Dormitorio de los chicos

Su emoción, como la mía, no hacía sino emocionarme todavía más. Me sentía tan contento... ¡No recordaba la última vez que el corazón me había latido de aquel modo! O quizás sí... No podía haber sido hacía tanto. ¡Pero me hallaba tan fuera de mí que no sabía ni qué decir, y hasta había olvidado que no había ido a la habitación para ver a Heylel, sino para...! ¡¿Qué demonios importaba más que aquello?! Ni Fera en paños menores me distraería de mi buen amigo, que había regresado.

-¡Lo siento! -exclamé, azorado, suavizando un poco el abrazo antes de matarlo.

Tan contento...
Me froté la patilla derecha con la mano, algo confuso, asintiendo con una sonrisa tan grande que ni podía borrarla, ni aunque me esforzase.

-Sí, he optado por dejarme... -. Lo miré de arriba abajo, risueño, emocionado-. Tú también estás muy bien, eh. Se ve que echabas de menos a tu dama, que el paso por el hogar te ha dejado radiante -bromeé, dándole un codazo pícaro.

Reí contento a su falta de seguridad. Uno echando de menos y otro creyendo que su presencia molestaría. El mundo estaba loco, desde luego...

-¡¿Molestar?! Lo que sí me va a molestar es volverte a oír decir eso, eh. Desde que no estás por aquí te he añorado tantas veces... ¡Y seguro que no he sido el único! Aún no me creo que estés aquí... ¡Qué grata sorpresa! Un poco más e iba a verte yo mismo, ¡en serio! Nunca he estado por Ventus, además -. Ni sabía qué decir y qué no. Era difícil con aquel cosquilleo emocionado subiendo por mis piernas. ¡Necesitaba hacer ejercicio! -. ¿Mi carta te hizo ilusión? -. Caí de pronto, ruborizándome un instante, y echando a reír enseguida-. Temía que lo de Inger te hiciese alejarte de mí, admito... Al fin y al cabo fui yo el que... -. Torcí un poco el gesto, pero recuperé pronto una sonrisa más suave-. Estoy deseando presentártela... Le hablé de ti una vez-. Me rasqué la barbilla, con timidez-. Aunque no somos... Ya sabes -. Me encogí de hombros y le di un nuevo abrazo, más breve y suave.

¡Qué bien!

Me arrancó una carcajada su gesto. ¡Quizás no todos los hombres de palacio (o ninguno) llegaban a mi nivel de adecuada forma física, pero Heylel no tenía tampoco motivos para quejarse! Su aspecto era sano y jovial, y aquello era mucho mas envidiable que un cuerpo poderoso con un rostro sombrío y malvado.

-Espero que puedas verla pronto. Fue mucho el tiempo que estuvisteis separados, y un buen hombre como tú se merece tener cerca a los que quiere. ¡Y ella también! Pero bueno, que no quiero hacer que te arrepientas de haber venido tan pronto -terminé, riendo de nuevo, animado, aunque era algo a tener en cuenta, que seguro que todavía tenía la maleta sin deshacer por completo-. Y por supuesto, tienes también las puertas de la mía, amigo. ¡No necesito una casa enorme con lujos! En mi tiempo aquí he aprendido que no hay mayor lujo que el cariño de los buenos amigos, Heylel.

¿Cuándo me había convertido en un hombre tan sabio? Cada vez estaba más cerca de ser el hombre adecuado, como mi padre, pero siguiendo i propio camino. Aquello estaba realmente bien.

El tema de Inger era más delicado, peor ni con aquello me amargaba. Llevaba una buena racha, y el verlo a él solo me hacía estar tan contento que cualquier cosa mala lo parecía menos. ¡Un Dehnel animado era un buen Dehnel! Los problemas se afrontaban sin venirse abajo.

-Quiero mucho a Inger, aunque ella parece evitarme, como es normal. Si la ves pronto y puedes, agradecería que me dijeses si la ves bien. Estoy preocupado por ella -. Y, de nuevo, Lea. Al oír hablar de ella no podía evitar sonreír. Y Heylel me comprendía, no como Corbin, y entonces daban verdaderas ganas de hablar de ello-. Lea es... No sabría cómo explicar lo que siento, pero solo el besarla hace que no pueda pensar en nada más... Es una chica única, te lo aseguro -terminé, risueño, casi para mí.

¿Y qué le iba a decir? Era todo tan... Magnífico, pero extraño, a la vez...

-¿Silvanus se ha ido? ¿A dónde? No tenía ni idea... ¡Mithos! Qué despistado estoy últimamente... He tenido tantas novedades que a veces... ¡Lyo! Mithos, Heylel... ¡Tengo que presentarte a alguien! ¿Conoces a Cassandra? Pues tiene un hijo y resulta que...

Y mientras hablaba lo tomé del brazo, invitándolo a acompañarme un momento. Heylel apreciaría al pequeño Lyo como ninguno.

*se lo lleva*

Abro la puerta despacio, con cuidado, y meto la cabeza para mirar a ambos lados. No hay mucha gente a estas horas, y eso es bastante cómodo, porque...
Me froto el brazo derecho, incómodo. Esto es un paso muy importante para mí y no sé si estoy preparado, pero... Algún día tendré que hacerlo y... Y yo...

Inspiro profundamente, armándome de valor. Si dudo de si soy o no soy sonámbulo, que sigue siendo una posibilidad, como dijo Lyam ayer, lo mejor que puedo hacer es no dormir solo, pero ya no tengo edad para que me encomienden a una niñera y no creo que pase nada porque me cambie en el baño, ¿no?

Llevo una maleta conmigo. Al parecer tengo que elegir una cama vacía y... Demonios... ¿Cómo sabré al lado de quien me encuentro si no están? ¿Y si me toca uno que se burla de mí, con razón, por débil?
Socorro...

No. Tengo que hacerlo... Es lo mejor, incluso para mi seguridad.

Estoy un buen rato buscando, pero me quedo con una cerca de la ventana, bien iluminada. Luego guardo mis cosas en el baúl y suspiro.
No sé si esto será muy buena idea...

*se va*

Al final hoy hemos empezado el entrenamiento de tiro con arco, solo las nociones, y entre eso, que no ha sido tanto, el uso del amuleto, las horas que son y a la que me acosté ayer, pues resulta que estoy agotado... Se me abre la boca más que de costumbre, incluso. Por suerte, diría que la garganta va un poco mejor hoy. Será que al final no era para tanto, solo una falsa alarma, un frío o algo así.

Me he cambiado en el baño antes de venir, de modo que solo tengo que guardar las cosas sobrantes en el baúl y abrir las sábanas de mi cama, mirando a ambos lados algo inseguro. Espero no estar incomodando a nadie, que a estas horas cualquiera puede estar cogiendo el sueño y por mi culpa...
Nada, nada... No...

Cierro los ojos y trato de concentrarme en dormir. Me cuesta, pero al cabo de algunos minutos empiezo a sentir la pesadez y el calorcito en el cuerpo. Sin embargo, un sonido me hace sobresaltarme, y abro los ojos de nuevo, con el corazón a mil por hora. Miro a ambos lados, pero debió de ser solo algún guerrero dándose la vuelta en cama.
Me acurruco mejor, tapándome con la sábana hasta los ojos, y los cierro de nuevo.

El sonido de la lluvia contra la ventana resulta relajante...

*se duerme y se va a la mañana siguiente*

Tras enterarme he venido aquí. Estaré más seguro, más protegido. Me siento como adormilado, mareado, y no dejo de temblar. Me ha costado encontrar mi cama, y ahora, arrebujado entre las mantas, solo pienso que tengo miedo. Estoy asustado. No sé qué hacer. No entiendo qué ha pasado.
Debería volver a la Torre. Esto es peligroso. Junto al abuelo nunca me pasará nada... Él es muy fuerte y podrá protegerme... Él me cuidará... Con él no me pasará nada...

De pronto, entonces, lo pienso.
Massen. Lluvia. Ellas...
Dos... Podrían ser ellas...
No.
El mareo crece. Siento una bola de energía dentro de mí, que me quema por dentro, y las lágrimas me empalan los ojos. No quiero creer algo como eso...

Me levanto, torpe, y camino hacia la puerta, inseguro. Tengo que encontrarlas.

*se va*

El chrysos se sentó en la cama e iluminó débilmente los ojos, apenas lo suficiente como para poder distinguir los objetos que había a su alrededor. Parpadeó; luego suspiró y descorrió un poco una de las cortinas que bordeaban su cama. Observó, entonces, una de las ventanas; por la escasa luz que entraba, debía ser tarde. Pronto amanecería, pensó, y cerró la cortina.

Lyam se pasó las manos por la cara, y volvió a tumbarse, con la vista fija en el techo, todavía con los ojos encendidos. Llevaba un par de horas en la habitación, tumbado en cama, intentando dormir, pero no había conseguido pegar ojo, y se había pasado todo ese tiempo girando de un lado a otro, dándole vueltas a la almohada, y tapándose y destapándose; en una ocasión, hasta había arrojado todas mantas al suelo, pero no había tardado mucho en arrepentirse y cubrirse torpemente con ellas.

El chrysos entrecerró los ojos, bostezó. Mañana estaría cansadísimo, pensó de pronto, y entonces no haría ni la mitad de las cosas que tenía pensadas hacer y acabaría sentado en la sala común, observando la lluvia que probablemente caería, al igual que ahora, mañana. Se giró hacia la derecha, y apagó los ojos; parpadeó. Tenía que seguir practicando con la espada, recordó. Aquello era importante: todavía no la manejaba bien del todo, y ahora se le hacía más importante que antes la necesidad de tener un arma que controlase a la perfección.
No quería que...

*se duerme finalmente*

Dado: -

Tumbado en cama, el chrysos leía las notas que había estado tomando en las últimas semanas, concentrado. Había estado recordando su época en la banda, y había ido anotando todo lo que podía resultar de interés para Brontë de forma inconexa y confusa, obligando a que fuesen necesarias sus indicaciones y explicaciones para poder comprender qué significaba aquel conjunto de frases, números y flechas. Por algún motivo, y a pesar de que aquella información acabaría conociéndola la líder piscis y, con toda probabilidad, también sus compañeros, había decidido utilizar una especie de clave para proteger su propia información, la cual no era más que un conjunto de recuerdos de lo que ahora le parecía una época muy lejana. Tal vez fuese una forma de protegerse a sí mismo, no estaba seguro, pero lo cierto es que así se sentía mucho más tranquilo: a fin de cuentas, en ningún momento se había planteado contarle a sus compañeros a qué se dedicaba antes de unirse a Brontë, y que alguien hubiese podido descubrir un resumen claramente comprensible de lo que había sido su vida interior podría haberle obligado a confesar cosas que aún no quería confesar. Por eso la clave, suponía; cuando había comenzado a escribir lo había hecho casi sin pensar la forma, así que no podía estar completamente seguro de qué había sido lo que había movido a su yo de hace unos meses a escribir de aquella forma. Pero podía imaginarlo.

Lyam suspiró. Podía oír la lluvia, que volvía a caer. Era probable que el mal tiempo se mantuviese ahora de forma permanente hasta la llegada de la primavera; en Brontë siempre había hecho muy mal tiempo, a fin de cuentas. Frunció el ceño. ¿Había llovido tanto en su antigua ciudad? No lo recordaba; si era sincero, no recordaba tantas cosas como creía, o al menos, no las recordaba con exactitud: había imágenes que se superponían, y se mezclaban, y recuerdos donde en un primer momento se veía con once años y al segundo con catorce, ya bastante crecido, pavoneándose como el imbécil que era. Aquel olvido resultaba extraño. También desagradable: las cosas que olvidaba nunca eran las que quería olvidar.

Guardó las notas bajo la almohada. Luego disminuyó la luz que emitían sus ojos, sin llegar a apagarlos del todo, y volvió a tumbarse, boca arriba; siempre se tumbaba boca arriba cuando se iba a dormir, y siempre acababa despertándose boca abajo, apenas tapado con las mantas, que durante el transcurso de la noche se iban escurriendo por culpa de lo mucho que se debía mover en sueños. Observó el techo. Si la lluvia seguía cayendo, pensaba, entonces ya no podría practicar. O sí, bueno: seguro que había gente que nadaba aunque lloviese, pero esa gente era una demente y él no estaba por la labor de constiparse. Tenía muchas cosas que hacer, y estaba convencido de que pronto tendría muchas más cosas de las que preocuparse que de un resfriado. Aquellas notas, sobre las que ahora se apoyaba, se lo recordaban siempre: mira todo lo que aún tienes que solucionar, imbécil, parecían decir.

Bostezó. Apagó definitivamente la luz de los ojos y frunció el ceño. Mañana era lunes. Antes le hubiese dado igual, pero ahora había aprendido a odiar los lunes, así que que mañana fuese lunes era un hecho desagradable. Mithos, eran un día detestable. Y además, seguro que mañana llovía, y eso haría de ese lunes un lunes peor, un lunes nefasto, un lunes desagradable ya no solo por su condición de lunes sino por sus características. Lluvia y frío. Podía intuirlo: un lunes lluvioso y frío. Qué desagradable. Odiaba los lunes. Odiaba el frío. Y el calor también. Y la lluvia.

Odiaba muchas cosas.
¿Cuántas cosas odiarían sus compañeros? ¿Qué odiarían? ¿Qué les gustaría? Si se paraba a pensarlo, salvando un par de personas, apenas sabía nada de toda esa gente. Y aun así había decidido abandonar a sus antiguos compañeros, a los que conocía desde hacía tanto y de los que sabía tantas cosas, cosas como que a Dena le daban miedo las alturas o que le gustaba pintarse las uñas de colores vistosos, o como que Lysa se mordía las uñas desde que era pequeña o como que Guillem creía en Mithos e iba a rezar cada vez que llegaban a una nueva ciudad, o como que Malia era alérgica a los felinos. Aun así, aunque los conocía y ellos lo conocía, aunque de la gente con la que compartía habitación no sabía asbolutamente nada, había decidido quedarse en Brontë. A veces se preguntaba si había hecho bien. La respuesta variaba dependiendo del día, y lo único que se mantenía estable era la certeza de que no iba a poder volver ahora con Dena.

Se pasó una mano por el cuello. Bostezó de nuevo.
La respuesta hoy, ya lunes aunque él no quisiese admitirlo, era sí: había escogido bien, y no, no podía dar media vuelta.

*se duerme*

Igual que no se había sorprendido al verla desparecer, Corbin tampoco se sorprendió al encontrarla en la puerta del dormitorio. Tal y como antes había hecho, la saludó con una inclinación de cabeza, aunque no se detuvo a decir nada. En lugar de ello, entró en la habitación y se acercó a su cama.

Corbin no tuvo que buscar en absoluto, pues sabía perfectamente dónde había dejado la caja. Así, en apenas un momento, salía de nuevo por la puerta para ofrecérsela a la caeruleus.

-Espero que todo esté en orden -murmuró.

En realidad, no era asunto suyo. Él no había registrado el contenido.

Corbin asintió. Aquello cerraba, definitivamente, su misión. Aunque se mantuvo atento cuando ella le propuso una continuación de los servicios. Por supuesto, necesitaría más información para aceptarlos.

-Siempre que pueda obtener la suficiente información para llevarla a cabo, no tendría por qué haber problema -repuso, tranquilo-. ¿Hablamos de algo concreto?

Caviló su pregunta. ¿Una meta? ¿Una meta para qué? Corbin había acabado por concluir que tenía más sentido preocuparse por el camino. Las metas, si las había, debían ser claras y próximas.

-Busco seguir mejorando -dijo finalmente-. Obtener mayores capacidades y medios de actuación que aseguren mi estado. En este momento, estoy pensando en conseguir una daga de cualidades diferentes que añadir a mi equipamiento. Mejoras de armamento.

No creía que pudiera concretar mucho más.

Corbin asintió. Contaba, por supuesto, con lo que Brontë ofreciera, pero no había motivos para rechazar encargos de la mujer. Todo lo contrario.

Parecía, pues, que aquel asunto estaba cerrado.

-Gracias -respondió-. Buenas tardes.

Después, tras volver un momento la vista a la puerta de la habitación, echó a andar hacia los baños. Había tenido un buen entrenamiento, y aún tenía heridas que tratar.

*Se va*

Ya estoy en mi cama, con las cortinas corridas, cambiándome de ropa, cuando me doy cuenta de algo. Al ir a desabotonarme la camisa me percato falta algo y me llevo las manos al cuello.
No está.

Resoplo, malhumorado. Para colmo me he olvidado del amuleto. Muy bien, Jun. Cuando quieres eres tan...

Termino de cambiarme de todas formas y me meto en la cama. Da igual. Me encargaré mañana. Ahora mismo no tengo ganas de salir. Me da algo de miedo que la conversación siga, o lo que sea, y no estoy muy de humor.
Intentaré dormir. Mejor intentaré dormir.

*fin de escena*

Doy vueltas en cama, incómodo. No soy capaz de dar con la posición adecuada. Es una noche de esas en la que no logras dormir por mucho que te esfuerces, y en la que ni siquiera encuentras un motivo real para ello. Y eso que estoy cansado...
Boca abajo no soy capaz de respirar... Boca arriba siento que la espalda no encuentra su sitio en el colchón... Al ponerme de lado clavo la vista en la cortina que rodea mi cama, que apenas veo por la falta de luz.

Escucho entrar a alguien. Se dirige a una cama alejada, pero puedo oír cada paso. Y algún ronquido de fondo.
Es imposible...

Debí haber aceptado el libro que me ofreció Lluvia para noches como hoy, pero ahora ya es imposible... Está demasiado lejos, tendría que buscarlo, y como salga ahora de la cama ya perderé todo el sueño que haya conseguido, que ya no es mucho.

Suspiro y me froto los ojos. Escuecen...
Venga... Jun, duérmete, por favor...

*fin de escena*

Había vuelto aquella tarde, y no había terminado de acostumbrarme. Las cosas estaban en su baúl, y aquella noche había corrido las cortinas para tratar de imaginar que, al menos, estaba solo allí, pero las respiraciones del resto de los guerreros eran demasiado evidentes como para ignorarlas.

Dejé ir un resoplido, algo agobiado, y me moví para cambiar de postura. A cada poco me salía abrir la boca para decir algo, pero me daba cuenta de que estaba solo.
Llegué a abrir un poco la cortina para mirar en dirección a la cama de Adain un momento, pero pronto la cerraba de nuevo y me acomodaba otra vez.

Resultaba realmente incómodo. Había dormido lejos de Lea cuando había ido de misión. Pero aquello de volver a meterme en las habitaciones con el resto de los guerreros...
Era lo justo, lo sabía. Era lo correcto. Pero no podía evitar pensar que no era tan entretenido como lo había sido al principio de todo.

*fin de escena*

Dejé el libro en la mesita, estaba ya harto de armas y demás.
Me estiré y me levanté de la cama para comenzar a desvestirme. Me puse un pantalón holgado de pijama y me desabotoné la camisa, buscando una camiseta que ponerme. La verdad es que se me hacía cómodo el espacio aun siendo tan pequeño, total, nunca había tenido una habitación propia hasta que llegué a Ignis y aun así había sido inmensa. Bueno, luego estaba la de matrimonio pero apenas la usé un par de noches. Estaba acostumbrado a dormir con gente así que el cambio a un tamaño más cómodo y la compañía no me parecían especialmente molestos.
Además estaban las cortinas que siempre daban algo de intimidad.

Saqué los puñales con un movimiento rápido y lo metí en un cajón junto con los cuadernos que había llevado hoy. Los miré un momento pensando cómo habían llegado unos objetos así a formar parte de mi vida. De alguna forma sonreí.

Me descalcé y me quité la camisa. La colgué colocándola con cuidado prestando especial atención a que no tuviese arrugas. La ropa sí había aprendido a valorarla después de vivir de los restos de mis hermanos durante años en Ventus. Miré de reojo el libro y me eché hacia atrás el pelo.
Era frustrante pero tenía que aprender más para reaccionar bien a la hora de enfrentarme a alguien.
Aun así era un coñazo.

Llevaba ya varias noches, pero no me daba acostumbrado. Hacía ejercicio antes de irme a la cama para desgastarme, pero al final me agobiaba de todas formas y no era capaz de conceliar el sueño. Seguía buscándola, de alguna forma, pero no la encontraba. La noche anterior incluso me había despertado palpando la cama a mi espalda, tratando de dar con ella.

Llevaba un buen rato metido en cama. Quizás el cambio de habitación fuese un buen motivo para... algún tipo de lectura o actividad diversa para aprovechar la noche. A fin de cuentas, al menos allí no molestaba a Lea. Y, si bien hubiese preferido tener un cuerpo que buscar bajo las sábanas, si no podía ser, pues...

Abrí un poco las cortinas, dubitativo, mirando hacia una cama en concreto. Finalmente, tras una duda.

-Eh, Adain -lo llamé-. ¿Estás despierto?

¡Premio!
Dibujé una sonrisa, con cierto alivio, al verlo aparecer tras la cortina. Había evitado ser un innoble despertador, al menos. Terminé por ponerme de pie y abandonar mi cama para ir hacia la suya. Mejor aquello que hablar de una a otra. Habría gente queriendo dormir.

-Pues bueno...-. Esbocé una sonrisa tirante en lo que me acercaba, encogiéndome de hombros-. Lo de la habitación compartida era temporal. Todo lo bueno se acaba, por lo que se ve. Hacía tanto que no dormía en este cuarto que se me hacía raro. Supongo que hasta me viene bien. Ya me estaba malacostumbrando...-. Miré alrededor al llegar a donde estaba, quedándome de pie frente a la cama, pensativo, curioso-. ¿Estabas haciendo algo?

Quizás quería descansar y yo lo estorbaba. Aunque en aquel momento parecía todavía a medio preparar. Preferí no preocuparme por el asunto en aquel instante. No hasta el primer bostezo.

Asentí, riendo un momento con cierto apuro. Aquello, desde luego, no tenía nada que ver. De momento el mundo no se había desmoronado, Lea se había acordado de mi nombre al volver a verme y todo seguía en orden.

-Oh, claro que no. ¡Y espero de corazón que así sea! Es que...-. Miré un momento a los lados, dubitativo, y cuando volví a hablarle lo hice bajando un poco el tono-. El día que empezamos a salir fue el día que empezamos a compartir cuarto. Entonces es como... extraño, ¿sabes? Un poco como si hubiese habido un problema en la relación que me obliga a irme al sofá. Y sé que no es así, pero me agobia la idea. Cuando te acostumbras a la compañía por las noches...

Agité un poco la cabeza, tratando de olvidar aquello. Si hablaba con Adain no era para agobiarme más y para agobiarlo, sino para estar un rato con él.

-Oh, la lectura. Antes leía mucho más que ahora. Quizás sea buen momento para recuperarlo-. Me froté la mejilla con el dorso de la mano, pensativo-. Hay que disfrutar de los días de descanso. ¡Aunque un día tendríamos que enfrentarnos como en aquel primer entrenamiento juntos! A ver cuánto has mejorado... Acordé hacerlo también con una guerrera que conocí hace poco -recordé-. Vest, se llama. ¿La has visto? Una flamma de clase alta que no dirías que viene a luchar.

*FdR: pausa