Baño de los chicos

Tras asearme, después de mis ejercicios de la mañana, aún con la toalla a la cintura, me acerqué al espejo. El cuidado de un hombre no estaba solo en lavar su cuerpo, cuidar sus escamas o arreglar de vez en cuando su corte de pelo. Y un hombre como yo debía mantener en orden todo. Incluso mis viriles patillas, que adornaban mi cara.
Recortarlas era otra de las tareas diarias, para mantenerlas en buenas condiciones. Y, sin embargo, aquel día, mientras simplemente me ocupaba de mejorar mi imagen, cometí un error.

Contemplé cómo, de pronto, la patilla izquierda estaba perfecta, pero la derecha… La derecha estaba demasiado corta, irregular, inaceptable. Había cortado de más.
Fruncí el ceño.

-Maldita sea… -gruñí, acariciando la piel desnuda con las yemas de los dedos.

Contemplé un momento mi reflejo. De alguna forma, pensé entonces, quizás aquello fuese una señal.
Algo a regañadientes, entonces, dejé que la cuchilla se deslizase por completo. La mejor forma de arreglarlo era cortar por completo. Y ya volvería a crecer.
Aunque en invierno…

Me lavé la cara el terminar. Al menos estaba suave, como debía ser.
Y qué extraña era a nueva vieja imagen. Me sentía como… desnudo.

*se va*

Antes de la cena había dudado mucho sobre qué elegir para ponerme, porque aunque sabía que no debía darle revuelo no podía evitar que una parte de mí quisiese ir elegante para impresionarla. También tras la ducha, viendo la barba en el espejo, empezando a salir tan pobremente, había decidido afeitarme de nuevo pese a todo, prefiriendo la suavidad a un intento de parecer patillas. Ya me tomaría el tiempo apropiado para recuperarlas cuando pudiese. De la misma forma, aunque no me había peinado hacia atrás como mi padre insistía en que era correcto, sí me había adecentado un poco los mechones para asegurarme de que iban correctamente. Solo podía irse despeinado si era un despeinado peinado.

Al final, por otra parte,  la ropa que había elegido tampoco había sido exagerada. Había preferido optar por algo sencillo. Recordaba lo que Lea había dicho en su momento. Ella no había querido que las cosas cambiasen, así que no debía hacer de aquello una fiesta de lujo cuando no era más que un mes o, mejor dicho, una cena acordada aquel día como podía haber sido acordada otro.
Para finalizar, una capa sencilla me resguardaría elegantemente del mal tiempo y, en caso de necesidad, podría resguardarla a ella.

Para mí, alguien experto en damas –por supuesto-, pero no tanto en relaciones, aquello era un poco triste, porque no podía evitar sentirme emocionado con ciertos sucesos. Pero no debía olvidar que el suceso más importante era que ella me había aceptado, y aquello estaba por encima de mis caprichos, de modo que no me desanimaba.

*Se va*

Tras haber tomado un buen baño me dirigí a las duchas para enjabonarme y aclararme con agua algo más fresca. Sería la mejor forma de aclararme las ideas. No había mejor forma de ir a la cama que fresco y limpio, y menos cuando lo que me esperaba dentro de ella era... la mejor recompensa a un día duro, la mayor felicidad, representación de mi suerte y mi satisfacción.
Canturreaba por lo bajo una canción alegre, de aquellas que mi padre tantas veces me había repetido cuando me hablaba de damas y batallas, y que incluso había escuchado a mi abuelo en alguna ocasión. Había sido un día pleno, desde luego.

Una vez me sentí limpio y tranquilo salí de la ducha, con una toalla en la mano, y procedí a secarme el pelo en primer lugar, y el cuerpo por encima.

*se queda*

Mi sonrisa se borró al verlo, y el buen humor se esfumó como la vida lo hacía de sus ojos en su imaginación. Lo recorrí un momento con la mirada, en un gesto involuntario. Casi era extraño ver que la parte más ponzoñosa de él no estaba cubierta de aquel veneno negro. Quizás era por engañar, por si alguien veía a bien llevársela a la boca.
El suicidio por envenenamiento no era algo tan extraño.

Acabé fijando los ojos en los suyos, con desprecio.

-Creo que eres tú el que estorba aquí -gruñí, apretando los dientes al acabar de hablar

Continué secándome, con algo más de furia. Estaba deseando vestirme y marcharme, pero él nunca haría las cosas fáciles. A él le gustaba provocarme para que le rompiese el cráneo contra el suelo.

Llegué a sonreír a su provocación.

-¿No te cansas de intentarlo? No me afectan tus burlas, Browen.

Deseaba irme. De verdad lo deseaba. Pero al mismo tiempo una parte de mí quería acabar con aquello.
Pero recordaba lo que sucedía al luchar dentro de los muros de Brontë, en las zonas comunes.

Me molestaba cada palabra que salía de su boca. Me molestaba que respirase el mismo aire que yo, y que se fuese a meter en la misma bañera o en las mismas duchas, o que pisase el mismo suelo con sus sucios pies.

Pero no respondí. No quería responderle. Me limité a terminar de secarme.
Pero, de nuevo, no podía dejar las cosas estar. No podía ser todo tan sencillo, claro. La maldad de su interior no se lo permitía.

Estreché los ojos cuando hizo mención a Lea. Aunque no dijese su nombre ya era evidente cuándo intentaba sacarla en la conversación. Y si creía que aquello me iba a crispar más, estaba en lo cierto.
Pero de todos modos aguantaba...

-¿Qué vas a hacer? -gruñí, viendo su gesto, de rostro girado y ojos estrechos-. ¿Vas a besarme?-. Me eché atrás cuando me tocó la cara, buscando escapar de su contacto asqueroso, notando cómo se me tensaban los músculos.

En un movimiento veloz atrapé mi ropa, mirándolo de reojo en todo momento. Podía atacar, estaba claro. No dudaría en hacerlo. Era de lo que se alimentaba una escoria como él.

Me até la toalla a la cintura.

-Dicen que si metes la cabeza mucho tiempo bajo el agua pasan cosas magníficas. Quizás desees probarlo-. Apretaba los dientes.

Quería...
Un duelo. Un duelo no era algo malo. Era un entrenamiento entre guerreros.

Solté un resoplido, un amago de gruñido, molesto.

-No quiero nada que tenga que ver con tu boca -rechacé, tajante-. Ni siquiera el aire.

Ni las palabras. Ni aquella sonrisa de bastardo. Por mí podía irse al infierno con todo aquello, de cabeza. Y con suerte romperse el cuello en la caída.
Y con cada cosa que decía me crispaba un poco más. Pero trataba de relajarme pensando en cosas buenas. Como en un mundo sin Gerald, o en la cama que me esperaba, apacible y cálida. Sin Gerald.
Podía meter la cabeza en un pozo.

Oh, venga... Yo tenía que ser mejor que aquello. Era mejor que él.

Al escuchar sus palabras, sin embargo, el cómo describía su asesinato a mis manos, mi furia no creció. Llegué a arrugar un poco el ceño, incluso, contrarizado por aquellas palabras.
Y entonces negué. Y no era mentira.

-Oh, Browen. Lo siento, pero esas ideas que se te ocurren no coinciden para nada con mis deseos -me limité a decir, echándome la ropa al hombro-. No creo en la justicia del asesinato, como tú. No siento deseos de hacer algo así. No me pondría a tu altura ni si con ello ganase el librar al mundo de tu presencia.

Tras decir aquello avancé. Quería pasar, rebasarlo, y poder salir al fin del endemoniado baño. Meterme en cama y olvidarlo...
Aquello sonaba casi tan bien como partirle la nariz de un puñetazo. Y era, además, lo más correcto.
Una mayor satisfacción. Estaba seguro.

Aunque vi cómo se lanzaba contra mí no llegué a pararlo. Quizás una parte de mi cerebro creía que aquello no era cierto. Que mi contención era perfecta. Que me iría y llegaría a la habitación, abrazaría a Lea y aquello me calmaría un poco.
Ella no querría que aquello pasase. Y mi deber era comportarme ya no solo por mí y por Brontë, sino por ella, que en aquel momento era sumamente importante.
Por eso cuando sentí el leve sabor a sangre en el interior de la boca el dolor me pareció un tanto lejano. Y pensé que yo era más fuerte que él, era mejor. Y no sucumbiría a sus ataces ni a sus provocaciones como un vil cobarde.

Sin embargo, cuando quise darme cuenta la zurda salía propulsada hacia su vientre en un gancho, agresiva, y lo levantaría del suelo si era necesario con ella. Tras aquella fui yo, con la diestra, impulsándome hacia él, buscando también su cara.

A sus ojos, amarillos, rojos y negros como el mal no les vendría bien algo de morado, desde luego.

El puño del flamma llega a alcanzar su objetivo, pero antes de que ninguno de los dos tenga tiempo de hacer nada más un campo se interpone entre ambos, enviando a cada uno a un lado de la sala. Ella aparece entonces, envuelta en chispas brillantes que parecen electrificar por completo el ambiente, haciéndolo más seco y subiendo la temperatura. Y antes de que ellos tengan oportunidad de hacer nada al respecto, están en el aire, envuelto cada uno en una burbuja de chispas que los desplaza de un lado para otro a voluntad de ella.

El aspecto de Fera es inexpresivo, inmutable. Sus ojos helados parecen muertos, como si hubieran oscurecido de pronto, sin albergar más que una voluntad vacía tras ellos. Con apenas un par de movimientos de manos los tiene ante sí, cada uno a un lado, con ella entre ambos. Sus rizos, habitualmente danzantes y suaves, parecen de pronto salvajes, dándole un aspecto extrañamente peligroso.

-Creía que después de la última vez las cosas habían quedado claras.

Dirige una sonrisa a un lado y a otro, alternando la mirada entre ambos, y sus palabras, frías, contienen un tono que parece capaz de estremecer hasta las piedras. Incluso cuando los hace pegarse al suelo, lo suficientemente cerca como para poder alcanzar a ambos, lo suficientemente lejos como para que ellos puedan alcanzarse entre sí, sus gestos firmes parecen automáticos e iracundos al tiempo, capaces de todo lo que una mente sea capaz de imaginar.

Cada una de sus manos avanza hacia la yugular de uno de ellos, y cuando la alcanza deja ir una corriente de energía hacia cada uno. Y, aunque el inicio del gesto parece tan dulce como siempre, igualmente sugerente, es evidente que las intenciones son completamente distintas. La potencia de la descarga llega a ser desagradable, consiguiendo paralizar a ambos y dejando en sus cuerpos una terrible sensación de calambre, especialmente sensible en la zona en que ella mantiene el contacto.

Y, en el momento en que retira los dedos, entre el cuello y la clavícula de cada uno se perfila una mancha de forma irregular y tono brillante, azul hielo, que queda grabada en su piel por encima de cualquier otra marca. Los separa de nuevo entonces, manteniéndolos en el aire una vez más.

-Cuando os matéis, será lejos de este palacio -asegura con la misma voz fría-. Y no será bajo el nombre de Brontë.

Y, tras dejarlos caer al suelo, se desvanece.

*Desaparece*

FdR- A partir de ahora Rick y Gerald tienen un sello en el lugar que he señalado. Cada vez que intenten tocarse, antes de que lo consigan, sus cuerpos quedarán paralizados, y solo podrán moverse una vez salga de su cabeza la intención de acercarse al otro. El sello pierde efecto fuera de los terrenos de Brontë.

Sentí cómo su vientre se hundía. Al final un buen puñetazo lo hacía ceder, por supuesto. Pero no pude saber lo que conseguían dos, porque algo me detuvo antes de que pudiese descargar el segundo golpe. Y aunque sentí cierta satisfacción cortada también era cierto que aquello era lo mejor: era algo a agradecer.
Cuando fui consciente a medias de lo que pasaba flotaba en el aire, incapaz de controlar mi posición. Con la mirada aún algo turbia localicé a la líder chrysos, a la hermosa Fera, que parecía, en aquel momento, la mujer más peligrosa sobre la faz de Mithos.
Y solo pude echar una mano a la toalla para que no se me resbalase, acomodándola torpemente.

La realidad me golpeaba como si se tratase de mi propio puño. Había prometido a aquella mujer que le serviría, pero el bastardo de Browen me había provocado y había terminado flaqueando como un cobarde. Enseguida sentí aquella culpa extraña extenderse por mi cuerpo, y aunque hacía más calor yo notaba algo de frío.

Cuando su mano me tocó dejé caer la vista, arrepentido, sumiso, apretando los dientes al sentir aquella desagradable sensación.
No fue hasta que desapareció que pude echar apenas un vistazo fugaz en un espejo, de reojo, comprobando que, efectivamente, había algo nuevo allí. Las palabras del bastardo rompieron el silencio, pero ni me molesté en mirarlo. Me agaché, recogiendo la ropa que había caído durante el breve e innoble enfrentamiento.

Había decepcionado a Fera. Y cuando Lea supiese lo que había pasado quizás también ella...
Quizás decidiese que un mes y unos días habían sido bastante. Que no me había comportado.

-¿Más beneficioso?-. Llegué a contemplarlo un momento, tremendamente serio-. ¿Para mí o para ti? Eres tú el que ya no sonríe -terminé, esbozando media sonrisa entonces, desafiante.

Aunque fuese innoble. Aunque hubiese fracasado en mi intento por impresionar a Fera. Aunque tuviese que pedir disculpas a Lea o a quien fuese tras aquello, ¿acaso no había al fin cerrado la boca?

Aproveché la distancia creada por la líder para pasar a su lado. Ya me cambiaría en la habitación.
Lo dejé atrás, en el baño, cerrando la puerta a mi espalda.

Fuera fruncí el ceño de nuevo. No tenía ninguna gracia. Me esforzaría por recuperar la confianza.

*se va*

Era una hora bastante tardía para un baño, pero me lo iba a permitir por un día. No importaba cuánto tiempo pasase, se me seguía haciendo extraño prepararme yo mismo el baño, pero no tenía especiales problemas en hacerlo. Escogí aceites y perfumes de mi gusto para prepararlo y dejé el agua caliente llenando la bañera mientras me dedicaba a mi imagen.

Escogí mi espuma de afeitar habitual y saqué mi navaja engarzada. Mientras me afeitaba, escuchaba el relajante sonido del agua de fondo. Una vez terminé, limpié la navaja y la guardé, para luego dirigirme a la bañera y cerrar los grifos. El repentino silencio lo invadió todo.

Me metí en la bañera y cerré los ojos con un suspiro. De vez en cuando, aquello no estaba nada mal.

Para cuando decidí salir, tenía los dedos arrugados y el cuerpo completamente relajado. Llegaba a dar bastante pereza, aunque el hecho de que el agua se estuviera quedando fría me ayudaba a decidirme. Me incorporé y alcancé una toalla, para luego salir del agua y envolverme en ella. No me llevó más que un momento vestirme.

Miré un momento con desgana la bañera. Al final, decidí quitar el tapón, a regañadientes. Ya se encargaría el servicio de limpiarla.

*Se va*

Kyoti oye el repiqueteo de la lluvia contra las ventanas. Es cierto que no hace tanto frío como ha hecho, pero hace frío. Está deseando que llegue el buen tiempo. Si es que existe el buen tiempo. Hay lugares donde siempre hace malo, o eso se dice. A Kyoti, esa perspectiva no le hace la más mínima gracia.

De todas formas, hay alternativas al mal tiempo. La bañera parece ser una buena opción. Es enorme, más grande que ninguna que Kyoti haya visto antes. Debe reconocer que impresiona a primera vista. Eso no quiere decir que apetezca menos; todo lo contrario. En seguida se ha hecho un hueco en ella, dejándose envolver por los vapores del agua, relajado. Llega a cerrar los ojos, acomodándose. Sí, desde luego, es una maravilla.

*se queda*

Hoy no he podido pasarme antes y tengo algo de miedo de encontrarme a alguien más. Y, de hecho, ese miedo se cumple cuando llego: no estoy solo.
Saludo a Kyoti con un gesto algo apurado y no sé si entrar o salir, de repente, porque... Bueno... No es por ser maleducado, claro, pero a la vez yo no...
Ay...

Lo saludo con un gesto y acabo por entrar. Que va a quedar muy raro si salgo corriendo ahora. Y la verdad es que hace que no hablo con él...
Aunque lo vi en el ataque.

¿Y cómo voy a hablar con él? Esa es otra.
Esto es algo raro, y eso que sigo vestido...

Kyoti siente la sombra de la puerta al abrirse y abre los ojos. Al momento sonríe, al descubrir que es Jun quien acaba de entrar. Su aspecto, en un primer momento, le resulta extraño, y está a punto de preguntar si se encuentra bien, pero no llega a hacerlo. Al final el chico entra y cierra la puerta tras de sí, y Kyoti deja estar esa primera impresión que ha tenido.

-¿Qué tal va todo? -pregunta, animado-. Qué susto el otro día, ¿verdad? Aunque... Bueno, supongo que no debería decir eso, ¿no? Es decir, lo básico es enfrentar a... esos... lo que venga, ¿verdad?

No deja de darle vueltas a su primera experiencia, que ha resultado bastante extraña. Al final, se repite, no hizo gran cosa. Quizás ganar tiempo. ¿Era ese su papel? Nadie le ha dicho que lo haya hecho mal. Aunque tampoco le han dicho que lo haya hecho bien. No tiene muy claro qué pensar al respecto.

Dudo un momento, pero termino por acercarle el amuleto. Al fin y al cabo ya lo conoce, y así será más fácil hablar. Porque bañarme con una tiza pues...

-Intenta que no se moje el punto del centro -le digo, cuando acaba de ponérselo. Por si acaso-. La verdad es que fue todo bastante caótico. Me alegro de que al final las cosas no saliesen mal del todo. Yo es la primera vez que vivo uno de esos ataques, tampoco es tan normal...

Me empiezo a desvestir por la camisa, dándole la espalda, incómodo. No estará mal visto si me tapo con la toalla, claro. Una cosa es que no me bañe y otra que tenga que...
¿Cómo lo hace todos?

-¿Qué tal desde entonces? -hago llegar a él, sin mirarlo, dejando la camisa en el banco. Incluso me pongo a doblarla para hacer tiempo.

Kyoti toma con cuidado el amuleto, y en el mismo momento de ponérselo al cuello atiende a lo que su compañero le indica. Para evitar problemas, decide hacer un nudo en el colgante, acortándolo temporalmente. Eso hará más difícil que se moje. Solo espera que a Jun no le moleste que lo haya hecho. Bien pensado, ¿no debería haber preguntado?

Pero Jun no hace comentarios al respecto, así que lo deja estar.

-Bueno, eso espero... -responde con alivio. Parpadea entonces-. Es decir, no es aquí donde luchamos, ¿verdad? Bueno, yo he luchado aquí. Quiero decir normalmente. Supongo. ¿No?

Es de esperar. Aunque de pronto, la idea de que se utilice Brontë como foco para atraer y paliar los problemas no le parece tan descabellada. Salvo porque duda que sus enemigos no estén al tanto y contrarresten una estrategia semejante. Y a todo esto, ¿quiénes son sus enemigos?

Sacude la cabeza, tratando de alejar esas ideas, y sonríe a su compañero. Alcanza una pastilla de jabón y procede a frotarse con ella.

-No ha cambiado gran cosa -explica, tranquilo-. Bueno, un poco sí, que la experiencia... hace... algo, ¿no? Creo. Pero he seguido como antes. Entreno... tiro con arco. Lo habitual. ¿Debería hacer algo más? -. ¿Debería hacer esa pregunta? Ha sonado un poco impertinente. Que no es su intención, pero...-. ¿Y tú?

Mientras él habla le dedico alguna mirada de reojo y paso a quitarme los zapatos y los calcetines, muy serio. Sin duda, la toalla es una buena idea.

-Bueno, se ha luchado aquí alguna vez, pero no es lo normal, no -le digo, dejando ya los dos zapatos en el suelo.

Paso entonces al pantalón, que desabrocho y doblo, depositando sobre el resto de prendas, doblado con ás pulcritud de la habitual. Y entonces, con la ropa interior aún puesta, me ato la toalla a la cintura.

-Eso está bien -le dedico una sonrisa-. Lo malo hubiese sido que te asustases. Aunque te vi allí y parecías bastante entero. ¿No te daban miedo esos animales tan grandes?-. Comienzo a quitarme la última prenda, peleándome con la toalla para que no se caiga-. Yo bien. Sin muchas novedades tampoco.

Bueno...

Kyoti asiente, pensativo. Sí, eso tiene más sentido, desde luego. Las cosas tienen una organización, y utilizar la base como zona de lucha no parece lo más adecuado. Eso justifica también la llegada de enemigos, que intentan descolocar al personal utilizando para luchar un lugar no pensando para ello. Sí, tiene todo el sentido del mundo.

Sonríe, encogiéndose de hombros.

-Bueno, mientras se trate de animales... -responde, sin darle mucha importancia-. Es decir, estoy acostumbrado a cazar. ¡No esas bestias, no, claro que no! Pero hay algo... en común con... No sé explicarlo. ¿Me entiendes? No, claro, si no lo sé explicar... -Se frota la mejilla con la pastilla de jabón, pensativo-. Evité a la chica. No debería haberlo hecho, ¿verdad? Tendría que haber luchado contra ella. Aunque no se podía ignorar a aquellos animales, por supuesto, pero ella era... el objetivo, ¿no?

De todas formas, ella era poderosa, y Kyoti es un recién llegado. No tiene nada de malo que se limite a dar apoyo a aquellos que pueden manejar mejor la situación. De hecho, probablemente es exactamente lo que tiene que hacer. Aunque siempre podría estar equivocado, claro...

Claro... Cazar. Aunque, como él mismo dice, cazar animales como esos con un arco parece algo descabellado. Supongo que si sabes a dónde tirar...

-Bueno, apuntar a personas no es como hacerlo con animales, te entiendo. Yo tampoco ataqué a la chica -confieso-. Pero al final no hizo falta. La capturaron de todas formas.. Me dan algo de miedo esas cosas también. Nunca lo he hecho.

Vestido solo con la toalla termino por acercarme a la bañera, rondándola un momento. Lo miro de reojo, pensativo, y termino por señalar el agua con gesto interrogante. Que a ver si yo estoy aquí nervioso y él tampoco se lo va a tomar a bien...

Kyoti escucha en silencio, pensativo. Bueno, Jun lleva más tiempo y parece tomárselo de forma similar. Luego está Alehyss, que opina que no son formas. Alehyss se encaró con la chica. ¿La atacó? No está seguro...

-¿El qué? -pregunta, sin estar seguro de haber entendido la última frase.

Aunque al principio no ha prestado atención, no le pasan por alto los claros remilgos del chico. Se hacen todavía más evidentes cuando él se acerca a la bañera, sin entrar. Al final, es la señal interrogante la que hace que Kyoti, de pronto, se altere, abriendo los ojos y pegándose al borde, sintiéndose de pronto un tanto culpable.

-Ah, sí, sí, sí, sí, sí, sí. Sí. Sí. Claro, claro, claro, entra, por supuesto, por supuesto -. No puede evitar un balbuceo. ¿Está acaparando la bañera? Pero si es enorme. ¿Debería salir él para dejarle espacio? Él había pensado que... bueno.

Procura ocupar menos espacio y continúa con su higiene. ¿No será que...?