Cueva.

¿Eso era todo? ¿No tenía nada que decir? Si pensaba hacerse el inocente, podía irse olvidando. ¿Me tomaba por estúpida o qué? Si había confiado en él era precisamente porque tenía la esperanza de que no me siguiera. Si lo hubiera sabido, habría hablado con Alehyss o Nagore. Estaba claro que no había forma de tener intimidad.

-¿Qué? ¿Dando un paseo nocturno? -espeté, con enfado.

Me apoyé en el tronco de un árbol y crucé los brazos, esperando una respuesta. Una respuesta que más valía que no fuera estúpida. Por su propio bien.

Su tono parece claramente irritado, aunque su pregunta me hace dudar de si es eso lo que cree de verdad. Podría ser cierto, de todos modos... Me tomo de nuevo un tiempo para pensar. Un par de minutos en los que buscar algo que decir porque ni siquiera yo tengo muy claro por qué he venido.

—Te vi salir a oscuras —Confieso. Me encojo de hombros —Pensé que no habrías dicho nada en el comedor si no temieras por algo —Le digo. Luego vuelvo a quedarme callado un momento.

—No me importa los asuntos que tengas con esa mujer. Ni siquiera si era realmente una mujer. Solo vine... Vine porque venías sola. Y preocupada —Le informo con la mayor franqueza que puedo, tratando de poner mis intenciones en orden. —Hay un dicho en mi tribu: "Edth kaklii, mohcat kaklii". No habré presenciado nada si eso es lo que te molesta —Le digo con sinceridad. Simplemente, no me interesa.

FdR: "ojos muertos, boca muerta"

Inspiré hondamente, tratando de calmarme. Era lo que había querido evitar, y sin embargo era de esperar. Cerré un momento los ojos, desviando la cara.

-Era una mujer -confirmé-. Era mi madre.

De nuevo, me llevé una mano a la cara, exhausta. En realidad, no me importaba. No sabía qué le pasaba a Allie por la cabeza. No sabía por qué nos había dejado ni por qué se escondía, ni por qué no explicaba nada nunca. En el fondo, era una completa desconocida.

Alcé la vista, con gesto serio y frío.

-Me da igual lo que hayas visto. Me da igual si se lo cuentas a todo el mundo o si lo sepultas en tu mente. Quería que prestaras atención a si desaparecía porque ya han desaparecido otros antes. Quería que no vinieras porque no sabía si iba a descubrir algo que valiera la pena mantener en secreto. No ha sido ni una, ni otra, así que me da igual -desvié la vista de nuevo.

Me encogí de hombros.

-Como quieras. Si da lo mismo, pues mejor. Porque lo que es a mí, me importa más bien poco. Esperaba algo más interesante que que esa ingrata viniera a pedirme favores -repliqué, molesta.

Alcé la vista para mirarlo ante su afirmación. Suspiré, algo exasperada.

-Tienes razón. No confío en ti. La confianza hay que ganársela, hay que demostrar que uno es digno de ella -entrecerré los ojos, con aire acusador-. Y eso es algo bastante necesario para tu querido ritual, si te interesa. Diría que es algo elemental.

Esbocé una mueca de irritación. Claro que sí. Para Follow todo era muy simple. Y, al final, no se sabía si no tenía más que paja en la cabeza o si era demasiado complicado seguir el hilo de sus pensamientos.

-Si pudieras probar tu confianza con tu palabra, sería porque ya confío en ti. No hagas las cosas tan simples -fruncí el ceño-. ¿Ah, sí? ¿Confías en mí? ¿Y por qué?

Sus razonamientos seguían la misma línea de siempre, de tal forma que parecía que poseyera la verdad absoluta. ¿Sería aquel el perfil habitual en su tribu o era él el que tenía aquella forma personal de actuación y mentalidad?

-Vale, como quieras. Sí, has venido y no ha pasado nada. Podía haber pasado, pero supongo que "el destino quería que no pasara nada". Muy bien, el destino está de nuestra parte. ¿Y a mí quién me asegura que puedo confiar en todo y que seguirá estando de mi parte siempre?

FdR: Así que culpa de Massen por necesitar lecciones de tribu u.u XDDD

Lo miré de hito en hito, incómoda. A veces tenía la sensación de que, simplemente, se estaba burlando de mí. Aquella forma suya de decir las cosas como si fueran obviedades, cuando realmente eran razonamientos que se hacían complicados cuanto más avanzaban, me molestaba enormemente. Y lo peor era que ni siquiera podía pedir que me lo explicara con más detalle, porque había demostrado con creces su falta de paciencia.

Suspiré.

-Vale. Pues lo que tú digas. El señorito siempre tiene la razón y ahí se acaba la discusión, como siempre -refunfuñé-. Y ya te he dicho que me da igual. Ya he visto que haces lo que te da la gana independientemente de lo que te pidan. No necesito que me expliques quince veces que como me viste salir, viniste detrás.

Ya había abierto la boca para volver a replicar cuando una sola palabra me hizo quedarme en silencio. Sabía que era muy probable que, sencillamente, Follow no hubiera entendido nada, pero en el fondo parecía intentar calmar los ánimos.

Fruncí los labios y lo miré con ceño, aunque fue un gesto un poco forzado. Finalmente, suspiré y tomé entre mis manos la suya, que había posado en mi hombro.

-Vale, vale -concedí, aún en tono algo desagradable. Desvié el rostro a un lado-. Prefiero que me acompañes -reconocí en un murmullo.

Así pues, tomamos la dirección al palacio.

*Se van*

A estas horas el frío es mayor cerca del bosque. La humedad del suelo asciende y deja los pies helados, y el viento y la temperatura ambiente no ayudan demasiado. Puedo sentirlo todo pese a la ropa de abrigo que me he puesto. Es una pena...
De todos modos, mi misión está al caer. Llevo tiempo preparándome y, aún así, no me siento todo lo físicamente preparada que me gustaría. Es un fastidio, pero debo arreglarlo... Y todo por culpa de Corbin. Al enfrentarme a él pude ver mis mayores debilidades más que nunca...

Entro en la cueva con paso resuelto. Pronto me cubre la oscuridad y no queda más luz que la que viene de la entrada. Pese a todo, profundizo un poco más y, entonces, tomando una venda que he traído del bolsillo, me cubro los ojos, cegándome incluso de las sombras..

Inmóvil, inspiro. El olor a humedad es más fuerte aquí dentro. Qué incómodo...

En mi sitio, extiendo los brazos, palpando el aire mientras busco obstáculos. Primero solo quiero reconocer.
Necesito saber si me es posible ver sin ver.

*se queda*

Estuve durante mucho tiempo percibiendo, o tratando de hacerlo, las vibraciones del aire, la temperatura de las piedras, los olores y otras muchas sensaciones que ni siquiera supe identificar. Pese a todo, finalmente, poco conforme con mi trabajo, terminé abandonando la cueva, dispuesta a probar suerte otro día.

*se va*

La cueva era un buen lugar, según la opinión de Zacharyas. Cumplía con varios requisitos que le resultaban de lo más atractivos: por una parte, era oscura y húmeda, fría, como una prisión subterránea o la sala de torturas de un castillo antiguo; también estaba lejos del palacio, aislada y poco concurrida, y en su laberíntico interior le era fácil evadirse incluso si alguien deseaba entrar.
Por todo aquello, Zacharyas llevaba días allí metido, avanzando entre las rocas, alimentado por un par de piezas de fruta, pensando.

Hacía tiempo que no era capaz de despertar de aquel tipo de trance. Al caeruleus le hubiese gustado decir que, simplemente, se sentía triste, de una forma determinada. Pero no era tan sencillo, tratándose del mago. Y por aquello vagaba, evitando a las personas, buscando algo dentro de sí, mientras usaba las rocas de las paredes para cortar su piel donde cuadraba, evadiéndose de la realidad en aquel lugar perfecto.

*fin de escena*

Aquel día Zacharyas se había acercado a la boca de la cueva, y al hacerlo descubrió que era de noche. Llevaba algunos días allí metido, pero en aquel momento, por algún motivo, decidió que le vendría bien respirar un poco del aire del exterior. Quizás encontrase algún animal con el que poder probar algún experimento. Hacía mucho que no hacía aquello.

Zacharyas echaba en falta aquello. Hacía mucho que no tenía a un animal retorciéndosele entre las manos, sin saber bien si deseaba más escapar de ellas o morir. El topo había sido una excepción, pero con él Zacharyas había sido benevolente, curándolo después y dejándolo libre.

El caeruleus se puso la capucha y salió al exterior.

*se va*

Habían logrado resguardarse justo al comienzo de todo, y en aquel momento tanto Zacharyas como la parvus contemplaban cómo el cielo descargaba toda su furia sobre la tierra, como si quisiese destruir el suelo que ellos pisaban. Los rayos hacían que el caeruleus estrechase los ojos, abrumado con los truenos que los seguían, segundos después.
El agua, a su vez, entraba feroz en la cueva, perdiéndose en sus profundidades, arrastrando tierra y piedras con ella hacia el interior, empapando los bajos de los pantalones del caeruleus, así como su capa más superficial, que rozaba el suelo, sin que Zacharyas le diese importancia.

Sujetaba, por otra parte, a Ayne por un pliegue de la ropa, como si esperase que saliese corriendo como un animalillo. Habían quedado atrapados allí hasta que amainase un poco, comprendió Zacharyas viendo que lo que caía del cielo no era solo agua. Ni solo electricidad.

El cielo ya no lloraba. No. Sí que lloraba. Pero no solo eso. Gritaba y pataleaba como un niño enfadado. Era un terremoto. Un celemoto. Y se quejaba. Y había agua, y luz, y ruido, mucho ruido, y las piedras temblaban porque les daba miedo. Mucho miedo.

Di una patada al agua, con curiosidad. Luego alcé la vista hacia el chiquillo, mirándolo con cierto aire asustado. Cuánto alboroto. Qué cielo más malcriado.

-Llora. Le duele mucho, ¿no? -pregunté, completamente seria.

Zacharyas contempló el exterior un poco más, parapetado bajo la entrada de la cueva, hasta que las palabras de la parvus le hicieron bajar la vista para poder mirarla. Esbozó una sonrisa, acariciando con despreocupación el cabello humedecido de la pequeña, asintiendo ligeramente.

-Eso parece -murmuró, con voz ronca. Carraspeó luego, para aclararla, y terminó encogiéndose de hombros con gesto cansado, como si de pronto todas aquellas capas le pesasen muchísimo sobre ellos-. Parece que tendremos que quedarnos aquí un tiempo.

Zacharyas no sabía hasta qué punto podrían alimentarse allí, pero no creía que hubiese ningún problema. Por el agua, pensó luego, sonriendo irónico para sí, no debían preocuparse. Hasta que hubiese demasiada y se ahogasen.

Fuego en los pulmones.

Di una nueva patada al agua. Luego un pisotón. Luego me agarré a su brazo con ambas manos, muy fuerte, y me impulsé para alzar ambas piernas y dar con las dos una patada al agua. Me estremecí ante un nuevo trueno. Miré al chiquillo.

-No se calla -me quejé.

Di un nuevo pisotón y salté sobre él, agarrándome a su ropa y pretendiendo trepar por ella, sin demasiado éxito. Me solté de nuevo y miré afuera, justo a tiempo de ver cómo el cielo se iluminaba. En breves volvió a temblar. Miré al chiquillo y me abracé a él.

-¿Si le grito me hace caso?

A Zacharyas no parecía importarle que Ayne saltase, aunque lo estuviese salpicando. Seguía concentrado de alguna manera en el exterior, embelesado con su poder destructivo, deseando, quizás, parte de aquel poder para destruir y dañar con él. Se preguntaba qué efecto causaría en su carne un rayo como aquel. ¿Calcinaría hasta los huesos sin más? ¿O rasgaría la carne? Porque en su cabeza, de algún modo, siempre había aparecido la imagen de una persona atravesada por un rayo como alguien con piel rojiza y chamuscada.

"No se calla", dijo Stalon, haciendo que Zacharyas la mirase de nuevo. Cuando hizo su pregunta el caeruleus torció la sonrisa, encogiéndose de hombros.

-El cielo no hace caso a nadie -dijo primero, contemplando las nubes negras que tan interesantes le parecían-. Pero prueba -sugirió, con voz grave, mirándola de nuevo, viendo cómo trepaba torpemente por su cuerpo-. Quizás a ti te haga caso.

Fruncí el ceño y me mordí el labio, frunciendo la boca a un lado, pensativa. Entonces solté al chiquillo, asintiendo, seria. Me volví hacia la entrada de la cueva e hice amago de echar a correr hacia ella. Sentí entonces un tirón en el cuello que me hizo detenerme. Volví un momento la vista al chiquillo y de nuevo a la entrada y me quedé quieta, limitándome a dar una nueva patada al agua.

Apreté los puños y tomé mucho aire por la nariz, para luego soltar un grito, un rugido de leonidus. Un trueno me respondió, haciéndome dar un respingo y soltar una carcajada. Miré de nuevo al chiquillo, divertida. De nuevo, un rayo me hirió los ojos y los entrecerré. Un poco después siguió un trueno y solté una nueva risa. Rugí de nuevo.

Entonces suspiré.

Forzándose a sí mismo a dejar de contemplar los lejanos rayos, Zacharyas se alejó al fin de la boca de la cueva, dejando de ser salpicado por la lluvia que entraba debido al viento. Tiró de la parvus para evitar que saliese cuando lo intentó, y contempló risueño cómo gruñía al cielo, imitando sin demasiado éxito a alguno de los depredadores que rugían para mostrar su fuerza antes de oponerse a otros machos y desgarrarlos, o quizás antes de saltar sobre su presa y segarle las venas del cuello para verla desangrarse y comer entonces sus intestinos, más saludables que el resto del cuerpo.

Finalmente el guerrero se acuclilló, cansado, esbozando una sonrisa. Llevaba algunos días sin comer y el cuerpo comenzaba a acusar debilidad. Aquello, por supuesto, no importaba a Zacharyas, que se veía con fuerzas para una semana más, incluso, pero temía que al quedarse en aquel lugar terminase por no poder regresar a palacio cuando la excesiva lluvia pasase.

Suspiró, grave.

Yo no quería, pero volví dentro. Me retorcí un poco, tratando de soltarme del agarré del chiquillo, y volví a rugir, esta vez a él. Miré al exterior y luego a él, que se acuclillaba y quedaba quieto. Ladeé la cabeza, de nuevo seria.

Dejé de forcejear y revolverme y me acerqué a él, inclinándome y arrejuntándome. Le abracé por el cuello y solté aire por la nariz, al tiempo que pegaba una mejilla a la suya. Le di un beso en la nariz.

-Qué solo estamos dos -murmuré, pensativa.

Traté de sentarme sobre él, o a su lado. Suspiré, algo triste.

Zacharyas recibió el rugido con una sonrisa, aunque no respondió. La vio acercarse, luego, y extendió una mano hacia ella para rozar su flequillo, como si lo peinase, aunque su objetivo nunca fuese el mejorar de algún modo su acicalamiento. Respondió al beso con una nueva caricia, aquella vez en la mejilla.
El comentario de Ayne hizo que Zacharyas borrase la sonrisa, adoptando un semblante más serio. Durante un instante su mirada pareció perderse en algún lugar de la oscura cueva. Al volver en sí, carraspeó.

-Estar con Ayne está bien -respondió, recuperando aquella sonrisa casi cansada, sin aquel rastro de sonrisa enfermiza que tenía al ver la sangre.

Terminó por sentarse en el suelo embarrado, aceptando manso a Ayne en su regazo, hundiendo una de sus manos inmensas en el cabello de la parvus, desde la nuca hacia arriba, abarcando con los largos dedos hasta la parte superior del cráneo. Si quisiese, desde aquella posición, podría estrangularla desde detrás, pero no tenía ganas.