Bosque

Hace buen día para entrenar fuera. Parece que el otoño nos haya dado una tregua, y eso es muy agradable. Lo único que me falta hoy es un compañero, cosa que, supongo, tendré que dejar para la próxima.

Corro entre raíces y plantas, y de vez en cuando salto, y entonces me impulso de árbol a árbol, sin detener la carrera, recorriendo el bosque a toda velocidad. Cada vez es más como si volase, aunque ya tengo claro que eso no es algo que vaya a poder hacer. Pero sí quisiera acercarme todo lo que pueda a ello.
La verdad es que me hubiese gustado contar con uno de aquellos cascos que Buere nos dejó en Ventus. Fue una experiencia interesante, aunque al final se hizo corta.

En medio de un salto me imagino que hay un enemigo abajo y que me apunta para lanzarme un hechizo. No tendré ni dos segundos para reaccionar y, trazando la trayectoria invisible de su ataque en el aire, intento moverme de forma que lo evitase, contorsionando el cuerpo e impulsándome en el aire para hacerme inalcanzable.
Desde luego, con una pareja de entrenamiento sería mucho mejor. Pero no es el peor de los casos.

Me limito a repetir los impulsos, una y otra vez, buscando el menor espacio de tiempo posible entre salto y salto. La idea es moverme en cualquier momento, aunque no sea el que mejor me venga, porque tengo que estar preparada para evitar cualquier ataque. Si pierdo el tiempo reimpulsándome, puede que reciba el golpe, por lo que una vez inicio la serie de saltos procuro no detenerme, y lanzarme de un lado a otro, ágil, pendiente del terreno para saber dónde pisar nada más caer, hacia dónde ir y, entonces, solo ejecutarlo. Un segundo ya es mucho tiempo.

Es un ejercicio basado en la repetición, porque intento que mi cuerpo se acostumbre al movimiento, lo interiorice. Pero al mismo tiempo tiene que ser espontáneo, porque planeo usarlo en cualquier momento. Tiene que serme útil cuando lo necesite, sin que tenga que plantearme lo que haré antes, porque ese tiempo que tarde en pensarlo podría suponer mi muerte, por ejemplo. Si me pillan desprevenida, tengo que estar preparada, pero si lo hago mecánico no servirá.

Es como un cambio de ritmo. Voy mezclando los saltos y las piruetas con esquivas por tierra, ya sea mediante impulsos o giros como agachándome o saltando en el momento preciso. En el hipotético momento preciso, puesto que realmente no hay ningún enemigo ni ataque.
Al final es divertido, como un entrenamiento extraño en el que me muevo sin ningún sentido, buscando siempre desorientar. También podría ser una forma de atacar, de algún modo. Un caos aparente que distraiga al rival.
Lo estudiaré.

Termino dejándome llevar por intuición. Me impulso contra un árbol hacia arriba, en diagonal, y caigo al suelo tras un mortal, lanzándome enseguida hacia adelante, con potencia, y cayendo sobre las manos, que modifican mi trayectoria hacia un lado. Cada impulso me ha tomado apenas un instante, pero aún así me parece demasiado.

Desde luego, creo que no está mal. Pero puede mejorarse. Todavía queda tiempo por delante.

*se va entrenando*

Hoy el día está todavía más alegre que ayer. Hoy el día está tremendamente animado, y, al mismo tiempo, inquieto. Sabes el motivo. Un alma atormentada te ha declarado, tras muchas dudas, su admiración, y el mundo ha reaccionado ante esa osadía que el pobre anónimo no ha sabido resistir.

Has guardado bien la carta, por supuesto. Es algo importante para ellos, y tú sabes apreciar el amor de tus admiradores. Llevas muchos años haciéndolo, y sabes que tu delicadeza al respecto es parte de tu atractivo.

No te molestas en dar demasiadas vueltas a de quién puede tratarse. Podía ser cualquiera, a fin de cuentas, así que el quebradero de cabeza no te llevaría a ninguna parte. Por otro lado, cuando su amor sea tan grande que no pueda resistirlo más, él mismo se dará a conocer de forma más abierta.

Los admiradores pueden llegar a resultar muy tiernos, desde luego.

*Pasea*

Zacharyas avanzaba con la capucha calada sobre los ojos, recorriendo el bosque en busca de más víctimas. Tenía que seguir practicando el hechizo, pero hacerlo con gente del servicio no era apropiado, así que esperaba que el bosque le sirviese de coto de caza aquella vez. Pero lo que vio no fue un animal cualquiera, sino un ser alado más grande de lo que esperaba.
Por desgracia, tampoco debía atacarlo. Zacharyas lo sabía.

-Buenas tardes -saludó con voz ronca y la capucha cubriéndole medio rostro para proteger sus ojos sensibles a la luz de aquel sol, especialmente fuerte para un día de otoño.

Ni siquiera alzó la vista al rostro de la chica, pero las alas blancas le recordaron a una aether que había estado allí hacia tiempo. Eran más pequeñas, pero seguían pareciendo frágiles.
¿Dolerían lo mismo?

Incluso en el bosque, donde no parece que la humanidad esté presente, los pocos paseantes se ven atraídos por tu aura magnética. Esta vez se presenta ante ti una suerte de sombra, que quizás no lo sea tanto, pero lo parece por el brillo que de ti se desprende. Quizás haya tratado de acercarse a ti, precisamente, buscando algo de luz.

-Buenas tardes -saludas también, con un gracioso movimiento de alas-. Qué buena tarde, ¿verdad?

Para él, acaba de mejorar considerablemente, desde luego. Bueno, tu papel es, precisamente, complacerlo. Tanto como al mismo bosque, que parece más alegre con tu presencia.

Zacharyas alzó la vista, finalmente, encontrándose con los ojos de la chica, que lo saludó alegremente. Quizas ella sí quisiese entrenar, se le ocurrió. Quizás a ella no le importase probar su cement. Le podría decir qué tal, aconsejarlo. Podrían combatir, y luego la mataría. Parecía muy frágil.

-Sí-. Zacharyas sonrió de aquella forma un tanto siniestra-. Demasiado. Yo la prefiero más oscura -reconoció entonces, con voz rasposa, áspera, examinando a la mujer que se encontraba frente a él-. Soy...-. Carraspeó- Zacharyas Blacksmith.

No le tendió la mano ni hizo ningún gesto especial. Solo se presentó de aquella forma, en el sitio, mirándola como si buscase por dónde empezar a despiezarla.

No te interesa demasiado lo que dice. Ni su nombre ni sus preferencias. Pero mantienes una sonrisa encantadora. Su timidez se refleja en su aspecto, y es comprensible, teniendo en cuenta lo siniestro que resulta. Pero sabes que quienes admiran no son siempre dignos de admiración. También percibes, en sus palabras, la pregunta que no se atreve a hacer.

-Yo soy Curtis Ginger -te presentas, pasándote los rizos por encima del hombro izquierdo.

Bien pensado, puede que no haya preguntado porque ya lo sepa. Un admirador en las sombras. Uno de tantos. Le pega, visto lo visto. En ese caso, estará especialmente feliz.

Curtis Ginger. Zacharyas la miró de nuevo a la cara. Un nombre como otro cualquiera en un rostro más delicado que muchos. Aquella tez tan lisa... Seguramente sufriría más si se la cortaban. Las voces agudas sonaban mejor cuando chillaban.

-Encantado -respondió, monocorde, bajando de nuevo la vista y dejando que la capucha le cubriese los ojos-. ¿Estabas entrenando? Podemos-. Carraspeó e hizo una breve pausa, aunque sabía lo que decir desde el principio- entrenar juntos.

"Puedes ser mi presa de hoy". Aquello era lo que sus palabras no decían. Pero lo pensaba, de alguna forma.
Matarla no era posible. Se conformaba con un quejido.

"Encantado". Eso ha sonado más sincero. Quizás sea lo que le ha hecho ganar el valor para pedirte que entrenes con él. Aunque, por desgracia, tú no estás interesada en este momento. Los nervios le han traicionado. Qué tierno.

-Lo cierto es que solo estaba dando un paseo -explicas, manteniendo una sonrisa deslumbrante-. Quizás en otra ocasión.

Esperas que no se lo tome a mal. No quieres quitarle el coraje con un inocente comentario. Aunque seguro que verte pasear lo llena de satisfacción.

Zacharyas sientió una cierta decepción con la respuesta, pero no era algo que le incomodas demasiado. Ya sería otro día, como ella decía. O con otra persona. Recordó en aquel momento al claritas con el que se había enfrentado varias veces, Corbin, al que no había vuelto a ver desde su regreso. Él, si seguía allí, vivo, no lo hubiese rechazado, pensó. Pero ya habría más momentos de encontrárselo. En lugar de seguir pensando en aquello, asintió a la muchacha, con una sonrisa extraña.

-De acuerdo -le dijo, con voz ronca, concesivo-. Buenas tardes.

Y tras decirlo siguió andando, rebasándola, para internarse más en el bosque. Debí buscar su presa, todavía, ya que ella no deseaba serlo. Buscaría algún pequeño roedor, se dijo. O quizás fuese a la cueva a por murciélagos...

*se va*

No te hace mucha gracia que se vaya así. Aunque sabes cuál es el motivo. Es una lástima que no pueda aceptar la realidad y aún así disfrutar de ella. Pero lo respetas y dejas que se vaya, despidiéndolo con todo tu encanto.

Una vez se ha marchado, miras arriba y abres las alas, estirándolas. Quizá pueda disfrutar un poco más de ti si alzas el vuelo. Es momento de subir a lo alto. Aleteas un par de veces y te impulsas, y en seguida dejas atrás los árboles, iluminando el cielo con tu luz.

*Se va volando*

Pese a la lluvia, que me desagrada, he acabado por ofrecer a Corbin entrenar fuera de todos modos. En la sala de entrenamiento hay demasiadas medidas de seguridad y mirones, y la lluvia es algo contra lo que también hay que prepararse. No va a hacerse siempre lo miso, y no creo que a él le desagrade mi elección. Corbin valora mucho que uno sepa sobreponerse a aquello que le desagrada.
Esto es trabajo, no placer, aunque sea divertido. Al menos tiende a ser interesante.

-Aquí está bien -declaro, deteniéndome en una zona más o menos plana-. ¿O prefieres ir al claro? Está cerca.

Lo miro, curiosa. Él querrá luchar, simplemente, donde sea. Porque cualquier territorio es apropiado para un entrenamiento.

Corbin se detuvo cuando ella lo hizo, echando la mano a su bolsillo rápidamente, palpando uno de sus puños con cierta impaciencia por empezar. Asintió a su comentario, conforme.

-Aquí está bien -decidió, sin dejar ninguna posibilidad de opinión.

Afianzó el agarre de su puño y se adelantó un paso, serio, concentrado en sus intereses de combate. Estaba preparado para lanzarse sobre ella en cuanto diera la más mínima señal de querer empezar.

-Cuando quieras -murmuró.

Él se mueve y yo reacciono impulsándome hacia atrás, tomando mi arma en un movimiento rápido, abriendo distancia entre ambos. Supongo que ya ha empezado. La lluvia hace que la sensación de estar en frío sea mayor, pero enseguida vamos a olvidarnos de eso.

Comienzo a girar la bola. Aquí tengo que tener cuidado con los árboles, por lo que controlo el radio con especial atención, sin perder a Corbin de vista. Y aunque he sido la que acaba de retroceder, me lanzo hacia adelante enviándole la cadena a las piernas.
Empecemos suave, pero sin tregua. Estoy muy animada hoy.

Veamos qué sale de aquí.

Corbin tomó el movimiento como su primera acción de combate, y comenzó con un ebrain aitchbrëa para ganar tiempo. Porque ella era rápida, así que él necesitaba ganar tiempo. Se alejó de la trayectoria de la bola con pies ligeros, haciéndose a un lado con total sigilo. Podía dejarla pasar de largo y atacarla por la espalda.

De todos modos, dudaba que ella avanzase tanto. Debía preocuparse también por avanzar desde un lado, o tendría problemas para situarse tras ella. También podía contar con los árboles para confundirla; Corbin se movía bien en el bosque.

Su hechizo llega pronto, evidentemente, y pongo a punto mis oídos, mi olfato y, por supuesto, la experiencia. Corto en seco mi avance y retrocedo de otro salto, ágil. Soy más rápida que él, y debo fiarme de eso.
Amplío un poco los círculos de la cadena, que tantea el aire como si fuese el bastón de un ciego, y uso la muñeca para girarla, ganando tiempo, aumentando la velocidad del giro. No te vas a acercar a mí. No eres suficientemente rápido.

Es silencioso, sus pasos lo son, pero si habla...

Tengo un árbol a mi espalda, a unos dos metros y medio. Explosiva, me impulso de nuevo hacia atrás, buscando el tronco. El bosque me da infinitas posibilidades para moverme. Y él solo tiene la tierra.
Con el árbol tendré la espalda cubierta el tiempo suficiente para tener menos puntos a los que atender. En cuanto vea, solo un instante, conseguiré la información suficiente.

Corbin vio que, por supuesto, ella se cubría. Pero no podía cubrirse del todo a la vez. Podía girar su cadena o pegar la espalda a un árbol, pero si hacía ambas cosas, acabaría por amarrarse o perder la inercia de los giros. De todos modos, como ella había retrocedido, ya no tenía interés en lanzarse a por su espalda, pues no le era posible.

En su lugar, esperó en una posición fija hasta en último momento antes de que su hechizo se desvaneciera, e invocó entonces un cläir ëm yäk que dirigió contra sus piernas con voz bien clara, de forma que tuviera una referencia de su posición y un motivo de preocupación al recuperar la vista.

Y, mientras ella se fijaba en aquello, desapareció con pies ligeros en la espesura. Era mejor no dejarse localizar fácilmente por un enemigo tan rápido.

Esbozo una sonrisa, tensa, cuando él quiere que escuche su hechizo. Aprovecho para cubrirme con el árbol, impulsándome hacia la derecha, pero siguiendo el tronco, rodeándolo en parte, ya que no sé a dónde ha disparado. No pierdo el tiempo, porque pronto puedo ver, pero a él lo he perdido.
Piensa, deprisa.

Él puede cegarme en cualquier momento, y eso me haría perder referencias. Aunque sea más ágil, también soy más vulnerable a sus golpes. Por tanto aprovecho la espesura para encaramarme a un árbol, apoyándome en el tronco para impulsarme de nuevo, trepando directamente a una de las ramas bajas. De esa subo a la siguiente y, desde la altura, lo busco, en tensión.

Corbin la observó, camuflado. Observó cómo reaccionaba a su desaparición, cómo se ponía en situación y organizaba sus defensas. Tenía la ventaja de la vista, y en aquella ocasión, sin necesidad siquiera de requerir hechizos. Era interesante estudiarla. Además, tenía la oportunidad de moverse cuidando los movimientos de ella.

La estudió mientras ascendía, interesado. Apuntó a su posición y y disparó otro claïr ëm yäk, aquella vez invocado en un tono más bajo. Se preocupó de apuntar bien antes de invocarlo, pues no quería que la luz delimitase con exactitud la dirección de la que partía el hechizo. De nuevo, se movió con pies ligeros, bordeando su posición por la izquierda, alejándose del lugar. Podía confundirla de aquella forma, hacerla sentir asediada.

Percibo el hechizo cuando ya está cerca y salto de una rama a otra, evitándolo por poco. He calculado la dirección de la que venia, pero cuando lo busco no está ahí. Aprieto la mandíbula, incómoda, y bajo del árbol de un salto ligero, manteniéndome pegada al tronco, que siempre me asegura un flanco seguro.
Alzo la voz.

-Creí que querías comparar habilidades, no una cacería -digo al aire.

Me muevo enseguida, buscando, con la mirada. Cualquier movimiento en una hoja, un crujido, un ataque... Un rastro que pueda delatarlo. Con Corbin no es tan sencillo.

Corbin no se permitió una sonrisa. Pero el truco le hizo gracia. Evidentemente, en campo abierto Alehyss tenía muchas ventajas. Podía moverse con más facilidad y rapidez que él, y alcanzarlo sin problemas. Y, por lo visto, tampoco se le daba mal moverse entre los árboles, pero Corbin no iba a darle ventajas así porque sí. Después de todo, se la tomaba en serio.

Corbin se situó cerca, hacia su derecha, manteniendo el sigilo. Entonces invocó un hechizo desde su posición y, con pies ligeros, se movió ligeramente a la izquierda, manteniéndose oculto.

Esperó. Ella había vuelto al suelo, así que quería ver cómo se movía.

Espero un segundo más, pero nada. No oculto la sonrisa, mientras mis ojos buscan, ávidos, entre la maleza. Creo percibir un movimiento, pero no encuentro nada y no doy por hecho que haya sido él.

-Ya veo que no -añado, para mí, terminando de repasar el entorno.

No tengo a dónde ir. De alguna forma, es como si me hubiese acorralado, aunque no lo haya hecho. Porque no lo ha hecho. Solo es uno, y las alturas son mías.

Veo venir la luz. La fiereza de mi mirada aumenta. Ahí. Me lanzo a por él, como si fuese a atraparlo, y giro el cuerpo para dejarlo pasar, buscando su origen. Pero no va a estar ahí, claro. Se habrá movido. No va a estar ahí. Pero al menos si me acerco podré ver algo.
Todos mis sentidos lo buscan.

Alehyss se lanzó hacia donde Corbin quería, y entonces fue cuando él aprovechó para lanzarse sobre ella, como un depredador. Tratando de anticiparse a la reacción de ella, saltó desde su posición para enfrentarla. Corbin sabía que, si conseguía atraparla o atontarla, tendría una gran ventaja, así que se concentró en placarla con un gran impacto cuando saltó hacia ella.

Una vez estuviera en el suelo, podría intentar imponerse, por supuesto. O, si por alguna razón fallaba, tendría que concentrarse, tras el intento, en alejarse de ella. Su arma, que todavía no había tenido ocasión de catar, seguía parecido un detalle importante a tener en cuenta.

Salta hacia mí. No es una sorpresa que salte, pero sí que lo hace en el momento preciso, de la forma precisa. Acabamos de empezar, pero estoy ya es intenso. Resulta excitante.
Me concentro para evitar su golpe en el último instante, conteniendo la tensión que su presión me provoca. Asusta, de alguna forma, equivocarse.
Me aparto hacia su izquierda sin perder un momento. Se que soy más rápida, y esa es mi ventaja. No puedo parar. He de ser explosiva, concentrarlo todo en el instante que gano, así que combino un lanzamiento de la bola de mi kusarigama a su cara, al ojo, con un solo giro de muñeca mientras lo esquivo, con un tajo que lanzo a su hombro izquierdo, directo a punzar la articulación.

Llamarlo entrenamiento es una mentira. Realmente es como un combate a muerte real.

Tal y como Corbin había considerado, la posibilidad estaba allí. Desde luego, estaba claro que Alehyss era tremendamente habilidosa. Y él tenía que enfrentarse a aquel hecho y continuar. Como planeaba, se alejó con su mismo impulso de la trayectoria de la bola metálica, que trataba de llegar a él.

Por supuesto, con aquello no estaba a salvo. Alehyss lanzó también contra él el filo de su arma, y Corbin la bloqueó dándole un puñetazo con uno de sus puños de acero. Era más útil defenderse avanzando que retrocediendo, eso lo tenía bien claro. Y si aprovechaba aquel mismo avance, podía contraatacar. El primer puñetazo era el primer avance. El siguiente, el contraataque en sí mismo, iría contra ella.

Retiro el arma enseguida, cuando la golpea, para minimizar el impacto, acomodando el cuerpo, ya orientado en su dirección, mientras él avanza. Pero ni tengo tiempo a impulsarme hacia ningún sitio, porque enseguida viene. Mi cabeza baraja en un instante varias opciones, calibrando su ataque, pero va descartando inmediatamente las inservibles, dejando solo las que pueden ser aplicables y, considero, no me ponen en excesivo peligro.
En vez de esquivarlo apartándome, flexiono las rodillas para que pase por encima, impulsándome hacia delante, a por sus piernas, enviando mi brazo por delante, a por su pierna derecha. La forma de luna de la hoz, junto con un movimiento de muñeca, harán que un buen posicionamiento por mi parte consiga clavar la punta en su gemelo y segar. Mi siguiente paso será hacia un lateral, con el cuerpo casi a ras de tierra, para salir en diagonal y rebasarlo.