Sala de entrenamiento

*Fin de escena*

El repiqueteo de la lluvia contra las ventanas suele ser relajante, pero no estoy yo como para relajarme. De hecho, al revés. La fatiga empieza a ser evidente por mi forma de respirar, entre otras cosas. Y aunque la katana no me pesa demasiado, tampoco es tan ligera como de costumbre.
Mi copia se mueve deprisa, con tal tranquilidad que cualquiera diría que también tiene asma. Se ve que uno aquí copia lo que le sale del culo. Pues nada, será la versión mejorada de mí, pero no puede salir de este cuarto para sustituirme y dejarme sin vida, y en lo que a dar conversación respecta tampoco destaca demasiado, así que yo considero que sigo siendo mejor.

Evito un corte directo a mi cabeza pivotando levemente, y a poco estoy de perder una fosa nasal. Desvío el siguiente ataque con la hoja, avanzando hacia el clon en el proceso, empujándolo un poco hacia atrás, aunque se aprovecha de eso para ganar distancia. Al menos me la quito de encima. No le doy mucho respiro, porque como pare ahora luego me va a costar lanzarme, y dejo que esa especie de inercia del combate me haga avanzar detrás de… mí. Mi filo busca su cuerpo, pero es más escurridiza que una puta anguila y solo le rozo la ropa.
Cada vez la presión en el pecho es más grande.

Termino retrocediendo de un salto y pidiendo que el combate termine. Toso un poco y me siento para recuperar el aire. No sé si será la humedad, pero últimamente parece que aguanto menos, y no porque haya estado perdiendo el tiempo o comiendo demasiados bollos.

Me seco el sudor de la cara con las manos, permitiéndome un momento de calma, y luego me levanto. Aún tengo que trotar un poco y que estirar. Parar de golpe no es bueno.

Joder. Sí que es temprano ya...
Como no me meta pronto en cama me pillará el sol.

*fin de escena*

Me sentía especialmente despejado aquel día. Quizás no era tan ágil como otros guerreros, pero llevaba un par de meses entrenando con una espada ligera y sin buscar chocar de frente, sin más, y en parte me sentía liviano. Llevaba toda mi vida dándome golpes, enfrentándome a otros poniendo el cuerpo y la mente en juego, sin protegerme en absoluto. Y en parte siempre me había funcionado: era grande, era fuerte, y gracias a aquello podía detener a un hombre que embistiese, o a más de uno. Si recibía un corte pero a cambio ajusticiaba a un malvado, entonces estaba bien. Y, de aquella forma, había ido acumulando cicatrices sin preocuparme.
No eran tantas. Y siempre me había quedado claro que mi tamaño no me iba a permitir ser escurridizo como una lagartija, porque yo era un dragón. Un dragón grande y poderoso.
Pero al final había resultado ser un hombre. Un hombre grande, desde luego.

Mi copia se lanzaba enarbolando a Värdjas, o una copia en buen estado de la misma, y lanzaba golpes peligrosos contra mi cuerpo. Al bloquearlos, la espada que yo llevaba, mucho más pequeña y delgada, temblaba en mi mano, y llegaba a sorprenderme que no se quebrase. Por aquello debía esquivar: si me desarmaba, mis posibilidades bajaban.
Pero pasó. De todas formas pasó.

Una de las veces el metal no pudo más, y un nuevo golpe de mandoble hizo que crujiese y se partiese en dos, dejándome en la mano una empuñadura con un trozo de hoja ridículamente pequeño. Lo miré con poco convencimiento, sin poder evitar preguntarme qué hacer en aquella situación, pero cuando la figura, mi figura, se lanzó de nuevo contra mí, poco más me quedó que echarme a un lado y dejar ir un jadeo al notar el aire junto a la nariz.

*se queda*

Johan entra en la sala con actitud relajada, y no la cambia al ver al hombre que se enfrenta a su propia copia, pero con un arma notablemente peor. Alza las cejas, tranquilo, y ladea un poco la cabeza mientras el guerrero hace su maniobra evasiva.

-No sé hasta qué punto es recomendable llevar una espada sin cuerpo –le comenta, cuando la copia ya ha pasado de largo y se vuelve de nuevo hacia el hombre. Cree que se llama Rickalgo.

Johan se estira y mira alrededor. Ahora que sabe que hay alguien en el cuarto le apetece menos entrenar, la verdad sea dicha.

Percibí el movimiento y la voz me distrajo lo suficiente como para que el siguiente ataque de mi copia me obligase a dar un potente salto hacia atrás. Desde luego, aquel Rick Dehnel tenía de noble poco más que Flavia. Daban ganas de escupirle a los pies.
Hice una mueca al piscis, más por concentración que por desagrado, y lancé un flagrare al clon para obligarlo a cubrirse un instante.

-Repáramela si eres buen herrero, pero entre ataque y ataque-. Me devolvió otro hechizo que paré con un baadha- tendrás poco tiempo.

Y eso que yo no era muy veloz. Ninguno de los dos.

Johan no contiene la sonrisa. Se dedica a observar el combate con calma, como si eso hubiese sido lo que iba a hacer a ese lugar. Que como no tenía nada en mente, en el fondo, no es que afecte mucho a sus planes.

Le gusta ver luchar a otros guerreros porque observa y, si lo ve preciso, aprende. Aunque le interesa más conocer que copiar. No quiere que lo expulsen de Brontë y se comporta como Mithos manda, pero si un día cunde el caos arbitrariamente, probablemente por acusaciones de algunos que lo podrían tomar por un traidor o algo semejante, quiere saber cuál le dará el golpe más fuerte para priorizar escapes.
Y los brazos de ese tipo, o al menos eso piensa, parecen de los que cortarían en dos un tocón golpeándolo con el canto del hacha. Cuando lo vio en otros contextos parecía más afable.

-Lo siento –se disculpa-. Sé algo de herrería, pero no tanto como para serte útil.

Una de las cosas que más le fascinan de las copias es que solo atacan al que se ordene. Son como rivales ciegos y sordos.

Lo miré de reojo, pero fue por un momento muy corto. Värdjas cargaba de nuevo, peligrosa, buscando ensartarme. Me moví hacia un lado y la golpeé con el antebrazo en un movimiento peligros, pero que me permitía alejarla de mi cuerpo. Mi copia trató de empujarla hacia mí para golpearme, pero aproveché el impulso para alejarme y entonces pedí que el combate finalizara. Ojalá la espada se quedase…
Me sequé un momento el sudor, mirando al hombre azul.

-¿Sabes de herrería?-. No había olvidado lo que Lea me había dicho de aquel tipo, y después había escuchado algún rumor, aunque lo conocía poco personalmente-. Quizás me la puedas arreglar ahora que he parado –propuse, esbozando una sonrisa-. Aunque las de entrenamiento de esta sala parecen brotar de la piedra.

A Johan no le gusta por dónde está yendo la conversación. No por nada en particular. Simplemente tiene, de repente, una sensación desagradable al respecto.

-Bueno, sé lo que todo buen guerrero debería saber –termina por decir, esperando que sirva para evitar encontronazos.

Mira al hombre un momento más, en silencio, y la espada rota que lleva en la mano. Asiente. Está en lo cierto. A veces, si uno busca un arma y no la encuentra debe mirar de nuevo. Parece que el lugar albergue todo lo que uno imagine solo con que se le ocurra pensarlo.

-¿Quieres un pequeño enfrentamiento? –le dice, sin embargo.

No sabe por qué. Quizás solo quiere entrar en calor.

Quizás tenía razón. Se me ocurrió porque, si lo planteaba de aquel modo, yo también tenía conocimientos de herrería. Pero estaba seguro de que sin indicaciones no podría forjar ni una cuchara.
Recordé que el padre de Lea trabajaba el vidrio, y por un momento me planteé que a lo largo de mi infancia se me habían enseñado ciertas cosas, pero que las que podrían servirme realmente para hacer algo yo mismo, partiendo de cero, habían sido pocas. A aquellas alturas, sin embargo, me sentía más completo.

-No podrá ser en esta ocasión -le dije, componiendo una mueca de disculpa-. He terminado por hoy, y tengo que ver a alguien. Quizás para la próxima -comente, cordial, esbozando una sonrisa escueta.

Miré de nuevo la espada rota y fui a recoger el trozo del suelo. Se la daría a alguien del servicio.

Me despedí poco después, y me dirigí a la ducha. Él se quedó allí.

*fin de escena*

Cuando la copia se desvanece, apoyo contra la pared y dejo ir un suspiro cansado, aún con la katana en la mano. Hace frío, pero he entrenado tan duro que, de hecho, tengo calor. Aunque si no me abrigo pronto acabará pesándome. Ahora, sin embargo, me siento de puta madre.

Salto un poco en el sitio, relajando el cuerpo. Finalmente, envaino el arma. Miro por la ventana un momento, pensativa, y no puedo evitar sonreír al ver caer la nieve. Últimamente Brontë se cubre de blanco a menudo. No es que sea lo más agradable del mundo tener frío todos los días, pero tampoco es que sea algo que me dé la vida.

Me apetecía hacer algo diferente hoy. Algo... divertido. No sé...

Me echo el flequillo húmedo hacia atrás. Si Retales estuviera aquí, le diría de irnos a tomar algo. Pero hoy no la he visto...

*se queda divagando*

Cuando la puerta se abre, me vuelvo hacia ella. Sonrío al ver a Gerald, y me separo de la pared para acercarme un poco a él, deteniéndome a algo más de un metro, ajustándome la vaina a la cintura con las manos.

-Buenas noches -lo saludo, ladeando levemente la cabeza. Me siento relajada y contenta hoy-. ¿Vienes a bajar la cena?

Me gustaría decirle que si lo llego a saber lo esperaba para entrenar juntos, pero desde lo que pasó, las cosas no han sido iguales. No quiero ser la que lo presione. Prefiero que él mismo marque su ritmo. Yo estoy para él, si hace falta. Y lo sabe, supongo.

No me cabe la menor duda de que un chocolate ante la chimenea es lo mejor en estos días, aunque sus buenos descansos suelen incluir a Cierzo y un par de cervezas si es posible. Cada uno tiene sus preferencias.

-Supongo que de ir a rebozarnos por la nieve nada, entonces -comento divertida. Anda que... No me apetece nada.

Cuando pregunta por cómo peleo siento como una pequeña descarga de adrenalina. Por un momento me siento completamente dispuesta, preparada para desenvainar y abalanzarme sobre él. Evidentemente, es algo que no voy a hacer.
Incluso cuando razono eso, sigue habiendo una parte de mí que quiere abalanzarse sobre él, como movida por un impulso de cachorrillo. Pero es algo que tampoco hago.
En lugar de eso, saco pecho.

-La más rápida, como si lo dudases. Puedo matar a diez hombres en el tiempo que tardan en caer al suelo y no se enterarían de qué ha pasado.

Mantengo la sonrisa, sin dejar que su comentario me ofenda. Llevo mucho siendo una canija, pero... ¿Sabes qué, Gerry? No creo que crezca más. Y he empezado a darme cuenta de que no me importa. No está tan mal medir menos de dos metros y medio, créeme.

-¿Con Retales? -le pregunto, alzando las cejas. Hablando del Rey de Lumen...-. ¿Y qué tal? No me la robes, ¿eh?-. Hago una mueca, melodramática-. Es todo lo que tengo...

Es mi Cierzo, a fin de cuentas. Eso deberías entenderlo, eh. Pero no te lo diré. Creo que lo vuestro es algo más intenso.

No me pasa desapercibida la expresión, y dedico una mirada muy breve al espacio que ha dejado su brazo, como para comprobar que de verdad no está ahí. No lo miro con pena, evidentemente. Eso sería lo peor que podría hacerle a Gerald. Pero es imposible no pensar en lo que ha perdido, especialmente como guerrero.

-No. Tienes mucho que enseñarme -me limito a decirle, acercándole la cadera cuando se levanta para que desenvaine él mismo.

FdR: pausao

Hago una mueca, sin perder la sonrisa.

-¿El mismo rollo? ¿Acaso insinúas que también hablo como una cotorra? -inquiero, socarrona. No le doy tiempo a decir nada, de todos modos-. Déjalo, prefiero no saberlo. No es como si pudiese esperar una respuesta mínimamente encantadora a esa pregunta.

Cuando toma la katana, lo observo. Lo cierto es que me gustaría estar en su cabeza ahora mismo, saber qué piensa. Pero, aunque pueda imaginarlo, eso no es lo mismo que saberlo. Y creo que su situación es algo inusual.
No digo nada mientras prueba el arma. La tomo cuando me la devuelve, y la envaino con un gesto limpio.

-En casa utilizaba la de mi padre algunas veces -comento-. Hacía que me sintiera torpe, pero seguramente si me manejase con esas armas con esta volaría... -razono, acomodando la vaina con la mano al hacer referencia a ella.

Resoplo, a modo de risa, resignada de alguna forma. Aunque hace tiempo que esa resignación ha cambiado un poco, y ahora es agradable, de alguna forma. Bueno, no exactamente, pero...

-Ya ves. Una tiene que crecer, que madurar. Ahora entiendo tantas cosas que podría explicarte unas cuantas.

O no. No lo tengo claro. Cuanto más sé, más tonta me siento. Joder, tampoco es tonta, pero...

Lo de la fuerza me hace gracia. Desde luego, de eso me falta. No la he tenido nunca, la verdad.

-Al menos sigo siendo rápida de cojones. Por mucho músculo que me pongas, nunca seré una musculitos. Y vaya suerte...-. Asiento a su propuesta, entonces-. ¿Tomar algo?-. Sonrío, con entusiasmo-. Me encanta la idea. Mi plan para el resto de la noche era morirme del asco.

Johan llega a la sala de entrenamiento con una sonrisa amplia y satisfecha. No todos los días tiene ganas de entrenar de esa manera tan formal, generalmente le basta con mezclar su activa vida cotidiana y sus extrañas formas de entretenerase con la mejora de sus músculos.

Lo primero de todo es calentar. Johan empieza a correr un poco por la habitación, soltando el cuerpo. No va muy rápido, aunque podría hacerlo. No le gusta demasiado correr. Correr por correr, al menos. Es más divertido perseguir algo, correr alocadamente sin una dirección aparente o, incluso, escapar de algo. De manera que el trote pronto se convierte en carreras rápidas y breves con cambios de sentido en los que intenta no dar a su oponente pistas de a dónde se dirigirá a continuación. A ningún oponente, al de su imaginación.

Cuando siente las piernas están más flexibles y las articulaciones calientes empieza a mover los brazos. No hay que dejar de lado la parte superior del cuerpo. Especialmente cuando quieres ser mínimamente arbitrario. Gira los brazos adelante y atrás, relaja los hombros, dobla la espalda o simplemente amaga fintas mientras se mueve.

Luego empieza lo bueno.

Cuando Johan se siente suficientemente flexible, que es más pronto que tarde, empieza a alternar la carrera con ciertas piruetas. Primero hace el pino un rato. Luego simplemente corre, volviendo a hacer cambios de sentido, pero esta vez no son simples impulsos con las piernas: salta hacia adelante y rueda por el suelo, salta hacia atrás y apoya los brazos para impulsarse y acabar de pie de nuevo, hace volteretas laterales con las dos manos o solo con una o se mantiene sobre las manos un momento al apoyarse tras un salto para, después, volver al punto de origen en vez de continuar el movimiento natural.

Al cabo de un rato está seguro de que se puede decir que ha calentado correctamente, así que reposa un momento y se prepara para aprender algo nuevo.

Johan se estira y procede a tumbarse en el suelo. No es a persona más ágil del mundo, solo tiene una buena técnica, pero cree que muchas veces no es lo suficientemente eficaz al hacer todos esos saltos. Son divertidos, pero en un combate real el enemigo no da tregua, ni tampoco se para a admirar las acrobacias. Uno de los mayores problemas que se ha encontrado es el de saber levantarse si lo tumban, pero no lo suficientemente rápido como para que no sea un problema. De modo que se va a a dedicar a ello.

Lo primero, comprende, es dominar el movimiento. Sabe artes marciales, así que sabe la teoría sobre levantarse de un salto. Se dedica a repetir ese gesto varias veces. El truco está en gran parte en los abdominales y su fuerza, pero también en el movimiento de balanceo con el que consigue la inercia necesaria como para levantarse. De modo que se dedica un buen rato a tumbarse y balancearse para ganar esa inercia para, en cierto punto, impulsarse y levantarse. Algunas de las veces le sale bien, otras el impulso no es el suficiente, o no arquea el cuerpo de la forma correcta, y acaba tendido o sentado en el suelo de nuevo. Pero estos fallos, lejos de frustrarlo, lo hacen sonreír. No hay nadie que nazca aprendido.

Tras un buen rato repitiendo el movimiento tumbado sobre su espalda, sintiendo que su vientre le pide un descanso, decide tumbarse esta vez boca abajo. En este caso, razona, la clave está en el juego de brazos y piernas, así como en los músculos lumbares y dorsales. No es tan fácil como balancearse. Tiene que pensar en un instante en cuál es la postura de su cuerpo y entonces, velozmente, o lo más que puede, apoya los brazos en un movimiento firme para impulsar lo suficiente como para poder recoger las piernas y acabar en cuclillas. Cuclillas no es de pie, pero es un buen comienzo.

Nuevamente, Johan repite los movimientos, acabando alguna de las veces de forma algo inestable, cayendo hacia atrás y acabando sentado o hacia adelante, teniendo que echar las manos al suelo. Finalmente, viendo que no le sale todo lo bien que desearía, decide hacerlo más sencillo, y en vez de tumbarse se pone en posición de hacer una flexión, alternando entonces de un salto esa postura y la postura en cuclillas. Está seguro de que automatizando el movimiento le será más fácil centrarse luego en lo deprisa que puede realizarlo.

Cuando, esta vez, sus brazos le piden que pare, se levanta y los relaja un poco. Está sudando y ni se había dado cuenta.

- Una más -se dice.

Se vuelve a tumbar boca arriba. Va a probar algo similar a lo que hizo al principio, pero en vez de impulsarse con un balanceo y la fuerza de su vientre esta vez realiza un veloz movimiento rotatorio lateral con las piernas que es lo que le hace de impulso. Le parece una variable más lenta pero más efectiva. Quizás sea útil si el adversario está más lejos y la presión para levantarse rápido es menor.

Tras un rato más practicando se siente francamente cansado. Estira un poco y bebe un sorbo de agua antes de respirar hondo. Ahora necesita un baño. Pero no tiene claro si irá a los baños o directamente al lago a chapotear un poco. Hace calor.

*entrena En pie y se va*

Llego a la sala de entrenamiento con mi espada a la espalda y mi coletero puesto, recogiéndome el pelo en una coleta. Me dirijo directamente a la caja del duende, empuñando la espada y dándole un suave golpecito con una de las hojas. El ser sale de su caja y se muestra ante mí.

-Quiero luchar contra Anna -pido, seria.

La transformación es inmediata y, a todos los efectos, exacta. Espero que su poder esté a la altura. Me consta que es una buena maga.

-Adelante -invito-. Atácame. Con magia.

No me dejo dar así como así, pero tampoco me esfuerzo especialmente en devolver los golpes. Mi concentración está puesta en neutralizar los suyos, en la medida de lo posible. Es ágil y no da tregua, pero yo soy más rápida, y antepongo mi arma a sus intentos de tocarme con sus chrysantae. Por el momento, no permito que me alcance con ninguno.

Entonces cambia de estrategia, y dirige un sakröm a mi arma. Intento resistir durante un instante su capacidad mágica, me aferro a mi arma con los ojos cerrados y tiro hacia mí para contrarrestar su ataque. Pero su magia es muy superior a mi fuerza y, por más que me resisto, acaba arrebatándome las espadas de las manos.

Preparo mi defensa, dispuesta a esquivar sus espadazos, pero ni siquiera lo intenta. Se limita a lanzar el arma a sus espaldas, lejos de sí y, sobre todo, lejos de mí. Supongo que no es lo suyo. Y, a fin de cuentas, le he pedido que me ataque con magia.

En seguida vuelve a ello, esta vez conjurando un châxsio que me lanza sin dudar. De nuevo, aprieto los dientes y me preparo para resistir su potencia mágica durante un instante, sin intentar esquivarlo. La electricidad me recorre, provocándome una sensación muy desagradable y dejando un leve olor a carne y pelo quemados en el aire. No me hace mucho daño, pero tampoco es una experiencia que recomendaría a nadie.

Trato de recuperarme rápido y de moverme en seguida. Tengo que buscar la forma de llegar hasta mi arma.

*Se queda entrenando*