Sala de entrenamiento

Al final el plan que tenía con Abby de ir a montar tuvo que posponerse por la lluvia y el frío, que consecuentemente transformó los jardines y bosques en peligrosas pistas con placas de hielo. El viejo Abaddom no está para caerse de un caballo y, sinceramente, a mi tampoco me apetece un moratón en el trasero.
Después de cenar algo, decido pasarme por la Sala de Entrenamiento. No estoy familiarizado con nada de lo que pueda haber aquí dentro, pero el haber terminado de ayudante de Abaddom me ha hecho reflexionar. Me da rabia reconocerlo, pero ser el líder de una raza es toda una hazaña.
Aprieto los puños, con algo de envidia.
Reconozco que estar al abrigo de sus alas me ha revitalizado un poco las ganas de hacer cosas. Sigo bastante atolondrado por lo ocurrido con Aloe en la enfermería. Desde luego me ha dejado pensativo y ahora suelo pensar en qué tipo de vida habrá llevado esa chiquilla para terminar así.
En fin. Me aprieto los michelines que me estropean la figura y suspiro en alto, rematando con una fuerte palmada en el aire que provoca eco en la solitaria Sala de Entrenamiento.
—Bueno... se supone que tengo que ser bueno con todas estas cosas —mientras camino hacia la zona donde se guardan las armas de práctica, siento cómo el ambiente se vuelve distinto—. Oh, cierto... siempre olvido el conjuro protector de este lugar —es bueno recordar esto. Si alguna vez atacasen el palacio o simplemente tuviese algún problema, venir corriendo a este lugar puede ser una idea maravillosa. Procuraré tenerlo en mente. Veamos... repaso todas las armas a mi disposición y a cada cual, mi rostro se arruga más—. Nah... paso. Odio la sangre y eso de estar en el fragor de la batalla pegándome tortas contra un puñado de tiparracos no es lo mío... Quizá debería practicar algo de magia. Eso no se me da del todo mal —resuelvo.
Comienzo a colocar unos maniquíes con dianas en el pecho en la esquina opuesta de la Sala de Entrenamientos.
—Venga, vamos allá. ¡Aquaerum! —un amasijo de agua se forma entre mis manos y me dispongo a lanzarlo con todas mis fuerzas. Tengo la pose adecuada y mi mirada está firme en mi objetivo—. ¡Ahí va! —lanzo, pero el Aquaerum parece mareado y lentorro y avanza en zigzag en vez de ir en linea recta. En vez de una esfera de agua contundente, parece un flan volador que termina por desparramarse por el suelo sin llegar a su objetivo—. Venga ya... —gimoteo, con la espalda encorvada y los ojos más caídos que de costumbre.
—Tiene que haber algo que me sirva para entrenarme para ser un guerrero de estos... —rebusco entre todas las armas y entonces encuentro una cajita pequeña. Frunzo el ceño. ¿Qué diantres será esto? Me encojo de hombros y decido abrirla.
—¡Ah! —la suelto al instante, pues cientos de explosiones coloridas dejan paso a un señor sentado sobre su cabeza.
—¡Yujuuuuu! ¡Al fin algo de entrenamiento!
—¿¡Pero qué leches!? —abro los ojos como platos y me quedo con cara de lelo viendo a aquel viejo barbudo flotando en el aire y que ha comenzado a jugar con su cabeza como si fuese un balón. Me doy cuenta entonces que en la caja viene también un papelito. A cuatro patas, me hago rápidamente con la caja para leerlo:


—¡Caracoles! ¿Eres un Duende de verdad? —pregunto, intercalando la vista entre el papelucho y el ser mágico que tengo delante.
—¡Ajujú! ¡Claro que soy un Duende y estoy super contento! ¡Venga, venga, ¿qué entrenamiento quieres? —el duende se atornilla la cabeza dándole un montón de vueltas sobre sí misma sobre sus hombros y se aparece justo delante de mi, pegando su narizota a la mía—. Mmmm no pareces dominar la espada... —me aprieta un brazo como si estuviese catando un melón en la tienda para ver si está maduro. De pronto, uno de sus ojos se sale del sitio y examina el charco provocado por mi Aquaerum—. Y desde luego no pareces gran cosa con la ¡MA-AGIA! ¡Menuda birra! —hace aparecer una cerveza en su mano derecha y se la vierte por la manga, empapándose—. ¡Digo birria! BRRRR ¡Qué frío! ¡Eres un patán! —de pronto, en mi camiseta aparece la palabra "PATÁN" escrita y hace que me salgan patas de pato.
—¡Oye tú! ¡Duencecillo de las narices! —en cuanto digo narices, mi nariz empieza a crecer y parece querer llegarme al suelo—. ¡Aaaah! ¡Para de una vez! —comienzo a perseguirlo.

—Empezaremos por lo básico... ¡Siiiii! Lo único que tienes que hacer para que te devuelva a la normalidad es... —El Duende crea una réplica de sí mismo en miniatura que empieza a correr por toda la Sala de Entrenamiento— ¡Capturar a Conejo! ¡AHAHAH! —y entonces, desaparece—. Jujujuju~~







—¡Maldito seas! ¡No puedo correr con estos muslos de pato y esta nariz de goma! —me quejo mientras me enrosco la nariz como si fuese una bufanda.

*se queda intentando capturar a Conejo*



Edit:

Tras veinte minutos corriendo detrás de aquella copia del Duendecillo llamada Conejo, termino por pisarme la nariz y rodar un buen trecho, quedando patas arriba -y nunca mejor dicho-
—Duende de Cho...nplendinker —agonizo boca arriba—. ¡No puedo más! —imploro.

A los pocos segundos, aparece el Duende real nadando a braza por el aire.
—¿Te rindes PATÁN? —rompe a reír—. ¡Nadie puede vencer mis entrenamientos! ¡Y menos un PATÁN como tú CHUUUCHUUU! —se ríe tan fuerte que se separa la boca y me la deja a la altura de la oreja para ser más molesto todavía—. Bueno, está bien. Es tu primer entrenamiento conmigo así que no seré muy cruel. Aquí me tratan bien y no quiero perder este trabajo, así que por esta vez, te dejaré marchar, pero si ni si quiera puedes atrapar a Conejo, ¡no servirás nunca para nada! ¡Cualquier guerrero de Brontë que se precie es capaz de superar esta prueba sin despeinarse! ¡Inútil! —su boca le vuelve al sitio tras decir eso— ¡Esta vez te dejo marchar! —remarca—. Pero la próxima vez tendrás una penalización extra. ¡Ya te puedes espabilar si quieres superar mis entrenamientos, renacuajo! —chasquea los dedos y vuelvo a la normalidad.

Rápidamente me pongo en pie y me sacudo la ropa. Ni rastro del Duende.
—Bicho maldito... —cojo su caja y la tiro al lugar de donde la cogí. Estoy enfadado.


*se va*

Me he fijado que los tablones están bastante colmados de misiones. Estamos teniendo bastantes recados en los últimos tiempos. La fama del Ejército Arcoíris está cogiendo bastante popularidad por lo visto. Aunque la mayoría de misiones no suelen ser muy complicadas la verdad. Sin embargo, esa no es excusa para no estar en forma. Hoy quiero practicar mi capacidad para levantarme del suelo si me derriban.
Comenzaré con carrera. Troto durante veinte minutos para entrar en calor. Canto mentalmente canciones y mantengo conversaciones conmigo misma para que se me haga más llevadero. Cuando noto que mi cuerpo está a punto, añado unas pesas en los tobillos y muñecas. Uf… esto pesa.
Decido correr un poco más con los pesos extra, esta vez solo durante quince minutos. Quiero mejorar mis capacidades de velocidad, por lo que practicar con peso extra es una de las mejores formas. Así, cuando no lleve los pesos, me moveré más rápido.
Bien. Ahora me tumbo en el suelo boca arriba e intento elevar las piernas hasta quedar en forma de “L”. Es muy complicado. Noto cómo me arden los abdominales. Tras cinco intentonas, tengo que descansar. Es muy duro. Decido darme la vuelta y hacer flexiones. Si quiero aprender a ponerme de pie tras recibir un ataque, necesito que mis piernas y pies puedan levantar mi peso sin problema alguno.
[…]
Cuando la mañana termina, tengo el pelo pegado a la cara y mi cuerpo tiembla. No puedo más. Decido quitarme las pesas de manos y pies y en cuanto lo hago, me siento muy extraña. Voy a intentarlo.
Me tumbo boca arriba, como si acabase de recibir un golpe de un enemigo que me ha dejado en el suelo. Concentro toda mi fuerza en las piernas para intentar elevarme. Mis manos también se propulsan contra el suelo e intento ponerme de pie lo más rápido posible.
No lo consigo del todo. No consigo elevar mi cuerpo la suficiente altura como para desplazar el centro de gravedad y no caer de nuevo a plomo contra el suelo. Sin embargo, estoy contenta con los avances. Muy contenta. Si sigo así, pronto dominaré esta técnica.

*se va*

El hielo de la noche había convertido las vidrieras en hielo puro y la nieve se acumulaba en las bases de estas. Desde el interior de la Sala de Entrenamiento, observo cómo un par de chiquillos del servicio retiran dicha nieve con unas paletas pequeñas. Les saludo desde dentro. Parecen ocupados así que no quiero molestarles demasiado. Sin embargo, chasqueo la lengua. No esperaba tener público… se me pasa por la cabeza la idea de dar media vuelta y volver a cama. Tentado estoy, desde luego. Ya vendré a entrenar cuando no haya nadie. Ahora están despistados, pero seguro que, si me pongo a entrenar, se van a quedar viendo cómo lo hago. No quiero ser el hazmerreír del palacio, por lo que usar al Duende queda descartado en esta ocasión. Además, sigo sin un arma decente para atrapar a su copia y mis hechizos son bastante churro.   ¿cómo puede ser que no sepa qué entrenar? ¡Se me da mal todo! ¡Tengo un montón de cosas que mejorar!
Me quedo unos segundos en el centro de la Sala de Entrenamiento, pensando en qué hacer. Maldición, los limpiacristales están cuchicheando algo. Puedo sentir sus risillas al otro lado del cristal al verme aquí parado como un pasmarote. Tsk…
Ojalá… ojalá pudiese volverme invisible. Me siento en el suelo y me pongo en posición de meditación. Podría… podría intentar un Nairea. Me tenso de solo pensarlo. Mi magia no es estable. Tenía aptitudes en el pasado, pero ahora… Venga. Voy a intentarlo. El entrenamiento de hoy será en hacer un Nairea para que ese par de cabeza de chorlito dejen de reírse de mí.
Cruzo las piernas y envuelvo mis rodillas con las palmas. Espalda recta y respiración pausada. Abdominal, a poder ser. Tengo que dejar la mente en blanco. Quiero sentirme relajado para sentir la magia piscis fluir por mi interior y así poder canalizarla. La teoría me a sé. Sé que la magia piscis es muy dúctil y puede adaptarse bien a cualquier situación, como el agua misma. Venga Gabi, medita. ¿Estoy meditando? Quizá debería dejar la mente en blanco y decir: “Nairea”, “Nairea”, “Nairea” hasta que salga. ¡Pero si estoy diciendo Nairea, no estoy dejando la mente en blanco! Qué royo es hacer magia. Voy a dejar de pensar de una vez y a centrarme en mi respiración.
Venga.
…
Me viene una duda a la mente. Si estoy centrándome en respirar… ¿estoy dejando la mente en blanco? Gabi, cállate, maldita sea. Relaja los hombros. Eh, funciona, me siento mejor.
…
¿Cuánto tiempo llevaré así? Ni idea, pero estoy comenzando a dejar la mente en blanco durante más cantidad de tiempo, así que creo que voy por el buen camino. Me siento bastante relajado la verdad. Voy a seguir un poco más. Para hacerlo, pienso que la oscuridad que veo al tener los ojos cerrados es un lago por la noche. Cada pensamiento es una perturbación en la superficie así que debo dejar de pensar. ¡Odio que hablar consigo mismo sea pensar! Mi “lago interno” está vibrando como un flan ahora mismo. Venga, vamos a seguir un rato más. Despliego todas mis membranas, de pies manos y orejas para forzarme a percibir cualquier sonido e integrarlo a mi entrenamiento de paz mental. Abaddom me dijo que es importante ser reflexivo con uno mismo. Me concentro e intento escuchar lo más lejos posible. Primero mi respiración. Mi tripa sube y baja lentamente. Cuando ya he integrado ese sonido en mí y ya no me resulta una distracción, avanzo. Puedo escuchar a los chicos del servicio con sus palas quitando nieve.
Tras un buen rato, los quehaceres del servicio se han vuelto sordos para mí. Intento ir más allá e intentar escuchar algún pajarillo a lo lejos, más allá de los cristales, más allá del Hall. Quizá en los jardines cante alguno.
…
Lo oigo…
Oigo a uno.
—Nairea… —dejo salir el hechizo de mi boca y, mi mente regresa de los jardines sobresaltada por la orden mágica que acabo de dar.
Abro los ojos y todo es blanco. Lo he conseguido. Es un Nairea fabuloso. Denso y compacto. No quiero moverme demasiado por si lo mando todo al garete, pero debo intentarlo.
Me pongo lentamente de pie manteniendo el ritmo en mi respiración y doy un par de pasos. Puedo notar la magia salir de mí. Me siento como una sartén al fuego. Puedo ver la magia ondulante brotar de mis brazos como si fuese el calor de una sartén o de una hoguera. Sigo con la mente tranquila, taimada. He conseguido hacerme con el control de mi magia o al menos eso creo. Junto las yemas de mis cinco dedos entre ellas.
—Aquaerum —conjuro.
Una esfera de agua se crea en el espacio entre mis palmas, aunque rápidamente comienza a desparramarse por los espacios que quedan entre mis dedos. Me tenso al ver la poca estabilidad de mi Aquaerum y aquello solo empeora las cosas, pues parece derretirse con más rapidez hasta el punto en el que noto como gotea.
Venga Gabi… es un Aquaerum. Un simple Aquaerum.
Intento tranquilizarme y transmitirle una respiración pausada al agua que forma el hechizo. No le quito los ojos de encima.
Tras varios minutos, la cosa parece haberse calmado y el agua se repliega de nuevo al interior de mis dedos. Se compacta y comienza a girar lentamente sobre sí misma. Ahora… ahora sí. Un Aquaerum redondo y funcional.
Separo una de las manos, temblorosa y deshago el Nairea con un barrido circular. Noto como mi piel deja de emitir magia y de pronto me siento muy cansado.
Estoy sudando.
Estoy sudando mucho. Aprieto el Aquaerum con fuerza, como si fuese una pelota sólida y emito un grito con toda la energía acumulada en mí.
—¡Aaaaaaaaaaah! —la lanzo con toda mi fuerza contra uno de los muñecos de práctica que adornan el fondo de la Sala de Entrenamiento y consigo mandarlo por los aires.
Me dejo caer hacia delante y apoyo las palmas en los cuádriceps, agotado. Sin embargo, me siento mejor. Algo distinto, como que mi interior está en paz o más taimado.
Ahora… ahora solo me queda trasladar esta sensación de autocontrol al campo de batalla. Eso va a ser más complicado. Hacer todo esto de forma fluida… suspiro.
Me voy a la ducha, contento por mis avances.

*se va*

El otro día me quedé con unas agujetas horribles. Sin duda, debo ser más constante en mis entrenamientos si no quiero que mi cuerpo se resienta.
Me he estado informando y para poder hacer bien esta técnica debo hacer la mayor cantidad de fuerza posible con los abdominales.
Me veo la tripa, preocupada. ¡No quiero perder mi figurín llenándome el cuerpo de bolas musculosas! ¡A los chicos no les gusta acostarse con chicas super musculosas. ¿No? ¿O sí? No sé. Me abofeteo un par de veces las mejillas: Nagore, cuando encuentres a uno que quiera ser tu novio, entonces preocúpate de eso. Ahora debes seguir mejorando como guerrera. Además, si te quiere, te aceptará con músculos o sin ellos. Espabila, niña.
Decido pues calentar un rato.

[...]

Tras unos buenos veinte minutos de estiramientos, carrera y demás ejercicios, noto el cuerpo a punto, por lo que mi primer ejercicio consistirá en sentarme con las piernas estiradas Me preparo para echar el cuerpo hacia atrás después de tomar una buena cantidad de aire. Bien.
Ahora voy elevando las piernas hasta poner mis rodillas lo más cerca posible de mi cara. Noto cómo mi cuerpo se va comprimiendo como un muelle. ¡Como duelen los abdominales! Apoyo las manos en el suelo para tomar impulso.
Me concentro para sacar fuerza de las piernas y del empuje de mis manos y...¡ZAS! apunto con las piernas hacia el techo con mucha fuerza para que empujen y tiren de mí sobre mi vertical. A la par, empujo con las manos el suelo, con fuerza. Impulso todo el cuerpo hacia arriba y hacia delante, hacia donde quiero ir.
Noto cómo caen mis piernas y mis manos ya se han despegado del suelo. ¡Estoy en el aire!
Ahora viene el momento clave: ¡comprimir el abdomen para mantener esta posición rígida en el aire y no parecer una bolsa arrastrada por el viento! ¡Aaaagh!
Mis pies buscan el suelo y busco la vertical con mi tronco.

¿Lo he hecho? ¡Genial! ¡Me ha salido!
¡Voy a practicarlo más!

[...]

Al cabo de un rato, estoy agotada. Noto los abdominales palpitar y punzantes, como si tuviese un alfiletero clavado. Suficiente. Me voy a la ducha. Estoy muy contenta con mis avances. El siguiente entrenamiento pondré estos movimientos en práctica contra un combate real contra el Duende.

*se va*

Qué aburrimiento. He estado pensando sobre qué arma debería utilizar y desde luego he descartado cualquiera en la que tenga filo. Odio la sangre. Odio sentir el corte de la carne. ¡Brrrr, qué asco! Así que me decido, de momento, a practicar mi puntería.

Coloco un monigote de paja en el otro extremo de la sala y me alejo lo máximo posible.
—¡Aquaerum! —lo lanzo sin pensar al objetivo, pero está demasiado lejos y fallo. Debo pensar más en lo que hago...
Invoco dos más.
—¡Aquaerum!, ¡Aquaerum! —esta vez tendré el doble de oportunidades.
...
Maldición. He fallado ambos. ¿Debería acercarme un poco? No. Tengo que conseguirlo. Si quiero cumplir mi objetivo, tengo que darle. Seguro que Abaddom puede golpear a ese muñeco sin perder ni una pluma. ¡Vamos allá!
Decido esta vez concentrarme y dejar de ser un cabeza hueca.
—Aquaerum —esta vez lo invoco de forma pausada y centrándome en lo que estoy haciendo.
Me tomo mi tiempo para lanzar. Clavo mi vista en el objetivo y respiro con tranquilidad. Tenso los músculos de la mano y sujeto el Aquaerum con fuerza. ¡Ahí va!

ZUM~~

Le rozo un brazo al monigote de paja.
—¡Genial! ¡Esto ha estado mucho mejor! —estoy contento y doy un brinco. Sin duda este entrenamiento me servirá en el futuro sin duda. Voy a seguir intentándolo para comprobar que no ha sido suerte.
—Aquaerum —tomo mucho aire y lo dejo salir por la boca lentamente. Hundo mis ojos en el muñeco. Intento calcular la trayectoria por dónde quiero que vaya el Aquaerum y calculo la fuerza que más o menos necesitaré. ¡Ahora!
Lanzo de nuevo.

ZUM~

¡Bingo! Golpeo de nuevo un brazo del muñeco. No es el centro, pero bueno. Es el primer entrenamiento.
Suficiente por hoy. Me voy satisfecho.

*se va*

Aloe entra en la Sala de Entrenamiento. Viene sola y trae bajo el brazo un libro fino. Repasa las últimas líneas de la página indicada y se prepara para aprender un conjuro nuevo.

Invoca al Duende.
—Hola, Duende. Quiero practicar un hechizo defensivo. Quiero que me ataques hasta que consiga crear una barrera de luz. ¿Lo has entendido? —pregunta.
—¡Atacar sin parar!
—Es mi primer entrenamiento con este hechizo. No seas brusco —sugiere, recordando lo que Gabriel le había contado sobre el Duende y sus travesuras.
—Está bien. Usaré una pelota. ¿De acuerdo? —pregunta el Duende.
—Genial.

Aloe se pone en situación y coloca las manos como se indicaba en el librito que traía. Observa la pelota volar hacia ella.
—¡Dënth reck! —dice en voz alta. Pese a todo, la pelota le golpea en un hombro.
Suspira.
—De nuevo —ordena.
El Duende obedece y se aparece al lado de la pelota para volver a lanzársela.
Repite la operación.
—¡Dënth reck! —esta vez Aloe intenta acumular gran cantidad de magia en sus dedos y se la imagina creando una pantalla luminosa.
La pelota le golpea una rodilla pero esta vez con menos fuerza.
—Bien... —susurra—. Otra vez, Duende.

[...]

Al cabo de un par de horas, Aloe ya es capaz de generar una cortina de luz tenue entre el proyectil y su cuerpo, de modo que la pelota, aunque consigue golpearle, lo hace de una forma atenuada.
Aloe termina el primer entrenamiento con un buen sabor de boca que sin duda su desarrollado gusto, disfruta, poniéndola de buen humor.

*se va*