Sala de entrenamiento

Tras esa conversación la verdad es que toca disparar un poco, aprovechando que ha puesto así las dianas, que no están siempre. Ahora tengo mucho que pensar: en el proyecto ese y además en mi propio proyecto sorpresa. Aunque comparándolos cabe destacar que el suyo es bastante más ambicioso… Supongo que no soy una persona de grandes ideas, al final.

Tras tirar un buen rato me estiro y me acerco a por las flechas, desperdigadas por todas las dianas. Las voy arrancando y guardando. Supongo que podría decirse que ha sido una tarde productiva.

<<Yo voy a irme ya.>>, le indico con gestos, risueño. <<Todavía quiero aprovechar un poco la luz que queda.>>

Cada vez anochece antes, así que no quiero perdérmela.

A partir de entonces siguió el entrenamiento. Las flechas se cruzaban, y aunque a ratos seguía intentando practicar tiros rápidos, también decidí atender a la técnica y a la precisión. Al final, como siempre, Jun se cansó antes que yo, pero decidí, como él, dejarlo estar.

Comencé también a recoger mis flechas y a bajar las dianas.

-Ayúdame con esto antes -pedí.

Una vez hubimos puesto la sala en orden, salimos.

*Se van*

Entré en la sala de entrenamiento cuando ya había oscurecido bastante para terminar el día con energía. Había entrenado por la mañana, pero la lluvia me había desanimado un poco y había terminado por hacer solo un entrenamiento corto. ¡Y allí estaba para compensizar mis esfuerzos!

Calenté un poco primero, antes de nada, y en mi cabeza solo había una idea que daba vueltas y vueltas, mientras corría alrededor de la sala. No podía evitar dirigir miradas a la caja en la que, según me había enterado, había un ser que te permitía enfrentarte a copias de guerreros.
No lo había llegado a probar. Y sin embargo... Sin embargo...

Cuando terminé mi calentamiento y hube estirado un poco me acerqué allí. El hombrecillo que apareció era de lo más extraño.

-Buenas tardes... -murmuré, frunciendo un poco el ceño-. Yo querría un...-. Apreté los puños-. Quiero un enfrentamiento con...

Terminé por negar un par de veces y darle la espalda. No estaba seguro de que aquello me sentase bien. Estaba de muy buen humor y solo de pensarlo ya me enfadaba. Pero no quería descargarme.
Si de verdad alguna vez sentía las ganas de golpearlo y no fuese capaz de soportarlo quería que fuese todo auténtico.

En lugar de aquello tomé uno de los muñecos de madera de práctica y lo situé en el centro de la sala. Me envolví los puños con unas vendas para protegerlos y comencé, primero despacio, pero ganando velocidad poco a poco, una serie de puñetazos encadenados dirigidos a su cabeza.
Que no quisiese golpear una cara parecida a la suya no significaba, a fin de cuentas, que no fuese a prepararme por si algún día sucumbía a su maldad.

*se queda*

Después de aquella primera etapa en la que solo había podido entrenar con Malia, el chrysos comenzó a practicar con los que tiempo después serían sus compañeros de equipo. Para entonces ya había hecho algunos encargos con Dena, nada demasiado relevante o importante, tampoco complicado, y había mejorado bastante sus habilidades en combate. Guillem fue el primero en llegar a la base, acompañado de otros tres nuevos miembros, dos parvus y una piscis, con los que Lyam apenas llegó a intercambiar un par de palabras a pesar de la escasa gente que había en aquella base y de lo mucho que se encontraba, casi por obligación, con ellos. Tampoco con el aether habló demasiado durante aquellos primeros meses, limitando sus conversaciones a los tiempos de entrenamiento, donde practicaban lucha cuerpo a cuerpo, enzarzándose en combates bastante largos donde el chrysos exhibía sus reflejos y el aether su resistencia, su fuerza bruta: tenían estilos de combate muy dispares, tal vez derivado de la fuerte diferencia de complexiones, donde el punto fuerte de uno era el débil del contrario, y la mayoría de las veces concluían sus enfrentamientos sin proclamar a un ganador, resollando, tragándose el orgullo y disimulando aquella creciente rabia, aceptando de mala gana el empate, abandonando luego la sala cabizbajos, con la mandíbula apretada, rememorando los movimientos y pensando dónde debían atacar la próxima vez, cómo evitar el fallo para alzarse con la ansiada victoria.

Para cuando Lysa llegó, el número de victorias del chrysos era de cinco contra las tres del aether, y entre ambos existía una cordial rivalidad solo vista en la sala de entrenamiento; seguían sin hablar demasiado fuera de ella, a pesar de que ahora, a diferencia de en los primeros días donde al verse solo se saludaba con un breve gesto de cabeza y una chulesca curvatura en los labios, sí intercambiaban un par de amables palabras cuando se topaban por los pasillos, deteniéndose unos segundos para preguntar las trivialidades más habituales. Pero cuando Lysa apareció y el grupo se formó, entonces sí empezaron a hablar con asiduidad, en los viajes y en las misiones, y en las bases y en los entrenamientos, los tres hablado de mil gilipolleces, de un par de cosas importantes también, de cómo era la vida en aquel lugar y de cómo había sido su vida antes de aquel lugar, y aunque Lyam siempre les ocultó cosas, cosas que solo Dena sabía, entre ambos no tardó en surgir algo que iba más allá del compañerismo y que se acercaba peligrosamente a la amistad.

Lyam siempre pensó que si Guillem tuviese que describir el momento en el que había visto a Lysa por primera vez, probablemente sonreiría ampliamente y diría que se la había encontrado en los pasillos antes de ir a la sala de entrenamiento para su enfrentamiento diario, acompañada por un par de muchachos sin duda simpáticos, de razas, nombres y rostros desconocidos para el chrysos; por su parte, si alguien le pidiese a Lyam que describiese cómo fue la primera vez que vio a Lysa por primera vez, seguramente recibiría un encogimiento de hombros, un desvío de mirada y una escueta respuesta, seca, apenas un murmullo que diría que no lo recordaba cuando en realidad sí que lo recordaba, y si lo recordaba era porque aquel inocente primer vistazo concentrado en poco más de un par de segundos le había servido para llevarse un inolvidable fuerte golpe en la nariz que haría que minutos después Guillem se alzase con la victoria en su cuadragésimo quinto enfrentamiento.

Aquella derrota marcaría el inicio de su primera conversación con Lysa. La claritas, que había permanecido cerca de la puerta, pegada a la pared y alejada del combate como una curiosa espectadora que parecía querer recordar todos los detalles, se acercó a ellos poco después de que el combate terminase, sonriendo con simpatía. Hablaba con una voz tranquila y tímida, baja, y movía los dedos con cierto nerviosismo, entrelazándolos y doblándolos, y durante todo el tiempo que estuvo hablando, Lyam, que tras la derrota se había dejado caer al suelo con los brazos estirados, no miró a nada que no fuese la muchacha. Lysa tenía los ojos marrones y grandes, y parecían observar todo con excesivo interés, el pelo oscuro le caía ondulado por la espalda, y una fina nariz aguileña llamaba la atención sobre su rostro, redondeado, infantil, sin llegar a afearlo, dándole quizá algo de personalidad. Cuando sonreía, mostraba todos los dientes, que brillaban en contraste con su piel oscura como la tierra, y cuando reía cerraba los ojos y se cubría los labios con la palma de la mano. Lyam también se fijó en el lunar que tenía en la mejilla derecha, una marca que rodeaba su muñeca, y las uñas mordisqueadas, en lo grande que le quedaba la camisa y lo gastados que tenía los pantalones. Y debió fijarse demasiado, y debió tener cara de estúpido, esa que entonces ponía con insultante frecuencia, porque cuando la muchacha lo miraba, de reojo y bajando un poco las pestañas, un tímido rubor recorría siempre sus mejillas, y cuando Guillem se fue y finalmente se dirigió a él, lo hizo con la vista fija en las baldosas del suelo.

—Qué mal lo de... la derrota.
—Un poco, sí. Bueno. Tampoco es que siempre pierda. Quiero decir, realmente le he ganado yo más veces y tal, la suerte, ya sabes.
—Oh.
—Ya...

Asintió.
Y él se incorporó.

—Me llamo Lysa. Llegué el otro día.
—Yo Roy. Llegué... No. Llevo aquí un par de meses ya. Si tienes alguna duda, pregunta... Si quieres, claro.
—Claro.
—Bien.
—Eh. A... A lo mejor podemos entrenar algún día.
—Claro. Cuando quieras.
—Bien.
—Guay...

Aquella vez no se dijeron mucho más. Acordaron verse en dos días en la sala de entrenamiento, y Lysa se despidió moviendo la mano derecha y curvando un poco los labios.

Los entrenamientos con Lysa solían centrarse en ejercicios de puntería, porque la muchacha sabía lanzar cuchillos a un punto y acertar con sorprendente facilidad, dejándole a él, que de pequeño había practicado aquello mismo, en un ridículo, y eso era lo que ahora el chrysos se disponía a practicar. Armado con su daga, Lyam se dirigió a la sala de entrenamiento, esperando encontrarla vacía, dispuesto a practicar diferentes tiros a muñecos y dianas. Al entrar, sin embargo, se topó con Rick, que practicaba el combate cuerpo a cuerpo enfrentándose a muñecos.

Lyam sonrió, y dirigiéndose al armario de armas, del que esperaba poder sacar una considerable cantidad de puñales, saludó:

—Buenas.

fdr. siento la parrafada, lyam, pesao, cállate

Cuando la puerta se abrió terminaba de dar uno de los golpes finales con los que hubiese podido derrotar a... cualquiera que se me enfrentase y lo recibiese. Me froté la frente con el puño, secando el sudor con la venda que llevaba envuelta en los nudillos, y entonces me giré hacia la puerta, que acababa de abrirse. Dibujé una sonrisa al verlo, aunque seria, porque en aquel momento me sentía serio. Por el entrenamiento, por supuesto, entre otras cosas. Porque los entrenamientos había que tomárselos en serio.
Pero más allá de aquello...

-Buenas tardes, Lyam -saludé, doblando las piernas y estirándolas un par de veces, aflojando el cuerpo-. ¿Hoy no usarás la espada?

Era una pregunta recíproca de aquellas, claro, porque no la llevaba.
Tomé el muñeco y lo devolví a su sitio, entonces. Tenía más cosas que hacer que solo aquello. La madera no era tan interesante.

El chrysos, mientras cogía los puñales que usaría en el entrenamiento, negó suavemente.

—Hoy no. —Se volvió hacia el flamma, que parecía haber terminado su entrenamiento con el muñeco—. ¿Y tú? ¿Vas a practicar con la espada?

Se sentía poco hablador, por algún motivo, pero suponía que lo mínimo que podía hacer era darle conversación al flamma: no en vano, Rick había entrando un par de veces con él, y últimamente su relación hasta podía calificarse de amistosa.

Cargando con las armas, el chyrsos volvió al centro de la sala y suspiró de nuevo. Luego, dejando los puñales en el suelo, se acercó a la zona de los muñecos. Sería más interesante si imaginaba que aquellas figuras eran personas de carne y hueso, con puntos más débiles donde sería conveniente atacar, o al menos eso pensaba.

Negué, con el ceño fruncido. Hacía tiempo que no entrenaba tanto con Värdjas. Apreciaba mucho a mi vieja compañera, por supuesto, pero me estaba centrando en otras cosas, de modo que cada día procuraba variar un poco.

-Hoy quiero probar mi cuerpo a cuerpo. Hay veces que no es bueno cortar -. Golpeé la palma de la mano izquierda con el puño derecho. ¡El chrysos me enfurecía! Bueno, no Lyam, claro...-. Hay veces que es mejor aplastar.

¿Qué me pasaba? Me estaba enfadando solo. ¡Y en presencia de un compañero, de Lyam, que no me había molestado! Debía esforzarme por ser correcto y educado.

-¿Qué tal va todo? -pregunté, mientras iba a por un par de pesas pequeñas, de seis kilos cada una; bastaría-. Se te ve bien. Más... algo. ¿Serio? Puede que sea eso. Más serio.

¿O era yo el más serio que lo veía todo serio?

Asintió e, imitando a Rick, golpeó la palma izquierda con el puño derecho, sonriendo y alzando las cejas, jocoso.

—Aplastar a todo enemigo, Rick, por supuesto.

Ensanchó la sonrisa.
A él personalmente le gustaba el combate cuerpo a cuerpo, desconocía si porque era el que más había practicado en su vida o porque le gustaba que le zurrasen, pero lo disfrutaba más que un combate con espada, por ejemplo. Aunque, apartando los gustos, utilizar un arma en un combate la mayoría de las veces resultaba más efectivo que emplear simplemente la fuerza física, por mucho que fueses la mole levanta-pesas de Rick Dehnel.

—Estoy bien, normal. —Se encogió de hombros. Luego cogió uno de los muñecos y lo arrastró al centro de la sala, donde había dejado anteriormente los puñales—. Más moreno. ¿Tú?

Una vez tuve las pesas me volví hacia él. Quizás sí era yo el más serio, y él estaba normal, como decía. Aunque, ¿qué era normal? Se me ocurría qué no era normal, y suponía que lo normal era lo que no era normal. Pero para Padre, para el gran Reick Dehnel, una relación de un joven con una mujer madura no era normal, y sin embargo Rossel siempre había sido encantadora.

-Veo tu color. ¿Has estado mucho al sol? Por supuesto que sí, es lo que tiene sentido. Aunque con el tiempo que hace sol no habrás encontrado demasiado... -. Me froté la nariz con el dedo y fruncí el ceño-. Yo estoy muy bien, por supuesto. Mi vida es magnífica ahora mismo-. Menos... Menos por...-. ¿Has visto a Browen? -inquiricé, como quien no quería la cosa.

Se me metía entre ceja y ceja y no me salía de la cabeza. Me sentía como enamorado, pero todo lo contrario.

Comencé a lanzar puñetazos al aire con las pesas firmemente agarradas. Tenía que conseguir el mismo impacto que con las manos libres, sin cansarme.

Lyam asintió de nuevo. Últimamente, había estado nadando con inusitada frecuencia, dedicando la mayoría de sus tardes libres a practicar bien fuese en el río o en el lago. Y también había estado paseando, yendo y volviendo del pueblo de paso, así que podía decirse que había pasado mucho más tiempo fuera de Palacio que dentro de él.

—Hacía buen tiempo hasta hace poco, realmente. —Miró de reojo al flamma—. Al menos no llovía como hoy.

Rotó las articulaciones de las manos, buscando que entrasen en calor, prepararlas para el inminente entrenamiento. Mientras, escuchaba a Rick, sin mirarle.

—No he visto a Gerald —admitió. Se encogió de hombros—. No he visto a nadie, realmente, desde hace mucho.

Supuso que el chrysos ya había vuelto, y concluyó que el regreso de ese chrysos en concreto le interesaba más bien poco.

Asentí y continué con mis ejercicios. Como él decía, las lluvias eran recientes. El día anterior no había llovido, ni más ni menos.
En cuanto a Gerald... Aquello me importaba más y menos al mismo tiempo. No quería hablar de ello, pero algo en mi cabeza daba vueltas al respeto. Sería por aquello, porque me sentía serio.

-Creí que lo habrías visto en los dormitorios -dije sin más, apretando la mandíbula.

Una parte de mí quería verlo. Lo echaría de aquellas habitaciones y del palacio o...
No debía. Que me tomase por cobarde si quería. Aguantaría hasta que él sucumbiese a su maldad. Entonces, a ojos de todos, lo ajusticiaría.

Con las pesas en las manos los puñetazos costaban algo más, pero no eran demasiados kilos. Podría soportar incluso el doble, estaba seguro, sin fatigarme demasiado pronto. Pero no quería exagerar tan tarde.
No tenía que demostrar nada a nadie, solo mejorar.

-¿Y has estado entrenando fuera? El bosque es un buen sitio para hacerlo.

¡¿Qué me pasaba?! ¡¿Y mi ánimo?!
Por Mithos...

Y de nuevo, se encogió de hombros, sin mucho que decir. Tampoco había pasado en las últimas semanas mucho tiempo en los dormitorios: cuando llegaba a Palacio del pueblo de paso solía ser bastante tarde, así que directamente se iba a dormir, sin molestarse en saludar a nadie, y los días en los que no iba al pueblo de paso tampoco permanecía mucho tiempo en los dormitorios, limitando su estancia al escaso tiempo que pasaba durmiendo. Y eso cuando dormía en Palacio, porque no siempre dormía en Palacio.

Cogió uno de los puñales del suelo.

—Solo voy a los dormitorios a dormir, así que. —Alzando las cejas, miró a Rick un segundo, antes de lanzar la primera de las armas al pecho del muñeco, al punto donde estarían los pulmones si aquello fuese una persona y no un montón de tela—. No coincido mucho con él, ni con nadie.

Lanzó un nuevo puñal, esta vez al punto donde estaría el corazón. A pesar de lo concentrado que estaba en el entrenamiento, seguía escuchando a Rick.

—He ido un par de veces, a correr. Pero paso más tiempo en el río o en el lago.

Desde luego, por mucho que dijese tampoco veía a Lyam normal, como él había dicho. Estaba serio, estaba seguro, porque no veía aquella sonrisa amable, amistosa, que solía dibujársele al encontrarme, alegre por verme.

-La vida de un hombre solitario es dura, Lyam -. Lo miré. Sabía lo que le pasaba. Se sentía solo. Al fin y al cabo, él no era tan afortunado como yo en según qué cosas. Él no había hallado, todavía...-. Cuando quieras un hombro en el que apoyarte para hablar búscame. Podemos ir al comedor o al pueblo, incluso, a tomar algo, alguna vez.

Era el momento de las noches de hombres. Yo, un macho alfa y satisfecho, debía ayudar a los demás hombres a ser felices. Era mi deber como protector. Recuperar la sonrisa de Lyam.

Poco a poco aumentaba la velocidad de los puñetazos. Me sorprendió lo del río, y de nuevo lo miré, alzando las cejas.

-¿Aún con este tiempo? Eso me hace quedar cobardemente mal. Creo que tendré que ir a nadar para recordar que no solo ha de hacerse con buen tiempo -comenté, sonriendo al fin.

Un chapuzón refrescante en una noche helada era un buen recuerdo también.

Lyam frunció el ceño, y de reojo, miró a Rick, olvidándose momentáneamente del entrenamiento. En serio, Rick, en serio. Parecía que aquel hombre tenía la extraña costumbre de dar por hecho según qué cosas de su vida privada basándose en ¿la cara que tenía? ¿Lo despeinado que estaba? Seguro que ni Mithos lo sabía. Podía agradecer su preocupación, podía, pero no lo hacía porque no le pasaba nada y como siempre el flamma sacaba sus conclusiones de la nada porque era Rick y podía. Ese debía de ser su gran poder.

—Rick, estoy bien. No necesito ningún hombro en el que apoyarme—aseguró, serio, muy serio, mirándolo fijamente. Habiendo aclarado su situación, volvió a su entrenamiento, lanzando un nuevo puñal que se clavó en el punto en el que estaría el estómago de una persona real. Seguía escuchando a Rick, a pesar de las tonterías que solía decir, porque él era un muchacho simpático y educado que sabía escuchar.

Se encogió de hombros al escuchar su segundo comentario.

—Me han dejado algo para que practique, así que tengo que hacerlo. —Lo miró de reojo—. Tampoco es algo que me apasione mucho, no creas.

Y un nuevo lanzamiento.

Asentí a su respuesta. Tampoco podía hacer nada por él. Se cerraba a mi ayuda. No quería que lo aconsejase. Quizás era uno de aquellos hombres que querían arreglar sus problemas solos. Ya solo por aquello merecía la pena un poco más. Pedir ayuda no estaba mal, pero querer arreglar sus problemas lo honraba. No me metería, entonces, ya que estaba tan concentrado.

-De acuerdo. Solo quiero que lo sepas.

Estaba bien de aquella forma. No necesitaba estarle encima. No era un niño.

-A mí me gusta nadar. ¡El agua refresca el cuerpo y limpia el alma! -. Di un puñetazo especialmente potente y entonces bajé los brazos, finalmente-. Además de que es un deporte muy bueno. ¡La espalda no se hace sola!

Miró de nuevo a flamma, apenas un segundo, serio, antes de volver la vista al muñeco. Asintió.

—Gracias entonces.

Aunque dijese eso, dudaba seriamente que alguna vez llegase a contarle al flamma cualquiera de sus preocupaciones o problemas, no porque Rick le desagradase, o porque no confiase en él, sino simplemente porque no era ese tipo de persona. Desde pequeño había tenido esa tendencia a guardarse todo y a intentar solucionar sus problemas sin ayuda, y.
Y no iba a cambiarlo ahora.
Además, ¿qué iba a decirle Rick, el justiciero de la justicia? Dudaba que lo tuviese en buena consideración si le contaba que sí, que aunque no fuese contrabandista sí había tenido parte de razón en aquellas lejanas acusaciones.

Lanzó un nuevo puñal.

—A mí no se me da demasiado bien —admitió—. Aunque he mejorado.

Fui a dejar las pesas a su sitio y aflojé los brazos, estirando un poco. No había estado mal, aunque tampoco hubiese podido decir que aquel había sido el entrenamiento de mi vida. De todos modos se hacía tarde y todavía me quedaba asearme y cenar.

-No es nada. Me caes bien -me limité a decir, con mi sonrisa encantadora. Ya me sentía mejor, aunque por nada en concreto. Me gustaba ayudar.

Lo observé un rato, terminando mientras con los estiramientos. Desde luego tenía una buena habilidad de lanzamiento. Nunca me había interesado por aquel tipo de combate, pero había llegado a comprobar que podía resultar muy útil. Y el tener a Lyam a mi lado, como un compañero. Nos cubriríamos las espaldas mutuamente. Pero no aquella noche, por supuesto.

Sonreí.

-¡Pues si sigues nadando incluso en estas fechas estoy seguro de que mejorarás mucho más! Yo nadaba mucho, porque vivía al lado del mar, en Ignis.

Me estiré. Ya estaba listo.

-Bueno, ahora he de dejarte, compañero. Todavía no he acabado mi jornada, pero no puedo acostarme demasiado tarde. Espero que vayan bien tus tiros, y tu natación. Y que nos encontremos alguna noche en el comedor. Podemos cenar juntos.

Tras despedirme del buen chrysos, con una sonrisa pero todavía algo tenso, salí de la sala. Estaba algo cansado.
Esperaba no encontrarme a Browen en el baño...

*se va*

De nuevo, volvió a mirar a Rick, frunciendo un poco el ceño, algo confuso, también algo sorprendido. Lo observó durante un segundo, en silencio, sin saber qué responder, y finalmente optó por un nuevo encogimiento de hombros, devolviendo su atención al muñeco que tenía a varios metros de él. Lanzó un nuevo puñal, que se clavó en la cabeza de la figura.

—Gracias... —repitió, bajando la voz.

Continuó lanzando puñales un rato más, buscando diferentes puntos del muñeco, sin llegar a moverse del sitio. Con Lysa, los ejercicios solían ser más interesantes, porque normalmente atacaban a objetos móviles y porque ellos mismos se movían, corrían, trotaban por la sala, al tiempo que lanzaban, pero ahora no se sentía con ánimo para ponerse a corretear. Otro día probaría, probablemente fuera de la sala de entrenamiento, tal vez en el bosque, buscando atinar en diferentes árboles o plantas.

—No creo que siga nadando mucho más. —Se encogió de hombros—. O al menos no con tanta frecuencia.

Y realmente lo esperaba, por algún motivo.
Cuando Rick se despidió, el chrysos dejó los lanzamientos y se giró hacia el flamma, sonriendo un poco. Asintió. Luego se encogió de hombros.

—Supongo que no será complicado que nos veamos —murmuró—. Buenas noches.

Y observó cómo el flamma abandonaba la sala antes de lanzar un par de puñales más, los últimos del entrenamiento. Luego movió las articulaciones un par de veces, a modo de estiramiento, recogió las armas y el muñeco y salió de la sala, medianamente satisfecho.

*se va*

Por una vez, me presenté sin armas. En la sala de entrenamiento, después de todo, no era peligroso. Podía serlo hasta cierto punto, pero yo tenía mis propias capacidades curativas y me lo podía permitir. Así pues, nada más abrir la puerta ya me puse a trotar por la sala; no tenía nada que preparar, después de todo. Ya estaba preparada desde antes de entrar.

Cuando hube entrado en calor, y dado algo de elasticidad a mi cuerpo, me situé ante la caja y llamé al duende. Tuve que pensar un momento. Porque lo primero que me venía a la mente era Rick, pero dudaba que Rick fuera, en ninguno de los casos, una buena idea.

-Alehyss Lester -decidí al final-. Combate sin armas.

Y allí estaba, la misma que me había roto la cara. No esperé a que se pusiera en guardia, sino que me lancé directamente. Quería aprender a tomar la iniciativa. Quería golpear sin dudas. Y quería, además, encajar los golpes en condiciones, incluso si eran golpes dados por Alehyss, que tan bien sabía dónde y cómo golpear para hacer el mayor daño posible. Tenía que concentrarme en resistir aquellos golpes.

Pronto estábamos ya enzarzadas. Atacaba, al igual que ella. La agilidad de Alehyss y su elasticidad quedaban patentes en su forma de moverse, de esquivarme y de alcanzarme. Me había prometido no usar la magia, y veía cómo eso me ponía en problemas. Pero trataba de moverme, de marcar el ritmo del combate, de golpear.

Y, sobre todo, me preocupaba de no esquivar. Me preocupaba de que, si un golpe no era interceptado por mí a tiempo, llegara a su destino. Me preocupaba, entonces, de tensar el cuerpo, prepararlo y mentalizarme. Me concentraba en que llegase a mí de la forma que mejor me conviniera, de aguantar cada golpe y absorberlo de tal forma que me permitiera seguir el combate sin detenerme.

La rodilla de Alehyss se incrustó en mi vientre, arrancándome el aire. El grito me había desconcentrado, y el golpe llegó a llenarme los ojos de lágrimas. Fui capaz de murmurar un "suficiente" que hizo desaparecer al duende antes de que siguiera cargando, y me dejé caer de rodillas en el suelo, boqueando y tratando de recuperar el aire.

Tampoco tuve mucho tiempo de hacerlo, porque quien había gritado se me echó encima al momento, arrancándome un gemido y haciéndome tambalearme un momento. Cuando por fin inspiré hondo y localicé su cara se me quedó el gesto helado, y sentí que no reaccionaba en absoluto. ¿No estaba enferma? ¿No había desaparecido? ¿Qué demonios...?

Traté de quitármela de encima y ponerme de pie. De no ser porque yo misma estaba controlando al duende, habría pensado que era todo cosa suya. Me sentía incómoda. Era como si se hubiera olvidado de mí hasta que había decidido que se aburría. Como si fuera un juguete.

-Bienvenida -murmuré sin mucho ánimo.

Una vez nos reincorporamos, veo rauda a ambos lados. Parece que aquella extraña chica había desaparecido. Mejor. Tampoco es que le fuera a dar conversación. ¿Veis? La gente debería ser así: darse cuenta por si misma de cuando es una molestia para los demás y desaparecer. Muy bien. Muy bien.

Vuelvo a lo mío.
La agarro por los hombros mientras doy saltitos.- Buaaa cuánto tieeempo.- Le aprieto las mejillas con las palmas. - ¿Qué tal todo? Bua tía, yo ya estoy bien. Al final, el viejo Nagorr siempre tiene solución para todo.- Le guiño un ojo.- Así que he decidido volver a veros. Espero poder quedarme más.

-¿Y qué hacías? ¿Quién era esa chica tan educada que se ha retirado al ver que estorbaba? Me suena de algo, pero sinceramente, no lo sé.- Me rasco la nariz lateralmente.

-Ay, tengo tantas cosas de las que hablar que... ¡Ya no sé por donde empezar!- Río. Pero entonces la observo más detenidamente, creando un silencio entre ambas.
Entorno los ojos y le toco una teta.
Aprieto un poquito.
-¡Oh santo Mithos!- La señalo mientras doy un brinco hacia atrás, señalándola con indignación fingida y sorpresa verdadera.

¿Cuánto tiempo? ¿En serio? ¿De verdad tenía la caradura de decir eso? A lo mejor no habría sido tanto tiempo si hubiera tenido el detalle de despedirse. De dar señales de vida. El papel no estaba tan caro, que yo supiera, como para no poder decir "oye, que me he ido pero no me he muerto". No me parecía a mí tan complicado. Y bueno, del señor Brumm prefería ni hablar. Entre Nagore y Jun me tenía completamente frita. Teniendo en cuenta que cada vez que lo veía era para llevarme un disgusto, la conclusión era que lo mejor era verlo cuanto menos mejor.

-Podías haber mandado una nota -murmuré, desviando la mirada hacia la caja. Ya no pedía ni una carta, pero... Un mensaje, aunque fuera mínimo.

"Mi mejor amiga", podría haber respondido. Tampoco estaría mintiendo. Lo único que me contenía era mi buena voluntad de no ser incisiva. Así que me encogí de hombros, restándole importancia.

-Es solo un hechizo -expliqué-. Hace copias de los guerreros para que podamos practicar. Esa era Alehyss. Tal vez te suene.

Cuando se me quedó mirando con aquella cara tan rara desvié la vista, esperando el comentario de siempre. "Qué te ha pasado en la cara". En el caso de Nagore, lo menos sería montar una escena por ello.

Por eso me sorprendió en qué se había fijado. Bajé la vista al pecho, cubriéndolo un momento después y retrocediendo un paso. La miré, con cierta desconfianza.

-¿Qué?

No habían cambiado... ¿no?

- Cuando tienes una madre que te controla durante todas las horas del día, es dificil hacer una escapada. - Me excuso.- A ver, es cierto. No lo hice porque... bueno. No sabía si iba a volver o no y creí que era mejor que te olvidaras de mi por si me pasaba algo.- Me rasco la nuca.- No estuvo bien, tienes razón.- Comento algo más apagada, aunque no mucho, tampoco. - He estado estudiando bastante y la verdad...- Me excuso. ¿Y si mandaba una nota firmada como Nagore para que le llegase a Massen y la devolvían o cualquier cosa y mi madre lo leyese? Uuuh sólo de pensarlo se me ponen los pelos de punta.

Sin embargo, toda preocupación vuela de mi cerebro al escucharle.- ¡¿SE TRANSFORMA EN QUIEN TÚ QUIERAS?! ¿ES EL HECHIZO PERFECTO!- Creo que empezaré a frecuentar más esta sala.- ¡Imagínate! ¡Podríamos salir con todos los chicos que quisiéramos sin molestarles! - Oh Mithos... respira, niña loca. Respira.

Me agito a mi misma con las manos, dandome aire.- ¿Por quién podría empezar?

He olvidado parte de mi conversación con Massen. Acabo de descubrir una cajita de bombones frescos esperando a ser comidos y en mi mente no solo he llevado la leche a vender sino que ya me he comprado una mansión con guardia personal.

Su reacción algo arisca me hace regresar al mundo.- ¿Cómo que qué? ¡Que te han crecido las tetorras un montón! ¿Se puede saber qué tenía Follow en la cabeza para dejarte? ¡Son super bon...- Me llevo las manos a la boca. Ya he hablado de más.


FDR: no sabéis lo que me gusta meter mierda.