Bosque

La atolondrada piscis se lleva un sobresalto del copón y yo río con ganas.
Pero rápidamente se pone en pie y con buenos modales se despide de mi. Yo no le digo nada. Es divertido meterse con los niños pequeños, sobre todo si van de resabidillos como ella. Sonrío con superioridad mientras me habla para luego contestarle- Enga, hermosa, vete a vaguear por ahí, enga, largo- digo con sorna, para darme media vuelta y seguir por el camino opuesto al suyo.

Bred rota los ojos y rápidamente se sitúa delante de mi para marcar el camino. Eso, o se gana otra leche de las buenas.

*se va*

Procuro que mis pasos hagan crujir las menos hojas posibles. Ni siquiera uso mi brillo natural para iluminar mi camino, sino un candil que he cogido de palacio. No quiero que haya ni un mínimo ápice de magia en mis pasos. Tras el revuelo producido por lo de Silvanus, sea lo que sea, prefiero no atraer a nadie a este lugar.

Pronto llego al sitio y lo veo. La verdad es que últimamente no nos hemos encontrado y hacía bastante que no lo veía. No quiero decir con esto, ni mucho menos, que lo añorase, pero sí que es verdad que, de alguna forma, el pinchazo de rencor que siento al verlo es menor, aunque quizás esto sea por el alivio que noto al ver que está vivo. No quiero ni imaginar en qué estado lo habría encontrado de haberse topado él antes con Aren Darvenwish, por ejemplo.

- Hola -susurro nada más llegar, plantándome frente a él-. Tenemos que abreviar. Han sucedido cosas recientemente y no creo que sea buena idea tentar a la suerte.

Clavo mis ojos en él, apurada pero serena.

Hoy Jager parece tomarse la cosa en serio. Es grato ver que, por una vez, pasa de jugar. Algo más relajada por esto, me aproximo un poco más a él. Cuanto menos tenga que proyectar la voz para hacerle llegar la información menos posibilidades hay de que alguien capte algo.

- Silvanus Kettleburn ha desaparecido. Aún no sé por qué ni qué ha sido de él. Eso es lo más reciente -siseo veloz-. Pero el propio Aren Darvenwish lo buscaba por todas partes, así que debe ser grave.

Lo observo unos segundos, dispuesta a oír la respuesta. Luego prosigo.

- Además, en la misión en la que participé trajimos a una mujer caeruleus de mediana edad, pero bastante atractiva, y de cabello blanco bastante poderosa. No he podido averigüar quien es, pero tiene pinta de ser muy influyente. Estaba demasiado segura de sí misma... Necesito información sobre quien pueda ser.

Miro a mi alrededor, algo nerviosa.

- Deberíamos vernos lejos de Brönte por un tiempo -murmuro, mirándolo de nuevo.

Me agarra por la cintura, atrayéndome hacia él. Por un instante esto a punto de alejarlo de mí malhumorada, pensando que vuelve a las andadas con sus molestos flirteos inútilues, pero entonces noto que mis pies se despegan del suelo y yo misma agradezco que su mano me aferre, deseando que no me suelte hasta pisar algo firme de nuevo. Se me escapa el aliento debido a la sorpresa. Podía haber avisado antes de volar, pero no se lo echo en cara por no quedar como una joven asustadiza.

Serena, como si en ningún momento hubiera sido llevada por los aires, asiento a su propuesta del pueblo. Será más incómodo para mí, pero infinitas veces más seguro para ambos.

Su segunda pregunta se me hace algo más difícil de responder. Titubeo un instante, y noto que él lo ve, pero igualmente trato de esconderlo.

- No tengo ninguna prueba concluyente... Ha llegado un nuevo guerrero llamado Rais. Es un tipo extraño. Me ha dicho que tiene memoria eidética, pero no he vuelto a hablar con él. Tendré que averiguar algo más. Y no he visto a ninguno de los miembros usuales hacer cosas demasiado extrañas...

Me avergüenzo enseguida de lo que acabo de hacer. El simple titubeo es suficiente vejación como para hacerme entender que dos polvos no son un vínculo suficientemente fuerte como para traicionar a mi trabajo. Sí son, quizás, bastante como para indicar a Jager que él es solo una oscura sombra para mí.

- Lyam, chrysos. Me parece potencialmente sospechoso, aunque no lo he corroborado. Sé que me tiene un aprecio especial. Incluso diría que le gusto si no sonara demasiado arrogante el hacerlo.

Pronunciar estas cosas en voz alta ante un ex es grato y reconfortante como el mejor de los orgasmos.

- Creo que acercándome más a él puedo obtener datos privados para despejar dudas, sea cual sea el resultado.

Lo veo alejarse. He notado su turbación, de alguna forma ilógica, y no he podido evitar sentir una inmensa satisfacción. De saber que le resultaría molesto que me acostara con gente, ya sea por profesionalidad o por lo que sea, quizás hubiera hecho más justicia a la fama que el imbécil de Dehnel me ha impuesto.

Deshecho enseguida este pensamiento, justo para ver como su sombra se diluye un poco a lo lejos. Ahora he de volver pronto al palacio y esperar que nadie me haya visto. Parece que pronto tendré que pasarme por el pueblo.

Suspiro y regreso a Brönte.

*se va*

Aquella mañana me había despertado con ganas de acción, y como no me apetecía quedarme en el castillo decidí ir en busca de un lugar donde entrenar en el bosque. Preparé una zona, marcando dianas en árboles y rocas, y alterné el uso de la magia con el de la cerbatana. En apenas media hora ya estaba concentrada únicamente en mi entrenamiento; estaba absorta en mis combates imaginados. A medida que avanzaba el tiempo, iba ideando nuevas situaciones de lucha, y acabé por convertir el entrenamiento en un juego de batallas.

*Se queda entrenando*

El Dragón del chiquillo desaparecido vagaba por el bosque, medio muerto por el hambre y por la enfermedad, no tenía a donde ir y sus costillas ya eran visibles y contables, se había vuelto desconfiado y ya no se acercaba a nadie que le diese el menor indicio de sospecha, pero el olor a piscis le hizo reaccionar y, haciendo acopio de sus pocas fuerzas y arrastrándose como si de una lagartija se tratase, pues no tenía fuerza suficiente para volar, llegó al pie de una piscis, por el cual comenzó a encaramarse, sintiendo la diferencia de temperatura entre ambos cuerpos, mientras, con garbo, subía por su pierna.

En mitad de mi entrenamiento, sentí algo escamoso y frío que tocaba mi pierna. Con un estremecimiento, seguí mi primer impulso de apartarme, pero cuando vi de quién se trataba corregí enseguida mi actitud y me agaché junto a él, con aspecto preocupado. Estaba muy cambiado, parecía enfermo y débil, pero aún así mis usuales encuentros con el, que siempre acompañaba a Silvanus allá donde fuera, me hicieron reconocerlo al instante.

- ¿Qué haces aquí sólo? -pregunté-. ¿Estás bien? ¿Y Silvanus?

Miré a mi alrededor, sin saber muy bien qué hacer. Hacía muchísimo que no veía al Piscis, ahora que lo pensaba. ¿Dónde estaría?

Tomando mi mochila, rebusqué en ella hasta dar con un pedazo de queso reseso. No era de muy buen gusto darle aquello al pequeño, y ni siquiera sabía si le haría daño, pero como no tenía nada más decidí ofrecéselo.

El escamoso siguió subiendo hasta su hombro y negó con la cabeza cuando el preguntaron por su dueño.
Mordisqueó una de sus trenzas con ansia. Cualquier cosa era buena para llenar su tripa, pero al ver el queso que le ofrecía, se avalanzó sobre el como si su vida dependiese de ello y lo agarró entre sus fauces y sin decir nada, se tiró al suelo, dandose un fuerte golpe contra el suelo y salió corriendo para perderse entre la maleza con su premio lácteo entre los dientes.

*seva*

Me quedé mirando al dragón alejarse. Lo llamé, intentando que volviera, pero fue inútil. ¿Qué estaba pasando? ¿No estaba prohibido tener mascotas en ese estado? Moralmente lo estaba, eso seguro. ¿Dónde estaría aquel chico atolondrado? Tenía que encontrarlo y hablar con él... Tal vez ni siquiera supiera qué había pasado con él dragón. En último caso, tal vez un líder... Aunque estarían demasiado ocupados para dedicarse a cuidar drangoncitos. En cualquier caso, tenía que hablar con Silvanus.

*Se va*

Me senté a tocar aquella extraña melodía, que por culpa de la flauta no sonaba como debía, mientras pensaba en Inger y en lo solo que estaba. Además de eso, la lluvia que caía, que era parada en parte por los árboles, empapaba mi cabello y lo pegaba a mi frente. Era como si el cielo llorase por mi pena, o por culpa de la desafinación de aquella flauta estropeada. De todas formas, a mí me gustaba su pitido irritante como la voz de Alehy... alguna persona malvada de voz irritante, pues inundaba mis oídos y me hacía tener la fantasía de que, bajo aquella lluvia, no estaba solo.

- La soledad es muy triste, garrote... -dije al garrote-, pero más triste para ti es no tener nombre. Pobre árbol que te dio como fruto... Debe de estar añorándote. Aunque como no son seres vivos...

Suspiré.

- Ojalá yo tampoco estuviera vivo, garrote, pues tal es la soledad que me embarga que el tañido de esta flauta suena como el dolor de mi... yo.

Entoné algunas notas más (si es que aquello lo eran) y entonces algo sonó a mi espalda. Me volví cuidadosamente. Seguro que era la muerte, que venía a buscar a un sucio e inútil mendigo perdido entre la maleza. ¿Acaso no estaría ya muerto y era un halo de persona que vagaba entre dos mundos?

Si hubiera tenido allí una libreta no habría olvidado nunca aquella magnífica frase...

Me puse en pie. Fuera lo que fuera que venía a matarme, lo enfrentaría como un buen vagabundo: borracho. Muy borracho. Pero antes de poder darme cuenta de que no tenía licores allí (y de que el licor no era cosa de vagabundos), vi la silueta de lo que ante mí se hallaba. Encendí una pequeña llama para verlo mejor y pude comprobar que, efectivamente, era lo que parecía entre sombras, lluvia y matorrales.

Me acerqué a la pequeña y empapada criatura, que apenas me miró con ojos asustados, pero no se movió, y sonreí.

- ¿Qué haces tú aquí, pequeño ser?

El bismontito solo tiritaba. Era una cría, seguramente aún no destetada (¿y quién lo estaba, al fin y al cabo?) que parecía aterrada, pero tan débil y helada que no podía ni moverse. Aquello hacía que hasta el corazón de un mendigo como yo se contrajera por la pena y la compasión, así que me quité la capa y, envolviendo al animalito como si fuera un bebé humano (pero más grande), lo cogí en brazos. Apesurándome, puse de nuevo rumbo al palacio. Aquello no era por mí, era por el pequeño animal.

- Qué curioso -dije para mí- que en estos tiempos de soledad tan profundos el bueno de Mithos me envíe tan inusual compañero. Creo que te llamaré...

Pensé un instante, pero enseguida el nombre ideal llegó a mi mente.

- Telmo. Ese será tu nombre.

Con pasos largos y más animados, regresé a palacio.

*se va XDDD*

FdR- Todo muy lógico, sí.

XDDDDDDD

Había llegado al fin.

Inspiré hondo. Hace ya más de dos meses que había encontrado allí a Telma, antes de partir en busca de una vida mejor, pero mi búsqueda me había llevado de nuevo a aquel lugar, procurando lo mismo que en mi partida.

Recité en voz alta el poema que siempre me decía mi padre antes de acostarme. Yo todavía era un mendigo, pero ahora me sentía mucho más preparado para superar mis errores que cuando, asustado, decidí deshacerme de mi vida.

-Vamos, Telma -dije en voz alta para infundirme fuerzas-. Recuperaré lo que fue mío, pero esta vez lo haré por mi cuenta.

Ambos caminamos entre las sombras, viendo, sin embargo, claro el futuro.

*se van*

Un pequeño ciclón había invadido el bosque. Corría de un lado para otro, sin hacer nada en concreto, riendo sin parar. De vez en cuando interrumpía mi carrera y comenzaba a dar saltitos sobre una sola pierna, con un pequeño quejido; al ir descalza, las irregularidades del suelo me hacían daño de vez en cuando.

Solo hubo un momento en que me detuviera de forma definitiva. En mitad del bosque, en un punto que no habría sido capaz de localizar (lo cierto era que estaba bastante perdida) encontré un enorme árbol, de tronco y ramas robustos. Estaba cubierto de flores. Lo observé con cierta malicia, con una sonrisa pícara en el rostro.

Antes de que yo misma me hubiera dado cuenta, ya estaba aferrada a las ramas más bajas, trepando con decisión. Una vez llegué a un punto en que las ramas se unían demasiado como para seguir subiendo, y jadeante por el esfuerzo, me situé en una rama suficientemente gruesa como para soportar mi peso sin problemas y comencé a coger flores de aquí y allá, que iba enganchando en forma de corona. Al mismo tiempo, balanceaba los pies en el aire y tarareaba una alegre cancioncilla.

*Se queda*

Terminada la carta para mi madre en Hummus, decidí salir al exterior para dar un paseo para despejarme un poco y ya al entrar, se la daría al mensajero del palacio, para que la llevase.
No tenía mucho mejor que hacer, así que decidí dar un paseo sin un rumbo fijo hasta que terminé, casi sin darme cuenta, en el bosquecillo que rodea el palacio.

-Afuuu...- que aburrimiento- Mascullo. - Ojalá tuviese una mascota o algo...- digo más para mi que para nadie. - Siempre quise un dragón. Un dragón como el que tiene la gente importante en Hummus. Uno de esos dragones terrestres... son tan guays...Ahora mismo podría estar diviertiéndome con uno y estoy por aquí hablando sol...- pero entonces corto mi monólogo al escuchar una cancioncilla. ¿De quién será? No me suena su voz.

La sigo hasta dar un una mujer en un árbol, recogiendo flores. Sonrío.- Hola- saludo dando un saltito.- ¿Qué tal, tía?- le pregunto sonriente. No la conozco, pero por la estatura, debe ser parvus.

Tardé un poco en responder, e incluso en mirarla. Seguí tarareando un rato, en lo que terminaba mi corona. Entonces la miré con una sonrisa y dejé caer el círculo de flores sobre su cabeza. A continuación, sin perder un momento, bajé de rama en rama hasta llegar al suelo.

-¡HOLA! -grité con entusiasmo, correteando a su alrededor.

Qué chica más pequeñita. Y qué pelo más curioso. Hice amago de ir a tocarlo, pero retiré la mano sin llegar a rozarla y solté una risita. Di un par de vueltas más a su alrededor y la coroné propiamente con las flores. A continuación, me puse frente a ella e hice una reverencia tan grande que estuve a punto de tocar el suelo con la punta de la nariz.

-¡Bienvenida al bosque! -reí.

Tardó en responder, pero al final bajó del árbol y yo le sonreí.- Bienhallada -dije contenta. - Me llamo Nagore Brumm ¿Y tú?- prengunté acercándome un poco. - Tïa, que corona más guay. - comento.

La verdad es que no sé muy bien de qué hablar. - Eres de Hummus, ¿verdad?- pregunto por sacar tema. - Llevas mucho por aquí? Creo que no nos conocemos- digo estirando los brazos por detrás de mi cabeza.

-¿Te importa que te haga compañía un rato? Es que no tengo mucho que hacer, la verdad- le pregunto sincera.

-Sí, sí, sí -le dije con gesto serio, casi severo, como si le estuviera revelando una importantísima verdad.

A continuación me acerqué de nuevo al gran árbol y agité una rama baja, de la que cayeron un par de flores que enredé y me puse detrás de la oreja. Como eran flores oscuras, destacaban más en su cabeza que en la mía. Ladeé la cabeza y entrecerré los ojos, al tiempo que fruncía el ceño, desconcertada. No tenía un pelo tan llamativo como la chica flamma que no sabía hacer fuego, pero aún así resultaba curioso.

Abrí mucho los ojos y me acerqué a ella como con cautela, muy despacito, con una mano por delante, hasta tocar una de sus coletas. Tenía el pelo suave y brillante, normal al tacto y relativamente sedoso. Aquel color extraño parecía la única anomalía.

-Es bonito -murmuré, más para mí misma que para ella.

Me responde de una manera bastante árida a todas mis preguntas, pues parece que su atención ha sido captada por algo que no soy yo. Rápidamente me doy cuenta que, efectivamente, "yo" no he sido quien le ha llamado la atención sino más bien, una parte de mí.
Mi pelo.

Me quedo muy quieta, tiesa como un palo de escoba, con los brazos pegados al cuerpo y con una cara de poker digna de ser retratada, pues la jovencita se acerca lenta y analiza minuciosamente mi pelo, como si lo estuviese sometiendo a un exhaustivo examen.
Trago saliva ¿será esta pequeña una gurú de la moda? ¿Será una fantástica peluquera? ¿Una experta en pelos?

Tengo miedo ¿Y si me dice que no le gusta mi pelo? HORROR.

Al final, respiro aliviada al escuchar cierto adjetivo que me alivia un poco y, acto seguido, me dejo caer de rodillas y haciendo una reverencia con mi cuerpo de modo que mi frente casi toca el suelo del bosque- POR FAVOR, MAESTRA DEL CABELLO. ACONSÉJAME PARA SER LA MUJER MÁS ATRACTIVA DEL MUNDO. ACÉPTAME COMO APRENDIZ DE TUS SABIOS CONOCIMIENTOS Y HABILIDADES CAPILARES- digo casi al borde del llanto.
Si logro que esta evaluadora de cabellos me cuente todos sus secretos, Follow estará mucho más cerca todavía.

Sonreí divertida, sin entender muy bien de qué hablaba.

-Tienes pelo de amatista -comenté, desenfundando mi guadaña, que siempre llevaba a la espalda.

La dejé en el suelo y señalé la pequeña piedra morada incrustada en la zona más gruesa de la hoja. Miré la piedra sin convencimiento.

-No, es más bien... -rebusqué en mis bolsillos, hasta encontrar la piedra que buscaba. Una pequeña muestra de cuarzo rosa salió de uno de mis bolsillos, y se la puse en la mano-. Más bien pelo de cuarzo rosa, sí -comenté, ahora convencida. Busqué otra piedra, esta vez negra, y se la mostré, aunque esta quedó en mi mano-. El mío es de obsidiana.

Cogí las dos flores de mi pelo y le puse una en cada coleta. A continuación aplaudí, riendo.

-¡Qué bien! -exclamé, entusiasta.

FdR.: Para más datos: Obsidiana, Cuarzo Rosa, Amatista. Ayne sí que se lo habría pasado bien con las muñecas de Massen e.e