Jardines (1) [completo]

Parecía estar pendiente de las musarañas, aunque no tenía muy claro qué estaba haciendo. Desde luego, extraña era. ¿Qué hacía observando una fuente? La chica en cuestión sería algo más pequeña que yo, lo que constituía toda una sorpresa, aunque no pude concretar su edad. Era a todas luces una piscis, de esas que tenían membranas entre los dedos. Qué mal rollo...

Sonreí ante su pregunta con amabilidad e inocencia y el punto justo de timidez.

— No, la verdad es que no. Aún soy nueva aquí, y no conozco a prácticamente nadie. Me llamo Sanae. ¿Y tú?

Sonreí más ampliamente ante su respuesta.

- Vaya, pues bienvenida -dije, emocionada. Por algún motivo, me atraía. Quizá porque parecía algo más joven que mis demás conocidos del lugar-. Yo soy Massen Dew. Vengo de Aqua. Usted viene de Ventus, si no estoy equivocada -no iba a abandonar mi educación porque pareciera más joven. Lo primero es lo primero-. No se preocupe por acabar de llegar. Se habituará pronto a estar aquí. Aunque a veces no hay mucho que hacer. ¿Ha sido largo el viaje?

Tenía una gran curiosidad por su edad, pero me parecía inadecuado ser tan directa.

Dios mío, qué educada era aquella chica... Tanto que resultaba excesivo. Al ser tan pequeña, una se esperaba que hablara con un poco más de confianza, pero parecía muy dispuesta a guardar las formas. Sin duda era una persona muy rara, aunque no parecía peligrosa.

— No fue nada del otro mundo, comparado con la ilusión de poder formar parte de esta campaña. Si todos son tan amables como tú por aquí seguro que no tendré ningún problema. Pero la verdad... —abrí mucho los ojos, mezclando la sorpresa inocente y el miedo en la cara— hay cierta gente que me inquieta un poco. El otro día vi a un hombre que parecía muy fuerte, ¡qué asustada estuve! Tal vez sabes de quién hablo, ya que llevas más tiempo que yo aquí —como quien no quiere la cosa metí al hombre del otro día en la conversación. Era un jefe de clan, así que no estaría de más indagar acerca de él.

Agradecí la oscuridad, pues sus palabras me hicieron ruborizar. Qué aduladora. Resultaba un poco melosa para mi gusto, pero pensé que probablemente sólo intentaba ser amable...

Aún así, no pude evitar murmurar, casi más para mí que para ella, un tímido "No es para tanto".

Me extrañó su comentario acerca de "un hombre muy fuerte". Inmediatamente pensé en Dehnel, pues ¿quién más podría ser? Ante esa descripción tan concisa...

- ¿Un hombre muy fuerte? ¿Y la asustó? Qué raro... Sería Dehnel, supongo. Al menos, es lo primero que se me ocurre cuando habla de alguien fuerte por aquí. A mí también me asustó en nuestro primer encuentro... Es un poco lento de entendederas, o esa impresión me dio cuando hablamos -entonces enrojecí de nuevo, esta vez más intensamente. Estaba juzgando. No debía hablar así de la gente-. No me haga caso. Tampoco lo conozco mucho. Pero cuénteme, si no es indiscreción, ¿por qué la asustó?

En cuanto lo pronunció, supe que no era él. El nombre del hombre que buscaba era más corto y conciso... ¿Qué debía hacer? ¿Sacarla de su error o preguntar por el otro hombre?

— La verdad es que no me suena mucho su nombre... Creo que me dijeron que era el jefe de un clan, aunque no recuerdo de cuál... Lo siento, soy un poco olvidadiza —saqué la lengua con una risilla inocente—. Aunque, si ese Dehnel también es fuerte, tal vez debería tener cuidado con él. No me considero una persona muy fuerte, ¿sabes? Pero tampoco quiero quedarme marginada —añadí, como si estuviera reflexionando acerca de ello.

Aguardé su respuesta, esperando conocer por fin algo interesante a cerca de aquel jefe del clan.

Humm... La verdad, no tenía ni idea de quién me hablaba. Por educación, intenté ayudarla.

- Hum... Dehnel no es jefe de raza, que yo sepa... -reflexioné-. ¿De qué raza era? No he visto a muchos jefes, pero con un poco de suerte, conozco al que busca -sonreí, fingiendo superioridad ante su gesto, aunque reí de forma que quedase claro que bromeaba-. No se preocupe por la fuerza. No siempre es lo más útil. Yo, que tampoco destaco por fuerte, prefiero la velocidad y el sigilo. Y, de todas formas, siempre es una cuestión de entrenamiento... Para eso estamos aquí, a fin de cuentas, ¿no?

Era tarde. Mi estómago volvía a gruñir.

- Perdone la descortesía, pero creo que debería irme. Hace mucho que no como nada, y parece que a mi estómago no le gusta demasiado ese hecho -sonrío, intentando quitarle importancia.

La chica sólo podía describirse como simpática, pero era demasiado servicial. A mí me venía bien, por supuesto, así que me aproveché de ello.

— Claro, no te preocupes. Yo también debería retirarme, que es muy tarde. ¿Qué te parece si continuamos esta conversación otro día? Tengo muchas ganas de charlar más contigo —añadí, sonriendo de forma que esperaba que fuera cálida.

>> Ya me contarás. Espero que no te importe que me vaya ya, tengo un poco de prisa... —no me aportaba nada quedarme para intercambiar formalidades, así que aceleré la despedida, y, tras dedicarle una última sonrisa (a mi parecer excesiva) me alejé dando saltitos de vuelta al castillo. La verdad es que sí que necesitaba dormir.

El tiempo era tan raro...

*se va*

Por suerte para mi estómago, Sanae también quería irse.

- Sin problemas -declaré, con un amplio gesto-. Después de todo, nos veremos a menudo por aquí. Ya descubriré quién es su misterioso jefe fuerte otro día -sonreí. Era melosa. Eso era incómodo para mí, pero seguí esforzándome en pasarlo por alto-. Espero verla pronto, Sanae. Buenas noches.

Y tras verla alejarse, me puse en marcha yo también, camino del comedor.

*Se va*

Bostezo y tapo mi boca con una mano. Los ojos se me inundan en lágrimas.

No es cansancio. Estoy aburrida.

Muevo los hombros hacia adelante y hacia atrás varias veces, haciendo círculos con ellos, mientras camino hacia un banco para sentarme.

Sin duda, un día aburrido.

*se queda*

El jardín, sin lugar a dudas, mi lugar favorito. Por eso silbaba mientras caminaba entre las flores y pensaba en que debería, tal vez, coger unas cuantas para Inger y disculparme. Romper corazones no estaba entre las nobles cosas que me agradaban.

- De todas formas, solo con una sonrisa se dará por satisfecha...

Y entonces la vi. Y fruncí el ceño. Y traté de no pensar en lo que ambos habíamos hecho junto al lago.

- ¡¡LESTER!!-bramé.

Si me preguntasen cuál es el peor sonido que existe, respondería, sin duda, el de un caracol al ser aplastado; esa mortal mezcla de viscoso y crujiente. O tal vez dijese que el de una expresión al rimar de forma ridícula y consonante.

Fuera la respuesta que fuera, me estaría confundiendo, porque el verdadero sonido irritante por excelencia, el rey de los incordios, el punto álgido, el orgasmo, de la desazón y la tortura psicológica no es otro que...

- Dehnel...

Lo miro.

... ¿Por qué?

¿Por qué era morena si era chysos? Cada vez que la miraba, más farsante me parecía. Aún iba a ser cierto que esos ojos opacos eran de asesina, y no de chrysos, y que se había recortado las orejas de claritas. No sería la primera que hacía cosas de este estilo.

- Este jardín no es suficientemente grande para los dos, Lester-. Di un paso hacia ella-. ¡No me importa que me cautivaras para tener sexo! ¡Para mí sigues sin ser una persona con derecho a estar en este lugar! ¡¡APROVECHA MI BENEVOLENCIA Y VETE ANTES DE QUE DESENFUNDE MI NOBLEZA HECHA ESPADA!!

La señalé. Los malhechores no tenían nada que hacer contra mí. Pero, por una vez, no iba a ser severo.

Pongo los ojos en blanco.

- Púdrete.

En serio... Que se pudriera. Podría soportar ese nauseabundo olor si con ello me librase de...

¿Sexo?

Por Mithos...

Le di la espalda y me alejé en dirección al bosque. Era un lugar mucho más tranquilo y lejos de energúmenos como él.

*se va*

¿Se iba a ir así sin más? Al fin y al cabo no era más que una vulgas asesina que no entendía de nobleza. Ni siquiera se merecía mi piedad.

Apreté el puño.

Ahora que me daba la espalda era el momento adecuado para, noblemente, clavar mi puño en su espalda.

Rick Dehnel, hijo de... ¡¡Yo nunca me pudría!! ¡¡POR FAVOR!!

*la sigue "sigiloso"*

Salí a los jardines canturreando una cancioncilla que se me había metido en la cabeza hacía unas horas. Llevaba mi mochila a la espalda, con la carcasa de Loksass y la caja de herramientas dentro, y arrastraba una rama que había encontrado tirada en el camino de entrada. Pensaba ir al Bosque a por una, pero aprovechar aquella resultaba mucho más tentador. Aunque no fuera la rama perfecta, seguro que podía servir. Me tiré en la hierba, al borde de uno de los caminos que cruzaban los jardines, y abrí la mochila en busca de la caja de herramientas. Saqué de mi pelo uno de los dardos. Con un poco de suerte, aquel sería el día en que aprendiera a hacerlos. Leen me había explicado cómo fabricarlos hacía algún tiempo, pero no le había prestado demasiada atención en su momento, hecho del cual ahora me arrepentía. Ahora que había tenido que usar uno de mis dardos, me daba cuenta de que los 25 que había hecho Leen, o incluso 30, si contábamos a los 5 especiales (aunque esperaba no recurrir a ellos) no iban a durar eternamente. Con un suspiro, me puse manos a la obra.

*Se queda intentando hacer dardos*

Llevaba demasiado tiempo con los dardos, y eran mucho más difíciles de lo que había supuesto. Enfurruñada y sin apenas resultados, recogí mis cosas y me fui del jardín.

*Se va*

Después de levantarme a las 5 de la madrugada para terminar el jersey, estaba muy animada, esperando encontrar a un guerrero lo suficientemente valiente como para que yo, Adela Ungilde, le regalase uno de mis famosos jerseys de lana de bismonte.
Lo guardé en mi viejo zurrón y me dediqué a olisquear las maravillosas flores del jardin.
-Si la comida de Brontë fuese la mitad de buena y bonita que estas flores... otro gallo cantaría.

*se queda por ahí*

Salí al jardín a dar una vuelta, una vez más. Estaba bastante animada, y la noche era muy suave y apacible. Me dirigí a la fuente que había encontrado la última vez, con idea de buscar más animales. Al cabo de un rato, se me ocurrió una idea. Miré a mi alrededor, y al no ver a nadie, me quité la camiseta y el pantalón y me metí en la fuente. Malo sería que a alguien le pareciera mal.

*Se queda chapoteando xD*

Oí unos chapoteos cercanos y decidí acercarme: allí estaba, una niña desnuda en una fuente... ¿será posible? ¿que clase de guerreros había en Brontë?... Las cosas estaban peor de lo que imaginaba...
En fin...
Niñitas en el ejercito... que verguenza.

-Buenas noches señorita, dije desde la oscuridad de la noche, sin que se me pudiese ver...

Me lo estaba pasando genial. Hacía tiempo que no iba a nadar. Tenía que hacer una excursión al Lago un día de estos. Allí sí que podría relajarme a gusto. Entonces me quedé helada cuando oí una voz. Era de mujer, pero no veía a nadie a mi alrededor. Me aproximé al borde de la fuente, apoyé las manos y bajé la cabeza de forma que, desde fuera, sólo se me podía ver de los ojos para arriba.

- Hola -respondí, intentando que no me temblara la voz-. ¿Quién anda ahí?

Estaba roja como un tomate. Qué vergüenza...

La pobre niña estaba aterrada... normal... yo también lo estaria...
Entonces me acerqué bastante, aún sin que me viese y de repente, encendí los ojos a máxima potencia.
-Hombre... musite-. un pescadito.. jajajaja perdon por asustarte, pero esta vieja necesita un poco de acción en sus viejos huesos.- dijo hacando la mano a mi cadera. Me llamo Adela, ¿y tu, pequeña?- dije estendiéndole una arrugada mano.

La oí acercarse, y miré a mi alrededor sin mover la cabeza, buscándola. Entonces una luz me cegó. Cuando pude abrir los ojos, la vi ante mí. Una chrysos. Como Alehyss. Sólo que Alehyss no resultaba tan estremecedora. Era anciana. Debía de ser la persona de más edad que había visto en Brontë. Aunque los abuelos eran mayores que ella, eso se veía a la legua. Se presentó y me ofreció la mano. Miré la mía, húmeda, y sin asomar más la cabeza del agua, se la estreché con desconfianza.

- Yo soy Massen Dew, de Aqua -me presenté yo también-. Es un placer conocerla, Adela.

Después de estrecharle la mano, puse las mías en mis caderas... enfadada.
-¿conocerla?... que ni se te ocurra tratarme de usted o te arrancaré los dientes uno a uno, pequeña... y ahora dime... ¿que demonios haces aquí dentro? ¡SAL AHORA MISMO DE AHÍ! que tienes un lago precioso para nadar... Ainssss!! dije agitando mi mano en el aire.

Entonces la cogí de la muñeca y la levanté en el aire, sacándola del agua.

-Anda, vístete- dije posándola en el suelo- si te portas bien, te daré algo.

Gritos. Cerré los ojos con fuerza, intentando fingir que no gritaba. Recordaba al abuelo. Mucho. Se me hizo un nudo en la garganta. Sus palabras resultaban tremendamente amenazadoras.

- Lo... Lo siento... Yo... -me estaba poniendo nerviosa. No podía parar de ver en ella a Cole. Sus continuos desprecios eran una enorme carga para mí. No había cambiado de continente para encontrarme a su alma gemela. Intenté serenarme-. Lo siento -repetí-. No era mi intención ofenderl... ofenderte -rectifiqué rápidamente. Me costaba cierto trabajo tutear a la gente, pero con ella resultaba especialmente raro.

Entonces, mostrando una fuerza descomunal, me sacó del agua cogiéndome por la muñeca. Me hacía daño, y me estaba tratando como a una niña pequeña. Fruncí el ceño. Sentía una presión cada vez mayor en el pecho. A mí nadie me compraba con regalitos. No quería que me diera nada. Además, que tuviera trece años no quería decir que no quisiera una cierta intimidad.

- He venido aquí porque estoy pescando renacuajos -expliqué, intentando sonar fría y madura-. El Lago está muy lejos para ir de noche. Además, tuve un encontronazo con unas bestias en el Bosque, y no me apetece repetir -tragué saliva. Ahora venía lo más difícil-. Así que, si no le... si no te importa, me quedaré un rato más.

Y, mostrando una osadía que jamás había creído tener, volví a meterme en el agua, volviendo a la posición en la que estaba antes de que me sacara de la fuente. No quería ofenderla, pero nadie iba a manejarme porque sí. Me había ido de casa. Ahora era independiente.

La niñata esa me replicó diciendo no se qué de renacuajos, bestias y bosques y la muy sinverguenza no me hizo ningún caso cuando la volví a dejar en el suelo y la maleducada se volvió a meter en el agua de nuevo.

-¡PERO BUENO!¡QUE DEMONIOS!- saqué el rodillo y golpeé fuertemente un lateral de la fuente, haciendo un boquete enorme, por lo que toda el agua salió a borbotones, dejando la fuente seca en 3 minutos.
-Ala, a bañarte a la casa del vecino, pedazo niña malcriada... y dá gracias al cielo que he roto la fuente y no tu cabeza.

Me dí media vuelta y metí en jersey que le tenía pensado regalar otra vez en el zurrón.

De pronto, la anciana comenzó a golpear la fuente con un rodillo de cocina, hasta romperla, de forma que el agua se escapaba. El susto hizo que empezara a llorar y temblar. Parecía tener intención de irse, pero yo no iba a dejar las cosas así.

- ¡La maleducada es usted! -grité, furiosa, mientras recogía mi ropa y me la ponía a todo correr sobre la piel mojada-. ¡No he sido yo quien ha ido a molestarla! ¡Si tiene un problema de demencia senil, váyase a otro sitio! ¡Se supone que este es para gente civilizada, no para viejos desequilibrados!

Y, con un gallo en la garganta y las mejillas encendidas de rabia, eché a correr. Menudo monstruo. Esperaba no volver a verla nunca.

*Se va corriendo*