Claro del bosque

Pris sonrió de oreja a oreja, complacida.

-¿A que sí? -coincidió, contenta-. Bueno, en realidad no tenemos la misma madre. La de Zaih era flamma, pero murió, y luego mi padre conoció a mi madre y se enamoraron. Es una historia muy bonita. Yo nací después de la parte interesante, claro, pero no va a ser menos bonita por eso. Y eso no nos hace menos hermanas, claro. Solo hace que tengamos más abuelos de lo que corresponde.

Pris sentía la necesidad de hablar mucho para ocultar su pequeño secreto. Ella no sabía cómo funcionaba lo de la llamada, pero quería solucionarlo lo antes posible. A lo mejor se podía pedir. Si Zaih no se enteraba, cuando se diera cuenta también a ella la habrían llamado, y entonces no tendría motivos para decirle que se marchara.

Miró alrededor, observando los árboles.

-Es que es un bosque muy grande -apuntó, señalando con un gesto del brazo a su alrededor-. Nosotras vivíamos en el desierto, y allí no había árboles tan frondosos. Aunque en el oasis hay árboles, que la gente siempre cree que vivimos perdidos en medio de las dunas. Y bueno, en Lumen, donde los abuelos, sí que hay bosques, pero yo no suelo ir por ahí sola. Y este no lo conozco, así que si me preguntaras, no sabría decirte dónde estoy.

Aunque lo de saber adónde ir, lo de conocer nuevos sitios, tampoco sonaba mal. Pero seguro que tendría tiempo en otro momento.

Acercó la nariz a la prenda a medio hacer, con curiosidad. Pris había visto a gente trabajando en los telares, pero la lana no era algo a lo que estuviera muy acostumbrada, así que le resultaba extraña. La palpó un momento, con cuidado, y luego se incorporó y sonrió.

-Es increíble -señaló-. Siempre me ha llamado la atención la gente que hace esas cosas. Parece que solo estáis moviendo los dedos, pero cuando te quieres dar cuenta, tienes el armario repleto.

Escucho su historia adoptando diferentes expresiones: cuando menciona la muerte de la madre de la otra chica adopto una preocupada, aunque se suaviza cuando sigue, y acaba siendo una nueva sonrisa.

-Se supone que yo también tengo algo así como más abuelos de lo normal -comento. La sonrisa se suaviza, apagándose, de alguna manera-. Aunque no ha terminado siendo así en mi caso -añado-. Mis padres discutían mucho y se separaron cuando era niña. Mi padre volvió a casarse después, pero quizás era algo mayor para aceptar esa nueva familia como mía -le cuento, con tono algo ausente, sin perder la sonrisa.

Luego me habla del lugar donde vive y de donde lo hacen sus abuelos. Lino sobrevuela el claro casi cuando calla, e inicia un descenso, aunque al verla aletea de nuevo, ascendiendo, para posarse algo más lejos y mirarnos desde la distancia. Alargo una mano hacia él, lo que lo hace venir, aunque da un rodeo evidente para no acercarse mucho a Pris.

-Este es Lino -le presento, antes de seguir su tema de conversación-. La verdad es que en Fulmen hay muchos bosques; no puedo imaginar cómo sería vivir en un desierto. A este le acabas cogiendo el truco, al final, aunque las primeras veces también me sentía perdida -le digo, riendo con suavidad.

Lino se sienta a mi lado, muy tieso, mirándola. Le acaricio las plumas, relajada. Río un poco, negando, cuando toca la bufanda.

-Bueno, tampoco es para tanto... Realmente es más fácil de lo que parece. Es cuestión de entenderlo -explico, dando varios puntos más, con agilidad-. Como todo, supongo.

Pris escuchó, atenta, y le gustó saber que compartían una familia un poco más complicada de lo normal. Aunque, por lo visto, la suya funcionaba mejor. Sonrió con suavidad, esperando no haber tocado un tema delicado.

-Bueno, es que mamá y papá se casaron cuando Zaih tenía tres añitos -explicó-. En realidad, ella no se acuerda de su otra madre, y mamá la quiere mucho, así que no hay mucha diferencia en eso. Los abuelos siempre han sido un poco más complicados, porque no les gustó que mamá se fuese tan lejos de Lumen. Pero mamá siempre ha sido muy resuelta, así que los acabó por ponerlos en su sitio. Zaih y yo somos iguales para todos. Supongo que lo tuyo es más complicado.

No pudo evitar pensar en Altan. Zaih y él no habían tenido hijos, claro, ni siquiera habían llegado a casarse. Y después de lo que había pasado, la situación era muy incómoda para todos, y Zaih lo estaba pasando muy mal. Pero Pris se preguntó, por una vez, si Altan no habría hecho lo correcto al terminar con todo en aquel momento y no más tarde, cuando hubiera todavía más de lo que arrepentirse. Con un enorme sentimiento de culpabilidad, se obligó a apartar aquellos pensamientos de su cabeza.

Abrió mucho los ojos, sorprendida y con cierta tensión, al ver aparecer a la extraña bestia. Resultaba extraño, y a Pris le llamó mucho la atención. Nunca había visto nada parecido. Acabó por relajarse un poco, todavía encajando ideas, cuando la chica se refirió a él como a una especie de mascota, y se inclinó ligeramente hacia adelante, con mucha curiosidad.

-¡Qué raro es! -exclamó, divertida-. ¿Hay muchos por aquí?

La bufanda le llamaba la atención. Tenía ganas de tocarla todo el rato, de sentir el tacto suave pero a la vez algo áspero de la tela que se iba formando. Tenía un dibujo simple, pero no dejaba de ser bonita.

-Sí, supongo que sí -coincidió-. Pero, a simple vista, parece que estés haciendo un truco de circo o algo así.

Pris esbozó una mueca, visiblemente ofendida. ¿Cómo podía alguien decir algo así? Una familia estaba para aceptarse y quererse, y más si se estaba pasando por un momento difícil, como una separación.

-Es que no suena muy bien -replicó, convencida-. Nadie debería decirle a nadie algo así sin un buen motivo. Y... Bueno, sinceramente, ¡mírate! ¿Qué buen motivo podría tener? Vaya una hermanastra. A mí si me alejaran de papá me pondría como una fiera. Aunque él tampoco dejaría que eso pasase, en primer lugar. Bueno, supongo que es difícil hacer supuestos; parece algo complicado.

Se apartó los rizos que se le echaban sobre la cara hacia atrás, aunque en seguida quedó demostrado que se trataba de un gesto inútil. Miró a Lino con una sonrisa curiosa. Personalmente, le parecía que él no tenía muchas ganas de que lo sobase, pero sentía curiosidad, así que asintió.

-He visto a una chica con una especie de lagarto con pelo -explicó entonces, al recordarlo-. Fue muy de pasada, bueno, pero el bicho no estaba mal de tamaño. Donde yo vivía hay muchos lagartos, porque la gente que viene de paso los utiliza como monturas o animales de carga, pero no tienen pelo. ¿Un lagarto con pelo en el desierto? Pobrecillo.

Pris rió, divertida.

-¿Yo? -preguntó-. Bueno, es que soy algo manazas. No sé hasta qué punto sería buena idea. A lo mejor acababa enredándome en el hilo o sacándome un ojo.

Pris la miró un momento, manteniendo la sonrisa, y luego se encogió de hombros. Sí, eran casos demasiado diferentes como para que pudiera ponerse en su piel. Por lo visto, su familia era más acogedora que la de ella. Aunque juzgar tan pronto no era buena idea.

-Thor -repitió el nombre. Sonrió, entretenida-. La próxima vez que lo vea, lo llamaré. Parecía más atrevido que tu Lino. A lo mejor hasta me hace caso.

Cuando el animal se apoyó sobre la chrysos, Pris aprovechó para echarse hacia adelante y acariciarlo. Parecía suave, aunque también algo asustado, y eso la echaba para atrás. Pris había visto a muchos bichos raros en el desierto, en ocasiones en que comerciantes de animales pasaban por allí. Pero nunca un pajarito como aquel. Si podía llamársele pajarito.

Rió con suavidad.

-Bueno, puedo pasar por allí aunque... -Pero un sonoro rugido de su estómago cortó lo que estaba diciendo. Miró a Anna desde abajo, con gesto entre divertido y avergonzado-. Creo que debería ir a cenar...

La nieve caía a su alrededor, suave y blanca, en contraste con su aspecto, con su piel. Pese a que la temperatura era baja, la líder no parecía sentir el efecto del frío. Vestía un jubón ajustado, que marcaba sus formas duras, pero sin mangas, de forma que sus brazos fibrosos quedaban al descubierto. No había, sin embargo, ni un milímetro de piel erizado.

Gwendoline estaba de pie en mitad del claro, con los brazos cruzados sobre el pecho y una severa expresión en la mirada. Era la que mantenía cuando había dado órdenes a sus soldados, de modo que si la miraban por simple azar encontrasen aquel muro impenetrable por mirada.

Cerca de ella, repartidas por el lugar, parejas de gente del servicio portaban armas de madera, que entrechocaban con habilidad variable. Hombres y mujeres por igual se enfrentaban ante los ojos de la líder.
No eran demasiados; seis o siete parejas. Muchos tiritaban o parecían desorientados, pero todos ellos se esforzaban, aunque en distinta medida.

Ella aguardaba y observaba, en silencio.

*se queda*

Desde luego, hacía un frío de morirse. Pero también nevaba, y Priscilla no se había cansado de la nieve todavía, así que había que combatir el frío dentro de sus posibilidades. Zaih no estaba receptiva, y Priscilla había llegado a la conclusión de que, aunque debía cuidarla, también tenía que dejarla sola de vez en cuando o acabaría agobiándola. Y pasear por la nieve no parecía mala idea.

Iba tan abrigada como podía, y seguía sintiendo el frío deslizándose hacia ella. Y eso que, entre los árboles, el viento no era tan penetrante. Aunque quizás allí se acumulase la nieve y...

Perdió el hilo de sus pensamientos cuando vio una escena que llamó su atención. Sonrió. ¿Guerreros entrenando? Incluso con supervisión... Priscilla decidió acercarse a observarlos, aunque con discreción. Quizás pudiera aprender algo de aquello.

La líder se mantuvo inmóvil incluso cuando la chica ya estaba allí. No se perturbó en absoluto por su presencia. Ni siquiera movió los ojos hacia ella, aunque sabía que estaba allí. Dio alguna orden y corrigió a una pareja sin moverse del sitio. Reprendió a otros dos que, sin embargo, sí se detuvieron un momento a mirar a Priscilla.

-¡No paréis o tendréis que empezar la serie desde el principio! -bramó. La voz era potente, pero no parecía enfadada.

La líder dejó pasar un tiempo prudencial antes de, finalmente, desviar sus ojos hacia la chica abrigada.

-No está bien mirar cuando otros trabajan, ¿no te parece? -le preguntó, tranquila.

La primera reacción de Priscilla cuando una pareja de combatientes la miraron fue sonreír, pero no tardó en recomponer el gesto y desviar la mirada, al oír la reprimenda de la que, por lo visto, era la jefa del grupo. Cuando, al cabo de un tiempo, esta requirió su atención, decidió que quizás debía acercarse un poco más a ella.

Su pregunta, pese a todo, le provocó más sorpresa que arrepentimiento.

-¿Está mal? -preguntó, curiosa-. Lo siento, no lo sabía. Solo creí que sería interesante para aprender. No quería distraerlos.

Gwendoline miró a la chica, la evaluó. Su expresión era una máscara de serenidad. No respondió hasta que hubo terminado con la inspección. Alrededor de ambos, mientras tanto, los demás entrenaban.

-¿Aprender?-. La miró, seria-. ¿Qué deseas aprender? ¿A luchar?

Las preguntas eran verídicas, sin ápice de burla. Gwendoline había visto a aquella muchacha más veces, aunque no había llamado mucho su atención. Quizás el hecho de ser de su raza la había destacado un poco por encima de otros. Pero, por lo que sabía, no tenía más que ver con Brontë que el hecho de ser hermana de una guerrera.

Priscilla miró a un lado y a otro, encogiéndose ligeramente, como si temiera que Zaih apareciera de la nada y le echase en cara lo que estaba a punto de hacer. No sabía exactamente si aquella mujer tenía alguna autoridad, pero, como mínimo, parecía una guerrera experimentada. Alzó la vista de nuevo para mirarla.

-Yo... vine a Brontë a acompañar a mi hermana -explicó-. Pero lo que yo quería era quedarme aquí también. Es solo que nadie me ha llamado, pero... bueno, puedo hacer un poco de magia.

No era una carta de presentación muy convincente, pero la claritas no podía argumentar mucho más que aquello.

Ya era la segunda. Aunque su expresión no lo demostraba, Gwendoline sentía cierta euforia en su interior. ¡Su raza!, se decía. Incluso los que no eran llamados deseaban luchar. Quizás otros solo deseaban a aquellos escogidos, pero allí estaba ella, entrenando a los miembros del servicio dispuestos. Si alguien los atacaba, lo que menos necesitaba eran lastres.

-Todo el mundo dice que sabe cosas, chica -le respondió, tajante, seria-. Pero pocos lo demuestran. Demuestra qué sabes y quizás alguien desee que te quedes-. Descruzó los brazos, ofreciendo el pecho-. A mí, por ejemplo. Enséñame qué sabes y te diré qué opino.

Alguna pareja empezó a ajar el ritmo del entrenamiento, más atenta a aquello que a sus espadas.

Priscilla parpadeó, un poco sorprendida por la rápida aceptación de la mujer. Otro podría haber pensado que solo pretendía ponerla en evidencia, pero Pris tendía a formar buenas opiniones de las personas hasta que estas demostrasen que no eran dignas de algo así. Así que sonrió y se alejó un par de pasos, o más bien de saltitos, al tiempo que se frotaba las manos.

Lo primero que se le ocurrió fue que necesitaría deshacerse un poco de aquella ropa tan abultada, y combatir el frío con el ejercicio del combate. Así que, con algunos saltitos para permanecer en calor, se deshizo de gorro, bufanda y la más exterior de sus capas. No renunció a sus guantes, sin embargo.

La regordeta claritas se inclinó entonces hacia sus pies, y se puso a rebuscar en sus tobillos. Cuando se alzó de nuevo, unas cadenas salían de estos y acababan en sus muñecas, donde la chica los enrollaba. Se sentía un poco nerviosa, pero trató de permanecer tranquila.

Y, entre extraños zapateos, como si bailase, lanzó su primer clair ëm yäk, de frente contra la guerrera.

Gwendoline esperó callada. Si le llamaron la atención los artefactos que Priscilla llevaba en los tobillos, no dijo nada. Algunos de los chrysos, sin embargo, sí cuchichearon.

Cuando la chica se preparó, la líder afianzó su postura. El hechizo brotó. Gwendoline lo veía llegar despacio, aunque la velocidad del hechizo fuese la normal. Cuando impactó en su torso, su gesto no varió, y la bola se deshizo contra su cuerpo.
Gwendoline, seria, miró a Priscilla. Había un rastro grave en su rostro.

-Quiero más furia -le dijo-. Como si hubiese matado a tu hermana.

No sabía, por otra parte, la posible furia de esa chica. Es su caso, de pensar en que alguien le hiciese algo a Majid le hervía la sangre.

Priscilla no pudo evitar cierta decepción al ver la recepción de su hechizo. Sabía que no era la gran cosa, pero no esperaba no hacerle ni cosquillas. Y menos, después de haber dicho que aquel era su punto fuerte. Trató de sonreír, nerviosa, pero la palabras de la guerrera le provocaron un escalofrío. Tragó saliva.

De nuevo, comenzó su bailoteo, tratando de hacer gala con ello de su agilidad. No llegaba a su hermana ni a la suela del zapato, claro, pero Priscilla también sabía moverse en condiciones. Tras unos cuantos movimientos, inspiró hondo e invocó dos nuevos hechizos, uno tras otro, tan rápido como pudo, tratando de sorprenderla. El primero, como antes, iba dirigido al centro del pecho, mientras que el segundo bajó un poco más hacia su abdomen. Priscilla intentó que, en aquella ocasión, su magia llevara más fuerza.

Lo que Gwendoline esperaba ver era aquella furia oculta de las personas, de los guerreros. Recordaba el cambió en la expresión de Aloe, aunque quizás ella no hubiese sido consciente. Pero la líder también sabía que no todos los guerreros eran lanzados, ni todos temerarios, ni todos astutos.
En aquella ocasión Priscilla quiso aprender algo, y cambió de estrategia sin que ella se lo hubiese pedido. Pidió más furia, pero la respuesta no fue un grito.

Dejó que impactasen los dos; evaluó la sensación que recibía. Los chrysos las miraban. Ya ninguno luchaba. Parecían pensar que aquella chica estaba loca por tacar a un líder.
En el fondo, Gwen pensaba que por eso no los llamaban a ellos a las armas.

Por primera vez, la líder esbozó una sonrisa, volviendo a cruzarse de brazos.

-Ha estado mejor -reconoció-. ¿Pero podrías hacerlo contra alguien que no te lo pida? -inquirió.

Priscilla se permitió una sonrisa animada ante la respuesta de ella. Volvió a frotarse las manos, sintiendo que el frío no la dejaba en paz, mientras pensaba en lo que le había preguntado.

Priscilla recordaba que, desde siempre, había tenido algo de fama de bruta. Nunca había hecho daño a nadie seriamente, pero tampoco era una niña buena que evitara las peleas. De hecho, cuando se enfadaba no se contenía demasiado. Soltó una risita entre divertida y nerviosa.

-Bueno... Si se lo merece... -aventuró, mirando a la guerrera.

"Si se lo merece..."

Gwendoline tardó un momento en reaccionar, pero cuando lo hizo fue estallando en carcajadas. Los chicos del servicio miraban asombrados. Era probable que no la hubiesen visto reír nunca.
Se serenó al cabo de un rato, pero aún conservaba el rastro de la sonrisa fiera y el deleite en los labios.

-Creo que muchos podrían aprender de esta chica -dijo al aire, sin mirar a nadie en particular, aunque por los gestos algunos se dieron por aludidos-. ¿Y decías que querías servir en Bronte? -le preguntó, retomando el tema con ánimo.

Priscilla trató de contener una sonrisa, con las mejillas enrojecidas, pero viéndola reír así le resultaba muy complicado. Sí se encogió un poco cuando ella rompió a reír, pero enseguida hizo esfuerzos por recomponerse.

Ante el cumplido, parpadeó y desvió un momento la mirada, aunque no tardó en volver a fijarla en la guerrera. Mantenía la sonrisa comedida, aunque por dentro había estallado de júbilo.

-Hum... Si fuera posible... -respondió, inclinándose ligeramente hacia adelante sin darse cuenta.

Tenía mucho que aprender, empezando por disciplina. No se podría ir por el mundo dando lecciones a los que se las merecían, aunque a Gwen no le hubiese importado que le ofreciesen aquella misión. Sin embargo, no le pareció mal empezar por allí.

-Entonces bienvenida. Acércate -le dijo-. Vosotros, seguid moviendo esos brazos -añadió, componiendo al instante el mismo rostro serio como una máscara.

Le colocó la mano en la frente, haciendo que la voz se oyese en su cabeza.
A Gwen le parecía una tontería que a una persona con capacidad se le negase la estancia. Entendía los motivos, sí, pero les faltaban personas. Y, además, estaba segura de que había mucha más gente poderosa en el mundo, apta para aquello, que un puñado de elegidos.
Ella elegiría a sus propios guerreros.

-Bienvenida entonces, Priscilla. Deberás moverte un poco más a partir de ahora. Es fácil revertir la información,y esto no es una pensión.

Priscilla todavía no tenía del todo claro ante quién se encontraba, pero los acontecimientos que siguieron le dieron una pista al respecto. Abrió mucho los ojos al sentir la voz que se colaba en su cabeza, y miró a la mujer que tenía ante ella con absoluto asombro. Entonces, ¿quién era?

Un momento, ¿y por qué conocía su nombre?

-Cla-claro -carraspeó-. Muchas gracias. Me esforzaré, lo prometo. Y también ayudaré a que Zaih... Zaih'ra lo haga. Mi... Mi hermana -. Dudó un momento, pero pensó que no sería buena idea intentar andarse con secretos en una situación así, así que trató de ser valiente y la miró a los ojos con firmeza-. ¿A quién debo el honor?