Claro del bosque

Lo había asustado... Lo había asustado tanto que no era capaz de hablar con normalidad. Comprendí entonces que mi error había sido grave y retrocedí un paso.
¿Demasiado duro? ¿Demasiado cruel? ¿Había sido cruel? ¿Innoble? ¿Malvado?
Traté de mantener la sonrisa afable pese a todo. Al menos un poco más. Para no seguir asustándolo.

-Bueno, en ese caso creo que simplemente mantendré la oferta en el aire. Búscame cuando necesites algo, sin problema. Los veteranos tenemos que ayudar a los nuevos a todo lo que necesiten. Somos compañeros, al fin y al cabo.

Me rasqué la barbilla. Comenzaba a ponerme nervioso.
Miré a Telma un momento.

-Bueno... Supongo que seguiré con mi paseo. Tengo que llevar a Telma de vuelta -comenté.

Quizás fuese lo mejor.

Kyoti nota la incomodidad patente. Está molesto. No debe volver a cazar sin expreso permiso. Y debe tranquilizarse y hablar con normalidad. Seguro que lo irrita su manera de hablar. No sería el primero. Seguro que da una impresión completamente contraria a como debe ser el integrante de un ejército.

-S-s-s-s-sí. Sí -tartamudea, sin poder evitarlo-. Yo yo iré a... eh... a llevar a la cierva -. Seguro que si habla de ella como un trozo de carne se enfada más-. A llevarla y... a preguntar. Si puedo cazar. De verdad. Preguntaré.

Con las prisas, se olvida hasta de despedirse, pero para cuando se da cuenta ya es demasiado tarde. Mithos, menuda metedura de pata...

*Huye*

Cuando quise darme cuenta se iba. Alcé un poco la voz para despedirme, pero ya estaba lejos. Me volví entonces hacia Telma, que seguía comiendo en silencio, y que ni alzó la vista esa vez.

-Parece que le he dado algo de miedo, eh... -comenté. Resultaba tremendamente frustrante-. Tendré que arreglarlo si vuelvo a verlo. No quiero que crea que soy un cruel veterano, o algo así...

Suspiré. Ya no había mucha forma de arreglarlo. Menudo desastre.

Me quedé un par de minutos más en lo que Tel comía. Luego nos fuimos juntos, de vuelta a los establos. Me había quedado con mal sabor de boca, al final...

*se van*

No es el mejor día que ha visto, pero Johan no tiene duda alguna de que es un buen día, y menos aún con las lluvias recientes: el sol brilla en lo alto, protegido por alguna nube, y la temperatura es aceptable. El exterior parece llamarlo, por tanto, a la exploración, y Dardo quiere estirar las alas, así que no tarda en alejarse de él, dejándolo con Rina, que parece más que satisfecha con el paseo.

Tardan un rato en llegar al claro del bosque, tiempo suficiente para que Johan de cuenta de un par de pitillos con calma y esquive algún charco que se encuentran por el camino. Y una vez en esa zona abierta se queda mirando, curioso, el lugar, como si fuese la primera vez en su vida que ve una zona sin árboles en mitad de un bosque. Pero no es el caso.

Camina con tranquilidad hacia el centro del lugar, y Rina sigue sus pasos contenta. Una vez ahí, separa los pies y flexiona un poco las rodillas, ganado una buena capacidad de amortiguación. Comienza, entonces, como si se tratara de un baile, a moverse despacio, manteniendo siempre la posición de los pies inmóvil, anclado al suelo, moviéndose solo de las rodillas hacia arriba, encadenando ataques al aire con los brazos, lentos, casi como si repasase una trayectoria invisible dibujada en el aire, con gestos precisos y tranquilos, relajados.
Tres golpes al vientre de un enemigo que no existe, pero a una velocidad ínfima, retira el cuerpo hacia atrás ondulando la espalda para evitar la espada que lo cortaría y, por primera vez, separa un pie del suelo para girar sobre sí mismo y lanzar una patada que engancharía al enemigo por la nuca y tiraría de él a tierra. Luego la velocidad baja de nuevo y los movimientos vuelven a ser relajados y tranquilos.

*fin de escena*

El claro podía parecer vacío, pero de hecho tenía hasta banda sonora. Con el calor, Ben había estado regateando con las criadas, en busca de ropa más cómoda y adecuada, y se había hecho con un par de prendas algo más frescas. El peto y la camiseta eran holgados y cómodos, así que Ben se sentía como si estuviera estrenando ropa. En cierto modo, así era, de hecho. Seguía ignorando las insistencias de las sirvientas, que le decían que en el pueblo podía encontrar ropa más adecuada. Ben solía olvidar que tenía dinero, y aunque a veces lo usaba, gastarlo en ciertas cosas le resultaba menos cómodo, por algún motivo.

Pero, como era evidente, no le hacía falta. Tenía ropa, ¿no? Eso era suficiente. Y aunque el sol no se le hacía del todo desagradable entre las nubes, y aunque apreciaba el calor, Ben prefería las zonas arboladas, y se había acomodado sobre una rama sólida, desde donde entonaba una melodía suave, mitad música mitad imitación de aves. Todo estaba tan tranquilo que daban ganas, casi, de echarse a dormir.

*Se queda*

Ben hacía variar la música según su capricho, aunque el ritmo era en general lento, relajado. Ella misma, con los ojos cerrados, acompañaba la música con suaves cabeceos, o incluso dando algún golpecito con el pie en la rama sobre la que estaba sentada.

Quizá por eso tardó un poco en darse cuenta de que la rama se movía. Puede que pensara que era cosa del viento, aunque de hecho no había demasiado, o que era su propio movimiento lo que sentía. Al cabo de un momento, sin embargo, llegó a entreabrir un ojo y miró la rama, tratando de ver si se estaba imaginando el movimiento.

Era suave, desde luego, pero ahí estaba. Ben fue bajando el volumen de la música, hasta que, de hecho, dejó de tocar. Si la rama se movía quizás no soportase bien su peso. A lo mejor debía trepar a otra. No tenía ganas de pegarse un batacazo.

Ben notó cómo, al detenerse la música, el balanceo de la rama se detenía. Se quedó quieta un momento, como si quisiera asegurarse. Al cabo, unas hojas comenzaron a moverse por encima de ella, y alzó la vista. Parpadeó. ¿Y si solo era una brisa?

Apoyada en el tronco, trató de mover ella la rama, por ver si cedía en algo. Realmente parecía gruesa. Y, de hecho, apenas consiguió mover las puntas, allá donde había otras ramitas con hojas. Pero su apoyo, la rama gruesa, no parecía moverse. Buscó otra vez alrededor, por si algún nuevo movimiento de hojas le llamaba la atención, o por si alguna brisa justificaba aquello. No sucedió nada.

Al final, Ben decidió que le estaba dando demasiadas vueltas a un tontería. Se reacomodó contra el tronco, se llevó la flauta a los labios y empezó a tocar otra vez.

Ben no tardó en cerrar los ojos de nuevo, sumergida en su propia melodía. Casi parecía que fuera a ponerse a tararear, de no ser porque tenía la boca ocupada con la flauta. Y, concentrada como estaba, no sintió la hoja caer hasta que le rozó los dedos, obligándola a abrir los ojos de nuevo.

En aquella ocasión, sin embargo, los volvió a cerrar en seguida. No era más que una hoja, así que no tenía nada de particular. Ben continuó con la melodía cambiante, moviendo los dedos con agilidad sobre la flauta, utilizando el aire que inhalaba para hacer sonar su querido tubo de madera, disfrutando del buen tiempo.

Ben continuaba con la música, tranquila. Pero entonces empezó a ocurrir algo raro. Una nota salió un tanto desentonada, y Ben entreabrió un ojo, vigilando qué podía haberle pasado a los dedos. Continuó, por supuesto. No era más que un desliz. Sin embargo, notó un nuevo sonido fuera de lugar, y después otro. También notaba la flauta extraña, como cuando había tocado tanto rato seguido que dejaba de reconocer y adaptarse a su forma.

Dejó de tocar. ¿Habría tocado demasiado? Pero no, solo llevaba un rato. Unas horas, quizás, pero no demasiadas. ¿Estaría perdiendo facultades, entonces? ¿O se habría roto la flauta? Eso sí que sería una faena...

Ben la examinó con atención, repasando con los dedos su textura, cerrando un ojo para mirar a través de la flauta con el otro. Todo parecía en orden. Ni siquiera estaba excesivamente sucia, aunque una limpieza no le vendría mal del todo. Probó a tocar otra vez, y encontró que había recuperado el tono. Continuó, pues, ignorando aquella sensación que había tenido.

La música continuaba como antes. Ben alternaba ratos en que contemplaba lo que tenía alrededor y otros en los que cerraba los ojos y se limitaba a centrarse en el sonido. Por eso, para cuando se dio cuenta de lo que le pasaba a su flauta, la pequeña hoja se estaba desprendiendo del instrumento, y la música se detuvo de golpe.

Ben examinó al flauta de nuevo, sin entender. ¿Qué era aquello? ¿Cómo era posible? Se rascó la cabeza, confusa, y palpó la ramita, como si no se creyera que estaba ahí solo con verla.

¿Acaso la madera podía volver a la vida? Ben no había visto nunca algo como aquello. No en un objeto, al menos. Sí había visto troncos que parecían muertos, o plantas que parecían secas, y volvían a echar brotes. Pero un objeto, una flauta... Hacía mucho ya que Ben se había fabricado aquella, y nunca había pasado nada así. Ni con ninguna otra que se hubiera fabricado.

Suspiró. Pues como se estuviera estropeando, menuda faena... Aunque quizás en Brontë hubiera alguien más mañoso que ella, alguien que pudiera ayudarle a fabricarse una mejor.

Por el momento, se la puso entre los dientes y se echó al tronco para bajar. Ya había holgazaneado bastante. Y Ben podía descansar, pero no permitir que alguien dijera que no trabajaba.

*Se va*

Resollo sin poder evitarlo, y sin embargo procuro mantener el ritmo de la carrera. Aunque los pulmones me escuecen y tengo la lengua seca. Me ha crecido algo el pelo, y ahora, mojado por el sudor, se me pega a la frente y me tapa un poco los ojos. Es desagradable sentirlo pegado a las pestañas. Debería cortármelo.

Al final siento que no puedo más y que las fuerzas me abandonan. Si doy otro paso caeré derrotado. Y, sin embargo, en lugar de parar alzo una palma y apunto a uno de los árboles que delimitan el claro, enviando contra él un clair ëm yäk, aunque es difícil apuntar en carrera y con las manos temblorosas por el esfuerzo. Falla y es tremendamente frustrante. Porque también fallan las piernas, que deciden que no quieren correr más, y me obligan a bajar el ritmo hasta detenerme, con los ojos húmedos por el esfuerzo.
Y ya está. Eso es todo lo que puedo hacer. No es que sea poco, pero... ¿Es suficiente?
Estoy enfadado desde hace tiempo, pero no sé por qué ni con qué. Y por más que entrene parece que todo siga igual. Aunque en el fondo sé que soy mucho más fuerte que antes. Más todo, en general...

Me dejo caer sentado, todavía jadeante. Ahora me encuentro mal, como mareado, y me tiembla el cuerpo. Brontë parece tremendamente lejos.

*se queda*

Ben se dejó caer de un árbol, con la flauta en la mano y recolocándose la gorra con la otra. Sonrió a su compañero, con un ánimo y energía evidentes, que contrastaban con el aspecto del chico.

-Pero si es mi más buen mejor fantástico amigo Jun -canturreó, dejándose caer sentada a su lado-. ¿Mucho trabajo? Hay que llevar agua encima.

Se llevó la flauta a los labios, más por acto reflejo que por intención de tocar. Miraba a Jun sin descanso, como buscando algo. Más concretamente, el amuleto. No parecía que hubiera muchas posibilidades de comunicarse de otra manera. Mira que era raro el chaval.

Apenas logro levantar la mirada para enfocarla. Lo que me faltaba. Me esfuerzo tanto para mejorar que ahora son inservible. Como haya un ataque ahora mismo que no cuenten conmigo...
Como si fuesen a echarme de menos, bueno.

Trato de componer una sonrisa, pero entre la respiración acelerada y todo parece que me pesen hasta las comisuras. Asiento con dificultad, y también me cuesta tragar un poco de saliva pastosa para aclararme la garganta. Aunque no la necesito para mucho ahora.

Tardo un momento en darme cuenta de que se espera algo de mí. Me quito el amuleto del cuello y se lo ofrezco, casi con pereza. Al menos se me ha normalizado un poco la respiración. Pero me sigue temblando el cuerpo.
Lo de llevar agua no parece mala idea. Y azúcar.

La sonrisa de Ben se ensanchó cuando el chico sacó el colgante, y no tardó en echárselo al cuello. Se acomodó sobre la hierba con total naturalidad, y esperó un momento antes de abrir la boca de nuevo. Después de todo, él parecía bastante afectado por el ejercicio. Porque sería el ejercicio, imaginaba.

-¿Todo bien? -continuó después de darle un respiro-. Esta es la mejor hora para entrenar estos días, ¿sabes? Hace menos calor y te cansas menos. ¿Nunca estás por ahí de noche?

Ben guardó la flauta entre la ropa y se tamborileó con los dedos en la rodilla. La verdad, daban ganas de echarle un cubo de agua fría por encima.

Verla tan ágil me da envidia, de alguna forma. Desde luego, tiene la energía que me falta. Y la estoy echando más de menos...

-Todo bien -dejo ir. Por suerte el pensamiento no va acompañad de jadeos ni voz entrecortada, y así es más fácil comunicarse-. La verdad es que es buena hora, pero a mí el calor no me molesta tanto. Si hay luz me conformo-. Mientras hablo no puedo evitar pensar que lo que digo, tan serio y cansado, empaña un poco ese buen humor que siempre tiene ella-. Alguna vez he estado fuera por la noche-. Intento ceder un poco, colaborar-. Pero ya me conoces lo suficiente como para saber que no soy mucho de esas cosas.

La fiesta del señor Brumm, el cumpleaños de Massen... Esas son mis experiencias más destacadas. Y luego, más allá de eso, alguna noche que trasnochase un poco, o lo que fuese...

fdr- pause

Ben asintió, entretenida. Sin ningún remilgo, le pasó al chico una mano por la frente para limpiarle un poco el sudor y se la limpió en la camiseta. Sonrió.

-Me refería a entrenando -explicó-. Salir a correr o a nadar de noche es divertido. Además del fresquito, está todo en silencio y el paisaje nocturno es muy bonito. Aunque supongo que tú lo verás de otra forma, ¿eh? Siempre me cuesta imaginar cómo veis cuando no hay luz. Y eso que cuento con ascendencia diurna más que sobrante, no me interpretes mal. Sí puedo hacerme una idea. Claro que eso no significa que mi vista nocturna sea menos fantástica. Estoy bien equilibrada, ¿sabes?

Más o menos. La verdad, la luz le molestaba bastante, y tampoco de noche tenía una vista perfecta. Pero Ben sabía que quejarse no lo arreglaría, y saber confiar en sus capacidades solía ser de ayuda. Sin pasarse de confianzas, claro.

Hago una mueca cuando me limpia el sudor, pero no digo nada. No sé cómo puede hacerlo con tanta impunidad. Aunque por lo que sé de Ben, no parece alguien con muchos remilgos.

Lo cierto es que estoy de mal humor, y la sensación de calor latente y asfixia no ayuda, ni el dolor de pulmones. Y me doy cuenta, de pronto, de que yo solía sonreír siempre, y tratar de ser muy amable. Al menos cuando llegué, por lo que creo. Admiraba mucho a los guerreros, y trataba de no ser una carga para ellos. Y ahora parece que me puede la desgana.
Trato de mostrar una sonrisa. No ha pasado ninguna tragedia. No pasa nada por ser simpático.

-Probaré alguna vez, pero yo de noche me chocaría con todas las piedras, y no es que esté exento de torpezas por el día-. La miro un momento más en lo que habla. La verdad es que es una mezcla extraña-. Supongo que veremos como tú cuando la hay, ¿no? Pero sin que nos duelan los ojos por el deslumbramiento. Todo negro. Ves el negro, ¿no?

Ben sonrió de nuevo, y asintió. Cerró los ojos un momento, y luego ladeó la cabeza.

-El caso es que siempre lleváis los ojos abiertos -apuntó-. Aunque esté oscuro como boca de vulpus. De hecho, los abrís mucho, más de lo normal. ¿No es lo mismo que tenerlos cerrados? Total, si solo veis negro... Pero no, veis las sombras y así. Veis un poco. Yo tengo que apartar la vista con la luz. Bueno, no mucho, no me molesta tanto. Pero es todo muy blanco. Y tiendo a cerrar los ojos. Lo vuestro es raro.

Se levantó y se sacudió los pantalones, un gesto más bien poco necesario. Tendió una mano a Jun, con gesto desenfadado.

-¿Un paseíto hasta el río, a ver si te refrescas un poco? -propuso-. Se te ve algo acalorado.

Su reflexión me hace gracia, la verdad. Y es agradable, porque por un momento la sonrisa es más sincera. Ojos abiertos y ojos cerrados... Suena como profundo, aunque en el fondo no es más que una verdad literal.
Asiento de todos modos, y con una sonrisa le envío un par de imágenes luminosas de los jardines en uno de esos días tan claros y calurosos que han hecho. Y supongo que si no la ve con los ojos, sino con la cabeza, no la deslumbrará.

-Vosotros podéis ver en las sombras, a cambio -le dejo escuchar también, con una sonrisa más relajada-. Que es a lo que más solemos temer.

A la noche, a la oscuridad. ¿Les pasará lo mismo a ellos con la luz?

Me extiende una mano y termino por aceptarla, reforzando algo la sonrisa. Se me hace extraño encontrarla tan pequeña en comparación, y sin embargo se nota por la textura que ha trabajado más que yo.
Que no me esfuerzo lo suficiente.

-Pero vamos despacio. Sigo algo cansado -termino por pedirle, aceptando así su oferta.

*se van*