Bosque

Camino entre los árboles, mirando a mi alrededor con mi kusarinaga en la mano derecha y su cadena en la izquierda, alerta. Controlo el nivel de mi respiración, su intensidad, el sonido que genera, mientras miro a ambos lados a cada nuevo paso que doy, corto.

El filo de mi arma está manchado de sangre. La bestia no era demasiado grande, pero sí resistente. Huyó en cuanto la herí, pero no sé por cuanto tiempo.

El maldito ataque de la bestia-ni siquiera pude verla bien, pues sucedió por la noche- me hizo perder el rumbo. Sin embargo he logrado recuperarlo durante las horas de la mañana y ahora, si la información que he recibido no es falsa, debería encontrarme a poco más de un kilómetro de mi objetivo: el Palacio de Brönte.

Jadeaba corriendo sin rumbo, manchado de sangre. El sudor recubría todo mi cuerpo y la ropa se me pegaba a la piel, pero no me importaba. Ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba corriendo, pues no tenía importancia en aquel momento.

Las imágenes de todos aquellos cuerpos seguían apareciendo claras en mi mente. Ni uno de los seis había sobrevivido. Mis esfuerzos habían sido inútiles. Aquel que hubiera hecho aquello iba a probar el filo de mi espada.

Me detuve en seco al ver una figura femenina entre los árboles. Primero pensé en llamarla y pedirle ayuda, pero entonces vi el arma ensangrentada que llevaba entre las manos y lo comprendí: había encontrado a la culpable de aquella masacre.

Desenfundé a Värdjas y, sin pararme a pensar en el cansancio que me dificultaba el respirar, cargué contra ella sin perder un instante.

- ¡¡¡MALDITA!!!

Unos pasos nada sigilosos me hacen girarme. Un hombre robusto se encuentra a pocos metros de mí. Poco más puedo observar, pues lo primero que hace nada más verme es lanzarse contra mí manejando un manodoble. Supongo por esta reacción que será alguna especie de loco, por lo que ignoro la maldición que me dedica y adopto una posición defensiva, haciendo girar mi arma varias veces para que tome velocidad y, posteriormente, lanzando la hoz en dirección a su cara.

Mis rodillas se mantienen levemente flexionadas, preparadas para cualquier clase de impulso.

Pese al valor con el que ataqué inicialmente, tuve que detenerme al ver que mi enemiga, lejos de dejarse ajusticiar noblemente, pretendía hacer lo mismo conmigo que con los viajeros que me acompañaban, a los que debía de haber asesinado con esa misma arma.

Utilicé mi espada para golpear su arma, de forma que fuera desviada hacia la izquierda, y tomé impulso de nuevo para proseguir con mi carrera, dispuesto a vengar a aquellas personas.

- ¡¡AAARGH!!

Frunzo el ceño al ver su reacción: seguir corriendo hacia mí. ¿Qué clase de loco es?

Sin perder un instante en ello, retrocedo una buena distancia de un salto mientras tiro de la cadena de mi kusarinaga con fuerza, procurando que el psicópata quede en su trayectoria para que reciba la punta en la espalda y ya, de paso, recuperar mi arma para poder atacar de nuevo.

- Tsk...

Desde luego, esta es la clase de cosas que solo le pasan a las personas como yo, que no han molestado a nadie.

Corría hacia ella. La tenía cada vez más cerca, pero la muy arpía me tomó por sorpresa al tirar de la cadena que llevaba en la mano, la cual estaba atada a la extraña hoz que me había lanzado. Enseguida noté un dolor agudo en el hombro y apreté la mandíbula.

- Así que también quieres acabar conmigo, ¿eh? -gruñí-. ¡¡PUES NO TE VA A SER POSIBLE!!

Alcé ambos brazos con energía, pese al dolor de mi hombro, que me dificultaba la tarea, y lancé un espadazo vertical con fuerza directamente a su cabeza. Así aprendería a no atacar a personas indefensas.

El trastornado se me viene encima pese a haber recibido mi ataque en pleno hombro.

- ¡¿Qué demonios te pasa?!

Pero, en vez de responder como un ser civilizado, se prepara para dividirme por la mitad, lo cuál no entra en mis planes.

-Chrysantae... - susurro.

Dado que mi arma es completamente de metal, la descarga llegará directamente a su hombro, en el cual está clavada. Sin soltar la cadena, aprovechando la amplitud de su ataque, me escurro hacia la izquierda para evitar la enorme espada y, una vez a salvo, lanzo una patada contra su entrepierna, sin miramientos, atenta a su contraataque.

Al fin, el loco parece algo abatido. Lo miro con cautela, sin saber bien qué hacer. Tal vez si arranco mi arma de su hombro el dolor le haga contraatacar.

Finalmente, manteniendo una distancia aceptable -pero a su vez sin soltar la cadena- y gruñendo para mis adentros, me atrevo a alzar la voz.

- No sé con quién crees que he acabado, pero estás confundido-. Hablo con desgana, pero esta no era mi idea de "llegar perfectamente al palacio"-. Así que déjame seguir mi camino y no te haré nada.

Alcé la cabeza lentamente, observando a la joven. Tenía los opacos ojos de una asesina. Sin embargo ella pareció creer que me engañaría con sus mentiras, diciendo que ella no había matado a aquellos indefensos viajeros.

Aproveché su bajada de guardia y el hecho de que su arma estuviera en esos instantes alojada en mi hombro para, rápidamente, cargar contra ella y, sujetando su garganta, empotrarla contra un árbol cercano.

- ¡NO TE CREO! - bramé-. Y ahora vas a morir, maldita...

Sonreí. Desde luego, estaba quedando muy heroico al vengar a aquellos viajeros.

Hice presión con mi mano sobre su cuello, alzándola unos centímetros del suelo.

- Reza lo que sepas a tu maldito dios de la muerte.

Procuro mantener la calma en cuanto me veo empotrada contra un árbol. El golpe hace que me vea obligada a exalar la mayor parte del aire de mis pulmones, además del dolor en la espalda que conlleva. No solo está loco, también es fuerte. Esa fusión de características debería estar prohibida, pero ahora no es momento de plantearse cosas como esa.

Me cuesta respirar, aunque es normal, teniendo en cuenta que estoy siendo elevada del suelo por el cuello. Por lo bajo, invoco otro chrysantae, aún a riesgo de que solo lo enfurezca más. Poco a poco, sin embargo, la ausencia de oxígeno hace que relaje las manos y suelte mi arma, llevándolas a sus brazos, en pos de fuerza para obligarlo a soltarme.

Todo empieza a ser más difuso, pero mantengo mi mirada fija en él, sin pestañear. No puedo mostrar debilidad ante un cualquiera. Cuando esto acabe, ya tendré tiempo de arrepentirme por bajar la guardia, aunque fuera un segundo.

Mis alas me impulsaban con gran fuerza, casi triplicando mi velocidad. Pude presentir rápidamente donde se encontraba la fuente de energía, y llegue a ella de forma aún más fugaz.

Observé el panorama: una bella joven estaba empotrada contra un árbol por un brusco y soso hombre de cabellos rojos.
Me coloqué al lado del chico con un Instantanae.

- No deberías de abusar de las mujeres sólo porque resulten inevitablemente atractivas - comenté mientras desplegaba y colocaba mis garras afiladas en contacto con su garganta.

Dirigí mi mirada hacia los ojos opacos de la dama.

- ¡Venga, suéltala! - Ordené con un grito acompañado de pequeños perdigones de saliva -. Antes de que te rebane el cuello - añadí volviendo mi mirada al chico.

De pronto, como surgido de la nada (y realmente apareció a mi lado), un hombre se encuentra junto a mí. Lo reconocí como un Aether por sus evidentes alas y las garras con las que me amenazaba.

- No sabía que tuvieras cómplices... - siseé con furia a la asesina, bajándola al suelo-. ¿Qué vais a hacer ahora conmigo? ¿Matarme por haberos descubierto, asesinos? No me importa. El que será recordado por su nobleza seré yo, y a vosotros os perseguirá la vergüenza eternamente.

La aparición de un Aether parece ser mi golpe de suerte esta vez. Aunque el hecho de serntirme como una "dama en apuros" no es precisamente agradable, no puedo negar que realmente estaba en apuros, por lo que, en cuanto el psicópata me suelta, me alejo un poco de él y me pongo a escuchar la sarta de estupideces que empieza a soltar sin hacerle mucho caso y, por supuesto, sin gastar mi preciada saliva en contestarle.

Me gustaría largarme de una vez, pero he de esperar a que me devuelva el arma que lleva incrustada en su hombro.

El hombre soltó a la bella y atractiva joven de piel bronceada. Tras eso comenzó a soltar una sarta de mentiras.

- No sé si sabes con quien estás hablando... - advertí quitándole de la espalda una misteriosa arma que tenía clavada.

La examiné y, entre metal y sangre, diferencie dos partes: una cuchilla y una cadena. Deduje que quizás la había clavado la joven en la espalda del bruto y descortés caballero.

Dirigí una mirada amenazante a los dos presentes que les advertía de que mejor no se volviesen a acercar.

- ¿Venís al palacio de Brontë? - Pregunté al ver que los dos tenían armas.

El compañero de la asesina me quitó, al finl, el arma que tenía clavada en el hombro. Eso, junto con sus palabras, me hizo deducir que a lo mejor no eran realmente compañeros lo que me tranquilizó un poco.

- ¡Acudo al Palacio a prestar mi ayuda para luchar por la paz! Ella... -. La miré de reojo mientras hablaba-. Ella ha asesinado a unos viajeros a pocos kilómetros de aquí. Seguro que forma parte de ese bando al que debemos derrotar los heroicos guerreros de Mithos.

Evito responder nada a la sarta de sandeces que el psicópata suelta con cada exalación de aire. Parece, de hecho, ser una respuesta inconsciente de su cuerpo eso de decir una estupidez tras otra. En lugar de ello, centro mi atención en el Aether.

- Recibí la llamada y vengo al Palacio -. Asiento-. He de advertir también que esta noche me atacó una extraña bestia con la que no pude acabar. Debe de rondar los alrededores.
Observo mi arma en las manos del hombre sin hacer comentarios, esperando.

Parecía que el hombres tosco estaba algo confundido. Aseguraba que la bella dama era una asesina miembro de la más oscura organización de Mithos, mientras que lo único que había hecho era haber peleado contra un monstruo que rondaba el castillo. De cualquier modo, los dos estaban dispuestos a ingresar en el castilo, ¡qué bien!

- Al parecer sois víctimas de lo que se llama un... error - dije con una sonrisa.

Observé el arma que sostenía en mis manos y luego comprobé que la chica no poseía nada con lo que atacar.

- ¿Es tuya? - Pregunté dirigiéndome a la hermosa doncella sujetando la cadena entre mis dedos índice y pulgar de la mano derecha - Es muy chula -. Añadí metiéndola en un saquito que llevaba enganchado al pantalón - por ahora será mía.

Dirigí mi mirada a los dos.

- ¡Ah, sí! ¡Dejad que me presente! Soy un jefe Aether, ¡el mejor de todos! ¡Timber! - Exclamé engrandeciendo mi sonrisa.

Aunque en principio no tenía por qué creerme las palabras de la asesina, decidí colaborar con el que se presentó como Timber, jefe de, supuse (y luego supe), Aether, pues le confiscó el arma a la arpía esa.

- Yo soy Rick Denhel -.Sonrío-. Un placer conocerlo, señor Timber.

Lo de ese supuesto error ya sería zanjado más tarde, a solas con la asesina.

- ¡Estaré encantado de formar parte de ese ejército que van a formar aquí! ¡Todos temerán a mi espada!

¿Un error? Estaba claro. Desde el principio. Aunque no sé si el error fue el nacimiento del psicópata o la confusión que tuvo. No obstante, ahora que el problema parece "zanjado", me limito a callar mientras el tipo ese berrea como un loco.

Timber... No necesito más datos para saber quién es. Asiento, quitándole importancia al hecho de que se quede con mi arma. Al menos de momento.

- Soy Alehyss Lester.

¿Y para qué añadir más? Si ya no es agradable hablar con desconocidos, menos lo es hacerlo cuando han estado a punto de asfixiarte. En este momento solo deseo descansar un poco y, ¿por qué no?, darme un buen baño para quitarme la mugre del viaje. Luchar contra el mal no implica oler mal, que yo sepa.

Rick Denhel, así aseguró que se llamaba el pelirrojín, parecía muy entusiasmado con la idea de participar en el "ejército" improvisado. Mencionó algo así como que todos temerían su espada.

- ¿Espada? - Pregunté tras haberme dado cuenta de que la había olvidado -. Dámela - ordené dirigiendo mi brazo hacia él.

No tenía por qué dar explicaciones, era un jefe Aether, y ninguno de los dos me lo iba a negar.

- Alehyss - así se llamaba la joven princesa Chrysos -. Me gusta tu nombre, algún día me enseñarás a escribirlo - comenté jocoso.

Miré a ambas personitas.

- Cuando queráis partimos al castillo - ofrecí esperando una respuesta por parte de los dos.

Dado que yo había puesto mi arma a su servicio, no pude negarme a entregársela en cuanto me la pidió. Tome con cariño a Värdjas del suelo y se la tendí por el filo, de forma que pudiera cogerla sin cortarse, mostrando así mis buenas intenciones.

- ¡Por mi parte, señor, partiría al castillo ahora mismo! -exclamé entusiasmado.

De pensar en luchar por el bien de Mithos me sentía vibrar de emoción. ¡Me moría de ganas por empezar!