Callejuelas.

Una figura avanzaba por las callejas, dando pasos pequeños y deteniéndose cada pocos segundos para observar las construcciones que la rodeaban. Llevaba una caperuza de color rojo que dejaba entrever un flequillo color caoba, y sus manos sostenían una pequeña bolsa de mimbre que parecía estar llena. Su parecía llevar ningún arma y su aspecto no resultaba amenazador, pero tampoco parecía asustada pese al ambiente y la oscuridad que la rodeaban. Parecía, no obstante, perdida, como si no supiese dónde estaba ni cómo había terminado ahí. Como si acabase de llegar hacía poco al lugar y aún se estuviese acostumbrando a sus calles.

Se detuvo en un punto iluminado por un farol y sacó un pequeño papel de la bolsa. Lo escrutó durante unos segundos y luego suspiró y retrocedió hasta encontrarse con el inicio (o final) de otra calle. Ahí volvió a leer el papel y volvió a mirar a los lados, buscando algo que no acababa de encontrar.

*se queda*

Caminar a estas horas nunca me ha gustado si no estás en Cáligo... el pueblo es un lugar de paso y por tanto, no sabes a quien puedes encontrarte... Recuerdo entonces a la chiquilla de la serpiente blanca y un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Que mujercilla más extraña.
Pero caminar de noche siempre es agradable, pues necesito también relajar los ojos después de tanta luz y porque no, relajarme dando un paseo.
No me faltan ganas de hacer una escapada a Brontë para ver a Summer, pero es arriesgado... sus notas me han dicho que la vigilancia es extrema... sería imposible.

Suspiro. Veo la luna para saber que hora es y entonces, veo a lo lejos, bastante lejos, la verdad, un puntito rojo iluminado por el fuego de un farolillo que seguramente, haya encendido el hombre que se encarga de ello todas las noches.

Mira para ambos lados, guarda un papel o algo así y tuerce hacia la derecha, a paso ligero.
Frunzo el ceño. ¿Quién sera?
No... no tiene pinta de sospechoso pero a estas horas... mejor será ir con cuidado.
Me froto la nariz y frunzo el ceño para entonces echar a correr y mientras corro, hacerme una coleta rápida con una cinta que siempre llevo encima.
Tuerzo al callejón por el cual se ha ido la figura, pero parece perdida ya que se para cada cierto tiempo a ver el mapa o a algo y yo me conozco ya estas calles bastante bien, por lo que puedo tomar un atajo cortito para al cabo de un par de calles más, acabar a su misma altura apareciendo delante de la figura. Tengo los dedos corazón listos para accionar las púas de mis muñecas, pero por el momento, solo me presento.- Hola, buenas noches- digo acercándome un poco y despacio - te he visto un poco... - me acerco de modo que puedo ver que se trata de una mujer- perdida- digo rectificando el género de mi palabra- ¿Buscas algo? ¿Necesitas ayuda? - inquiero un poco reservado. Aún me cuesta ser amable o por lo menos, intentarlo.

La joven alzó ambas cejas al encontrarse frente a frente con un chico al que no recordaba haber visto antes. Esbozó una pequeña sonrisa y se llevó una mano a la nuca, sin apartar la mirada del extraño. Era un caeruleus bastante alto, rubio y de ojos azules. Vestía con ropas holgadas de colores claros y, a primera vista, no parecía llevar ningún arma. Pese a que no aparentaba ser mayor que ella, la chica pensó que tal vez fuese un par de años más joven que ella. A fin de cuentas, ella siempre aparentaba un par de años menos de los que realmente tenía.

El joven se acercó, y la chica ensanchó su sonrisa, sin alejarse de él. Se colocó un mechón detrás de la oreja y pestañeó un par de veces. Todavía sonría.

—Buenas noches — murmuró, con las pupilas clavadas en el rostro del caeruleus. El joven volvió a acercarse y ella volvió a engrandecer su sonrisa, aunque esta no tardó en difuminarse para dar paso a una suave risa —. Efectivamente, estoy perdida — confesó, volviendo a colocarse un mechón tras la oreja. Miró al caeruleus de reojo y dio un par de pasos hacia él —. Lo cierto es que estoy buscando una pequeña posada donde me estoy hospedando, pero no logro encontrarla — explicó. Dibujó una sonrisa —. Hace poco que estoy aquí y no soy capaz de orientarme por estas calles. Si fuese usted tan amable de poder indicarme el camino, se lo agradecería mucho...

Se mordió el labio inferior y apretó las asas de la bolsa de mimbre que llevaba consigo.

Mis capacidades para ver en la oscuridad me dicen que es o por lo menos aparenta ser flamma. Es bastante guapa, la verdad, no se que hace a estas horas por aquí perdida, pero pronto me saca de dudas.
Tiene una manía bastante molesta, pues no para de echarse el pelo por detrás de la oreja. Orejas... a Kettleburn le faltaba una...
Giro entonces rápidamente la cabeza.
No no no no.
Kettleburn es el pasaaado, tu ahora ya no vives en el pasado... ahora estas en el presente. Kettleburn ha muerto. Punto. Sacrificó su vida por su amo, es lo que debía hacer. Yo no tengo ninguna culpa.

-Claro que puedo ayudarle señorita...- digo haciendo una pausa, esperando a que dijese su nombre- Me llamo Alexander- digo tendiendo una mano, ya con los dedos relajados y apartados de mi arma. - Yo trabajo en la posada del pueblo. Si me sigue, en un par de minutos habremos llegado, a lo sumo. - digo con una sonrisa en la que mis labios se apretaban, para mientras, balancearme de delante atrás en mis pies.

Veo entonces como se muerde el labio inferior y me imagino a Summer haciéndolo y un leve rubor se me sube, pero casi no se nota aparte es de noche, pero bueno, la chica es flamma, tiene el pelo tambien marrón... pero no, Summer es demasiado buena chica como para hacer ese gesto obsceno, así que vuelvo a girar la cabeza un par de veces y comienzo a caminar- es por aqui- digo calmado relativamente.

La flamma ensanchó su sonrisa al escuchar la respuesta del caeruleus. Había tenido bastante suerte al encontrarse con un trabajador de la posada. Por el ambiente, había imaginado que la clase de personas que se acercarían a ella serían más conflictivas. Tampoco era que eso le preocupase demasiado, porque sabía que no iban a hacerle nada, pero siempre era más cómodo hablar con alguien poco violento.

—Señorita Lydia. — Estrechó la mano del caeruleus y ensanchó la sonrisa —. Un placer, Alexander. Y muchísimas gracias por acompañarme hasta la posada. — Suspiró y dejó escapar una suave risa, antes de mirar al caeruleus de reojo—. Soy un desastre. No debí haber salido de la posada.

Volvió a reír y luego se mordió el labio inferior de nuevo. Evidentemente, el nombre que le había dado era un nombre falso. Había decidido que usaría ese nombre mientras permaneciese en el pueblo. El que tenía antes era demasiado extraño (nadie llamaría a su hija Ronda), pero aquel, Lydia, era común. Había muchas Lydias en el mundo. De hecho, ella misma había tenido una amiga llamada Lydia cuando aún vivía en Fulmen, así que nadie debería recordar su nombre una vez se fuese.

Avanzó un par de pasos, siguiendo al caeruleus. No se había imaginado, cuando lo había visto, que se tratase de un posadero. No parecía un posadero de un sitio de mala muerte. O al menos no se parecía a los que ella había conocido (que no eran precisamente pocos). El chico, aparte de ser bastante joven, parecía también bastante elegante y educado. Y los posaderos con los que ella se había topado eran de todo menos caballerosos y elegantes. Aunque, claro, ella nunca había sido muy afortunada, así que tal vez solo había tenido la mala suerte de encontrarse con demasiados malos posaderos.

—¿Y lleva usted mucho tiempo trabajando en la posada? —inquirió, colocándose al lado del joven. Sonrió —. Si me permite la indiscreción, claro.

Fdr. por motivos relacionados con Alexander, el roleo queda pausado hasta mañana por la mañana.

Así que Lydia era su nombre. Un nombre normal. Sonrío y comenzamos a meternos por un par de calles para llegar pronto. Entonces ella me pregunta si llevo mucho tiempo trabajando en la posada y yo hice memoria- Mmm... pues no mucho, un mes o así. -digo dejándolo caer sin muchas ganas de hablar de ese tema.
No quería decirle que era un guerrero del Ejército de Brontë ni los motivos que me habían llevado hasta aquí mucho menos.
Al cabo de un rato, llegamos a la posada y le pregunté a la joven si era esta y ella dijo que si.
Le dejé pasar delante a ella y la acompañé hasta la puerta de su habitación.
Sonreí una vez la hube dejado en ella y volví a mi cuarto, pasando por delante de la habitación de la chica con la serpiente y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.
Que mal royo de gente, por dios.

*se duerme*

Telma y yo atravesamos las calles húmedas con la única y mutua compañía. Muchos otros preferían perros, pero una bismonte era mucho mejor que aquellos amagos de lobo ladradores, claro que sí.

Nos movimos hasta un hueco que había en una de las paredes y nos sentamos allí. Saqué entonces, de debajo de mi capa, un trozo de pan que partí en dos. Ofrecí la mitad a Telma, la otra mitad me la comí yo.

-Está algo duro -le dije, mientras me miraba con sus ojos negros y grandes-, pero se agradece, ¿verdad?

Una vez terminada la escasa comida, suspiré y me apoyé contra la pared. Todavía era capaz de ver un trozo de cielo. Telma se entretuvo mordisqueando algunas de las hierbas que crecían entre adoquines.

-Ser mendigo es más duro que ser noble... Por fin entiendo la triste vida del tal Lyam... Con lo flaco que estaba seguro que apenas comía...

Puse el gorro en el suelo. Con suerte alguien me ofrecería unas modenas.

*se queda*

Caminaba por las callejuelas del pueblo de paso, en dirección a Palacio. Había salido por la tarde, aprovechando que ahora los guerreros teníamos permiso para abandonar las instalaciones, para intentar comprarle un regalo para mi hermano (en unos días se haría aún más viejo y, pese a que no iba a verle, me apetecía enviarle algo). Se me había hecho bastante tarde porque, al ver que el mercado estaba cerrado, había decidido visitar el pueblo para que mi viaje no hubiese sido inútil, pero esperaba que no tuviese demasiados problemas para volver a entrar en Palacio. No obstante, apuraba el paso todo lo que podía: cuanto más temprano llegase, más se reducirían las posibilidades de que me metiese en algún lío con algún vigilante o líder.

—De haber sabido que iba a tardar tanto en orientarme, hubiese dejado las vueltas para otro día... —murmuré para mí misma mientras le lanzaba una moneda a un mendigo que estaba pidiendo en mitad de la calle. Mendigo que, en un segundo vistazo, me resultó extrañamente familiar. O, más que extrañamente familiar, tal vez debería decir muy familiar.

Me detuve a unos escasos metros de él, con el ceño fruncido y una expresión que era una mezcla de sorpresa, incredulidad y molestia en la cara. Luego me giré y, sin borrar la expresión, pronuncié:

—¿Rick...?

Fdr. qué ataque más gratuito he visto en tu post ¬_¬

Una moneda cayó dentro de mi gorro. Alcé la vista para sonreír al generoso quienfuera, pero mi nombre, o más bien el sonido que produjo al ser pronunciado, me hicieron quedarme helado. Y aquella voz...

Ella era Inger, sin duda. Su piel, su cabello, sus ojos... Sus malditos ojos preciosos y furibundos como serpientes, o como mi madre en los días que me comía toda la tarta del postre.

Tragué saliva y recé a Mithos por que no me reconociese con el pelo largo y lleno de mugre, aunque parecía difícil que me librase de aquella.

-Buenas noches -tartamudeé como pude, bajando la cabeza -. Gracias por la moneda...

Sentía el rostro arder de vergüenza, pero lo cierto era que me alegraba que ella estuviera bien.

FdR- Se hizo pis por él XD

Lo contemplé en silencio durante unos segundos más, segundos en los que él aprovechó para decir algo en voz muy baja que no fui capaz de escuchar con claridad. Luego retrocedí y me acerqué a él, que parecía haber enrojecido de repente. Con el ceño fruncido, me agaché y recogí la moneda que anteriormente había lanzado.

—Devuélveme eso.

Pese a que no esperaba que al volver a verlo siguiese enfadada, lo cierto fue que mi tono de voz reflejó lo realmente molesta que estaba. O lo molesta que había estado desde que se había ido, sin despedirse ni nada que se le pareciese. Además, a esa molestia había que sumarle la incredulidad anteriormente mencionada: de todas las personas con las que podría encontrarme pidiendo mitad de la calle, Rick Dehnel era indudablemente la opción más improbable y surrealista. Los nobles no pedían; no les hacía falta. A no ser que ya no siguiesen siendo nobles, pero dudaba que los Dehnel, por todo lo que me había contado Rick, hubiesen perdido su estatus en tan poco tiempo. Y tal vez por eso ahora mi voz se asemejaba más a un siseo que a cualquier otra cosa.

—¿Qué se supone que estás haciendo?

Sin duda, no había marcha atrás. Incluso Telma me miraba con ojillos asustados, como preguntándome qué era aquello que iba tan sumamente mal.

No dije nada cuando tomó la moneda, y me tomé mi tiempo antes de responder a su pregunta, tratando de escoger las palabras que menos estúpidas sonasen.

-Yo... -comencé. No estaba mal como principio-. He perdido mi nobleza... Así que creí que lo más conveniente era... Empezar desde abajo. Ahora soy un mendigo sin ataduras materiales, sin... Sin apellido... Sin derecho a nada.

La miré fijamente. Me costaba hablarle así a ella, pero sentía que mi decisión tan dura había sido adecuada. Esperaba que, al menos, no le asquease mi olor. Llevaba sin ducharme desde la última lluvia.

Me crucé de brazos y esperé a que respondiese. Cuando decidió hacerlo, alcé las cejas: la explicación tal vez tuviese sentido en el universo de Rick (que siempre había tenido mucha imaginación), pero no la tenía en el mío ni, seguramente, en los universos de la gente que pasaba por la calleja. Porque, para empezar, ¿de dónde había sacado que había perdido la nobleza? ¿Y por qué creía que haciéndose pasar por mendigo iba a recuperarla?

—Pe... Pero vamos a ver... ¿De dónde demonios has sacado que así vas a poder recuperar la nobleza? —Lo señalé con ambas manos, con todos los dedos extendidos —. ¿Y de dónde has sacado qué has perdido la nobleza? Es que, vamos a ver, tú... Tú, tú, tú, tú, ¡¿tú te estás escuchando?!

Bufé. Luego negué varias veces con la cabeza.

—Eres... ¡Eres idiota! ¡¿Te vas de Palacio para convertirte en mendigo solo porque quieres?!

Agaché la cabeza avergonzado, notando como las orejas se me enrojecían al escucharla. Parecía tener bastante razón. Estaba, realmente, consiguiendo que me sintiese como un verdadero idiota. Me apenaba que Telma, una especie de hija para mí, me viese en aquellas ciscunstancias: nadie debería, jamás, escuchar cosas así de su padre.

Yo...

"Eres... ¡Eres idiota! ¡¿Te vas de Palacio para convertirte en mendigo solo porque quieres?!"

...

Telma rezongó asustada cuando me levanté de golpe para plantar cara a Inger.

-¡CLARO QUE NO! EN NINGÚN MOMENTO QUISE IRME NI CONVERTIRME EN MENDIGO.

Mis ojos, desorbitados, la observaban casi inyectados en sangre.

-No fui digno de ti ni de mi nombre... ¿Y de qué sirve seguir allí, haciéndome llamar Dehnel, si ninguna de las dos cosas son ciertas? ... Yo creí que pavoneándome mientras hablaba de damiselas en apuros conseguiría ser lo que se esperaba de alguien de mi familia, pero solo conseguí traicionar las esperanzas de todos. Incluso las mías propias.

Agaché la cabeza, apretando tan fuerte la mandíbula que comenzó a dolerme.

-Si no puedo servir como noble, serviré como mendigo haciendo lo que mejor se me da: la deshonra.

FdR- Noble mendigo XD

Apreté los puños cuando se levantó gritando y fruncí más el ceño, notando cómo mi molestia iba en aumento hasta convertirse en un auténtico y genuino enfado.

—¡Oh, bueno! ¡Disculpe! ¡Por Mithos, Inger! Cómo demonios se te ocurre insinuar que se ha ido porque quería. Evidentemente, se ha ido porque no tenía otra opción. Claro, hablar no es una opción. Intentar arreglarlo tampoco. ¡Mejor vayámonos y abandonemos todo lo que tenemos para convertirnos en mendigo! Porque así claro que vamos a solucionar las cosas. ¡Evidentemente! Eso es lo que hace todo el mundo: como he fallado haciendo algo, mejor lo abandono, no vaya a ser que me vuelva a pasar. Es más: me voy y no doy ninguna clase de explicación, no vaya a ser que alguien me busque por, yo qué sé, cualquier motivo como, por ejemplo, que le importe a alguien. Por poner un ejemplo normal.

Lo miré de reojo.

—Evidentemente, eso es lo normal. Es lo que hace todo el mundo. Porque, por supuesto, pararse a hablar las cosas no es una opción. ¡Hablar no sirve para absolutamente nada! Y no es digno de un guerrero. A fin de cuentas, en todos los libros que he leído, los héroes se van cuando confunden, y luego ya todo se arregla solo, porque, claro, hablar no sirve de nada. Pero absolutamente de nada.

Chasqueé la lengua y clavé la vista en el suelo.

—Eres un imbécil. Un auténtico imbécil. Pero, si crees que así solucionarás todos tus problemas, adelante. No seré yo quién te impida seguir con tu vida de mendigo. Es más —Enterré la mano en un bolsillo y saqué una moneda. Se la lancé —, toma la moneda de antes.

Fdr. this isss spaaarrrta è0é
y me llamo Inger y me expreso muy bien.

Mientras ella hablaba, notaba como se me llenaban los ojos de lágrimas, Pese al brillo que estas provocaban, conseguí que ninguna cayera. Eso sería, sin duda, la cima de la vergüenza.

Atrapé al vuelo la moneda que me lanzó y la apreté.

-Nunca fui un héroe.

Abrí la mano y la dejé caer.

-Cuando era pequeño estaba gordo. Odiaba hacer ejercicio. Mi padre no esperaba de mí nada más que un sucesor amable y fiel, pero todo se fue al garete cuando se enteró de que su hijo no era más que un bala perdida que se acostaba con viudas a las que hacía compañía.

La voz me temblaba.

-Siempre lo tuve todo hecho: profesores privados, clases de esgrima, dinero, un nombre... Mi padre tuvo que buscarse la vida, como mi abuelo, para prosperar, y entonces un día se dio cuenta de que su hijo era un inútil descerebrado y mujeriego. Entonces me mandó a Brönte. Me dijo que no volviese hasta haberme vuelto un hombre de verdad, como él y como mi abuelo. ¿Y que hizo Rick? ¡Mancillar aún más el nombre de sus ancestros que ya le quedaba grande! No soy nada, Inger.

Mi mirada era dura, pero más conmigo mismo que con ella. Contuve las lágrimas, fruto de la frustración, antes de seguir.

-Y si no estoy a la altura de lo que se espera de mí... Ni nunca lo he estado... Lo mejor que puede suceder es que deje de manchar el nombre de mis antepasados.

Telma me miraba desde el suelo, suave y triste, como dispuesta a consolarme en cuanto cayese la primera lágrima.

-Nunca fui un héroe. Lo mejor que he hecho jamás, mi mayor heroicidad, fue salvarte aquel dían, en el bosque. Pero me temo que no es suficiente para reparar todo lo que rompo.

Jadeé.

-Incluso las decisiones que tomo para tratar de arreglar algo resultan ser erróneas. Yo no...

Negué para mí. Aún iba a resultar que Lester era una monja de la caridad y Aren Darvenwish era el más gran benefactor de la pobreza. Quizás todo mi entendimiento estaba nublado y Heylel era el más gran adúltero jamás conocido...

FdR- Rick deprefrustrated XD

Escuché sus palabras en silencio, mirándolo de reojo y mordiéndome en labio inferior. Desconocía que realmente hubiese ido a Brontë por orden de su padre. Y tampoco sabía que realmente se sentía así. De haberlo sabido, y pese a que estaba enfadada, hubiese medido mis anteriores palabras: verlo así, a pesar de todo, me apenaba.

Suspiré.

—Siento haberte hablado así, pero realmente creo que así no arreglas nada... —murmuré, mirándolo, ahora así, a los ojos —. ¿Tú crees realmente que dejando todo de lado vas a conseguir algo? Aunque te hayas confundido, yo... Yo creo que esta no es una solución a tu... problema. Seguro que tus padres entienden que alguien se puede confundir. De hecho, todo el mundo se confunde, ¿no? Pero... Eh... Si quiere algo, no abandona solo por eso. —Me pasé una mano por la nuca—. Al menos eso es lo que sale en los libros. Y creo que yo también... Eh... Lo creo.

>> Pero si tú crees que esta es la solución, repito lo de antes: adelante. No voy a obligarte a volver a Brontë.

Fdr. cutre post porque tengo que poner el ordenador a cargar YA para no perder el post :'D

-Cuando vine a Brönte creí que podría empezar de cero -. Suspiré recordando por unos instantes a mi mejor amigo, Cero, antes de proseguir-, pero nada más llegar me mandaron a las mazmorras por enfrentarme a Lester, y poco después Aren Darvenwish tuvo que azotarme por mi mal comportamiento...

Me agaché y recogí la moneda. La limpié distraídamente con mi capa.

-Todo el mundo me toma por estúpido solo porque soy noble... (FdR- No es por eso, Rick), pero yo no sé hacerlo mejor. Me apasiono y actúo y luego pasa esto, y acabo hiriendo a la que era, probablemente, la única persona que me apreciaba, además de mi mejor amigo Cero.

Bajé la vista hacia la moneda. Ya estaba limpia.

Se la tendí a Inger.

-Yo no quería hacerte daño. Solo cometí otro error.

Recogí la moneda que me tendía y le di un par de vueltas mientras la observaba.

—No creo que debas contar lo de Aren Darvenwish. Estoy segura de que le hubiese hecho algo así a cualquiera que le llevase la contraria... —murmuré, sin dejar de mirar la moneda—. Y la gente no te toma por un estúpido... O al menos no es porque seas noble; dudo que alguien tenga algún problema contigo por eso (fdr. ¿qué no, Inger? ¿Qué no?). Lo que les... Nos molesta es que hagas las cosas sin pensar; que actúes antes de pensar en las consecuencias... Pero tampoco creemos que seas mala persona. O, bueno, al menos yo —Me mordí el labio inferior y volví a darle una vuelta a la moneda. Lo miré.

—Y antes de que te fueras, yo estaba dispuesta a hablar contigo y a dejarlo pasar —Esbocé un amago de sonrisa—. No me hubiese importado, pero supongo que ahora ya da igual. —Le tendí la moneda—. Quédatela. Si no tienes pensado volver, te hará falta.

Me di la vuelta y empecé a alejarme de él.

—Te... Te tengo aprecio. Si algún día decides que quieres volver a Brontë, podemos seguir hablando como antes. Buenas noches, Rick.

Y me fui del lugar.

*se va*

Miré la moneda en mi mano. La había cogido en un reflejo, después de tanto tiempo casi arrastrándome por ellas. Por suerte, Telma me dio la fuerza suficiente para actuar soltando un apremiante gruñidito.

La miré y asentí. Desde luego, ella sí sabía lo que me convenía. Sin embargo, había bastado con eso para que perdiera a Inger de vista. Había pocos paseantes a aquellas horas, pero entre que la había perdido de vista y mi horrible visión nocturna me encontré mirando a todas partes sin dar con nadie.

-¡¡INGER!! ¡¡ESPERA!!

Eché a correr, tumbando a un par de tipos que pasaban por allí sin hacer daño a nadie por las prisas, embistiéndolos sin querer. En la primera encrucijada miré a los tres caminos que surgían. ¡¿Hacia dónde demonios quedaba el palacio?! Me metí hacia la izquierda sin pensarlo demasiado, pero me di cuenta de mi error incluso antes de toparme con el muro de aquel callejón. Di media vuelta y me lancé a trompicones en la dirección opuesta, gritando el nombre de Inger. Izquierda, recto, derecha... Solo un par de mendigos. Recto, recto, derecha. Sin salida.

-¡¡INGER!!

¿Por qué había tardado tanto en reaccionar? Si algo era notable en mí, era mi rapidez de reflejos, tanto física como mentalmente.

Estaba tan ocupado en correr, y tan perdido, que no vi a tiempo unos barriles llenos de agua de lluvia que había junto a un muro. Me los llevé por delante, trastabillé y caí de bruces, notando como me empapaba por completo y mordiéndome la lengua, saboreando la sangre en mi boca.

No pude más y sollocé. La primera lágrima brotó.

-Miedda...

Golpeé el suelo con el puño.

-Ni ziquieda zidvo pada adreglad laz cozaz... Zoy un eztúpido...

Telma vino lentamente hacia mi y me rumió el pelo cariñosamente.

-Zoy un dezadtre...

Sollocé.

-No zoy capaz de levantad la cabeza...

*se queda allí tirado y asqueroso llorando todo nena XD*

FdR- No llora mucho, pero sí un poco XD Y sí, me aburría y me dije, "why not?" XD

Habían pasado ya cuatro días.

Dirigí mi vista al cielo desde el suelo en el que me encontraba. Mi gorro, puesto ante mí, estaba semilleno de monedas de valores bajos. Telma mordisqueaba una piedra.

Suspiré.

-Telma, esto no puede seguir así.

La pequeña bismonte me miró con sus brillantes ojillos. Era el ser más cálido que había conocido jamás. Su mera mirada me ilusionó.

-Aunque mi nobleza haya tocado fondo, no por ello debo irme de Brönte, ¿verdad? Si realmente soy un deshecho...

Me levanté de un salto.

-¡¡MI VIDA TENDRÁ EL VALOR QUE YO LE DÉ!!

La gente de mi alrededor clavó sus ojos en mí, mirándome como a un loco. Telma hizo un gorgorito encantador.

-Si logro hacer tres heroicidades... Si logro hacer tres cosas buenas por alguien, entonces significará que puedo ser un héroe. ¡¡VAMOS A RECUPERAR NUESTRO HONOR!!

Al fin había recuperado parte de mi fuerza. Esperaba que bastase para luchar por alcanzar de nuevo el poderío de mi antiguo nombre.

Cogí mi gorro y vacié mis bolsillos en él. Ya no necesitaba aquel dinero fruto de la mendicidad. Se lo di todo al primer mendigo que encontré en mi camino de vuelta.

"Gracias..." dijo mientras sus ojos se iluminaban al ver mis ahorros de los últimos meses "Es usted un santo".

Sonreí.

-Uno menos -dije para mí-.Ahora volvamos a casa, Telma.

*se van XD*

El chrysos avanzaba por las calles del pueblo con los ojos iluminados y acompañado por una flamma y una caeruleus que iban un par de pasos delante de él. Acababan de salir de la posada (a la que habían vuelto ayer) cargados de zurrones, y ahora se disponían a abandonar el pueblo de paso. Cuando lo hiciesen, la flamma y la caeruleus se irían a Aqua, y él, que llevaba seis meses fuera de Brontë, regresaría a Palacio.

Lyam suspiró. La idea de volver a Brontë no le desagradaba del todo, pero había estado fuera más tiempo del que había previsto y no se le había ocurrido ninguna mentira lo suficientemente creíble e insustancial como para evitar posibles preguntas. Además, estaba el tema de la limitación de entradas y salidas de Brontë. Desconocía si habían endurecido las medidas, si ahora había que explicar algo antes de entrar (como dónde y con quién habías estado exactamente y qué habías estado haciendo o por qué te habías ido de Palacio...) o si habían eliminado las restricciones. Y pese a que no esperaba tener ningún problema, aquella falta de información lo inquietaba de alguna forma. 

Torció a la derecha al llegar al final de la calleja que estaba atravesando y alzó la vista. Observó a sus compañeras. Estaban hablando, pero lo hacían en un tono tan bajo que el chrysos sólo podía escuchar alguna palabra suelta. Suponía, no obstante, que estarían hablando de su trabajo en Aqua o de los resultados del que acababan de realizar en Fulmen. Volvió a suspirar. Aquel trabajo era el motivo por el que aún no estaba en Brontë: tras terminar de contarles todo lo que sabía sobre Palacio (que no era mucho), la caeruleus le había hablado de un encargo que ella y Dena tenían que hacer en la zona, y pese a que en sus palabras no hubo ninguna orden o petición, la forma con la que se había dirigido a él parecía decirle que no debía negarse, así que había aceptado. No era tan estúpido como para enzarzarse en una discusión que no podía ganar y que sólo le generaría problemas, y mucho menos después de haber zanjado la que versaba sobre Palacio y sus guerreros. 

Pese a que no había sido un encuentro tan desastroso como había imaginado, sí que hubo momentos en los que se pudo notar un ambiente de disconformidad en la mesa en la que estaban. El chrysos, en algunos casos, había suplido su falta de información con mentiras (como "no la he vuelto a ver desde que envié la carta"); en el caso de los guerreros que menos interés le despertaban, había explicado los motivos por los que no creía que ocultasen algo; en los restantes, había dicho la verdad y les había contado todo lo que sabía. Algunas de esas historias lograron esquivar las inquisiciones de la caeruleus, pero otras no corrieron la misma suerte, así que ambos terminaron discutiendo. La caeruleus le decía, alzando el tono al final de cada frase, que cómo era posible que no se hubiese encontrado de nuevo con ellos y él le respondía, con su tono más cortante, que de momento no era capaz de controlar a los guerreros, pero que cuando volviese lo intentaría, claro, y entonces ya podría toparse con ellos siempre que quisiese. Al final la flamma, que hasta entonces había estado observando las otras mesas de la posada en silencio, intervino y ambos se callaron. 

El chrysos la miró. Le debía un favor (uno nuevo, mejor dicho; todavía no había pagado todos los que le debía de cuando vivían en los suburbios). Si no hubiese intercedido por él, la caeruleus podría haber desbaratado sus mentiras, y eso sólo le hubiese causado problemas (más de los que tenían).

Tras recorrer un par de calles más, llegaron a la salida del pueblo y se despidieron. El chrysos apenas intercambió un par de palabras (por pura cortesía) con la caeruleus, pero sí que tardó en despedirse de la flamma. La chica le habló de lo que pensaban hacer en Aqua, le dijo cuándo esperaba que se volviesen a ver y le aseguró que para la próxima vez intentaría avisarle antes de aparecer. Luego lo abrazó con fuerza (lo hacía siempre que se despedían; manías suyas) y le susurró, seria, que no metiese la pata. 

Después ambas se fueron, y el chrysos, tras observar durante unos segundos cómo se alejaban, comenzó a caminar hacia el Palacio de Brontë.

*se va to'l mundo*

Fdr. Lloro porque se me borró el post cuando lo iba a copiar y tuve que reescribirlo y no me quedó como el anterior T___T
Fdr2. No. No estoy enferma. No me juzguéis por postear ahora xD

Tras llegar al sitio acordado, un callejón estrecho y con desagradable olor a orina, pero completamente desierto, me limito a esperar. Llevo ropa negra, cómoda y ajustada, pero por encima visto una capa marrón cuya capucha me cubre el rostro. Si algún curioso se acerca, espero que mi aspecto lo disuada de quedarse. En caso opuesto, tendría que encargarme yo misma de hacerlo.

Todavía luce en mi sien la sólida costra de los golpes de Flastio. De todos modos, no la he escondido. No tengo nada que esconderles.

Miro un instante hacia el cielo. He llegado algo pronto, así que me tocará esperar un poco más.

*se queda*

Analyn no tarda en aparecer. La observo acercarse sinuosa, divertida. Está como siempre. Y también porta a Talco a modo de fular, como acostumbra.
Cuando llega a mi lado hago lo que me pide, retirando la capucha y dejando mi rostro descubierto, mirándola fijamente. Los ojos me brillan un instante, curiosos, aunque me mantengo perfectamente seria. Hacía mucho tiempo que no la veía.

-Analyn -digo, a modo de saludo, asintiendo ligeramente.