Sala de entrenamiento

Aprovecho el momento preciso en el que empieza a moverse para lanzar la patada, en el que está solo sobre una pierna, para flexionar velozmente las rodillas yo misma y lanzar otra, directa a la pierna que lo sostiene. No puedo perder un segundo si quiero desestabilizarlo, pues apenas cuento con un momento para realizar la acción completa.

No es que crea tener la fuerza suficiente como para barrerlo por completo, pero aprovechar las debilidades del rival es un punto interesante a tomar en cuenta.

Inmediatamente, tras haber lanzado mi ataque, recupero la posición erguida, dando un tirón diferente a mi cadena para liberar su pierna.
Ya no me interesa tenerla enganchada. Quiero poder alejarme.

Corbin vio cómo Alehyss se lanzaba a por su punto de apoyo demasiado tarde como para cambiar su posición. Pensó en saltar para evitarla, pero eso solo conseguiría darle una mayor inestabilidad. Así pues, se concentró en asentar su base para evitar que el golpe lo hiciera perder el equilibrio. Manteniéndose firme en su posición, remató el golpe a la doble, que aprovechó su pierna para girar sobre él.

Quedaba, pues, ante Alehyss, y lanzó contra ella un clair ëm yäk, persiguiéndola así en su retroceso. Necesitaba, comprendió, retroceder él para mantenerlas a ambas dentro de su campo de mira.

No puedo evitar alzar ambas cejas con interés. Eso ha estado muy bien. Supongo que no puedo relajarme, ni siendo dos.
No me siento especialmente presionada, que es lo que suele conseguir Corbin en el uno contra uno, pero tampoco diría que me esté resultando algo sencillo. Porque él es de esos a los que debes matar, porque si no lo logras lo harán ellos contigo.

Me preparo para subir un poco la intensidad. Me echo a un lado de nuevo para evitar su hechizo, notando cómo me roza la ropa y la piel. Ha estado cerca, desde luego. Y yo no suelo apreciar ese tipo de riesgos. Ha sido una caricia estimulante.

Voy, entonces, hacia él, rápida, aunque no llega a ser una carga. Con la cadena amago ataques en diagonal, alternando un lado y otro, variando levemente la trayectoria cada vez para no hacerla predecible. Puedo lanzarla en cualquier momento, o puedo golpearlo simplemente con el peso si se descuida y deja que me acerque demasiado. Tengo más rango del que parece. Y quizás parezca pequeño, pero es contundente, y un golpe de eso en la cabeza aturde.
Por propia experiencia lo digo.

Que retroceda si lo ve conveniente. Que avance si se atreve. Ya tengo pensada mi respuesta a ambos desplazamientos.
Aunque no es la primera vez que me sorprende.

Corbin encontró entonces que una Alehyss amagaba, tanteando un acercamiento con su arma por delante, mientras que la otra había enganchado la cadena a su brazo derecho. Y Corbin, viendo que sus problemas iban por duplicado, decidió tomar a una para enfrentar a la otra.

De un tirón considerable, arrastró a la doble hacia sí, tirando de ella hasta colocarla ante sí mismo. Llegó a sentir el roce de la hoz contra su hombro, pero no prestó atención. En un gesto rápido y sin dudarlo, la agarró por la cabeza y le rebanó el cuello con la daga. Apenas salió sangre, pero sí un desagradable olor a carne quemada.

Entonces, sin esperar ningún movimiento, Corbin lanzó a la doble contra Alehyss para interceptar con ella la cadena y, si podía, el cuerpo de la chica. Y tras la doble, que debía parar los golpes, se lanzó él, dispuesto a encargarse de la otra Alehyss, la de verdad.

Y, de hecho, lo consigue. Bravo.

Verme morir es algo decepcionante. Esperaba más de mí. O poder matarme yo misma. No me parece que sea una copia que esté a la altura. Pero no tengo mucho tiempo para pensar en ello, por otra parte.
Mi cuerpo viene hacia mí. Qué absurdo.
Te lo mereces, perra.

Mi reacción inmediata, viendo que el peso choca contra ella, es frenar para retroceder. Me impulso hacia atrás, salto, caigo sobre las manos y me impulso de nuevo con ellas para retroceder más. Es la mejor forma de ganar distancia, y muy impresionante.

-¿Tampoco hubieses dudado si hubiese sido la auténtica yo? –inquiero, con una sonrisa divertida.

No tengo miedo a tu respuesta, sinceramente. Será que soy demasiado confiada.

Corbin, ignorando ya por completo a la doble, se centró en Alehyss, que se alejaba. El claritas avanzó mientras ella lo hacía, aunque era evidentemente más lento. Lanzó, en su avance, clair ëm yäk hacia ella, buscando alcanzar su cuerpo incluso a distancia.

Su pregunta era difícil de responder en una situación como aquella. Corbin estaba muy metido en el combate como plantearse algo así. Y, pese a todo, se obligó a sí mismo a buscar la respuesta y ofrecerla.

-No quiero matarte -declaró, y aunque su voz sonaba ronca y agresiva, también era sincera.

Él es brutal, poderoso, mortífero. No es que yo lo sea menos, pero controlo más la situación. Claro que su estado mental en estos momentos es un peligro, pero yo domino porque puedo dominarme. Eso es un hecho.

-Al final has hecho tu viaje –observo, viéndolo venir, preparándome para reaccionar.

También yo avanzo. Esta vez no giro la cadena, pero estoy preparada para hacerlo.
Espero su ataque, espero a que esté a punto de alcanzarme, y en el último momento me aparto de su trayectoria, impulsándome a la derecha, pivotando, rotando sobre mí misma, y llevo entonces la mano a la espalda, accediendo velozmente al puñal que obtuve del falso Prosper, que llevo atrás para que no sea visto desde el frente. Aprovechando la inercia de la veloz rotación lo lanzo hacia su muslo izquierdo.
El vientre es más fácil de proteger,y su movilidad no se verá reducida si le alcanzo un brazo.

Ha sido un poco arriesgado, pero estos riesgos me gusta correrlos. Los visuales.

Corbin había respondido a la pregunta, pero no estaba dispuesto a conversar mientras luchaban. Lo supo en el mismo momento en que ella hizo el siguiente comentario. En silencio, cargó una vez más contra ella, buscándola. Y, cuando ya creía que la tenía, Alehyss lo evitó.

Corbin intentó rectificar. Intentó adelantarse a su movimiento, anticipar la acción de ella. Todo lo que consiguió fue desviar ligeramente el golpe de la chica, que se clavó igualmente en su pierna, en su gemelo. Corbin sintió que esta le fallaba y tuvo que arrodillarse.

Para evitar mayores daños, alejó a la chica de sí con un clair ëm yäk a quemarropa. Con la otra mano, extrajo el puñal e invocó un fuuruchi. Era la primera vez que veía utilidad práctica en el hechizo, pero de verdad le parecía de lo más interesante en aquel momento. Mantuvo el arma en su mano; de aquella forma, ambos puños contaban con un filo.

Veo que logro alcanzarlo y siento cierta satisfacción, pero no la reflejo. Porque esto no ha acabado. Y me doy cuenta en el mismo momento en el que yo misma recibo también mi parte, aunque creo que no resulta tan desagradable como la que a él le toca. Y de todas formas me ha dejado sin aliento.
Trato de encajarlo lo mejor posible y en cuanto el impacto remite me lanzo. Antes de que se levante. Tengo que alcanzarlo antes de que se levante.

Esprinto. La distancia que nos separa es corta, pero lo hago de todos modos, o quizás precisamente por eso, explosiva. Es poco más que un par de impulsos, pero necesito la velocidad que pueda obtener. Espero que me dé la potencia suficiente como para alcanzarlo a tiempo. Y al mismo tiempo, aprovechando la velocidad, giro con fuerza la cadena. Un par de vueltas bastan para lanzarla a por su cabeza, de frente.
No te voy a dejar que te relajes y recobres como si nada.

Quizás no sea la persona más fuerte que existe, pero sé que si se suman dos vectores que van en la misma dirección la velocidad aumenta, y mi golpe lleva doble ración de inercia esta vez.

Corbin vio que Alehyss no daba tregua y se preparó para enfrentar esa situación. Era evidente que no tenía tiempo para levantarse. También que ella se había acercado, probablemente, más de lo que le convenía. Y con un gran impulso. Por último, un peso se dirigía hacia su cabeza. Y, si era posible, no debía llegar a tocarlo.

La solución, pues, era simple. Se lanzó hacia ella, a ras de suelo, como quien se lanza al agua de cabeza. Su objetivo principal era, por supuesto, evitar el golpe. Pero, a mayores, buscaba sus piernas. Quería agarrarla, embestirla y hacerle perder la base. Ella se había impulsado hacia él, e impulsándose él hacia ella, podía llevársela por delante.

La quería en el suelo. Si daba con sus piernas, podía proceder a dar uso a sus filos.

En medio de mi carrera no logro detenerme a tiempo. Por supuesto, cuento con mi agilidad para evitarlo, y me impulso hacia arriba para saltarlo e impedir que me tumbe.
No obstante, la pierna que queda atrás empujando el cuerpo hacia arriba y hacia adelante, la que tardo un mínimo instante más en recoger, no logro librarla a tiempo.
La verdad es que la sensación de la presión sobre el tobillo es como una sentencia de muerte.

Enseguida noto que mi impulso se ve cortado a medio camino, que pierdo la inercia, que su agarre termina por llevarme en dirección contraria.
Decir que ahora mismo estaría muerta es dudar mucho de mis habilidades. Tengo más de un as en la manga. Aunque casi todos ellos implican cortar tendones o cosas semejantes que aquí no debo poner en práctica. Y es que cuando las habilidades que tienes contra la fuerza bruta se basan en saber qué seccionar los entrenamientos se vuelven algo incompletos.

Por suerte sé cómo caer para minimizar daños y evitar lesionarme.

-Para –ordeno, seca, incisiva, nada más tocar el suelo, duro-. Ya está.

Todo lo que venga de aquí en adelante será innecesariamente agresivo. No puedo inutilizar tus brazos para que no puedas moverlos, y te veo capaz de herirme más de lo que estoy dispuesta a permitirme ahora.
Acabo ve volver de mi viaje. Quiero incorporarme a entrenamientos y misiones. No voy a rehabilitarme por un hueso fisurado o un músculo desgarrado. No por un entrenamiento fortuito.

Corbin consiguió su objetivo. Y, aunque oyó la voz de Alehyss, le sonó lejana, irreal, nada interesante. No parecía decirle nada. Tirando de su tobillo, la arrastró hacia sí y alzó el puñal, dispuesto a rematarla.

No. ¿Rematarla? Había dicho que no quería hacerlo. ¿Qué había dicho ella? "Para". El gesto de Corbin estaba contraído en una expresión de absoluto esfuerzo. Tenía los dientes tan apretados como para sentir dolor en la mandíbula. Claro que no era algo que pudiera importarle lo más mínimo en aquel momento.

No se vio capaz de detener su golpe. Así que, en lugar de clavar el puñal en la carne de ella, lo desvió hacia su propio cuerpo y lo clavó en su brazo. De nuevo, olor a carne quemada. Corbin abrió los ojos, y su contraída expresión pareció tomar nueva forma. Soltó aire y se echó hacia atrás, alejándose de la chrysos.

Retiró entonces el puñal y, antes de que algo le hiciera cambiar de idea, retiró todas las armas de sus manos y las echó al suelo, suficientemente lejos como para dejarlas fuera de un alcance tentador. Cerró entonces los ojos, inspirando hondo, aún con los dientes apretados. Eso era. Estaba bien. Podía calmarse. Ya estaba.

Sé que no debo tensarlo más de lo que ya está, pero, pese a todo, en el momento en el que lo veo prepararse siento como mi mano ase la kusarigama con más fuerza.
Si va a intentar matarme no voy a seguir jugando, por supuesto. Pero la idea no es esa.

Por suerte, una parte de él lo entiende. Por desgracia, su reacción es absurdamente peligrosa. Pero para sí.

El desagradable olor a carne quemada penetra en mi nariz enseguida. Entonces él se aparta, retirándose. Es como un animal salvaje.
Ni en todo este tiempo ha dejado de serlo.

Me siento en el suelo, incorporándome, respetando su espacio, manteniendo la distancia callada, observándolo. Veo cómo se deshace de sus armas, cómo parece empequeñecerse. Es como si lo hubiesen metido a presión en un contenedor, de pronto. Podría estallar en cualquier momento.
Da esa sensación.

Dejo la kusarigama en el suelo, soltándola al fin, juntando cadena y hoz ordenadamente. Ha sido intenso, pero, por suerte esta vez he salido con pocos daños. Alguna contusión, pero nada de qué preocuparse.
Y aún dejo que pase algo de tiempo más antes de, finalmente, acercarme a él, con cautela, desarmada pero atenta.
Ya sé cómo funciona esto, creo. O por lo menos ya no me sorprende salir apaleada si me acerco demasiado.

-Hay que hacer algo con eso –le indico, hablando con suavidad, refiriéndome a su herida. Aunque la propia arma la ha cerrado.

Extiendo una mano hacia él, hacia su hombro. Solo será un roce. Dicen que el contacto físico calma.
Aunque también dicen que si un animal salvaje se siente acosado atacará.

Corbin mantuvo la vista fija en algún punto del suelo que ni siquiera se molestó en enfocar. El dolor lo mantenía en la realidad, candente, despejando su mente y permitiéndole tomar las cosas con calma.

Sintió el leve toque de Alehyss y alzó la vista, negando.

-No es nada -murmuró con voz hecha gruñido.

Y de verdad no lo era. La abrasadora daga había cauterizado la herida, y él tenía medios para cerrarla definitivamente. Esperó un poco más antes de aplicar el fuuruchi, que hizo remitir el dolor. Cerró los ojos e inspiró profundamente. Cuando los abrió, parecía definitivamente más tranquilo.

Envidio un poco la capacidad de curación de aquellos que son capaces de usar mejor que yo la magia. Desde luego, resulta algo tremendamente útil. La posibilidad de hacer remitir un sangrado en un momento de gran necesidad es algo a tener en cuenta, y, sin embargo, de momento, tengo más cosas en que pensar que en la magia. No se puede mejorar todo de una vez, al fin y al cabo. Y de momento aún tengo trabajo que hacer con lo que tengo.

Espero a que se calme un poco más, y cuando parece haberlo hecho me dejo caer sentada a su lado. Alzo un instante la vista a, techo, desperezando un poco la espalda.
Mi cadáver ha desaparecido. Qué desperdicio de copia.

-Esa es la daga que encontraste en Ignis –menciono, descendiendo la mirada al cúmulo que ha dejado en el suelo, algo apartadas de ambos-. Veo que funciona bien. ¿Me la dejarás probar alguna vez? –llego a preguntar, torciendo entonces el gesto hacia él, un poco.

Corbin lo pensó un momento, dejándose todavía envolver por el silencio como forma de conseguir algo de calma. No le hacía gracia dejar sus armas en manos ajenas, pero, por algún motivo, se había acostumbrado a confiar en Alehyss. Y sabía que era peligroso, pero no lo podía evitar.

Acabó por asentir, despacio.

-La he llevado a un herrero -explicó, con tono todavía desagradable-. Le ha cambiado la empuñadura y la ha adaptado para que pueda combinarla con los puños. Supongo que no pasa nada por que la pruebes.

La observó un momento. Un arma así era útil, pero no necesariamente mejor que un filo normal. Si podía, buscaría una daga de otras características para combinarla con aquella. Uno no siempre buscaba abrasar, y no le hacía gracia del todo lo de cauterizar la herida, aunque supusiera más dolor al enemigo.

A un herrero.
Pliego un poco las piernas, sentada, acomodándome, y asiento al mismo tiempo, con suavidad. Eso es algo que tiene completo sentido.

-He estado de viaje un tiempo –le explico-. Supongo que al fin habrás ido a Caligo, como decías. No me di cuenta de tu partida porque no estaba –comento, sin demasiado entusiasmo, aunque con un rastro de sonrisa.

Termino por estirarme un poco, apoyándome sobre las rodillas sin llegar a levantarme, para alcanzar las armas. Guardo mi puñal y tomo sus puños. Los examino un momento, recuperando mi posición sentada a su lado y luego, con expresión entretenida, me pongo el derecho.
Es demasiado grande para mi mano, obviamente.

Tras comprobar el efecto un instante se los doy para que los guarde.

-Se puede separar, ¿no? –inquiero, tranquila.

Corbin asintió. Él tampoco había echado demasiado en falta a la chrysos. Había estado ocupado en preparar el viaje y llevarlo a cabo para preocuparse por dónde estaría ella.

-Sí, he vuelto hace apenas unos días -confirmó-. ¿Dónde has estado tú?

El claritas la observaba con atención, con un brillo de desconfianza en los ojos. Tenso, preparado para saltar en cualquier momento, la observó colocarse el puño, y sintió también cómo su mandíbula se relajaba ligerísimamente cuando se lo devolvió. Lo tomó con rapidez, separando la daga del guante y guardando este último. Mostró la daga a la chica.

-La empuñadura anterior era peligrosa -explicó-. Además, esta se adapta a mi estilo de combate. Pero sí, es posible usarla por separado.

Acabó por incorporarse un tanto para alcanzar el otro puño antes de que ella lo hiciera.

-No he salido de Fulmen –explico-. He estado desplazándome por diferentes puntos del continente, de todas formas, por lo que he tardado en volver.

Lo noto tensarse. Es evidente que no baja la guardia ni ahora. Y de alguna forma está bien. Está preparado para defenderse, para saltar en cualquier momento. Eso no hace que lo sienta una amenaza, porque mientras mis movimientos sean lentos y poco agresivos no tiene por qué saltar.
Y si lo hace confío en mis capacidades, pese a todo. Estoy armada. Más que él.

Pero eso no importa.

Presto atención a la daga cuando la suelta. Contemplo la empuñadura, las muescas, el mecanismo. Es una forma interesante de acoplar dos armas, desde luego.
Entonces asciendo la vista, con una sonrisa tranquila, para mirarlo a él.

-Deberías aprender a relajarte, Corbin –comento, entretenida-. Tus enemigos sabrán que atacarás si estás tan tenso.

Corbin la escuchó en silencio. No preguntó más después de que ella hablara, sino que se limitó a asentir. Un viaje, entonces, al igual que él. Cambiaba el continente, pero eso era todo. De no haberse tenido que desplazar él desde Brontë, era posible que ella hubiera recorrido una mayor distancia.

La observó fijamente cuando habló por segunda vez. Luego negó con la cabeza, seguro. No era así como funcionaba.

-Si me ven en tensión, mis enemigos sabrán que estoy alerta -puntualizó-. Tendrán que pensárselo más antes de atacar. Tensión no implica, en cambio, que yo vaya a atacarlos a ellos. Solo que estoy preparado para hacerlo en caso de necesidad. Además, relajarse antes de tiempo puede tener terribles consecuencias. Hay que asegurar que se está en situación de seguridad antes de bajar la guardia -. Negó de nuevo-. No, en realidad, nunca debería bajarse la guardia.

Porque entonces llegaban los problemas. La impotencia y el peligro real. Corbin había tenido bastantes ocasiones de comprobarlo por sí mismo.

Enarco una ceja, sin perder la sonrisa tranquila. Supongo que no le puedo quitar la razón. De hecho, considero que relajarse por completo es malo, como él. Pero si nivel de tensión constante tampoco es algo positivo.
En ese caso quizás sería mejor decir que hay que saber disimular la tensión. Una buena máscara a tiempo puede librar a uno de situaciones peligrosas.
No siempre es necesario que sepan que estás alerta, aunque lo estés, en otras palabras.

-¿Ha sido satisfactorio el viaje? –pregunto sin más, entonces, no insistiendo en el tema de la tensión.

Sé cómo es.
Las cosas no se le pueden explicar sin más. Lo tiene muy inculcado.

Corbin, con aquella pregunta, vio pasar ante sí imágenes tan dispares, pero todas ellas unidas a su experiencia en Caligo, que llegó a amagar una sonrisa. Hacía mucho que no encontraba una experiencia tan provechosa como lo había sido aquella. Asintió con seguridad.

-Mucho -respondió, convencido-. Creo que he podido aprovecharlo enormemente.

No entró, sin embargo, en detalles. ¿En cuáles entrar, después de todo? Habían pasado cosas suficientes como para escribir una historia al respecto.

Me sorprende su gesto, su certeza. Alzo las cejas, con curiosidad, incorporándome un poco más, mirándolo.

-¿Eso ha sido una sonrisa? –inquiero, llevando una mano a un mechón libre, acomodándolo tras la oreja en un gesto rápido. Yo misma refuerzo la mía-. Me alegra de que haya sido satisfactorio. Al fin y al cabo, aunque estemos al servicio de Brontë no dejamos de estar al nuestro propio.

El mío también ha sido satisfactorio, aunque más la parte final que la primera. Haber tenido que matar otra vez, aunque fuese un accidente, no es algo que me satisfaga, pero concretamente en este caso no es algo que me torture.
Aunque el haberme encontrado con Sanders no es algo que se me haya olvidado. Tengo preguntas y las haré cuando sea oportuno.

-Quisiera volver a trabajar contigo alguna vez –comento, por decir algo en medio de la tranquilidad.

Corbin no era del todo consciente de su propio gesto hasta que la chica lo remarcó. Se permitió entonces, efectivamente, una sonrisa, o quizás simplemente un gesto más relajado en la cara, un descanso de su habitual seriedad. Asintió.

-Desde luego -coincidió-. He tenido ocasión de conocer gente muy interesante, y he aprendido un buen número de cosas. Contaba con obtener beneficios al llegar a mi destino, pero los he ido recopilando por todo el camino.

Especialmente con la troupe, por supuesto. Su perspectiva del mundo había resultado tremendamente instructiva.

Su mirada se volvió más fija, quizá más penetrante, con la declaración de ella. Asintió de nuevo, conforme.

-Eso también sería muy satisfactorio -declaró, seguro. La profesionalidad de Alehyss siempre le había gustado.

Un momento. Vayamos más despacio.
No puedo evitar un resoplido. Esto resulta divertido, incluso.

-¿Gente? –inquiero, consciente de la crueldad de mi pregunta, y de que seguramente él ni siquiera vea esa crueldad-. ¿De verdad has conocido a gente interesante? -. Que de lo que me hable sea de gente, y no de rivales, de bestias, de retos… No sé qué decir a eso, la verdad.

Es extraño. Es como si irradiase satisfacción. Incluso ha hablado él mismo, sin que hiciese más preguntas.
Supongo que no es tan extraño, por otra parte. Diría que no es difícil sorprenderlo. No tiene un rango de experiencias demasiado amplio.

Lo miro, entretenida.
Otra cosa en la que coincidimos. Trabajar con él es más sencillo que enfrentarse a él.

-¿Sabes qué más sería muy satisfactorio? –inquiero, con una sonrisa entretenida.