Bosque

El chrysos, sin apartarse de la flamma, miró a Alehyss cuando esta habló, en silencio, consciente del significado que sus palabras podían tener. Al escuchar su petición, asintió, apartando la mirada de ella y observando uno a uno a los miembros de Palacio. Cuando Massen habló, la miró de nuevo a ella, y aunque intentó buscar algo con lo que explicarse, se vio incapaz de decirle nada. Observó cómo se marchaba, apenas un segundo, y luego se arrodilló frente a la flamma, rozando con cuidado su rostro, apartándole un mechón con cuidado de no tocar la herida del cuello, de mover las agujas. Comprobó que seguía respirando. Aquello lo alivió de algún modo.

En cuanto aparecieron los líderes, el chrysos se apartó de la muchacha, dejando que la tratasen. En silencio, los observó, y cuando finalmente se la llevaron, se volvió hacia Alehyss. La miró en silencio, apenas un segundo.

-Gracias -murmuró, antes de darle la espalda. Tras un segundo, añadió-: Lo siento.

No digo frente al comportamiento de Massen. No me gusta, sin embargo. No me gustan sus palabras ni sus gestos, ni el tono que utiliza. Parece que creyese que está por encima del resto, por encima de la situación. Parece que realmente le dé igual todo lo que va más allá de su objetivo.

Cuando todo termina me quedo un momento más, observando cómo se marcha el resto. Llego a volverme hacia Lyam y Dena. Incluso después de que se la lleven, cuando ya quedamos pocos, llego a quedarme un momento más. Hasta que él habla.

Niego, seca. Más bien algo cansada.

-He hecho lo que debía, nada más. Mi mentira no es diferente a la tuya. Simplemente pasó más desapercibida.

Vaya situación desastrosa. Hubo un tiempo, hace un par de meses, en el que sentía hastío. Ahora, sin embargo, estoy agotada.

Me da la espalda. Lo miro un momento.

-Voy a irme ya -le digo, dándome la vuelta yo, esta vez, guardando las armas-. Buenas noches.

Estoy cansada. Necesito pensar. Él también. Todos, imagino.
Ya habrá tiempo de hablar mañana, o en unos días, cuando la idea se haya asentado un poco en la cabeza de todos y haya podido pensar.

*se va*

Aparecí en el bosque, a unos pasos del chrysos, cuando Alehyss se fue. Tenía los brazos cruzados y una expresión seria, casi molesta. Al final no había pasado nada, pero.

-Vámonos.

El chrysos se giró, asintiendo. Teníamos varias cosas de las que hablar. Ahora.
Por suerte, no había pasado nada. Los yetis estaban siendo cuidados ahora mismo, los guerreros también. Y quienes habían atacado estaban en mazmorras. Pero yo no estaba satisfecha, no del todo.

*desaparecen los dos uvu*

Un puñal se hundió en la madera, varias astillas cayeron al suelo y otro puñal voló hacia el árbol, clavándose a unos metros del primero, terminando de formar la parte inferior de un círculo en el que todavía quedaban pequeños espacios en los laterales a los que lanzar armas. El chrysos, situado a unos escasos metros, cogió uno nuevo, apuntó y tiró: múltiples chispazos recorrían su piel, iluminando sus manos y rostro, y todos sus movimientos desprendían un rastro animal, una inesperada violencia que se había visto incapaz de acallar. 

Estiró los dedos, apretó los nudillos y hundió un nuevo puñal en la madera, con fuerza; la luz de sus ojos se encendió de golpe y él parpadeó muchas veces y apretó los ojos. Se detuvo, bajó la vista al suelo. Hacía frío, pero no llovía. Tampoco importaba. La anchura del bosque hacía que fuese fácil esconderse si así uno lo quería. 
Sobre el terreno húmedo por la nieve derretida sus ojos dibujaban claras luces amarillas. 

*se queda*

Había conseguido bajar un poco la intensidad con la que sus ojos brillaban, pero cuando escuchó una voz casi desconocida y se volvió hacia donde la chrysos estaba no pudo evitar un nuevo destello. Molesto, frunció el ceño y entrecerró los ojos, tratando de volver a controlar la luz.
Al principio no dijo nada, pensando que probablemente la chrysos se iría, pero cuando notó la mirada de Anna sobre él volvió a mirarla.

—¿Qué? —gruñó, alzando un poco el tono, desagradable.

*se va*

FdR- La historia de como Anna le fue cogiendo miedo a Lyam.

El chrysos frunció el ceño y dejó ir un resoplido, molesto, notando una nueva chispa saltándole la nariz. Pues nada, oye. Adiós y tal. Que no es que la chica le cayese mal (apenas la conocía como para tenerle asco), pero por qué, por qué, si ves a alguien chispeando como si tuviese una tormenta dentro, te acercas para irte al segundo. ¿Quería decirle algo? ¿Quería algo? ¿Sí, no? ¡Mithos sabría! Y ahora aún por encima quedaría él como ser terrible de los avernos más profundos por haber sido borde. ¡Pues! Uno ya se había ido al bosque en vez de a la sala de entrenamiento por algo, así que no se iba a sentir culpable.

Lyam se pasó una mano por la cara y, al tiempo que se giraba, lanzó un nuevo puñal, con fuerza, contra el tronco de un árbol.

*fin de escena*

Tardé un buen rato en encontrar el lugar en el que había enterrado la muñeca parvus, y eso que me había obligado a aprenderme el lugar de memoria. Una vez localizado, sí supe exactamente dónde estaba. Y fue en aquel momento, ante la diminuta tumba sin señalizar, cuando me di cuenta de que no tenía con qué cavar. Suspiré.

No tenía tiempo para inventos, así que me arrodillé y escarbé en la tierra con los dedos. Por suerte, la humedad la había embarrado, así que no resultaba tan difícil abrir un agujero en ella. No me preocupé mucho de mi aspecto. El baño que luego me daría iba a compensarlo absolutamente todo. Así que me dediqué a hacer un agujero bien grande, una suerte de fosa común. Sintiéndolo mucho por Allie, no iba a estar cavando tumbas toda la tarde, y para aquellas no me había dado ningún ataúd. Hacer un agujero grande era más fácil que hacer seis pequeños, y ya estaba harta de jugar a los entierros.

Cuando tuve un agujero suficientemente grande, abrí la mochila y comencé a sacar las muñecas. Las coloqué todas con cuidado, una junto a otra, asegurándome de no mezclar la porcelana de cada una y colocándoles bien la ropa antes de tumbarlas en la tierra. Cuando las seis estuvieron juntas, mirándome con sus pequeñas sonrisas y sus ojos de cristal de forma no demasiado agradables, procedí a echarles tierra por encima. Traté de dejar el terreno tan uniforme como pude. Antes de irme, me detuve un momento junto a la otra tumba, tan pequeña, que había sido tan fácil de cavar. En fin, fin del juego. Mejor que olvidase todo aquel asunto.

Con la mochila al hombro, marché de vuelta al palacio, pensando en el baño que me esperaba.

*Se va*

Tiene que esperar hasta asegurarse de que la chica se haya marchado. Eso es lo que le han dicho. Personalmente, Yaide no entiende por qué no se la interroga directamente. Sería mucho más directo, y probablemente, ahorraría muchos problemas. Pero no son esas las instrucciones. Hay que vigilar y esperar, pero no intervenir. Al menos, hasta ahora.

Porque, por fin, Yaide puede hacer algo más que mantenerse en las sombras. Cuando la piscis se ha marchado, ella emerge de entre las sombras, como si nunca antes hubiera estado allí, y observa el lugar, centrándose en la fosa. Resulta bastante siniestro, desde luego. Pero Yaide trata de no pensar en ello. Se concentra en buscar restos de magia... que no aparecen.

Al final, acaba por rotar los ojos y soltar un suspiro exasperado. Tanto misterio la enerva, y la enerva lo suficiente como para ponerla de mal humor. Claro que tampoco pone muchas pegas. No es que sea muy complejo apartar la tierra y dar con las muñecas. Seis, y cada una de una raza. Qué original. Yaide las recoge todas y las guarda con cuidado. Ni una sola está entera. Una idea empieza a formarse en su cabeza, pero la desecha. No es de lo que debe preocuparse ahora.

Falta una muñeca. Tiene que faltar, todo es demasiado perfecto para que no haya una parvus. Yaide cree saber dónde encontrarla. De nuevo, separa la tierra en otra zona, no mucho más allá. Cuando da con lo que busca, no puede evitar una mueca de disgusto. Esto empieza a pasarse de la raya. Con el ceño fruncido y actitud ya malhumorada, recoge el ataúd y lo guarda junto a las muñecas. Ni siquiera se molesta en abrirlo. Ya tendrá tiempo de hacerlo.

Por último, Yaide vuelve a colocar la tierra en su sitio, con tanta perfección que cualquiera diría que allí nadie ha tocado nada. Finalmente, se desvanece en el aire con sus hallazgos, como si nunca hubiera estado allí antes.

*Desaparece*

Atravieso el bosque a trote ligero, manteniendo el cuerpo relajado y flexible, preparando lo que será la segunda parte del entrenamiento. Por ahora estoy más concentrada en descargar el exceso de energía que parece que me envuelva hoy. Me siento tremendamente dinámica, pero me esfuerzo por mantener un ritmo constante y adecuado, pese a todo. Debo evitar dejarme llevar hasta ese punto. Hay que administrar la energía, aunque tener más de la acostumbrada sea valorable positivamente. Pero ello no implica desechar esfuerzos. Nunca se debe actuar con exceso de confianza, porque ahí empiezan los problemas.

Me impulso con especial fuerza entre árboles y extraigo en un gesto veloz el puñal de entre la ropa, haciéndolo girar entre los dedos para lanzarlo a un árbol cercano, donde se clava.

De haber sido un enemigo, el que me imaginé al hacerlo, le habría dado en el hombro. Es mejorable.

Me acerco a recuperarlo.

*se queda*

Aunque seguía haciendo algo de frío, había dejado de llover y aquello de alguna forma servía para que el estado de ánimo del chrysos mejorase un poco y pasase de la tristeza existencial de un joven reconvertido en adolescente a relativa calma de un joven que quizá tiene demasiada imaginación para nombrar sus estados de ánimo. Y quizá, también, sufra de cierta exageración, no estaba aún seguro de eso.

El caso era que la falta de lluvia le daba un motivo para salir de Palacio, y eso mismo era lo que había hecho: avanzando con pasos tranquilos, el chrysos había pasado por los jardines y ahora se adentraba en el bosque. Iba armado, así que quizá, y solo quizá, se animaba a a entrenar; también llevaba al cuello el amuleto de Alehyss, así que quizá, y solo quizá, igual también se animaba a intentar nadar un poco. Quizá. No le había dado mucho uso desde hacía no sabía ya cuánto tiempo. 

Fuese como fuese, ahora simplemente caminaba, cantando en voz relativamente baja la misma canción que Ben había tocado y que, en serio, Mithos, no podía sacarse de la cabeza, como si fuese una maldición o algo. Si volvía a encontrarse con la caeruleus, quizá, y solo quizá, le diría algo al respecto. 

Se calló de pronto, notando al instante cómo las mejillas se coloreaban de rojo, cuando vio a Alehyss a un par de pasos de él, entrenando. La observó en silencio durante un segundo, preguntándose si lo había oído o visto . Quizá no, oye. 

—Eh... Buenas, Lester. 

¿Por qué cantaba si le daba vergüenza? 
Nada tenía sentido.

El sonido de los pasos que se acercan va acompañado de una voz que parece cantar algo por lo bajo. No me tenso. Estando aquí, lo normal es que se trate de un guerrero. En caso contrario, lo mejor es mantener un estado de alerta pasiva, sin dejarse llevar por ella.

Arranco el arma y la preparo, sin embargo, pero al volverme es Lyam, no algún tipo de atacante. Sería uno excesivamente arrogante o incapaz si se mostrase tan fácilmente, sin cuidar siquiera los pasos que da.

-Buenas tardes -saludo también, acomodando el puñal en la mano, abandonando esa posición en la que estaba preparada para lanzarlo. Se ve contento hoy-. ¿Qué tal todo?

El chrysos torció una sonrisa al ver la respuesta de la muchacha. Quizá fuese cosa suya, pero ¿había estado preparada para lanzar el puñal? Tampoco le sorprendería, claro: no dejaba de ser Alehyss.
Se encogió de hombros.

—Pues normal, bien, supongo. —Suspiró y avanzó hacia ella, deteniéndose a unos cuantos metros. Estudió entonces el lugar, buscando algún tipo de marca en los árboles—. ¿Tú cómo estás? ¿Entrenando?

Mantengo la vista fija en él un momento más, como calibrándolo. Calibrando la verdad y la mentira de sus palabras. Aunque no es algo que deducir con un vistazo, y sé que las buenas noticias sobre su preocupación particular no han llegado todavía, si es que llegan.
Al final asiento, refiriéndome a su pregunta, abandonando mis pensamientos.

-Empecé hace un rato. Quería aprovechar que anochece para practicar algunas técnicas nocturnas también. No puedo abusar de la luz, pero hace mucho que no lucho en completa oscuridad. Tengo especiales problemas para enfrentarme a aquellos enemigos que me ciegan -comento.

Ya sean claritas o caeruleus.

El chrysos asintió. Parecía un entrenamiento interesante: a él también le costaba enfrentarse a gente que podía cegarlo. Recordaba sus entrenamientos con Lysa y todas las veces en las que la claritas había aprovechado su magia para cegarlo y vencer. Aquellos entrenamientos habían terminado siendo los más interesantes de todos los que había tenido con la banda. Apenas recordaba un par de ocasiones en las que sí había podido derrotarla a pesar de su magia; era un número ridículamente bajo en comparación con las veces en las que sí había logrado ganar cuando al magia estaba vetada. 
Parpadeó, volviendo la atención a la chrysos, a Brontë.

—Es un entrenamiento interesante. A mí tampoco se me da bastante bien. —Sonrió—. Supongo que es algo a lo que cuesta un poco más adaptarse.

Asiento, guardando finalmente el puñal. De todos modos, aún hay algo de luz que contamina la oscuridad, que me permite ver. Quizás debería buscar un medio más apropiado para ponerlo en práctica.

-Dependemos demasiado del sentido de la vista. Si nos lo quitan, somos prácticamente inútiles. Hay estudios que demuestran que aquellos que no pueden ver agudizan otros sentidos.

tengo buen oído, pero no tanto como para valerme solo de él. El tacto es importante en combate, pero peligroso. Y el olfato es algo que tengo presente. Pero los tres juntos no parecen equipararse al cuarto, por importantes que sean.
Es un gran error.

El chrysos se rió suavemente, asintiendo. Sin duda, en el pasado ya había comprobado aquello que Alehyss decía. Lysa siempre se reía de él cuando lo derrotaba y le decía que parecía que no tuviese más sentidos que la vista (y eso también incluía el común).

—Bueno, supongo que tiene sentido que te acostumbres a ver, digo yo. —Negó suavemente—. Sería interesante un entrenamiento o combate a oscuras. —Miró hacia los lados, curioso—. No ahora, que no es tan de noche, pero sí más tarde... O quizá con los ojos vendados. Cuando, bueno, de aquella a veces entrenábamos con los ojos tapados, aunque lo máximo que hacíamos solía ser correr, fingir que escapabas de alguien por un terreno complicado.

Aquello no se le daba del todo mal, pero no era lo mismo que un combate. Le sonrió. 

—¿No entrenas más?

Es cierto que la dependencia de la vista es algo lógico. Por ello debería luchar contra ella. Yo trato de ser pragmática en la medida de lo posible, o lo he tratado siempre. No puedo basarme en lo que ya tengo y conformarme. Debo ir un paso más allá.

Asiento a sus palabras.

-Entrenaba así a veces también. Con Jager, o antes incluso-. Pero antes de Jager no me lo tomaba tan en serio-. Pero era diferente a un combate real porque podía basarme en más que en la vista. Su olor, o la costumbre. Pero si se trata de un enemigo imprevisible...

Es un tema delicado. A la hora de la verdad, es complicado que te defiendas bien si solo el otro ve. Es una cuestión de ventaja. Pero, pese a todo, no debe ser imposible, ni una ceguera temporal una sentencia.

A su pregunta alzo las cejas. Termino por asentir, sin embargo, aunque he perdido el ritmo. Un descanso no es que la jornada haya acabado.

-Supongo que me parecía algo maleducado por mi parte -comento, no obstante. No responder a un saludo.

Al chrysos no le sorprendía que la muchacha hubiese tenido unos entrenamientos similares a los suyos. No dejaban de venir de ambientes similares, a fin de cuentas.

—¿Y también combatías con claritas o caeruleus? Yo lo hacía y, bueno, cuando vetaban la magia bien, pero cuando no... Un desastre. —Volvió a reírse con suavidad. Le resultaba extraña la aparente tranquilidad con la que hablaba de aquello—. Siempre acababan venciéndome, por mucho que me esforzase. Aunque, bueno, supongo que es normal. 

Suspiró. Al escuchar la respuesta de la chrysos, frunció un poco el ceño, manteniendo, pese a todo, los labios curvados.

—Tengo que dejar de interrumpir tus entrenamientos, creo. —Bajó la vista. Tras un segundo, añadió—: Si luego te apetece, podemos probar a entrenar juntos, a ver quién lleva mejor lo de no ver. Y si no siempre puedo seguir mi camino y hacer como que no te he visto o algo así.

No tengo que hacer memoria para recordarlo. O recordarla.

-Analyn es una maga experta. Entrenaba con ella a menudo. Aunque me superaba notablemente cuando entré en la banda-. Y a veces los entrenamientos terminaban siendo simplemente muestras de su fuerza sobre mí-. Salvo ellos tres, los demás eran chrysos. Luego-. Cuando pasó todo...-, en la organización a la que nos unimos, sí tuve ocasión de enfrentarme a gente de todas las razas. Fue estimulante, desde luego.

Su propuesta me hace asentir. No me gusta entrenar mientras me miran. No de esta forma. Puedo hacerlo, pero me resulta un tanto irritante. Pero eso es diferente.

-Claro. Hace tiempo que no me enfrento a alguien "de verdad", o que no pongo a prueba los otros sentidos.

Es un cambio. Dejaré mi objetivo final de hoy para otro día, en último caso.

El chrysos frunció un momento el ceño, pensativo, aunque no tardó en ponerle cara a la maga que Alehyss mencionaba. Formaba parte de un recuerdo del que no había olvidado nada. Decidió, sin embargo, no mencionar mucho el tema de la organización de Alehyss porque la experiencia le decía que algo siempre salía mal cuando lo mencionaba. En su lugar, trasladó sus comentarios a su propia banda. La chica podía tomárselo como que le estaba dando información, a fin de cuentas; no tenía que molestarse.

—Yo también luchaba contra una maga bastante buena, Lysa, la claritas de Aqua. —Le sonrió—. Normalmente, claro. A veces hasta iba yo mismo buscando enfrentarme a ella. —Se encogió de hombros—. Aunque al final acabé entrenando con gente de todas las razas, como tú, los entrenamientos con ella eran los que más complicados se me hacían. Tenía la manía de cegarte cada dos por tres. 

Aunque eso no significaba que dependiese por completo de esos hechizos. Desgraciadamente, también era guerrera notable y tenía una puntería envidiable. La magia al final terminaba usándola como un complemento para todo lo demás. El chrysos había llegado a envidiarla un poco.

La respuesta de Alehyss le hizo esbozar una sonrisa, aunque no tardó en fruncir el ceño, recordando un pequeño detalle.

—Pero estabas con un puñal, ¿no? A lo mejor podemos probar puntería en vez de un combate, si prefieres...

Asiento, escueta. Analyn cegaba constantemente, aunque le gustaba mucho presumir de sus habilidades, por lo que a veces evitaba hacerlo solo para que pudiese ver cómo se alzaba sobre mí.

-Es una gran habilidad. La magia, en general, es una buena herramienta. Me gustaría ser capaz de controlarla un poco mejor.

Quizás no me ayudase demasiado a poder ver, pero estoy segura de que me resultaría tremendamente útil poder ser capaz de hacer más cosas. Ya solo con poder curar o protegerme mientras no pudiese ver.
Es cierto que los defectos agudizan la mente, pero eso no implica que no me gustase ser más capaz en algunos campos.

-No estaba entrenando puntería -le digo, negando un momento-. Solo entrenando. No tengo una preferencia concreta.

De momento, hasta que obtenga mi nueva arma, es algo que debo entrenar, pero sin olvidarme del resto de puntos.

Asintió. A él también le hubiese gustado ser mejor mago. Especialmente en aquella época en la que estaba con la banda y todo el mundo parecía destacar por su habilidad mágica. 

—A mí también me gustaría. —Tras un segundo, añadió—. En la banda todos sabían usarla perfectamente. Me daban algo de envidia. 

Ahora ya lo llevaba mejor. Había aprendido que había cosas que no iba a poder tener por mucho que quisiese. Un gran poder mágico era una de esas cosas. 

—Entonces cuando quieras —murmuró, mirándola de reojo—. Y lo que quieras, claro. Llevo tanto tiempo enfrentándome a replicas que creo que agradezco un combate real.

Fuera de la sala de entrenamiento, fuera del alcance de aquel hechizo. 
Estaría bien.

Puede que haya sentido envidia en algún momento, pero mi envidia surge de la incapacidad de estar a mis propias expectativas. Quizás al haberlo dejado de lado enterré mis posibilidades de progresar.
Siempre he querido la perfección. No me asusta decepcionar a otros. Confío en mi inteligencia, en mis decisiones y en mis capacidades. no temo a los juicios de otros. Pero sí me desagradan los míos. Sé reconocer, o quizás incluso busco incansablemente reconocer, mis errores. Y la frustración viene de aquellos que no dependen de mi esfuerzo.

-Me cuesta entrenarla, pero a veces lo hago. Creo que puedo llegar a superarlo. Quizás no pueda ser experta, pero no quiero cojear de eso solo por las dificultades que me surgen. Ya es un reto personal.

Ser capaz de dominar algo que me resulta tan difícil. Quizás se halle ahí mi mayor satisfacción personal. Quizás si lo logro pueda sentirme bien, completa.

-Te vi un par de veces contra las réplicas. Contra mí, creo -comento-. ¿No luchas con otros guerreros?-. Yo no lo hago mucho. Prefiero ir a la sala de entrenamiento cuando estoy sola. Aunque tengo algunos entrenamientos interesantes pendientes-. Me enfrenté a uno nuevo hace poco. No tuvo mucho que hacer, pero me sorprendió su entusiasmo-. Adain. no fue hace tan poco-. En cuanto a lo otro, no tengo preferencias. Entreno a diario. Y muchas veces nada concreto. Si tienes ánimos o necesitas hacer ejercicio para bajar el estrés es una buena opción.