Claro del bosque

Arrugué el ceño, repentinamente contrarizado.

-Por Mithos, Adain. No he dicho que no sea capaz, solo que no me dedico a ello. Pero si hubiese un buen motivo lo haría sin dudarlo, claro. No te creas que es muy diferente ir con esto que con un poco más de ropa.

Di unas buenas palmadas a Telma cuando la mencionó de nuevo. Y ella seguía mugiendo.

-Claro que nada. Te lo enseñaremos un día, eh Tel.

En cuanto a Nadia, me extrañó un poco. Muchas veces hablaba de mi hermana. Era una pena que en aquel momento no llevase la fotografía encima para poder enseñársela.

-Se llama Nadia. Es mi hermana menor. Tiene ahora dieciséis años. Hace poco me enviaron un retrato. ¡Ha crecido tanto! Lo cierto es que tengo muchas ganas de ir a verla -comenté, risueño-. ¿Y tú tienes hermanos?

Arrugué las cejas, adoptando entonces un gesto ofendido. ¿A qué se refería?

-¿No crees acaso que mi dragón no sea algo digno de verse? -pregunté, burlón-. Estoy seguro de que habría también quien se alegrase. No todos los días se muestra algo tan magnífico -comenté, torciendo una sonrisa-. Pero me debo a mi nobleza, y no haré tal cosa -declaré al final.

Trillizos. Fue oír aquello y pensar en Lea, al instante. Aunque era diferente. Lea tenía una gemela, pero Adain tenía tres hermanos iguales. Y como se llevase igual de bien con ellos...

-¡¿Trillizos?! ¿En serio? ¿Y se llevan bien? ¿No es confuso eso de tener la misma cara? ¿Y contigo?-lo interrogué, muy interesado.

Me froté el pelo cuando preguntó, extrañado. Me lo cortaba un poquito cada dos semanas, para que las puntas se mantuviesen en orden, pero nada más...
Me rasqué una mejilla, acariciando la piel desnuda un momento.

-Pues no, la verdad. Está como siempre.

No pude sino reír a sus palabras.

-Bueno, no he dicho que sea a ti al que quiero mostrárselo. No creo que un hombre encuentre mucha gracia en la humillación de verse superado, querido amigo -me burlé, poniendo los brazos en jarras con una sonrisa desafiante.

En cuanto a sus hermanos... A medida que hablaba solo imaginaba más y más la cara de Lea. Y estaba seguro de que no sería una cara agradable. No creía que aquel tema le hubiese hecho mucha gracia a ella, por lo que siquiera la mencioné.

-Bueno, supongo que ser el menor de cuatro tiene sus pegas. Y menos si ellos estaban tan unidos. ¿Son mucho mayores? -inquiricé, curioso.

Saber más de los amigos era algo agradable, desde luego.

Telma volvió a mugir, sin embargo. Ya estaba impacientándose, desde luego. Bastante había aguantado ya.

-¿Me lo contarías de camino a los establos? Creo que tiene hambre, y hoy la hierba no está muy a hocico -comenté, de buen humor.

*se van*

Corbin era de la opinión de que el tiempo no era suficientemente frío como para causarle problemas. De hecho, aún con el frío mordiéndole la piel, no sentía el frío tanto como le hubiera gustado. El ejercicio, por otra parte, impedía que el tiempo resultara peligroso para él, y el ardor de su cuerpo en contraste con el frío sobre la piel le daba una extraña sensación de entumecimiento, de la que intentaba librarse con sus enérgicos movimientos.

Iba descalzo, y no vestía más que unos pantalones flojos que le daban movilidad más que suficiente para su ejercicio. Utilizaba los árboles como objetivos, atacando a varios a la vez, aunque su atención estaba especialmente centrada en el que tenía más cerca. Combinaba hechizos con puños y patadas, y a todo añadía un intento por mostrar la mayor ligereza posible, moviéndose como un susurro en la noche, como Violeta le había enseñado.

Tenía el torso perlado de sudor, pues ya llevaba varias horas de entrenamiento. Por supuesto, ese no era motivo para detenerse. Tenía mucha noche por delante todavía, antes de parar y descansar.

*Se queda*

Avanzaba por el bosque con tranquilidad, abrigada con una capa y con la bufanda al cuello. Esta tarde había estado entrenando un poco a solas, probando de nuevo al duende de la sala de entrenamiento; resultaba un artilugio de lo más interesante, aunque yo no lo usase con tanta frecuencia. De todas formas, aunque no entrenase mucho con las replicas, últimamente estaba entrenando bastante: aparte de las sesiones con Anna, también practicaba por mi cuenta, tanto dentro de la sala de entrenamiento como en los exteriores. Ahora mismo, sin embargo, simplemente estaba paseando. Hacía tiempo que no salía a los exteriores de noche; los pequeños cambios que había ido introduciendo para poder practicar con Anna habían ido cambiando mis costumbres, convirtiendo mi rutina en algo más parecido a la de mis compañeros no caeruleus que a los miembros de mi propia raza. Resultaba agradable salir de noche, pese a todo: todo se veía con más claridad, más detallado.

Al llegar a un punto, una figura llamó mi atención, y me acerqué un poco para descubrir a Corbin, entrenando. En un primer momento, pensé que lo mejor sería no decirle nada para no interrumpirlo, pero de pronto recordé la última vez que lo vi entrenando, así que terminé por saludar:

—Hola.

Pero no dije mucho más.
No quería molestarlo; solo quería que no me pegase, o me lanzase un hechizo, o algo parecido.
Pese al saludo, no obstante, me mantuve alerta, preparada para atacarme o defenderme en caso de que me confundiese con una bestia o algo así e intentase lanzarme algo. No tenía muchas ganas de recibir un golpe solo porque sí, la verdad.

fdr. no sé si iba a venir alguien??? e iba a venir svend, pero luego me pareció injusto para el resto xDDU

Corbin entrenaba en silencio, por lo que no le pasó por alto la llegada de la caeruleus. Poco dispuesto a verse interrumpido o asediado, invocó un ebrain aitchbrëa que llenó de luz todo su entorno, buscando así confundir a su recién aparecido rival. Tan solo desvió la vista hacia Inger un momento, pero fue suficiente para reconocerla. Respondió a su saludo con un gruñido hosco, antes de continuar golpeando el árbol que tenía ante sí.

Los golpes se ralentizaban poco a poco, pero la energía con la que embestía seguía patente. Su cuerpo semidesnudo estaba en clara tensión, y tenía el gesto contraído. Tardó un tiempo todavía en volver a mirarla de reojo, aún con un puño clavado en el tronco y sin decir nada.

FdR- Soris, defectos inconvenientes
;O; svend, eres mi senpai, notíciame

Oh.
Mierda.

En el momento en el que escuché cómo convocaba el hechizo, maldije todo lo habitable en silencio y cerré los ojos, moviendo al tiempo la cabeza hacia la derecha, en un acto reflejo. Pronto me vi ciega, incapaz de ver y notando un fuerte picor en los ojos. Resultaba especialmente molesto, y no era la primera vez que me pasaba, lo que lo hacía todo mucho peor. Maldito hechizo claritas. Me consideraba bastante apta como para esquivar o defenderme de un golpe, pero no de una luz cegadora. ¿Había alguna forma para defenderse de eso? Si la había, me gustaría saberla.

Lentamente, noté cómo la molestia iba desapareciendo, y fui abriendo los ojos. Miré entonces al claritas, esbozando una sonrisa nada lograda.

—Creo que... La próxima podrías utilizar otro hechizo...

Me pasé una mano por los ojos.

—Lo siento, de todas formas.

fdr. *story of my liiiiiife*
svend noticiará a quién lo encuentre (?)

Corbin encontró las palabras de la chica insultantes, aunque no habría sabido decir por qué. Inspiró con fuerza por la nariz, lanzando un nuevo golpe contra el ya maltrecho tronco, y cerró un momento los ojos, todavía con gesto desagradable, antes de mirarla de nuevo.

-Un ataque no está hecho para complacer al que va dirigido -gruñó, visiblemente incómodo-. Jamás se da a elegir al enemigo. Y jamás se rechaza un ataque en favor de otro. El próximo puede ser mucho peor que el recibido.

Un nuevo golpe levantó astillas en la madera, haciendo temblar el tronco. Pese a todo, la respiración irregular iba remitiendo junto con la adrenalina y la furia. Corbin apretó los dientes, haciendo un gran esfuerzo por contener instintos que durante tanto tiempo habían sido alimentados.

-Hago lo que puedo -confesó finalmente, y aunque no era su intención, su voz sonó agresiva-. No es sencillo.

Lo miré de reojo, mientras golpeaba el árbol. Por supuesto, entendía lo que decía, y también entendía su estado de alerta aún en Brontë; a fin de cuentas, no habían sido pocos los ataques que el Palacio había sufrido, pero.

—Eso lo sé —murmuré. Suspiré—. Y también entiendo que estés alerta hasta dentro de Palacio. —Me encogí de hombros—. Era más bien un comentario no demasiado serio; la última vez que te vi hiciste lo mismo.

Sonreí un poco. Luego negué suavemente y me coloqué mejor la bufanda, mirándolo de reojo. Su fuerza resultaba sorprendente. Cuando volvió a hablar, bajé un segundo la vista.

—No era mi intención reprocharte nada... La culpa es mía por acercarme mientras entrenas, de todas formas.

Lo miré de nuevo, encogiéndome un poco de hombros.

Corbin frunció un poco más el ceño.

-Siempre hago lo mismo -indicó.

Solo cuando lo hubo dicho se dio cuenta de lo que eso significaba. Se sintió entonces torpe, débil y también furioso consigo mismo. Golpeó una vez más el árbol. Después retrocedió un par de pasos y lo contempló. Acabó por suspirar y negó para sí.

-No es así como debería ser -se dijo, razonando por un momento. Y era cierto: eso quería decir que era predecible, lo cual iba en contra de cualquier buen sistema de lucha. Necesitaba aprender a controlar sus impulsos. Atarlos.

Miró a Inger como si la viera por primera vez.

-Sabiendo lo que sucedería, no ha sido muy inteligente por tu parte -observó, todavía con un tono poco agradable-. Eso significa que ambos tenemos algo en lo que concentrarnos y mejorar.

Lo cierto es que no sabía qué pensar sobre el hecho de que siempre hiciese lo mismo cuando oía a alguien acercarse. En parte estaba bien, o sea, demostraba que siempre estaba alerta y que sería complicado que algún enemigo lo atacase, pero por otra... Jo.
Cuando dijo que no estaba bien, curvé los labios, negando suavemente. Dudaba que lo dijese por eso de que aquí todos éramos compañeros y que, por tanto, aquello no estaba del todo bien, sin embargo. Más que nada por lo que acababa de pasar, vamos.

—¿Cómo debería ser entonces? —pregunté, ladeando la cabeza—. El hechizo es fuerte y bastante útil; no se me ocurre una forma de esquivarlo, y creo que solo los caeruleus tenemos uno semejante. Si buscas ganar tiempo y armarte, está bien. Aunque siempre podrías buscar otra forma mejor para averiguar quién se acerca a ti; así te aseguras de no hacer daño a quien no quieres hacerle daño.

Esperaba que ahora no dijese que sí quería cegarme. Eso resultaría bastante... Triste. Decepcionante.

A pesar de su tono desagradable, no respondí con uno semejante, sino que lo hice con uno calmo, sonriendo, incluso.

—Pensé que con saludar antes de hacer nada bastaría. Ya veo que me confundí.

Me encogí de hombros.

La forma de explicar su propia estrategia no decía mucho para Corbin. Evidentemente, todo eso ya lo sabía. Lo único que le demostraba (y era una información a la que no habría renunciado) era que Inger era perfectamente capaz de analizar los pros y contras de un ataque y su contexto. Claro que no lo hacía desde la mejor perspectiva, en su opinión.

-No es un problema del ataque -explicó con voz impaciente-. Si tuviera algún reparo en causar daños como esos evitaría atacar. Se trata de daños no permanentes, así que no hay ningún motivo para evitarlos. De hecho, no deja de ser un ataque débil -. Negó con decisión-. Pero el problema está en una estrategia fácil de prever. Eso puede ser mortal en combate.

Frunció el ceño, mirándola con extrañeza. ¿Saludar? ¿Era eso una defensa mínimamente útil? Sabía que no.

-Ninguna preparación es suficiente.

Entendía lo que decía: si hacía siempre lo mismo, era evidente que acabaría volviéndose predecible. Sin embargo, yo seguía pensando que era una buena estrategia, cosa que, por otra parte, resultaba evidente que él también lo pensaba. Fruncí un poco el ceño, pensativa. Lo cierto es que no tenía muy claro qué responderle. A fin de cuentas, por muchas estrategias que pensases, al final en el momento de un combate terminabas o cambiándolas o ajustándolas, por lo que me parecía un poco complicado planear una que fuese perfecta.

—Bueno, imagino que en un combate te enfrentarás a enemigos que no te conocen, en un principio. —Lo miré—. Y aunque puedan adivinar que lo primero que hagas será intentar cegarlos, dudo que puedan hacer demasiado para evitarlo. —Ladeé la cabeza—. ¿Hay alguna forma de defenderse de un hechizo como ese? —pregunté, con genuina curiosidad. Luego continué—. De todas formas, entiendo lo que dices, no te creas. E imagino que lo único que puedes hacer es pensar en ello. —Me encogí de hombros—. Supongo que siempre puedes optar por dos hechizos rápidos: primero los atacas y al momento los ciegas; imagino que eso haría que se preocupasen por esquivar el primero y no por lo segundo.

Aquella conversación me resultaba bastante complicada. Pensar estrategias me parecía difícil, y más si uno no conocía a la perfección como combatía la persona de la estrategia.

Le sonreí un poco.

—Un saludo no es una buena preparación, pero no espero que un compañero me ataque. Al menos no uno con el que no recuerdo haber tenido problemas. —Me encogí de hombros—. Para la próxima, lo tendré en cuenta. —Esbocé una sonrisa jocosa—. A lo mejor intento cegarte yo antes... —Pero al momento, negué—. No, no haría algo así, eh, conste.

Corbin no entendía muy bien por qué intentaba explicarle cómo actuar y desenvolverse en combate, pero no dijo nada al respecto. La dejó hablar, buscando en sus palabras algo que no le hubiera pasado antes por la mente. No lo encontró.

Tras pensar un momento hasta qué punto le compensaba responder a su duda, decidió resolver su duda. La escrutó un momento en la oscuridad.

-Para un claritas, la mejor forma de evitar hechizos de ese tipo por parte de caeruleus es con hechizos claritas cegadores. Depende de la capacidad mágica de uno que se consiga evitar el hechizo o no -explicó, seguro.

Corbin la miró con cierta sorpresa. ¿No estaban hablando, precisamente, de que aquel ataque había sido muy predecible? Quizás Inger debería tomar cuidado de entrenarse más a ese respecto.

-No suelo contar con interrumpir un entrenamiento -advirtió-. Y no tomo conciencia de ello en el momento. Recuérdalo. Yo tampoco tengo intención de reducir a un aliado por una imprudencia.

Corbin volvió la vista a los árboles. Se estaba quedando frío. Después del ejercicio, y tan falto de ropa, no podía permitirse permanecer quieto. Inclinó la cabeza, en señal de despedida.

-Buenas noches.

Y, sin decir más, se alejó por el bosque.

*Se va*

Asentí al escuchar su respuesta, tomando nota. Lo tendría en cuenta en el futuro, y también para futuras sesiones de entrenamiento: no tocaba demasiado la magia porque no se me daba especialmente bien, pero sería interesante probar a contrarrestar un hechizo como el del claritas.

—Lo tendré en cuenta. Todo.

Tanto la parte del hechizo como lo referente a sus entrenamientos, aunque hoy no pretendía interrumpirlo, sino simplemente saludar y esperar a que terminase. O irme, no sé.

Respondí a su gesto de despedida con uno propio, y a su buenas noches con otro, sonriendo. Después, observé durante un segundo su espalda mientras se alejaba, y luego seguí con mi paseo en la dirección contraria a la del claritas.

*se va*

Telma había aceptado venir conmigo hasta tan lejos pese a la nieve y el frío, rechazando de aquella forma el calor de los establos. Sabía, pese a su mal humor, ser una buena compañera. En agradecimiento despejé una zona amplia de nieve para ella y la sequé con algunos flagrare. Luego me tumbé sobre su espalda, una vez estuvo acomodada, apoyando mi cabeza en la suya, más grande y esponjosa.

-He recibido una carta de Nadia hablando de una mujer que ha estado preguntando por mí... -murmuré, algo cansado-. Me temo que al final todo siga adelante... Debería mandar una carta a casa diciéndolo todo: que ya no estoy con Inger, que Lea existe, que no quiero que me comprometan y todo eso...-. Hundo entonces la cara en el pelaje, aspirando un poco el calor-. O quizás debería ir allí... Debí haber pasado por allí al volver de Iracunda... Mamá se hubiese asustado un poco al ver la herida, y Nadia...-. No puedo evitar una sonrisa-. Y luego, el gran Reick Dehnel...

Suspiré, dejando el cuerpo relajado y apoyé la barbilla en su pelo. Y seguía nevando... Y eso que enero ya había acabado.

-Este año hace frío, eh...-. Ella respondió con un mugido grave. Estaba seguro de que era un sí-. Oye, Tel... No decir la verdad es como mentir, ¿verdad?-. Un nuevo mugido, más bajo-. Ya, eso pensaba...

*fin de escena*

Los yetis no entran en los establos, así que he decidido llevármelos a un lugar alejado para no molestar a los miembros de servicio y no asustar al resto de animales.

Los yetis no oponen resistencia cuando los guío hasta aquí, el claro del bosque. A pesar del ataque de anoche, son inofensivos; evidentemente, no pueden evitar causar ciertos destrozos al moverse, pero son destrozos causados únicamente por su enorme tamaño. Si yo midiese casi diez metros y mis manos estuviese arrastrándose por el suelo, tampoco podría hacer gran cosa para evitar que algunos árboles se rompan.

Son seis. La mayoría no tienen heridas graves, pero hay uno al que le falta una mano, y otros dos tienen marcas de quemadura. De todas formas, lo que más me preocupa ahora mismo son las secuelas que pueden haberles quedado. La magia negra no es ningún juego; puede tener consecuencias desastrosas.

*se queda*

Vilo es quien guía, y yo lo dejo hacer. Por suerte, se aleja de la zona del combate en su recorrido. No me apetece pasar por allí. A pesar de que ya se ha tomado control, no deja de ser desagradable. Los combates de este tipo no suelen dejarme muy buen cuerpo.

De todas formas, repito lo mismo que hacía entonces. Llevo la espada en las manos y me dedico a avanzar con ella, siguiendo los pasos de Vilo, que, por una vez, va más alerta que con ganas de jugar. Al final ayer se limitó a observar, lo cual fue un auténtico alivio. Quizá debería darle unas instrucciones que aprender para asegurarme de que está a salvo. Aunque, por ahora, ha demostrado saber manejar las situaciones.

Lo dejo que me guíe, pensando en todo lo que pasó, hasta que un sonido llama mi atención y me detengo en seco. Es lo mismo que ayer. Vilo, no, no podemos volver a hacer lo mismo, no solos. No sé si puede haber otro ataque, independientemente de cómo acabó el primero.

Pero aunque lo llamo, Vilo sigue avanzando, relativamente tranquilo, y no tengo más remedio que seguirlo. Es al llegar al claro, ya con los animales a la vista, cuando localizo a Svend, el líder claritas. Bueno, pues eso solo puede significar o que la situación es muy grave o que no lo es en absoluto. Y, por lo visto, parece más bien lo segundo.

Pues no estoy con muchas ganas de hacer el paripé, aunque creo que ya es tarde.

-Buenas tardes, señor -saludo, con una reverencia.

Vilo se ha quedado quieto por delante de mí, y lo mira con atención, ignorando a los yetis. Yo de él no lo haría.

Noto la presencia del Vulpus antes de que se acerque del todo, y para cuando la flamma llega, yo ya estoy esperándola, con gesto tranquilo. Los yetis, que están dispuestos a mi alrededor, formando una especie de círculo, también giran el cuello para buscarla con la mirada. Tardan un rato en localizarla, pero cuando finalmente lo hacen, la observan con curiosidad. Supongo que algunos la recordarán del combate.

—Buenas noches, Lea Seimz. —Sonrío—. ¿Cómo se encuentra?

Saludo también al animal.

—Podéis acercaros si queréis. —Señalo a los yetis—. Son inofensivos.

-Bien, gracias, señor -respondo con voz dulce-. Con permiso.

Por inofensivos que sean, me imagino que estarán más tranquilos si no se sienten amenazados, así que me llevo la espada a la espalda antes de proceder. Los observo a todos con atención. No han sufrido grandes daños, a excepción de uno, que ha perdido la mano. Ese no estaba con nosotros. Ha habido otro foco de ataque. Por lo demás, me imagino que las marcas que les hayan quedado serán más psicológicas que físicas. Ha sido una auténtica canallada.

Ofrezco una leve inclinación de cabeza y llamo a Vilo para que permanezca a mi lado. Es cierto que son enormes, pero quizá los ponga nerviosos. Prefiero no arriesgar nada. Los observo mientras me acerco, y al final acabo por bajar la vista al claritas.

-¿Qué va a pasar con ellos ahora? Si se me permite saberlo -me intereso, manteniendo un tono dócil.

Asiento cuando se acerca y me vuelvo hacia los yetis. Ellos siguen observando como buenamente pueden a la muchacha y el vulpus. Imagino que para ellos no somos más que unos pequeños puntos que se mueven. Me pregunto hasta qué punto nos distinguirán.
No parecen nerviosos cuando la muchacha se acerca. Eso está bien. Me pregunto si se sentirán igual de encontrarse con quiénes los hayan manipulado o atacado, pero es una curiosidad que, pese a todo, no busco resolver: no me gustaría verlos nerviosos.

—Primero planeo borrar cualquier rastro del hechizo que les hayan implantado —respondo, tranquilo, volviéndome hacia la chica. No importa que lo sepa—. Luego les curaré las heridas que pueda y finalmente los enviaré de vuelta a donde pertenecen. Yo mismo me encargaré. —Miro al yeti al que le falta una mano. Frunzo un poco el ceño. —Tal vez este tenga que permanecer un tiempo más en Brontë recuperándose. Pero en cuanto lo haga, volverá con los demás.

Suspiro.
Que haya perdido una mano es toda una faena. Pobre animal.
Me vuelvo hacia la flamma.

—¿Cómo se encuentra usted?

Tras el evento, supongo que es importante preocuparse por nuestros guerreros.