Bosque

Ben rió de nuevo, divertida al verlo retorcerse con tan poco entusiasmo. Se preguntó si se sentiría todavía en mitad del sueño. Ella solía despejarse tan deprisa que apenas tenía tiempo para recordar cómo había sido el estar durmiendo.

Se inclinó sobre la rama y le tendió la mano para tirar de él. Caeruleus, aether... Y eso que parecía totalmente piscis. No se podían juzgar las apariencias, por lo visto. Seguro que había mucho mestizo como él suelto. A fin de cuentas, todas las razas acababan mezclándose una y otra vez. Era imposible no tener parentesco de un par, al menos.

-Para ser medio aether tiras mucho hacia abajo, eh -comentó, entretenida.

Ben, manteniendo la sonrisa en todo momento, lo ayudó a incorporarse. A su agradecimiento respondió con un gesto de fingida modestia.

-Un placer -canturreó. Y, ante sus quejas, sonrió más ampliamente y se inclinó ligeramente hacia él, intrigada-. ¿Y de qué te acuerdas todavía?

Los sueños solían escabullirse a velocidades inimaginables, y eso Ben lo sabía muy bien. Pero cuando se conseguía retenerlos, era muy interesante analizarlos. Solían ser divertidos y absurdos, recuerdos mucho más dignos de mantenerse que algunos de los que se conservaban estando despierto.

Ben escuchó en silencio, tratando de no reírse ante las imágenes absurdas que le proporcionaba su imaginación. Sí, los sueños eran algo fascinante. Se preguntó si el chico habría tenido oportunidad de volar de verdad alguna vez. Se preguntó, también, si los aethers tendrían nubes sobre las que uno podía posarse. Podía resultar útil, desde luego.

-¿Has estado alguna vez en Ventus? -preguntó-. Dicen que es algo así. Islas flotando. No sé si tendrán escaleras de nubes.

Una escalera para llegar a Ventus sería muy útil. Aunque también muy complicado, probablemente. Y cansado. No, quizás no fuera tan útil.

Ben ladeó la cabeza, con una idea en mente de pronto.

-¿Y no hay mucha niebla?

Eso era lo que pasaba si subías a la montaña. Llegabas a la altura de las nubes y todo a tu alrededor era húmedo y difícil de ver. Nunca había pensado así en Ventus, pero tenía bastante sentido.

-En un carro de esos -sugirió-. En realidad es fácil ir a cualquier parte. Lo difícil es conseguir el dinero que te permita hacerlo.

Miró hacia arriba, y se encontró con un buen montón de ramas que entorpecían su vista del cielo. Volvió a mirar a su compañero.

-¿Se tarda mucho en llegar? Por ejemplo, ¿un aether podría subir por su cuenta? ¿O se cansaría antes?

El interés de Ben se hizo evidente en su mirada y, de nuevo, se inclinó ligeramente hacia él, con los ojos fijos en los suyos.

-¿Y se nota que están más cerca? -preguntó.

Se inclinó hacia atrás de nuevo y negó con la cabeza, poco convencida.

-Lo difícil es encajar en el perfil. De Ventus no llegan tantas, y en seguida están llenas las plazas o aparece alguien especialmente indicado -explicó. Ben se enteraba de las misiones a través del servicio del palacio, y aunque las noticias y rumores viajaban a velocidades increíbles entre ellos, siempre era más rápido leer los anuncios del tablón uno mismo-. De todas formas, lo intentaré. Sería divertido subir allá arriba alguna vez.

Asintió.

-A eso me refería. Tampoco sé cuánto cansa volar, en realidad, así que no puedo hacerme mucho una idea.

Ben cruzó un brazo bajo el techo y se recodó sobre este, tratando de imaginarlo. Sonaba como algo digno de verse, y la mestiza se sonrió.

-Bueno, creo que debería darme un paseíto por Ventus alguna vez -zanjó definitivamente. Además, alguien con su fantástica visión nocturna apreciaría aún más aquellas vistas, decidió.

Sonrió al chico, que le causaba cada vez mayores simpatías.

-Gracias -aceptó en seguida-. No lo dudo.

Cuando el sugirió hacer "encuesta", Ben se planteó que aquello podía ser un tema tan interesante de tratar como la mayoría de los que ella solía sugerir. Valdría la pena comentarlo con Adain, por ejemplo.

-Supongo que depende de a quién preguntes te responderá una cosa u otra -apuntó-. La gente sabe sacar partido si les das la oportunidad de quejarse.

*se quedan divagando y fin de escena*

Corro. Entre los arbustos, sorteando los árboles. Aprovechando mi agilidad al máximo, espero al último segundo para esquivarlos. Me hace sentir eufórica. Corro. Ya estoy jadeando, pero no quiero parar. No puedo parar. Saco mi cadena. Fijo mi blanco con la mirada y ejecuto el ataque. Cargando de electricidad la cadena, la lanzo como un látigo y la hoja queda chamuscada. A continuación suelto mi cadena y sigo corriendo. Cuando me encuentro a cierta distancia, me doy la vuelta y extiendo la mano, usando Sakröm y atrayendo mi arma para recuperarla.

Vuelvo a echar a correr y hago un pequeño sprint antes de retomar mi ritmo inicial. Con la cadena en la mano, reduzco el ritmo solo para lanzarla a una rama alta cercana, haciendo que se enrolle a su alrededor. Corro un poco más para coger impulso. Y salto hacia la rama, tirando de la cadena para llegar más fácilmente. En cuanto me agarro a la extremidad del árbol, uso mis brazos para sentarme en ella.

Tengo la respiración acelerada del esfuerzo físico, pero me da igual. Desde esta altura puedo ver parte del bosque bañado por la luz del sol que se cuela entre las hojas. Es una imagen preciosa. Este lugar es magnífico. Todavía no puedo creer mi suerte. Pero es real, me han llamado para estar en Brontë. Decido quedarme un rato aquí sentada admirando el paisaje. Mis piernas se balancean de la emoción. Me siento tan viva.

*se queda*

Pese a su sensibilidad visual y a sus antiguas actividades nocturnas, Ben nunca ha sentido predilección por el estilo de vida de Caligo. No es algo que haya practicado nunca, y si bien no le molesta seguirle la corriente a Fif de vez en cuando, en general suele estar más activa durante el día. Quizás por eso le gusta tanto el bosque; de día o de noche, los árboles se aseguran de que nunca haya luz en exceso.

Salta de rama en rama, dejándose llevar por acrobacias y virguerías, casi más por diversión que por interés en hacer ejercicio. Solo casi, eh. También se preocupa de que, a pesar de lo vistosos que pueden llegar a ser sus movimientos en ocasiones, esta vez resulten discretos y sigilosos, dándole la ocasión de escabullirse si fuera necesario.

Busca las ramas más sólidas, las zonas más espesas y las sombras más oscuras para camuflarse. Controla la respiración, asegurándose de que no la delata su pesadez o un posible jadeo inoportuno. Trata de mantener el cuerpo relajado, aún en mitad del ejercicio, para mantener la flexibilidad de sus movimientos, recorriendo el bosque como una sombra, tratando de no espantar siquiera a los más asustadizos animalillos que lo pueblan.

En su concentración, llega hasta una zona en la que, se da cuenta, no está sola. Alguien descansa sobre una rama. Alguien a quien Ben no conoce.

Sonríe.

Trepando y saltando, se dirige a ella hasta llegar a su altura, sin causar alboroto en el proceso.

-A las muy buenas -saluda, cuando llega cerca de ella, sentándose tranquilamente en una rama cercana.

No sé si es porque estoy ensimismada con las vistas o porque ella es terriblemente sigilosa, pero la verdad es que no me doy cuenta de que hay alguien hasta que me habla.

Intento que no se me note el sobresalto que me produce y me giro haca ella. Me fijo en su mezcla de rasgos. La verdad es que es bastante mona.

- Buenas! -le respondo con mi sonrisa habitual.

Acto seguido cambio mi postura, para intentar parecer más interesante. Me acomodo apoyando la espalda en el tronco del árbol y flexiono una pierna, con la planta del pie en la rama para posar mi brazo encima.

- Creo que aún no nos conocemos -añado, sin perder la mueca alegre.- Yo soy Kris.

Ben sonríe de medio lado, contenta de recibir una respuesta amistosa. A veces Ben sentía que a alguna gente no le apetecía charlar, y aunque ella no solía andarse con reparos a ese respecto, siempre era mejor cuando la reacción era positiva.

Se caló bien la gorra, con gesto satisfecho.

-Yo, Ben -respondió alegremente-. Y también creo que no nos conocemos. ¿Llevas mucho por aquí?

Se recolocó en la rama y se dejó resbalar hasta quedar boca abajo, colgando de las piernas, pero todavía mirando a la chrysos. Daba gusto la brisilla que corría en el bosque.

Parece una chica muy agradable. Qué suerte toparme con ella. Bueno, que ella se topase conmigo. Creo que me cae bien. Le dedico una sonrisa a su cara del revés.

- Pues la verdad es que llegué hace poco, aún estoy descubriendo cómo funciona todo esto -dirijo mi atención al paisaje a nuestro alrededor.

Apoyo la cabeza en el árbol y me dedico a mirar hacia las copas, los cachitos de cielo que se pueden apreciar entre las hojas. Es el tipo de paisaje al que estoy acostumbrada y, aún así, es como si estuviese en un árbol por primera vez. Y respiro hondo. Cierro los ojos y me centro en el olor. Pero enseguida recuerdo que no estoy sola y le devuelvo mi atención a Ben.

- Esto es un paraíso. Nunca pensé que pudiese llegar a experimentar algo como esto -muevo los brazos como mostrando el lugar.- Y no solo me refiero a lo precioso que es todo. Recibir La Llamada es lo mejor que me podría haber pasado jamás.

Dejo que mi ilusión se vea. Y me muevo, me siento en el borde de la rama, con mi cuerpo girado hacia la chica.

Ben arqueó las cejas.

-Oooondia -respondió-. Entonces es mucho más divertido. Hay mucho que recorrer por aquí, quien dice dentro del palacio, dice por los alrededores. ¿Has bajado al pueblo? Es un gustazo, sobre todo en días de mercado.

La observó con curiosidad, tan relajada en el árbol. Parecía no estar prestando la menor atención a su entorno, con los ojos así, cerrados, pero era posible que estuviera atendiendo a otras cuestiones. Una sonrisa brillante se le extendió por la boca cuando la vio hablar con tanto entusiasmo del hecho de estar allí.

-Ya lo creo -coincidió, muy segura de lo que decía-. Esto es una lotería, no te lo digo de broma. Llevo aquí ya unos años y es de un gusto que a veces todavía me creo que estoy soñando.

Se balanceó un poco boca abajo, hasta que la inercia le alcanzó para incorporarse de nuevo y sentarse sobre la rama de cara a ella.

Se quedaron un buen rato charlando amigablemente antes de volver a Palacio.

*Se van*

Ben tiraba de ellas, haciéndolas avanzar a un ritmo acelerado entre los árboles. Mientras, seguí describiendo todos los detalles del lugar: los postes, las escalas en los troncos, las dianas, en dos grupos, unas para magia y otras para armas. El arsenal del que disponían allí también, un taller situado junto a la extensión de terreno a disposición de los guerreros, tal y como sucedía con el arsenal junto a la sala de entrenamiento.

─Si es que no lo entiendo. De verdad que no lo entiendo ─repetía.

¿Cómo podía Fifi decir que no sabía de qué hablaba? ¡¿Cómo podía dudar de su palabra?!

*Se van*

El bosque lo encontré callado y sereno. Entre las ramas, a la nieve le había costado más llegar al suelo, pero aún así se había llegado a cubrir de un fino manto blanco que le daba un aspecto invernal precioso. Un invierno un poco tardío, bien pensado, pero agradable.

La nieve, además, parecía amortiguar los sonidos más de lo habitual, porque apenas se oía ruido. Claro que no se trataba del silencio antinatural que había vivido en Humus hacía no tanto, sino de algo mucho más orgánico y armónico.

Lo recorrí en silencio yo también, disfrutando de la quietud.

*Se va*

No hay nada como volver a Brontë para recordar que para ponerse en forma no llega con lanzar un par de flechas a la semana. He salido con el arco a la espalda, pero antes de ponerme a disparar he decidido correr un poco. Y no llevo ni media hora trotanto por el bosque, pero ya siento que mi fondo no es lo que era. Tampoco es que nunca haya sido el culmen del atletismo.

Cuando creo que ya no puedo más, resignado, me detengo en medio de una arboleda y tomo el arco. No he traído solamente flechas normales, tengo otras que en vez de punta tienen una bolsita porosa con tiza, que son las que usaré. A fin de cuentas, no he traído dianas conmigo, y los árboles no me han hecho nada. Habiendo opciones, me parece ridículo agujerearlos.

Recupero un poco el aliento en lo que busco uno al que apuntar, y al encontrarlo tomo una de las flechas con bolsa y la lando desde una distancia media. Da un poco más bajo de lo que me hubiese gustado, pero es que cambiar de flecha también implica tener que reajustar el tiro, y puede ser un buen entrenamiento añadido, ya que estamos. Si hubiese sido una persona y le hubiese apuntado al pecho, le habría dado en el vientre. Es un tiro peligroso, de todos modos.

Preparo la siguiente flecha, me pongo en posición y disparo de nuevo, dando esta vez más arriba. Al final es todo una cuestión de práctica.

*se queda*

Buscaba una zona tranquila en la que concentrarme en un nuevo hechizo. Dado que la temperatura y las condiciones meteorológicas habían mejorado con respecto a la semana pasada, y la primavera hacía acto de presencia con tímidos amagos, parecía un momento indicado para trabajar en el exterior. Dado que quería tranquilidad, me interné en el bosque, pensando que era más difícil dar con alguien entre los árboles.

Me equivocaba. En mi paseo, distinguí una figura que practicaba el tiro con arco, precisamente, contra los troncos. No tardé en ver que se trataba de Jun, nuestro viejo recién llegado. Por suerte, lo tenía de espaldas y no me vio aparecer, por lo que pude escabullirme por donde había venido discretamente. En general, no tenía nada contra el muchacho, pero su entusiasmo el otro día había sido suficiente. Y, de todas formas, ya que estaba entrenando, era mejor no molestarlo.

*Se va*

FdR.: Jeje.

Tras entrenar hasta que siento que tengo el brazo y los dedos cansados, me dedico a recuperar todas y cada una de las flechas que he ido tirando. Algunas de ellas tienen la bolsa de tiza casi vacía, así que creo que, entre eso y los árboles con la corteza espolvoreada, puedo considerar que he hecho un buen trabajo.

Una vez her recuperado todos los proyectiles pongo rumbo a Brontë con paso alegre. Ahora un buen baño me quitará el cansancio y luego con una cena terminaré bien el día. Si hasta parece que entrenar aquí resulta más apetecible que hacerlo en Aqua. No sé si es porque es lo que inspiran las personas que viven en el Palacio o por lo más evidente: el terrible frío del continente helado.

*se va*

El bosque, por la tarde, tiene una luz y una textura particulares. Es más cálido, donde el sol consigue colarse entre las ramas; el verde se confunde en tonalidades diversas que van desde lo más brillante hasta fundirse en sombras. Hasta los pájaros que se oyen, camuflados en la espesura, parecen cantar de una manera particular. Pero es de ti de quien emana la auténtica belleza del paisaje. Porque el canto de esos pájaros parece una melodía hecha particularmente para acompañarte. Los verdes y las sombras se entrelazan para destacar, sobre ellos, tu figura, tus colores, tu presencia. La luz que consigue acariciar tu piel, tu pelo, tus alas, tu vestido es la que emana auténtica calidez, el verdadero brillo, la blancura que destaca sobre las sombras. Y te dejas inundar por ese paisaje, que te acoge como su elemento principal con los brazos abiertos.

A tu lado, tu acompañante, disfrutando extasiada de la oportunidad de contemplar tal imagen, deslumbrada cuando la luz incide sobre tu figura estallando en claridad. Y, sobre toda esa hermosura, tu perenne sonrisa, hoy para ella, una joya para su deleite particular.

─No vengo mucho por aquí ─confiesas, una confidencia que le brindas como un presente único. Y con él, una risa suave como el chapoteo de un arroyo─. Tengo que admitir que conozco más el bosque por sus copas que por sus raíces.