en cuánto acierto como en lo rápido que puedo lanzar. Cada ronda hago un recuento de mis aciertos y recojo las armas para empezar de nuevo.
Ser capaz de reaccionar a tiempo es importante. Aunque acertar también, y son dos cosas que debo pulir.
Yo solo tengo un puñal. No me da muchas oportunidades.

Practico un buen rato, hasta sentirme satisfecha. Luego recojo todo y devuelvo las armas de Palacio a su sitio.
Tendré que aplicarme más otro día. Tengo muchas cosas que entrenar.

*se va*

Corbin se había propuesto mejorar su velocidad y sus reflejos, y a ello dedicaba la mayor parte de su tiempo. Seguía considerando que la mejor persona con la que poner a prueba aquello, al menos en su conocimiento, era Alehyss, así que insistía en enfrentarse a ella una y otra vez, obcecado.

Aquel día decidió entrenar en la sala de entrenamiento, siguiendo su habitual rutina de entrenamiento cuando iba a la sala. Comenzó con su calentamiento de siempre, corriendo por la sala, tratando de introducir en su carrera ejercicios de agilidad y velocidad, menos comunes en sus entrenamientos pero que sabía necesarios. A sus rutinarios cambios de dirección, bajadas a tocar el suelo y saltos verticales, añadió intentos de saltos más complejos, más repentinos, dejándose llevar por su instinto.

No era, de todas formas, a lo que quería dedicar aquella sesión. Se detuvo después de un tiempo, pues, para dedicarse a calentar las articulaciones, casi un ritual, antes de concentrarse en entrenar su técnica. Como siempre hacía, entrenó movimientos de forma precisa e individual, partiendo de los más básicos, repitiéndolos una y otra vez con una seriedad que resultaba incluso extraña. Él, sin embargo, los llevaba a cabo con notable interés.

Fue cuando dio estos ejercicios por finalizados que se acercó a la caja del duende, serio y seguro, dispuesto a reclamarlo. La abrió sin dudar, ignorando, como siempre, la actitud del duende que de allí salió. Lo pensó un tiempo, calculando sus posibilidades, pero acabó por negar. Al final, ella siempre le parecía la más adecuada para aquello.

-Alehyss -pidió, poniéndose en posición de combate.

Se lanzó a atacar antes de que ella tuviera oportunidad de reaccionar, y pronto estaban enzarzados en la lucha. Corbin seguía sintiéndose lento a su lado, pero se esforzaba por llevarse al límite, por obligarse a reaccionar. Atacaba utilizando todas sus opciones, desde los puños a hechizos, combinando todas sus formas de combate de una forma que demostraba que estaba acostumbrado a ello.

En realidad, el método era lo de menos en aquel momento. Corbin buscaba adelantarse a ella, reaccionar a sus movimientos antes de que ella pudiera llevarlos a cabo, marcar el ritmo del combate. Y, por más que Alehyss fuera rápida, ágil, escurridiza, Corbin se concentraba en seguir sus movimientos sin caer en su juego, convencido de su necesidad de tomar el mando.

*Se queda*

Cuando di el primer paso dentro de la sala de entrenamiento ya sabía que había alguien allí, pero lo que vi no fue lo esperado. ¡Era un combate! Y no uno cualquiera, sino uno entre Corbin y Lester.
Me detuve un momento a contemplar los movimientos de ambos, sorprendido por la repentina situación. Ella escapaba ágil, malvadamente huidiza, de unos golpes que bien parecían poder tumbar a más de uno, certeros y poderosos.

-Buenas tardes -dije, no demasiado alto para no estorbar, alejándome del centro para comenzar un trote ligero en círculos en una zona más despejada.

Pero la verdad es que hacía mucho que yo no hacía algo como aquello. No era que me gustase golpear a las personas, pero llevaba mucho entrenando solo.
En la ciudad las cosas siempre habían sido diferentes. Porque allí yo era uno de los heroicos que plantaban cara a los malvados, por supuesto.
Daban ganas de luchar un poco también. Aunque de forma diferente a cómo había pasado con Browen, claro.

El momento que Corbin utilizó para localizar al intruso bien le sirvió a Alehyss para enrollar con su cadena su tobillo, buscando desestabilizarlo. Corbin soltó un gruñido, volviéndose hacia ella de nuevo, raudo, buscando actuar antes de que ella tuviera tiempo de hacer nada más. Tratando de anticiparse siquiera al tirón que, supuso, la chica daría, se lanzó a por ella de nuevo, tratando de golpearla.

Rick no lo atacaría, pensaba. Aunque, por supuesto, aquello no quería decir que debiera olvidarse de él. Un intruso en un terreno de combate era un combatiente en potencia, y eso era digno de recordarse siempre. De todas formas, aunque trataba de controlar su posición en la sala, la mayor parte de su esfuerzo se centraba en alcanzar a su compañera, en aumentar su velocidad, forzándose a sí mismo, para actuar antes que ella.

Desde luego, se esforzaba mucho en entrenar. Corbin siempre había sido de aquel tipo serio. Pero yo no había ni recibido un saludo...
Quizás estaba enfadado conmigo. Porque yo de Lester no esperaba ni agua, claro.
¿Y no tenía en aquel momento un aspecto algo raro ella? Ni siquiera había hecho amago de mirarme... ¡¿Acaso estaba contra mí de aquella forma?! Incluso después de haber conocido a Lea y haberle parecido una persona aceptable, ella...

Me centré en o mismo de todos modos, empezando a calentar hombros y brazos una vez hube acabado con el trote, sin perder de vista el enfrentamiento. Resultaba interesante ver algo como aquello, desde luego...

Por más que Corbin lo intentase, el combate se iba complicando poco a poco. Al final, se vio en la necesidad de atraerla hacia sí, viendo que estaba llevando a cabo un combate de desgaste. Corbin, que estaba poniéndose en sus máximos, no podía permitirse aquello.

Se dejó, pues, atrapar por la cadena, sujetándola y obligando a la chica a acercarse. Ella no parecía poner pegas, y se abalanzó sobre él con la hoz por delante. Corbin buscó evitarla y encajar un puño en su estómago, que además fue acompañado por el filo de su daga. Sintió un ligero olor a carne quemada al tiempo que en su hombro se hundía el arma de ella.

Con un esfuerzo sobrehumano, Corbin agarró a la chica del cuello y alzó el puño contra ella, golpeándole con fuerza suficiente como para, en un primer golpe, destrozarle la nariz, y a continuación hundir su mismo cráneo. No detuvo aquellos golpes hasta que ella dejó de moverse, pese a que sentía que ella continuaba tratando de (y en ocasiones consiguiendo) alcanzarlo con su arma.

Aún sintió el amago de querer continuar cuando el duende volvió a su forma. Este, sin embargo, escapó rápidamente a su caja. Jadeante y tembloroso, Corbin mantuvo la vista fija en el suelo, tratando de recuperar la calma.

Sentí que me enfriaba de golpe, cuando él la alanzó en uno de sus golpes. De pronto comenzaba a ensañarse con Lester, y sin darme cuenta yo estaba corriendo hacia él para... ayudarla.

-¡DEMONIOS, CORBIN! ¡¿QUÉ ESTÁS HACIENDO?! ¡ES SOLO UN...!

Me detuve de pronto, sin embargo, ya con una mano sobre el hombro de mi compañero cuando Lester comenzó a convertirse en otra cosa, y lo entendí, pero demasiado tarde. Ya tenía aquella perturbadora sensación encima...
Yo ni podía golpear al duende siento Lea, y él ni parpadeaba de destrozar a Lester de aquel modo. Vale que Lester no era Lea, pero...

Me eché el flequillo hacia atrás, apartando la vista.

-Lo siento, amigo. Por un momento creí que...

Aquella sala tenía un mecanismo especial. Pero en momentos como aquel hasta costaba recordarlo.

Todo podría haber ido bien si Corbin hubiera tenido el tiempo para tranquilizarse. Pero una mano en su hombro era demasiado, y al momento se volvía hacia Rick con mirada peligrosa, tomando la muñeca del flamma en su mano y retorciéndola en una suerte de llave para inmovilizarlo. Alzó la daga hacia su cuello, amenazante, de nuevo veloz, de nuevo intentando anticiparse, de nuevo intentando adelantarse a su objetivo.

Cuando la daga estaba a punto de rozar la garganta del flamma, Corbin soltó un sonoro alarido, una voz que, tan potente, no parecía provenir de él en absoluto. Con violencia, empujó a Rick lejos de sí y se deshizo de sus puños, lanzándolos al suelo. La daga, al caer, tintineó, dejando ver un resplandor de fuego en su filo.

Corbin, salpicado de sangre y con su adrenalina al máximo, se sentía temblar entero.

Cuando reaccionó de aquella forma me puse rígido al instante, despejando la mano que acercaba hacia mi cuello con la mía libre, en un gesto veloz, violento, fuerte. No obstante, aquel brote agresivo no duró demasiado. Aproveché el empujón para separarme con un par de pasos lentos, serio, sin dejar de mirarlo.

-¿Qué sucede? -pregunté, mirándolo con tiento-. ¿Te encuentras bien?

No había reconocido miedo en su mirada. Me había atacado de verdad. Y solo de recordar lo que acababa de hacer con aquella copia de Lester, o lo sucedido durante el ataque de aquellos bandidos...
Corbin era alguien capaz de deshacerse de otros, aquello estaba claro.

Corbin no tenía muy claro qué hacer con las manos, ni con el resto del cuerpo tampoco. Se sentía extrañamente pesado, como confuso, mareado. Cuando alzó la vista de nuevo a Rick tenía el gesto serio y el mismo brillo agresivo en la mirada.

-No pasa nada.

Su propia voz, ronca y animal, le sonó ajena, distorsionada. Cuando avanzó por la sala hacia sus armas lo hizo como en un sueño, sintiendo un hormigueo en los dedos, con las alertas disparadas al máximo. Pese a todo, consiguió razonar consigo mismo que lo más lógico era guardar los puños en los bolsillos y enfundar la daga, y así lo hizo. Luego se frotó la cara con la manga, retirándose restos de sangre, y se volvió hacia Rick de nuevo.

-Disculpa. No es algo que pueda controlar -. Pese a sus palabras, su voz sonaba como un ataque.

Alzé las cejas cuando habló. De verdad parecía otro... Corbin solía ser tan tranquilo y pausado. Sabía que es un buen guerrero, por supuesto, pero en aquel precios momento parecía más bien un...
Bueno, seguía siendo Corbin. Aquello no tenía nada que ver, claro.

-¿No lo puedes controlar? -repetí, frunciendo un poco el ceño-. Quieres decir que esto es algo que... ¿Esto es algo que te pasa normalmente?-. Lancé un vistazo a la caja del duende, ya cerrada-. ¿Es por el combate con Lester?

Quizás la odiaba hasta el punto de que deseaba matarla de aquella forma. Pero ni siquiera mi desprecio por Browen me hubiese causado...
Aunque recordaba sus palabras en el baño, insinuando que sí.

Corbin no respondió a las preguntas. ¿Por qué lo había dicho, en primer lugar? Declarar así sus debilidades, como si nada. Aquello podría costarle muy caro, se tratase de quien se tratase. Se hizo a un lado, acercándose a la armería. Podía entretenerse en comprobar las armas disponibles para no pensar en el propio combate.

-Te estoy interrumpiendo -gruñó mientras se alejaba, hosco.

Pronto tenía la vista fija en las distintas opciones. Buscó entre los puñales, observando los distintos filos y formas, las empuñaduras, preguntándose cuál de ellos combinaría mejor con su estilo de combate. Debía conseguir uno, después de todo.