Cueva.

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Su respuesta fue como una afirmación para el caeruleus, que esbozó una sonrisa ausente y acarició un poco más la cabeza de Ayne, aparentemente tranquilo. Sin embargo, no lo estaba, no exactamente; sus emociones desbordadas, su furia, su agresividad, todo estaba dentro de sí, en su cabeza, en el interior de sus pensamientos, sin verse reflejado en la realidad más que por aquella expresión apacible, aparentemente relajada, tan ausente que hacía fácil percatarse, de verlo, de que no se encontraba en aquel lugar.
Zacharyas continuaba rígido y, sin embargo, no hacía nada por sofocar el ansia de su cuerpo, disfrutando quizás de aquella sensación de necesidad.
El mago se tumbó junto a ella, sobre la propia capa que lo rodeaba, pegando su cuerpo al de la parvus, separados por las telas que los cubrían a ambos.

No escuchaba los truenos. Los rayos, sin embargo...
¿Cómo sería sentir un rayo en sí? ¿Calcinaría como el fuego o atravesaría las fibras, contundente, como un calambre?
Mataría, sin duda. Eso sí.

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Lo dejé hacer, tranquila. Sus gestos me relajaban, tanto que me daban ganas de cerrar otra vez los ojos. Pero no lo hice. Me quedé como estaba, muy quieta, sintiendo que el aire volvía a ser, poco a poco, como siempre.

Entonces se tumbó, y ahí sí que me moví. Me atrajo hacia sí y yo me desplacé un poco, arrastrándome, tratando de no destaparme, hasta acurrucarme contra él, agarrándome a su pecho y hundiendo la cara en él. Allí olía más al chiquilllo.

Estaba más tranquila, y suspiré. Con los labios pegados a su piel, dejaba ir suaves besitos, muy pequeños, como si fueran tímidos. Estaba bien.

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Zacharyas la sentía contra sí, cálida entre aquella frialdad que transmitían las paredes húmedas de la cueva, o el viento frío que se colaba a ratos desde el exterior. También su contacto le hizo sentir mayor su dureza, cuando accidentalmente lo tocó. Y entonces, cambiando por completo la percepción de la realidad que el caeruleus tenía en aquel momento, un trueno mayor que cualquier otro lo hizo estremecerse.
Se incorporó veloz, sin darse cuenta, alerta de pronto. El mago no podía evitar preguntarse si el cielo había acabado, finalmente, por ser destruido. Si todos iban a morir entonces, no le agradaba estar en la cueva, que parecía un lugar mucho más seguro que el resto del bosque.

Carraspeó, incómodo, deslumbrado por el fulgor que siguió a aquel sonido. Los ojos se le entrecerraron por un instante; su cuerpo, tenso, deseaba acercarse a ver más a la boca de la cueva.

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De pronto, el cielo gritó más que nunca, y pude ver con tanta claridad que no podía ver nada. Con un sobresalto, pegué un pequeño grito y me tapé los oídos, tratando de protegerme con el cuerpo del chiquillo. Pero, cuando quise darme cuenta, el chiquillo ya no estaba ahí.

Me incorporé un poco, ignorando el frío de perder la capa, y lo busqué. Fuera, el cielo pataleaba, llorando con más fuerza, como si temiera que nos hubiéramos olvidado. Pero no nos olvidábamos, porque él no nos dejaba olvidarnos.

Me arrastré un poco, medio a gatas, hasta el chiquillo. Tiré de su muñeca, tratando de atraerlo.

-Ven -pedí con urgencia-. Ven conmigo.

Miré un momento fuera. Olía a fuego mojado.

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La voz de la parvus hizo despertar a Zacharyas de su ensoñación, y dejó de seguir el aroma a fuego, que lo guiaba hacia el exterior de la cueva. Pronto comprendió la situación, la situación real y no la suya propia, que lo llevaba al exterior a morir. Tensándose de pronto, alterado, el caeruleus se dejó guiar por la muñeca, por Ayne, hacia el cuerpo de la chica. La envolvió con su cuerpo, con las capas, y la tomó en los brazos, alzándola del suelo.
El mago se introdujo más en la cueva, iría hasta donde la boca de la misma no fuese visible, hasta que solo hubiese oscuridad, allí donde ni un solo trozo de aquel hielo pudiese llegar, a un lugar al que no se acercasen los rayos.

Una vez lo consideró oportuno, Zacharyas se sentó, colocando a la parvus sobre su regazo, todavía envolviéndola de alguna forma, protector, inmóvil, tenso.
Deseaba salir y ser aplastado por aquellas piedras, o perderse en medio del bosque, buscando aquel fuego.

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El chiquillo se volvió hacia mí, y yo tiré un poco más, asintiendo. Entonces me cogió en brazos, y yo me aferré a él con fuerza, rodeando su cuello con los brazos y su torso con las piernas. Le di un pequeño beso en la oreja.

Me dejé llevar lejos, a lo oscuro, muy oscuro. Estaba tan oscuro que era todo negro. Y el chiquillo bajó entonces, y podía sentir cómo todo se movía pero no veía nada, así que me aferraba a él con mucha fuerza.

Al final, estábamos en el suelo, y el chiquillo me cubría, y yo seguía fuertemente aferrada a él.

-Es todo negro y no distingo -expliqué, quejumbrosa. Y le di un nuevo beso.

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La cueva, que siempre había sido un lugar sólido y aparentemente seguro, no se salvó del devastador ataque que aquella noche parecía cobrarse la tormenta.

El agua hizo que sufriera desprendimientos en algunas zonas. Su suelo estaba húmedo, formando charcos que inutilizaban alguna de sus zonas profundas y generaban un ambiente húmedo y frío. El agua se colaba entre las piedras que formaban el techo y movilizaba a las alimañas que allí vivían, haciéndolas huir por donde podían encontrar mejor refugio.

En cuanto el trueno calló, la cueva se vio iluminada por completo durante unos segundos y acto seguido un tremendo estruendo atravesó el lugar de lado a lado, generando un movimiento de tierra que pudo con las rocas del techo ablandado.

La cueva tembló dando lugar a una lluvia de escombros y, junto con la corriente de agua que se extendía por los alrededores, las piedras que formaban la entrada comenzaron a caer inevitablemente, taponando el lugar como una tumba natural.

Cuando el humo y el fuego inundaron la zona, la cueva permaneció hermética e impenetrable.

***

Al día siguiente la lluvia había cesado, como si la tormenta jamás hubiese existido, más que por los restos de barro y el paisaje destrozado. La cueva, sin embargo, seguiría cerrada, atrapando en su interior a aquellos que se encontrasen en ella, hasta que las rocas de la entrada fuesen removidas.

*La cueva está inaccesible desde el exterior*

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El derrumbamiento de la cueva había hecho que Zacharyas perdiese el conocimiento un rato. Cuando despertó, tenía algo de sangre bajándole por la sien, ya seca, pero se encontraba bien. No tardó demasiado en, junto con Ayne, explorar la cueva de nuevo. La estructura se mantenía bien, algo mojada, pero lo más perturbador era la entrada, que estaba taponada por rocas.

Al día siguiente, Zacharyas seguía apartando, como bien podía, algunas de las rocas más pequeñas. Las manos le sangraban, a aquellas alturas, lo cual lo reconfortaba, pero tenía claro que muchas de ellas, las más grandes y encajadas, no sería capaz de apartarlas.
Zacharyas se frotó la frente con la manga de su camisa y se volvió hacia Ayne. Carraspeó.

-¿Es posible hacer algo con magia? -inquirió, con voz ronca, calmado.

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Cuando el chiquillo se había quedado dormido, había buscado agua y rondado a su alrededor, intentando despertarlo. No lo conseguí hasta mucho, mucho después, tanto que se había hecho viejo. Un poco.

Recorrimos la cueva. Al final, el celemoto había buscado la cosa brillante allí dentro, pero no la había encontrado y se había enfadado más. Y ahora ya no se oía al celemoto, pero tampoco se veía nada y no había salida. Trabajé con el chiquillo para arreglarlo, pero todo era demasiado gigante par hacerlo.

Lo miré, muy seria, y luego las manos.

-Golpear -sugerí.

Edad : 34 Mensajes : 1289

Zacharyas apoyó una de sus manos ensangrentadas sobre e puño de Ayne, negando suavemente, conteniendo su idea. Desvió de nuevo la mirada a las rocas, buscando algún resquicio de luz que entrase, pero estaba claro que no tenían contacto alguno con el exterior. A Zacharyas no le parecía desagradable aquello de morir encerrado en una cueva, pero lo cierto era que, de alguna forma, esperaba más de su propia muerte que, simplemente, la inanición. Además de que allí podrían aguantar bastante tiempo con vida, lo que le daría un trayecto lento a una muerte nada impresionante. Y, por otro lado, prefería no arrastrar a Stalon con él. Por no hablar de su visita pendiente a casa.

-No funcionaría -. Carraspeó-. Hay que esperar.

Y, con gesto relajado, que no sonriente, Zacharyas tomó asiento en una de las rocas del muro, pasándose, distraído, la mano por el estrecho corte ya cerrado que tenía en la cabeza. Al palparlo escocía.

*fin de escena*

Jefe de Raza Edad : 57 Mensajes : 411

Ya estoy recuperado tras el gasto de excesiva energía del otro día. No me gusta decir que los años pasan, pero hace diez hubiese aguantado tras la noche como un auténtico jovencito. De todos modos, todavía me queda mucha guerra que dar; hay Nagorr Brumm para aburrir, por desgracia para muchos y por suerte para mí.

Me aparezco a lo que hace unos días era la entrada de la cueva y coloco las manos sobre las rocas, con gesto teatral. Va siendo hora de que todo vuelva a su sitio. Habéis demostrado ser todos unos supervivientes, eso sí. Me gustan los guerreros que no se mueren cuando se quedan encerrados en una cueva.

A una de mis palabras, las rocas comienzan a moverse, fundiéndose unas con otras, como volviéndose una masa, y poco a poco abandonan la entrada, volviéndose uno de nuevo con las paredes, reforzando las partes que han cedido y rellenando las grietas. Pronto el túnel vuelve a ser sólido y a estar abierto a visitas.

Me sacudo las manos y me desvanezco. Hay más que hacer.

*desaparece*

*La cueva está abierta de nuevo*

Edad : 30 Mensajes : 1315

Cuando la luz vino, no vino hasta mí, pero tuve que cerrar los ojos, con un grito de sorpresa, y taparme la cara. ¡Había vuelto! ¡La luz!

Cuando por fin conseguí acostumbrarme, y aún viendo manchitas violetas, sacudí al chiquillo con fuerza, emocionada. Saltaba, correteaba a su alrededor y le daba tirones.

-¡Es la luz! -exclamé, tratando de arrastrarlo hacia la salida-. ¡La luz! ¡Está la luz!

Edad : 34 Mensajes : 1289

Zacharyas dejó ir un gruñido ronco al recibir la luz en los ojos, volviéndose inmediatamente, de manera involuntaria, dándole la espalda a la boca de la cueva y llevándose una de sus huesudas y pálidas manos al rostro, cubriéndolo por un instante. Estrechó los párpados, incómodo. La cueva, la tormenta... Zacharyas casi había olvidado aquel doloroso fulgor que le abrasaba las retinas. De pronto, por capricho del sol, su visión empeoraba de nuevo.

Esbozó una sonrisa, sin embargo, al ver a la parvus contenta. Con cuidado, recogió las pocas pertenencias que tenían allí y se puso la capucha, cubriéndose los ojos para protegerlos del sol abrasador que pretendía arrancárselo.

-Vamos -murmuró, con voz ronca, dejándose arrastrar por la parvus.

*se van*

Edad : 34 Mensajes : 1289

Zacharyas se había pasado aquella noche por la cueva que había en el bosque, tras haber atravesado aquel último sin un rumbo fijo. AL ver la oscura entrada no había podido evitar una breve sonrisa, recordando el encierro que había sufrido allí dentro.
En el caso de Zacharyas, "sufrido" era una palabra muy ambigua, de todas formas.

Se internó en aquellos túneles, ya conocidos para él, aunque hacía tanto que no los visitaba que se le hicieron extraños. Aunque con el paso de los minutos su memoria se refrescaba, y pronto podía ser capaz de reconstruir en su cabeza las partes más cercanas al exterior.

Tras recorrer un buen rato las galerías, por algún motivo, quizás por sentirse cansado, Zacharyas decidió, entonces, que aquel sería un buen lugar para dormir, quizás para conmemorar sus recuerdos.

*se duerme y al día siguiente sale a la luz*

Edad : 28 Mensajes : 477

Johan camina con tranquilidad hasta un sitio del bosque que no ha visitado antes y encuentra, entonces, la boca de una cueva que llama su atención. Duda un momento, rondando la entrada con curiosidad, con las manos a la espalda, inclinándose un poco para mirar dentro. No ve mucho, claro, porque la luz que entra a esas horas escasa, por lo que, cuando se decide a entrar no profundiza demasiado.

Se dedica a recorrer el túnel hacia el interior con la mano pegada al muro para guiarse, estrechando mucho los ojos para ser capaz de distinguir la figura de algún animal o cualquier posible saliente que lo espere más adelante.

*se queda*

Edad : 30 Mensajes : 1311

El paseo es agradable. Se me hace un poco extraño contemplar la nieve que me rodea sin sentir el menor frío, pero no pienso quejarme. Está ya oscuro, pero Vilo se ha hartado del palacio y he decidido acompañarlo. Lis estaba con Adain, así que no he tenido ocasión de invitarla esta vez. Me reuniré con ella más tarde.

Por el momento, me dedico a seguir al vulpus, con el corazón de Iracunda flotando junto a mí y un flagrare en la mano que me ilumina el camino. Vilo trota tranquilo, unos pasos por delante, y al contrario que otras veces, no se aleja demasiado. Hasta que, de pronto, alza las orejas y la mirada, eriza el pelo de la nuca y se adelanta con un corto gruñido. Me veo obligada a apretar el paso.

Para cuando llego junto a él, lo encuentro en la boca de una cueva, escudriñando la oscuridad del interior, con un gruñido constante en la garganta. Inconscientemente, palpo el látigo que llevo junto a la pierna.

-Vilo, ¿qué pasa? -pregunto en un murmullo.

Él comienza a adelantarse, y lo sigo sin alejarme demasiado. Al poco, veo una figura al fondo de la cueva. Una figura humana. De nuevo, la mano busca el látigo.

-¿Quién anda ahí? -pregunto, esta vez a la silueta.

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Johan lleva ya un buen rato caminando por la cueva cuando un sonido llama su atención. Alza las cejas, curioso, y se vuelve, ladeando suavemente la cabeza. También hay una luz, por suerte, que le aclara que el animal que le gruñe no va solo.
Se mete las manos en los bolsillos, tranquilo, hurgando en busca de los premios de Dardo. No tarda en dar con un poco de cecina que muestra al animal que le gruñe, totalmente tranquilo.

-Eso debería decir yo -comenta, relajado, cuando la primera vez suena-. ¿Me he metido donde no debía? Me dijeron que viniese aquí a por la harina, pero creo que me han gastado una broma.

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Por un momento, temo que Vilo se lance a por la comida como si estuviera famélico, pero ni siquiera dedica un vistazo a la tira de carne. Empiezo a no reconocerlo, aunque en este caso sea de agradecer. ¿Qué le pasa? Sospecho que ha incluido la cueva en su territorio, pero no puedo estar segura.

-Vilo, ya vale -murmuro. Me dedica una mirada acusadora, pero el gruñido se apaga. De todas formas, sigue vigilando al hombre.

Que, por otra parte, resulta ser un idiota. ¿Se han reído de él o se quiere reír él de mí? En cualquier caso, nada a su favor. De todas formas, parece inofensivo. Y aunque no lo sea, la presencia de Vilo me reconforta.

Suelto una risa suave, divertida, hasta dulce.

-Me temo que sí -respondo-. Más bien parece que te hayan enviado en dirección contraria.

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Alza las cejas sin borrar la sonrisa tranquila cuando el animal ni se mueve. Bien educado, desde luego. Dardo haría lo mismo, quiere creer. No acepta comida de muchos. Suele preferir presas vivas, pero acepta la cecina si se la da Johan. Como premio.
Se la guarda de nuevo en el bolsillo del que la ha sacado y alza la vista hacia la extraña.

-Vaya desastre -comenta, aunque ni se esfuerza en simular una preocupación real.

Tiene que entornar un poco para verla bien. Es algo desagradable. Termina alternando la vista entre ella y el animal, Vilo, con curiosidad.

-Es un vulpus, ¿no? Vilo, eh...-. Extiende una mano hacia el animal, para permitirle que la huela, aunque sin atisbo alguno de titubeo.

Edad : 30 Mensajes : 1311

De verdad me pregunto de dónde ha salido semejante payaso. Es tan extraño que resulta sospechoso. No sería la primera vez que alguien intenta colarse en Brontë. Quizás Vilo no esté reclamando la cueva, sino delatándolo. A veces me gustaría poder hablar con él en un lenguaje más claro.

-Si quieres, puedo guiarte -propongo con voz inocente-. Conocemos bien el bosque, ¿verdad, Vilo?

Pero él está demasiado ocupado enseñándole los dientes. Y eso que ha sabido no lanzar la mano directamente, sino ofrecérsela. Lo que Vilo le devuelve es una dentellada. Una dentellada estúpida y un farol malísimo, porque cierra los dientes en el aire a milímetros de los dedos de él, sin llegar a rozarlo. Buena amenaza, pequeño.

Pongo una mano sobre su lomo, enterrando los dedos entre el pelaje. Una forma de tenerlo a mano si necesito agarrarlo.

-Lo siento, no sé por qué está tan nervioso.

¿Lo sabes tú?

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La mira, risueño. Asiente con suavidad.

-Oh, me encantaría. No tengo claro si sabré volver desde aquí. Aunque supongo que todo será salir y buscar el enorme castillo, eh -comenta, ladeando un poco la cabeza.

Ante la dentellada, ni siquiera hace amago de apartar la mano. Sí que baja, sin embargo, la vista hacia el vulpus de nuevo, muy relajado. Al final la retira, no obstante, para guardársela en el bolsillo.

-Oh, no pasa nada. No me conoce. Es normal, imagino-. Y, de nuevo, la mira a ella-. ¿Sigue nevando fuera? Llevo aquí un buen rato.

Edad : 30 Mensajes : 1311

Le devuelvo una sonrisa tranquila, casi accediendo a su broma. Es tan sospechoso que casi me da escalofríos. Pero con su aspecto, si tiene malas intenciones, solo existe la posibilidad de que sea muy idiota o muy poderoso. En ambos casos compensa más evitar una disputa.

-¿En este enorme bosque? -respondo, divertida-. Si es lo que quieres... pero yo te recomiendo que me dejes mostrarte el camino.

Viendo su reacción a Vilo, empiezo a decantarme por la opción de idiota. ¿Está esperando a que le arranque una mano o qué? No, no es normal que se porte así. Eres tú. Algo en ti no le gusta, y eso te convierte automáticamente en una sospecha.

-Aún nieva, sí -respondo-. No parece que vaya a parar. Es mejor buscar un refugio más adecuando mientras pueda seguirse el camino.

No me quedo yo aquí encerrada contigo ni muerta.

Edad : 28 Mensajes : 477

Tiene pinta de alguien que lleva ahí bastante tiempo. Parece segura de sí misma. A Johan le parece interesante la amabilidad de todo el mundo por ahí, así que accede y se acerca para caminar en dirección a la boca de la cueva. Y deja cierto espacio para que el animal no se sienta acosado, claro. No quiere lamentarse. Prefiere estar tranquilo.

-Así que todavía nieva... -repite, estrechando los ojos y mirando hacia fuera. Hacía años que no podía permitirse hacer tantos muñecos. Aunque a esas horas le parece más incómodo-. Estamos teniendo un invierno pleno-. Se gira cuando ya la ha adelantado, alzando las cejas, y le tiende una mano. La izquierda. La cambia nada más haberlo hecho-. Soy Adain, por cierto. No me he presentado, me temo. A veces soy algo despistado.

Se muestra completamente tranquilo, ladeando la cabeza suavemente.

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Asiento con suavidad. El hecho es que jamás ha habido un invierno que me preocupara menos, pero tampoco había visto tanta nieve nunca. Una combinación curiosa para alguien como yo, desde luego.

-Sí, y promete ser largo -coincido, afable.

Y entonces llega el momento. Creo que, definitivamente, lo he pillado. Vilo lo advertía, pero aquello parece confirmarlo. Por supuesto, todo puede ser una serie de casualidades, y eso no puedo negarlo. Pero creo que voy a acordarme bien de su cara y de todos los rasgos que pueda, no vaya a ser.

Le dedico una inclinación de cabeza, ignorando deliberadamente la mano que me tiende. La forma en que lo hace no inspira confianza. Él no inspira confianza. Vilo nos da alcance por fin tras inspeccionar algo más la cueva, y eso me hace sentir algo más tranquila.

Cuando esbozo una sonrisa, hay en ella un mensaje para él que indica que lo tengo controlado. ¿O se lo estará imaginando?

-¿Adain? -repito, con alegre sorpresa-. ¡Qué casualidad! Precisamente tengo un amigo que se llama así. Vive aquí, en Brontë. ¿Es un nombre común en el lugar del que vienes? Es extraño encontrar nombres iguales en un lugar en el que se reúne gente de tan distintos orígenes, ¿verdad? Creo que tendré que presentártelo -. O quizás no debería precipitarme tanto, si considero a Ío en la ecuación. Quizá estoy poniéndome demasiado a la defensiva-. ¡Ah!, yo soy Io, por cierto. Un placer.

¿Por qué he dicho eso? Qué asco.

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A Johan le parece que todo marcha bien. Asiente, seguro de que el invierno promete ser largo. O de que lo está cumpliendo. Intenso, ¿no? No le molesta. No le molesta la nieve, ni tampoco el frío. Aunque lleve poca ropa. No es algo a lo que esté desacostumbrado, claro.

Alza las cejas, curioso, al descubrir que ella conoce a Adain. No es que sea una sorpresa increíble. La sorpresa es que no haya coincidido antes. Pero a Johan tampoco le importa demasiado hallarse en una situación así.

-Oh, ¿en serio? No lo conozco. Aunque quizás lo haya visto en las habitaciones. ¿Cómo es?-. De hecho, tiene algo perfecto. Una de esas verdades que coinciden a veces-. Yo me crié en Ventus, y sí que conocí a algunos Adain por allí. Tampoco muchos...-. Se encoge de hombros con naturalidad-. No sé. Lo normal.

Io.
Asiente, risueño, mientras se hurga en el bolsillo de nuevo. Se lleva un cigarro a los labios y señala el flagrare de Io con un cabeceo.

-Es un placer, Io. ¿Te importa si...? -inquiere, sosteniendo el pitillo con una mano para no perderlo mientras habla.