Callejuelas.

Con pasos lentos y las manos en los bolsillos, el chrysos avanzaba por las calles del pueblo, prestando atención a los nombres que indicaban dónde se encontraban. Llovía, y hacía frío, y las calles que antes habían sido blancas ahora eran oscuras como el barro, y de la nieve que antes las había cubierto no quedaban más que restos marrones que la lluvia continuaba destrozando. Era un escenario poco agradable, pero el chrysos no se arrepentía, a pesar del agua que le mojaba la capa, de estar ahí.

—Pensé que la lluvia tardaría un poco más en llegar —murmuró, con un deje jocoso, alzando la vista para leer un nuevo letrero. De reojo, miró a su derecha—. Pero el sitio no está muy lejos.

Había pensado varias opciones, y al final había concluido que lo mejor sería ir a un sitio lejos del lugar donde, desde hacía unos cuantos meses, había estado trabajando. Nada serio, realmente: pelaba patatas, cortaba verduras, limpiaba ollas, y a veces cocinaba un poco. Era aburrido y no le gustaba demasiado y apenas le daban dinero, pero aquello le servía, por ejemplo, para, ahora, después de ahorrar durante bastante tiempo, invitar a alguien a cenar.
La vida del pobre.

He estado a punto de echarme atrás en el último momento, tras haber mirado el cielo durante todo el día. Si bien hace poco hablé de mi poco gusto por la nieve y el frío, creo haber mencionado, o pensado al menos, que el aprecio que le tengo a la lluvia es todavía más escaso.

-Y ojalá lo hubiese hecho -llego a mascullar entre dientes a su comentario, calándome un poco la capa. Asiento al comentario que viene después-. Bien... Supongo que por aquí nada está especialmente lejos -añado, como comentario irrelevante, recordando la ciudad en la que estuve hace unos meses.

Pese a todo, al menos he salido. Aunque no sea el mejor día para hacerlo. Supongo que esto acabará un poco con la sensación de encerramiento.

Torció una sonrisa quizá algo nerviosa, mirando de reojo a la muchacha. Sabía lo poco que le gustaba a Alehyss la lluvia (menos que a él, incluso), así que no creía que la chica estuviese, ahora mismo, del mejor de los humores. Alzó la vista al cielo, apenas un segundo. Tamaña traición. Semanas sin rastro de lluvia y el único día en el que decidió hacer algo más que ir y venir del pueblo a Palacio iba y llovía. El chrysos pensaba si podía ser peor, y, francamente, no se le ocurría cómo podía ser peor aquello.

—Bueno, es un pueblo pequeño —coincidió, mirando de nuevo a la chica—. Aunque la primera vez que vine tardé un poco en encontrarme.

O, dicho de otra forma, se perdió y tardó en encontrarse. Aquello era más afín a la realidad, y por eso mismo, no lo iba a decir. Era un dato innecesario, además.

Guiando a la muchacha, el chrysos avanzó con pasos que si bien no eran rápidos, tampoco podían definirse como lentos. Cuánto antes llegasen al sitio, mejor. A ninguno les gustaba la lluvia, a fin de cuentas. Maldita lluvia. ¿Había realmente gente en el mundo que disfrutaba de la lluvia, que la veían bonita, agradable? A veces lo dudaba.

Giró por una calle amplia, bastante bien iluminada, donde había un par de personas, y avanzó hasta llegar a la entrada de una taberna de aspecto considerablemente agradable: ventanas limpias desde las que se podía ver una estancia llena de mesas, algunas ocupadas, otras vacías, una barra, y una puerta por la que entraban y salían posaderos. Se volvió hacia la chrysos, alzando las cejas, sonriendo un poco.

—Aquí es.

Mithos. Por qué.
Odiaba aquello.
Con lo simpático, agradable, grande, con buena comida y buen servicio que era el comedor de Palacio, por favor, por qué.

Continuamos nuestro avance bajo la lluvia. Me he hecho con un paraguas para poder cubrirnos un poco durante el trayecto. Aunque ese hecho no merece ni ir precedido de un "por suerte", porque un paraguas, si bien te tapa, no evita la lluvia. Y esta, de todas formas, salpica igual debido al viento.
Por suerte, pronto estaremos a cubierto.

-Los sitios pequeños llegan a ser confusos. Las calles no son tan ordenadas como en la mayoría de las ciudades-. Cito datos evidentes, sin más, para corresponder a su pequeña anécdota.

Cuando, tras doblar un par de calles, damos con el sitio, llego a esbozar una sonrisa de alivio y me apresuro a ampararme en la entrada para cerrar el paraguas. Aún tardo varios segundos en revisar el interior, que hasta ahora me parecía secundario.
Tiene techo. Basta.

-No está mal -indico-. No había estado antes. ¿A cuántas has traído aquí? -inquiero, burlona, sacudiéndome un poco la ropa, todavía, para deshacerme de un poco del agua.

El chrysos alzó un poco las cejas al escuchar la explicación de Alehyss.
Aquello no lo sabía. Pero, bueno, tampoco resultaba sorprendente: Alehyss sabía muchas cosas que él no sabía.

Mientras Alehyss, cubierta en la entrada, cerraba el paraguas, él le dedicó un nuevo vistazo al interior del lugar, mirando a través de una de las ventanas, y se quitó la capucha de la capa, acercándose poco después a la chrysos, protegiéndose así de la lluvia. La miró, inclinándose un poco hacia delante, torciendo una sonrisa, socarrona.

—De momento solo a ti. —Se pasó una mano por el pelo, echándose el flequillo, algo húmedo, hacia atrás. Ensanchó la sonrisa—. Las otras no están muy interesadas en cenas.

Abrió la puerta, cediéndole el paso a Alehyss. Alzó las cejas.

—Lester.

No puedo sino resoplar, divertida. De modo que no están interesadas en cenas. Y supongo que tampoco las atraes con la cartera, eh, Lyam. Quizás buscan las cicatrices de un guerrero, y las manos ásperas de la espada. Hay ciertos grupos en el género que se sienten atraídos por esa suerte de cosas.

Paso delante, mirándolo de reojo al pasar justo a su lado, con una sonrisa incisiva. Me muerdo la lengua para evitar el primer comentario mordaz que se me ocurre, buscando uno algo más apropiado.
Finalmente lo dejo estar. Por esta vez.

Miro la estancia, ya desde dentro, con cierta curiosidad. No es un mal ambiente.

-¿Y hay un sitio específico o hemos venido a la aventura? -inquiero, volviendo un poco la cara hacia él.

Al ver la sonrisa de la muchacha, el chrysos respondió ensanchando la suya, jocoso, preparado para responder un comentario mordaz que terminó por no llegar. La siguió una vez ella entró, cerrando la puerta a sus espaldas. De reojo, con cierta curiosidad, miró a Alehyss, buscando descubrir en su rostro algo que indicase su opinión del sitio. No parecía, a primera vista, que le disgustase.

Sonrió.

—Ah, he reservado un sitio. —Se encogió de hombros—. Por si se llenaba. —Señaló, con la mano derecha, una mesa que estaba frente a ellos, a unos pasos de distancia, cerca de una ventana—. Aunque supongo que no habrá problema si prefieres otra mesa. Este sitio nunca termina de llenarse del todo.

La miró de reojo.

Asiento, satisfecha. Lo que menos querría ahora es que me dijesen que no hay sitio, que las mesas vacías ya están reservadas y que, o esperamos hora y media, o salimos de nuevo a la lluvia. Creo que si esa fuese la respuesta, me iría ya de vuelta a Palacio. No tengo mucha paciencia en los días de lluvia. No obstante, no es así, y en principio no hay motivos para comenzar con lamentaciones.
Está bien.

Niego a su último comentario, acercándome a la mesa.

-No pasa nada. Esta está bien -indico-. No me gusta la lluvia, pero desde dentro no me molesta verla caer contra la ventana -explico.

Da hasta sensación de poder. Aunque prefiero que no llueva que toda esa sensación.

Espero a alguna clase de permiso o indicación para tomar finalmente asiento y acomodarme un poco. No me he mojado mucho el pelo, pero la capucha me lo ha apelmazado un poco, e intento arreglarlo con un par de gestos.
Supongo que hoy no será mi día más espectacular.

Sonrió, y después de acercarse al tabernero y explicar quiénes eran, se acercó a la mesa, donde Alehyss ya estaba.

—También puedes ver a la pobre gente que se moja —comentó, con un deje jocoso, quizá algo infantil en la voz—. Aunque la idea era que no lloviese, sino que nevase. —Soltó un resoplido, una especie de risa muda—. Quedaba mejor.

El chrysos se quitó la capa y la colgó en la silla. Esperó a que Alehyss decidiese dónde sentarse para tomar asiento, y una vez estuvo sentado, se tocó un par de veces el pelo, húmedo, tratando de peinarlo de alguna forma, sin demasiados resultados.

—Pues. Eh. —La miró—. Puedes pedir lo que quieras...

Sonrió, tendiéndole una carta.

Me permito evidenciar una risa a su comentario, mordaz. No sé qué es lo peor. Que lo proponga, subrayando mi maldad, o que realmente me parezca que la idea tiene su atractivo. Supongo que en ciertos momentos en los que me enfado con el mundo puedo vengarme con burlas tan pueriles.

-Desde luego, la nieve es más estética- admito-. Y la lluvia, en ciertas circunstancias, no tiene mucho que envidiar. Aunque en Fulmen... Supongo que lo que ya está muy visto no tiene tanto interés -declaro, encogiéndome de hombros con suavidad.

Cuando ya estamos los dos acomodados y he tomado asiento, acepto la carta con un gesto de cabeza y un escueto, pero no seco, "gracias" y le echo un ojo. Encuentro un par de platos que me parecen especialmente interesantes, aunque siendo una cena lo ideal sería algo más bien ligero, imagino.
Por otro lado...

Alzo las cejas, mirándolo, y me yergo un poco para señalar algunos en su carta.

-¿Los has probado? Ya que has estado aquí, dime qué te parecen estos. O si hay algo mejor... ¿Alguna preferencia?

El chrysos miró, de reojo, la lluvia que caía, esbozando una mueca. No le parecía especialmente estética: allí donde unos podían ver algo relajante y romántico, él solo veía algo engorroso que te mojaría al instante y que, tal vez, fuese la causa de un futuro resfriado.

—Nunca he sido capaz de verle el punto estético, la verdad. —Volvió a mirarla—. A la nieve sí. —Se encogió de hombros—. Pero supongo que el día de hoy podría ser peor, de alguna forma que no soy capaz de imaginar ahora mismo, pero.

Sonrió, negando suavemente.
Es que no, no podía. Maldita lluvia.

El chrysos comenzó también a leer una carta, mirando de vez en cuando, durante poco más de unos segundos, por encima del papel para observar a Alehyss. Cuando la chica lo llamó, bajó la carta, parándose a leer entonces lo que la chica le señalaba. Frunció el ceño, pensativo.

—Bueno, tampoco es que los haya probado todos. —Le sonrió—. Este —Señaló uno de los que Alehyss había marcado— está bien, pero personalmente prefiero este otro. —Señaló otra de las opciones de la chica—. Más que nada porque me gusta más este tipo de pescado que por otra cosa. Aunque creo que uno de mis favoritos es este otro. —Señaló otro plato diferente—. Pero es menos sano que el resto.

La miró, ensanchando la sonrisa, volviéndola, quizá, algo más socarrona.

Asiento con la mirada algo perdida en la lluvia, escuchando lo que dice un poco en segundo plano. De no tener que pasar por ella, por el frío y la humedad, creo que podría llegar a disfrutarla. Es una buena excusa los días que no quieres salir de casa. Pero una mala compañera para las tardes de agobio.

-Bueno, el año pasado hubo una tormenta en la que el granizo podía habernos matado. Creo que eso hubiese sido peor que esta lluvia -apostillo, con una sonrisa maliciosa, volviéndome para mirarlo.

En el momento en el que nos ponemos a decidir los platos preso atención a su opinión, aunque barajando la mía mentalmente de todas formas. Y, por ello, cuando acaba de hablar enarco una ceja.
De todas formas, aunque una parte de mí se siente desafiada, no cedo a ella.

-El pescado entonces -acepto-. No querría perder mi esbelta figura con tanto exceso -añado, con evidente sarcasmo.

El chrysos rió con suavidad.
De acuerdo, que hubiese una tormenta mortal ahí fuera sería peor que la lluvia que ahora caía, pero en esa situación dudaba mucho que él se encontrase ahí sentado tan tranquilo. Y también dudaba que Alehyss hubiese aceptado a salir en un escenario como aquel. Ya le sorprendía bastante que aún lloviendo hubiesen decidido seguir con el plan.

—Oh, bueno, sí —respondió, torciendo una sonrisa—. Pero en ese caso dudo mucho que hubieses accedido a salir de Palacio.

Al escuchar la respuesta de Alehyss, el chrysos asintió, ensanchando la sonrisa socarrona. Alzó las cejas, mirándola.

—Por suerte yo no tengo que preocuparme por mantener esbeltas figuras, así que me quedo con el insano. —Cerró su carta—. ¿Para beber? ¿Cerveza, vino? ¿La siempre sana agua?

Sonrío de lado, con burla. Muy agudo.

-Estoy segura de que hubiese accedido solo para poder echarte en cara los huesos rotos y la pérdida de sangre -ironizo-. Me encanta montar escenas. Haría lo que fuese por conseguir una.

No he venido aquí a criticar la alimentación de nadie, de modo que asiento, tranquila, a sus palabras. Y cuando cierra la carta hago lo propio, empujando la mía un poco sobre la mesa hacia el extremo.

-Supongo que vino. La cerveza quedaría algo mal con la imagen que transmito -respondo, entretenida-. Y el agua quedaría demasiado fuera de lugar-. Hago una pausa y añado-: Con el pescado el vino debe ser blanco. Aunque dado que cada uno tomará una cosa...

Asintió, mirándola.

—Oh, bueno, entonces para la siguiente me aseguraré que haya tormenta y caos y muerte y destrucción. —Bajó la vista a la carta, ya cerrada—. No seré yo quien te prive de hacer escenas, por Mithos.

Le sonrió, con burla. Y luego, más serio, escuchó su respuesta. Frunció el ceño, pensativo. Al final terminó encogiéndose de hombros.

—Podemos pedir vino blanco. —La miró—. No me importa demasiado, y puedes escoger cuál quieres, si te apetece. —Sonrió—. La otra opción es pedir dos tipos diferentes de vino, pero no sé hasta qué punto eso sería... —Alzó un poco las cejas, ladeando ligeramente la cabeza hacia un lado—. Recomendable.

Estoy segura de que sí, Lyam. Inténtalo. Estaré encantada de rechazarlo muy gentilmente. Como es habitual en mí.
Pero no sigo con la broma. Ya llegaría a ser redundante, y tengo más hambre de la que creía, ahora que me he olvidado de lo desagradable que resulta la lluvia contra el cuerpo cuando uno sale a la calle.

-Si no te importa, entonces...-. Dudo que sea un experto en vinos-. Concuerdo con tu opinión. No voy a ser yo la que te ayude a emborracharme. Aunque si quieres emborracharte tú, siéntete libre -le concedo, ojeando un momento las posibles botellas mientras hablo.

Una vez he elegido y se lo hago saber, hago un gesto para que seamos atendidos y doy mi pedido en primer lugar. Supongo que nadie me ha enseñado a ser cortés. No creo, tampoco, que sea tomado de forma negativa.
Simplemente tengo una gran iniciativa.

Negó suavemente. Si lo había ofrecido era porque no le importaba. De haber tenido inconveniente, dudaba que le hubiese dejado toda la libertad. Además, él no sabía demasiado de vinos (ni de nada), así que sería mejor confiar en el criterio de la muchacha.

—No soy mucho de emborracharme porque sí. Al menos ahora. —Le sonrió—. Antes sí.

El chrysos esperó a que la chica pidiese para hacer él su propio pedido, alzando entonces la mirada de la mesa para observar al tabernero. Cuando el hombre se alejó, volvió su atención a la chica.

—Bueno. —Suspiró—. Ahora a esperar. —Ladeó la cabeza—. ¿Qué tal?

Alzo las cejas, curiosa. Algo así dijo el otro día, en la sala de entrenamiento. Supongo que con el tiempo las cosas suelen moderarse. Y digo suelen porque no pasa lo mismo con todo el mundo. Pero incluso yo siento que algunos de mis impulsos más "insanos", por así decirlo, han mermado desde hace un tiempo.

-El alcohol es un gran enemigo de la razón -murmuro, divertida-. Aunque supongo que todos hemos tenido nuestros momentos de gloria. No voy a mentir ahora, por supuesto.

Una vez el hombre se ha ido con el pedido, relajo un poco los hombros y miro alrededor. No puedo evitar, aunque sea fugazmente, observar a cada uno de los presentes, llegando a preguntarme cuántos de ellos podrán llevar un arma o serán potencialmente peligrosos.
La voz de Lyam me hace volver a la situación en la que me encuentro, y también hacia él.

-Bien...-. Carraspeo. Estaba distraída-. Haré... Haré un viaje a Ventus, pronto. Motivos personales -como parece que sea siempre, últimamente-, o algo así. Aunque nunca he estado y tengo mucha curiosidad al respecto.

Lo miro entonces, interrogante, como si esperase confirmar que acabo de sacar un tema de conversación yo sola y si es apropiado, o algo semejante. Acabo de sentirme un poco torpe.

Asintió, dejando ir un resoplido.

—Tampoco es que fuese algo exagerado, solo. —Ladeó un poco la cabeza, frunciendo el ceño—. Es que. Se me subía muy fácilmente. —Se encogió de hombros—. Ahora ya no.

Creía, vamos.
Hacía tiempo que no bebía en plan exagerado ni nada. Era alguien mucho más sano que hacía años, también.

Observó a la muchacha, apartando un momento la mirada para observar a una de las personas que Alehyss estaba mirando. Luego se dirigió a ella, con gesto interrogante.

—¿Pasa algo...?

Y después, cuando ella habló, alzó las cejas, sorprendido. Ventus. Una de las últimas veces que se había encontrado con ella habían hablado de Ventus. Se preguntaba qué la llevaría hacia ahí arriba.

—Eso suena interesante. —Le sonrió—. Al final vas a saciar esa curiosidad antes que yo. —Se acodó en la mesa—. ¿Cuándo te vas?

Qué recuerdos de juventud. Yo me acuerdo de cuando empecé a hacerlo. A beber. Era muy pequeña. Demasiado pequeña, en mi opinión. Creo que empecé a hacer algunas cosas antes de lo indicado, y quizás fue ese comportamiento arrogante, esa madurez de mentira, la que hizo que me metiese en malos mundos.
La culpa siempre fue mía. Pero, en parte, de la falta de experiencia. No son más que los baches hacia la vida adulta, imagino. Solo que a veces resultan crear problemas más complicados que otras.

-Yo he tenido mis momentos. Aunque no me enorgullezco de mucho de lo que hice-. Me encojo de hombros-. Cosas del pasado, supongo.

Niego cuando pregunta si pasa algo. Solo fue una distracción. A lo de Ventus, sin embargo, asiento.

-Parece que sí. Solo voy a por una madera especial que crece en un bosque de allí arriba, pero espero poder pasarme por alguna ciudad y hacer un breve turismo. Ya veré, en función de lo que pase. Y...-. Frunzo un poco el ceño-. No lo tengo claro, todavía. Antes tengo que recibir alguna instrucción más y hacer los preparativos. No corre prisa, pero en cuanto pueda iré. No quiero que se alargue.

La escuchó con atención, sin interrumpir, asintiendo de vez en cuando como señal de que no la estaba ignorando. Él tampoco se enorgullecía de muchas cosas que había hecho en el pasado. De hecho, le costaba mucho encontrar motivos por los que podría enorgullecerse, no ya solo en el pasado más lejano, sino hasta en el más próximo o en el propio presente. Era complicado encontrarlos, si es que esos hipotéticos motivos existían, claro.

—Ya somos dos, entonces —respondió, bajando un poco el tono, dejando ir, después, un leve suspiró. Negó con suavidad, curvando un poco los labios en un gesto que si bien no era triste, tampoco podía considerarse alegre.

El siguiente tema le llamaba más la atención, y también le resultaba más agradable, y por ello parecía más interesado.

—Diviértete. —Sonrió, mirándola—. Supongo que si solo es ir a buscar madera, podrás hacer turismo sin problema. —Alzó las cejas—. ¿Para qué quieres la madera?

Supongo que en cierto modo, vistos los acontecimientos que en su momento nos enfrentaron y lo que sé de su pasado, no es extraña su respuesta. No digo que nuestras vidas hayan sido semejantes, y menos aún nuestros motivos, seguramente. Pero, de alguna forma, los dos llegamos a un punto de no retorno bastante desagradable.
No quiero pensar en algo como eso ahora. Parece que sea inevitable, sin embargo, ahora que he empezado.

Trato de centrarme entonces en el otro asunto. No es un asunto que me anime, no es algo que me guste compartir especialmente, pero supongo que con él no hay problema.

-Yo tampoco creo que sea complicado. Aunque nunca se sabe. Iré atenta por si acaso, de todos modos. Como siempre-. Guardo silencio un momento-. Es para hacer un arma. Algo con lo que disparar -le explico-. Por eso quería practicar el otro día. Necesito algo para atacar a distancia. Aunque, como pudiste ver, la ballesta no cumplía los requisitos -añado, antes de callar.

Miro en dirección a la cocina, como esperando ver salir la comida, aunque no es el caso. Supongo, de todos modos, que no tardará demasiado.
O quizás sea el hambre.

Alzó las cejas, sorprendido, al escuchar su respuesta. Un arma nueva, una con la que disparar. Eso explicaba por qué el otro día buscaba practicar con la ballesta, pero el chrysos no entendía por qué Alehyss quería, de pronto, algo diferente a la kusarigama.
Sonrió un poco.

—En guardia como siempre —murmuró, mirándola. Ladeó la cabeza ligeramente hacia la derecha, y de nuevo, frunció un poco el ceño—. Tal vez puedas encontrar un arma con un mecanismo semejante al de la ballesta, si es que existe. —Parpadeó—. ¿Por qué quieres un arma nueva ahora? ¿Le pasa algo a la kusarigama?

Él también miró hacia la cocina cuando Alehyss lo hizo, curioso. En un primer momento no salió nadie, pero al cabo de unos instantes, el mismo tabernero que les atendió llegó con lo que habían pedido.

—Gracias —murmuró. Luego se volvió hacia la chica—. ¿Tienes hambre?

Sonrío y asiento, convencida. Por supuesto. Bajar la guardia es algo que no me gusta. Quiero mejorar, ya sea por profesionalidad o por arrogancia.

-Por lo que tengo entendido, por si te interesa, hay ballestas más pequeñas que pueden portarse en una mano. Y esas se cargan más fácil -le indico, con gesto burlón-. El otro día pareció gustarte-. Entonces niego, a su pregunta-. En absoluto. Pero hace tiempo que sé que la magia, si bien es útil, no es lo mío. Necesito tener algo con lo que iniciar maniobras a larga distancia o disuadir enemigos que sí puedan atacarme de lejos. Con la cadena solo llego a media distancia, pero a los que están muy lejos no puedo acercarme si tienen una buena capacidad de ataque a distancia -explico, pausada.

Siento cierto alivio al ver aparecer la comida poco después, y hasta miro el plato con cierto brillo en los ojos cuando lo tengo ante mí. Aunque debería guardar una compostura.

-Lo cierto es que sí- confieso, esbozando una sonrisa más relajada-. No sé por qué. Quizás el ejercicio de la tarde me abrió el apetito, o no comí suficiente...-. Hago amago de ir a tomar los cubiertos, pero me detengo-. Con tu permiso, bueno. Que aproveche.

Esta vez sí, tomo los cubiertos y tomo un primer bocado. Al tragar no puedo evitar un suspiro suave de satisfacción, cuando el alimento palia un poco el dolor que provoca el hambre.

El chrysos la escuchó con especial atención esta vez. Era cierto que la ballesta le había gustado: aunque le veía puntos engorrosos, como lo complicado y lento que resultaba cargarla, su mecanismo le llamaba la atención.
Sonrió.

—¿En serio? Entonces tal vez le eche un ojo a alguna, en la sala de entrenamiento, que imagino que tendrá. —Ensanchó la sonrisa, volviéndola algo más burlona—. Si no, siempre puedes traerme madera de esa especial. No te voy a echar en cara que lo hagas, así que no te cortes. —Negó suavemente, adoptando después una expresión más seria—. ¿Y tienes alguna idea de cómo hacer esa arma nueva? ¿O te da igual siempre y cuando puedas atacar a distancia con ella?

Al ver la expresión de Alehyss cuando la comida llegó, el chrysos no pudo evitar una suave risa. No necesitó escuchar la respuesta de la chica para saber que sí tenía, al menos, una poca de hambre.

—Qué aproveche, qué aproveche —respondió, tomando él también los cubiertos—. No comer lo suficiente es malo, Lester. La dieta es muy importante, recuérdalo. Y el ejercicio en exceso puede ser malo.

Cortó un pedazo. Después de tragar, preguntó:

—¿Te gusta?