Bosque

Corbin no acababa de entender por qué aquel interés de unirse a sus correrías nocturnas, y el caso era que no tenía muy claro cómo tomárselo. Miró al animal un momento, pensativo. Era una desventaja importante para cazar, desde luego, aunque podía obligarlo a poner a punto sus habilidades, y eso siempre era interesante. Después la miró a ella, tan poca cosa, tan débil en apariencia, y que pese a todo seguía causándole una sensación de demasiada seguridad para lo que podía hacer.

Dudó un momento, sin saber qué responder. Al final, acabó por obviar gran parte de lo que ella había dicho. Necesitaba tantear las cosas.

-¿Quieres aprender a cazar? -propuso, dando ya por hecho que no sabía cómo hacerlo.

He dicho mucho para que responda tan poco. No obstante, una propuesta como esa hace que una se lo tenga que pensar, por lo menos. ¿Yo, cazar? No puedo negar que sería útil. En principio parece fácil, es decir... Soy la polla, tengo armas, soy una guerrera de los pies a la cabeza... En general, debería dárseme bien. Aunque eso de quitar luego las tripas y la piel me parece un poco asqueroso. Y matar por matar no es que mole mucho. Pero si un día me llega a hacer falta no estaría de más, por otra parte.
Miro a Thor, como si me fuese a dar la respuesta, pero solo me dedica un cacareo.

¡Qué demonios! ¡Si soy la hembra alfa! La protectora.

-Venga, va. Nunca he comido algo que haya cazado yo misma. Eso tiene que ser mucho más fiero, ¿no?-. Algo así como "este ciervo lo he matado con mis propias manos"-. Pues nos apuntamos. Así le damos a este inútil escamoso una clase de "vida salvaje".

Corbin no esperaba tampoco una respuesta tan entusiasta, y no pudo evitar una mirada poco convencida hacia el animal. Acabó por asentir, despacio, pensando en cómo llevar a cabo todo aquello. No era sencillo trabajar en grupo, eso lo tenía claro, pero necesitaba acostumbrarse a ello. Brontë lo requería.

-Empezaremos por un sistema sencillo -decidió, poco dispuesto a tener problemas desde el primer momento-. ¿Sabes algo de caza? ¿Sabes preparar cepos?

Aquella era la base de una buena caza. Los lazos no requerían poner a prueba necesariamente las habilidades físicas de uno, así que para una pareja como aquella sería una forma sencilla de empezar. Pero acabó por negar.

-No es la mejor hora, de todas formas -declaró, seguro-. Al atardecer sí hay actividad. Pueden prepararse ahora los cepos y proceder a la persecución más tarde. Eso sería lo ideal. Para preparar las piezas, el lugar más recogido es la cueva en la que nos encontramos la última vez, aunque si el buen tiempo se mantiene, la zona del lago no está mal tampoco. O incluso algún claro. Hay algunos en el bosque, pero no creo que sean ideales.

Un sistema sencillo. ¿Acaso no me ve capaz de empezar fuerte? Quizás me menosprecia porque no soy muy alta, porque parezco más joven de lo que soy, aunque la verdad es que creo que no me he lucido mucho para él.

-Ni zorra de cepos. De caza... Bueno, sé que hay que ir en silencio y que los animales buscan lugares con agua cerca o así. No creo que vaya a enseñarte nada nuevo.

Para empezar, nunca he necesitado cazar nada. Para seguir... No, creo que eso es todo. Bueno, y el interés. Nunca me planteé hacerlo. Sin necesidad e interés estás vendido.

Que es mejor por la tarde o por la noche suena genial. Los estúpidos animales no estarán preparados para enfrentar a una criatura de la noche.
Le dedico una sonrisa segura.

-Entonces podemos vernos al atardecer en la linde del bosque y empezar ya desde ahí. ¿Y cómo hacemos los cepos? -inquiero.

¿Lleva cuerda? ¿O son de estos que se hacen con raíces y así?

Corbin asintió. Eso era exactamente lo que esperaba. Ni más, ni menos. Miró un momento más al animal. Podía ser lo más interesante o lo más molesto de todo aquello. Pasó a ignorarlo de nuevo, de todas formas, y comenzó a planear en su cabeza.

-Los cepos hay que prepararlos ya -explicó, seguro-. Pueden hacerse con cuerda o con ramas, si sabes escoger las adecuadas. Haremos varios ahora. Te enseñaré cómo hacerlos y colocarlos. También hay que dejar el terreno como lo encontramos, sin marcas que puedan ser sospechosas. Después, podremos esperar hasta que sea la hora. Si quieres que nos veamos en la linde del bosque al atardecer, es una posibilidad. Para entonces, puede que algunos de los cepos hayan atrapado algo. Saldremos en busca de animales pequeños y los guiaremos hacia la zona de caza. Tendrás que vigilar a... Thor, o puede que él mismo caiga en uno de los lazos. Si es lo que quieres, le daremos la oportunidad de despedazar alguna pieza para que vaya acostumbrándose a lo que supone conseguir comida.

Miró alrededor, en busca de elementos útiles. No tardó en dirigirse hacia un grupo de árboles concreto, y con la daga, comenzó a cortar ramas a su gusto. Las escogía flexibles y finas, pero suficientemente resistentes.

-Esta madera puede servir -explicó a la caeruleus-. También pueden utilizarse raíces o hierbas trenzadas, pero no es necesario. Escoge unas cuantas y veremos si sirven.

FdR- Pausa

Atiendo a su explicación, concentrada. Bueno, no es que nada suene demasiado descabellado.
Cuando Thor escucha su nombre suelta un gorgorito contento y lo mira. Tengo que echarle un trozo de carne seca pequeño para que se calle y para que siga respondiendo, que no es que lo haga siempre.

-¿Cómo se pueden eliminar todas las marcas que dejemos en el terreno? -inquiero, curiosa, bajando la vista al suelo, en el que ya hay algunas huellas-. ¿Se cubren con hojas o algo?

No me cuesta imaginarme a Thor despedazando una pieza. Cuando se trata de comer o de ropa se le da bien despedazar.
Enseguida, tras comprobar qué tipo de ramas está cortando, el tamaño y la flexibilidad, busco yo misma otro árbol cercano del mismo tipo y hago lo propio con el cuchillo de caza. No niego que le haga alguna monería a Thor con las ramas para que juegue, pero en general me lo tomo en serio.

-A ver qué tal -le digo al cabo de un rato, cuando ya tengo un puñado.

He escogido las que he considerado mejores. No es difícil comprender que tienen que ser flexibles y resistentes, y que si son muy cortas tampoco sirven. Mis hermanos y yo jugábamos a veces con ramas parecidas a darnos hostias como si fuesen látigos o así.

A Corbin le sorprendió una pregunta tan básica. Desde luego, era más descuidada de lo que parecía. Echó un vistazo alrededor, buscando, y no tardó en dar con marcas claras que señalaban su presencia por la zona. Le parecía peligroso, pero no era cosa suya, después de todo.

-Lo más fácil para que no se vean las marcas es no dejarlas -explicó, convencido-. Si se avanza con cuidado, puede evitarse. Hay marcas que se pueden borrar fácilmente. Las que no, deben ocultarse en la medida de lo posible, sí. Pero esa es siempre la última opción.

Corbin echó, al cabo de un rato, un vistazo a las ramas que ella había recogido. No estaban mal del todo el su mayoría, aunque descartó en seguida un par de ellas, secas o de mal aspecto. Se paró en una concreta y la alzó, mostrándole las hojas.

-Este árbol no se usa -explicó-. El olor ahuyenta a los animales más pequeños, porque es tóxico. Evita acercar ramas de este tipo a las otras, porque el olor se pega si el contacto es prolongado. Puedes quedarte con una hoja para reconocerlos. Las demás ramas están bien.

Continuó un rato más con su tarea antes de decidir que era suficiente. Después, puso en común con ella las ramas y comenzó a pelar algunas hojas, midiendo dónde dejar algunas y comenzando a hacer amagos de doblarlas. Explicó a Frikka a qué distancia debían quedar las hojas que dejaba para camuflarse mejor, y dónde debía retirarlas para anudar en condiciones.

Finalmente, procedió a hacer el primer nudo, rápido y seguro.

Qué listo. Eso también lo sé yo. Pero si, pongamos, el suelo está embarrado, y pesas más de medio kilo ya es difícil no hundirse un poco. Muchas gracias, señor evidencias.

-Bueno, yo intentaré no ir dejando un rastro de ramas rotas y corteza arrancada. Y él...-. Miro a Thor un momento, dudando. Aunque, realmente...-. Bueno, a él no se le da mal del todo. Aunque parezca tan torpe, se mueve bien entre la vegetación.

Tras dedicar un rato a recolectar ramas me da una clase de "estas no porque". Hago lo que dice y me guardo una hoja, aunque creo que podré memorizar ese dato. Que si tengo que tener una hoja por cada planta con algo especial luego no sabré ni separar unas de otras.
Cuando ha acabado de explicar empieza la clase de nudos, y yo me dedico a mirar y repetir, que es lo que hacen los críos y aquel mercader que intentaba venderle joyas a mi madre. Solo que yo tengo más éxito.

-¿Así está bien? -pregunto tras un rato, mostrándole mi primer intento.

Corbin miró a la chica un momento, preguntándose si bromeaba o si estaba hablando en serio. Al final, decidió que la mejor forma de salir de dudas era explicar la situación. Si ella estaba simplemente tomándole el pelo, era probable que se lo hiciera saber.

La guió algunos pasos, recorriendo el camino en contra de vuelta, por donde Thor había venido, señalando cada una de las múltiples huellas, unas más evidentes que otras, que el pequeño había ido dejando: ramas torcidas, troncos arañados, tierra revuelta e incluso algunas hierbas arrancadas. Luego la miró.

-Eso es lo que habría que evitar -concluyó, con seriedad fija-. Sospecho que lo hace a propósito, pero no dejan por ello de ser marcas.

Cuando se sentaron a hacer los nudos, ella no esperó las instrucciones, sino que procedió a comenzar con su tarea repitiendo lo que él hacía. Corbin observó el resultado de su trabajo y tomó el lazo que ella había hecho, examinándolo. Le mostró el suyo, cerrándolo para dejar claro el funcionamiento. Después, trató de repetir la forma en que lo había cerrado con el de ella. El nudo se deshizo y la rama volvió a su estado natural.

-No -concluyó entonces, devolviéndole la rama-. Fíjate bien, paso por paso. Necesitas formar un círculo e introducir el extremo de arriba a abajo. En el hueco que dejas será donde introduzcas de nuevo el extremo en la siguiente vuelta. La tercera debe ir de abajo a arriba, así.

Mostró su nuevo lazo, dejando que ella misma lo probara.

Sigo la dirección que me indica hasta dar con el rastro de Thor. Ahora que lo dice, sí que se nota un poco.
Le dedico una sonrisa al falso dragón, que cacarea contento.

-Es solo jugando, ¿a que sí, Thor? Pero sabe esconderse mejor. Pero vale, vale -añado, mirando de nuevo a Corbin-. Lo capto.

Que habrá que tener cuidado y punto. Tampoco es que aquí haya muchos cazadores de personas, por lo que yo sé. Así que no tengo mucho miedo de que nos sigan. ¡Mejor! Que nos sigan los conejos si se atreven. Estaré esperándolos con un cuchillo en... Bueno, con una jaula. Que son bastante chulos.

Cuando se pone a corregirme le presto atención, aunque alguna vez llego a desviar la mirada hacia Thor.
Céntrate, Fifi. Céntrate.

-A ver que pruebo...-. Comento, repitiendo, o intentándolo, los pasos que me ha dado. Si no es tan difícil. Es como pescar lagartijas. Un nudo por aquí y...-. Así mejor -determino, triunfal, mostrando mi nuevo trabajo.

Corbin asintió. Eso era lo que a él le había parecido.

-Es extraño que no aceche. Se supone que el juego es una preparación para la caza. Deberías enfocar sus juegos de una forma más útil -opinó, escrutando al animal con ojo crítico.

En cuanto a los nudos, seguía habiendo bastante que mejorar. Corbin tomó de nuevo el cepo y lo examinó. Después, procedió a hacer la misma prueba que hasta entonces. Una vez la hubo pasado, dio un fuerte tirón, y la rama cedió, con lo que el nudo se deshizo.

-Debes hacer nudos más firmes. Cualquier animal que quede atrapado intentará liberarse con todas sus fuerzas. Recuerda que la prioridad es que dejen antes atrás una pata arrancada que un cepo roto. Un animal cojo dejará un rastro claro y no llegará muy lejos -expuso, convencido.

Alterno miradas entre Corbin y Thor. Con eso sí que puede que tenga razón. Debería ser un poco más agresiva con él. Enseñarle a ser sanguinario como yo lo soy.
Bueno. Que ya lo hago, claro.

-¿Dejar la pata atrás? -. Joder. Miro la rama que tengo en la mano, pensativa. Como no sea la pata de un grillo a ver qué pata arranca esto...-. La hostia... Entonces practicaré más, claro.

Y me pongo a la faena. Esto puede ser útil para otras cosas, claro. Seguro que puedo inventar una trampa para personas y atrapar a alguien en ella. Y luego reírme mientras intenta soltarse.
Espero que no deje la pierna atrás, claro.

Corbin dejó que lo intentara un par de veces más mientras preparaba sus propias trampas. Al final, sin embargo, localizó el principal problema de los nudos de la caeruleus y dejó su lazo para ayudarla a ella. Colocando las manos sobre las suyas, guió sus dedos para que guiara la rama con precisión, ayudándola a apretar el nudo. Luego lo tomó para probarlo, y tal y como él ya sabía, resultó pasar todas las pruebas.

-Intenta hacer otro igual -propuso.

Y, por su parte, tomó una nueva rama. Los cepos comenzaban a acumularse unos sobre otros, y pronto tendrían suficientes.

Bueno, puede que no sea aquí la puta ama, pero cuando siento sus manos sobre las mías llego a sentirme algo incómoda. O sea... Puedo sola, y tal...
Dejo que me guíe, de todas formas. Es un gesto tan pequeño, tan exacto, que parece imposible que lo consiga, pero acaba por hacerlo. Y ahora ya no hablo, claro. Es algo un poco violento, ¿no?

Cuando ya hemos terminado me dice que lo repita, y le dedico una mirada algo más mansa. ¡Pero crécete, mujer! Hostia ya.
Asiento con suavidad.

-A ver, lo intento -le digo, repitiendo el proceso que acaba por enseñarme-. Mira me sale, pero aquí... ¿Era por este hueco o por este otro? -inquiero, tras una breve duda, mirándolo de nuevo.

Corbin observó el nudo a medio hacer, recreando los pasos en su cabeza. Acabó por señalar una curva de la rama.

-El nudo viene desde aquí -explicó-. Si lo metes por este agujero, se deshará al momento. En cambio, por este otro lo afianzas. Hace falta que tires con fuerza. No tienes tanta como yo, pero si sujetas estos dos extremos puedes asegurar el nudo fácilmente.

Dejó que lo probara, mientras él procedía con otro cepo. Echó un vistazo a los que tenían, considerando que eran suficientes.

Me paso un ratete haciendo nudos hasta que él y yo quedamos satisfechos. Thor, sin embargo, no lo está tanto, y trata de hacerse con alguna rama o da pequeños cabezazos a mis piernas buscando comida o diversión. Termino por agitar una rama de las desechadas para él, que pronto se entretiene, buscando atraparla y... matarla, supongo.

-¿Y ahora qué? ¿Cómo se ponen estos? -pregunto, haciendo un gesto hacia las ramas atadas.

La mayor parte de ellas son suyas, pero no hemos venido aquí a quejarnos de eso, supongo. Y yo que le otorgo el favor de mi compañía...

Corbin, una vez ella hubo terminado, se puso en pie y tomó todos los cepos. No tardó en adjudicarle la mitad, animándola a seguirlo. Miró a Thor una vez más, no muy convencido.

-Cuantas más marcas queden, menos posibilidades hay de que las presas se acerquen -le advirtió-. Bien te valdría vigilar sus movimientos.

La fue guiando donde consideraba, señalándole de vez en cuando marcas que iba dejando y consideraba evitables, así como la mejor forma de borrarlas. Pese a todo, no estaba satisfecho con los resultados, pero sabía que ella debía aprender los resultados de un trabajo mal hecho. Además, fue señalándole dónde colocar los cepos y cómo asegurarlos, indicándole cómo quedarían atrapados los animales. Dejaba que ella colocara algunos, corrigiendo o ayudando si era necesario.

Una vez terminaron, le recordó el recorrido.

-Tu animal podría perder algo más que un miembro si no tiene cuidado -le recordó-. Vigila bien por dónde va. Cuando volvamos por aquí, tendremos que recoger también los cepos vacíos para evitar accidentes. Cuantas más localizaciones recuerdes, mejor.

Alterno vistazos entre Thor y Corbin. Que lo vigilo, sí, hombre. ¿A qué te crees que me dedico? ¿A tenerlo detrás todo el día y pasar de él? Si no lo vigilas ya se encarga él mismo de alguna forma de que lo hagas.

Asiento varias veces, calmada. Tú tranquilo, hostia.

Lo de colocar los cepos es divertido, también. Hay que aprender cómo y dónde hacerlo para que atrapen algo. La verdad es que así puestos parecen algo inofensivos, pero cuando le meto una rama a uno que ha puesto Corbin me doy cuenta de que, pese a todo, tienen capacidad. Quizás no valgan para pillar un leanidus, pero no creo que haya muchos por la zona.
Su consejo, por otra parte, me hace tragar saliva, incómoda.

-Bueno...-. Miro a Thor un momento-. No va a pasar nada-. Asiento, volviendo a mirar a Corbin-. No es que sea como llevarlo escrito, pero no creo que haya problema. Me he fijado. Todo listo.

Corbin revisó el trabajo de Frikka para asegurarse. Tras recolocar un par de cepos para ocultarlos mejor, dio el trabajo por finalizado con un asentimiento de cabeza. Serio, lanzó otra mirada crítica a Thor y se volvió hacia la chica.

-Bien, pues lo ideal será dejar la zona libre. Limpiaremos las huellas más evidentes mientras nos desplazamos hasta estar lo suficientemente lejos. Después, será cuestión de esperar un tiempo. Saldremos de caza con el atardecer. Podemos vernos en la linde del bosque, como tú has dicho. Junto al prado es buen lugar -declaró finalmente, seguro, mientras empezaba a andar.

Por el camino, iba cuidando que el grupo no tuviera un rastro muy fácil de seguir, aunque era evidente que ciertas marcas eran inevitables. De todas formas, no todas ellas podían suponer un problema necesariamente.

Todo bien entonces. Trato de prestar atención incluso cuando recoloca las trampas. No es que suela ser muy atenta, pero un día no hace daño a nadie.
Si mi madre oyese mis pensamientos ahora mismo...

-¡De acuerdo! -exclamo, dispuesta a ponerme en marcha. Comienzo a andar tras él cuando empieza a moverse-. Vamos, Thor.

Esta vez me esfuerzo por, como ha dicho, reducir el número de marcas. Thor parece menos concentrado en eso y sigue jugando, pero alguna llamada de atención consigue hacer que se centre uno o dos segundos. Y lo que estropea pues tendré que arreglarlo.
Qué remedio...

Entonces al atardecer en el prado. Promete ser, al menos, interesante. Aunque una parte de mí sigue pensando que ojalá las trampas no hayan cogido mucho...

*se van*

Me muevo a gran velocidad, tratando de ser lo sigilosa que puedo, aunque a este ritmo resulta más difícil. Los ojos revisan todo, cada centímetro, mientras avanzo, dando con ramas y raíces que voy esquivando o saltando sin interrumpir mi carrera. En un momento dado dos árboles parecen apropiados, y, clavando un pie en tierra para cambiar de rumbo, reduzco la velocidad de golpe, impulsándome. Usando los troncos de ambos árboles como apoyo puedo saltar de uno a otro y en cuestión de segundos me encuentro encaramada en una de las ramas. La verdad es que resulta de lo más útil.
Si ahora tuviese mi nueva arma construida podría disparar desde lo alto, pero todavía no es el caso.

Elijo una nueva rama y proyecto mi cuerpo hacia ella. Encadenando varios de estos saltos tan precisos puedo moverme de rama en rama sin problema, con agilidad, siempre que estén lo suficientemente cerca.
Recuerdo cuando trabajaba con Jager y los demás, y acechaba desde los árboles para atacar por la espalda. Ahora me siento mucho más fuerte que entonces. No era más que una niña prepotente.
Y supongo que decir que he dejado de serlo no sería muy correcto. Es del tipo de cosas que han de juzgar otros, según creo.

Me quedo un momento en una de las ramas más anchas, acuclillada, dejando que el cuerpo descanse un momento. No voy a negar que soy ágil, pero hacer un uso excesivo de piruetas y demás termina por desgastar mucho. Es un ejercicio duro.

Tras descansar un rato me pongo en marcha de nuevo.

*fin de escena*

Hace algo de frío, aunque se supone que el verano todavía no ha acabad, así que me he abrigad un poco más que de costumbre. De todas formas, por extraño que parezca, llego a sentirme un poco aliviado por la sensación del fresco contra la piel. Pero no sé bien por qué. Tampoco es que suela tener calor... Soy más bien friolero.

Sea como sea, hoy no voy a malgastar el día. Pero, será el tiempo o seré yo, no me apetece demasiado ponerme a correr o a tirar con el arco. Así que lo que toca es magia. No está mal desempolvarla de vez en cuando, y hay un hechizo que me está costando: pleniäo. He conseguido que, de alguna forma, una pequeña porción de mi cuerpo varíe un instante, pero es tan poco tiempo y tan poca superficie que no me sirve para nada.

Me siento en una roca. No creo que necesite estar de pie para practicar. Enseguida estoy inspirando hondo y empezando. "Pleniäo". Consigo que el dorso de mi mano varíe, como en una especie de parpadeo, y de pronto se parece a la roca sobre la que me siento. Me cuesta, sobre todo, darle la textura, el volumen, pero con el amuleto con el que me comunico también envío imágenes a las cabezas de otros, y creo que eso es, de alguna forma, practicar. Repito el proceso varias veces, buscando diferentes texturas: arena,corteza, tela, un color, sin más... Para cada una de ellas, tengo que visualizar primero lo que quiero en mi cabeza, darle forma y, como si se tratase de una película, recubrir mi mano con ello, mi piel, adaptando luces y sobras a mi propio cuerpo. Y, una vez lo he hecho, me concentro en que no parpadee, en que se mantenga así. Mientras lo hago, siento como un cosquilleo agradable, muy, muy suave, en la zona que transformo. Va creciendo poco a poco y, al mismo tiempo, me fatigo, aunque de momento parece que aguantar no es tan difícil.

Tras un buen rato cambio de parte. Ahora me arrepiento de estar aquí, tan lejos del lago, y de no haberme traído un espejo, porque transformar cosas como los ojos, algo que no he probado, imagino que será lo más difícil. Al final, como he comenzado con la diestra, decido remangarme y seguir con el brazo, de la punta de los dedos hasta el hombro. Eso es más difícil, lo noto enseguida. Intento convertir mi piel, tostada por mi raza, en piel clara, como la de un caeruleus. El color cambia por mi brazo, pero hay zonas que sigue siendo irregulares, y en ella se ve mi verdadero tono. Me concentro en esas manchas, tratando de borrarlas, y algunas veces lo consigo sin más; otras, sin embargo, al camuflar una noto que pierdo el control en otra zona, y toca empezar de nuevo.

Al cabo de un rato de esfuerzo ya me noto fatigado. Estoy hasta sudando, y eso que no hace nada de calor, aunque Massen sigue yendo al lago en días como hoy.
Por suerte, la fatiga me da algo a cambio: puedo ver mi piel blanca, y muevo el brazo, los dedos, mirándola. Es extraño.
Me esfuerzo por mantener el hechizo cuanto puedo, y al final lo deshago. Me queda una sensación de entumecimiento en el cuerpo, aunque en ningún punto en particular. Suspiro y cierro los ojos, descansando un poco.

Todavía me quedo un rato más, probando zonas diferentes: los pies, para lo que tengo que descalzarme, el vientre o ambas manos a la vez. Y lo que he mejorado al principio lo empeoro con el paso del tiempo, por el cansancio. Ya no sé cuánto llevo, pero siento que estoy al borde del jadeo, cuando decido detenerme, y al levantarme me mareo un poco.
Ha sido duro.

Descanso algún minuto antes de iniciar el regreso a Palacio.

*se va*

La lluvia no puede detenerme, porque no da la sensación de que vaya a dejar de caer pronto, pero yo no puedo proponer mis tareas porque el clima no sea propicio. Además, tras mi conversación con Adain siento que tengo la clave para resolver el problema a l que me he estado enfrentando últimamente.
Quizás la lluvia me ayude, incluso, en este caso. Hará el terreno más resbaladizo.

He aprendido a ignorar la sensación de humedad tras calentar por el bosque, esquivando los obstáculos, ya sean raíces o charcos, moviéndome con agilidad entre los árboles. Refresca el cuerpo, y eso me mantendrá más tiempo despejada, aunque de hacer más frío sería un problema.

Una vez me siento conforme con la etapa inicial del entrenamiento comienzo con la segunda, que lo vuelve todo algo más intenso. Y, de nuevo, aquí la lluvia me ayuda un poco, poniéndomelo difícil.
Escojo árboles al azar. Cualquiera me vale porque cualquiera puede valerme: en una situación de peligro no siempre se puede elegir el más apropiado, y muchas veces la selección baraja pocas opciones.
Asciendo como aprendí en Ventus, impulsándome con varios apoyos, de rama a rama y de tronco a tronco, fijando los pies lo mejor posible para evitar un resbalón que podría llegar a ser fatal, a gran altura. Y lo habrá sido para muchos.

No es que sea realmente necesario todo esto para tratar de impulsarme con un segundo salto en el aire, en mitad del primero, pero de alguna forma el cuerpo se acostumbra a la sensación de estar en el aire, a la necesidad de agilidad y al dinamismo del ejercicio. Y espero que eso, junto con el cambio de mente, me dé la clave.

Procuro no pensar mucho en “cuándo”, y de pronto, en mitad de un ascenso, decido que ahora. Me impulso con fuerza, da igual hacia dónde, pero hacia arriba. Asciendo sin problema, y la lluvia que logra traspasar las hojas me da de lleno en la cara, pero eso es lo menos importante.
He de subir más. Pero no se trata de buscar un apoyo en el aire. Por muchos pisotones que intente dar, por mucho que me zarandee, no encontraré algo sólido en mitad de un salto. El cuerpo humano es demasiado físico para poder encontrar resistencia en los gases que forman el aire si está a una presión normal. Incluso ahora que llueve y hay más materia en suspensión, no puedo pretender que una de esas gotas sea la que me baste para lanzarme. Eso sería como pretender poder caminar sobre el agua con paso perezoso. Eso sería pretender que mi cuerpo no pesa, o que pesa menos que la lluvia, o menos que el aire. Pero no estamos tratando con magia, ahora mismo, sino con materia.

Tengo que traspasar el aire. Tengo que atravesarlo. Pero eso no parece algo muy coherente, dicho de esa forma.

Caigo sin conseguirlo, pero no me desanimo. Es solo el primer fallo de un nuevo planteamiento. Pronto me encuentro ascendiendo de nuevo.

Siempre se me ha dado bien moverme, ya fuese en tierra o en el aire. Siempre se me ha dado bien buscar ese gesto mínimo que lo cambia todo. Una posición en un pie basta para desequilibrar el cuerpo o hacerlo sólido y estable, un giro de cadera basta para sacar mucha más fuerza que con ambos brazos juntos.
Se trata de inercia, no de apoyo. Existe una forma de que el peso del cuerpo sirva para algo, incluso en el aire, que no sea caer. Lo que tengo que hacer es lanzarlo hacia arriba y atravesar el aire.
Me basto yo sola.

La segunda caída es más ligera. Quizás, sin darme cuenta, he empezado a concentrarme.
Inspiro profundamente y asciendo de nuevo, notándome más ligera, más animada, expectante. Y con cada nuevo ascenso, con cada nuevo intento, noto crecer esa sensación un poco más. Con cada error se tacha una posibilidad, y cada vez quedan menos.

Sé que va a salir bien antes de que suceda, cuando en cada impulso contra la madera noto una potencia inusual incluso para mí. Las piernas me propulsan, pero el propio cuerpo parece lanzarse por delante. Es una sensación extraña, ilógica, como si no necesitase mover los pies o doblar las rodillas para lanzarme.
Me permito subir más alto que nunca, jadeante, pero exultante. El corazón me bombea a toda prisa, por el esfuerzo, pero también por la adrenalina, que por algún motivo me recorre las venas.
El cuerpo no me pesa. Solo asciende.
Mi propio peso me ayuda a hacerlo. Si no pesase no podría subir, porque la presión del aire sobre mí sería demasiado fuerte. Pero yo tengo la fuerza necesaria para impulsarme, la experiencia necesaria para saber cómo mover mi cuerpo y el peso necesario para conseguir esa inercia y atravesar el aire.

En mitad del salto puedo ver el suelo, muy lejos, y hago el gesto adecuado, el que me faltaba, el que no entendía, y envío mi peso más hacia arriba.
Mi peso es mi cuerpo.

Jadeo al conseguirlo, sin poder evitar una sonrisa satisfecha, aunque pronto tengo que enfrentarme a una caída que no puedo afrontar. Tengo que buscar el tronco de otro árbol cercano durante la caída para saltar desde él hacia un lateral, más suavemente, para reducir la velocidad del descenso. Acabo por aterrizar en una rama, que cruje peligrosamente, y estoy a punto de perder el equilibrio.

Estoy agotada. Me arden los pulmones. Quisiera hacerlo otra vez, pero me tiemblan las piernas y me veo incapaz. Incluso acabo por sentarme en la rama, ignorando la lluvia, para tomar aire y para relajarme un poco.

He volado.

*fin de escena*

Thor cacarea alrededor, divertido, pero yo llevo un rato concentrada en lo mismo. La oscuridad nos rodea, y es reconfortante. Pese al fresco, el ejercicio me mantiene caliente. Ni siquiera veo, solo repito el mismo movimiento una y otra vez, haciendo que mi cuerpo lo memorice.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis...

Los golpes son veloces, ágiles, aunque me pesan los brazos desde hace rato. A la vez parecen ligeros, quizás de lo mucho que los he movido ya. Hace mucho que no entrenaba tan en serio. Con los últimos acontecimientos he estado un poco...
En fin.

Aprieto los dientes y dejo ir un jadeo algo agudo, frunciendo el ceño, y comienzo a aumentar el ritmo de la katana, que sostengo con ambas manos y casi no siento. A estas alturas es como si fuese una prolongación de mi cuerpo, una parte más de mis extremidades, y creo que comprendo a Gerald.

Ocho, nueve, diez, uno, dos...

El sudor me resbala por la frente y por la nuca, colándose bajo la ropa y mojando también la espalda. El pelo está casi seco del todo; lo llevo en una coleta alta. Noto cómo se mueve desacompasadamente, cómo baila con cada nuevo movimiento sin que le dé tiempo a terminar el arco, porque enseguida llega otro.
Pero no es lo bastante rápido. Es como si me pesasen los brazos.
Tengo que conseguir más velocidad.
No soy lo suficientemente buena. No tengo fuerza, no tengo aguante... Cuando llevo un buen rato haciendo ejercicio me duelen los pulmones, empiezan a pitarme al respirar, y me cuesta mucho seguir. Me asfixio.

Nueve, diez, uno, dos, tres, cuatro...

Thor se mete entre los arbustos. Lo escucho a mi derecha.

Seis, siete, ocho...

Dejo ir un grito, que libera en parte la presión de mis pulmones, que parecían cada vez más comprimidos. Thor se detiene, pero yo sigo. Me lanzo con más energía, más desesperada, dejando que los movimientos fluyan desde mis hombros y mis muñecas, sin usar casi fuerza, flexible y ágil, rápida.
Solo soy eso. Solo soy liviana y veloz. Y si no tengo fuerza tengo que ser capaz de alcanzar a mi enemigo muchas veces.
Gerald mejorará, pero yo también lo haré. Lograré mejorar, sin atascarme .

Inspiro profundamente por la nariz. Cada vez me pesan más los brazos, me arden, y me duelen los hombros, que empiezan a estar rígidos. Por eso me obligo a relajarme, llegando a cerrar los ojos.
No es fuerza, Frikka, joder. Mi padre siempre dice eso. Una espada no es un martillo. No hace falta fuerza. Y yo no tengo fuerza, pero tengo velocidad, y haré lo que pueda con ella.

Logro relajar algo los hombros y parece que aguanto más, que la frecuencia de los golpes sube de nuevo, pero también mi respiración, cada vez más incomoda y cansada; dolorosa. Y, aunque sé que está mal, lo fuerzo un poquito más, solo una pizca. Es como si pretendiera romper la barrera del sonido, o algo así, avanzando y retrocediendo en cientos de golpes que cortan el aire con silbidos peligrosos, pero no lo suficientemente rápido.

Una gota de sudor me baja hasta la barbilla y rompo a toser. Un par de golpes más y no puedo seguir debido al ataque de tos. Me veo obligada a apoyarme contra un árbol con dificultad, y la boca me sabe un poco a sangre. Thor se me acerca, contento.
No es momento de jugar, joder.
Tengo los ojos llenos de lágrimas por la tos y el esfuerzo, y la respiración tan agitada que parecería que voy a ahogarme aquí mismo. Termino por sentarme, alterada.

No puedo pasar de ahí. No puedo superar esa barrera.

Tardo un buen rato en recobrarme, más de quince minutos. Cuando lo hago me siento débil, entumecida y temblorosa. Todavía me duelen los pulmones y aún toso cada poco. Será así varias horas.
Hoy no puedo entrenar más.

Lo odio. De verdad...

*fin de escena*