Callejuelas.

La miró mientras hablaba, sonriendo un poco.

—Yo también conozco algunas —admitió, volviendo la vista al frente.

Algunas bastantes, pero aquello no era importante. Tampoco que ella las conociese era importante, claro.
Se rió con suavidad al escuchar el siguiente comentario de la chrysos.
La miró de reojo.

—Debí haber especificado más a que me refería con invitar, por lo que veo.

Tras un rato caminando, finalmente llegaron al sitio donde él recordaba que estaba la posada. Al verla no estuvo seguro de si era esa misma la que él había pensado, pero decidió que poco importaba. Solo era un sitio, a fin de cuentas, y mientras no saliesen ratas de algún sitio pues como que todo estaría bien; lo de las ratas sería muy desagradable.

—Esta es —dijo, avanzando hacia la entrada—. Estaba más cerca de lo que pensaba.

Esperando que Alehyss lo siguiese, entró.

No puedo evitar una sonrisa cuando hace el comentario sobre invitar. Puede que cada uno de nosotros lo interpretase de forma diferente. Pero no es simplemente eso.

-Me gusta salir preparada. Un imprevisto puede suceder en cualquier momento -le explico, con calma-. Llevar dinero encima cuando vas al pueblo nunca es una mala idea, en mi opinión. Lo peor que podría pasar es que intentasen robármelo, pero incluso a ese respecto me siento bastante segura.

Al fin y al cabo, traigo la kusarigama conmigo. Y contra un ladronzuelo de poca monta ni la necesitaría.

Cuando indica que estamos en el sitio siento cierto alivio y asiento. Entro tras él. Por suerte, estos sitios suelen aceptar clientela a todas horas y, pese a lo evidente que resulta venir a estas, me acerco al mostrador con tranquilidad a pedir una habitación.
Hay que pagar por adelantado, generalmente. Pongo el dinero en la mesa y miro a Lyam un momento. Ya haremos cuentas luego, si procede. Luego le tiendo la llave y sigo las indicaciones que nos ha dado el hombre.
Primer piso, al parecer.
No es que sea un sitio muy lujoso, eso es cierto, pero sirve bien. Aunque no hemos visto el cuarto todavía.

La miró mientras la muchacha se explicó. Tal y como lo explicaba, tenía sentido. Él no solía llevar dinero encima porque le daba como un poco de miedo perderlo o algo así. Lo malo de no haber tenido dinero propio nunca es que lo cuidabas en exceso. O algo así.

—Visto así tiene sentido —admitió finalmente.

Ambos entraron en la posada y se acercaron al mostrador. Dejó que Alehyss hablase con el encargado, pero cuando llegó el momento de pagar, sacó dinero, dispuesto a ponerlo sobre la mesa. Que Alehyss fuese más rápida le hizo fruncir el ceño, pero decidió que ya harían cuentas después.
Sabía dónde vivía en Brontë.
Sería fácil encontrarla.
Con las llaves en la mano, avanzó hacia la habitación que les habían dado, en el primer piso. Mientras caminaba, miraba tanto a la chica como a las paredes y el suelo, con cierta curiosidad, rememorando la última vez que había estado allí, hacía ya bastante. No era especialmente lujoso, pero tampoco tenía aspecto de ser un lugar que también servía de alojamiento para las ratas.
La habitación, cuando finalmente entró, no dio una impresión diferente. Era un sitio normal, sin más, ni excesivamente bueno ni malo.

Se volvió hacia la chrysos, torciendo una sonrisa.

—No es el mejor pero tampoco el peor sitio del mundo —comentó, jocoso, acercándose a ella.

Entro detrás de él, que se encarga de abrir, y como voy segunda soy la que cierra la puerta, mirando mientras el entorno. Desde luego, está limpio. Al menos lo que se ve. Prefiero que esté limpio lo que no se ve, sinceramente, porque me voy a tumbar en las sábanas. Y sé para qué suelen usarse estos sitios.

-Si fuese el peor sitio del mundo lo hubiésemos sabido nada más entrar -comento, con una sonrisa tranquila.

Veo cómo se acerca, pero me aparto un poco.

-Dame un momento -le pido, serena.

Me deshago de la capa, mojada e incómoda y extraigo la kusarigama de entre mi ropa, dejándola en la mesa del que he decidido que será mi lado de la cama. Al lado deposito el puñal. Luego me vuelvo hacia él.
Así es más cómodo.

-Ya estoy lista -declaro entonces.

Aquello era cierto: si hubiese sido un sitio horrible, lo hubiesen sabido nada más entrar, y ahora mismo no se encontrarían en aquella habitación.

Cuando Alehyss se apartó, él frunció un poco el ceño, algo confuso, pero también algo curioso por ver qué quería hacer ella exactamente. Al ver que se quitaba la capa, él la imitó, porque así era más cómodo, pero cuando vio cómo la muchacha comenzaba a sacar armas, no pudo evitar dibujar una expresión sorprendida. Muy sorprendida. Y no porque llevase un arma, que eso, bueno, pues lo entendía, sino porque llevaba dos. Dos armas. Dos.

—¿De verdad has traído las dos armas? —preguntó, y se rió un poco, mientras avanzaba hacia ella—. ¿No era suficiente con una?

La miró un segundo, esperando una respuesta, hasta que finalmente se inclinó sobre ella, buscando sus labios al tiempo que sus manos la agarraban con firmeza por las caderas.

Me vuelvo hacia él, alzando las cejas cuando pregunta. No tardo en asentir con tranquilidad. Casi me extraña un poco que le extrañe a él.

-Claro. Por precaución. Nunca se sabe cuándo pasará algo. Y, dada mi posición ahora como miembro de Brontë, no me vale con escabullirme. Si hay un problema debo plantarle cara aunque no esté relacionado conmigo, de alguna forma. ¿Tú no vas armado?

De todos modos, termina por acercarse. Supongo que desarmada doy menos miedo.

Respondo al contacto inclinándome un poco hacia él, apoyando la diestra en su hombro y el brazo en su pecho, acercándome.
No tengo muy claro, de todas formas, a dónde ha ido hoy esa agresividad de siempre. Imagino que hay días y días, pero esto es poco habitual.

Se rió con suavidad.

—Llevo un puñal, pero no la espada. Creo que con eso me basta.

De todas formas, que Alehyss llevase armas era normal. Era Alehyss, a fin de cuentas. No entendía por qué le había sorprendido tanto. Y de todas formas, qué más daba.

Empezó besando a la muchacha con cierta calma y manteniendo las manos quietas, sujetándola sin más, pero lentamente fue profundizando más en su boca y moviendo las manos, bajándolas y subiéndolas, colándolas bajo la camiseta o recorriendo la tela del pantalón, mientras comenzaba a avanzar hacia alguna cama o pared, lo que más cerca estuviese, buscando que ella se apoyase o tumbase.

Es más despreocupado. De todas formas, una espada no es tan fácil de ocultar. Pero yo, mientras no sea muy evidente, prefiero ir preparada. A veces incluso es interesante que sea evidente para alejar a los indeseables. Según la situación suelo decidir...
Y cuando tenga mi arma nueva creo que me sentiré más poderosa todavía. Aunque de momento no es el caso.
Una pena. Ya la echo en falta.

Guía él, de alguna forma. No me cuesta acomodarme a sus gestos, a sus movimientos. Estoy acostumbrada. Es fácil, natural. Pero hoy no encuentro la fuerza para llevar yo el ritmo, para marcarlo, aunque eso también debiese ser fácil o habitual para mí.
Por una vez, dejaré que sea así. No es débil si es solo una vez. Es una excepción, nada más.

Me dejo guiar a la cama; me dejo llevar, por extraño que me resulte pensarlo de esa forma. Cuando choco contra el borde me dejo caer sentada, oyendo un vago chirriar de muelles al hacerlo, tirando de su camisa para que me siga, y pronto estoy tumbada, y él sobre mí.
La ropa acaba cayendo pronto al suelo, pieza a pieza y, pese a la nieve de fuera, o quizás debido a ello, hay que buscar una forma de luchar contra el frío.

*fin de escena*

Había llegado el momento, y Corbin estaba más que preparado. En realidad, sabía que debía mantenerse calmo, frío. Por una parte, porque debía mantenerse profesional. Por otra, porque, a fin de cuentas, aún no iba a comenzar su trabajo; se trataba, sencillamente, de obtener la información correspondiente a cómo proceder.

La caeruleus le había indicado adónde dirigirse, y Corbin siguió sus indicaciones con diligencia marcial. Incluso llegó antes de lo previsto, tal era su interés en resolver el asunto cuanto antes. Corbin esperó donde se le había señalado, paciente y serio, prácticamente una estatua en mitad de la calle.

*Se queda*

En el momento en que la mujer se presentó ante él, la atención del claritas se dirigió inevitablemente hacia ella. Alerta, esperó mientras se acercaba, sin perder noción del entorno. Tardó un momento más de lo preciso en aceptar el sobre, pero acabó por hacerlo, y frunció el ceño al examinar el contenido. Se volvió entonces hacia ella, asintiendo.

-¿Debería deshacerme de él de alguna forma en particular? -preguntó en primer lugar, clavando los ojos en la sombra tras la que se oculta su contacto-. No puedo trabajar con tan pocos datos.

Mantenía en todo momento el aspecto imperturbable, atento a todos los detalles con los que trabajar.

Corbin se mantuvo en silencio. Al final, asintió, serio.

-Bien, si no tienes mucha información, no te importará dármela toda. Pretendo llevar a cabo el trabajo, si de verdad eso es algo que te preocupa. Cualquier dato sobre el hombre, desde dónde pueda encontrarse hasta manías o habilidades. Cualquier dato respecto a la recompensa. Cualquier dato que poseas -. Incluso sin ver lo que la capucha ocultaba, Corbin la miraba con tanta fijeza que sí parecía verla.

Hacía algún tiempo que no se ponía en movimiento, pero una tarea tan evidente como aquella podía cambiar su situación. El objetivo, tan simple como lo era en sus primeras tareas, cuando no era más que un niño, le daba algo más de interés. La acción que prometía era evidente, y la tarea era de las que más satisfacción provocaban en Corbin, una de esas que no dejaban ningún cabo suelto ni a nadie que lo crease.

*Se va*

Corbin la miraba fijamente, con la misma seriedad independientemente de sus gestos y palabras. Asintió, sencillamente, asumiendo toda la información en inalterable silencio. Finalmente, cuando ella terminó y se marchó apresuradamente, la despidió con un gesto.

Taciturno, volvió a guardar el cartón en su sobre. Dudaba que la confidencialidad fuera algo que tratar en mitad de un callejón en un pueblo, incluso si este estaba completamente vacío y en silencio. En Brontë, a solas en el lugar adecuado, sería una situación mucho más propicia para ello.

Corbin volvió con calma, aunque sin dar rodeos por el camino. No había vuelto al pueblo más que con Alehyss, pero empezaba a hacerse un plano de sus calles y recodos. Aquella experiencia demostraba, de nuevo, la utilidad de conocer aquel entorno tan particular para él. Manteniéndose siempre en guardia, caminó hasta salir del pueblo, en dirección a Brontë.

*Se va*

En los últimos meses el chrysos había pasado tanto tiempo en el pueblo de paso que ya casi podía decir que conocía todas aquellas callejas como conocía las cicatrices que surcaban sus manos: sabía dónde las calles principales perdían ese estatus para transformarse en pequeñas callejas en los que usualmente uno no se encontraba con más de un par de personas, dónde las casas de la zona residencial se hacían más lujosas y dónde comenzaba a ser más difícil toparse con alguna vivienda en algún lado de la calle y dónde las calles dejaban de ser seguras, el nido de las malas historias que todos los lugares tienen. Era precisamente esa zona la que estaba recorriendo ahora, con pasos tranquilos pero serios, los ojos levemente iluminados atentos a cualquier movimiento, el oído interesado en las bajas conversaciones que se oían por las estrechas calles mal iluminadas por las que avanzaba. El chrysos había pasado la mayor parte de su vida en ambientes como aquel, así que sabía qué hacer para no llamar la atención y pasar desapercibido como un fantasma y también cómo buscar cuando querías encontrar algo concreto.

La calle en la que se encontraba se ensanchó en su final, abriéndose en una especie de plaza no demasiado amplia donde Lyam distinguió un par de tabernas abiertas de las que salían diferentes voces que se mezclaban con los sonidos de las pocas personas que como él vagaban por las calles. El chrysos se acercó a la primera de las tabernas y abrió la puerta: una luz penumbrosa, un rastro de humo en el aire, un suave hedor que se pegaba al cuerpo, diferentes figuras apenas iluminadas. Cerró la puerta tras de sí.

*fin de escena*

Oculta por una fina capa, con la capucha cubriéndome el rostro, avanzaba por las callejas del pueblo de paso, sin detenerme en ningún lugar concreto, en una marcha marcial, diligente, que debía llevarme hasta una zona concreta alejada de las multitudes propias de un lugar como este, una zona más escondida, recóndita, una de esas zonas en las que no pondría un pie por propia voluntad. El olor de las calles se iba haciendo más intenso conforme me adentraba en el lugar, haciéndome arrugar la nariz y componer una mueca de desagrado que las pocas personas que caminaban a mi alrededor no percibirían gracias a la tela, y los ruidos de las zonas comerciales y residenciales pronto se van desvaneciendo, convirtiendo el sonido de fondo en algo diferente, algo más sutil, tenso. Podía percibir algunos gritos, pero estos sonaban lejanos y extraños, como partes arrancadas de una conversación que uno no alcanzaba a comprender, y de vez en cuando lograba oír frases susurradas, apenas un par de consideraciones hechas por los viandantes que avanzaban en dirección contraria a la mía. Tampoco les prestaba atención; no eran importantes.

Los gritos se intensificaron de pronto, entre quejidos, abucheos y vítores, y pronto llegué al lugar que buscaba. Me ajusté la capa, y aun a pesar del cansancio que sentía, conjuré un suave conjuro para pasar desapercibida; al momento me mezclé con la multitud que se acumulaba en forma de círculo alrededor de un pequeño grupo, fingiendo ser una mera espectadora más. Claro que, por supuesto, no lo era, y mi atención no tardó en centrarse en lo que me interesaba. Tampoco había demasiado que buscar, realmente.

Desde la misión a la que Svend fue, me sentía más intranquila, menos confiada, y por eso mismo estaba ahora mismo aquí, observando los movimientos del chrysos, que parecía esquivar sin demasiado problema a otro hombre mucho más grande que él. Iba desarmado, y aunque en un primer momento pensé que no había cogido ningún arma, uno de los movimientos me reveló que sí llevaba el puñal consigo, enfundado seguramente, como en los enfrentamientos que había podido ver en Brontë aunque sutilmente diferente: que estuviese armado aquí implicaba una intención de volver, a fin de cuentas, y para ello no debería dejarse golpear tanto como en la sala de entrenamiento. No entendía, sin embargo, qué era lo que le movía hacer tales cosas, pero tampoco me importaba. No era una estampa sorprendente en ambientes como este.

Parpadeé. La imagen no era diferente a la que había recibido a través del sello, pero eso no significaba que realmente estuviese funcionando bien, o, al menos, que sirviese para eliminar cualquier tipo de duda. Los descubrimientos de la última misión parecían probar que no debía fiarme demasiado de mi poder mágico, mucho menos ahora, con el pesado cansancio encima de los hombros que me hacía tener que obligarme a mi misma a mantener los ojos abiertos y la atención firme. Por eso mismo, me oculté mejor entre la gente, me fundí con el lugar, esperando, paciente, el final de aquello. Alguien tendría, además, que asegurarse de que volvía. Tenía una cita pendiente con alguien y nosotros, a fin de cuentas, teníamos que descubrir quién era ese alguien.

*fin de escena*

La noche ya había caído, pero me había quedado más tiempo del esperado tras aquello, caminando entre las calles, pensativo. Había sido un día duro, entre el entrenamiento y el madrugón, cuidar de Telma y luego, finalmente, haber ido al pueblo a tomar un par de cervezas con unos conocidos de por allí. Estaba cansado, pero todavía tenía energía para un último paseo.

Había vivido un tiempo en el pueblo, aunque no hubiese sido la zona más bonita del mismo, y las calles se me hacían conocidas, y a la vez lejanas. Me fijaba en las casas, a los lados, pensativo. Se me había ocurrido una cosa, una cosa absurda, pero...
Llevaba mucho tiempo en Brontë, y tenía el dinero suficiente... ¿Por qué no...?

Podía ser una cosa que plantearse.

*se queda paseando y reflexionando*

Roto una calle cargando un par de bolsas de papel y con el enano agarrado a mi falda con una mano mientras que se chupa el dedo con la otra. A estas horas camina más por inercia que por ganas. Debería estar acostado desde hace tiempo pero he tenido que hacer estos recados de última hora y no podía dejarlo solo. Kane había salido un momento.

En medio de la monotonía de las calles, de repente, Lyo abrió mucho los ojos y echó a correr hacia un hombre a lo lejos.
Mi reacción fue inmediata. Corro tras él llamándolo, pero parece atraído por una fuerza superior.
Cuando un farolillo le ilumina, respiro tranquila y dibujo una sonrisa descansada.

-¡Ík!- Se le queda pegado a las piernas y no se mueve.

-Hombre mira, el flautista de Crimsontown.- Comento con sorna y una sonrisa amable. - ¿A cuantos niños vas a secuestrar hoy?- Río.

Pestañeé con fuerza al notar que algo se me pegaba y miré hacia abajo. Era tan pequeño que estaba claro que no...
¡No! No era absolutamente pequeño. Era enorme. Inmenso. Era...
No podía ser verdad...

-¿Lyo?-. Me agaché frente a él, notando un cosquilleo increíble extendiéndose por mi cuerpo, enseguida-. ¡Lyo! ¡Oh, por Mithos! ¡Eres inmenso! ¡El hombre más grande que había visto nunca!

No podía creerlo. De no haber escuchado aquello no hubiese creído que...
Alcé la vista entonces hacia la madre, sonriendo, sin poder evitarlo. De verdad que le apetecía a uno tomarlo en brazos y salir corriendo.
Me erguí de nuevo.

-Cassandra, se te ve muy bien. Demonios, creí que habrías desaparecido, que no volvería a veros...-. No podía evitar echar vistazos a Lyo a cada poco-. ¿Qué... qué tal estáis? ¿Vivís aquí, en el pueblo?

No. Iba. A. Llorar.
No iba a llorar.

-¡Tú eres más grande!- Le responde de inmediato, alzando mucho los brazos para que lo coja.

-Nah, este lugar tiene que frotarse demasiado si quiere librarse de una carroña como yo.- Río dándole un mordisco a un cacho de pan, divertida.- Estoy viviendo en el pueblo, en la pensión. - Me encojo de hombros.- Nada nuevo, la verdad. Intento ganar algo de dinero limpiando y ayudando en lo que puedo y poco más.- Sonrío. - Vivo bien, supongo.- Reflexiono.- Mejor que antes.- Añado.

Veo a Lyo en sus brazos y sonrío yo también.- ¿Qué haces por aquí? ¿Algo de Brontë?- Bajo la voz en esa última pregunta. -Puedo echarte una mano.- Me ofrezco, ahora algo más seria, mientras le tapo los oídos al niño.- ¿Hay que acribillar a alguien? La vida de ama de casa es demasiado aburrida incluso para una vaga como yo.-Río, apartándome y destapando las orejas del enano, el cual agita los brazos, enfurecido.

Me moría de amor solo de verlo. Terminé por tomarlo en brazos como pedía. Pesaba mucho más también, pero todavía era ligero como el enano que era. ¡Pero un enano mucho mayor! ¡Todo un hombre!

-Ven con el... tío Rick -o lo que fuese. Sonreí entonces a Cassandra, aunque haciendo algunas carantoñas a Lyo de vez en cuando-. ¿En la pensión? ¿Y puedes permitírtelo? Recuerda lo que te ofrecí en su momento -le dije, grave-. Quiero que Lyo viva bien. Y tú, claro. Si necesitáis ayuda sabed que a mí me sobra -me apresuré a decir, serio-. Y no solo hablo de dinero. Si algún día necesitas que alguien se quede con él ya sabes que estoy más que dispuesto. Lo he echado más de menos...

No tardé en negar, sin embargo, cuando preguntó. No hacía nada especial allí. Un día libre, por así decirlo.

-Solo paseaba. Había pensado en comprarme... una casa en el pueblo-. Reí mi propia idea-. Pero supongo que es una tontería. No debe tomarse una decisión así a la ligera. Solo era una idea un poco alocada...

-Claro que puedo permitirm... - Hago una pausa.- No, no puedo.- Río.- Es decir, ganamos lo justo para pagarlo y listo.
Miro hacia otro lado.- Le... he enseñado a pedir comida a la gente ahora que aún es pequeño. La gente se apiada de él y algo siempre le cae.- Comento con un aire apagado.- Pero me da miedo que eso desemboque en conductas... poco lícitas cuando crezca.

Suspiro.- A Kane no le parece bien.- Le explico.- No quiere... nada que tenga que ver con Brontë. Ni si quiera su gente. Y menos su dinero.- Expongo en voz baja.

Cuando dice lo de la casa me río.- ¿Para qué? ¿No vives muy bien en Brontë? Yo lo hacía. Era una señora vidorra.- Asiento con seguridad. ¿Para qué irte a vivir a un lugar donde tienes que fregar, cocinar, lavar y planchar tú? Es de idiotas.- Comento risueña.- No seas idiota.- Le doy un conscorrón amistoso. - Lo único que compensaría la mudanza sería una... chica.- Le veo con ojos pilluelos.- ¿Hay alguien especial por ahí?- Río.


FDR: holanoquieroshipearlosylosshipeoymicorazónsufreporquenopuedeseraversíquepuedeserperono.

Me puse algo serio mientras ella hablaba. ¿Pedir comida? Aquello no era lo que yo... Suponía que había que hacer muchas cosas para comer, yo mismo había llegado a pedir en la cama, pero, de todos modos...
¿Kane? ¿El padre? Aquello me enfadaba.

Saqué una bolsa de entre mi ropa, sosteniendo con la otra mano a Lyo. Primero hice amago de ir a sacar algunas monedas, pero luego se la di entera. Tampoco llevaba tanto encima habitualmente.

-Toma -dije, ignorándola, mientras se la lanzaba-. Me da igual lo que diga ese tal Kane de los de Brontë. He cuidado a su hijo cuando él no estaba. Si no lo acepta de Brontë que lo acepte de mí-. Aquello me había molestado, desde luego-. Y si no lo acepta guárdalo tú. No le digas que lo tienes y úsalo en vez de hacer que el pequeño pida comida. Volveré a traerte dinero cada mes si hace falta, no me importa, pero no quiero que Lyo, como tú misma dices, tenga ningún "problema de conducta". No si puedo ocuparme.

La pregunta de la casa, por otra parte, me hizo ponerme algo nervioso, y pronto esbocé una sonrisa algo apurada, apartando la vista.

-Te mencioné a una chica, ¿recuerdas? Al final estamos juntos. Pero no podemos abusar más de las habitaciones compartidas en Brontë... Aunque bueno, esto son ideas mías... Ella no sabe nada -me apresuré a decir. Luego, tras un momento de duda, la miré-. Y, ¿qué tal con... Kane? Es el nombre del padre, ¿no? ¿Cómo se ha hecho al niño? ¿También trabaja él?

FdR- Sería un buen padre sustituto para LYo, mejor que Kane eoe

Cojo la bolsa algo impresionada por su tono y su énfasis. En silencio la aprieto contra mi y susurro un "gracias". No me deja reprocharle mucho más ni estoy tampoco en condiciones para que se arrepienta de su gesto.

-Bueno... no... no trabaja. Ahora mismo.- Me excuso, algo avergonzada.- Pero cuida bastante bien a Lyo. No tengo queja por esa parte.- Explico.

La conversación se alargó durante varios minutos más, pero era ya demasiado tarde. Nos despedimos cordialmente y nos prometimos volver a vernos. Me encanta la compañía de Rick.


*charlan y eso y luego se largan -3-*