Bosque

De pronto, en mitad de la ya tormentosa noche, un sonido colosal estalló por encima de todos los otros truenos, por encima del viento que zarandeaba las ramas de los árboles y de la lluvia que golpeaba furiosa los muros del castillo. Un trueno mayor, que parecía surgir del preofundidad de la tierra y de las nubes a la vez, que ninguno de los guerreros podría no haber escuchado. Al mismo tiempo, inmenso, un destello, un rayo enorme, devastador, descendió desde los cielos alcanzando una zona espesa del bosque, haciendo estallar la madera, partiendo árboles ancianos como si fuesen pequeñas ramas, haciendo que las llamas se alzasen en la noche, iluminando aquella zona del bosque, pese al torrente que bajaba de las nubes sin descanso.

Las llamas se extendieron, haciendo arder algo la zona, y se apagaron poco después, sofocadas por el agua, poco ayudadas por la madera verde, viva, húmeda, que ardía con dificultad. El húmo ascendía hacia el cielo, fruto de la evaporación y la combustión del breve incendio, siendo solo visible para los caeruleus, o cuando los relámpagos espontáneos iluminaban el cielo para el resto de las razas. Sin embargo, su olor se expandió, arrastrado por los violentos vientos, llenando los alrededores de aquel olor a fuego sutil.

Allí donde el rayo había caído se veía la tierra revuelta, un pequeño claro limpio de árboles, lleno de carbones y astillas, negro y ceniciento.

La fuerza de la tormenta parecía haber aumentado. Los trozos de hielo que caían parecían mucho mayores, el viento huracanado mutilaba los árboles y ya no era posible discernir la dirección de la lluvia. Salir de palacio ya no era posible, pues ni un escudo de hierro podría detener las heladas piedras que llovían.
Parecía, de algún modo, que la tormenta arreciaba con sus últimas fuerzas, terminando de aquella forma con su furia, encerrando a los guerreros un poco más. Las ventanas de palacio temblarían aquella noche, protegiendo con sus hechizos a los guerreros que se refugiaban dentro de sus muros.

A pesar de que me muevo saltando de árbol en árbol, llega un punto donde no puedo seguir moviéndose de esta forma, ya que los árboles están demasiado lejos unos de otros y algunos están inservibles o a medio caer.

Acabo saltando al suelo, cayendo casi a cuatro patas pero sin llegar a apoyar las manos en el suelo. Echo a caminar, mirando a mi alrededor como el sitio está bastante destrozado y quemado. Esto debe ser obra del sonido del cielo. Miro arriba instintivamente. Todavía estoy algo preocupado por si hace algún sonido más.

Tras saltar sobre un par de rocas acabo viendo a un caeruleus recogiendo animales del suelo. No debe comerse a un animal muerto. Es más sencillo de conseguir, pero el rastro de la muerte queda en él y puede afectarle. Me quedo mirándolo.

Sigo con la mirada al caeruleus que carga la bolsa y salto hacia otra de las piedras para ver qué hace con ella. Cuando lo miro hacer un montón con todos los animales muertos me pregunto de verdad qué hará con ellos.

No sé qué es eso de "arreglar el bosque". El bosque tiene su propia vida, su propio rumbo. No hay que hacer nada con él.

Sigo mirándolo y, cuando vuelve a girarse hacia a mí, me echo un poco hacia atrás, con un pequeño salto, apoyando las manos también en el suelo.

El caeruleus me ignora de nuevo, mirando la pila de animales. Es extraño y silencioso. No parece que se los vaya a comer, pero parece muy satisfecho al mismo tiempo.

Lo observo atento cuando empieza a mojar a los animales muertos, oliendo el alcohol con asco. Es un olor muy ácido y desagradable. Entonces les prende fuego y su cara se ilumina, pero no sólo por la luz de las llamas, también de otra forma; una más extraña. Es un hombre curioso al que le gusta la muerte. Puede que uno de los pocos con nombre que no la teme.

Después de mirarlo un rato más, decido saltar hacia otro lado para volver al palacio.

*Se va*