Cueva.

Frunzo un poco el ceño. Pero será raro. ¿A quién no se le ocurre eso? Que sí, que la gente es una plasta, pero a veces apetece...
Thor deja la comida a medio comer y vuelve junto a Corbin, esta vez buscando jugar (y creo que la comida cocinada le resulta extrañamente curiosa, atractiva o algo). Ya me lo va a quitar. Que el escamoso este se va con quien mejor lo trate.

-Bueno, un poco, ¿no? Te hace más inaccesible, o así. La gente quiere tener alguien al que contarle su día de mierda, y que ese alguien le cuente el suyo. "Ey, tío. He tenido un problema y nadie me escucha", o algo así. No digo que no seas de fiar, pero tan serio...

A mí me cuesta un poco, de todas formas. Puedo contar mi día de mierda, pero decir esas otras cosas más importantes... Eso es más difícil.

Corbin miró al reptil con evidente desconfianza. De pronto, parecía claro que no sabía qué hacer con él. Lo empujó un poco, señalando lo que quedaba de las vísceras con un gesto de cabeza.

-Allí -murmuró.

Giró el conejo al fuego y comenzó a cortar tiras de carne del que ya había retirado. Ofreció una a Frikka, dubitativo. Eso había dicho ella, ¿no? Invitar. Comer en grupo. Corbin no recordaba nada especial en sus comidas con Falace, pero tampoco tenía motivos para llevar la contraria a la chica.

-Puedo escuchar mientras permanezca en silencio -objetó-. Es responsabilidad de otros decidir si tienen algo que decirme. Por otra parte, no veo el interés que pueda tener lo que yo pueda contar. Y, de todas formas, al igual que otros, puedo hablar de mí si se me pregunta o lo considero adecuado.

Ya lo había hecho. Tampoco era como si hubiera retirado la palabra al mundo, a fin de cuentas.

En vez de apartarse, al contacto de la mano de Corbin Thor se echa al suelo y comienza a contorsionarse de forma extraña, dejando ir gorgoritos y tratando de atrapar sus dedos con las patas, aunque sin arañar.
Ya veo por dónde van los tiros, pequeño.

Alzo las cejas sorprendida cuando me ofrece la comida, aunque termino por extender una mano y asentir, mirándolo fijamente, como esperando a que me lo quite.

-Gracias. Aunque no era una indirecta, eh... Pero lo cierto es que huele bien-. Me llevo un poco a la boca y, de hecho, sí. También sabe bien-. Digamos... -prosigo en cuanto se explica- que tienes uno de esos silencios imponentes. ¿Conoces a Cierzo? -inquiero-. Es un buen tío, pero tiene siempre esa expresión que si no vas segura parece que te vaya a comer la cabeza-. Quizás exagero un poco-. Y bueno... No sé si lo que puedes contar tiene interés porque no te conozco mucho -comento, encogiéndome de hombros-. Pero por lo que he visto aquí todo el mundo tiene sus  cosas interesantes. Algunos más que otros, pero... -. Pienso un momento, pero acabo por encogerme de hombros-. No sé, ¿sabes? Al final es como si todos estuviesen lejos de todas formas. Tampoco es que seas tú-. Doy un nuevo mordisco a la carne rumiando pensativa-. Hay un monton de personas, trabajamos juntos y tal, pero... No siempre que tienes algo que decir tienes también alguien al que decírselo, ¿sabes?

Eso es, Fifi. Y él es ese oído amigo. Tienes ojo para las cosas.
Aunque a veces es más fácil si no son los de siempre.

Corbin no estaba seguro de si él era excesivamente silencioso, pero sí tenía claro, a aquellas alturas, que la caeruleus era todo lo contrario. En lo que ella hablaba, se dedicó a cortar un trozo de carne para sí. El reptil, por su parte, no reclamaba menos atención. Bien podía reclamársela a ella. A regañadientes, Corbin cortó una tira más pequeña de carne para él y la lanzó al montón de vísceras, por ver si eso lo alejaba. Después, dio la vuelta al conejo que seguía sobre el fuego.

-Saber imponerse puede ser esencial a la hora de enfrentar a un enemigo -replicó, seguro-. ¿A quién quieres decirle qué?

Desde luego, no era fácil seguir el monólogo.

Thor sigue la trayectoria de la comida, pero no hace ni amago de levantarse y sigue restregando la espalda por el suelo. Al final, tras disculparme con una mirada, alargo la mano hacia él y lo arrastro hacia mí desde la cola, lo que le arranca un cacareo indignado. Pronto, sin embargo, se dedica a jugar con mi mano, como si nada hubiese pasado.

Asiento con la boca llena, terminando la comida. Aunque tampoco es que hable mucho.

-Tú lo has dicho -comento, tras haber tragado la mitad del bocado. Hago lo propio con la otra antes de continuar-. A tus... Ay-. Dirijo una mirada enfurruñada a Thor cuando me muerde un dedo, atraído por el olor-. A tus enemigos. Pero se supone que aquí no hay que asustar al personal, ¿no? Aunque ganarse el respeto no sobra, claro...

Entonces hace una pregunta delicada, que me hace bajar la vista. Cavilo antes de responder. La verdad es que frente a eso yo no sé bien qué...

-No es a alguien concreto. Es más bien como... Me siento algo cansada desde hace un tiempo. No físicamente. Es más... mental. Supongo que podría decirse triste o algo así. Pero no sé bien cómo encargarme de ello, ni a quién recurrir. Sé que contar las cosas alivia, pero es que es como...

La voz hace amago de fallarme y termino por callar, negando para mí. Al final lo miro con una sonrisa apagada y me encojo de hombros.
Yo qué sabré...

Corbin cortó una nueva tira de conejo para ella, y a continuación dispuso una nueva para sí. No podía sino agradecer que hubiera tenido a bien alejar al animal, que ya parecía cansado de la comida. Corbin asintió a lo que ella decía.

-Exactamente -confirmó.

Al claritas le costaba mucho entender a qué se refería. Demasiado como para darle un sentido claro en su cabeza. No podía hacer más que limitarse a asimilar sus palabras como una idea abstracta. Cuando ella detuvo una frase a la mitad frunció el ceño, intrigado.

-¿Como qué? -preguntó.

¿Como qué?
¿Cómo que "como qué"?

Lo miro, y de repente escucho silencio, el crepitar del fuego y los gorjeos contentos de Thor. Desde luego, no se anda con chiquitas, eh...

-Bueno...-. Noto la lengua algo pastosa. Bajo la vista al nuevo trozo de comida, pensativa-. ¿Nunca has sentido que se va acumulando en tu interior la sensación de que las cosas van mal? Que va creciendo, pero que aguantas..., pero que de repente parece que está a punto de llegar al límite. ¿Nunca has sentido que parece que falte poco para que te rompas?-. Aunque he alzado los ojos para mirarlo he tenido que bajarlos de nuevo por si se me humedecían. Por suerte no ha sido.

Cuando dije a Gerald lo de lo que había visto en la misión, en Memphys, lo primero que respondió fue que no estaba acostumbrada, o que debía acostumbrarme. Alguna mierda así.
Todo el mundo aquí espera eso. Espera que sigas adelante aunque te encuentres el cadáver de un crío, que sigas adelante aunque Gerald vaya a morir, que sigas adelante aunque cuando te sientes insegura la respuesta de todos sea simplemente que no debes estarlo.
Hago todo lo que puedo por ser profesional. Sigo entrenando aunque se largue de viaje a salvar su vida, aunque sea su amigo el que mande las cartas, aunque me retiren la palabra por haber abrazado a la persona incorrecta en el momento equivocado, aunque me griten por no subir a una barca, por querer hacer algo por unos críos muertos, aunque una visita a las mazmorras termine en un ataque inesperado.
Esas cosas pesan poco a poco. Pero intento tragarme el miedo cuando lo tengo.

Echo de menos a Narbe. Es ridículo. Apenas lo vi tres o cuatro veces. Pero me hizo sentirme, por una vez...
Fue como si todo estuviese bien. Parecía, de verdad, estar pensando que aquello era bueno, que lo quería. Yo no era su pasatiempo por no haber encontrado una mejor. Su respuesta a mi miedo no fue que ya me acostumbraría.
Las cosas no deberían ser así.

-Supongo que suelo sentirme un poco sola -acabo por decir, encogiéndome de hombros. Al llevarme la carne a la boca me encuentro con que sabe a corcho.

Ir de fiesta con Ben parece una luz en el horizonte, o algo. Aunque a nosotros la luz...

A Corbin le costaba mucho entender lo que ella le exponía. En su caso, siempre se lo había obligado a seguir. Se le había enseñado que lo que sintiera no importaba, que solo servía para nublarle la mente, que lo que debía hacer era dejarlo a un lado. Nadie le había enseñado a entenderlo, así que había acabado por sepultarlo, sin saber qué más podía hacer con ello. La presión que eso pudiera causarle se descargaba a golpes, y ahí acababa todo. Así que, evidentemente, lo que la caeruleus le exponía resultaba completamente ajeno.

-Nunca se me ha permitido sentir -respondió con sencillez, dando una vuelta más al conejo-. Los sentimientos los crea la mente cuando aparece la confusión. Puede lavarse a través de acciones. La necesidad de concentrarse en el trabajo impide el paso a las sensaciones, y así se libera el cuerpo.

Corbin había aprendido la misma lección una y otra vez, de mil formas. Falace siempre encontraba un matiz nuevo que imponerle. La necesidad de supervivencia dejaba la importancia de las creaciones de su mente en segundo plano. Así, Corbin había entendido que no debían ser una preocupación.

Pese a todo, Corbin conocía aquellas sensaciones. La que más familiar le era era la incomprensión, el desconcierto. Corbin había tenido que lidiar con esa sensación en numerosas ocasiones, y en muchas de ellas había resultado difícil sepultarla. Ese era el motivo por el que, cuando algo se salía de los patrones, la confusión era lo primero que afloraba.

Pensó un momento en lo que ella decía, dando cuenta de la carne que él mismo había preparado. Al final, sin saber qué respuesta ofrecer, decidió recurrir a las palabras de ella.

-¿Y tus amigos? -preguntó.

Bajo los párpados, entrecerrando los ojos, componiendo un gesto cansado. Lo miro, sin hacer ningún gesto más.

-Puede ser. Puede ser que con trabajo logre sepultar todas esas sensaciones. Generalmente cuando uno tiene la mente en blanco está más tranquilo-. Arrugo un poco el ceño, y también noto cómo la nariz hace lo propio-. Pero eso de "no sentir"... Es terrible, ¿no?-. Bueno, si no siente no será horrible, claro. Será indiferente-. Se supone que estamos para eso, o algo así.

Aunque no lo sé. Buscador siempre parecía tan seguro de sí mismo... Con sus verdades inquebrantables no lo pasa tan mal. La muerte no le asusta, ni tampoco la soledad. No es que no sienta, pero lo hace de otra forma, y tiende a parecer bastante entero.

¿Mis amigos?
Supongo que soy un poco cobarde. Ese adjetivo que odio: cobarde.

-A veces es más difícil de decir a los más cercanos. Tengo algo de miedo a que me juzguen. Uno de ellos es...-. Gerald es... ¿Cómo es?-. Es egoísta. No sé si me ayudaría demasiado decirle algo. Y no dejo de tener la sensación de que debo aguantar yo sola mientras pueda-. Hasta que me rompa. Hasta que no pueda más o pase algo y lo arregle toda-. Aunque al final estar solo es el problema.

Vaya racha llevo. Debo de estar deprimiendo a todo el que se me cruce.
O a él no, que dice que no siente.

Corbin se encogió de hombros, continuando con la cena con toda tranquilidad. ¿Era terrible realmente? Quizás la edad temprana a la que se le había impuesto le impedía considerarlo como tal. De hecho, hasta su llegada a Brontë, había aprendido a no darle mayor importancia. En cambio, allí todo el mundo parecía verlo como algo terrible y absolutamente cuestionable.

-¿Hechos para qué? -preguntó-. ¿Para sentir?

No era una idea que tuviera mucho sentido para él. De hecho, jamás se lo había planteado. Sencillamente, no encajaba en su existencia.

Entonces se sentía sola, pero consideraba que debía sentirse sola. Si ese era el caso, Corbin no veía el problema. Los amigos tampoco le eran útiles, así que no entendía por qué eran tan importantes. Desde luego, hablaba de una forma muy críptica.

-En muchos libros se habla de la importancia de confiar -se le ocurrió decir-. Reclamas a tus amigos pero no les permites acercarte. Te quejas de sentirte sola pero consideras que debes estarlo. Estás cayendo en una contradicción constante. Quizás necesites romperla, hacia un lado u otro.

A él le resultaba lejano, pero era más cercano a lo que ella exponía que ninguna experiencia personal suya. A él se le había enseñado a protegerse por sí mismo, después de todo. Consideraba la soledad una parte de su integridad personal, de alguna forma.

Me encojo de hombros, pensativa. Quizás diciendo eso me he emocionado un poco de más. No "hechos para sentir", pero sí que es algo inherente.
Thor se ha acabado durmiendo en mi regazo... Eso sí que es nuevo, eh...

-Bueno, realmente estamos hechos para sobrevivir, imagino. Cada uno lo hará, a su manera, lo mejor que puede...

De nuevo, habla. Es muy frustrante esa forma que tiene de decir que no sabe nada, que no siente nada, pero que después de eso dé en el clavo. Lo miro, estrechando los ojos.
¿Cómo me tomo eso? ¿Qué digo a eso?
¿Qué eres? ¿Mi conciencia? ¿Es todo esto una metáfora? La cueva, la lluvia y tú.

Termino por esbozar una sonrisa. Sí que le he echado mierda al pobre. Así que muchos libros, eh...

-Tendría que cenar más veces contigo. Tienes un algo que da seguridad, ah. Eres un poco así como... firme. Es tranquilizador-. Suspiro, cansada, pero algo más aliviada-. Has dado con la clave. Tengo que... decidir a qué parte hago caso. Si me contradigo no llego a ninguna parte-. Asiento con un gesto vago-. Gracias por escucharme. Realmente parece que haya venido a darte la murga...

Sobrevivir. Eso sonaba bastante más acertado, de hecho. Corbin asintió, conforme con la respuesta.

Poco a poco, la carne se iba desprendiendo del hueso con ayuda de la navaja. Lo cierto era que los conejos no eran animales muy grandes, ni tampoco demasiado aprovechables. Muy poca carne debajo de aquella piel, menos incluso de lo que parecía. Corbin no tardó en echar mano del segundo.

Se encogió de hombros, algo intrigado. La verdad era que aquella caeruleus era de lo más extraña. No era la primera vez que tenía aquella sensación. Le ofreció más carne.

-No es molestia -respondió. Si lo fuera, lo habría dejado claro desde el principio-. Puedes cenar más veces conmigo. Pero no me busques aquí para ello. Esto no es habitual.

Solo una manera de revivir el recuerdo.

Acepto la carne de nuevo. Es extrañamente amable. Me recuerda un poco a Cierzo en eso, aunque Cierzo es más gruñón. Pero los dos tiene ese punto que parece tan distante y luego...
Luego va a ser que son buenos tipos y todo. Como me dedique a admirar a todo Mithos me voy a quedar sin nadie del que reírme.

-La verdad es que es como distinto. No es muy normal, no. Aunque me recuerda un poco a cuando era una cría. A veces mi padre nos sacaba al campo a mis hermanos y a mí. Era como una excursión y pasábamos la noche fuera. Cinco críos, imagínate...-. Dejo ir un resoplido, entretenida-. Papá llevaba la carne de casa, no la cazaba él. Aunque podría, eh. Es un espadachín impresionante, y eso que no conocí sus buenos tiempos...-. Lo miro entonces con una sonrisa mansa, suave, como si todo lo que le estoy diciendo fuese tremendamente importante. Al final es más tierno que otra cosa-. Y al llegar a casa mamá se ponía hecha una furia porque llevábamos la cara llena de arañazos y la ropa rota. Pero yo siempre le he encontrado gracia a eso de llenarse de barro y comer lo que te haces en una hoguera.

Vaya sarta de ñoñeces. Y él se preguntará, "¿Y a mí qué, Fifi?".

Echo una mirada fuera. Parece que sigue cayendo, y ahora con Thor durmiéndome encima...
Al final tengo para rato, eh.

-Se podría repetir esto también. Tiene su encanto.

Si él no quiere quizás quiera Retales, que esa se apunta a lo que sea, me da a mí. Pero la cueva tiene un componente aventura que es la polla.

A Corbin le costaba un tanto imaginarlo, aunque encontraba cierto punto de comparación a sus pruebas de supervivencia. Carraspeó, preguntándose si a él le correspondía aportar algo a aquello. Eso había dicho ella, ¿no? Al final, probó a hacerlo.

-Mi maestra solía enviarme al bosque para probar mis capacidades -contó finalmente-. Me vendaba los ojos y me hacía dar rodeos para evitar que encontrase fácilmente el camino de vuelta, y luego me dejaba en cualquier parte. Solía ser de noche, y ella prefería el invierno. A mí me correspondía hacerme cargo de mi propia supervivencia y encontrar el camino de vuelta. Solía llevar alguna pieza de carne para comer en la cabaña cuando volvía.

Cuando calló, continuó con la carne, preguntándose si era así como funcionaba. Normalmente, Corbin se limitaba a responder a preguntas. En cambio, ella hablaba de compartir información, más bien. En cierto modo, era aquello, un intercambio.

-Claro -accedió, encogiéndose de hombros.

No veía por qué no.

Una historia un tanto turbia. Es verdad que no sé mucho de él, pero lo que cuenta siempre me deja descolocada. Aunque esas historias se van normalizando.
Yo tendía a pensar que todos eran como yo. Yo vengo de una familia bastante acomodada que pudo tener cinco hijos y una casa grande. Mi padre cobra una pensión del ejército por su lesión en batalla y con su escuela de espada también gana bastante. La familia de mi madre tiene algunos negocios y ella percibe una parte.
No somos ricos, pero no nos va mal. Nunca nos ha ido mal.
Aquí es distinto. Todos parecen ser normales hasta que indagas un poco. Retales... Me convencí mucho de que era normal, pero poco a poco me he ido dando cuenta de que ha debido de tener muchas carencias por lo mucho que lo aprecia todo. Buscador viene de una tribu. Y en este caso, Corbin...
¿Qué padre permitiría hacer eso a ningún maestro? Eso deja pocas respuestas.

Solo hago una pregunta esta vez, mirándolo.

-¿Cuántos años tenías?

Tampoco en aquella ocasión Corbin esperaba la pregunta. Y, como las otras veces, tampoco aquella vez la respuesta era sencilla. Trató de buscar una forma de simplificarla. En sus recuerdos, buscó una escena clara que le diese la respuesta. Por supuesto, los recuerdos se entremezclaban, y eso lo complicaba todo.

Acabó por encogerse de hombros, aún a cargo de la carne.

-No lo recuerdo -respondió finalmente-. No tenía una edad concreta. Fue así desde siempre. No sabría decir cuándo empezó. Era algo bastante habitual.

Corbin sabía que hubo un tiempo en que Falace lo acompañaba, y también un tiempo en que lo vigilaba de cerca. No había sido consciente, sin embargo, de en qué momento exacto había dejado de hacerlo. Quizás, en cierto modo, siempre le prestaba atención. Después de todo, incluso cuando había muerto ella se había encargado de recoger sus restos y ponerlo todo en orden.

FdR- Pausa

"Siempre". Es una palabra que da algo de vértigo cuando parece que se dice en serio. Es difícil asimilar los todos así como así...
Doy alguna caricia suave a Thor, que ronca de forma suave, como si ronronease. Parece tan bueno cuando duerme y luego...

-¿Tu maestra era tu madre? -termino por preguntar al claritas, frunciendo un poco el ceño.

No tengo muy claro qué espero que responda. Supongo que que no. Aunque no sería la forma más rara de llamar a una madre que he oído, imagino.
Al final parece que mi vida haya sido la de una privilegiada.

Corbin continuaba dando cuenta de su cena, limpiando a conciencia los huesos de conejo. Cuando lo veía oportuno, ofrecía a Frikka que tomase un poco. De cuando en vez, reacomodaba los troncos de su pequeña hoguera para evitar que se apagase.

En aquella ocasión, la pregunta era más corriente, más fácil de responder. Corbin se la había respondido a sí mismo infinidad de veces. Como si de un chiste personal se tratase, llegó a esbozar una sombra de sonrisa, sumido en sus pensamientos.

-Eso decía ella -respondió al final, haciendo un amago de ir a asentir-. Pero era una mentira bastante difícil de sostener.

Corbin no sabía cuándo había entendido él que Falace no era su madre natural. Había sido algo que había ido asimilando con tanta suavidad, de forma tan inconsciente, que no le había causado la menor impresión. Aunque, por supuesto, ante Falace siempre había sido su hijo.

Asiento, rumiando la carne en silencio.
Siempre habla como si ella estuviese muerta. Y por lo que ha contado no sé si pensar primero en adopción o en secuestro y maltrato de niños. La verdad es que suena de lo más turbio...

-Supongo que habrá sido una vida dura -comento, mirándolo, alzando suavemente las cejas.

No sé bien qué decirle, así que como un poco más. Es que no sé cómo interpreta él su vida, al final. No sé si es un trauma, o si es lo normal.
No sé mucho sobre ella, realmente.

-Pese a todo, pareces buen tío. Fuese tu madre o no lo fuese, no has salido mal del todo, eh -acabo por decir, atreviéndome con una sonrisa entretenida.

Corbin se encogió de hombros. ¿Dura? ¿Cómo podía saberlo? Había sido su vida, sencillamente. Había supuesto un entrenamiento intensivo que asegurara su supervivencia. Podía haber habido otros factores en ella, pero había sido así. No le parecía que tuviera nada de particular ni de extraordinario, en realidad.

-Fue como fue -repuso-. Y aquí estoy ahora.

Su afirmación lo dejó de nuevo pensativo. Corbin no sabía si con aquello quería decir que de Falace había dependido el resultado o que, pese a Falace, había acabado como era. Quizá fuesen ambas cosas a un tiempo. Tampoco sabía en qué basaba ella su idea de un "buen tío". Era un concepto complicado. Pese a todo, asintió, aceptando lo que decía.

*Fin de escena*

El extraño gañido de Vilo es lo que me pone sobre aviso. De pronto, centra su atención en dirección al palacio y se pone tenso. Lo miro, preocupada. No es otro ataque, ¿verdad? No puede ser otro ataque. Pero, desde luego, si algo ha llamado su atención a tanta distancia, algo tiene que estar pasando. Trago saliva. Siempre cuando menos preparada estoy. Y, a todo esto, ¿por qué no estoy preparada?

Preferiría tener aquí las espadas. Quizás no debería haber dejado de llevarlas encima. Pero es tarde para lamentar. Invoco un par de flagrares y, tras hacer un gesto a Vilo, lo sigo por el bosque. Corriendo. Quizás debería apagar los flagrares. Pero entonces no estaré preparada del todo si me encuentro de frente con el enemigo.

No puedo darle tantas vueltas a las cosas.

*Se va corriendo*

He venido hasta la cueva con intención de practicar mis sentidos más allá de la vista. Corbin me dio la idea hace tiempo, y he estado enfocándome tanto en las alturas que me vendrá bien quedarme con los pies en el suelo un tiempo.

He traído un trozo de tela con el que me cubro los ojos nada más entrar. He estado otras veces en la cueva, pero no tantas como para considerar que me la sé de memoria. El suelo es suficientemente liso como para que no me tropiece, no como si me encontrase en el bosque, y creo que no está mal para que sea básico.

Comienzo a internarme en la cueva, concentrada. Estoy atenta a los sonidos, a las texturas que noto en los pies al rozar el suelo, al origen de las corrientes y la dirección que toman, a las sensaciones de mi cuerpo... Llevo los brazos algo extendidos, hacia los lados, y los muevo con suavidad, como palpando el aire, por si algún obstáculo apareciese. Y desde ahí me muevo, segura. No puedo evitar algún tropiezo, pero tan sutil que tampoco le doy importancia. Esto es un tanteo.

*fin de escena*

Corbin se movía en la oscuridad con pies ligeros, atento a sonidos, movimientos, o cualquier otra señal que pudiera indicarle que había un peligro inminente. Cazar de noche era especialmente interesante porque ponía más a prueba sus capacidades. Y, aunque el tiempo no era terrible, Corbin sabía que aquello era útil de todos modos.

Se movía por la cueva con los ojos entrecerrados. No iba a perder un sentido por completo sin necesidad, pero tampoco a prestarle mayor atención cuando lo veía limitado. Se centraba más en sus oídos y en su olfato, que, en aquellas condiciones, eran más perceptivos. Corbin sabía, de todos modos, que el factor sorpresa era útil, y que podía valerse de él fácilmente en una situación como aquella.

Lanzó un cläir ëm yäk contra el fondo de la cueva, dejando que iluminara el camino a su paso y se perdiera en la oscuridad. Al momento, se movía de donde estaba para evitar que su disparo lo hiciera fácil de localizar. A través de un movimiento como aquel, Corbin podía definir su entorno ligeramente y confundir momentáneamente a sus enemigos. Tras el golpe, echó a correr por la cueva, manteniendo tanto su sigilo como le era posible.

Sabía que había animales interesantes allí escondidos. Más interesantes que murciélagos o ratas. Corbin pensaba hacerse con su propia presa aquella noche, y para ello iba a utilizar sus recursos con tanto esmero como si se tratase de un enemigo humano. Dependiendo de la presa, en realidad, podía requerir, incluso, más atención que una persona, y Corbin lo sabía perfectamente.

*Fin de escena*

Al final el lugar elegido fue la cueva. Zacharyas se internó en ella y capturó dos murciélagos sin dificultad. Tras aquello les cortó las alas, de modo que no pudiesen volar, y los llevó consigo al exterior. La luna brillaba grande en el cielo aquella noche, dándole la luz pálida que necesitaba para proyectar sombras.

Uno de los animales se debatía en su mano mientras el otro, en el suelo, se arrastraba en pos de refugio. Pero Zaharyas no daba tregua, y aunque quería hostigarlo con golpes y hechizos, se contuvo para llevar a cabo sus deseos. Mejorar le permitía herir de diferentes formas, y luego en Brontë podía usar lo aprendido de forma justa, aprovechándolo para el bien de todo. Y de pronto era bueno, aunque matase. Pero no servía si perdía el control cuando no debía.

Comenzó, como había hecho con los insectos, atacando con el cement de forma suave, acostumbrándose a la sombra. Al principio era difícil manejarla, pero lo había comprendido enseguida. Se sentía parte de la sombra, y como parte de ella podía controlarla. Envolvía las extremidades con suma suavidad, como una manta haría con un niño, como hubiese hecho  con Julia, y luego las apretaba hasta que el aturdido animal chillaba. Entonces se las cortó.
Era como un látigo, como una especie de filo oscuro saliendo de la nada, del que la víctima no podía despegarse. Le pertenecía, pero también a él, que las dominaba. Aunque para aquello todavía le quedaba un trecho.

Tras el primer murciélago, que murió pronto, Zacharyas dejó al segundo en el suelo, asustado y tembloroso. El proceso era casi el mismo, pero buscaba ataques más rápidos con sus cements, más parecidos a los que podría dar en un combate en vivo, en el que el tiempo apremiase. Aquello era más entretenido para él, pero también le hacía perder un poco el control, y terminó por acabar con el animal antes de haber podido probar tantas cosas como hubiese querido. Entonces miró a su alrededor, algo desorientado, dándose cuenta de que no tenía objetivo. Pero una sombra llamó su atención.
Una que no había visto hasta aquel momento. Una más alargada, más estilizada, mayor. Una sombra pegada a él mismo, conectada con su propio cuerpo.
La sombra más apropiada de todas.

Caminó mirándola hasta un lugar donde la luna daba la luz apropiada y allí comenzó a probar lo que podía hacer. ¿Cómo iba a disfrutar de herir sin saber cómo era la sensación de ser hostigado por la propia sombra?
El caeruleus se dedicó a ello por completo, invocando hechizo tras hechizo sin cuidado, atacando a su cuerpo, que recibía el dolor sin mayores consecuencias, encontrando el placer de cada golpe más estimulante por la mejora de sus habilidades. De aquella forma aprendía más que ninguna otra, se motivaba mucho más y los resultados le eran mucho más claros.
Él controlaba la sombra, y la sombra lo atacaba a él, lo magullaba, peligrosa, acechante. El miedo a la oscuridad, pensó Zacharyas, estaba justificado si la oscuridad era aquella: la propia oscuridad atacando a uno.

Se castigó a sí mismo, buscó aquel dolor placentero hasta tal punto que en algún momento dejó de saber qué quería de aquello, y solo siguió atacándose a sí mismo con aquel cuerpo externo que lo hacía sentir como si fuese otro el que lo castigaba.
Se detuvo, jadeante, cuando una nube tapó la luna, y su sombra se desvaneció un momento. Le sangraban las manos, los brazos, el rostro, y se notaba la carne blanda bajo la ropa, allí donde había sufrido más golpes Pero estaba a gusto.

Hubiese seguido, pero Zacharyas no quería morir. No sin antes probar aquello en otros y saber que sentian aquel dolor incluso más que él mismo.

*se va*