Bosque

La voz de Lea me sacó de aquella ensoñación en la que la mjjer de la prueba de valor del bosque contorneaba sus curvas frente a mí, sonriendo seductora e invitándome a cosas que nunca haría con mujeres que no fueran Inger.

-Sí, sí -dije, algo mareado, frotando aún la zona ensangrentada-. No es nada...

Con cuidado, me incorporé y trepé con torpeza, consiguiendo, finalmente, llegar a la cima. Una vez allí, Telma vino junto a mí a saludarme, cariñosa. La acaricié con una sonrisa.

-Mejor así, eh... -susurré, hundiendo la mano en su pelaje y, finalmente, abrazando su peludo cuerpo.

Telma mugió, contenta.
Alcé la vista para mirar a Lea.

-Muchas gracias... ¡No todos hubieran hecho la noble acción que tú con ese arrojo!

Al final, parece que lo de Rick no es para tanto, y pronto está arriba otra vez, de nuevo ocupado en Telma. Se dirige a mí, y yo niego con la cabeza, con una sonrisa dulce.

-No es nada. Cualquiera habría hecho lo mismo. Además, estaba preocupada... -repongo, tratando de quitarle importancia.

Me agacho junto a Telma para examinar de nuevo la pata. No tiene tan mal aspecto, en realidad. En unos días estará bien si se la cuida un poco. Alzo la vista hacia Rick.

-Telma se ha torcido una pata -informo-. La tiene un poco inflamada. Sé un poco de estas cosas... Llevémosla a los establos a que descanse. Allí te explicaré cómo tratar la lesión. No es grave ni complicado, pero es mejor tratarlo.

Rick acepta y, acompañados por la pequeña, nos dirigimos de vuelta a Brontë.

*Se van*

Maldito día soleado de mierda y malditos todos los que salen a la calle con sol como si la luz no quemase las retinas de sus jodidos ojos. Me cago en los muertos del que haya decidido colocar esa bola ardiente y terriblemente molesta en el cielo como si nos gustase a todos. Aunque eso me pasa por salir de mi casa en vez de quedarme en Caligo. Aunque claro, el ejército de allí... Demasiado severo para mí, al menos por lo que me ha dicho siempre mi padre.

Tras intentar aprovechar que no llueve para dar una vuelta, termino refugiándome, asqueada, bajo unos árboles. Comienza una cuenta atrás. ¿Cuántos segundos aguantaré aquí antes de largarme a un sitio oscuro?

*se queda un rato y luego se va*

Corría ágilmente por el bosque, entre los árboles, esquivando los que eran necesarios para seguir avanzando con la presteza que solo los verdaderos caballeros nobles eran capaces de obtener de la naturaleza. Era importante conocer el terreno con luz por si algún enemigo llegaba a cegarme alguna vez. El palacio no podía quedar desprotegido solo porque una bestia cegadora acabase con nuestra visión.

Una enorme raíz enrevesada, malvada, apareció ante mí. Con un bello movimiento de caballeros, la salté, y un leve rayo de luz iluminó una de mis nobles gotas de sudor al duespenderse de mi frente y caer. Todo yo, concentrado, era poesía en aquel momento. Hermosa y masculina poesía.

Finalmente, jadeando, pero no de cansancio, sino de efusivo bienestar, yo, Rick Dehnel, conseguí aferrarme a la rama de uno de los árboles, fuerte y vigorosa como mi dragón en muchas ocasiones. La fuerte rama me sostuvo, permitiéndome hacer flexiones de brazos con las que alzar mi cuerpo del suelo, ejercitando de aquel modo mis heroicos bistecs.

Telma llegó cansada, un poco después. Su heroicidad no era tan grande como la mía, por lo que se había quedado atrás.

*entrena, luego se va*

Telma y yo hemos acabado en el bosque, resguardadas en una cueva que allí hay. Sin embargo, pese a la calma que nos rodea, no he conseguido pegar ojo en toda la noche, así que me he limitado a vigilar a la pequeña. Aún de madrugada, he visto aparecer a un orkrich y dos boros, lo que me ha llamado la atención. ¿Incluso los boros han huido?

Tras llamarlos y despertar a Telma, me pongo en marcha. Si ellos están por aquí sueltos, tiene que haber más por el bosque. Con algo de suerte serán muchos. Seguida por mi séquito, me interno entre los árboles en busca de más animales extraviados.

*Pululan por el bosque*

Zacharyas atravesaba el bosque con cautela. Pese a la hora que era, los acontecimientos habían trastocado sus horas de sueño, de modo que, a pesar de la luz que brillaba a aquellas horas, se había atrevido a salir del palacio. Aunque, por supuesto, no lo había hecho sin una buena razón. Según había escuchado, los chicos del servicio habían estado llevando a los caídos al lago, y el caeruleus sentía cierta curiosidad por saber quiénes habían muerto, así como por sus estados. Quizás así, de todos modos, lograse averiguar si algún conocido no había sabido enfrentarse a las circunstancias.
De todos modos, no había nada de malo en fallar y morir.

Por el camino, aunque iba enfrascado, se encontró a Lea. Llevaba mucho tiempo sin ver a aquella flamma, con la que apenas había interactuado y, aunque en aquel momento tenía poco tiempo para pararse, creyó que en aquella situación extraordinaria no saludar sería visto como un acto de mal gusto, de modo que se detuvo, contemplando extrañado los animales que llevaba consigo.

-¿Necesitas ayuda? -inquirió con tono neutro, mirándola curioso.

Había visto un caballo de camino. ¿Quizás los estaba sacando a pacer?

Una figura encorvada aparece en nuestro camino. Desde luego, no es un animal, pero aún así me acerco. Cuando estoy a poca distancia me doy cuenta de que era Zacharyas, el caeruleus del observatorio. A su pregunta, me encojo de hombros. No estaría mal que alguien más buscara a los animales, pero no quiero añadir humanos a mi grupo.

-Estoy reuniendo a los animales extraviados -explico-. Con todo el jaleo de anoche, han debido de soltarlos o se han escapado. Si encuentras alguno, ¿crees que puedes mandarlo de vuelta?

La mayoría de la gente estará ocupándose de personas, y por eso mismo yo cubro esta tarea. Sin embargo, soy consciente de lo difícil que resulta conseguir ayuda en la misma.

Zacharyas la contempló mientras hablaba, comprendidendo al fin lo que hacía. Asintió, y al hacerlo la capucha húmeda le cubrió los ojos uns instante, de modo que tuvo que apartarla un poco hacia atrás de nuevo con la diestra. De todos modos, los animales no lo apreciaban demasiado, quizás sentían el ansia que tenía por herirlos, de modo que no esperaba ser de gran ayuda. Pero, aún así, no ganaba nada negándole la ayuda a Lea.

Alzó una de sus huesudas manos y señaló hacia atrás, marcando más o menos la dirección en la que había llegado, un poco más al oeste. Habló con voz monocorde, pesada.

-Al venir vi un caballo en aquella dirección -dijo, tras carraspear-. Espero que puedas hallarlos a... todos.

Zacharyas no cuestionaba lo que hacía. Ella buscaba a los animales perdidos mientras él buscaba cadáveres para reconocerlos y contemplarlos. ¿Podía acaso juzgarla?
Tras despedirse, con un leve gesto y unas últimas palabras de ánimo no demasiado entusiastas, el caeruleus continuó con su camino.
No parecía importarle la lluvia que caía.

"El cielo llora", pensó, y una sonrisa, entre macabra y amarga, afloró a sus labios.

*se va*

Miro en la dirección que me indica, y en seguida asiento. Vaya, así que la gente sabe ser útil de vez en cuando. Ya podían demostrarlo más a menudo.

Le dedico una sonrisa de agradecimiento.

-Iré hacia allí entonces -informo-. Muchas gracias.

Y, tras despedirnos, echo a andar en la dirección indicada. La manada crece.

*sigue pululando*

"MEEEE" "MEEEE" "MEEEE"
El maldito animal no dejaba de gritarme junto al oído, como si lo estuviera matando. ¡Pero un Dehnel no se rendía de todos modos! Ni siquiera con una estúpida oveja comiéndose mi pelo como si fuese el más delicioso pasto. Ni siquiera así.
Por si fuera poco, me dolían un montón las manos, llenas de costras y astillas, cada vez que forcejeaba para bajarse.

-¡Maldita sea! ¡¿Qué estoy haciendo mal para que grites tanto?! -pregunté, más al cielo que a la oveja, que, sorprendentemente, no sabía hablar, como Telma.

Y la lluvia... que no hacía que dejase de oler a sudor pero me pegaba el pelo a la cara... Por Mithos...
Solo faltaba que...

Abrí los ojos de pronto, sorprendido. ¡Un caballo! ¿Podría conseguir llevámelo también? Sin manos...
Me puse a pensar.

Tras unos minutos más de camino (el paso se hace más lento cuando diriges un grupo tan grande) vislumbro entre los árboles al caballo tordo, el que habitualmente se encontraba al fondo de los establos. Sonrío. Así que ha sobrevivido.

Al momento oigo un balido y veo que, en otra dirección, una figura corpulenta se acerca también al caballo. Roto los ojos con exasperación. Ya tardaba en dar señales de vida. Telma, contenta, se adelanta al grupo para ir a su encuentro. Yo llamo su atención con un gesto, y a continuación me dirijo al caballo.

La verdad es que es un ejemplar magnífico, probablemente la montura favorita de alguien importante. No parece en absoluto un animal de carga, y he visto a menudo la atención especial que se le da en las cuadras. Pronto se queda tranquilo.

Me vuelvo hacia Rick, y me fijo entonces en que lleva una oveja a hombros. El animal se resiste, tratando de liberarse, y yo tengo que contenerme para no soltarle al flamma unas cuantas palabras venenosas. ¿Qué forma es esa de coger una oveja? ¿Es que no sabe hacer nada a derechas?

-¿Buscabas a Telma? -pregunto, acercándome.

Sin ninguna vacilación, tomo una de sus manos y la abro un poco, recolocando las patas de la oveja, retorcidas, bajo ellas. Repito la operación con la otra mano. No me pasa por alto que tiene la piel destrozada. Alzo la mano para acariciar al animal y le dedico unas palabras cariñosas. Al poco, ha dejado de moverse tanto.

-Si le aprietas demasiado las patas le harás daño -explico, paciente-. ¿Qué has estado haciendo para ponerte así?

Probablemente, jugar a ser constructor. El palacio había quedado perjudicado tras el asalto.

Estaba mirando de cerca al caballo, morro con morro, preguntándome qué hacer con él. Desde luego, dudaba que llevarlo a hombros fuese posible, aunque si me llevaba él a mí... Pero... ¿Cómo subirme a un caballo como aquel sin ensillar con una oveja a cuestas? Quizás si le pedía que me esperase allí, amablemente, me haría caso. Parecía un caballo bien educado, no como la oveja.

Pronto noté un empujoncito en la espalda y, al volverme, vi a Telma. Una sonrisa iluminó mi rostro mojado y sucio. Era una escena de lo más deprimente.

-¿También te has perdido en el bosque, Tel?

Ella me respondió con un grave mugido. Por suerte, para mi tranquilidad, pronto localicé a la flamma. Al fin y al cabo, Lea no era de las que dejaban sola a una Telma en el bosque, sin protección. A menos que hubiese muerto salvándola, pero estaba viva. Porque Telma muy rápida no era, y aunque quisiera escaparse... A menos que Lea se hubiese quedado dormida y entonces... Pero no era el caso, porque estaba allí.

-Lo cierto es que no -confesé, mirando a la bismonte con cierta culpabileza-. Escuché que había animales perdidos por el bosque y vine a mirar -. Contemplé la pequeña manada que la seguía-. Veo que tú has tenido más suerte...

Cuando abrió mi mano solté un quejido sin querer, a medio camino entre la sorpresa y, desgraciadamente, el dolor. La segunda vez, sin embargo, no hice nada. Sin embargo traté de seguir sus consejos, a ver si se callaba aquel condenado animal.

"De todos modos, lleva todo el camino tratando de arrancarme el pelo", pensé, "se lo merece", pro en lugar de decirlo respiré hondo. Un Dehnel reconoroso no era más que un mal Dehnel. Había que saber perdonar, aunque la oveja te hubiese roto los témpanos con sus gritos.

Su pregunta, para mi sorpresa (¿Cómo se había dado cuenta de que había estado haciendo algo? ¿Acaso me había espiado?), me hizo ruborizarme ligeramente. Me sentí extrañamente azorojizado. Sin motivo, al fin y al cabo. Yo solo había hecho el bien. No era nada de lo que avergonzarse, hacer el bien...

-Me caí -mentí, convencido-. ... Muchas veces.

La verdad era que mentía un poco mal, según me habían dicho (la nobleza no sabía dejar de serlo), pero creí que esa vez me había quedado muy logrado. Aunque, bien pensado, no me dejaba en buen lugar. Pero era necesario parecer torpe para no ser un arrogante.

Me vuelvo de nuevo al caballo, acariciándole el cuello hasta comprobar que se siente confiado. No es difícil; tengo la sensación de que me reconoce perfectamente. Mientras, escucho a Rick, y asiento a sus palabras.

-Yo me encontré a los primeros de casualidad -explico-. Después de eso, decidí ponerme a buscar. Aunque empieza a ser un grupo demasiado grande para avanzar con comodidad. Quizá debería llevarlos a los establos y seguir después.

Si es que aún hay establos... Pero eso no lo dije en voz alta. He pasado la mañana buscando animales, así que no he ido a comprobar la situación en las cuadras, pese a que me había propuesto hacerlo ayer noche.

Prefiero no hacer comentarios a su estúpida y evidente mentira. No sé a qué ha dedicado el tiempo, pero como si ha sido a masajearse las manos con silvas. Problema suyo, a mí no me interesa. Aunque me parece el colmo que, encima de que me molesto en preguntar, me mienta.

-Entiendo -asiento, convencida.

Por su comentario, todavía no había ido a los establos. ¡Eso o me mentía! Pero dudaba que mintiese a un hombre sincero como yo.
Me volví un instante hacia un árbol cercano y fruncí el ceño. Parecía que en su corteza había una cara que me estaba mirando mal. Y, tras haber sido atacado el día anterior por un árbol -mi cara podía dar café de ello-, sin comentarios... Ya todo me parecía sospechoso.

Carraspeé, algo nervioso. Si me habían lanzado un conjuro de vergüenza... ¡que se atreviesen a dar la cara! Aquellos que acechaban en las sobras eran los peores, con sus magias malvadas de control y castigo. Merecían ser todos ajusticiados por Rick Dehnel... ¡O mejor! ¡Dehneliciados! Aunque sonaba más a delicioso que a ajusticiado...

-Dehnelicioso... -murmuré, en voz baja, comprobando la hermosa sonoridad de aquella palabra tan bella.

Negué con suavidad. Sonaba mejor de lo que esperaba. Menuda satisfacción. Debía compartir aquello con alguien cuando las cosas se calmasen un poco.
Luego miré a Lea.

-Si quieres te acompaño. Quiero dejar a esta oveja allí antes de que me arranque todo el pelo de la nuca.

No sé qué hace, pero no tengo todo el día. Miro alrededor, asegurándome de que ninguno de los reunidos se ha alejado del grupo. Siguen ahí, pero algunos empiezan a estar impacientes por la duración de la parada. Hay que ponerse el marcha.

Vuelvo la vista a Rick cuando murmura, aunque no sé bien qué ha dicho. Sacudo la cabeza. ¿Y a mí qué más me da? Estoy a punto de decirle que me voy cuando vuelve a hablar. Asiento. Será más fácil guiarlos entre dos.

-De acuerdo. Vamos entonces.

Y, tras poner a todos en marcha, nos dirigimos a los establos.

*Se van*

Zacharyas atravesaba el bosque en silencio, dejándose llevar por los caminos desdibujados que había entre las plantas, ya calado por la lluvia, pese a sus numerosas capas. De todos modos, parecía que aquella lluvia le era indiferente, pues ni siquiera hacía ademán de querer cubrirse de ella cuando caía contra su rostro, llegando a introducirse en sus ojos sin que siquiera pestañease.
Cada ciertos metros el caeruleus se detenía de pronto, hurgando entre los diferentes matorrales, buscando algo entre sus enrevesadas ramas. No obstante, al no dar con lo que buscaba volvía a ponerse en marcha, silencioso, casi arrastrando los pies por el barrizal en el que se había convertido el bosque.

Finalmente Zacharyas dio con una madriguera y sonrió. Con las manos desnudas hurgó en la tierra, sin preocuparse por ensuciárselas, hasta que dio con un pequeño topo que se revolvía contra su agarre. Sin preocuparse por ello, con el temeroso animal bien asido, Zacharyas emprendió su vuelta hacia palacio.

*se va*

Mi grito rasgaba el aire, animal y furioso. Con fuerza, cogía carrerilla una y otra vez, cargando contra un gran árbol, enfrentándome a él con ambas manos al alcanzarlo, hundiendo las manos en la madera y empujándolo, como si con cada nuevo placaje tratase de tumbarlo. De todos modos su troncos era tan grueso que apenas podía lograr hacer saltar trozos de corteza por los aires. Y con cada nueva carrera, y nuevo intento por derribar aquel árbol como lo intentaría un oso, un nuevo grito de esfuerzo y frustración resonaba en el bosque.

Aunque no llovía, había tenido la decencia de dejar a Telma en los establos. Mi pequeña no podía verme en aquella situación, por mucho que me quisiera. Frustrado y de mal humor... No deseaba que lo hiciese.

Me sangraban las palmas manos de nuevo, escociéndome. A veces me sentía algo estúpido, pero no podía evitar que la frustración me llenase.

Cansado, con el sudor bajándome por el cuello, terminé por sentarme en una roca, apoyando las manos ensangrentadas en las rodillas, dejando ir un suspiro pesado.

*se queda pensando de mala leche XD*

Las reparaciones en Palacio ya casi habían terminado, así que había decidido que no tenía mucho más que aportar. Como tenía tiempo libre, y aprovechando que ya no llovía, poco después de desayunar había salido a dar un paseo por los exteriores de Palacio.

Primero paseé por los jardines, sin demasiado interés. Luego, aburrida de estar siempre en el mismo lugar cuando salía, decidí adentrarme en el bosque. Normalmente mis paseos por palacio se limitaban a los jardines, al lago o al río, así que no había explorado demasiado aquella zona. Recordaba que en uno de mis primeros días sí que había estado por ahí, así como también había ido durante el ataque de los bandidos, pero poco más. A pesar de que no se podía negar que era bonito a la vista, tampoco era un lugar que me entusiasmase. No me traía muy buenos recuerdos.

Al pasar por una zona, por el rabillo del ojo vi a Rick sentado, así que decidí acercarme a él. Hacía bastante que no nos veíamos. Al acercarme a él, me di cuenta de que tenía las manos ensangrentadas y fruncí el ceño, confusa y preocupada. ¿Qué le había pasado?

—Hey... ¿Qué te ha pasado?

El tiempo iba pasando. Me tranquilizaba un poco aquella sensación. Aunque yo estuviese allí, quieto, la noche caía igual. ¿Cuánto tiempo podría mantenerme en aquel lugar sin que llegasen las alucinaciones de chrysos o piscis extraños? Quizás había alguna planta que las provocaba.
Suspiré, resignado, y alcé la vista al cielo. Las estrellas me devolvían la mirada, hermosas y lejanas. Me encontraba bastante poético.

Una voz me sacó de mi ensimisumamiento. Bajé la mirada y, en la oscuridad, pude percibir la figura de Inger. Enseguida me puse algo nervioso. Me levanté, limpiando un poco más las manos en mi ropa, acercándome un poco a la caeruleus.

-Buenas noches -saludé, ocultando un poco las manos ras mi cuerpo-. No ha sido más que un pequeño accidente entrenando. Pajes del oficio, nada más. ¿Cómo estás?

Fruncí más el ceño. A saber qué clase de entrenamiento había estado haciendo. ¿Había golpeado rocas, árboles o algo semejante? Porque no había rastro de su espada, ni de ninguna otra arma. Suspiré. Debería tener más cuidado.

—Deberías tener más cuidado —murmuré. Luego me acerqué a él y clavé mis ojos en los suyos—. Podrías hacerte mucho daño.

Y eso no le gustaría a nadie. Bueno, tal vez a algún enemigo suyo, pero no creía que tuviese alguno. O al menos eso esperaba. Lo cierto era que no sabía si había alguien que desease que le pasase algo malo.

—Yo estoy bien. Sin mucho que hacer ahora que el Palacio está más presentable. —Sonreí—. ¿Y tú? ¿Qué tal estás?

Esbocé una sonrisa ante su dulce preocupación. Inger siempre se preocupaba por aquellas cosas: heridas, enfermedades, golpes... Era una mujer gentil. Y amable. Cumplía gran parte de los atributos que debía tener una dama hecha y derecha, apta para ser parte de una gran y hermosa historia de caballeros.

-No te preocupes -respondí, quitándole importancia con un gesto-. Seré más cuidadoso a partir de ahora.

Si me dañaba las manos y había un ataque, apenas sería capaz de empuñar mi espada. Y entonces no podría proteger a nadie. Debía hacer lo que ella me decía, sin duda.

Sus dulces palabras, de nuevo, llegaron a mis oídos. Me alegraba saber que estaba bien.
En vez de responder nada, me acerqué a ella y la abracé. Me sentía algo triste, y no podía evitar recordar las palabras de Gerald, que me hacían sentirme como si fuese un innoble guerrero.

FdR- "Melodramático ;O;"

Curvé ligeramente los labios. Esperaba que, efectivamente, fuese más cuidadoso a partir de ahora. No me gustaría verlo incapaz de sostener la espada en caso de que alguien nos atacase. No sería agradable.

—Eso espero.

Le sonreí. Pero no tardé mucho en cambiar la expresión, al ver cómo, en vez de responder a mi pregunta, me abrazaba. Fruncí de nuevo el ceño. Me sorprendía que me abrazase así, sin más. ¿Se encontraba bien?

—Eh... ¿Te... Te encuentras bien?

Intenté separarme un poco, lo justo para poder mirarle.

¿Y qué decirle? No era, en sí, que yo estuviera mal. Había estado bien hasta aquella conversación con Gerald. Entonces se me habían generado preguntas que yo jamás me había planteado. ¿Estaba siendo malo con Inger? Si ella me evocaba ternura y paz... ¿Por qué habría estado yo interesado en herir a Inger en ningún momento? Yo no quería nada malo para ella, pero Gerald había dicho que...

-Estoy algo triste -admití, cabizbajo, cuando ella preguntó.

Maldito Rick... No podías decir aquello y callarte. Lo que había pasado en la biblioteca... No estaba aclarado. Solo eran las palabras de un chrysos con buenas intenciones, pero todavía no había pensado sobre ellas. Si hablaba con Inger podría meter la pata diciendo cosas que no quería decir.

-Pero nada que no soporte un guerrero como yo -añadí, esbozando una sonrisa.

Ladeé la cabeza ligeramente hacia la derecha, entre confusa y preocupada. ¿Estaba triste? ¿Por qué estaba triste? ¿Le había pasado algo malo? No lo había visto desde el ataque, así que podía haber sido cualquier cosa. Tal vez, y esperaba que no, se hubiese encontrado con algún conocido en el lago, aunque yo al ir con Gerald no había visto ningún rostro conocido entre los caídos.

—¿Qué te pasa? —pregunté, preocupada.

Rick no solía estar triste. No demasiado, al menos. La mayoría de las veces estaba sonriendo y riendo y entrenando con alegría, ajeno a cualquier tipo de problema. Por algún motivo, me resultaba extraño verlo así. Las únicas veces en las que recordaba verlo tan decaído ocurrieron o bien cuando era un mendigo o cuando me contó lo de aquella piscis.