Claro del bosque

Me meto las manos en los bolsillos, volviéndome ligeramente para miarlo de reojo. Finalmente, ya que parece que hoy, efectivamente, ninguno de los dos está demasiado sembrado, termino de darme la vuelta, enfrentándolo. Su siguiente comentario me arranca una sonrisa burlona. Más quisieras, cabrón.

-Creo que hay otras muchas mujeres por aquí mucho más dispuestas a que te les subas a la chepa, gracias -le escupo, divertida.

Y tanto. Hay muchas otras cosas que preferiría tener encima. Muchísimas. Gerald no es, para nada, una de ellas.
Alzo una ceja, desafiante.

Lo miro con desdén, pero termino por sonreír. Me alegra que esta sea la situación. Un colega era todo lo que yo quería, y un colega es lo que tengo. Es más satisfactorio de lo que esperaba, incluso. Me parece maravilloso.

Lo observo arreglarse. Me llama la atención su tatuaje. Puedo vérselo en la mano, pero la última vez...
Frunzo el ceño, abriendo la boca para preguntar, pero su mano me revuelve el pelo antes de que tenga tiempo a hacerlo. Cuando para me peino, con una mueca de disgusto, ignorando su pegunta y señalando su mano.

-¿No era más pequeño antes? -inquiero, escudriñándolo, mirándolo a los ojos.

¿Crece a medida que se hace imbécil o qué?

Dejo ir una risa burlona. No me puedo creer que los hombres estén interesados en el tamaño incluso en cosas como esta. Por Mithos... Hasta las armas. Eso es algo que los tíos hacen y que yo, por suerte, no he heredado de mis hermanos. El "cuánto más grande mejor" no es algo que motive mi día a día. Soy superior a eso.

-Agrándate lo que puedas, que hay cosas que se quedan iguale de pequeñas para siempre -me burlo, riendo con descaro.

Qué vicio con mis orejas, coño... Lo acompaño tras un par de quejas más. No estaría mal recuperar energías comiendo algo.

*se van*

Tras arreglar las cosas de Telma, decidí sacarla un rato. Habíamos caminado un buen tricho y, finalmente, alcanzamos el claro que había en el bosque, solitario y que me traía tantos recuerdos diferentes. ¡Pero no estaba allí para recordar nada! Sino para entrenar y hacer que Telma se moviese un poco.

-¡Venga! -exclamé, con una sonrisa-. ¡Vamos a correr hasta aquel árbol!

Aunque la bismonte mugió, poco entusiaszada, sí me siguió cuando eché a correr. Al menos no tenía excusas para no moverse, pues ya no llovía.

Corrimos un buen rato, zigzagando entre los arbustos y las pocas rocas que había. Telma se rindió luego, pero yo seguí un rato más. Al acabar el trote, volviendo junto a la bismonte, hice una serie de sentadillas y otra de saltos diferentes. Un pecho poderoso era importante, pero también unas piernas que pudiesen perseguir al más veloz enemigo sin rendirse.

Cuando acabé todo aquello me senté un rato en el suelo, junto a Tel, que comía hierba. La acaricié, risueño.

-Tengo ganas de enfrentarme a malandrines en alguna misión -comenté, distraído.

Pronto la oscuridad me hizo decidir regresar a los establos para guardar a Tel.

*se va*

Llego al claro del bosque y miro a ambos lados. Está vacío, como había esperado. Y es un alivio, la verdad, porque he venido aquí por algo... Entrenar en la sala de entrenamiento es demasiado peligroso para la preservación de mi autoestima, por lo que lo mejor será que, ahora que soy patético, lo haga por aquí. Si nadie me ve, nadie se reirá de mí, y podré mejorar hasta ser un poquito más digno de estar aquí. Solo de recordar el combate de Alehyss con el claritas... ¿Corbin? Qué inútil me sentí... Tan pequeño y débil... Y eso ya no solo tiene que ver con ser o no ser guerrero. Moverme me tengo que mover igual, y un poco de cuerpo nunca viene mal.

Empiezo a trotar suavemente, y no porque sea mejor, que sé que lo es, sino porque si lo hago de otro modo echo los hígados por la boca en dos segundos. Hoy me he propuesto seguir un poco más cuándo me haya cansado, a ver hasta dónde aguanto sin caer rendido.

Por culpa del terreno, me veo obligado a esquivar desniveles, raíces, rocas y algunos obstáculos mientras troto. La verdad es que el bosque es una trampa mortal para esguinces, pero parece que lo voy haciendo bien. Y todavía no me ha dado un punto, ni nada semejante. Y eso que ya llevo dos vueltas.

Con el paso de tiempo mi ritmo, que ya empezó suave, va muriendo, y llega un punto en el que apenas me muevo del sitio con cada paso, pero no me detengo pese a todo. Venga, Jun... Un poco más. Que sepas huir en un enfrentamiento, por lo menos... Vamos...

*se queda trotando*

Tardo todavía unos diez minutos más en no poder con el cuerpo, pero cuando empiezo a resollar me doy cuenta de que no estoy hecho para esto, y me obligo a parar. Empiezo a tener la saliva demasiado líquida, y sabe como un poco metálica. Es desagradable.
Además, me duelen los pulmones al respirar.

Estiro un poco, de mala manera, y pongo rumbo a Palacio. por suerte, nadie me ha visto.

*se va*

El día ya había caído hacía tiempo, y, de nuevo, la maldita lluvia chrysos lo había mojado todo. Me había costado sacar a Telma de las cuadras, y Lyo ya dormía en la habitación. Seguía sin ser buena idea sacar a un niño tan pequeño durante los días como aquel.

- Mueve esas patas, Tel, que hay que saber luchar con lluvia -exclamé, animado, corriendo en el sitio un rato para esperar a mi compañera-. Una Dehnel como tú tiene que hacer ejercicio.

No insistí demasiado, y me dediqué yo mismo a hacer ejercicios mientras ella se acomodaba debajo de los árboles para comer hierba mojada.
Yo, mientras tanto, practicaba diferentes ejercicios de salvamento con lluvia: saltos al suelo, y algunas volteretas por el barro para evitar hechizos de los malvados enemigos, carrera en zig zag sin resbalar en la tierra, esquivamientos y diferentes fintas. Luchar bajo la tormenta curtía al guerrero, y al corazón.

Al cabo de un buen rato estaba tan empapado y lleno de barro que me sentía un poco como volviendo a ser mendigo en un mal día. Regresé junto a Telma, jadeante, y comencé a estirar un poco. Dejé ir un suspiro, mirando a mi compañera, y acaricié un poco su cabeza mojada.

- ¿Has visto a Lea últimamente? -inquiricé, mirándola poco convencido.

Nada. Solo me respondió un mugido perezoso. Era toda una ingrata.

*se van*

Aquel día no tenía ganas de pasarlo dentro del palacio. Necesitaba estar al aire libre, y lo necesitaba urgentemente. Y, ya que debía continuar con mis entrenamientos, me dirigí al bosque, dispuesta a aplicar en los árboles lo que ya había aplicado en los muñecos.

Una vez más, llevaba las manos vendadas. Sabía que, si con los muñecos podía hacerme daño, con los troncos sería probablemente peor. Y, desde luego, la finalidad de entrenar no era lesionarme. Por otra parte, los árboles tenían formas mucho más inexactas. Sin embargo, no consideraba eso un problema. Ser capaz de encajar patadas y puñetazos en todo tipo de formas era algo que necesitaba. Después de todo, el enemigo no iba a estar quieto cuando tratara de golpearle, como sucedía con los muñecos.

Aproveché que se internaba en el bosque para ir calentando por el camino. Corría entre los árboles, a un ritmo más o menos constante, esquivando los obstáculos con los que me iba encontrando. Cuando llegué al claro, decidí establecer allí mi zona de entrenamiento, y continué el calentamiento allí mismo, corriendo alrededor de aquel espacio. Como otras veces, alternaba la dirección y forma de mi carrera, y cuando me di por satisfecha, me dediqué a las articulaciones.

Una vez preparada, aún dando pequeños saltitos, me situé ante un árbol y comencé con los golpes. Seguí los mismos estilos que otras veces. Los intentos de barridos resultaban dolorosos, pero soportaba mis propios golpes, consciente de que debía acostumbrarme. Por otra parte, los puños se encaraban también, ignorando el dolor de las irregularidades del tronco. Tenía mucho que practicar, con el fin de ganar fluidez y velocidad, además de fortalecer mis golpes. No podía ser débil si el enemigo me cercaba.

*Se queda golpeando cosas*

Me asomo un poco a los árboles con las cejas alzadas, buscándola. La vi salir desde una ventana, pero cuando llegué a la entrada ya no estaba. Al preguntar a un par de chicos del servicio pude saber que venía al bosque, en esta dirección, pero me ha costado un poco encontrarla. Por suerte, al final he dado con ella, pero ahora no tengo claro que ella quiera verme.
Visto en retrospectiva sueno hasta a acosador un poco... Solo estaba preocupado. Quizás me he excedido. Podía haberla interceptado en otra ocasión...

Doy un paso atrás, con intención de retirarme y no molestarla mientras entreno, pero piso una rama que se parte con un chasquido, y encojo un momento la cabeza entre los hombros. Enseguida sonrío y la saludo, dando un paso adelante. Al menos que crea que acabo de llegar, y no que estaba por irme. Que de hecho quiero verla... Lo que no quiero es estorbar.

<<Lo siento. Te molesto.>>, me apresuro a formular, ladeando la sonrisa con cierto arrepentimiento. <<Sigue, tranquila.>>

En medio de la adrenalina de mi falso combate, el chasquido de una rama me hizo volverme como un resorte. Jun, un poco más allá, se acercaba. Esbocé una sonrisa poco animada y sacudí manos y piernas, tratando de que no me quedaran entumecidas.

-Hola, Jun -saludé, frotándome un puño con la otra mano-. Tranquilo, sé que ahora mismo puede parecer que muerdo, pero no me molestas.

De hecho, y aunque no llevaba mucho rato, me había cortado el ritmo, con lo que preferí sentarme a continuar. Solté un suspiro, apoyando la espalda contra el tronco que, hasta hacía unos segundos, estaba golpeando.

Entonces recordé algo.

-Siento haber desaparecido -murmuré-. Es bastante desconsiderado por mi parte estar entrenando aquí sola cuando hace días que no entreno contigo.

De hecho, lo parece. Pero respondo con una sonrisa, asintiendo con suavidad. Supongo que no está como para que me ponga con ese tipo de bromas...
Dudo y finalmente me acerco, al ver que se apoya. Me saco el amuleto con calma y se lo coloco y mismo alrededor del cuello, risueño. A ver si por lo menos se anima porque yo sonría... Niego con suavidad.

<<No te preocupes.>>

La miro un momento. Llevo sin verla desde la noche en la que murieron las dos guerreras. Ya entonces parecía algo alterada. Y ahora está apagada. No es la Massen de siempre.
La miro, ladeando la cabeza unos quince grados.

-Oye, ¿estás bien? Estoy preocupado.

Lo último que sé de ella es lo de su novio... Y, por lo que me he podido enterarme, una de las chicas era la que me mencionó en el comedor cuando hablamos. Quizás eso le haya afectado.

Me dejé colocar el amuleto alrededor del cuello y traté de corresponder a su sonrisa como mejor fui capaz. La verdad, me aliviaba un poco tenerlo cerca. Algo así como con Alehyss. Otras veces, cuando tenía problemas, que Jun estuviera cerca llegaba a estresarme un poco, pero aquella vez no era así, y eso era algo que agradecer.

Hice amago de encogerme de hombros, pero detuve el gesto a mitad de camino. Suspire.

<<No.>> Respondí, con aire algo agobiado-. ¿Sabes? Últimamente tengo la sensación de que estoy siendo una insoportable con todo el mundo. Ni yo me soporto casi -. Hice una mueca-. Soy una listilla, ¿eh? Cuando el problema no es mío bien que me pongo a decir que hay que dejar de lamentarse y solucionarlo. Y mírame, aquí estoy, dándole golpes a un árbol. Pero la verdad es que no tengo ni idea de cómo solucionar esto. Y la idea de que con el tiempo pasará solo consigue impacientarme.

Me froté una mejilla, tratando de mantener la sonrisa en el sitio. Sonreír ayuda a alegrarse. O eso decía la abuela.

Desde luego, está abatida. Termino por alzar un poco las cejas, en un gesto involuntario de preocupación, sin despegar los ojos de ella. Al final habré hecho bien y todo en venir... Ya me siento un poco menos culpable por haberla interrumpido.

Verla así me hace sentirme un poco inútil. Siempre le doy problemas, y cuando me cuenta los suyos apenas puedo escuchar y preguntar, porque si ella misma no me aconseja yo no sé cómo arreglarlos...
Ni siquiera estoy seguro de si es por lo de ese novio que tuvo, por lo del ataque a las guerreras, porque se acuerda de su hermana... O por todo. O por algo completamente distinto.
Massen no es Lluvia. A Lluvia la puedo proteger, o esa sensación me da. Parece que la podré sujetar si se cae, y levantarla de nuevo. Pero Massen... Siempre me ha parecido muy fuerte. Más que yo. Por eso mismo, quizás, me asusta la idea de sujetarla. No sé si temo caer con ella, o que simplemente mi mano no sirva porque es demasiado débil. Es un poco frustrante. Sobre todo porque, diga lo que diga Lluvia, yo no siento que ayude a ninguna, al final. Ni siquiera a mí mismo.

Avanzo el corto espacio que nos separa para abrazarla con fuerza, haciendo que su cabeza encaje en el hueco de mi hombro derecho. Siempre la rodeo por el hombro, o hago amagos de abrazos, buscando consolar un poco cuando está mal, pero hoy me siento un poco fuerte, y no sé bien qué decir. Pero creo que preguntar que qué es exactamente lo que le pasa no es lo que quiere oír. Así que quizás esto sirva para llenar el silencio, que me recuerda mi ineptitud en estas cosas...

-Será con los demás, porque yo no he notado nada-. Dejo que las palabras lleguen a su cabeza, conciliadoras-. Das buenos consejos. Quizás lo que necesitas es que te den a ti buenos consejos. Uno no tiene que hacer las cosas solo.

Para Lluvia tengo historias, un proyecto para hacerle un ala, un trozo de tarta de chocolate... Para Massen ni siquiera tengo una maldita respuesta que me convenza.
Resulto algo decepcionante.

El abrazo me pilló por sorpresa. Mi primer reflejo fue corresponder, apoyándome en él y rodeándolo, algo perpleja. Y entonces, como de la nada, y sintiendo que realmente no existía un motivo para ello, empecé a llorar. ¿Por qué? No había sentido ganas de llorar hasta el momento. Y, sin embargo, las lágrimas se me salían de los ojos a borbotones, y los sollozos surgían con total naturalidad.

Hundí la cabeza en su hombro y me dejé ir, llorando con fuerza, sin preocuparme por nada, simplemente desahogándome. Y, pese a todo, fue muy breve. Pasado un momento, me separé de nuevo, sorbiendo y secándome la cara con las vendas que me cubrían las manos, sin demasiados remilgos.

-Lo siento -murmuré con voz cogida-. Ya... Ya está.

Pese a haberlo dicho, llegué a echarme a llorar otra vez al momento siguiente. Duró poco. Un par de sollozos y me había detenido otra vez, frotándome la cara de nuevo.

Me sorprende su reacción, y solo puedo apretar un poco más el abrazo. Noto la corteza rugosa del árbol en los dedos, que están apoyados sobre ella. A la presión que la atrae hacia mí, añado otra, que tira suavemente hacia arriba, como pretendiendo sostenerla, aunque espero que no se deje ir porque no creo que en peso muerto fuese capaz de cogerla.
Cuando se aparta la busco con la mirada, preocupado. Asiento, a punto de esbozar una sonrisa, pero empieza otra vez a llorar. De verdad que me siento torpe... Palpo en mis bolsillos y termino sacando un pañuelo de tela pulcramente doblado.

-Está algo manchado de tiza, pero nada más -le digo, tendiéndoselo con una sonrisa suave, algo nervioso por la situación.

Desvío un momento la vista al suelo. Solo un segundo. Pronto la miro a ella otra vez. Termino por, muy suavemente, rodear su cabeza con el brazo, desplazándome un poco lateralmente, atrayéndola esta vez a mi pecho, que el hombro está mojado. Le dedico un abrazo más breve, más suave, y la libero mansamente.

<<¿Mejor?>>, inquiero, mirándola.

Ambas lloran, y yo solo puedo...
¡Tiene que haber algo que pueda hacer! ¡Y no volverán a llorar!

Acepté el pañuelo con una sonrisa llorosa, y me limpié con él la cara. Parecía algo más adecuado que las vendas, la verdad. Bastante más adecuado, de hecho. Me soné.

<<Gracias.>>

Cuando me di por satisfecha, doblé el pañuelo y me lo guardé en el bolsillo.

-Mejor te lo devuelvo limpio -me escusé, sintiendo la cara caliente y algo hinchada.

Asentí a su pregunta, bajando un poco la vista, y procedí a quitarme las vendas muy despacio. Me dejé atraer cuando tiró de mí y me apoyé en él, seria, aún quitándome las vendas. Incluso cuando me soltó, me dejé estar donde estaba, sorbiendo levemente por la nariz.

Me miré los nudillos. Incluso con la escasa luz, pude ver que, a pesar de las vendas, se me había levantado la piel.

-¿Cómo estás tú? -pregunté, llenando el silencio-. Te llevaste un buen susto.

Asiento a lo el pañuelo, con una sonrisa más relajada. No es nada especial, pero supongo que sería incómodo para ambos, así que está bien.
Como se queda en el sitio, termino por llevar la mano a su cabeza de nuevo, acariciándole un poco el pelo. Esto se hace así, ¿no? Yo solía sentirme arropado, aunque el Abuelo no era nada dado a estas cosas.

-Bueno, lo llevé bastante bien una vez vi que Lluvia y tú estabais a salvo. Supongo que eso me convierte en una mala persona o así, pero lo cierto es que sentí tanto alivio que no pude preocuparme más. Eso me convierte en un egoísta, claro...

Me separo un poco. Se está mirando la mano. Yo no veo ya nada, así que no puedo diferenciar si hay algo que ver o no.

-Luego me quedé preocupado por ti -. Después de que te fueras así...-. ¿Te has hecho daño?

Asentí, primero. Pero luego negué con la cabeza. Solté un suspiro.

-No lo creo -rechacé-. Nadie se entristece por la muerte de cualquiera. Si no las conocías, es lo normal. A mí no me afectó tanto que murieran ellas como el hecho en sí de que hubiera muertes. Pero me parece lo normal, la verdad. Aunque suene frío. Yo estoy preocupada por que pueda volver a pasar, principalmente -. Hice una pausa-. Creo que has reaccionado como lo haría cualquiera.

Negué una vez más.

-Yo estoy bien -repliqué-. Bueno, no, pero... En fin, que lo estaré, supongo. Tampoco quiero amargarte la existencia con ello.

Y, por tercera vez, repetí el gesto. Pasándome los dedos por los nudillos, en una caricia, invoqué un fuuchi. Aquello sí era un asunto de fácil solución. Ojalá todo fuera tan fácil como aquel hechizo.

Aunque lo diga así de dura, yo no estoy tan convencido. Creo que soy un egoísta. Mi muerte me asusta mucho, todo lo que me pueda pasar, y el peligro en general, pero a la hora de la verdad me comporté como un insensible. Esperaba una reacción diferente viniendo de mí mismo...

Frunzo el ceño, mirándola reprobatorio. No me parece bien que diga así las cosas, como si no importasen, cuando le estoy diciendo que estoy preocupado.

-¡Amárgamela todo lo que quieras!-. Suspiro, con cierto agobio-. Si estoy aquí es por ti. Si no te hubiese conocido estaría encerrado en una torre sin saber lo que significa tener amigos o hacer lo que uno quiere, y sin haber visto el mundo. Todo lo bueno que me pasa aquí, todas las personas que conozco, o todo lo interesante que veo y aprendo es porque una vez te conocí y conseguiste sacarme un poco de valor, rebeldía o lo que sea-. Me aprieta un poco el collar, pero no es momento de preocuparse por eso. A ver si le entra en la cabeza de una vez-. Así que amárgame la vida si quieres. Creo que te lo debo. Y si puedo hacer algo, lo haré.

Me echo el flequillo hacia atrás, apartando la vista un momento. Me he sulfurado un poco.

Llegué a estremecerme, como en un sobresalto, cuando alzó la voz. "La voz". No era que me asustara o me acobardara el hecho en sí, sino que no estaba acostumbra a ello. Jun alterándose no era común, pero alterándose de aquella forma en particular no era ni factible en mi cabeza hasta aquel momento.

Lo dejé hablar, en silencio. La verdad era que, oyéndolo hablar, parecía que alguien nos hubiera intercambiado los papeles. Aquello era exactamente igual que cuando Jun decía que era un inútil y yo le reñía y le decía que no podía decir aquello, que lo que tenía que hacer era ponerse a hacer cosas y dejar de quejarse de que no hacía nada. Y si yo tenía razón en aquellos casos, él tenía la misma razón en aquel momento.

Asentí con suavidad, sin apartarme.

-Vale. Gracias entonces -murmuré, extrañamente dócil.

Le pasé un brazo por la espalda, abrazándome a él. No estaba exactamente cómoda (tenía la espalda doblada en una posición un tanto extraña), pero hacía algún tiempo que nadie me daba aquella clase de apoyo, y lo necesitaba. Y, ya que él lo decía, podía aprovechar para abusar un poco y dejarme consolar.

Correspondo al nuevo abrazo, dejando ir un suspiro cansado. De pronto me siento algo débil. Ni que hubiese hecho un gran esfuerzo, tampoco. Ha salido como solo. Pero era lo que tenía que decir, creo.

-Deja de hacerte la fuerte. Eres una gran guerrera, y eres fuerte. No tienes que serlo siempre. Yo me pasaba el día llorando, pero no puedo hacerlo. No puedo quejarme siempre porque las cosas no son como quiero. Tengo que cambiarlas. Pero tú casi no lloras nunca. Y no pasa nada si lloras. Llórame a mí-. Ya que no puedo impedir que lloren, al menos... Estoy algo agobiado. No sé por qué.

Esbozo una sonrisa algo cansada.

-Una chica me besó el otro día-. La voz suena baja en su cabeza-. ¿Te lo puedes creer? Fue tan...

¿Frustrante? Lo cierto es que me dio algo de rabia.

Fruncí ligeramente el ceño.

-¡No me hago la fuerte! -protesté. Esbocé una pequeña sonrisa burlesca-. Es solo que soy fuerte. Te podría dar una paliza ahora mismo. Soy imparable -. Negué suavemente-. Tengo que tener coraje si quiero que me vaya bien. Ya lloro. Acabas de verme. Pero no he tenido siempre a quien contarle nada, así que a veces me cuesta un poco. Tampoco pretendas que me pase llorando todo el día...

Sonreía ligeramente, y mi tono era bastante relajado.

En cambio, cuando volvió a hablar me tensé entera, abriendo mucho los ojos, alzando las cejas, congelando la sonrisa. Sin poder contenerme, solté una carcajada, que sonó algo extraña con mi voz ahogada de llorar. Llegué a alzar un poco la vista hacia él, divertida.

-Venga ya -reí-. ¿Quién? ¿Lluvia?

Realmente tenía mucha curiosidad.

Río un poco, mudo. Al menos parece que ha vuelto un poco de su esencia. Ya puede convertirse en la mandona de siempre.
Abro mucho los ojos, apartándome un poco con las palmas puestas hacia ella, en señal de defensa. Quizás hasta se haya emocionado demasiado.

-Bueno, no hace falta pegar a nadie. Soy un chico frágil, por favor... No he dicho nada, tranquila.

Y bueno... Su carcajada me hace ruborizarme y bajar la cara un momento. Me cubro los ojos con la mano, recuperando fuerzas para mirarla. Enseguida lo hago, sin embargo, alarmado, cuando pregunta, negando con fuerza.

No, no, no, no, no.

-¿Cómo iba a ser Lluvia? Ella nunca haría algo así... -. Me centro un poco, inspirando hondo-. Fue Ben, la chica caeruleus... Debió de ser un arrebato de emoción, o así, pero...

Le mando una imagen veloz de la escena a la cabeza, omitiéndome a mí mismo en todo momento. Por favor...

-Menos mal que no soy un romántico. Ni perdón me pidió -añado, arrugando brevemente el ceño.

La miro, risueño. Al menos lo he conseguido.

<<Más relajada ahora, ¿no?>>

Asentí con suavidad. Le perdonaría la vida por aquella vez.

Terminé de incorporarme, ladeando la cabeza.

-¿Nunca haría algo así? -lo piqué-. Vaya, qué lástima. Con lo buena pareja que me hacíais...

Pero cuando me dijo que la atrevida había sido Ben no pude contener otra carcajada. Negué con la cabeza, mirándolo, incrédula.

-No te creo. ¿Ben? ¿De verdad? Caray con ella... -De verdad no podía creerlo-. ¿Y qué le dijiste, Don Juan? Que hay que ser delicado con esos temas.

Entonces me explicó, con imágenes y todo, que las cosas no iban por donde yo creía. Me sentí ligeramente decepcionada, aunque no dejaba de ser divertido. Fruncí el ceño, sorprendida.

-¿Hay que pedir perdón por dar un beso, señor rompecorazones? Cuéntame, cuéntame -pregunté, con auténtica curiosidad. Hablar con Jun de aquellas cosas se me hacía un tanto extraño, y eso le daba un aire nuevo a la conversación. Lo miré fijamente, esperando expectante su respuesta.

Aún con una sonrisa, me encogí un poco de hombros.

<<Supongo que sí.>>