Cueva.

Mientras caminaba con Telma por el bosque, dando un paseo y buscando algo de comer, encontré entre la maleza un camino por el que no había pasado nunca, y al seguirlo ambos dimos con la gran boca de una cueva.

-¡Qué pasada! -expclamé, soltando un silbido-. Seguro que aquí es donde los contrabandistas guardan sus mercancías.

Me acerqué con cuidado, mirando al interior, pero sin atreverme del todo a entrar. Allí podía haber cualquier cosa. ¡Incluso un ejército o un dragón gigante! No es que yo fuera un cobarde, ni mucho menos, pero como mendigo era mucho más precavido que como noble.

Al fin y al cabo, ¿quién recuerda a un mendigo cuando muere?

*se queda indagando*

FdR- Esta es la cueva del dragón del coito.

Lyam caminaba por el bosque sin rumbo fijo. Había salido hacía unos minutos, al ver cómo la lluvia amainaba un poco; una vez fuera, había decidido que no sería mala idea "perderse" por el bosque, así que ahí estaba, adentrándose en en lugar. Como todavía llovía un poco, llevaba puesta una capa puesta y, como era bastante tarde y no se veía, tenía los ojos iluminados.

Al llegar a una profunda zona, se encontró con Rick Dehnel, el noble mendigo. El chrysos frunció el ceño y lo observó.

—Buenas noches —murmuró. Pese a que estaba bastante malhumorado, decidió saludar al flamma por algún motivo que no alcanzaba a comprender.

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Estaba a punto de introducir uno de mis pies en la cueva cuando una voz me sobresaltó. Telma mugió y yo me volví a la vez.

- Eres tú, ¿Lyam? -pregunté, sin mucho entusiasmo, pues la voz me sonaba a la del chrysos.

Enseguida entendí lo que pasaba. ¡Él era un contrabandista (eso era bien sabido) y guardaba todos sus secretos en aquella cueva! Ahora tenía que fingir que no sabía nada para que creyese que no corría peligro y siguiese con sus contrabandos y, de ese modo, poder detenerlo.

Estaba cada vez más cerca de recuperar mi nobleza.

-No deja de llover, eh -comenté, mirando al cielo distraídamente-. Es horrible cuando no tienes un techo.

¡NO COMO EL TECHO DE SU CUEVA DE CONTRABANDISTAS!

El chrysos encendió las palmas de las manos para ver si, al aumentar la luz del lugar, el flamma era capaz de distinguirlo. No entendía, y nunca entendería, por qué demonios vagaba por las noches cuando no veía absolutamente nada, tuvieses dos puntos luminosos en la cara o no.

—Juraría que sí —murmuró, jocoso. Luego dio un par de pasos hacia delante. Observó, desde su nueva posición, la cueva que había detrás del flamma y ladeó la cabeza. No recordaba haber visto aquella cueva antes.

Cuando Rick volvió a hablar, el chrysos reprimió una risa. Claro que era horrible no tener un techo porque simplemente no te da la gana de tenerlo. ¡Pobre Rick Dehnel!

—Oh, claro —murmuró, mirándole de reojo. Torció una sonrisa—. Tener techo es horrible, especialmente cuando no tienes opción a otra cosa.

Ensanchó la sonrisa. Aquella farsa del flamma le parecía realmente estúpida.

No me gustaba el tono del chrysos.
Fruncí los labios. Se notaba a la lengua que era un falso y un contrabandista, pero yo, el bueno de Rick, tenía que contenerme para no saltar sobre él simplemente porque no tenía pruebas.

Telma correteaba entre los árboles, ajena a nosotros.

Me volví hacia la cueva.

-Aunque este lugar es buen sitio para esconder algo, ¿no crees, Lyam?

Lo miré de reojo, aunque daba igual: en la oscuridad apenas veía su cara. De todas formas, mi hábilmente tendida trampa lo haría destapar su plan enseguida.

El chrysos frunció el ceño. No le gustó el cambio de tono del flamma. Aunque, por otra parte, tampoco le sorprendía demasiado: ¿acaso no era Rick Dehnel, el noble mendigo, el que iba por ahí llamándole contrabandista? Pese a que aquella indirecta no tenía ningún sentido, el chrysos pensó que en el universo de Rick Dehnel era hasta lógico.

Asintió.

—Sí. —Esbozó una sonrisa sesgada—. Seguramente es un buen sitio para esconder algo.

Me paseé de un lado para otro, lanzándole de vez en cuando furtivas miradas perfectamente disimuladas. Su respuesta no hacía más que confirmar mis sospechas, pero... ¿Cómo hacerlo cantar?

-Vaya, vaya... Puede que alguien esconda algo en la cueva. Quizás debería mirar dentro. Nunca se sabe si hay enemigos de Brönte, o algo peor...

Una nueva mirada, incapaz de ver nada, se perdió en la oscuridad.

No me importaban sus negativas: si no sabía nada de aquella cueva, ¿qué hacía allí a esas horas de la noche, solo y sigiloso?

Observó como el flamma se movía de un lado a otro como si se creyese un grandísimo guardia que en breves haría un gran descubrimiento. Lyam cruzó los brazos y esperó pacientemente a que el pobre Rick Dehnel hablase. Ni tan siquiera era capaz de comprender por qué seguía ahí, por qué no se había ido, si no soportaba al flamma.

Cuando Rick Dehnel finalmente habló, Lyam sonrió.

—Adelante. —Señaló la cueva con su mano derecha—. Nadie te lo impide.

Fruncí el ceño. ¿No le importaba que entrase? Entonces abrí los ojos con comprensión, relajando el rostro. Seguramente lo que allí dentro había estaba tan oculto (o tal era la oscuridad) que no lo hallaría por mucho que buscase.

Esbocé una sonrisa relajada. No iba a dejarme vencer.

-Desde luego, lo haré. Pues no ahora, pues no es buena idea meterse ahí dentro -señalé la boca de la cueva -con esta oscuridad. No quisiera que me atacasen por la espalda

No le sorprendería eso: que el chrysos le atacase por detrás como un vulgar ratero en una oscura cueva sin siquiera dar la cara.

Lyam se encogió de hombros. Le daba exactamente igual que el flamma explorase o dejase de explorar la cueva. A fin de cuentas, y por mucho que le pesara a Rick Dehnel, él no tenía nada ahí dentro; ni tan siquiera recordaba que había una cueva en mitad del bosque.

—Pues no lo hagas, como quieras —murmuró. Observó al flamma—. Aunque dudo que alguien te atacase por la espalda.

Sonrió. Lo que ya no le importaba tan poco eran sus indirectas: eran completamente estresantes.

Asentí complacido, cruzándome de brazos. La capa raída y vieja que llevaba los cubrió dejándolos invisibles, pero mi pose era mucho más chula.

-Tienes razón -dije. Telma mugió-. Nadie se atrevería a atacarme por la espalda porque se asustarían. Pero, créeme. Hay gente que sí atacaría a traición solo con tal de no dar la cara.

Esta vez no lo aludía a él; hablaba en general.

A mí, sin embargo, nadie me atacaba a traición, pues los mendigos no tenían de eso.

Lyam sonrió. De alguna forma, era gracioso escuchar la concepción del mundo de Rick Dehnel. Todo el mundo que no era de su agrado era sospechoso de algo: podían ser sospechosos de ser contrabandistas, de ser putas, de ser asesinos que atacan por la espalda... Era, de alguna forma, curioso. Parecía que los únicos realmente honrados de todo Mithos eran los que eran como él, los que eran como Rick Dehnel, el noble que había decidido convertirse en mendigo.

Frunció el ceño.

—Por supuesto que hay. De hecho, imagino que hay bastantes, aunque creo que nuestra imagen de "gente perversa" es diferente.

Por su puesto, no iba a negar que había gente alejada de la clase del flamma que sí que era despreciable, pero, en su opinión, las apariencias podían engañar bastante.

Olfateé el aire, pensativo. Su tono me resultaba desafiante y desagradable, pero no debía dejar que él lo notase.

- No creo que lo sea -dije al fin, tras meditarlo un rato-. La gente perversa es aquella que hace daño al resto sabiéndolo y cuyos motivos para herir no son bienintencionados.

Telma se había internado entre algunos árboles. No le hice caso, pues con el tiempo había llegado a comprobar que ella se orientaba muchísimo mejor que yo.

-Quizás la diferencia entre nosotros no es esa imagen de perversión, sino la idea de bien.

Mi padre siempre me había dicho una cosa: "Rick, hagas lo que hagas, aunque sea una locura, recuerda que siempre has de hacerlo sin ánimo de herir y con buena intención, siguiendo las pautas del buen hacer". Y, hasta entonces, así había intentado hacerlo.

Esbozó una sonrisa sesgada. Aunque fuese increíble, estaba de acuerdo con el flamma. No obstante, le parecía curioso que fuese Rick Dehnel el que dijese eso. A fin de cuentas, el flamma no dejaba de ser el que incluía al resto en ese grupo de gente perversa sin conocerlos siquiera.

—Cierto es. —Asintió—. Eso es lo que yo opino.

Observó el cielo. Había dejado de llover. El chrysos se retiró la capucha y volvió a mirar el flamma, que volvía a hablar. Alzó las cejas.

—¿La idea de bien? —Torció una sonrisa—. Tal vez eso sí que sea diferente. —Ensanchó la sonrisa—. Quién sabe.

Enarqué una ceja. Estaba ya harto de aquello.

-No me gusta tu tono -le espeté al fin-. Hablas siempre así, como si fueses un líder de raza o un sabio. Siempre parece que ocultes algo sospechoso.

Ya estaba dicho. Si tanto quería hacerse el inocente, diciendo que no era contrabandista ni nada semejante, que diese motivos comprensibles para comportarse siempre como si llevase cosas tuyas robadas en los bolsillos y tú todavía no te hubieses dado cuenta de que te las había quitado.

La gente así, según mi padre, pocas veces era de fiar. Y difícil les resultaba ganarse la confianza de alguien honrado con esas expresiones y ocultamientos.

Frunció el ceño.

—No le hablo así a todo el mundo —aseguró, serio—. Simplemente, no entiendo por qué debería tratar con amabilidad a un tipo que va insultando a todos aquellos que le caen mal o que va adjudicándoles profesiones a cada cuál peor. —Alzó las cejas. Luego sonrió—. Estoy seguro de que a todo el mundo le vas contando lo malísima persona que soy o lo puta que es Alehyss, ¿no? —Ensanchó la sonrisa y volvió a fruncir el ceño—. Te comportas como si fueses mucho mejor, como si fueses, qué sé yo, un salvador, y lo único que haces insultar a la gente que no conoces. Y, créeme, estoy convencido de que no has puesto nada de tu parte para apartar tus ideas preconcebidas.

No pude evitar soltar una carcajada al escuchar toda su sarta de sandeces.

-Si fueses honesto, Lyam, te irías al verme. Si tan mal te caigo, no saludes, pero borra esa sonrisa de tu cara mientras te hablo. ¿Eres mejor por pensar que soy estúpido y callar?

Apreté la mandíbula. Aquel guardaba algo, y estaba seguro de que, aunque no tuviera que ver con la cueva, acabaría por encontrar lo que usaba para traficar.

-Quizás adjudicique profesiones, pero tengo mis motivos para pensar que Lester es una asesina. Y no soy el único que la ha llamado puta a la cara.

Mis ojos chispearon. Estaba fuera de mí, a medio camino entre heroico y furioso.

-La gente siempre me ha llamado estúpido, pero creo que el que no entiende algo eres tú, chrysos.

Frunció el ceño. Odiaba que se riesen de él.

—A veces la gente hace cosas incoherentes. —Alzó el mentón—. Y yo en ningún momento he dicho que fuese mejor porque me callo que creo que seas estúpido. De hecho, en ningún momento he dicho que fuese mejor que tú.

Apretó la mandíbula. Estaba enfadado. Cuando el flamma volvió a hablar, el chrysos primero reprimió una risa, y luego, al escuchar su último comentario, frunció el ceño. Dio un par de pasos hacia delante, acercándose a él.

—Yo nunca quise llamarla puta. Podía sonar, pero no era mi intención llamarla eso. Seré un imbécil que no es capaz de hilar bien dos frases cuando algo le molesta, pero en ningún momento estuvo en mis planes insultarla. —Clavó sus ojos en los del flamma—. Y por muchos motivos que creas tener para llamarla asesina, no tienes ningún derecho a ir expandiendo rumores sobre ella por ahí.

Volvió a alzar el mentón, entre orgulloso y desafiante. Cuando el flamma volvió a hablar, sonrió, chulesco.

—Tal vez yo no entiendo algo, pero estoy convencido de que tú no eres el más indicado para decírmelo.

-Haces demasiadas cosas incoherentes para que sean incoherentes. Mi padre siempre decía algo:si huele a mierda y sabe a mierda, es mierda. Y no te he probado, pero huele algo raro aquí. No tengo ninguna prueba tanegible, pero si no hay algo raro que caiga un rayo sobre mí ahora mismo- dije, abriendo los brazos mientras hablaba, como ofreciéndome al cielo.

Cuando reaccionó a mi comentario, acercándome, alcé los puños, tensándome por si me atacaba. Mi rostro se mostraba huraño.

-Eso cuéntaselo a quien le importe.

Lo cierto era que tras ser salvado por la puta de Lester tenía pendiente hablar con ella. No la iba a poner en un pedestal, ni nada por el estilo, pero mi vida era gracias a ella, y la nobleza de mi interior no podía luchar contra esa evidencencia.

-No aceptes consejos, chrysos. Mucho mejor. Así podré reírme cuando te estampes.

Soltó una carcajada.

—¿Qué sabrás tú acerca de la incoherencia de las cosas que hago? Admito que saludarte es incoherente, pero creo que tú no eres nadie para juzgar la coherencia de lo que hago.

Frunció el ceño. Era cierto que hacía cosas incoherentes, lo admitía, pero ¿quién era él para cuestionarlo? Rick Dehnel no era otro que el hombre que presumía de nobleza mientras insultaba a los demás.

Al ver cómo alzaba los puños, arqueó las cejas. ¿Pensaba pegarle? No lo parecía, pero ¿quién sabía? Volvió a clavar sus ojos en los del flamma. Ignoró su segundo comentario, pero no pudo evitar una sonrisa chulesca al escuchar lo último.

—¡Por Mithos! Cuánta bondad hay en tu interior. —Ensanchó la sonrisa—. Espero no estamparme contra el suelo. No quiero darte ese gusto, aunque, por otro lado, así todo el mundo podría ver lo buenísima persona que es noblísimo Rick Dehnel.

Bufé, agresivo.

-Sé más de lo que crees. Si te vieses desde fuera, te verías incoherente y sospechoso como un bandido.

No sabía si eso era real, pero no podía flaquear. De lo contrario, toda mi credibilidad caería y se rompería contra el suelo. Y en esos momentos, eso no podía permitírmelo.

-¿Cuál es la maldad? -pregunté, sin embargo, cuando rió-. No hago más que decir verdades, pero si quieres ignorarlas no soy yo el que es cruel al reírse, sino tú el que es como un niño que no escucha. Cuando aprendas la lección te dejarás de esos comportamientos arrogantes.

No lograba expresarlo bien, pero así lo sentía. ¿Era malo por decir aquello? ¿Acaso los padres, cuando sus hijos no los escuchaban, no les decían que ya se estamparían contra el suelo? Así se aprendía. Solo que si el chrysos se caía yo no iba a soplarle en las rodillas.

-Cuando te caigas te darás cuenta de que no luchamos en la misma guerra.

Lo miré, y por primera vez sentí pena por él: desairado y apaleado por una mujer, sospechoso y sin la capacidad de reconocer y agradecer los consejos que le brindaban sus adversarios. Un hombre como él no merecía risas ni gritos, sino tristeza, pero con esos modos jamás lograría ayuda.

Alzó las cejas.

—No creo que tenga esa imagen. Por lo general, la gente no acostumbra a llamarme bandido o contrabandista. A eso te dedicas tú. ¿No crees que, tal vez, es problema tuyo por mirar lo que te da la gana?

Pese a que lo dijo con total convicción, en el fondo dudaba un poco de aquello. A fin de cuentas, ¿cuántos confiaban en él? Se acordó de Alehyss Lester. Estaba claro que, pese a todo, la chica no confiaba nada en él (siempre con su kusarigama, siempre tan cortante e inaccesible de alguna forma).

—Yo nunca me reiría de las desgracias ajenas. —Clavó sus ojos en los del flamma—. Es algo que mi madre me enseñó: no te rías de las desgracias de los demás, decía, porque no sabes las circunstancias por las que están así. Además, ya te he dicho que no hablo así con todos.

Ya le había explicado al flamma los motivos por los que no le respetaba. Y tal vez no fuese el tío más simpático de todo Brontë, pero no se comportaba como un arrogante por todos. ¡Por favor! Si fuese tan arrogante, no se hubiese arrastrado delante de Alehyss; si fuese tan soberbio, tan horrible y tan mala gente como el flamma creía, no se hubiese parado a consolar a Heylel el otro día. Tal vez no fuese la persona más buena de todo Palacio, y tal vez se comportase como un arrogante con él y con el líder caeruleus, pero no creía que fuese como el flamma creía que era.

—Repito que espero no caerme.

- Quizás sea yo que solo veo lo que quiero... ¡O quizás seas tú el que solo ve lo que quiere! Y no ves lo que yo veo que es lo que en realidad se ve y no lo que tú quieres ver y nadie ve.

Tenía que hacer verdaderos esfuerzos por no rechinar los dientes. ¿Cómo podía ser aquel tipo tan corto de entendededederas?

¿Qué él nunca se reiría de las desgracias ajenas? Ahí sí que tuve que contenerme para reír.

-Una cosa es que por tus circunstancias, tropieces. Pero si te grito "oye, hay una piedra" y tropiezas... O eres sordo o idiota. Y si eres idiota porque quieres, me puedo permitir reírme, porque no es una desgracia. Lo pides.

Para mí, tenía sentido. Siempre había niños que se hacían los tontos para que el resto se riese, y Lyam parecía de esos. Haciendo el payaso para que los demás... Quizás de pequeño había sido así y seguía creyendo que de mayores no hacían gracia esas bobadas. O quizás era un contrabandista y quería distraer mi inteligente atención de aquella cueva...

Frunció el ceño.

—No creo que todo el mundo me vea como un bandido. —Sonrió—. Si todo el mundo me viese como tú, dudo mucho que estuviese aquí.

Escuchó el siguiente comentario del flamma tratando de escuchar hasta el final sin responder. Finalmente, lo logró, aunque tuvo que reprimir un par de irónicas carcajadas mientras Rick hablaba.

—Admito que cuando avisas a alguien de que se va a caer y este te desobedece, tal vez puedas regodearte sin parecer un auténtico capullo. Yo no lo haría. Sentiría más lástima que otra cosa por el tío (o tía) que no me ha hecho caso por cualquier motivo y se ha caído, pero supongo que somos diferentes. —Alzó las cejas—. De todas formas, vuelvo a repetir que no le hablo a todos de la misma forma que creo que es el motivo por el que me dices que "soy un estúpido que no sabe nada"; vamos, que es el motivo de tu consejo. Y no voy a repetir los motivos por los que te hablo así porque, total, te dan igual.