Claro del bosque

Hubiese querido estar en Ignis. Eso es lo que me repito desde que supe lo que sucedió allí. La arrogancia me lleva a pesar que si hubiese estado allí hubiese sido diferente.

Me muevo entre los árboles hasta llegar al prado, jadeante, con el sudor a flor de piel, sin preocuparme por el calor que envuelve mi cuerpo, tratando de descargar hasta la última gota de energía, como llevo haciendo los últimos días. Pero nunca parece suficiente. Me acuesto cansada, pero duermo intranquila, y al día siguiente mi cuerpo responde bien de nuevo al ejercicio, permitiéndome seguir hasta que, sin poder más, caigo rendida. Es ahí donde querría seguir, pero entonces apenas puedo intentarlo. Y lo haría, pero sé que si me fuerzo demasiado y hago falta estaré en problemas.

Ya en el claro, escojo un árbol y corro hacia él con fuerza, esprinto, salto contra su tronco y me propulso desde este al de otro árbol cercano, buscando encaramarme a una de las ramas, demasiado alta. En mitad del salto trato de impulsarme de nuevo, de ganar algo de altura para alcanzarla, y aunque llego a tener la sensación de que asciendo no tengo claro si ha sido mi impresión o si es cierto.
Caigo. Tengo que acomodar el cuerpo para no hacerme daño, y flexiono las rodillas para suavizar el impacto.
Todavía. Todavía me queda energía. Estoy furiosa, o frustrada. No lo tengo claro.

Dejo ir un jadeo que termina siendo un gruñido y enseguida estoy de nuevo en marcha. Me apoyo en los troncos de varios árboles, saltando de uno a otro, escalando de esa forma. Así es fácil. Pero no quiero eso. No quiero hacer lo que sé hacer. Quiero mejorar, hacerme más fuerte.
Al tercer salto he elegido mi objetivo, y me apoyo de forma especialmente sólida en el último salto, desde el tronco, y me propulso con fuerza, pero no llegaré. Necesito un poco más. Estirarme. Quiero alcanzarla, pero mi fuerza no llega.
Trato de maniobrar en el aire, de encontrar un apoyo donde no lo hay, de arañar centímetros, pero mi cuerpo no es capaz de entenderlo. Y aún así rozo la rama con los dedos, pero eso no me sirve.
Jadeo, cayendo al vacío. Me las arreglo para hacerlo sobre otra rama más baja del mismo árbol, que cruje bajo mi peso, y no puedo evitar toser. La boca me sabe un poco a metal del cansancio.
Acuclillada, inspiro hondo. Aprieto los dientes y me levanto.

Otra vez.

Paso un buen rato repitiendo eso. Los movimientos, ágiles y veloces, se van haciendo más pesados y lentos, pero no me detengo. Una vez siento que lo he logrado que con un giro de cuerpo consigo escalar algo en el aire, pero en el intento siguiente me siento tan torpe que me parece imposible.
Y las caídas. Al final me resiento de tantos impactos desde arriba, y el cuerpo me duele. Me tiemblan un poco las piernas, así que me detengo.

Me hubiese gustado haber estado allí. Quizás las cosas hubiesen ido mejor.

*fin de escena*

No podía decir que hubiese ido a buscar la forma más práctica de hacer aquello, pero estaba resultando útil para practicar. Además, no parecía que hubiera nadie por aquella zona, y eso me permitía moverme cómodamente, sin necesidad de dar explicaciones a nadie. No tenía demasiadas ganas de dar explicaciones.

Nada más terminar de comer, había echado a andar hacia el bosque y me había dejado perder en él. Era increíble que, a aquellas alturas, siguiese siendo capaz de desorientarme en la espesura, pero así era. Y había acabado, en un trote suave con el que solo pretendía calentar, en un pequeño claro.

No me detuve al llegar, sino que continué moviendo las piernas y brazos en mi suave carrera, sin avanzar mucho y evaluando el terreno. Al final, sí acabé por detenerme, y comencé a estirar, poniendo a prueba mi flexibilidad antes de comenzar mi tarea. Fui de arriba a abajo, de tal forma que empezase por estirarme hacia arriba, pero acabase sentada en el suelo, estirando los brazos hacia las piernas, o incluso tumbada para estirar los músculos de la espalda.

Una vez terminé, me quedé tirada donde estaba y empecé a acomodar mi cuerpo al suelo, buscando pegarme a él lo máximo posible. Comencé entonces a reptar, buscando maneras de avanzar por el suelo de forma sutil, evaluando el terreno. Hasta que di de bruces con una raíz levantada, y me quedé mirándola.

No dejaba mucho espacio entre la madera y el suelo, pero tenía que intentarlo. Con las manos desnudas, escarbé en la tierra para hacer más espacio, sin prisa pero sin pausa, buscando la manera de crear un mayor espacio. Miré el hueco unas cuantas veces, determinando si sería capaz de hacer lo que quería.

Al final, pegué la mejilla al suelo y me arrastré con manos y pies, con los ojos cerrados, concentrada en reptar. Acomodando el cuerpo como podía, fui acercándome al hueco que quedaba entre la raíz y el suelo y traté de introducirme por él para llegar al otro lado. Empecé por la cabeza, y no tardé en comprobar que la postura, incómoda, me impedía impulsarme con los brazos tanto como querría. Pero sabía que me convenía pegar bien los hombros al suelo si quería tener éxito, así que continué avanzando con las piernas, hasta que mi cabeza llegó al otro lado y la raíz quedó sobre mi nuca.

Inspiré hondo y seguí reptando. Adelanté un hombro, ignorando la tirantez de los músculos, que debía hacer tan flexibles como pudiera para pasar por allí. una ramita se me clavó en el brazo, pero la ignoré y continué, ya retorciéndome por la tierra para poder avanzar. El hombro pasó al otro lado, y entonces tuve que reacomodarme para dar paso al otro. Era complicado, porque al mismo tiempo intentaba extender el brazo que tenía más adelantado. Un brazo por delante me ayudaría a impulsarme.

Todo marchaba bien por el momento. Conseguí arrastrar el otro hombro, y a partir de ahí no tenía por qué ser difícil. Se trataba, sencillamente, de pegar bien el cuerpo al suelo y tirar de él hacia adelante. Arqueé la espalda para ello, y pasó de largo mi cintura... hasta llegar a las caderas. Di un golpe con la frente al suelo, fastidiada. Me lo temía.

Con ayuda de las piernas, traté de recolocarme, de avanzar, de moldear el cuerpo para que cupiese por el hueco que tenía disponible. No era tan sencillo. Llegué a temer que me quedaría atascada. Conseguí avanzar un poco más, colarme por el hueco, seguir adelante... hasta que la raíz comenzó a clavárseme con fuerza suficiente como para obligarme a detener el avance. De nuevo, traté de amoldarme al espacio, y no me detuve hasta que un tirón en la cadera me obligó a hacerlo. Apreté los dientes.

La salida fue accidentada, y al final tuve que romper la raíz con un hechizo para salir de allí. Miré el espacio por el que había intentado pasar, dolorida, sucia y malhumorada. Con un bufido exasperado, abandoné el claro, dispuesta a darme un buen baño que compensase semejante frustración.

*Se va*

Vilo está especialmente activo. Y puedo utilizarlo. Además, hace muy buen día para el ejercicio en exteriores. Llevamos ya un rato corriendo, pero me gustaría algo más específico. Está volviéndose, en cierto modo, feroz. No deja de ser un gran depredador, y ha hecho del bosque un hogar. Pese a todo, no ha llegado nunca a echarme de su vida, así que quizás sea bueno que aprendamos a trabajar juntos.

Me planto en el claro a cierta distancia de él y comienzo a caminar el círculos, manteniéndome siempre a cierta distancia, sin quitarle el ojo de encima. No sabría decir si soy yo quien ha iniciado esos movimientos o si, por el contrario, lo estoy siguiendo. En cualquier caso, acabo por tomar la iniciativa. Pego un grito potente, al tiempo que tomo las espadas en la mano. Vilo reacciona con un fuerte gruñido y echa a correr hacia mí.

Lo espero. Lo espero hasta que casi está encima. No tarda mucho en recorrer la distancia que nos separa, en realidad. Entonces, cuando veo que va a saltar sobre mí, me echo al suelo y ruedo a un lado, tengo que aprender a manejar esta clase de movimientos con el arma en la mano, pues así será en una situación real de combate. Ruedo a un lado y me pongo en pie tan deprisa como puedo, interponiendo el arma entre ambos. Vilo ya se ha vuelto hacia mí, claro, pero sabe que el filo no es algo que atacar de frente, así que mantiene su posición y gruñe.

Aprovecho unos cuantos movimientos de ataque y defensa para poner más distancia entre ambos, y al cabo estamos repitiendo el proceso. La persecución el círculos, el grito, el salto. Tengo la sensación de que entiende que me está ayudando, aunque, en cierto modo, también lo estoy ayudando yo a él. Si va a quedarse conmigo, necesita entender estas cosas. De nuevo, me echo a un lado, cuidando la posición del arma, y me pongo en pie de nuevo a cierta distancia. Y de nuevo el ritual defensivo, y de nuevo las distancias y el acecho. Vilo tiene el pelo erizado y muestra los colmillos, en una imagen, desde luego, imponente. Tiene potencial para ser peligroso, no puedo dudarlo.

Grito de nuevo, y de nuevo se lanza contra mí. Esta vez pruebo a echarme a un lado de otra manera, y de nuevo trato de recuperar pie tan rápido como me es posible. El arma me sirve para contenerlo, aunque tengo la sensación de que cada vez le tiene menos respeto. La enarbolo para recordarle el peligro que supone y marcar distancias una vez más, y procedemos de nuevo.

El ejercicio se repite una y otra vez. Vilo parece seguir mis movimientos, dificultarlos cada vez, así que tengo que innovar para que no me atrape. Y, cada vez, ponerme de pie en seguida y seguir adelante. Aunque, llegado un momento, ya no es posible. Quizás sea más listo que yo, o quizás me pueda el cansancio. El caso es que, en cierto momento, se me echa encima antes de que tenga tiempo de evitarlo.

Todo lo que puedo hacer es lanzar el arma a un lado para evitar daños. Después, me derriba y rodamos, y aunque intento imponerme, me supera en fuerza de forma evidente. Y, entre gruñidos, me lava la cara hasta que no puedo contener la risa. Sigo forcejeando, aunque sea en vano. Desde luego, sabe mantener la cabeza fría. Mi chico listo.

*Se queda*

Me detengo en medio de mi ejercicio cuando llego al claro. Trago saliva y tomo aire, alzando un poco el mentón al contemplar la escena extraña que se desarrolla en el interior. No sería tan extraña si ese animal tan juguetón no fuese un imponente vulpus adulto, todo sea dicho.

-Buenas noches -saludo, con la voz algo tomada por la carrera que llevo a la espalda.

No sé si ha sido buena idea saludar o no. De hecho, el único motivo por el que lo he hecho es por si me han visto llegar, ya que no esperaba compañía aquí. Al final he sido yo la que interrumpe.

Hago un amago de estiramiento y roto el cuello a un lado y al otro. Lea me serviría tan bien como cualquier otro para entrenar, sería mejor que hacerlo en solitario, pero ni tengo la confianza para proponerlo sin más ni me parece que haya aparecido en el momento más indicado para hacerlo.

Vilo se da cuenta de que ha llegado antes que yo, y tras girar las orejas, gira la cabeza para mirarla. Mueve un momento la cola, agitándola como un látigo, y por lo demás se mantiene donde está, alerta. Yo me hago a un lado para salir de debajo de él e incorporarme, al tiempo que me limpio la cara con la manga.

Resulta extraño encontrar la manera de actuar en estas situaciones. Trato de ofrecer una sonrisa cortés, suave, bien comedida.

-Buenas noches -respondo, con total naturalidad.

Llevo una mano a la piel del cuello de Vilo, sujetándolo, y tiro de él hasta que se deja caer sentado a mi lado. Mejor que no se ponga nervioso. Aunque, la verdad, casi controla mejor que yo.

Ladeo la cabeza, curiosa, cuando el animal me mira. Parece bien educado. Lo vi hace tiempo, una vez, creo recordar. Ha crecido.
Los animales nunca me han gustado demasiado.

-Siento interrumpir -digo finalmente, ofreciendo una sonrisa tranquila-. Llegué a pensar que te estaba atacando-. Fue la primera sensación al ver una bestia sobre un cuerpo moviéndose, aunque no duró demasiado-. Por suerte me equivocaba. Veo que seguís llevándoos bien.

Es un comentario algo vacío, pero no deja de describir la realidad.
Estoy algo tensa. Por haber dejado el entrenamiento a medias.

Miro un momento a un lado para volver a mirarlos a ambos, luego.

Le rasco el cuello a Vilo, y él acaba por acomodarse del todo en el suelo, recuperando la normalidad de la respiración y perfectamente apacible. Da gusto entrenar con él.

-A veces hasta yo tengo la sensación de que me va a hacer daño -admito, aunque el tono no es en absoluto preocupado-. Pero, de hecho, calcula muy bien cada movimiento. Ni siquiera sin querer llega a hacerme daño. Y parece que no quiere independizarse...

Bueno, quizás yo no lo he hecho bien del todo a ese respecto. Pero, de todos modos, no está en su hábitat natural, y yo no sabía tanto de los vulpus hasta que lo adopté. Supongo que las libertades que le he dado no le han parecido suficientes, aunque es él mismo el que vuelve a verme cada vez.

La verdad es que al menos parece educado. No quiero imaginar qué podría hacer esa bestia si se lo plantease. No me fío de hasta qué punto son fieles los animales salvajes. Tiendo a pensar que si tienen mucha hambre te comerán de todas formas.

-Supongo que todo ese control es un alivio -respondo, dedicando una mirada más atenta al animal, que se ha acomodado en el suelo, junto a ella.

¿Y si no controlase? Supongo que Lea se lo habrá planteado alguna vez, y que tendrá sus mecanismos de emergencia por si eso pasase. Lo conocerá lo suficiente.
Alzo las cejas con suavidad cuando dice lo de la independencia.

-¿Quieres que se independice? -inquiero, curiosa.

No lo parece, por su actitud de hace un momento.

FdR- Pausa

Asiento con suavidad, sin dejar de acariciar a Vilo. Contengo una mueca de culpabilidad cuando ella pregunta, y sustituyo su expresión por la de una sonrisa suave, perfectamente medida. Me encojo de hombros un momento.

-Bueno, yo no diría querer -admito, finalmente-. Pero lo acogí porque de lo contrario moriría, y esa no es su situación ahora. Supongo que no he sabido marcar las distancias una vez se ha vuelto autosuficiente. Las madres llegan a dejar sus territorios o utilizar la violencia, llegado el momento, para obligar a sus hijos a valerse por sí solos. Yo no iba a irme de Brontë, y generar tensión entre ambos podía ser contraproducente, así que me limité a separarme de él un poco. Por supuesto, él no encuentra motivos para hacer lo mismo, así que al final no ha servido de nada.

A la larga, me he hecho a la idea. Vilo no está obligado a entrenar conmigo, ni a acompañarme a ningún sitio, pero suele ser más complicado conseguir que no lo haga que lo contrario. Después de que me haya acompañado a una misión, no estoy muy convencida de que sea buena idea exponerlo a peligros, pero también sé que podemos protegernos el uno al otro y ser más eficientes. No tengo muy claro qué hacer al respecto.

Termino por acercarme un poco a ambos mientras habla, centrando la mirada en el animal, con curiosidad limitada. Sé cómo funciona el ciclo de la vida, y es verdad que las madres de esas especies terminan por echarlos. Cualquiera podría pensar que nosotros deberíamos ser iguales, pero los humanos razonamos demasiado las emociones y los recuerdos como para que sea práctico. Al final solemos terminar enviando una carta a casa.

-Tú no eres su madre -señalo, obvia-. Evidentemente, lo más cómodo en ese caso sería llevártelo a él y dejarlo en algún otro sitio-. Miro de nuevo al animal, pensativa-. Pero no le causas ningún mal así, ¿no? O, dicho de otra forma-. La miro a ella-. El mal está hecho. Y no está tan mal. Cada uno tiene que adaptarse a sus circunstancias, y estas son las suyas. Se ha adaptado bien-. O eso parece.

Realmente, no entiendo el problema.

Ladeo la cabeza, algo extrañada por el comentario.

-No, obviamente -coincido-. Pero soy quien lo ha sacado adelante, y me habría gustado que eso no hubiera afectado su conducta. Por supuesto, como dices, ya no hay nada que hacer al respecto.

Acabo por incorporarme, y Vilo no duda en acompañarme. Me acerco entonces a recoger las espadas, que han quedado a un lado, abandonadas. Las acomodo a mi espalda.

-Supongo que está bien así -acepto.

Aunque sé que, si tiene consecuencias negativas para él, me culparé. Es inevitable.

Tengo razón, aunque eso no sea para nada esperanzador. Para ella. A mí me da igual. Es su problema y no me ha pedido ayuda con ello. Tampoco es que tengamos una relación como para que lo haga. Aunque tiendo a pensar que me cae bien.

Observó cómo se levanta y va a por sus cosas. No sé si se iba a o he terminado de espantarla. Quizás al fial he terminado siendo un incordio. ¿Debería disculparme? No creo que llegue a tanto.

-¿Ya te vas? -inquiero, mirándola-. Espero no haber sido la causante -añado.

Al final lo he hecho. No es una disculpa, pero casi. Aunque tampoco es que en mi voz haya mucho rastro de culpabilidad.

Me estiro. Creo que entrenaré poco más. Ahora, teniéndola aquí, armada y todo, se lo propondría. Pero no me siento cómoda con eso.
¿Cuándo me volví tan indecisa?

La miro de nuevo, un tanto sorprendida. Creí que habíamos quedado en que no necesitaba establecer conversación sin motivo con la gente. Y tampoco me estaba yendo exactamente, pero eso no es lo que me llama la atención del comentario.

-Oh, en absoluto -respondo, apaciguadora-. No me gusta dejar mis armas por ahí tiradas, simplemente. No tenía ningún plan en particular. ¿Por qué? ¿Necesitabas algo?

Sabiendo lo que sé, no sería extraño pensar que si pregunta es porque tiene algún interés, con que me vaya o con que me quede. Lo que no sé es por qué me molesto yo en dar tantas explicaciones. Para evitar problemas estúpidos, supongo.

Alzo las cejas, pero asiento. La he malinterpretado. Quizás me he puesto a la defensiva demasiado rápida.
Termino por negar, tranquila.

-Venía a entrenar, pero creí que mi presencia habría interrumpido nada-. La miro un momento, pensativa-. Esa espada tuya no es muy habitual -le digo, serena-. Una vez entrené contra tu copia para probarla. Creo que apenas habré visto a un par de personas que la manejasen decentemente a o largo de mi vida.

No sé por qué lo he dicho. Es una curiosidad, un suceso sin mucha importancia, pero que, de alguna forma, revela cierto interés por ella. Aunque no es nada especial.No más del que pueda tener por cualquier otro. De alguna forma, puede tomárselo como un piropo, en este caso.

Niego de nuevo, manteniendo mi sonrisa amable.

-No has interrumpido nada, no te preocupes -insisto.

Me sorprende un poco lo que dice entonces y parpadeo. Sin quererlo, llevo una mano al arma y acaricio uno de los filos, pensativa. La verdad es que fue de las cosas que pensé cuando empecé yo. Pero, de hecho, me siento cómoda.

-No es que tuviera especial interés en ella antes de empezar a entrenar. Es una de estas coincidencias que aceptas sin más en tu vida -. La miro con curiosidad-. ¿Y qué tal lo hace mi copia? No he probado a enfrentarme a ella.

Ni a la suya, en realidad. No soy muy amiga de eso; el duende me parece artificioso. Pero, de hecho, sí recuerdo...

-Tampoco tu arma es muy habitual -remarco-. Creo que tendría dificultades para enfrentarme a ella.

Si no la he interrumpido está bien. No quiero una conversación en la que haya continuas disculpas que no vienen de ninguna parte. Si le molesta y se lo guarda, es asunto suyo. Uno ha de asumir la responsabilidad de sus acciones.

-Bueno, supongo que si te hubiese costado dominarla habrías acabado por acudir a otra -razono. Quizás es de esas que se empeñan en algo que no tiene futuro. No puedo evitar sonreír, divertida, a su pregunta-. Bueno, la experiencia me dice que el duende no es tan poderoso como los de verdad, así que supongo que este caso no es diferente. No tengo con qué comparar-. Me coloco un mechón suelto tras la oreja. Empiezo a enfriarme-. No fue de las más sencillas de matar -añado, con un tono algo perturbador, que evidencia, o al menos para mí, una broma (de mal gusto).

Cuando menciona mi arma me llevo la mano al muslo y alzo las cejas. No tardo en asentir.

-Es inusual, sí -admito-. También fue una especie de coincidencia, aunque se adapta bastante bien a mi forma de moverme.

Niego con suavidad. Supongo que no pasa nada por hablar del tema.

-No lo creo -replico-. Yo por entonces era moza de cuadras, no guerrera. Mi novio de entonces utilizaba una espada doble, y me enseñó por eso. De hecho, aprendí por ayudarlo a practicar en su tiempo libre. Pero, personalmente, no tenía mucho interés en esas cosas. Luego, sencillamente, resultó que se me daba bien.

Respondo con una sonrisa un tanto apurada. No queda muy bien, dicho así. Jamás me esperé que acabaría envuelta en algo como Brontë. Como buenamente puedo, acepto el agradecimiento, aunque no tengo muy claro que que hayan intentado matar a una imagen de mí misma sea algo que agradecer.

No pregunto más al respecto. Si quiere hablar del tema, lo hará ella misma. Tampoco estoy tan interesada en los detalles.

Una historia un tanto extraña. Moza de cuadras... No deja de sonarme extraño. Aunque le da algo de sentido a que quiera cuidar tan bien a ese animal suyo. Supongo que está comprometida con la causa.
Yo, personalmente, no podría trabajar haciendo algo como eso.

Acaricio el filo de mi arma, con distracción. Digamos que a mí los hombres también me arrastraron a la lucha, aunque ahora lo disfruto como algo propio.

-Tengo un amigo cuyo hermano mayor era buen luchador -comento-. Yo me interesé por el combate para pasar más tiempo con él y al final terminé por derrotarlo-. Resultó no ser tan bueno, solo un crío-. Pero era una niña. Ahí despertó mi interés, luego solo fui mejorando. Ahora Brontë me da la oportunidad de sacarle partido de una forma apropiada.

Quizás haya oído algo sobre mí. No creo que sea un secreto exactamente, aunque yo no hable mucho de ello.

-Personalmente, te aconsejo que pruebes alguna vez a enfrentarte a tu copia. Da una idea bastante acertada de tus puntos débiles.

Sonrío con amabilidad. Supongo que es bastante más apropiado que lo mío. Normalmente, de un guerrero se buscaría, como mínimo, una historia como la suya. Me pregunto cuántos hay de los míos dispersos por el palacio.

-Supongo que es una forma más lógica de acabar aquí -comento-. Tratándose de vocación...

Asiento. La verdad, no se me había ocurrido, pero es una recomendación bastante buena. Yo no tengo más oportunidades que esa de ver cómo me manejo desde fuera. Y, aunque se trate de algo artificial, supongo que estará bien.

Quizás mi problema es que no me apetece tener delante una copia de mí misma más que en el espejo, mientras pueda evitarlo...

-Lo probaré -aseguro.

Vocación.
No me lo había planteado así nunca. Pero, de hecho, es cierto. Se puede llamar así. Siempre creí que vocación era la de otros, otros que luchaban por algo, mientras que yo solo estaba aquí por obligación. Pero al final he decidido quedarme, por encima de todo lo demás, porque me gusta este lugar y me gusta lo que yo soy en él.

-Antes tenía una mentalidad algo más elitista en la que solo los poderosos tenían derecho a estar aquí -confieso, seria-. Los débiles, física o mentalmente, no tenían cabida. Ahora me he relajado un poco con respecto a eso, aunque sigo siendo bastante estricta-. Me encojo de hombros-. Da igual por qué estés aquí si cumples con tu trabajo.

Solía pensar que eran todos unos estúpidos inútiles. Solía pensar que eran tan diferentes a mí, tan inferiores, que no quería mezclarme con ninguno de ellos. Que no sabían nada de la vida. No era más que una cría soberbia.

No sé si dice que lo probará en serio o por educación, pero asiento y le dedico un asentimiento. Me frustró mucho enfrentarme a mi copia la primera vez porque atacó a Massen, la hirió y llegué a sentirme responsable. Pero no dejaré que ninguna otra copia me someta.

No tengo muy claro si me está llamando inútil o es un comentario sin más. ¿Intenta decirme que lo que ha dicho antes lo ha dicho porque ya no es tan estricta? ¿O eso no tiene que ver? Tampoco es como si ella fuera la que decidiera a quién se llama a Brontë, que yo sepa.

-Para eso está la llamada, supongo -respondo, encogiéndome de hombros, manteniendo la sonrisa.

Parece, en cierto modo, muy concentrada en lo que dice. O, quizás, más bien, en lo que piensa. Vilo me lame la mano y lo miro un momento, antes de dedicarle una caricia. Bueno, yo no me siento débil, en comparación con mis compañeros. No es que me considere ninguna estrella, pero no creo que me esté quedando atrás.

-Además, no deja de venir gente -añado-. Imagino que nos corresponde orientarlos, o acabarán por decidir ellos mismos que no valen para esto.

Yo me sentí así en su momento, y de no ser porque volver a Ignis no era una opción, es probable que me hubiese marchado. No dedicaría mi vida a algo que no me satisface. Aunque todavía no tengo claro si Brontë acaba de hacerlo.

Ladeo la cabeza, como dudando, pero asiento. Tiene razón en eso. A mí me llamaron, pero vine por otro motivo, y a veces llega a olvidárseme lo primero. Nunca se nos ha dicho qué se busca en un guerrero. Supongo que son unas facultades determinadas, pero no las ubico, porque todos parecemos sumamente diferentes.

Lo de orientar a los nuevos me recuerda mi encuentro con la chrysos, Anna, con la que fui algo desagradable. La mayor sorpresa a ese respecto es que sigue aquí. He empezado a replantearme las cosas con respecto a la gente, aunque sigo pensando que no todos valen por igual.

-Pese a eso, es un momento complicado -comento, bajando un poco el tono-. Dos líderes nuevos, y seguimos sin contar con el de Ignis... Algunos guerreros de los que más tiempo llevaban aquí han abandonado. Inger se ha ido, y Heylel hace tiempo que está inactivo-. No menciono a Lyam. No creo que sea lo mismo-. Silvanus ha muerto-. Eso, sin poder evitarlo, lo digo con cierta rabia. Aprieto un momento la mandíbula. Ya no estaba aquí, pero eso habrá minado la moral de muchos-. Gerald ha perdido un brazo-. La miro, con cierta frialdad. Aunque no hacia ella-. Me siento algo intranquila con respecto a los recién llegados. La orientación no podrá suplir la experiencia.

Hemos perdido a varios guerreros expertos. ¿Podrán reemplazarlos cinco o seis novatos? Hace tiempo que sé que yo sola no sirvo para todo.
Todavía queda gente capaz aquí, por otra parte. Y los que una vez fueron nuevos ahora cuentan con más experiencia. Espero poder confiar en eso.

La escucho mientras habla, sin apartar la vista. Desde luego, está bien informada. Mejor que yo, creo, y eso que he estado indagando un poco al respecto. Lo pienso un momento antes de responder, pero al final hablo, segura.

-¿Y crees que rechazar a nuevos reclutas es de más ayuda? -Niego con suavidad-. Por supuesto, la situación no es la mejor. También Rick se ha ido, y no era el mejor momento para eso. Pero el hecho es que los que no están, no están, y los que han perdido facultades, las han perdido. Cualquiera de los que viene aquí lo hace a sabiendas de que la guerra no es un juego, y el que no lo tiene claro, acaba por descubrirlo. Rechazar a guerreros potenciales no nos ayuda, aunque orientarlos nos quite tiempo. A la larga, pueden llegar a ser útiles.

Siento que así fue conmigo. Aún no tengo claro hasta qué punto he asimilado las posibles consecuencias de mi estancia aquí. De todos modos, he visto la reacción de Gerald, y no pretendo estar preparada para algo así. No creo que uno pueda estar preparado. Lo mejor es intentar cuidar de mi integridad. Pero, mientras quiera quedarme, eso implica prepararme a conciencia, no rechazar las tareas de Brontë.

Niego a su pregunta, enseguida, aunque con calma. De todos modos, dejo que siga hablando antes de intervenir. Que diga lo que tenga que decir. No sé en qué momento esto se ha convertido en una especie de debate, pero está bien. Me gusta saber hasta qué punto está comprometida la gente porque me parece que así tengo más claro si me darán la espalda o no si llego a necesitarlo.

-No creo que rechazarlos sea la solución-. Me peino un mechón y alzo un poco la barbilla-. Hace falta contar con efectivos. Pero da lo mismo tener cien o diez principiantes si el enemigo es un líder -añado, seria. He dicho principiantes, pero dudo mucho que yo misma hubiese podido hacer algo. Algo que dice me hace enarcar una ceja, esta vez con sorpresa-. ¿Dehnel se ha marchado?-. Lo paladeo, con extrañeza. No esperaba algo así de él. Parecía orgulloso de lo que fuese que lo había traído-. Eso sí es una sorpresa. Supongo que haber visto la muerte de Silvanus sería demasiado para él-. Niego para mí, tensa-. Cuando fuimos a salvarlo también se empeñó en cargar con un cadáver para sacarlo de la gruta-. Me encojo de hombros, con gesto cansado-. Es el tipo de persona que no puede soportar esas cosas, ¿no?-. La miro, interrogante. Pero pronto niego de nuevo-. Me gusta esa forma de pensar que tienes. Espero que sea igual en la práctica.

Es fácil decir que no es un juego. Lo difícil es no querer dejarlo en el peor momento, cuando tienes el filo en la garganta.

No contengo la mueca que el rostro me pide, aunque acabo convirtiéndola en una sonrisa apurada. La evalúo con la mirada, manteniendo un tono ligero, pese a todo.

-No creo que los más veteranos pudieran enfrentar a un líder tampoco, teniendo en cuenta lo que he visto de ellos -replico, y es un detalle que me parece importante.

Me pregunto de dónde sacarán toda esa fuerza. Algunos, probablemente, al menos en parte, de su experiencia, pero de otros no lo tengo tan claro. Jillian Campbell, hasta donde yo sé, es un auténtico prodigio de la magia, y es menor que yo. ¿Qué es lo que tienen de especial?

Asiento, pero al final me veo en la necesidad de negar. Tampoco es que sean así las cosas, en realidad. No es así exactamente.

-Es algo temporal -aclaro-. Volvió agotado de la misión, y tampoco estaba en buen estado. Ha aprovechado para volver a casa, a hacer una visita y recuperarse lejos del ambiente de guerra. Pero volverá.

No respondo a su último comentario. Prefiero no hacerlo. Me he sentido inútil e impotente en ocasiones, pero creo que estoy puliendo mi mentalidad, mejorando también en ese aspecto. Tengo la sensación de que me estoy volviendo más resistente. Claro que no sé a qué extremos pretende llevar ese hecho.