Bosque

Ella hablaba, y yo asentía, apoyando de vez en cuando sus palabras. Parecía realmente enérgica cuando trataba aquellos temas, como si necesitara soltar mucho con lo que decía. Así pues, me dediqué a escuchar.

-Ya, bueno, eso por supuesto -apunté-. Pero siempre es mejor saber que le va bien.

Me encogí de hombros. Realmente, ni siquiera tenía datos para aportar demasiado. No sabía muy bien por qué se habían ido ni adónde. Tal vez Frikka lo supiera, pero no parecía la parte del asunto que más le interesaba.

-Bueno, ya volverán. Y si no vuelven pronto, seguro que te manda alguna otra carta mientras. Pero verás como vuelven -. Porque iban a volver, ¿no? Por lógica...

Reí levemente al verla hacer tantos aspavientos.

-No le des vueltas de más. Ya ves, tú toda preocupada y al final, según la carta, no había motivos. Mejor no ir con malos farios, que sino...

Asiento, todavía sonriendo, aunque con menos entusiasmo.

-¿Sí, no...?

No hay nada de qué preocuparse. Por mucho que me repita esto una y otra vez, que he llegado a hacerlo, no soy capaz de creérmelo. No lo consigo. Porque que todo vaya bien es bueno, pero tampoco ponía en la carta que todo fuese bien, solo que nada iba mal. Y yo, por mi parte, incluyo el "por el momento" en mi cabeza.

Niego suavemente y dejo ir un suspiro. A otra cosa, hostia. SI algo de lo que ha dicho es cierto, es eso de que comerse el coco no me va a ayudar, así que listo. Siguiente, por favor.

-Por cierto, he estado con Buscador hace poco y te buscaba -. Qué irónico, ¿no?-. ¿Ha dado contigo?

La miro de reojo. Mejor fingir que no sé nada primero, y ya actuar en función de cómo las cosas se desarrollen, que yo aquí no quiero bullas...

Asentí, convencida.

-Por supuesto -respondí, muy seria. Era importante que lo creyera así.

Entonces cambió de tema, y no pude evitar una extraña sensación, como un tic, un respingo, un escalofrío interno. No hubiera sabido definirlo bien. En todo caso, no era demasiado agradable. La miré con expresión mordaz.

-Oh, así que sigue vivo. Pues no, muy bien no me ha buscado -ironicé-. Hace... ¿cuánto? No sé, pero bien puede hacer cuatro meses que no sé de él. O más, ¿quién sabe? No parece que a nadie le importe mucho. A mí hace bastante que ha dejado de importarme.

Me sorprendía un tanto mi propia frialdad, pero no podía evitarla. Así que me buscaba. Ya, pues podía dejar de buscarme a mí y buscarse otro apodo que le fuera mejor.

Creo que me he quedado un par de segundos con cara de "pero qué coño" antes de poder reaccionar a sus palabras, la verdad. No me esperaba ese tipo de reacción. De haberlo sabido no hubiese mencionado algo así. Casi parece mejor idea hablar de lo que sea de su hermana, hostia.

-Eh, sí, está vivo... -murmuro. "Yo lo he visto bastantes veces estos últimos meses. Incluso fuimos a hacernos un pendiente juntos. ¿Lo has visto? Mira cómo mola". ... Entonces todavía no ha visto los de Buscador... Me espera una buena bronca. Jo-der...-. ¿Hace tanto...? -. Me froto el brazo derecho con la mano opuesta-. Bueno... Es una exageración, no? Que si es así, supongo que estarás que trinas...

Habría que tener mucho asperger para no darse cuenta de que está de una mala hostia bastante elevada...
¿Qué decíamos de Gerald?

-Pues tenía muchas ganas de encontrarte, por lo que sé... Ha debido de estar haciendo algo importante y no habrá podido verte-. No sé si lo estoy arreglando o jodiendo, la verdad.

Me froto la nariz con el dorso de la mano, sorbiendo un poco.
Podría salir por patas ahora. Estaría bien.
No, Fifi, no. Eso es de cobardes. ¡No eres una cobarde! Aguanta como una machota.

Negué con la cabeza, sintiendo cómo el mal humor se iba apoderando de mí. En un intento por controlarlo, esbocé una sonrisa que dudo que fuera muy convincente. Me costaba contener la agresividad. Pero claro, Frikka no tenía la culpa.

-No, no es una exageración -contradije, intentando que mi tono fuera sereno o, por lo menos, neutro-. Creo que la última vez que lo vi fue unas semanas después de la tormenta. Una o dos semanas después, quizás. Ya no me acuerdo. Total, que no llego a verlo entonces y ya habría dado por hecho que...

Negué con la cabeza. Mejor no tirar por ahí. Suspiré.

-No sé qué ha estado haciendo. No sé qué hace nunca. Normalmente desaparece cosa de un mes, pero bueno. Yo qué sé. Tendrá sus cosas. Yo ya estoy harta del asunto, así que me da igual.

Me está picando todo el cuerpo. ¿Será la varicela? No, no... Creo que la tuve cuando era pequeña. Contagié a Fenris y a Jord. Ya era una tocahuevos por aquel entonces, si mal no recuerdo. Bueno, yo no recuerdo nada, pero me lo contaron... Y Armod cuenta excelentemente las historias, desde siempre, que eso es buen sabido por todos...
Que es ansiedad, o así, supongo. Calma, Fi.

-Hostia... Pues creí que haría menos... Es decir, él parecía preocupado por verte, y, bien pensado, parece difícil que él se preocupe por cosas, por lo que supongo que era fácil pensar que hacía tiempo ya, pero tanto...

Lo llego a saber y añado a mis consejos a Buscador que busque un buen regalo antes de humillarse hasta la saciedad para pedir disculpas. En lo que me he metido... Como si yo fuese una experta, oye...

-Y... -. De nuevo, me llevo las manos a la nuca, para aparentar tranquilidad-. ¿No quieres verlo? Aunque sea para hablarlo, ya sabes...

Quién me mandó a mí decir nada a nadie...

Me encogí de hombros con desgana. Ya, sí, bueno. Preocupadísimo, como siempre. ¿Por qué? ¿Por sus "hijos"? Desde luego, por eso estaba segura de que estaba preocupada. No fuera a haberlos tenido yo sola y vendido al mercado negro, que poco más o menos había tenido tiempo.

-Yo es que ya he tenido tiempo de preocuparme y despreocuparme, ¿sabes? Tanto tiempo da para mucho.

Me sorprendía un poco su insistencia, en cierto modo. Pero, como necesitaba desquitarme, tampoco me molestaba.

-Oh, sí, estaría bien, supongo -repuse, encogiéndome de hombros-. Tampoco es que me muera por un día más sin verlo, que a estas alturas no se nota mucho. Ni sé muy bien qué voy a hacer cuando lo vea, así que... Total, tampoco es que él vaya a entender nada haga lo que haga, así que me da un poco igual.

Cada comentario es más mordaz que el anterior. Casi es como si ella fuese Frikka y yo fuese... No sé, porque yo a ella no le hablo en esos términos. Soy una chica jodidamente educada, hostia.
Esto es algo incómodo, vamos... ¿Que por qué? Yo no tengo problema con rajar de nada ni de nadie, la verdad, pero resulta que... Sí, lo voy a admitir. Buscador no me cae mal del todo, por rarito que sea, y si lo he estado aconsejando ahora no me puedo retractar así como así. Aunque veo que le ha estado haciendo puto caso a mis consejos, la verdad. Una hostia no se la quita nadie. Aunque me temo que cuando vaya a dársela yo ya habrá recibido un par de Massen.
Y entonces... ¿Estaría bien decir a estas alturas que es definitivo que esto es un fiasco y se va a largar con la pelandrusca de su tribu? ¿Y yo que hago? ¿Intento arreglar esta mierda o me retiro dignamente a ponerle un par de velitas a Gerry y Cierzo?

-Bueno... Supongo que en estos casos lo mejor es poner las cosas claras, ¿no? -digo, intentando sonar relajada-. Son asuntos delicados, y tal. Yo no sé mucho, ya sabes... -. Eso es, distánciate, tú ni zorra-. Pero estaré para lo que necesites -reitero, viendo el castillo ya más cerca y apurando un poco-. Joder, cómo llueve, eh... ¿Quieres que le diga algo si lo veo, o así?

La miro de reojo.

Me dejaba un poco fría lo que decía, así que me limité a encogerme de hombros. Sinceramente, prefería que no andase nadie de por medio. Que nuestros problemas eran nuestros, no de los que anduvieran cerca. Aún así, su oferta sonaba tentadora.

-Sin vernos es un poco difícil aclarar nada -repuse-. Pero en fin. Qué más da. Casi me dan ganas de decirte que le digas algo, pero mejor que no. No tendría el menor sentido que te metieras de por medio en un asunto como este, y solo ibas a conseguir salir mal parada. Ya arreglaré yo lo que tenga que arreglar. O lo desarreglaré, según me cuadre.

La miré un momento, o a su sombra, más bien, con una expresión bastante significativa.

Asiento, veloz, que tampoco estoy yo como para meterme en la boca del vulpus así como si nada...

-Por supuesto, lo pillo. Seré el hombro en el que te puedas apoyar, pero no me meteré. Sé ser discreta, ¿sabes? Se me da muy bien eso de estar calladita cuando hace falta -. Pongo una mano en su hombro, oprimiéndoselo suavemente. Gané-. Tú tranquila. Cuenta conmigo si necesitas algo y desentiéndete para el resto si lo prefieres, ¿vale?

Me llevo la mano derecha al hombro izquierdo y empiezo a rotarlo hacia atrás, más despreocupada. Es el momento de hacer la técnica evasiva nivel avanzado.

-Y yo nunca he entrenado contigo, ¿no? Mira que has sido la que me recibió en su momento y todavía ni sé qué se te da mejor... ¿No te parece que hay que ponerle remedio a eso, eh?

Magnífico.

La miré, un tanto incómoda con su insistencia. Aunque, ¿qué iba a decirle? Me limité a asentir y encogerme de hombros.

-Claro -murmuré, no muy animada.

Me dejé llevar tranquilamente por el cambio de tema, llegando a sonreír un poco.

-Bueno, normalmente me dedico a la magia -expliqué-. Pero a veces me siento un poco limitada. Mi cerbatana casi me parece un juguete, que creo que es lo que pretendía ser en origen, así que no le doy mucho uso. Aunque mala puntería tampoco tengo, y me gustaría mejorar en combate cuerpo a cuerpo. Que bueno, no es que sea precisamente una forzuda, cada uno en sus capacidades...

Me quité algo de pelo mojado de la cara, desviando la vista, algo avergonzada.

-Últimamente no es que esté empleándome mucho -confesé.

El cambio de tema nos sienta bien a ambas. De putísima madre, porque empezaba a ponerme un poco nerviosa. Ahora todo está bien. Frikka, eres un genio, joder...

-¿Cerbatana? -inquiero, alzando las cejas-. Eso rima con katana -añado, socarrona, esbozando una sonrisa burlona, no sé bien por qué-. Pues yo en el cuerpo a cuerpo no es que sea la mejor del mundo, confieso, pero si quieres aprender a manejarte con algo más afilado puedo ayudarte. O un enfrentamiento sin más, que hace siglos que no lucho contra nadie, hostia... Me voy a atrofiar.

Me lanzo hacia ella para tomarla por el cuello y atraerla hacia mí, bruta, pegando mi mejilla a la suya y mirándola de lado, con una sonrisa descarada.

-Venga, ¡va! Ahora me toca a mí arrastrar a alguien al esfuerzo. ¡Te doy una semana para prepararte y luego nos vemos! Un duelo. La que pierda le lleva la comida a la otra a la cama una semana -canturreo, con tono seguro, burlona-. Y ahora apura, que casi estamos. Casi puedo oler el baño caliente...

*se van*

Una línea de sudor se desliza por el pómulo y la mejilla, superando la línea de la mandíbula y llegando al cuello. Y eso que hoy me he puesto una cinta en la frente, bajo el flequillo, para evitar que me entrase en los ojos. Tampoco puedo evitar un constante jadeo partiendo de los labios entreabiertos, pero ni con todo eso me detengo.
Retrocedo y me armo. Sostengo el shinai solo con una mano, la izquierda. Avanzo y la extiendo a la vez, aprovechando el movimiento del cuerpo para clavarla en uno de los puntos concretos del árbol con los que estoy practicando. Ya ha saltado la corteza en los lugares donde golpeo, y las zonas están bien delimitadas. No es que quiera cargarme el árbol, pero necesito estar segura de que apunto bien.

Retrocedo, me armo. Vientre. Una especie de gruñido acompaña mi ataque, y la punta del arma de entrenamiento hace restallar la corteza en el más bajo de los claros que he dejado en el tronco; un par de trozos saltan.
Retrocedo, me armo. Pulmón. El hueco intermedio. Empecé con las dos manos, y ahora solo uso una. la piel se ha levantado en la palma, pero todavía no sangra, y soy capaz de soportarlo.
Retrocedo, me armo. Garganta. No sé cuánto tiempo llego, pero, aunque estoy agotada, los músculos están calientes y flexibles. Además, el hecho de que no sea una actividad excesivamente ágil evita que mi asma despierte. Por ahora lo llevo bien.
Retrocedo, me armo. Ojo derecho. La mano flaquea un instante, tiembla, pero la punta acaba impactando donde debe. Siento la camiseta pegada a la espalda por el sudor.
Retrocedo, me armo. Ojo izquierdo. Es hora de empezar de nuevo. Creo que si paro a descansar no podré retomarlo.

La cadencia de mi respiración se me hace algo lenta, aunque estoy segura de que no lo es tanto, de que solo yo la veo así porque estoy concentrada. Tengo la mente prácticamente en blanco, y menos mal. Últimamente volvía a pensar en demasiadas cosas cuando me descuidaba. Me viene bien este momento de evasión, en el que solo tengo que pensar en cinco huecos en las cortezas de un pobre árbol escogido al azar.
Retrocedo, me armo, ataco. Realmente me escuece la mano.
Me muevo sin darme cuenta. Ataco sin darme cuenta. Mi cuerpo ya busca los puntos sin que yo los mire, prácticamente. Creo que llevo aquí más de lo que creo. He de aprovechar que no llueve para respirar aire fresco.
Retrocedo, me armo, ataco. ¿Dónde se ha metido Narbe? Ha desaparecido, como siempre. Ni siquiera puedo decir que me sienta utilizada, porque yo lo buscaba a él, pero me gustaría encontrármelo.
O a Ben... Hace ya que no la veo.
Retrocedo, me armo, ataco. Debería hablar con Massen, también, pero no sé cómo estarán las cosas. Si consiguiese encontrármela lo haría. No quiero seguir sintiéndome así de rara. No tengo mucha gente aquí.
Gruño, retrocedo, me armo, ataco. Una carta de Cierzo también sería de agradecer. ¿Cuándo van a volver? Porque van a volver, ¿verdad? Tienen que volver...
Jadeo, retrocedo, me armo, ataco. Fenris debe de estar a punto de llegar. Me cabrea tener que soportar las tonterías que, seguramente, vengan de casa.

Retrocedo, me armo. Grito, amenazante. Suena agudo, y hace eco en los árboles y el silencio. Me lanzo contra el árbol, buscándolo de cualquier forma, encadenando golpes sin contarlos, uno tras otro, ignorando los puntos que he estado marcando, cortando el cuerpo de hombro a cadera contraria, la cabeza, la garganta, el vientre, un brazo, la mano, el puto torso del esternón al ombligo. Todo en una sola inspiración, en una ráfaga de gritos que nombran golpes demasiado inexactos como para que mi padre aceptase que los llamase así.
Ahora sí respiro fatigada, con un suave pitido al final de cada inspiración. Un crujido me ha alertado tras el último golpe, y al mirar mi arma veo que, efectivamente, una de las varillas está rota. La tiro a un lado, con desprecio, apretando la mandíbula, y extiendo la izquierda apuntando con ella al tronco.

-Âchnam. ¡Âchnam! ¡¡ÂCHNAM!!

La madera salta. Me doy cuenta, al bajar la mano, de que estoy sangrando por la palma. Y el árbol tiene también un buen boquete. Igual me estoy pasando con esto de destrozar las propiedades de Brontë... Pero sobrevivirá.
Me acerco y apoyo una mano en el tronco, cerrando los ojos, jadeante, y apoyando la frente sobre la corteza. Es una puta señal de respeto a un puto árbol. Estoy tronada.
Me dejo caer sentada en el suelo, con la vista algo borrosa. La mano, pegajosa, me arde. Pero me encuentro mucho mejor, pese al mareo y el malestar.

Tras un buen rato descansando, entre toses, me levanto. Recojo el arma del suelo, varios metros a la derecha, y me la echo al hombro. Es hora de darse un buen baño.

*se va*

Corbin corría por el bosque, manteniendo un ritmo constante, con la respiración calma y tratando en todo momento de mantenerse sigiloso. Seguía los sonidos del bosque, los crujidos de ramas y hojas, los trinos de los pájaros. Su objetivo era acercarse a los animales tanto y tan rápido como estaba en sus capacidades sin ser percibido.

Corbin, que había crecido en las montañas, sabía que los animales tenían habilidades para detectar a la gente superiores a los propios humanos, en muchos aspectos. Tomando en cuenta la dirección del viento, la posición del sol y la de sus propios pies, avanzaba, tratando de acercarse, maldiciendo cada vez que algún animal lo veía y delataba.

Detuvo su avance al llegar a una zona de su gusto. El suelo no era especialmente cómodo ni llano, ni la zona estaba especialmente bien iluminada, pero los árboles que allí crecían tenían troncos que podrían equivaler, en cierto modo a troncos humanos. Y, aunque moverse no era fácil en aquella parte del bosque, o quizás animado también por ese hecho, Corbin decidió quedarse allí a entrenar.

Inspiró hondo antes de comenzar. Y, entonces, sin previo aviso, invocó un ebrain aitchbrëa y justo a continuación un clair ëm yäk, que envió contra el tronco que tenía delante. Y, un golpe tras otro, fue repitiendo esa combinación, variando su objetivo, preocupándose de dar a sus hechizos un extra de potencia, así como de alcanzar un amplio rango de objetivos.

No tardó en cansarse de repetir una y otra vez los mismos hechizos. Cuando esto ocurrió, Corbin avanzó rápidamente hacia uno de los árboles sacando los puños de los bolsillos al tiempo que lo hacía, preocupándose de que los ebrain aitchbrëa se sucedieran sin interrupción. Y, mientras tanto, golpeaba el árbol con los puños, una y otra vez, ensañándose, satisfecho con cada marca que iba dejando en el tronco.

*Se queda entrenando*

Cubierta con una gruesa capa, salí fuera de Palacio, dispuesta a dar un paseo. Mis entrenamientos con Anna estaban haciendo que lentamente cambiase mi horario: si antes no me hubiese despertado hasta bien entrada la tarde, ahora a bien entrada la tarde ya había comido, entrenado y leído. Poco a poco, mis horarios se asemejaban más a los de mis compañeros, y a pesar de que era extraño, no resultaba del todo desagradable. O al menos no tanto como había pensado. A lo mejor era por mi condición de mestiza y por el tiempo que había pasado en Ignis, pero el sol no me molestaba demasiado: veía, de alguna forma, tal vez no demasiado bien, pero sí lo suficiente como para diferenciar la mayoría de las formas y para evitar golpes innecesarios.

Me adentré en el bosque, tras pasar por los jardines, curiosa. No iba mucho por ahí. De hecho, salvando el lago y los jardines, apenas podía decir que pasease por los exteriores de Brontë. Era algo que debía mejorar: no siempre tienes tanto terreno para explorar, y era una pena despreciarlo de aquella forma.

En mi avance un sonido, semejante al de los golpes, me hizo detenerme y cambiar el rumbo. Me acerqué al lugar del que provenía el sonido, y al hacerlo me encontré con Corbin, que estaba entrenando. No tuve tiempo a pensar en saludarlo o no, pues pronto fruncí el ceño y solté un quejido, retrocediendo un par de pasos, llevándome las manos a la cara, cubriéndome los ojos, molesta por la luz de los hechizos que se sucedían.

Corbin había conseguido hacer mella en el árbol que tenía ante sí, y eso lo animaba a continuar con sus golpes, uno tras otro, encajando los puños de acero en la madera, haciendo saltar astillas. La dureza de la madera era una buena forma de prepararse para la dureza de un hueso, y Corbin siempre había sido amigo de astillar huesos como medio para acabar con sus adversarios.

Sin embargo, y pese a la concentración, no le pasó desapercibido el quejido que sonó un poco más allá. Invocando un nuevo hechizo, se volvió y preparó un clair ëm yäk que lanzó contra su enemigo. No exactamente. Porque, de alguna forma, su subconsciente consiguió alarmarlo a tiempo, y el hechizo se desvió lo suficiente como para no dañar a Inger, que era quien se acercaba.

Corbin tragó saliva y apretó los puños, llegando a lanzar otro puñetazo contra el tronco.

-Perdona, no sabía que eras tú -gruñó, descargando el puño contrario.

Cerró los ojos, tratando de hacer desaparecer esa ansia por continuar. Después de todo, era absurda cuando su adversario no era más que el tronco de un árbol.

Me dolían los ojos y no podía ver nada, pero seguía retrocediendo, buscando apartarme de los hechizos del claritas, que a pesar de que no estaban dirigidos a mí sí me molestaban por estar dentro de su rango de acción. Me pareció escuchar que Corbin conjuraba uno nuevo, un clair ëm yäk , no tenía muy claro hacia dónde lo dirigía, pero por si acaso retrocedí más rápido, sintiéndome un poco asustada. No obstante, no llegué a notar nada contra mí, así que pronto me tranquilicé. Tras unos segundos más, noté cómo comenzaba a recuperar la visión, y lentamente aparté las manos de la cara. Miré, entonces, aún con los ojos entrecerrados, a Corbin, sin tener muy claro qué decir salvo que sentía haber interrumpido su entrenamiento. No lo dije, no obstante, no porque no quisiese, sino porque él se adelantó.

Negué suavemente. Todavía me sentía algo nerviosa, aunque no tenía claro el motivo.

—No te preocupes —murmuré, mirándolo. Me pasé la mano por el cuello—. Siento haber interrumpido tu... Entrenamiento. No sabía que estabas entrenando.

Le dediqué un rápido vistazo al árbol. Luego añadí:

—Sigue, no te preocupes por mí.

Mientras la caeruleus hablaba, Corbin seguía golpeando el árbol, un puñetazo tras otro, escuchando cómo la madera crujía, quejicosa. Serio, con el ceño fruncido, la escuchaba, pese a todo. Porque debía calmarse. Debía calmarse.

-No me molestas -gruñó de nuevo, seco, con voz rápida, y su voz no parecía corresponderse con sus palabras-. Sigue hablando. Cuéntame algo.

Con un soberano esfuerzo, desencajó uno de los puños del árbol e inspiró hondo, cerrando un momento los ojos. Solo un momento. Guardó los puños de acero en los bolsillos, asegurándose así de no sentir el impulso de continuar, y sintió la molestia que le producía no tenerlos en las manos. Pese a ello, apretó los puños y lo dejó estar. Fin del combate.

Corbin seguía golpeando el árbol, con los puños, haciendo crujir la madera como si fuese lo más sencillo del mundo, y yo mientras lo observaba, quieta. Tras unos segundos, retrocedí un par de pasos, todavía mirándolo, dispuesta a dejarlo solo, pero entonces él me pidió que dijese algo, y a pesar de que su tono de voz parecía indicar que yo sí le molestaba, decidí quedarme y hablar.
Me costó mucho pensar un tema interesante, y al final opté por contar cualquier cosa que no necesitase respuesta.

—Pues... Eh... He estado entrenando, y por eso ahora estoy despierta. Y, eh... Ayudo a una chica con sus entrenamientos, Anna, se llama. Es muy simpática, aunque no es una guerrera muy buena, pero sí sabe de costura y se ofrece a hacer armaduras, así que igual deberías verla. Y eh... —Me pasé la mano por el cuello—. Me estoy acostumbrando al horario de Fulmen porque ella es chrysos y, eh... Pensé que me iba a costar más, pero no. No me resulta muy molesto, digo. El sol, digo. No veo tan bien como de noche, pero no me doy muchos golpes, así que supongo que es bueno, ¿no? Supongo, sí. Y... Llueve mucho, siempre llueve, no sé por qué siempre llueve, es un poco aburrido, aunque supongo que para entrenar está bien porque te cansas más, ¿no? No suelo entrenar bajo la lluvia, la verdad, y...

Me encogí de hombros, curvando un poco los labios, tímida.
Lo miré.

La retahíla de Inger parecía más sus pensamientos en voz alta que algo que contar, pero para el caso fue suficiente. Corbin se concentró en escucharla, desviando toda su atención de su reciente actividad hacia ella, aunque el hecho de que le hablara de entrenamientos no lo hacía fácil. De todas formas, y pese a que había encontrado en sus palabras algo de interés, esperó a que la chica callara antes de responder.

-Armaduras -dijo entonces, con voz algo rasposa pero menos agresiva-. ¿Qué clase de armaduras? ¿Sabes dónde puedo encontrarla?

No sabía que hubiera gente en Brontë confeccionando equipamiento, pero de hecho le parecía algo de lo más útil. Pensaba ver a aquella Anna tan pronto como tuviera oportunidad.

Miró un momento hacia arriba. Corbin estaba suficientemente acostumbrado a que la lluvia no era un impedimento como para que le importase. De todas formas, podía entender que la chica tuviera una visión diferente del asunto.

-Puede que tengamos que luchar bajo la lluvia, así que es útil recrearlo y prepararse para ello -explicó, sin más.

Me encogí de hombros. Lo cierto es que no sabía muchas cosas de Anna, más allá de que confeccionase piezas de equipamiento y de que estaba aprendiendo a luchar. Podía decirse que no la conocía, a pesar de que últimamente pasaba mucho tiempo con ella, entrenando. No se me ocurrían más lugares donde podría estar aparte de en la propia sala de entrenamiento y en los dormitorios.

—Lo cierto es que no estoy segura de qué le gusta hacer, más allá de coser, claro. —Lo miré—. Lo siento. Pero ella y yo entrenamos varios días a la semana, en la propia sala de entrenamiento. —Curvé un poco los labios—. Puedes venir, si quieres, y hablar con ella entonces.

Me callé un segundo. Luego, recordando su primera pregunta, respondí:

—Pues... Son armaduras de cuero, con refuerzos metalizados en el corazón y los riñones. —Sonreí ampliamente—. Y al parecer son muy buenas.

De lo último no estaba segura, pero bueno. Un poco de buena publicidad nunca estaba de más.

Alcé la vista al cielo, un segundo, observando las nubes y la lluvia que caía. Asentí a su comentario.

—Es cierto. Debería practicar bajo la lluvia, algún día. —Lo miré de nuevo—. Sería interesante.

Corbin asintió, seguro. Desde luego, debía encontrarla.

-Iré entonces allí -decidió-. Aunque trataré de buscarla, de todas formas. Quizás la encuentre antes en otro sitio.

Cuanto más hablaba la caeruleus, más interés ponía él. Una armadura era un elemento muy interesante, y no pensaba perder la oportunidad de conseguirla bajo ningún concepto.

-Parece buen material -coincidió, convencido-. Desde luego, le pediré una. No veo motivo para rechazar una armadura si se me ofrece. ¿Sabes cómo puedo pagarla?

Corbin se pasó una mano por el pelo, apartando el flequillo que, empapado, le caía sobre los ojos. Había descuidado aquello, y tendría que ponerle remedio en seguida.

-¿Y qué hacías a la lluvia sino? -preguntó. Desde luego, se había preparado para evitarla, pero no entendía la finalidad de que hubiera salido si no pensaba exponerse a ella-. También es bueno entrenar fuera de los horarios habituales. Tú te harás fuerte si entrenas durante el día, porque estarás mejor preparada contra la luz. Yo trato de hacer lo mismo por la noche.

Esbocé una amplia sonrisa.

—¡Genial! —Lo miré, y tras un segundo de duda, añadí, en un tono más bajo—: Si quieres también puedes entrenar con nosotras... Dudo que a Anna le importe, y además eres fuerte y, bueno. —Me encogí de hombros, bajando un segundo la vista—. A lo mejor es inte... resante.

Tragué saliva, volviendo a encogerme de hombros. Sentía las mejillas algo rojas, pero nada demasiado exagerado, o al menos eso esperaba. También esperaba que él no lo notase.

Volví a mirarlo cuando mencionó las armaduras, asintiendo, sonriendo de nuevo, menos roja que antes.

—Estas las hace gratuitamente, así que no te preocupes por ello. —Ensanché la sonrisa—. Aunque si necesitas algo más, tal vez podrías pagarle dándole clases, o algo así. —Me encogí de hombros—. Creo. Supongo que le gustaría aprender formas de combate de otros guerreros, aunque no sé si eso le serviría como pago... —Me llevé una mano a la nuca—. O, bueno. ¿No tienes nada de dinero? Aunque dudo que cobre demasiado. Pero, eh, ya digo. Las armaduras que hace ahora son gratis, así que... No te preocupes por ello...

Fruncí un poco el ceño. Lo cierto es que no había pensado cómo pagarle a Anna en caso de que quisiese algo más que la armadura. Suponía que podríamos llegar a un trato que no implicase un pago monetario, aunque no estaba segura. Tampoco me preocupaba demasiado: si quería algo y no llegaba a un acuerdo con ella, tenía dinero que me enviaban mis padres. No era mucho, pero suponía que sí suficiente como para pagarme unos guantes o algo así.

—Oh... Yo estaba paseando, nada más... —murmuré, como respuesta a la pregunta del claritas. Lo miré—. No suelo pasear demasiado por aquí. —Sonreí un poco. Al escuchar su último comentario, no pude evitar ensanchar la sonrisa, orgullosa—. Ahora entreno temprano, por el día, con Anna. —Me encogí de hombros—. Supongo que a la larga me será útil, porque imagino que tendré que combatir de día algún día. —Suspiré—. De todas formas, creo que mi visión diurna no es tan mala como la de otros caeruleus. —Lo miré de nuevo—. Como soy mestiza, pues... También mi hermano ve mejor de noche que otros flammas. Es una suerte, supongo.

Corbin asintió, conforme. Aún recordaba aquella vez que había luchado junto a Inger, la única. No era que ella hubiera hecho mucho entonces, pero eso a Corbin no le molestaba, porque le había dado más rango de acción a él. De todas formas, si entrenaba con tanta frecuencia como decía, era probable que hubiera mejorado desde entonces.

-Podría estar bien -coincidió-. Aunque no sé si ella, que según dices no es muy buena luchando, podría adaptarse a mi ritmo. Suelo tomármelo muy en serio.

A Corbin le sorprendió la idea de que la tal Anna estuviera haciendo las armaduras como simple aportanción, sin exigir un pago. De todas formas, no pensaba quejarse al respecto, ni mucho menos. Fuera cual fuera el caso, hablaría con ella.

-No tendré que darle vueltas si no cobra, así que no importa -resolvió-. De todas formas, ya hablaré con ella cuando la vea.

Corbin miró alrededor. Pasear. Sin más. Aquello no era algo que él soliera hacer. De hecho, siempre que iba a algún sitio lo hacía con alguna finalidad. La idea de caminar sin rumbo fijo lo ponía tremendamente nervioso.

-Yo suelo venir aquí a entrenar -explicó-. En realidad, a cualquier parte del bosque. O a cualquier parte de los terrenos. Hay que aprovechar la variedad que ofrece Brontë para prepararse para todo tipo de enfrentamientos -. Hizo una pausa-. Supongo que también es útil aprovecharse de las habilidades que uno tiene. Aunque a mí me gusta más centrarme en paliar mis defectos.

Sonreí ampliamente, contenta, cuando aceptó a entrenar con nosotras. Recordaba haber combatido con Corbin, una vez, hacía mucho. Entonces yo apenas había participado y me había sentido bastante mal por la impresión que hubiese podido causar. Pero si entrenábamos una vez, solo una, igual podía demostrarle que no era una debilucha o una inútil, o al menos no tanto como pareció aquella primera y única vez. Había estado entrenando, tras muchos meses de descanso, y me había estado poniendo en forma, preparándome para nuevos combates. No diría que era la mejor guerrera de todas, porque sabía que no lo era, pero tampoco me consideraba débil o incapaz.

—A lo mejor observándote puede aprender algo —murmuré. Lo miré—. Pero, de todas formas... Yo... —Fruncí un poco el ceño—. Yo me lo tomaré en serio. —Bajé un instante la vista—. Y creo... Creo que sería interesante... Combatir contra... Contra ti...

Tragué saliva.
Realmente lo que quería era demostrarle, a él y a todos, que no era una debilucha que necesitaba la ayuda de los demás, que sabía valerme por mí misma. Él me había visto haciendo un ridículo espantoso, y quería que tuviese otra impresión de mí.

No dije mucho más cuando mencionó las armaduras. Simplemente, asentí, sonriendo un poco. Sin duda, aquellos temas debía tratarlos con Anna, no conmigo, que de todo esto solo sabía la mitad.

—Suerte entonces —dije, no supe muy bien por qué. Supuse que le deseaba suerte para encontrar un precio asequible. O a lo mejor le deseé suerte buscando a Anna. No lo sabía.

Sí me explayé más en su último comentario.

—Yo suelo entrenar en la sala de entrenamiento —admití. Lo miré—. Pero entrenar fuera debe de ser interesante, y creo que ya dije algo parecido antes, y eh... Bueno. Quiero. Yo. Quiero decir. —Me llevé una mano a la nuca—. Centrarte en tus defectos está bien. Creo. Así mejoras, y no son tan evidentes, y entonces te vuelves más fuerte y todo eso... No necesitas tanto trabajo mejorando tus habilidades como enmascarando, paliando tus defectos... ¿Creo...? —Curvé un poco los labios—. Aunque... No se me ocurre cuál puede ser tu defecto, a la hora de combatir... Cuando te vi combatir me pareciste muy capaz y fuerte, mejor que todos los que estábamos ahí...

Me encogí un poco de hombros.