Jardines (1) [completo]

- Pero... -. Alcé el índice-. Te olvidas de un pequeño detalle.

Tomé otra botella, esta de un extraño licor de menta que me habían dado en la cocina, y la abrí. Era para cambiar un poco el sabor. La dejé también sobre la mesa.

- Esa mujer tiene que estar dispuesta a tener un hijo y luego sentirse despechada. ¿No son, acaso, muchos requisitos?

Clavé mis ojos en los suyos. Seguro que no sabía responder a eso.

Rick sacó otra botella, que también acabó sobre la mesa, y yo me pregunté cuántas botellas tendría. Pero, dado que él pareció encontrar un fallo en mi plan perfecto, decidí centrar mi atención en contestarle.

— Bueno, no hay nada que el dinero no pueda comprar, ¿no?

Clavé mis ojos en los suyos y esbocé una sonrisa socarrona. Seguro que le había dejado sin palabras.

— ¿Qué me dices ahora, eh?

- Mmm...

Cavilé profundamente en sus palabras. Realmente no me esperaba algo así, aunque, desde luego, eso era un golpe bajo.

- ¿Pero si tienes dinero para eso qué haces aquí? -. Me entusiasmé-. ¡¿Eres como yo y vienes por honor?! ¡¿SÍ?!

Esa idea hizo germinar un cosquilleo en mi estómago que apagué con licor de menta. Sabía mejor y dejaba mejor aliento. Dos por uno.

Le miré de reojo. Parecía que se había quedado sin argumentos para defenderse, y, por tanto, que yo había ganado. Iba a alzarme con la victoria (mentalmente, claro) cuando decidió volver a rebatir mi teoría, aunque, esta vez, añadió un par de preguntas más. Fruncí el ceño. Él bebió algo de la segunda botella.

— Bueno, aún no tengo el dinero suficiente, pero todo es cuestión de ahorrar — dije, con tono serio. Le miré de reojo —. Pero, aunque no tenga dinero, no creas que vine al Palacio buscando riquezas, ¿eh? — Sonreí —. Vine porque... porque sí. No hay otra explicación.

Realmente no tenía claro los motivos por los que había acudido al Palacio de Brontë. Y como no los tenía claros, no dije nada más relacionado con el tema. Le miré de reojo.

— ¿Qué bebiste hace un rato?

- Licor de menta... Y, respecto a tu otro comen-ta-rio.

Saqué pecho con mucho ímpetu. Ahora era mi momento para dejarla sin habla.

- ¡Claro que es cuestión de ahorrar! La cuestión no es de quñe es cuestión, sino... ¿Ahorrar para qué? ¿Para sobornar a un ser imaginario e inexistente que pueda quedarse embarazado de mí con cuarenta años? Además, Inger... ¡Tendría que tener la regla ese mismo día! No te creas que soy estúpido jajajaja. Si no tiene la regla no podrá quedarse preñada, y me daría cuenta si la tuviera, no sé si me entiendes ajajajaja. Solo es cuestión de tener cuidado con eso.

Dicho esto, glub glub glub.

Solté una carcajada al escuchar su comentario. ¡Por favor! No sabía lo que decía. ¡Y aún por encima sacaba pecho todo orgulloso! Entre risas, me dispuse a rebatir su comentario cargado de razonamientos ilógicos.

— Para empezar, no es un ser imaginario. Seguro que hay mujeres de cuarenta, solteras y sin hijos, que buscan a alguien alto y fuerte para tener un bebé. Y tú parece alto y fuerte, por lo que el soborno sería barato. Para seguir, no tendrían que tener la regla ese mismo día, por favor. — Sonreí —. ¿Qué clase de...? ¡No necesitan tener la regla ese mismo día, inteligente! Por tanto, si no necesitan tener la regla, tú no podrás darte cuenta de que la tienen, no sé si me entiendes... ¡Así que esa mujer que tú consideras imaginaria podría quedarse embarazada y tú no te darías cuenta hasta nueve meses más tarde, ja!

Crucé las piernas, alcé una ceja y esbocé una sonrisa altiva y socarrona. A ver qué decía ahora.

La miré mientras hablaba. Esperé educadamente a que acabase y luego rompí a reír. ¿Qué decía, por favor? Estuve así un buen rato hasta que me calmé, y solo entonces, tras un suspiro de "aish, pero qué risa, María Luisa" pude dignarme a hablar sintiendo que yo tenía toda la razón.

- ¿Pero qué dices, Inger? ¿Pero qué dices? Inger, Inger, Inger. -. Negué varias veces, como dando más énfasis a mis palabras con ese gesto-. ¿Qué dices, por favor? -. La miré a los ojos, oscuros, y más oscuros debido a la noche-. En serio. Es que no te he entendido nada de nada. Parece que hables en parvus jajajaja.

Puse la mano derecha sobre su hombro y me puse serio.

- Tuve un amigo parvus que un día me miró fijamente y me dijo "Rick..." ¿Sabes? Me dijo... Me dijo este... "Rick... Dëlerrk'dum nahidame oihlok", o algo así... Pues, verás... Le entendí... lo mismo que a ti ahora.

Fruncí ligeramente el ceño, y luego ladeé la cabeza. Según sus palabras, y su risa, parecía que no me había entendido.

— ¿Cómo que que digo? Digo la verdad, por favor — murmuré —. Y no parezco un parvus al hablar...

Y no lo parecía. Mi acento era muy diferente al de los parvus.

Rick colocó su mano derecha en mi hombro. Yo le miré, con el ceño fruncido y con la confusión pintarrajeada en la cara. Yo sí que no entendía lo que decía. El flamma me explicó su encuentro con su amigo parvus, y manifestó que le había entendido lo mismo que me había entendido a mí al hablar. O sea: nada.

Lo miré, con una ceja arqueada.

— Pues yo tampoco entiendo lo que te dijo tu amigo, pero sé lo que dije... Y, créeme, se entiende. Pero, si no quieres entenderlo, no lo entiendas. — Sonreí —. Así te asustaré aún más cuando lo comprendas.

Sonreí como un bobo, más por el alcohol que por otra cosa, pues yo de bobo tenía poco.

- ¿Sabes, Inger? Me gustaría tener unas orejas como las tuyas... Son como... Como... ¿Puedo tocarlas?

La miré con los ojos brillantes, de la misma forma que haría un niño mientras observaba un bello rocín negro y semental pura sangre ensillado y con las riendas perfectamente ajustadas mientras se lo ofrecían para dar una vuelta.

Rick sonrió, y yo ensanché la sonrisa. Tras esto, me dijo que le gustaría tener orejas como las mías y me preguntó si podía tocarme las orejas, y yo no pude evitar sonrojarme y bajar la vista al suelo. Lo miré de reojo. Él me observaba con los ojos casi brillantes, como si le hiciese ilusión verdadera ilusión tocarlas. Me sonrojé aún más.

Tras unos segundos en silencio, los cuales aproveché para meditar su petición, asentí levemente.

— Bueno... Si tanta ilusión te hace Pero no me tires de ellas, eh...

Me aparté los mechones del pelo que cubrían mis orejas, y luego alcé un poco la vista para mirarle. Todavía estaba sonrojada y, de hecho, hubiese podido jurar que mis orejas estaban algo sonrosadas, pero como era de noche él no podría verlo.

No pude reprimir un "bien" de emoción al obtener su permiso. Sonreí ampliamente y extendí mi mano hacia sus orejas para tocarlas sin miramientos.

- Qué forma tan aerodinámica... Deberían hacer monturas con esta forma, o armas, o gorros... ¿Te imaginas un gorro con forma de oreja? -. Reí mi propio chiste y di un pequeño sorbo a la botella. Entonces la miré fijamente (lo poco que podía ver de ella) y tragué saliva-. Debes seguir luchando por lo que quieres, Inger, y tal vez lo obtengas. Prométemelo. Y... ¿Sabes lo que quiero hacer? Bañarme desnudo en el lago.

Cuando tocó mis orejas, me sonrojé aún más (sí, era posible) y esbocé una sonrisa nerviosa. Todavía tenía la vista clavada en el suelo, y así permanecería durante un buen rato.

— No creo que tengan que hacer monturas, armas o gorros con forma de orejas... Sería raro.

Me llevé una mano al cuello, y miré de reojo a Rick. El flamma le dio un pequeño sorbo a la botella y luego me "miró" fijamente. Le mantuve la mirada y asentí, en silencio. Justo después me di cuenta de que él no podía verme, pero, antes de que pudiese decir algo, Rick volvió a hablar y yo volví a sonrojarme.

— ¿Quieres qué...? — Negué varias veces, azorada —. No puedes... Bueno, realmente sí, pero... ... ¿No crees que es un poco tarde...? Y, además... ... — Le miré, con las mejillas sonrosadas y la confusión pintarrajeada en la cara —. ¿Por qué me lo cuentas... ...?

¿A qué venía el estar tan cortada?

- ¿No es obvio? Pues porque eres guapa y a lo mejor te interesaba divertirte un poco -. Alcé las cejas repetidas veces y luego eché a reír-. No te preocupes, que es broma. No voy a violarte jajajaja. No tienes cuarenta años, recuerda. Al menos eso creo, a menos que seas uno de esos seres mágicos de leyenda.

Oish... Qué maja era la orejas puntiagudas, por Mithos.

Volví a bajar la vista al suelo, azorada. Si hubiese pasado algún caeruleus o alguien que pudiese ver bien en la oscuridad y me hubiese visto, seguro que hubiese jurado que mi cara era del color de mi pelo. Pero no pasó nadie, así que nadie dijo, ni pensó, algo similar.
Me pasé una mano por el cuello, azorada y ligeramente nerviosa. ¿A qué venían tantas...? ¿Insinuaciones? ¿No? ¿Era esa la palabra? Daba igual, el caso era a que venía ese comportamiento.

— Claro que no tengo cuarenta años. Y esos seres de los que hablas no son de leyenda. Ya te demostré que existían — murmuré, con la vista clavada en el suelo —. ¿Por qué no te sientas un poco...? Pareces... No sé... Extremadamente contento...

Y esa felicidad extrema no podía ser buena.

Asentí feliz y me senté.

- Claro, chica, claro. Pero sigo queriendo bañarme desnudo, aunque ya iré luego. Ahora no es el momento. ¿Sabes? Y si te beso, lo siento jejeje.

Me sentía todo un casanova. Estaba quedando genial, demostrando mi hombría y mi honor con cada palabra. Casi me sentía más poeta que nunca, capaz de hilar las más hermosas frases sin esfuerzo, y de hacer caer rendida a mis pies a cualquier dama que desease.

Rick se sentó y yo suspiré. Le miré de reojo, todavía sonrojada. Ahora que lo tenía más de cerca me parecía que estaba muy contento. Tal vez demasiado. Suspiré. A lo mejor había bebido demasiado.

El flamma comenzó a hablar, y sus últimas palabras me dieron las pruebas que necesitaba para comprobar que mi teoría era cierta. Definitivamente había bebido demasiado.

— Yo creo... Creo que deberías ir otro día al lago... No sé... Ahora es tarde y no ves, ¿no?

Esbocé una tímida sonrisa y luego murmuré, bajando la vista al suelo:

— Y no vas a besarme...

Esas últimas palabras me hicieron alzar una ceja. ¿Era eso una provocación? ¿Una apuesta? ¿Un reto? Porque nadie provocaba, retaba o fuera el que fuera el verbo de apuesta a Rick Dehnel y salía inupte, o impunte o como fuera.

Me acerqué a ella, a su rostro, lo suficiente para que el aire de mis siguientes palabras, susurradas para aprovechar la situación, rozase sus labios.

- ¿Estás segura?

Y contuve la risa, más que nada porque estaba borracho y todo me hacía gracia, aunque, claro, si fuera a besarla ya lo habría hecho, que por algo estaba como una cuba.

Ahora sí me hubiera gustado que hubiera luz y verle la cara.

Contuve la respiración cuando se acercó a mí.

¿Qué es-ta-ba ha-cien-do? Y no lo preguntaba por mí, pues yo estaba demasiado ocupada sonrojandome como para hacer otra cosa. No. Yo lo preguntaba por él. ¿Qué hacía? ¿Por qué lo hacía? ¿Era porque estaba borracho? ¿O acaso yo le gustaba? ¿Sería eso lo que había querido decirme en el lago?

Rick alzó la voz, interrumpiendo el hilo de mis pensamientos, y yo le miré y asentí. Y luego retrocedí un poco y bajé la vista al suelo, de nuevo.

— Segura... Muy segura...

Ensanché mi sonrisa al notar su retroceso.

- ¿Estás segura de que yo no lo haré o de que tú no me permitirás hacerlo? -. Solté una carcajada y negue-. Es broma, es broma. Soy un noble y respeto a las damas, no te preocupes. No voy por ahí haciendo...

Me puse en pie y me quité la camiseta, lanzándola al suelo.

- ¡Quiero bañarme en el lago!

— Estoy segura de que yo no te permitiría hacerlo, por supuesto — dije, mirándole de reojo. Todavía estaba sonrojada, pero esa sonrisa que había dibujado después de que yo retrocediese, acompañada por la carcajada que había soltado segundos después, me había... ¿molestado? ¿Herido el orgullo? —. Y no me preocupo... Podría evitarlo perfectamente.

Fruncí el ceño, hinché los carrillos y me crucé de brazos. ¡Por supuesto que podría evitar que me besara! ¡Yo misma se lo impediría! ¡Bueno hombre! Le miré de reojo. Se había puesto en pie nada más terminar su anterior comentario, y ahora estaba ahí parado, sin camiseta, gritando que quería ir a bañarse al lago. Miré hacia a un lado, nuevamente azorada.

— Pero no puedes ir a bañarte... No ves... No ves por dónde vas... Y dudo que sea buena idea que vayas por ahí alumbrándote a ti mismo.

En su estado podría caerse y quemar un árbol. O dos.

- ¡Podrías evitarlo porque tú ves y yo no! Pero en igualdad de condiciones... ¡Nanay! -. Le saqué la lengua.

Un par de carcajadas más y, sin esperar respuesta, di un último trago a la botella y salí corriendo como un crío en dirección al lago. Y si algo se metía en mi camino (un árbol, una raíz, la bestia...) solo era cuestión de seguir recto y atravesarlo. Poco habría por aquella zona capaz de sooprtar mis placajes.

*se va correteando XDDD*

— Claro que podría evitarlo en igualdad de condiciones — murmuré.

Pero supuse que él no me escuchó pues, después de echarme la lengua y de darle un trago a la botella, comenzó a correr. Yo me llevé una mano a la frente y me puse en pie. ¿Es que sólo yo me preocupaba por él? Porque, visto lo visto, ni él mismo se preocupaba por su estado de salud. Recogí las botellas, el ungüento, su camiseta y el libro y salí en su búsqueda. Si se iba al lago, seguro que se ahogaba. Pero fijo, fijo.

*se va a buscarle xDDD*

Llegué a los jardines y miré a mi alrededor, buscando un lugar adecuando. Hacía demasiado sol para un caracol. Entonces vi, a lo lejos, una fuente. Quizá fuera lo más adecuado para él. La humedad le vendría bien. Me acerqué hasta allí y lo puse en la hierba, al pie de la fuente, a la sombra. Sin mucho que hacer, me quedé a observar sus lentos movimientos.

*Se queda*

Respiré el fresco aroma de las flores bañadas por la luz de la luna. Aquellos lugares siempre era mejor visitarlos de noche, en la hora bruja, pues trasmitían algo mágico. Vagué sin pararme a pensar demasiado en lo que hacía, observando las flores, las plantas, los árboles, la fuente...

Un momento. Me detuve. Frente a la fuente se encontraba lo que parecía una persona. Estaba acuclillada y parecía ocupada en algo. Pensé en pasar de largo, pero la curiosidad me venció. ¿Qué demonios estaría haciendo? Con gran interés, observé desde una distancia prudencial la labor de la chica.

Bonito caracol. Los animales son fascinantes. El caracol se movía a velocidades tales que ni velocidades merecían llamarse. Lentitudes, esa era la palabra. Antes de que me diera cuenta, el día entero había pasado mientras yo contemplaba, primero al caracol, y luego al resto de fauna del lugar. Finalmente, mis tripas me llamaron. Llevaba todo el día sin probar bocado, y se sentían desatendidas. Me levanté y me sacudí la tierra de la ropa, dispuesta a irme, cuando vi una sombra a mi espalda.

La silueta de una aether, algo más alta que yo y con el pelo largo y manifiestamente claro se hallaba ante mi. Sonreí, entre tímida y alegre.

- Hola -saludé, contenta-. ¿Nos conocemos?