Cueva.

Zacharyas cerró los ojos sorprendido, al sentir el agua sobre él. Casi podía sentir cómo la piel se contraía dolorosamente a nivel celular, al contacto con el frío, como si hubiese recibido una pequeña picadura de insecto. Sin embargo, no se secó la piel, y ensanchó la sonrisa un instante ante las palabras que la pequeña le había dedicado.
Podría tomarla como a la ropa, hundiendo su rostro en el agua hasta ahogarla. Luego, tal como se hacía con las telas, la estrujaría hasta quitar la última gota de sangre de su cuerpo y dejaría que colgase, muerta, pendida de un saliente en la roca.

-¿También quieres que te lave? -inquirió, rodeando la charca para acercarse, con la capa ondeando a sus pies, suavemente, haciéndolo parecer una especie de espíritu en medio de aquella oscuridad.

Me encogí de nuevo, conteniendo un escalofrío. Luego solté una risita. Cuando se acercó, me giré hacia él, tendiéndole las manos empapadas y frías, tratando de tocarlo con ellas.

Ladeé la cabeza.

-¿Yo soy ropa? -pregunté.

Hice gesto como de abrazar algo, pero era solo aire. Lo miré otra vez.

-Una capa. Como esas. O una mantita -sonreí.

Zacharyas comprendió, aunque algo tarde, las intenciones de la parvus, y acarició su pelo con la diestra, húmeda de lavar, como acto de disculpa. Luego negó, diligente, masajeando un poco su cuero cabelludo con las yemas de los dedos antes de apartarlas de nuevo.

-No eres ropa -declaró, finalmente, tendiéndole a la parvus su propia camisa y una de sus capas, como pretendiendo llenar con ella el hueco que dejaban sus brazos, que parecían buscar algo, como queriendo abrazar el aire.

El cuerpo de ella era perfectamente visible para Zacharyas en medio de la oscuridad. Él, por algún motivo, sin embargo, procuraba no apartar la mirada de su rostro, movido por una especie de incomodidad a la que no se lograba acostumbrar.
El mago se acuclilló junto a la charca, para continuar con su labor, lavando entonces los pantalones de su compañera.

FdR- Alguien que se va a cenar

Tomé la ropa, casi arrancándosela de las manos, y la sumergí de golpe en el agua, salpicando alrededor. Cerré los ojos cuando el agua me saltó a la cara, y luego comencé a frotar, imitando al chiquillo. Sin embargo, no veía lo suficiente para saber qué frotaba, así que acabé por aburrirme y me limité a mover las prendas por el agua.

Me levanté, dejando allí la ropa, y me acerqué hasta él. Estaba pequeño, así que pude darle un beso en la mejilla. Sonreí.

Después volví adonde estaba y me senté de nuevo, tanteando el agua para recuperar la ropa. Me estremecí de nuevo.

-Aún llora -comenté.

FdR.: Alguien que no vio el post :__D

Zacharyas la contempló contento, frotando él mismo, eliminando toda la suciedad posible de las prendas, aunque tampoco era algo especialmente preocupante que aquello estuviese un poco sucio. Estaban habitando en una cueva, al fin y al cabo, pensó, alimentándose de carne cruda por falta de fuego para cocinarla. La limpieza, o no, de su ropa no era lo más importante. Pero a Zacharyas le habían enseñado que debía mantenerse aseado mientras le fuera posible.
Recibió el beso de la parvus con una sonrisa y echó una mirada afuera cuando habló, asintiendo. Varias sombras animales se movían en la oscuridad. Bastantes seres habían decidido refugiarse con ellos, creando allí un pequeño y extraño hábitat.

Zacharyas carraspeó.

-Quizás no podamos salir nunca -comentó, con tono contradictorio, a medio camino entre el disfrute y la frustración. Se sentía responsable, de alguna forma, por no encontrarse en el palacio, dado que aquel era su cometido final.

Me quedé un momento completamente inmóvil, y entonces pegué un fuerte puñetazo al agua, contrayendo la cara con expresión de absoluto enfado. Me levanté, agarrando una prenda, sin saber cuál.

-¡¡NO!! -grité con rabia.

Después me dejé caer de nuevo en el agua y crucé los brazos, con el ceño fruncido, encogiéndome sobre mí misma.

Zacharyas se quedó mirándola, sorprendido por el grito de la parvus, así como su actitud. Pestañeó un par de veces, en el más absoluto silencio. Luego esbozó una sonrisa, tranquilizador, calmo. El sosiego se presentaba habitualmente en la expresión del caeruleus, incluso cuando la situación parecía tensa. Era difícil que se alterase por aquel tipo de sucesos.

-Claro que no -corrigió, asintiendo con firmeza, carraspeando tras haberlo hecho-. Si sigue lloviendo, buscaremos una forma de salir. Hay que ir a Caligo.

Tras pronunciar el nombre del continente de la oscuridad, el caeruleus se quedó en silencio un instante, con la mirada perdida y el gesto relajado, pensando en sus cosas, abstraído.

Relajé el gesto y lo miré. Tras pensarlo un instante, acabé por asentir. Me relajé un poco y me estiré. Después, volví a coger una de las prendas que flotaban en el agua, pensativa.

-A lo mejor está triste -sugerí- porque ha perdido algo. A lo mejor, con tanto llorar, se le ha caído un tesoro. Y tiene que buscarlo.

Miré al chiquillo, ladeando la cabeza. Cogí la prenda que sostenía y me tapé con ella.

Zacharyas volvió en sí al oírla, mirándola de nuevo. Su reflexión le pareció interesante. Desde luego, a aquellas alturas el caeruleus tenía bastante claro que todo aquello no podía ser solo lluvia. No tenía claro si los que estuviesen en Brontë en aquel momento sabrían algo más, pero él no podía hacer nada en su posición, de modo que simplemente se limitaba a no darle vueltas a algo que, creía, no podía comprender sin más por ver solo aquella anormal tormenta cayendo de las nubes.

-Puede ser -reconoció, salpicándola un poco, cariñoso.

El mago acabó de lavar las prendas y las colgó de piedras, quedando solo las que estaban en el poder de Ayne. Un trueno retumbó, haciéndolo enarcar las cejas, que se perdieron en el espeso flequillo.

-O enfadado -murmuró.

Asentí, pensativa. Eso era. Tenía que encontrar su tesoro o estaría triste para siempre.

-A lo mejor el tesoro es eso que brilla -sugerí.

Me limpié de su salpicadura, soltando un gritito, y le lancé la prenda que tenía en la mano como contraataque. Luego me eché más agua por encima y me estremecí. Al final, decidí salir del agua. Estaba fría.

Me quedé de pie junto a la charca, mirándolo, curiosa.

-¿Enfadado? -miré al techo-. Se ha enfadado porque lo que brilla se ha ido. A ver cuándo vuelve.

Zacharyas recibió la ropa mojada, que le mojó la cara las manos y parte de la capa que vestía,, pero terminó por escurrirla un poco y colgarla junto al resto. Luego, viendo que Ayne salía, tomó una de sus varias capas, algunas de las cuales no había lavado precisamente para tener abrigo, y se la acercó a la parvus, echándosela a los hombros, a modo de toalla y abrigo a partes iguales. Sus alturas eran tan dispares que un buen trozo de la prenda se arrastraba por el suelo.

-¿Lo que brilla? -. El caeruleus miró a su alrededor, como buscando alguna cosa que brillase en la cueva-. No está aquí -. Carraspeó.

El caeruleus escogió entonces una zona seca del suelo y tomó asiento, invitando a Ayne a acercarse con un gesto y su posición relajada.

Me envolví bien en la capa, sintiendo cómo el frío desaparecía un poco. Reí al ver al chiquillo buscando, y negué con la cabeza.

-Lo que brilla grande. El punto gordo -expliqué-. Claro, no está aquí. El celemoto lo sabe, así que no ha entrado. Lo buscará en otro sitio. O esperará a que vuelva él.

Cuando se sentó y me invitó a ir junto a él no lo dudé un momento antes de echarme encima, abrazándolo con entusiasmo. Lo cogí de las orejas y lo besé con fuerza. Luego sonreí.

-Ahora ya no te veo, pero eres el chiquillo más guapo de todos -declaré.

Zacharyas comprendió finalmente, y asintió suavemente, esbozando una sonrisa, para sí. Aquello, al fin y al cabo, no podría hallarse en ningún lugar hasta que las nubes de la tormenta decidiesen desvanecerse, fuese cual fuese el motivo que las hiciese permanecer sobre Brontë. Así pues, la duda quedaba resuelta, y solo tenían que esperar hasta que el tiempo mejorase o tuviesen que salir pese a todo.

Correspondió suavemente al beso de la parvus y esbozó una sonrisa algo tirante, atrapando un mechón de su cabello entre los dedos, del flequillo, tensándolo hasta que le llegó al tabique nasal.

Entreabrió los labios para responder, pero terminó por cerrarlos para besar la frente de la chica antes de atraerla para un abrazo superficial. Al fin y al cabo, pensó luego, sus palabras hubiesen sido innecesarias, y más tratándose de Ayne.

Me dejé mimar, encantada. Pero no era mucho, porque el chiquillo no estaba conmigo. Miré alrededor. ¿Dónde estaría? Tenía que llamarlo.

Me incorporé un poco y le di un cabezazo, frente con frente, con cierta fuerza. Después lo abracé con entusiasmo y sonreí.

-¿Me quieres? -pregunté-. ¿Cuánto me quieres? Di.

Y, sin dejarlo responder, lo besé de nuevo.

El cabezazo mareó un segundo a Zacharyas, que pudo disfrutar de la sensación extraña de la piel tirante en la frente, la sensación de ser, repentinamente, consciente de su cráneo. El cráneo, espalda, las orejas, u otras partes del cuerpo no móviles, no podían sentirse a menos que fuesen heridos o tocados. Moviendo la mano Zacharyas sabía que estaba allí, pero no podía decir lo mismo, por ejemplo, de sus sienes. Sin embargo, con aquella sensación de dolor, el caeruleus tenía claro que el cráneo seguía, rígido, ocupándose de que la frente mantuviese su forma y de que el cerebro no se saliese.
Aquello era importante.

Reaccionó a las preguntas de la parvus con un gesto extraño, sorprendido más que otra cosa. Y como era torpe en la dialéctica, el hijo de herrero tuvo que cavilar un instante para comprender qué respuesta se daba generalmente a aquellas preguntas, por lo que antes de que pudiese abrir los labios, en medio de un asentimiento, ella atrapó su boca, haciendo que tuviese que buscar otras formas de expresarse.

Zacharyas abrió los labios, cuidadoso, profundizando un poco en la parvus, con suavidad, atrayéndola con firmeza pero sin fuerza por la espalda. Un alegre pensamiento cruzó su cabeza: en aquel momento, al mismo tiempo que él, también ella estaba sintiendo el cráneo.

De nuevo, lo tomé por las orejas, tirando de ellas hacia mí, acercándolo más y, con ello, aumentando el contacto. Acaricié su boca con la lengua, despacio al principio, y poco a poco más rápido, casi como si quisiera comérmela. Antes de apartarme, le di un mordisquito en la suya.

Por último, me erguí un poco de nuevo y apoyé mi frente en la suya. Los ojos me quedaban a la altura de los suyos, pero no los veía.

Sonreí.

-¿Eh?

Zacharyas se dejó guiar por Ayne, siguiéndola como pudo. Si bien su técnica había mejorado y podía llegar a acoplarse a su ritmo, no tenía inconveniente en que fuese ella la que llevase las riendas, pues la iniciativa del caeruleus era mucho menor. Se acomodaba a su ritmo, acelerando también su respiración junto con los movimientos, ahogando un leve gruñido al sentir los dientes haciendo amago de morderlo sin llegar a herirlo.

Con ella pegada, Zacharyas la contempló, recuperando el aliento. Su pregunta le resultó extraña, habiendo olvidado ya qué había querido saber. Al par de segundos cayó en la cuenta y asintió, arrastrando un poco la cabeza de Ayne con el movimiento, de modo que aunque no llegase a verlo bien pudiese notar claramente que el gesto era un sí.

-Tu muerte sería la más bella de todas -dijo, a su manera-, pero no podría soportar la ausencia de Ayne.

Pocas personas así había habido en su vida. Podría contarlas, de hecho, con los dedos de una mano mutilada.
Tras sus palabras y una espera, en la que Zacharyas esperaba que ella comprendiese, trató de buscar de nuevo, con timidez, la boca de la guerrera.

Amplié la sonrisa, completamente satisfecha con la respuesta. Imitando su gesto, asentí.

Después me quedé muy quieta, expectante. Lo notaba moverse, despacio, pero no me acerqué, sino que esperé a que él lo hiciera. Aguardé, aguardé, aguardé y cuando ya estaba ahí, rozándome con los labios, ataqué de golpe, lanzándome contra él, pegándolo contra la pared.

Me introduje rápidamente en su boca, tirando de nuevo de sus orejas hacia mí, tratando de ganar con ello más contacto, al tiempo que lo recorría rápidamente, besando, acariciando, mordiendo y succionando.

Bajé las manos hasta el cuello, rodeándolo en un abrazo.

FdR-Pausado

Zacharyas se acercó lentamente a ella, sintiendo cómo la temperatura del aire que respiraba crecía al aproximarse, fruto de la emisión de calor corporal de la parvus. Se preguntó si, por ejemplo, de estar muerta, emitiría fresco al aproximarse, aunque por lo que sabia los cadáveres no estaban fríos, sino a temperatura ambiente. A no ser, por supuesto, que hubiesen sido congelados previamente. Entonces sus cuerpos helados captarían el calor de los alrededores y bajarían la temperatura.
Entonces, pensó el mago, sí. Al ir a besar a un cadáver previamente metido en hielo, el aire que hubiese cerca sería helado y refrescante.

Ella se le abalanzó cuando la rozó, como si hubiese activado un mecanismo, y tomó las riendas de nuevo. Zacharyas pudo sentir cómo su abultado cabello protegía la parte trasera de su cráneo del dolor cuando se golpeó contra la pared y se sintió defraudado.
No tuvo, sin embargo, mucho tiempo que lamentar, pues pronto tuvo que corresponder a la muchacha, buscándola con los labios, con los dientes, anhelando la sangre que corría bajo su piel. Quizás, pensó de pronto, podría conseguir que ella lo hiriese a él, que era otra maravillosa forma de experimentar el dolor.
Mientras su pulso se aceleraba y se adelantaba para mantener el contacto, Zacharyas deslizó una mano a las rocas de su espalda, y allí donde encontró un saliente presionó, de manera que la piedra se hundiese en su palma y la sangre comenzase a brotar, haciéndolo estremecerse más.
Era un dolor constante y más intenso que el de un corte.

Respondió, y sentí la emoción que me embargaba. Tiré de su cuello hacia mí, pegándome a él completamente, y cuando ya no podía atraerlo más, comencé a subir las manos, tirando del pelo, como si trepara por él, acercándome más aún. Solté un suspiro, yendo el aliento a parar a su boca.

Mordía, así que yo también. Clavé el agudo colmillo en su labio, con fuerza, aunque no la suficiente como para abrir la piel. Al tiempo, succionaba. Pronto dejaba de ser suficiente, y tiré de su cabeza hacia atrás, dejando a la vista la garganta.

Me libré como pude de sus dientes y ataqué con los míos por delante.

Zacharyas se revolvió cuando ella lo mordió en el labio, dejando ir un gruñido suave, deseando que profundizase más. Sin embargo la parvus no tardó en apartarlo para bajar a su cuello, dejando la garganta vulnerable, como la de una presa. Ya que sus labios estaban libres, el caeruleus aprovechó para ascender su palma sangrante, que se apoyó sobre ellos, probando la sangre, notando el escozor en la herida, aumentado por la saliva ácida sobre la carne abierta.

Ella mordió su cuello y Zacharyas apretó los dientes, deseando morder algo él mismo. La mano sana llegó a la cintura de la parvus, internándose bajo la capa. Tocó su carne, todavía algo húmeda por el baño. La otra mano siguió a la primera, tocando su vientre, dejando un rastro ensangrentado, llegando al otro lado de la cintura, atrayéndola hacía sí, invitándola a morder hasta acabar con su vida.

Sentí las manos que me atraían y las seguí, arrodillándome sobre él, acomodada. Tiré un poco más del pelo para ayudarme y recorrí con la lengua desde la base de la garganta hasta la nuez, donde mordí con fuerza. Con un gesto violento, tiré hacia la derecha, dejando descubierta la parte izquierda del cuello, más blanda, y en la emoción llegué a abrir la piel con el mordisco siguiente. Sentí un regusto metálico y lamí lentamente la herida abierta.

Comencé entonces a dar suaves besitos, superficiales, cariñosos, en el espacio abierto. Pero la curiosidad me animaba, y acabé por palpar con la lengua, buscando el sabor y la forma de la herida, que poco a poco se iba inflamando.

Solté el pelo y me abracé al cuello, acercándome más.

Zacharyas soltó un gruñido y esbozó una amplia sonrisa, agradado con el primer mordisco, en la nuez. El hueso, al ser empujado, taponó un instante su garganta, impidiéndole respirar. Aquello era lo que se solía sentir al ser asfixiado con violencia.
Con el segundo mordisco la sangre brotó, y el mago dejó ir un jadeo, clavó las uñas en la espalda de la parvus y presionó su cuello contra ella, invitándola a morder más, a succionar su sangre, a seguir irritando la herida con saliva. Una de sus manos, la derecha, finalmente, ascendió hasta el pecho de la parvus.
Zacharyas había aprendido de ella que debía ascender a aquel lugar algunas veces, guiado por sus manos en otras ocasiones. Palpo la carne blanda con la mano, preguntándose cómo de difícil sería clavar los dedos en su interior. Parecía que con hacer un poco de presión penetrarían en la piel y entrarían dentro del cuerpo de ella. Palpó el pezón, con curiosidad, comprobando aquella reacción tan extraña que había notado otras veces.

¿Podría cortarlo?

Clavé un instante las uñas en su nuca, tensándome un momento y dejando ir un suave gemido junto a su oreja. Me revolví con un pequeño escalofrío, y luego continué con lo que hacía, reiniciando el proceso.

Palpé primero con la lengua, divertida por la extraña forma que había tomado la piel. Besé suavemente la herida. Ya no sangraba nada de nada. Sonreí, alejándome un poco para mirarla, pero sin verla. De nuevo la busqué con la boca, y de nuevo clavé los dientes en ella, mordiendo con una extraña mezcla de curiosidad y saña. La carne se hundía y el rojo metálico, que no parecía rojo porque no se veía, salía.

Dejé resbalar una mano por su pecho hasta alcanzar la suya, que pegué más contra mí, animándolo a continuar.

Zacharyas se dejó llevar por el cosquilleo agresivo que ascendía, interesado, curioso. Las reacciones de la parvus lo intrigaban, pero, al mismo tiempo, deseaba sentir más de aquel dolor irritado, aquella quemazón en su cuello, mezcla de saliva con sangre, células muertas, asesinadas, inflamación, succión. Cerró los ojos para poder sentirlo más intensamente, pero pronto su mano fue interceptada, guiada, y Zacharyas rozó y acarició, instigado por ella, entregando aquello a cambio del preciado dolor que estaba sintiendo.

Curioso, mientras palpaba el pecho dejó resbalar la otra mano por su vientre, buscando el cálido lugar entre sus piernas. Poco a poco, Zacharyas había ido comprendiendo el funcionamiento de aquello, aunque lo adaptaba a su peculiar forma de hacer las cosas.
Una vez allí, deslizó los dedos con suavidad, palpando la zona, reconociéndola, aunque más evaluando que con una intención placentera.