Baño de los chicos

Hice una solemne inclinación de cabeza, en una clara señal de asentimiento. A fin de cuentas, ¿acaso él esperaba otra cosa?

-Por supuesto -apunté, con completa seguridad, llegando yo también a esbozar un amago de sonrisa-. Creí que mi disposición a tu servicio había quedado claro al principio mismo de esta conversación. Aunque, visto lo visto, parece que hacía falta confirmarlo.

Una vez más, me encogí de hombros, cerrando un momento los ojos, con gesto de resignación, y alzando un momento el labio inferior.

-Sería deplorable por mi parte abandonarte en esto -apunté, fingiendo una absoluta seriedad-. A ver si luego te vas a pensar que me siento presionado.

Con gesto ligero, empujé su cabeza con el puño hacia el otro lado.

De nuevo, asentí, solemne.

-Oh, claro, por supuesto -coincidí, mostrando mi total apoyo-. Una actitud encomiable, la precaución es esencial.

A sus palabras, puse de nuevo los ojos en blanco, amagando una sonrisa. Asentí de nuevo, lentamente, y después me encogí de hombros.

-Por suerte para mí, estoy acostumbrado a perder -repliqué, quitándole importancia-. Aunque algo me dice que no soy el único que sale perdiendo.

El agua se estaba quedando fría, lo cual no resultaba demasiado agradable. Alargué una mano hacia los jabones y tomé uno, sin prestar excesiva atención a cuál. Lo importante era que limpiase. Tras vertirlo en una esponja, comencé a asearme.

Lo miré un momento de reojo, con cierto aire picajoso. No entendería de otras cosas, pero en cuanto a orgullo era todo un experto. Me volví hacia él, con cierto aire ofendido.

-¿Yo? ¿Subestimarte yo? -pregunté, como si aquello me pareciera inaudito-. Jamás podría. Tal vez seas tú el que no se quiera lo suficiente. Te creía más seguro, Gerald.

Apenas había empezado a enjabonarme cuando él comenzó a hacer lo propio. Tras frotarme en condiciones, dejé la esponja y me eché algo de agua por encima, aclarándome.

A su comentario, esbocé una leve sonrisa.

-Veo que siempre vas con la excusa preparada, tan cauto como siempre -señalé-. Pero no te preocupes tanto, preciosa. No soy tan débil a la carne como tú.

Cuando me di por satisfecho, abandoné la bañera en busca de una toalla. Sí, desde luego que un baño me lo tenía merecido. Después todo parecía un poco más positivo.

Cualquier momento era bueno para realizar cualquier acción si el caeruleus lo consideraba así, de modo que, aunque fuese una hora muy temprana para un habitante de la noche, Zacharyas se pasó en aquel momento exacto por los baños, para relajar su cuerpo en el agua caliente de la bañera y limpiar de su piel el sudor surgido de los trabajos diarios en los terrenos del palacio. Cuando entró, no tardó en desvestirse, pues, y meterse en la bañera, previamente llenada con agua templada.

Zacharyas se estiró en la bañera, limpiando su cuerpo con agua y jabones, distraído, recordando, tal vez, una de las veces que, de joven, había intentado perder la vida bajo el agua. Sin embargo, aquel día no lo hizo. Terminó propio con su aseo y salió, para secarse y vestirse de nuevo con ropa limpia.
Aquel día trabajaría, pensaba. Y buscaría a Stalon, a la que llevaba bastante sin ver.

Zacharyas abandonó los baños con los pies invisibles bajo la tela de sus largad capas.

*se va*

Esta suele ser una buena hora para venir hasta aquí. Nadie suele ducharse a estas horas. La gente tiende a hacerlo más bien por la mañana, antes de empezar con las tareas del día, o bien por la noche, antes de acostarse, para asearse por completo. Y yo, mientras tanto, busco estos momentos muertos en los que puedo... ¿Preservar mi intimidad? Supongo que es eso... No me acostumbro a compartir baño, y el señor Brumm aún me repitió hace poco que debería empezar a compartir habitación... Jo...

Me desvisto, tras cerrar la puerta, asegurándome de que nadie entra. ya tuve la maña experiencia con Ben, en su momento... ¡Una chica en este baño! Y menos mal que estaba vestido porque... Qué vergüenza...

Me doy un baño rápido, frotándome bien y limpiándome a fondo, pero rápido. Cuando salgo, me seco enseguida y me visto de nuevo, sin dejar de vigilar la puerta en ningún momento. Supongo que, quizás, soy demasiado precavido... ¿Neurótico incluso...? Aunque, como dicen, toda precaución es poca... ¿No?

Una vez vestido de nuevo, me cepillo un poco el pelo y, ya limpio, salgo de nuevo a los pasillos.

*se va*

Dentro de la bañera se está bien. Además, he encontrado unas sales de baño relajantes que, al parecer, hacen que el cuerpo se libere de las tensiones. No sé si será verdad o no, pero lo cierto es que huelen bien, y resulta agradable estar metido en agua templada. Aunque tengo cuidado, de todos modos, por si acaso entra alguien, que sigue sin gustarme la idea...

Me hundo en el agua hasta la nariz, pensativo. Quizás debería proponer un día a Massen y a Lluvia que nos veamos los tres juntos, porque, por lo que sé, ellas se conocen, y quizás fuese divertido que no hiciese falta mencionar a una de las dos por una vez porque ya está presente. A veces me siento como si solo una de ellas existiese y yo, loco, le pusiese una cara diferente cada vez.

Dejo ir un suspiro, cansado y salgo del agua, destapando antes la bañera, vaciándola. Enseguida me envuelvo en una toalla, y uso otra más pequeña para secarme el pelo. Luego me dedico al resto del cuerpo, y me visto antes de que se de algún incidente, como el de Ben.

Ahora que lo pienso, al tener el amuleto podría buscarla para comunicarme con ella... Y no solo con ella. Tengo algunas cosas que hacer y que hablar... Pero ahora es momento de la cena.

*se va*

El agua templada era mucho más agradable que la fría lluvia, desde luego, incluso si me caía sobre la cara. Me arrancaba el frío del cuerpo, y me hacía sentirme tonificado y más relajado.

Tras aclararme un par de veces el jabón del cuerpo y del pelo, me di por satisfecho. Salí de la ducha y me sequé. Luego, con la toalla atada a la cintura, me acerqué al espejo, y comencé a arreglarme las patillas. Tenían que quedar perfectamente pulcras, no como si estuviesen sin más. El pelo, sin embargo, estaba bien, y no necesitaba arreglo, por el momento. Incluso alcé un poco el rostro para mirar dentro de la nariz, pero mi raza favorecía la falta de pelo, de modo que tampoco allí necesitaba retocar nada. Ni uno sobresaliendo, como un verdadero noble.

Examiné mi cuerpo, esperando no encontrar tampoco nada nuevo y extraño, y así fue. Después de aquello tocó recortar las uñas, evitando cualquier irregularidad.Necesitaba pasarme una esponja especial para limpiar las escamas viejas, pero lo haría al día siguiente, durante la ducha, dado que ya no lo había hecho.

Lo siguiente era cepillar los dientes, tarea que me ocupó cinco minutos enteros. Después de aquello, utilicé un hilo especial para repasar cada uno de ellos, y comprobé, una vez más, el resultado.

-Todo listo -le dije a mi reflejo, con satisfacción.

Me puse los pantalones del pijama y, con la toalla colgada del cuello, abandoné el baño.

*se va*

Entré en el baño el primero, abriendo la puerta con ganas. Mostré a Adain, entonces, las instalaciones por encima. No era por presumir de palacio, por supuesto, pero poco tenían que envidiar a las de mi hogar en Ignis. Lo más diferente era la cantidad de personas que pasaban allí cada día.

-Ahí están las duchas -expliqué, señalando una zona. Aunque se veía fácil, claro-. Ahí los retretes -señalé luego, mostrándole otra zona algo más alejada-. Y en esta bañera -terminé, mostrando una que era inmensa, pudiendo verse claramente en el cuarto sin que yo la señalase siquiera- es donde vamos a bañarnos.

Enseguida comencé a desvestirme, dejando la ropa en el suelo de cualquier manera, dejando antes el agua correr para llenarla. Miré de reojo a Adain, con una sonrisa contenta.

-¿Muy caliente o solo caliente? -inquiricé, ya desnudo, volviendo junto a los grifos para cambiarla si era necesario.

Tras su respuesta, me acerqué un momento a las duchas, para quitarme el sudor supeirfi... superficial con agua fría, antes de regresar de nuevo al lugar principal. Una vez la bañera estuvo mediada, me metí, dejando ir un suspiro de placer.

-Hay pocas cosas mejores que esta. También hay unas termas fuera, ¿las has visto?

Reí cuando se giró, pero no dije nada al respecto. Entre hombres, había de muchos tipos, y los tímidos siempre entre ellos, claro. Yo no tenia vergüenza. ¿Por qué hacerlo? Éramos dos hombres. Nadie nos entendería mejor que nosotros mismos.
Aunque había cosas de mí que Lea entendía muy...

Agité la cabeza. Pensar en aquello no era apropiado. Por lo menos, me había dado una breve ducha fría antes de nada.

-Pues están muy bien -comenté, sobre las termas-. Cuando hace frío fuera se está de maravilla. Con el cintraste, ¿sabes? -. Me estiré en el agua, con gusto. Él, sin embargo, cayó dentro. Me incorporé un poco, alarmado, para ayudarlo-. ¡Oye! ¡Adain! ¡¿Te encuentras bien?! ¡¿Con qué has tropezado, por Mithos?!

Lo ayudé a incorporarse también, un poco. Busqué alguna herida que pudiera haberse hecho. Anda que, ni un accidente en la sala de entrenamiento, y aún iba a pasar todo en los baños.

Me sentía realmente apurado. Al menos parecía no haberse hecho nada. Aunque gritaba como si le hubiesen atravesado la pierna de lado a lado con una lanza.
Mithos... ¿Qué tenía con las lanzas en los últimos días?
Alcé ligeramente las cejas al mirar al frente. Hablando de lanzas y dragones...
Enseguida se metió de nuevo en el agua. Qué chico más tímido... ¡O quizás lo asustaba verse inferior ante mi dragón! No debía temer por aquello. Apoyé la mano en su hombro, tranquilizador.

-No te preocupes. No es algo importante -aseguré, con mi sonrisa más encantadora-. A todos les pasa.

Enseguida me estiré cuan largo era. Me encantaba el agua caliente. Pero no fue hasta sus palabras que entendí el que era el verdadero problema. O el otro verdadero problema, además de su sensación de inferioridad ante mi hombrí...

-¡¿Demasiado caliente?! -exclamé, alarmándome de nuevo. Me apresuré a dejar caer un poco de agua fría en la bañera-. ¡Mithos, lo siento! Yo me puedo bañar tanto con agua caliente como helada, que así soy, y no se me ocurrió que... -. Doble la mitad superior de mi cuerpo, quedando en paralelo con el agua, rozándola con la nariz y el flequillo-. ¡Mis disculpas, buen Adain! No volveré a cometer un error como este.

Qué desconsiderado innoble, Rick, por favor...
Dejé ir un suspiro, apesadado, y me hundí hasta la cabeza un momento, emergiendo al instante siguiente, con el pelo pegado a la cabeza.

-¿A quién has conocido, por cierto? -se me ocurrió preguntar entonces, con una renovada sonrisa.

Me disculpé un rato más, hasta que vi que todo estaba olvidado. Tampoco era cuestión de ser pesado. La gente demasiado educada a veces no caía bien, por algún motivo. Sería cosa de los malandrines, que veían gracioso hacer quedar mal a las buenas personas.

-Me he acostumbrado a la temperatura de aquí en todo este tiempo -admito-, pero de todos modos el hogar es el hogar. Lo tendré en cuenta para la próxima.

Pasó, entonces, a explicarme a los miembros de Palacio a los que había conocido. Cierto era que no eran muchos, pero se me escapó una sonrisa animada nada más escuchar el primero de los nombres, y me fue inevitable no decir algo.

-¡Heylel! Un gran hombre. Has tenido suerte, si lo conoces. En serio. Un camarada fiel y un compañero noble. Y, por supuesto, un buen amigo. ¡No hay oído mejor que el suyo! -. El segundo nombre, Frikka, me sonaba. Era la jovencita caeruleus a aquella apenas la conocía, y solo asentí. Dos personas más. Alexander... Y la flamma de los metros... En aquella ocasión negué, algo confuso-. A esa no a he visto jamás, creo. Y Alexander... -. Pensé un momento. Me sonaba de algo, pero quizás de otro lugar. No alcanzaba a recordar aquel nombre, y terminé por negar.

Y entonces mencionó a otra persona. A una persona cuya imagen podía representar incluso en mis sueños, queriéndolo o no, despierto o dormido. La dama del bosque. La mujer chrysos más imponente, más... La...

-Fera Twinkle -pronuncié, casi sin aliento, recordando las caricias de sus manos por un momento. Asentí, risueño, algo embobado-. Es una gran mujer, y muy amable. Y, si me lo permites -esbocé una sonrisa, algo tímido, mirándolo-, atractiva. Hay algo en ella que no comprendo, pero que resulta increíble...

Tardé un momento en despertar de aquello. Me froté la cara entonces, pensativo. También yo debería aportar algo a aquello, claro.

-Pues, si lo que deseas es conocer gente agradable... -. Pensé un momento-. Hay un chrysos, Lyam, que también desea aprender a luchar con la espada. Quizás podríais probar juntos. Inger es una muchacha muy agradable y simpática, aunque... -dejé ir un suspiro, algo tristón- recomendaría que no le digas que vas de mi parte. ¡Y Aloe! ¡La bella Aloe! La reconocerás fácilmente porque es del servicio, pero es claritas. Y luego...-. Pensé un momento más. ¿Lea? ¿Quería hablarle de Lea? ¿Debía hacerlo?-. Un caeruleus llamado Zacharyas es un buen tipo, aunque parezca extraño al principio. Y si conoces a una flamma llamada Lea, salúdala. Es una buena chica, ¿sabes? -. Aunque pretendiese parecer lo contrario.

Con aquello ella no podría enfadarse, ¿no? Era cierto...

¿Yo? ¿Su mayor conocido? Aquello me hacía sentirme honrado. ¡No solo era su maestro, sino también su guía, su mentor, el que lo llevaba de la mano y le mostraba el mundo, su superior, su...! Estaba francamente extraño aquel día. ¿De dónde me salía tanta emoción? Me sentía fuera de mí...

-¡Pues yo te presentaré lo mejor de estos muros! -exclamé, salpicando un poco en varias direcciones al abrir los brazos para abarcar cuanto pude-. La pequeña Ayne Stalon también es una buena chica, una parvus... -recordé-. ¡Y Elektra! otra parvus. Toda una señorita, si me permites el comentario.

Fera... Podría pasar media vida hablando de ella, si me ponía a pensarlo, aunque apenas la había visto un par de veces. ¡Tres! Y habían sido suficientes para descubrir aquella aura extraña y seductora que la rodeaba. Pero, por supuesto, mi respeto no conocía límites. Era algo a contemplar, nada más, como un hermoso cuadro. ¡Era arte!
Me estremecí, de pensarlo.

-Ella es una verdadera musa... Eso creo yo -. Asentí, apoyando mis palabras de aquel modo.

Cuando recibí el codazo lo miré, algo alterado. ¿Qué había dicho que lo hiciese sospechar aquello? ¡Saberlo! Si mis capacidades para ocultarme eran precisas. Mi madre siempre había dicho que era como un libro cerrado, o algo así...

-P... ¡Por supuesto! Es una chica encantadora. Pero no creas que ella y yo... -. Negué un instante. Luego me detuve. Acabé por hundir la cabeza en el agua hasta la nariz, un momento, y salí de nuevo-. ¿Qué te hace pensar que ella es especial? -pregunté, con tientas. Me rasqué la nariz, pensativo. Vaya hombre. Mejor hablar de... -. ¿Tienes tú una dama, Adain? ¿O has venido aquí a encontrar una, de paso? -inquiricé, mirándolo curioso.

Asentí con ánimo. ¡Quizás si conocía a alguno podríamos vernos todos juntos! Recordaba, por ejemplo, la fiesta del señor Brumm. Había sido de lo más agradable, o al menos lo poco que podía recordar de ella, hablando con tanta gente y... haciendo... cosas que estaban algo confusas en mi cabeza. ¡Pero seguro que muy divertidas! O no... Había noches que recordaba mal, y que al amanecer tenía la cara destrozada... ¡Pero la de la fiesta no! Buena señal.
Aunque en aquel momento no estaban las cosas para fiestas, claro... Llevábamos un año de malas noticias.

Me llevé las manos a la cara cuando habló de Lea, palpando, buscando algo. Terminé por esbozar una sonrisa, algo incómodo. Tenia la sensación de que si iba por ahí hablando de ella acabaría por enfadarse. ¡Y más si daba las ideas que no eran!
Que más quisiera yo...

-Bueno, me resulta una mujer fascinante, desde luego -murmuré, encogiéndome de hombros, ligeramente tenso-. ¡Y!-. Me levanté de golpe, salpicando de nuevo, apretando el puño con fuerza-. Y quizás alguna vez ella quiera... -. Negué velozmente, como queriendo sacar aquella idea de mi cabeza por la fuerza. De nuevo, esbocé una sonrisa amplia, motivado. Miré a Adain con intensidad-. ¡El agua empieza a enfriarse! ¡Y ahora me muero de hambre! -exclamé, en un repentino cambio de tema-. ¡Entrenados y limpios! Hay que recuperar energía ahora. ¡Y luego dormir!

Salí del agua y comencé a secarme con una toalla, con nobleza y furia. Venirse abajo era una tontería. ¡La moral arriba!

Entro aprovechando que a estas horas no hay nadie, como siempre. Hoy ni me doy un baño, solo una ducha rápida, que no tengo ganas de pararme demasiado. Cuando ya estoy limpio y seco, con el pelo algo húmedo, me acerco a uno de los espejos y me miro en profundidad, muy serio... Frunzo el ceño. Tengo uno, dos... tres... granos... ¿Por qué? Algunos pequeños, pero hay tres más grandes que me duelen. Por suerte ni siquiera se nota la zona que debería estar enrojecida por mi tono de piel, pero... ¿Qué hago?
Miro alrededor. Quizás si le echo algo... Alcohol desinfectante, así...
¡Y para colmo tengo unas cosas que pretenden ser pelos en la barbilla y...! ¡¿QUÉ HAGO?! Socorro...

Algo agitado busco hasta dar con unas cuchillas. He visto cómo se usan. Conozco el funcionamiento... Sé cómo debe hacerse, pero... Primero es una crema y luego... Con cuidado... Despacio...
¡Ay!

Al cabo de un rato mi aspecto tampoco ha cambiado mucho, aunque tengo varios cortes en la cara. Demasiados cortes, teniendo en cuenta que apenas había nada que afeitar. Veo un problema al respecto, sinceramente...
Me lavo la cara y escuece. Esto es tan frustrante... Quizás debería pedir ayuda, pero...
Mejor no. No estamos en una guardería...

*se va*

Zacharyas había visto aquel momento bueno para bañarse, y poco después ya estaba en los baños, desvistiéndose. Al revelar su cuerpo, este mostraba pocas heridas recientes. Desde el combate contra Corbin, el interesante claritas, apenas había tenido algún enzarzamiento más, consigo mismo.
De aquel modo, cuando se sumergió en el agua caliente no le molestó.

Fuera llovía. Zacharyas disfrutaba de la suave quemazón en la piel mientras observaba la ventana mojada. Recordaba la tormenta, y no le costaba imaginar que volvía, y que de nuevo caía tanta agua que era imposible salir, y que el lago se desbordaba de nuevo, y que los animales volvían a morir ahogados, pudriéndose de la humedad, terminando por ser masas informes y agusanadas con un olor tan espantoso como su apariencia. 
Desde luego, pensaba Zacharyas, era una pena que aquello no sucediese solo con que él lo pensase.

Tras un rato de reposo, Zacharyas decidió, entonces, abandonar la bañera, secarse y vestirse. Los días eran extraños para él, poco preocupado por las horas, por lo que abandonó el lugar en pos de alguna otra actividad.

*se va*