Sala de entrenamiento

Siempre me ha gustado la magia.
Recuerdo que cuando era joven pasaba los días en casa, leyendo sobre hechizos, técnicas mágicas, encantamientos de objetos, bestias con poder mágico. Quería ser un gran mago, y las tareas propias de un príncipe como yo me causaban cierto hastío. Con el tiempo he aprendido a apreciar todas esas enseñanzas políticas y a comprender lo necesarias que son, pero de aquella las veía como una obligación bastante desagradable. Supongo que madurar significa ser capaz de apreciar tu posición en este mundo y todas las obligaciones que esta lleva consigo; ser capaz de ver el mundo con otros ojos.
Pese a todo, antes que príncipe me sigo considerando mago, y por eso estoy aquí ahora, frente a la caja del duende que Aren y Blues trajeron de Ignis, con el cetro bien asido en mi mano derecha. Me despierta curiosidad todo lo relacionado a ella, pero siento especial interés por saber hasta qué punto son fiables estas replicas: si queremos que los guerreros aprendan algo aquí, hay que cuidar todos los detalles.

—Quiero un combate contra mí —digo, ya abierta la caja, observando su interior. Luego retrocedo y espero hasta que mi replica aparece; físicamente es idéntica a mí. Sonrío. Y entonces empezamos el combate, y la magia vuela por todas partes, silenciosa.

No tengo intención de permanecer mucho tiempo aquí, solo el suficiente para probar los poderes del duende.

*se queda*

Aunque había entrado en la sala con intención de entrenar, no llegué a pasar de la puerta. Era cierto que, en otras condiciones, no me habría importado entrar de todas formas, pero en aquel caso quien la ocupaba era el mismísimo Svend, príncipe de Lumen. No tenía muy claro si intentaba respetarlo y no interrumpirlo o si simplemente me había quedado a observar sus habilidades, pero lo cierto fue que me quedé donde estaba.

No sabía que los líderes también usaran aquella sala para entrenar. Después de todo, nunca había visto allí a ninguno. Y, la verdad, una vez lo veía ante mí no me parecía tan mala idea que lo hicieran: sus ataques, precisos y poderosos, daban verdaderas ganas de ponerse a mejorar; a su lado, mi magia no parecía nada.

*Se queda a ver*

Me detengo en cuanto noto que ha entrado y en un susurro, apenas separando los labios, le pido al duende que ponga punto y final al combate. No es que me importe o moleste que los guerreros vean cómo entreno, pero prefiero aprovechar las pequeñas ocasiones en las que coincido con ellos para hablar; resulta más interesante que demostrarles lo poderoso que eres, a fin de cuentas.

—Buenas noches, Massen Dew —saludo, sonriendo, volviéndome hacia ella. La conozco, de la misma forma que los conozco a todos: los he estado observando desde siempre. Aunque la pequeña me parece más interesante que algunos de sus compañeros: sé que es buena maga, tiene potencial, y ya se ha enfrentado a enemigos nada desdeñables para su relativamente corta edad. No es que ser más joven le dificulte las cosas, nunca lo he pensado, pero sí es cierto que hay pocos muchachos de su edad capaces de hacer algunas de las cosas que ella hace, independientemente de sus carencias.

—¿Venías a entrenar? —pregunto, agradable, ensanchando la sonrisa.

El hecho de que nada más entrar yo en la sala detuviera su combate me hizo tensarme ligeramente, sintiéndome un tanto incómoda. No era mi intención interrumpirlo, y no podía evitar cierta sensación de culpabilidad por haberlo hecho. Y, sin embargo, no parecía en absoluto enfadado al respecto.

Cuando se volvió hacia mí, correspondí a su sonrisa con una propia e hice una pequeña reverencia. Después asentí.

-Sí, señor -respondí, tratando de ser respetuosa-. Aunque no era mi intención interrumpir su entrenamiento. Puede continuar. ¿Prefiere que me vaya?

Miré un momento la caja, de reojo, apenas un instante. El líder estaba luchando contra sí mismo. Parecía un ejercicio interesante.

Niego con suavidad, ensanchando la sonrisa.

—No te preocupes. La sala está para vosotros más que para nosotros. —Observo durante un segundo el cetro, en mi mano derecha; lo sacudo levemente. Luego vuelvo a mirar a la muchacha, acercándome un poco—. Además, pocas veces me dejo ver por aquí, ¿no es eso cierto? Y prefiero aprovechar estos momentos para hablar con los guerreros, más que entrenar. —Sonrío—. No es necesario, por tanto, que te vayas.

Contemplo la sala de entrenamiento otra vez, pasando la vista por el suelo, el techo, los armarios y los muñecos apilados, hasta finalmente terminar en la caja. Si todas las replicas son como la mía, entonces todas son exactas, tanto físicamente como en lo relacionado con el combate. Resulta un bien preciado: espero que los guerreros lo usen.

—Puedes entrenar si así lo deseas —comento, mirando a Massen—. Tienes una cerbatana y eres buena en magia, ¿no es así?

Hice una nueva reverencia, como respuesta a sus comentarios. Lo cierto era que no pensaba que la sala de entrenamiento fuera el mejor lugar para charlar, pero tratándose de un líder, todo era válido, a fin de cuentas.

Asentí.

-Así es, señor -respondí-. Aunque mi cerbatana... es un poco... -Negué con la cabeza-. Diría que no es un arma muy buena, señor. Cuando llegué aquí me lo parecía, pero actualmente prefiero otras cosas. También cuento con una espada y un puñal, pero todavía estoy aprendiendo a usarlos. Creo que mi mejor arma es la magia, señor. Aunque no me gusta limitarme a una sola forma de combate.

Y, tratando de no darle la espalda, hice una nueva reverencia y me alejé un poco, consiguiendo con ello espacio para calentar. Era extraño hacerlo mientras él estaba allí, hablando conmigo. Me pregunté si estaría examinándome. Aunque, bien pensado, podían examinarnos a todos en cualquier momento.

Me dediqué a saltar y trotar en el sitio, calentando los músculos, como comienzo.

La escucho con atención, sonriente. Me resulta curioso que diga que la magia la limita a una única forma de combate, pero solo porque desde mi punto de vista la magia engloba diferentes formas de combatir: puede ser flexible si sabes usarla, aportarte diferentes formas de pelear. La magia te puede abrir muchas fuerzas: puede darte la posibilidad de atacar tanto de lejos como de cerca, por ejemplo, y permite tanto atacar como defenderte. A mí me resulta mucho más útil que cargar con una espada y un escudo, pero no dejan de ser preferencias personales: Blues es una gran guerrera y no destaca por su magia, por ejemplo. Además, dudo que la muchacha sepa mucho sobre magia, si bien no le quito mérito a todo lo que ha hecho y hace.

Observo en silencio cómo se aleja y comienza a calentar. Para dejarle espacio, me acerco a la pared que tengo enfrente y me apoyo en ella, cerca de la puerta.

—La magia es un arma poderosa, especialmente si sabes usarla. —De nuevo, le dedico un corto vistazo al cetro—. Yo solo empleo la magia, no necesito nada más. Este cetro —lo muevo con delicadeza— no es más que un adorno: no suelo llevarlo nunca, no lo necesito. —Alzo la vista—. Y una cerbatana puede ser un arma muy útil si cuentas con unos dardos adecuados. Podrías envenenar o paralizar a tus enemigos con un pinchazo y es fácil de esconder, por ejemplo.

Sonrío. Pasados unos segundos, pregunto, cordial:

—¿Qué sabes hacer con la magia?

Mientras él hablaba, yo calentaba mis articulaciones, preparándome para ponerme en marcha. Desde los tobillos hasta el cuello, fui rotando cada parte, con cuidado y atención.

-Yo también creo que la magia es muy útil, señor -coincidí, segura-. Me gustaría mucho seguir aprendiendo, y espero que así sea -. Asentí-. Tengo cinco dardos con distintos tipos de venenos. Mi padre me los preparó cuando me regaló el arma. Claro que nunca he llegado a usarlos. Creo que tengo demasiados pocos dardos, y es un arma de emboscada, en mi opinión. Además, la que mi padre me hizo es demasiado pequeña, porque yo era pequeña entonces. Claro que seguiré sacándole partido mientras tenga oportunidad, señor. Como he dicho, me gusta combinar lo que sé hacer.

Ante la pregunta del líder, inspiré hondo, preparándome. Quería demostrárselo, en lugar de limitarme a explicarlo.

-Casi todo lo que sé lo he aprendido aquí, señor -advertí, antes de comenzar.

Tomé como objetivo un muñeco que no estaba junto a los demás, sino un poco más adelantado, hacia el centro de la sala. Y entonces comencé. En primer lugar, lo "cegué" con un nairea y lancé contra él un aquaerum. Tras ello, conjuré un hedri y lancé los cinco elementales de agua individualmente, de forma que, uno tras otro, atacaron en fila al muñeco. A eso siguió un pisflivire, y los cinco punzones helados se clavaron en la madera. Rematé el ataque con un vlino que estalló ante la cara del muñeco.

Entonces toqué el puñal que llevaba al cinto, sin cerrar la mano sobre él, y con un sunthu, lo saqué de su vaina pegándolo sin más a mis dedos, sin llegar a agarrarlo. Luego sí, lo cogí y me hice un corte en el brazo y clavé el cuchillo en la palma de mi mano. Procedí a sanar ambas heridas, la primera con un fuuchi y la segunda con un fuuruchi. Y, por último, conjuré un baadha ante mí, viendo cómo la luz se reflejaba en el transparente hechizo.

Para cuando me detuve, jadeaba visiblemente, y un par de gotas de sudor me bajaban desde la frente. No era bueno hacer tanto de golpe. Hice una pequeña reverencia, señalando que había terminado.

Asiento al escucharla.

—Si deseas aprender magia, estás ante la persona adecuada, Massen Dew —murmuro, pero no añado más, centrándome de nuevo en sus palabras, esperando, respetuoso, a que termine de hablar. Es evidente que su cerbatana tiene carencias, pero no por el tipo de arma que es, sino por la escasez de dardos con venenos. Cinco son pocos. De todas formas, sigo sin considerar su cerbatana como un arma inútil: a fin de cuentas, si logra dar un buen y preciso golpe, podría hacer muchas cosas.

Su último comentario me arranca una amplia sonrisa, aunque de nuevo, no digo nada y me limito a esperar, observando con atención el despliegue mágico de la pequeña, en silencio. Resulta impresionante todo lo que ha aprendido en estos años: solo lleva tres, casi cuatro aquí, y ya sabe hacer un par de cosas. Su puntería es buena, los hechizos los ejecuta correctamente, y no se centra en ofensivas, sino que también conoce conjuros de curación y defensa.

Cuando termina, yo también hago una pequeña reverencia, inclinando un poco la cabeza, sonriendo. Luego asiento y me acerco a ella, hablando mientras avanzo:

—Resulta impresionante lo mucho que has aprendido en poco tiempo, Massen Dew. Tus hechizos son acertados: tienes, además de una buena habilidad mágica, buena puntería. —Ensancho la sonrisa—. Y además tienes ganas de aprender. —Todavía sujetando el cetro, me agacho, apoyando una rodilla en el suelo, sonriendo, con la cabeza alzada para mirar a la piscis—. Prométeme que vas a seguir entrenando, ¿de acuerdo?

Nada más decirlo, acerco la mano libre a la izquierda de la piscis, rozándola durante apenas un instante con las yemas de los dedos. Massen sentirá entonces un suave chispazo, aunque lo que más le llamará la atención será el nuevo conocimiento que tiene. Seguro que le dará uso.

Me pongo en pie, sonriendo ampliamente, colocando los brazos tras la espalda. Arqueo las cejas.

—Hay que premiar el esfuerzo, ¿no es así?

Era evidente que era la persona adecuada. Lo había visto yo misma, y no tenía ningún motivo para llevar la contraria: en el breve momento en que había podido contemplar su habilidad, había quedado de manifiesto que era hábil, tanto como yo nunca podría llegar a soñar. No en vano era el hijo del rey de Lumen y líder claritas de Brontë. Daba seguridad y enorgullecía verse bajo el mando de gente tan poderosa.

Hice una nueva inclinación, aún con la respiración acelerada, y sintiéndome además algo azorada por sus cumplidos. Cuando se agachó, quedando por debajo de mi altura, me sentí enrojecer un tanto. No me sentía cómoda con la idea de un príncipe arrodillándose ante mí.

-Gracias, señor -respondí-. Intento mantenerme al nivel de mis compañeros. Algunos de ellos son muy fuertes, pero no quiero quedarme atrás. Seguiré entrenando y luchando para Brontë.

Y entonces, cuando su mano rozó la mía y sentí aquel extraño chispazo, abrí los ojos de golpe, comprendiendo de pronto. Y, al teñirse mi cara con más intensidad, fue por ilusión y orgullo. No podía decirle que no era necesario, ya que era su decisión y no dejaba de ser una mejora para el ejército, pero en verdad me sentía halagada.

-Muchas gracias, señor -repetí-. Me aseguraré de darle buen uso. Puede contar conmigo.

Y me incliné de nuevo, preguntándome si debería probarlo o se me consideraría impaciente.

Sonrío al escucharla. Por supuesto, algunos de sus compañeros son fuertes, pero en el fondo no hay tantos compañeros que sean tan buenos como ella a nivel mágico. Ahora mismo, de hecho, no se me ocurre ninguno, salvo el niño claritas, Jun, pero supongo que ese sí es un caso especial.

—¿Pero cuántos de ellos son tan buenos como tú en magia? —Ensancho la sonrisa—. La magia es un don, y a veces nos olvidamos de lo afortunados que somos quiénes podemos realmente manejarnos con ella. Supongo que no te descubro nada si te digo que hay gente que apenas es capaz de conjurar un par de cosas, de controlar su magia. —La miro—. Seguro que se te ocurre alguien que pueda encajar con esa descripción, ¿no es así?

Y si no, a mí sí se me ocurre algún ejemplo. El chrysos, por ejemplo. Uno no vigila a la gente y no se da cuenta de estas cosas.

Asiento al escuchar su agradecimiento, esbozando una amplia sonrisa. Sé que le dará un buen uso, que seguirá entrenando.

—No espero menos, Massen Dew. —Alzo la vista, apenas un segundo, al techo—. Ahora no será tan difícil verme, tal vez volvamos a vernos pronto. Aunque si en algún momento tienes alguna duda mágica, siéntete libre de llamarme. —Bajo la vista—. La magia es un arte complicado, ¿no es así?

Sonrío ampliamente, y al momento, desaparezco.
Hay otros magos interesantes en Palacio. Me gustaría verlos a ellos también, algún día.

*babai >.o*

Era cierto que muchos guerreros eran más fuertes en el uso de las armas. Pero, bien pensado, no había malos magos. No hacía mucho, mismamente, Frikka me había demostrado que no se limitaba al uso de la espada. Y, aunque mi magia fuera más fuerte, la suya no era en absoluto desdeñable. También estaba Silvanus que, mientras había permanecido en Brontë, había demostrado grandes habilidades mágicas. Pese a todo, asentí.

Cuando se despidió, hice una nueva reverencia, bajando la cabeza en señal de respeto. No había tenido oportunidad antes de hablar con él en condiciones, pero me gustaba mantener algunas palabras con los líderes, si ellos lo veían oportuno, alguna vez.

-Gracias de nuevo, señor. Estaré encantada de volver a verle.

No tardó mucho más en desaparecer. Yo, por mi parte, permanecí un momento donde estaba. Después de tal despliegue de magia estaba algo cansada, pero aún así, quería practicar mi nuevo hechizo, y me dispuse a ponerlo en práctica. Por aquella vez, por ser la novedad, me limité a probarlo, sin experimentar demasiado.

Cuando me di por satisfecha, y consciente aunque era consciente de que aún tenía mucho que entrenar, abandoné la sala. Necesitaba planificar en condiciones mis entrenamientos.

*Se va*

El chrysos, todavía asiendo la espada, observaba la caja del mago en silencio, con el ceño fruncido y la respiración aún algo agitada. Detrás suya, a un par de metros, había varios muñecos en el suelo, con partes donde, si uno se acercaba lo suficiente, podía ver en la tela la leve marca de algunos cortes de espada. Como siempre que iba a la sala de entrenamiento, había practicado con los muñecos y la espada, pero esta vez se había permitido añadir otra clase de golpes a fin de practicar un poco los golpes propios de un combate cuerpo a cuerpo, aunque al final había terminado por volver a la espada, centrando el resto de su tiempo en probar diferentes movimientos. En cualquier otro momento había dado por concluido su entrenamiento tras esa vuelta a la espada; ahora, sin embargo, se encontraba abriendo la caja del mago con la mano libre y una expresión de desconfiada curiosidad en el rostro: no se fiaba de aquel hombre a pesar de que ahora estuviese en Brontë, pero tenía dudas respecto a su magia y al límite que alcanzaba su poder. ¿Podía acaso representar ante él a cualquier persona o tan solo a aquellos que estaban en Brontë? Desde hacía tiempo se lo había preguntado, pero solo ahora se había atrevido a buscar una respuesta. Así que, cuando finalmente el hombre apareció, el chrysos, que ya respiraba con cierta calma, preguntó en un murmullo:

—¿Puedes hacer una replica de alguien llamado Dena Forester?

La respuesta fue negativa, y a pesar de que en parte se lo esperaba, el chyrsos se sintió extrañamente decepcionado. No obstante, pasados unos segundos en los que se planteó qué hacer ahora, pues lo único que había buscado había sido un intento de combate con la flamma, pidió:

—Entonces quiero un combate contra mí mismo.

Y al momento, aquella misma aberración a la que se había enfrentado en Ignis apareció ante él, con su pelo blanco y su ropa hortera. Lyam compuso una mueca, pero no tardó en centrarse en el combate, buscando sus propios puntos débiles en aquella replica, tratando de adelantarse a movimientos que él tan bien conocía e intentando, en todo momento, observar los fallos que su replica podía tener en según qué acciones con el fin de pensar en ellos para solventarlos.

Lyam alargó el entrenamiento hasta que finalmente su cuerpo, exhausto, no pudo más. Entonces, resollando, le ordenó al mago que pusiese fin al combate, y la replica desapareció. Había sido una práctica interesante: su replica, al igual que en la misión, combatía cuerpo a cuerpo, así que el chrysos pudo ver dónde erraba en ese estilo que hacía tanto que no practicaba a conciencia. Al igual que él, la replica era ágil y veloz, y contaba con unos nada desdeñables reflejos, así que aquello también le había servido para poner a prueba su propia capacidad de reacción: durante parte del entrenamiento había mantenido quieta la espada, siempre firmemente sujeta con su derecha, y se había centrado en esquivar los golpes de su adversario, poniéndose a prueba a sí mismo. Por supuesto, aquello significó llevarse un par de golpes, pero el chrysos se sentía satisfecho. También, por otro lado, había probado a enfrentarse armado a un enemigo de velocidad considerable, lo que le había llevado a usar el mandoble sin tantos miramientos como durante sus entrenamientos con muñecos, en los que siempre tenía el tiempo para calcular dónde y cómo quería golpear; la replica, que imitaba perfectamente su antiguo estilo de combate, le obligaba a calcular más rápido, a dejarse llevar de alguna forma aunque sin llegar nunca a lanzarse como un descerebrado.

El chrysos esbozó una corta sonrisa, satisfecho, y se pasó la mano libre por la cara, notando el desagradable sudor en su piel. Luego se acercó a los muñecos, los recogió y salió de la sala, no sin antes dedicarle un último vistazo a la caja del mago.

*se va*

Una vez más. Daba igual lo cansado que fuera. Tenía que continuar. Con un hedri, invoqué ante mí cinco elementales del agua. Flotaban ante mí, llenos de energía, esperando mi señal. Yo los manejaba, los guiaba, y esperaba el momento preciso para usarlos.

Y entonces, una vez más, comencé. Entre repetitivos parpadeos, fui girando rápidamente a mi alrededor. Tenía que actuar en apenas un momento, sin pensarlo, y localizar mi objetivo con un vistazo mínimo. No podía perder tiempo en apuntar. Así pues, sin mirar más que un instante mis objetivos, sin dejar de girar y parpadear, moviéndome de forma un tanto aleatoria, fui enviando a los cinco elementales, uno tras otro, contra distintos objetivos.

Había dispuesto un buen número de dianas por toda la sala, y como decidía mi objetivo en el momento, luego llegaba a tener que buscar a mi alrededor a ver adónde había apuntado. Acabé por localizar la marca de los cinco. Hice una mueca. Tan solo tres habían dado en la diana, y ninguno en el centro. Suspiré.

Me concentré de nuevo. Invoqué aquella vez dos hedris, concentrándome bien en lo que hacía. Y, de nuevo, comencé a moverme, saltando, agachándome, girando, cambiando de dirección completamente al azar, y fijando la vista en las dianas solamente un instante, lo justo para indicar al elemental una dirección, de forma tan veloz que era difícil incluso creer que entendieran lo que pedían. De nuevo, los cinco primeros salieron en dirección a las dianas indicadas, y los otros cinco comenzaron a atacar justo a continuación. Uno tras otro, en direcciones opuestas, jamás siguiendo una línea de ataque para evitar facilitarlo.

Y, en el mismo instante en que el último fue enviado, invoqué un nuevo conjunto y continué disparando con rapidez, en apenas un vistazo.

Me asomo primero, y viendo lo que hay dentro no puedo reprimir la sonrisa. Entro, sigiloso, y cierro la puerta a mi espalda, con cuidado. Me coloco bien el carcaj al hombro con un gesto y entonces me apoyo contra la pared del fondo, la que está junto a la puerta, lejos de ella, y me dejo resbalar debajo hasta quedar sentado en el suelo. Y desde ahí contemplo cómo se mueve, cómo ataca sin parar, lanzando un ataque tras otro a por las dianas que ha colocado en la sala.

La primera vez que la vi sentí miedo, cuando salió del agua, porque era de noche. Supongo que luego pensaría que parecía muy joven para ser una guerrera. No estoy seguro, no me acuerdo de todo… Y ahora puedo afirmar, sin duda, que cuando sentí miedo no estuvo mal…

Espero a que acabe, risueño, sin interrumpir. He venido a tirar un poco, pero me sentiría mal usando su espacio. Creo que mirando también puedo aprender.

A la tercera invocación, sin detener mis movimientos, inspiré profundamente y me atreví con una cuarta. Y, en un gran esfuerzo, lancé los cinco elementales, uno tras otro, en distintas direcciones, observando apenas un instante mi objetivo antes de lanzarme contra él.

Para cuando me detuve, estaba jadeante. Miré alrededor, secándome el sudor de la frente, buscando mis disparos. Había bastantes más de lo que me hubiera gustado fuera del sitio, pero también alguno había dado en el centro. No podía saber si era fruto de la casualidad o del esfuerzo, pero no dejaba de ser un consuelo.

Aún no había localizado todas las marcas cuando una figura llamó mi atención. Aún agitada por el ejercicio, sonreí a Jun, acercándome un poco.

-¿Intentando descubrir mis técnicas secretas? -pregunté, caminando hacia él-. Ya sabes que no es ningún truco, solo puro talento.

Al llegar a su altura, le tendí una mano, invitándolo a levantarse. Dudaba que hubiera venido a la sala de entrenamiento a sentarse en el suelo.

<<Yo también debería coger el arco>>, comenté, inclinando la cabeza a un lado y a otro. Me serviría para lo que estaba haciendo, aunque con magia me manejaba mejor. Señal de que con el arco debía practicar.

La veo venir, aún risueño, cuando ya ha acabado con el increíble espectáculo. Acepto su mano cuando me la tiende, y me ayudo de ella para levantarme. No puedo sino ensanchar la sonrisa frente a su pregunta, amagando una risa muda.

<<Me has pillado>>, declaro, gesticulando con las manos, enseguida.

La verdad es que no creo que ni viendo pudiese hacer mucho. Ya se vio la última vez que yo no es que sea muy guerrero, pero bueno. Se intenta. Uno hace lo que se puede…

Desvío la vista un momento hacia mi espalda, fijando la vista en el carcaj con flechas y en el arco. De nuevo, la miro, con una sonrisa afable. Supongo que ya estará cansada a estas alturas, pero bueno…

<<¿Quieres un rato?>>, inquiero, haciendo amago de tomar el arco, ya. <<Si es que puedes seguir.>>, añado entonces, dibujando una sonrisa algo socarrona.

Creo. Creo que eso es socarrón. No se me da muy bien eso de poner expresiones chulescas. Y tampoco es que me sienta así a menudo...

Respondí a su sonrisa con una desafiante, una especie de mueca burlona. Puse los brazos en jarras, echándome ligeramente hacia adelante, bravucona.

-¿Hoy tienes especiales ganas de que te apalice, pequeño Jun? -lo reté, devolviéndole sus propias palabras.

Me di la vuelta entonces y eché a andar hacia la armería, en busca de un arco y un carcaj de mi gusto. Tarareaba, contenta. Pese al cansancio, estaba animada.

-Quería centrarme en la puntería, así que me vienes muy bien -expliqué, tomando un par de arcos y comparándolos antes de elegir uno.

Hago una pequeña mueca, risueño, y termino por enarcar una ceja. ¿Pequeño Jun? ¿En serio?
En respuesta, coloco una mano sobre su cabeza, dándole un par de palmaditas. Hace tiempo que soy más alto que ella, así que no le costará entenderlo, supongo.
Aunque bueno… Me siento algo pequeño a su lado, de todas formas. Metafóricamente, quiero decir…, de alguna forma.

La sigo de cerca cuando decide moverse, situándome a su espalda, mirando por encima de su hombro para ver qué hace. Risueño, contemplo el arco que escoge, mirándola un momento cuando habla.

<<Soy un chico puntual. Ya me conoces.>>, formulo con las manos, risueño, incluso medio altivo todavía.

Obviamente, es broma…
Es decir, soy puntual, pero...

Una vez me he armado, volví junto a él, negando con la cabeza, sonriente. Aquel día se sentía graciosillo, por lo visto. Yo estaba de bastante buen humor y me alegraba de volver a entrenar con él, así que no iba a poner pegas al respecto.

-Bueno, chico puntual, ¿te gusta cómo están puestas las dianas o es demasiado caótico para un hombrecito ordenado y exquisito como tú? -pregunté, con una sonrisa burlona, parpadeando varias veces de forma teatral.

Me coloqué el protector del brazo y me colgué el carcaj a la cintura, tomando una primera flecha. Situándome como Jun me había enseñado, apunté a una diana colgada del techo y medio inclinada y lancé la flecha. Justo en el centro. Debía reconocer que había tenido algo de suerte. Pero, pese a todo, me volví hacia Jun haciendo una esmerada reverencia.

Alzo la ceja izquierda, realizando un pequeño mohín a su comentario. Pero de todas formas asiento pronto, con una nueva sonrisa muy dispuesta, echando un nuevo vistazo a la disposición de las dianas. Eso lo hace más entretenido. Es mejor que apuntar al mismo sitio una y otra vez.

<<¿Cómo las has puesto así?>>, llego a inquirir sin embargo, curioso, observando que algunas están muy altas como para haberlas colgado sin más.

La empiezo a mirar de nuevo cuando se prepara. Observo su posición, que ha mejorado bastante. Se nota la concentración.
Cuando la flecha silba aparto la vista de Massen para seguirla, y su diana me hace alzar la cejas y mirarla de nuevo. Realizo un asentimiento, admirado, pero no tardo en recomponerme. Que yo estaba siguiendo un papel…

Me apresuro a coger yo mismo una flecha, la coloco en el arco y lo tenso, apuntando a la misma diana que ella. Quiero hacer lo que pasa en los libros, de que el héroe atraviesa la flecha de su rival, partiéndola con la propia, pero al final lo que resulta de mi tiro es… que queda junto al suyo, un centímetro a la derecha diría desde aquí, lo que hace que… haya sido un peor tiro que el de ella.
La miro de reojo, con fingida molestia y orgullo, pero acabo por encogerme de hombros y sonreír.

<<Buen tiro>>, reconozco, asintiendo risueño.

Me encogí de hombros y señalé la armería, con un gesto vago.

<<Todas están en barras>>, expliqué. <<Las colgué con un gancho. No era difícil.>>

Después del acierto, no pude evitar sentir una evidente satisfacción. Sabía que eso impresionaría a Jun. De todas formas, no debía jactarme mucho, que en parte había sido pura suerte. Por más que hubiera mejorado, no había mejorado tanto.

Su flecha aterrizó junto a la mía, en el centro. Lo miré, y su expresión parecía un tanto ofendida, aunque no tardé nada en ver que estaba de broma. Sonreí.

<<Tengo un buen maestro>>, me excusé, encogiéndome de hombros.

Saqué entonces otra flecha y procedí a buscar un nuevo objetivo para ella. Pero, cuando ya estaba en posición, en el último instante, cambié de objetivo y disparé, con lo que no tuve más que un breve momento para apuntar allá donde después lancé mi flecha. El resultado, por supuesto, no fue tan bueno. Al menos, la flecha había dado en la diana. Compuse una mueca.

<<Tengo que apuntar más rápido>>, comenté.

Asiento, comprobando, que efectivamente, el mecanismo es bastante sencillo. Aunque ingenioso. Es de esas cosas evidentes que están ahí, pero que no te planteas por algún motivo hasta que alguien te las revela. A veces tengo la sensación de que todas las respuestas que busco en mi vida tendrán ese final…

<<Buen maestro, buena alumna. Todo bueno>>, respondo con gestos y una sonrisa enérgica.

Luego observo su siguiente maniobra, con curiosidad. Enseguida dibujo una amplia sonrisa, tras leer sus gestos, y, con aire perezoso, tomo una nueva flecha del carcaj a mi espalda. La cargo apuntando al suelo, inspirando hondo un momento.

A ver, Jun, concentración. Demostraré a Massen que uno no tiene qué confiarse. Aunque al hacer eso me estoy confiando también, ¿no…?

<<Señala donde quieras>>, indico, mirándola serio un momento.

Mi intención es no alzar la vista hasta que ella indique, y entonces disparar enseguida a la diana que me señale. Planeo usar toda mi concentración en este tiro.

Lo miré un momento con curiosidad. Ladeé la cabeza. Entonces, tras mirar alrededor un momento, escogí, sonriendo con cierta malicia. Sin dudar, apunté una diana justo a su espalda, a media altura.

-Allí -indiqué.

Venga, buen maestro. Era su turno de demostrarme lo que sabía hacer. Que por algo me estaba preocupando de ver que aprendiera.

Estoy concentrado antes de que diga nada. Claro, tengo que estarlo. Si no es antes no sirve, porque si me concentro cuando me lo dice pues ya no podré hacerlo con eficiencia. Enseguida, tras recibir el mensaje, el estímulo, su movimiento, alzo el arco y me vuelvo, rápido, buscando con la mirada la diana que me indica, concentrado en apuntar con velocidad, disparando una flecha casi nada más ubicarla. Noto cómo la saeta sale disparada y no me siento contento del todo. Alcanza el segundo aro, desde el centro, pero no el punto exacto, y eso me resulta frustrante. Debía haber esperado un momento más, pero es que un instante puede ser la diferencia entre vivo y muerto… Aunque también dos centímetros, claro. Todo puede ser la diferencia de todo…
De todas formas vuelvo la cabeza hacia ella y sonrío.

<<Casi.>>, formulo con las manos, encogiéndome de hombros. <<También yo tengo que practicar.>>

Aunque gracias a su idea de las dianas en sitios raros parece que voy a mejorar a partir de ahora. Me veo capaz de probar muchas cosas de esta forma, la verdad.