Callejuelas.

Observo serena su mano, que se aproxima a mi rostro. No es mayor que la de una niña, pienso enseguida, aunque conozco el poder que puede hacer surgir de ella. Su tacto, frío y suave, se me hace extraño. Sus palabras me hacen apretar ligeramente la mandíbula, incómoda.
Analyn siempre es así, dulce y agradable, pero a la vez sádicamente macabra. Es capaz, al mismo tiempo, de asustar y parecer indefensa. Esa es una de sus grandes armas.

-Cuando lleguen los otros -le respondo, sin más.

No me gusta contar dos veces la misma historia, y menos aún si se trata de mi estado físico, deficiente en este caso.
Jager se retrasa. No es lo más extraño del mundo, pero sí es incómodo.

Jager llega al fin, con retraso, quitándome a Analyn de encima. Ilumino ligeramente los ojos y lo observo, sin acercarme. Al verlo solo puedo pensar que debo tratar algo con él, y no sé cómo. Pero enseguida, al notar la sorpresa de la caeruleus, dejo de pensar en ello y sí doy un par de pasos hacia él, manteniendo todavía las distancias, notando la herida de su cuello. El que la hizo iba a matar, sin duda. Tuvo suerte de no recibir el tajo en la aorta, o poco hubiera podido haber hecho.

Quitando importancia a sus daños, se acerca a mí, tomando mi barbilla y observando mi sien. Malhumorada, aparto bruscamente el rostro, apretando los dientes.

-Cuidado con las fulanas que frecuentas, que cualquiera diría que quieren matarte -ladro, haciendo referencia a su cuello con el ceño fruncido.

La pregunta de Analyn me hace mirarla. Es cierto que Kourt todavía no ha llegado. Por las palabras de Jager es obvio que está vivo, pero quizás haya salido peor parado que él. Tratándose de Kourt, es normal.

-¿Mañana? -. Examino el ojo del aether con los míos-. Eso cambia los planes.

Dijeron hoy. Hoy nos veríamos, y punto. Luego regresaría a palacio y todo iría bien. Que pase un día más o uno menos no es importante, pero si Kourt se retrasa más tendré que irme y haber venido habrá sido inútil.

Cuando llegué al pueblo no tardé en ponerme a trabajar. Todo tenía peor aspecto que en el palacio. Seguramente allí no habría nadie que hubiese puesto una barrera, o nada por el estilo. La diferencia de un pueblo cualquiera, sin líderes, frente a un lugar como Brontë se notaba, al fin y al cabo. ¡Y por aquello había ido yo allí! Seguramente necesitarían más mi fuerza que en un lugar lleno de guerreros y chrysos limpiando, recogiendo y reconstruyendo.

Dediqué gran parte del tiempo a charlas con los aldeanos mientras apartaba escombros y maderas, preguntando cómo estaban todos, si necesitaban ayuda o lo que fuese. Allí había que trabajar mucho más duro para que la gente sintiese que mis nobles brazos los ayudaban. Ignoraba el sudor y el dolor de los brazos, que comenzó a aparecer a la hora de trabajo.

Cuando habíamos apartado una buena cantidad de desperdicios a un lado nos pusimos a reconstruir algunas de las casas pequeñas que se habían roto. Había mucha gente sin hogar y si pudiésemos reconstruir entre todos el lugar habría menos personas durmiendo en casa de familiares aquella noche.

Ya era muy de noche cuando decidí volver, no sin prometer regresar al día siguiente. Trabajar para ayudar a otros sentaba bien a los músculos y al corazón; era una actividad de lo más noble y agradable.

*se va a Brontë*

Trabajar, trabajar, trabajar... Puta mierda, cada vez estoy más segura de que si mi madre me viese no me reconocía. Y no sin motivo. Ven y me lo cuentas hace un año y vas a ver cómo me río en tu cara sin dudarlo ni un instante. A lo mejor hasta te escupía, que siempre he sido de ese tipo de bromas de mal gusto. He de decir, en mi defensa, que a mí me hacen una gracia de la hostia, pero bueno... Cada loco con su tema.

Hay tantas calles en el pueblo (bueno, tantas no, que no es tan grande) que en algunos sitios ni se ha empezado a apartar mierda todavía, así que empiezo la noche retirando las rocas que puedo cargar y, como un par de noches atrás, llevando trozos de madera y basura en carretillas para hacer montones. Luego con esos montones que hagan lo que quieran, como si se los meten por detrás, que a mí me la trae un poco floja.

He de admitir que al menos el ambiente es agradable. Voy a conseguir que me respeten por aquí, y nada de llamarme cría.

*se queda hasta las 4/5 de la madrugada y luego se va*

Me había despertado al alba, como todos los días, algo antes incluso, pero al revés que los anteriores aquella mañana me había encontrado de un extraño mal humor. Me dolía la cabeza, en primer lugar, y sentía el cuerpo pesado y una sensación desagradable, como de agobio. Pese a todo, me puse en pie y tras hacer lo necesario en palacio y visitar a Telma un momento salí hacia el pueblo.

Trabajar era duro, y llevaba días haciéndolo sin descanso. Apenas llegaba a dormir seis horas, descansar unas tres durante el día, cuatro y pico si sumaba las comidas, y trabajaba las restantes. Ya tenía las manos resecas, con la piel levantada en algunas zonas, y ampollas en otras, y no era la primera astilla que hacía que se me enrojeciesen las manos. Además, algún corte en los brazos que poco me importaba, y un dolor de rodillas y de espalda más grande cada día de cargar pesos durante tanto tiempo. Por supuesto, Rick Dehnel era capaz de aguantar mucho más que aquello, y me vendría bien como entrenamiento para mejorar mi resistencia y otras capacidades.

Al llega al pueblo aún no eran las ocho, y ya había bastante gente trabajando, aunque la mayoría empezaba a llegar a partir de las nueve. Saludé a algunos hombres con los que había hecho amistad aquellos días, con desgana, y enseguida comencé con mis labores. Me dediqué casi toda la mañana, yo solo (no me apetecía aceptar la ayuda de los hombres) a reconstruir el tejado de una casa pequeña, que se había quedado sin la mitad de tejas. Subir las cestas llenas por la escalera era pesado, pero los músculos cansados no dejaban pensar a la cabeza.

Aquella noche había tenido una pesadilla. Lo sabía, aunque no la recordaba. Quizás de allí había salido aquel dolor de cabeza incesante. Casi me sentía como los chrysos aquellos, aunque la tormenta había acabado y todos parecían bien.

Cuando acabé con el tejado fui a ayudar a mover unas rocas especialmente grandes que quedaban en unas calles más apartadas. Pronto llegarían las chicas, como cada día, y no me sentía de humor para recibirlas con una sonrisa, pero haría el esfuerzo pese a todo. Un caballero era un caballero, al fin y al cabo; incluso en los malos días.

Me froté la frente con la manga y seguí empujando.

*se queda*

Aunque por la mañana habíamos estado trabajando en Brontë, Alehyss propuso por la tarde bajar hasta el pueblo. Por lo que sabíamos, no estaba en mejor situación que el palacio, y al igual que algunos aldeanos habían subido a Brontë a trabajar, también algunos de nosotros debíamos bajar a ayudarlos a ellos. No sabía hasta qué punto estarían mal las cosas allí, pero era una buena oportunidad de cambiar de aires.

No estaba muy acostumbrada a ir allí, así que no me sentí muy orientada. De todas formas, eso me resultaba indiferente, porque iba a seguir a Alehyss allá donde propusiera ir. Acabamos por internarnos en una zona de calles, y ya estábamos a punto de preguntar dónde hacía falta más ayuda cuando vi a Rick un poco más allá.

Sin pensarlo un momento, lo saludé con la mano.

-Hola, Rick -llamé-. ¿Qué tal van las obras?

Me he traído la muleta por si acaso, pese a todo. El camino es largo y no está en su mejor estado, y no me vendrá mal un apoyo adicional si fuerzo la pierna, por si acaso. No obstante, consigo evitar usarla en la ida, excepto a la hora de ascender por pendientes pronunciadas y embarradas, para estabilizarme un poco.

El pueblo no está en su mejor momento, eso desde luego, así que nos internamos entre las calles buscando a quien sea que necesite ayuda. Al ver a Dehnel me tenso un momento, pero Massen lo llama y termino por detenerme, silenciosa, contemplando las obras primero y, finalmente, posicionándome callada al lado de la chica, esperando a que termine su conversación.
Hace mucho que no me toca la moral, así que tengo incluso paciencia para aguantarlo un poco si no empieza con su cantinela de siempre.

Aquel día trabajaba más callado de lo normal, dirigiendo las sonrisas justas, y esforzándome quizás el doble. Al final, sudado y acalorado, había terminado por deshacerme de la camiseta, dejándola a un lado para no volver a palacio oliendo a mi yo mendigo. Las chicas me habían traído una ración extra después de aquello, seguramente al notar que el esfuerzo me hacía sudar, pero en aquel momento no estaban.

Alcé la vista al oír mi nombre, rudo. Dejé el martillo a un lado y me froté la frente. Me acerqué a las chicas, mirando a Lester solo un instante, y luego a Massen en todo momento.

-Buenas tardes -saludé, algo seco, bebiendo un trago de agua-. Van bien, como puedes ver, aunque la reconstrucción es difícil. Hacen falta muchas manos.

Me sacudí el pelo con la mano para secarlo un poco. Mithos...

No tardé en concluir que quizá había cometido un error llamando a Rick. Por una parte, porque no me había parado a pensar en que Alehyss, por lo que sabía, no se llevaba muy bien con él. Por otra, porque Rick parecía un poco serio para lo que era habitual en él.

Quizá debería, simplemente, haber pasado de largo. Quizá aún podía hacerlo. Me contuve para no mirar a Alehyss y traté de mantener la sonrisa igual de animada.

-Pues para eso estamos, ¿no? -comenté, tratando de sonar animada, aunque sintiéndome algo idiota. Carraspeé un momento-. ¿Sabes dónde podemos ayudar?

Evidentemente, él tenía trabajo de sobra, cargando y descargando. Pero yo no tenía tanta fuerza, y Alehyss tampoco estaba en plena forma, así que nos convenía dedicarnos a otra cosa mejor que tratar de transportar vigas.

Suspiré, cansado, y me esforcé por esbozar una sonrisa. La joven Massen no tenía culpa alguna de mi dolor de cabeza, de mi cansancio o de mi pesadilla. Ni siquiera Lester, cosa que me hubiese costado admitir en otro momento, tenía culpa de mi mal humor aquel día. Y como allí todos éramos guerreros que ayudaban al pueblo, tenía que mostrarme amigo de ellas, aunque estuviese sin ganas.

-Veamos... -comenté. rascándome la barbilla y alzando la vista un momento, pensativo-. Seguramente en el mercado sigan reconstruyendo puestos, quizás podáis ayudar con eso -. Miré a Lester un momento, pero terminé clavando la vista en Massen-. Si sabéis clavar clavos seréis de ayuda, o también podéis llevar la mercancía que ha empezado a llegar. No pueden estar sin mercado.

Lo primero era tener cosas que vender. La gente comía, la gente se vestía, y después de aquello era necesario que tuviesen nuevos materiales.

Asentí, conforme. El mercado. Quedaba un poco más allá y no habíamos pasado por allí, pero probablemente necesitara un montón de actividad cuanto antes. Miré, por fin, a Alehyss, insegura. Realmente no tenía preferencia, dependía un poco de lo que ella considerase.

-¿Vamos para allá? -pregunté.

En realidad, una parte de mí tenía la impresión de que Rick estaba intentando echarnos, porque no parecía muy contento con nosotras por allí. De todas formas, dudaba que Alehyss estuviera en contra de alejarnos del flamma. Me preguntaba por qué chocarían tanto. Era cierto que, por sus personalidades, no esperaría de ellos que fueran grandes amigos, pero tampoco tenían por qué llevarse mal.

Tal y como había supuesto, Alehyss no puso inconveniente, así que echamos a andar hacia el mercado.

*Se van*

Trabajé tres horas más después del encuentro con Massen y Lester, hasta que el cansancio, el hambre y aquel malestar general me hicieron decidir que había sido suficiente. Llevaba todo el día allí, al fin y al cabo.
Me lavé con un poco de agua para quitarme el sudor y el barro y me vestí. Despedí a todos mis compañeros con una sonrisa y me escaupullí enseguida. Por fin podría descansar un poco. Esperaba que el día siguiente fuese mejor que aquel.

Solté un hondo suspiro, me metí las manos en los bolsillos y comencé a caminar hacia Brontë. Vaya día más largo, por Mithos.

*se va*

Al final no me he podido quitar al tío este de encima. Una va a hacer cosas, pero no, no puede ir sola. Culo veo, culo quiero. Buscador de los huevos, búscate algo que hacer y a mí me dejas en paz.

Recorro una de las calles, mirando en todas direcciones. A ver, que creo que me había dicho que era...

-¿Y dónde te lo harás? ¿En el pezón? -inquiero, socarrona, mirándolo de reojo, con las manos a la nuca, relajada, pero la capucha todavía calada-. O en la nariz, como para llevar bismontes, un aro.

Río mi ocurrencia. Si es que soy...

Lo miro cuando hace amago de desnudarse. ¿Pero de verdad se lo plantea siguiera? Y, claro, su pregunta me hace aparecer tantas macabras ideas en la cabeza... Es que joder... ¿En serio me hará caso? Claro que sí... Este tipo no aprecia su integridad física... le importa una mierda su apariencia. Casi dan ganas de decirle que se haga un tatuaje de "Mamá", o algo así, en un corazón en medio del pecho.

-A ver... -comienzo, con una sonrisa tirante que intento contener sin éxito-. ¿Una ceja? Así se asustan cuando te miren a los ojos. O en el ombligo...-. Se me escapa una risilla entre dientes-. Yo me lo haré en la oreja. Aquí -explico, orgullosa, marcando una zona de la parte recta del cartílago, más cerca de la punta que del cráneo, orgullosa.

¿Y si duele...?
No seas tonta, Fi.

Me vuelvo hacia él, con las manos en la nuca, inclinándome ligeramente hacia delante, algo pasota. Este tío está un poco mal... Creo que le dije poco a Heylel ayer cuando pregunté. Se va a creer que solo es un poco raro, pero es un jodido loco...

-¿No crees que si te las cubres te servirán de poco en el agua? Seguro que las vibraciones se joden si las tienes llenas de hierros. No seas cabezón, hombre -murmuro, encogiéndome ligeramente de hombros, estirándome sin pudor, relajada.

Que hay que pensar un poquito, que tampoco es tan difícil. Puede parecértelo, pero no lo es, Buscador. Promesa de Frikka.

Asiento, dándole la razón. O a mí misma, más bien, que no en vano lo dije yo antes, ¿no? Que seré ruin, un poquito, pero tampoco quiero que muera atacado por la espalda en medio de un lago por no estar a lo que está. También sé sentir remordimientos a veces.

-¿El labio? -inquiero, ladeando la cabeza un instante-. Narbe, un chico de palacio, un flamma, lleva uno, de tantos, en el labio -explico, marcando, esta vez, el centro del mío, mostrando el lugar-. También hay quien lleva uno a cada lado, así -. Y, de nuevo, lo enseño-. Supongo que podrías parecer rabioso teniendo un par de pinchos ahí, aunque yo soy de cosas más discretas -zanjo, encogiéndome de hombros-. Al final es a tu gusto.

Aún va a acabar con pintas y va venir Massen a reprochármelo a mí luego... Uy, no, no...

Me quedo un momento quieta, imaginándome el cuadro que me propone. Por Mithos... ¿Qué coño he hecho? ¿Qué monstruo he creado? A ver si le paro un poco los pies. Si hace algo, que lo haga, que no soy su madre, pero que sea consecuente al menos, que no me quiero meter en ningún marrón porque el gilí no tiene puta idea sobre estas cosas.

-Tampoco querrás asustar a Massen, ¿no? -inquiero, enarcando una ceja, escéptica-. Quizás deberías empezar por uno o dos y ya si te gusta, otro día...

Créeme... Si te haces todo eso, los enemigos no sé, pero Massen... Ella sí que se va a asustar. Pongo la mano en el fuego.
Joder...